Padres de la Iglesia.

Parte II.

La Edad de Oro de los Padres (Siglos IV-V).

Adaptacion Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

 

 

Contenido:

San Ambrosio (339-397).

Nabot el Jezraelita (1 Reyes 21). El Cuerpo de Cristo (Los sacramentos IV, 5-25). El martirio-interior (Exposición sobre el Salmo 118:20-51). La misericordia divina. (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas). Sobre la amistad (Los deberes de los ministros, lll, 124-135). 1. Ayuno y Limosna.

San Jerónimo (347-420).

Comentario al Evangelio de San Marcos I. Mc 1:1-12.

San Paciano de Barcelona.

La justificación en Jesucristo (Sermón sobre el Bautismo, 1-5).

San Cromacio de Aquileya.

Las Blenaventuranzas (Sermón 41, sobre las ocho bienaventuranzas).

San Juan Crisóstomo.

La ley natural (Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5). Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis, 35:1-2). La pelea del cristiano (Catequesis sobre el Bautismo, Vlll, 8-15). Como sal y como luz (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15:6-7). Recomenzar (Exhortación a Teodoro caído, 1, 14-15). Dignidad del sacerdocio (Sobre el sacerdocio lll, 4-6). La educación de los hijos (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 59, 6-7). Catequesis.

San Agustín de Hipona.

Confesiones de San Agustin. Regla de San Agustín. Soliloquios

 

 

San Ambrosio (339-397).

Nació hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. Muy pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde realizó estudios humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado gobernador de Liguria y Emilia, y se instaló en Milán, la capital.

En el año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro. Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo — pues aún era catecúmeno — la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.

El estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue testigo San Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Murió en Milán en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de Milán.

San Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras — cartas, himnos, discursos... —, aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales. Las obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados. Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran extraer consecuencias morales.

Loarte

Nabot el Jezraelita (1 Reyes 21).

Ambición y codicia de los ricos

1. La historia de Nabot sucedió hace mucho tiempo, pero se renueva todos los días. ¿Qué rico no ambiciona continuamente lo ajeno? ¿Cuál no pretende arrebatar al pobre su pequeña posesión e invadir la herencia de sus antepasados? ¿Quién se contenta con lo suyo? ¿Qué rico hay al que no excite su codicia la posesión vecina? Así, pues, no ha existido sólo un Ajab, sino que, lo que es peor, todos los días nace de nuevo y nunca se extingue su semilla en este siglo. Si muere uno, renacen muchos; son más los que nacen para la rapiña que para la dádiva. Ni es Nabot el único pobre asesinado; todos los días se renueva su sacrificio, todos los días se mata al pobre. Embargado por este miedo, el pobre abandona sus tierras y emigra cargado con sus hijos, prenda de amor; le sigue su mujer llorosa, como si acompañara a su marido a la tumba. Es menos deplorable para ella asistir al entierro de los suyos; porque aunque perdiera la ayuda de su marido, éste tendría un sepulcro, y aunque se quedara sin hijos, no lloraría su destierro ni estaría afligida por el hambre de su tierna prole.

2. ¿Hasta dónde pretendéis llevar, oh ricos, vuestra codicia insensata? ¿Acaso sois los únicos habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsáis de sus posesiones a los que tienen vuestra misma naturaleza y vindicáis para vosotros solos la posesión de toda la tierra? En común ha sido creada la tierra para todos, ricos y pobres; ¿por qué os arrogáis, oh ricos, el derecho exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta engendra igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimento, vestido y bebidas; desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella, y nadie puede encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho de tierra es bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el rico, y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición del rico, lo cubre entonces totalmente. La naturaleza no distingue a los hombres ni en su nacimiento ni en su muerte. Les engendra igualmente a todos y del mismo modo les recibe en el seno del sepulcro. ¿Quién puede establecer clases entre los muertos? Excava de nuevo los sepulcros, y si puedes, distingue al rico. Desenterrad poco después una tumba y hablad si reconocéis al necesitado. Acaso solamente se puedan distinguir en que con el rico se pudren muchas mas cosas.

3. Los vestidos de seda y los ropajes entretejidos de oro, con los que se amortajan los cuerpos de los ricos, son un daño para los vivos y no ayuda para los difuntos. Te ungen, oh rico, y no dejas de ser fétido. Pierdes la gracia ajena y no adquieres la tuya. Dejas herederos que luchen entre sí con pleitos. Más que un conjunto de bienes que se acepta voluntariamente les transmites un depósito hereditario, y ellos temerán disminuir o violar lo que se les ha dejado. Si son herederos sobrios, lo conservarán; si lujuriosos, lo disiparán. Por consiguiente, condenas a los herederos que son buenos a una perpetua solicitud y dejas a los malos aquello con que pueden condenarse.

4. Pero acaso piensas que mientras vives abundas en todas las cosas. ¡Oh rico, no sabes cuán pobre eres y cuán necesitado te haces porque te crees rico! Cuanto más tienes, más deseas; y aunque lo adquieras todo, sin embargo, serías todavía indigente. La avaricia se inflama, no se extingue, con el lucro. Este proceso sigue la avaricia: cuanto más media, tanto más se apresura pata alcanzar metas desde donde sea más grande la caída final. El rico es más tolerable cuanto menos tiene. En relación a su hacienda, se contenta con poco; pero cuanto más aumenta su patrimonio, más crece su codicia. No quiere ser bajo en anhelos ni pobre en deseos. Junta así a la vez dos sentimientos inconciliables: la esperanza ambiciosa de riquezas y no depone el apego a la vida mísera. En fin, la Sagrada Escritura nos dice la miseria de su pobreza, nos revela cuán abyectamente mendiga.

5. Había un rey en Israel, Ajab, y un pobre, Nabot. El primero gozaba de las riquezas del reino; el segundo sólo poseía un pequeño terreno. Nabot no ambicionó nunca las posesiones del rico, pero el rey se sintió indigente porque no poseía la viña del pobre, su vecino. ¿Quién te parece más pobre: el uno, que estaba contento con lo suyo, o el otro, que deseaba lo ajeno? Nabot se nos muestra pobre en hacienda, y Ajab, pobre en el corazón. El deseo del rico no sabe ser pobre. La hacienda más abundante no es suficiente para saciar el corazón del avaro. Por eso hay divergencia entre el rico avaro, que envidia las posesiones de los demás, y el pobre. Pero consideremos ya las palabras de la Sagrada Escritura.

6. "Después de esto sucedió que Nabot de Jezrael tenía una viña en Israel, junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab habló a Nabot diciéndole:

Cédeme tu viña para hacer un huerto de legumbres, pues está muy cerca de mi casa. Yo te daré por ella otra viña, y si esto no te conviene, te daré en dinero su valor. Pero Nabot respondió: Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres. Ajab entonces se entristeció e irritó, se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer."

7. Había expuesto más adelante la Sagrada Escritura que Eliseo, aun siendo pobre, dejó sus bueyes y corrió tras Elías, y luego volvió, mató sus bueyes y los distribuyó entre el pueblo, y siguió a Elías. Para condena de los ricos, que este rey representa, se expone esto previamente, en cuanto que, a pesar de haber recibido beneficios de Dios, como Ajab, a quien Dios concedió el reino y la lluvia por la oración del profeta Elías, violan los mandamientos divinos.

8. Pero oigamos que dijo: "Dame." ¿Qué palabra es ésta sino de pobre? ¿Cuál es la voz con que se implora la caridad pública sino "dame"? Dame, porque necesito; dame, porque no poseo otro remedio de vida; dame, porque no tengo pan para comer, ni bebida, ni alimento, ni vestido; dame, porque a ti te dio el Señor bienes de donde debes repartir, y a mí, no; dame, porque si no me das, nada tendré; dame, porque esta escrito: "Dad limosna" (Luc. 11:41). ¡Cuán abyecta y vil esta palabra en este caso! No tiene el afecto de la humildad, sino el incendio de la codicia. ¡En la misma expresión cuánta desvergüenza! "Dame — dice — tu viña." Confiesa que no es suya, de modo que reconoce la pide indebidamente.

9. "Y te daré — dice — por ella otra viña." El rico desdeña lo suyo como vil y ambiciona lo que es ajeno como preciosísimo.

10. "Si esto no te conviene, te daré en dinero su valor." Pronto corrige su error, ofreciendo dinero por la viña. Nada quiere que otro posea quien anhela abarcarlo todo con sus posesiones.

11. "Y tendré — dice — un huerto de hortalizas." Este era el motivo de toda su locura y furor, que buscaba un huerto para viles hortalizas. Vosotros, ricos, no tanto deseáis poseer lo que es útil como quitar a los demás lo que tienen. Cuidáis más de expoliar a los pobres que de vuestra ventaja. Estimáis injuria vuestra si el pobre posee algo de lo que juzgáis digno de la posesión del rico. Creéis que es daño vuestro todo lo que es ajeno. ¿Por qué os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido creado para todos y unos pocos ricos intentáis reservároslo. Pues no sólo la posesión de la tierra, sino el mismo cielo, el aire, el mar, lo reclaman para su uso unos pocos ricos. Este espacio que tú encierras en tus amplias posesiones, ¿a cuánta muchedumbre podría alimentar? ¿Acaso los ángeles tienen divididos los espacios de los cielos, como tú haces cuando divides la tierra con mojones?

12. Exclama el profeta: "Ay de los que juntan casa a casa y finca a finca" (Is 5:8). Les acusa de avaricia estéril. Los ricos huyen de convivir con los hombres y por eso excluyen a sus vecinos. Pero no pueden huir totalmente, porque cuando les han excluido, encuentran a otros de nuevo, y cuando expulsan otra vez a estos es necesario que tengan a otros por vecinos. Pues no es posible que vivan solos sobre la tierra. Las aves se juntan con las aves y frecuentemente bandadas ingentes cubren el cielo con su vuelo; los animales se unen a los animales, y los peces, a los peces; ni buscan dañar, sino el comercio de la vida cuando se acogen a la compañía de otros y pretenden obtener protección por medio de la ayuda de una sociedad más frecuente. Sólo tú, hombre, excluyes al de tu misma naturaleza e incluyes a las fieras; construyes albergues para las fieras y destruyes los de los hombres. Dejas entrar el mar en tus predios para que no te falten monstruos y llevas hacia adelante los límites de tus tierras para que no puedas tener vecinos.

13. Escuchamos la voz del rico que pedía lo ajeno; oigamos ahora la voz del pobre que defendía lo suyo: "Guárdeme Dios de cederte la heredad de mis padres." Juzga que el dinero del rico es una especie de infección para él, como si dijera: "Sea ese dinero para perdición suya" (Hch 8:20), yo no puedo vender la heredad de mis padres. Aquí tienes un ejemplo que imitar, oh rico, si lo entiendes bien: que no vendas tu campo por noche de meretriz; que no transfieras tu derecho por atender los gastos de banquetes y placeres; que no adjudiques tu casa para cubrir los riesgos del juego, a fin de que no pierdas el derecho de la piedad hereditaria.

14. Oídas estas palabras, se turbó en su espíritu el rey avaro: "Se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer." Lloran los ricos si no pueden arrebatar lo ajeno. No pueden ocultar la fuerza de su tristeza si los pobres no ceden a sus pretensiones. Desean dormir y encubren su rostro para no ver que hay en la tierra algo que es posesión de otro, que hay en el mundo algo que no es suyo, para no oír que el pobre tiene una posesión al lado de la suya, para no escuchar al pobre que les contradice. Las almas de estos ricos son aquellas a las que dice el profeta: "Mujeres ricas, resurgid" (Is 32:9).

15. "Y no comió — dice — su pan," porque deseaba lo ajeno. Los ricos, en efecto, comen más que el suyo el pan ajeno, porque viven del robo y forman su hacienda con el producto de la rapiña. O acaso Ajab no comió su pan, queriendo castigarse con la muerte, porque se le había negado algo.

16. Compara ahora los afectos del pobre. Nada tiene, pero no sabe ayunar voluntariamente, a no ser para Dios y por necesidad. Ricos, arrebatáis todo a los pobres y no les dejáis nada; sin embargo, vuestra pena es mayor que la de ellos. Los pobres ayunan si no tienen; vosotros, incluso cuando tenéis. Así, pues, os irrogáis a vosotros mismos primero la pena que infligís a los pobres. Sois vosotros los que sufrís por vuestra pasión las tribulaciones de la pobreza mísera. Los pobres, ciertamente, no tienen de qué vivir, pero vosotros ni usáis vuestras riquezas, ni las dejáis usar a los demás. Sacáis el oro de las venas de los metales, pero de nuevo lo escondéis. ¡Cuántas vidas encerráis con este oro!

17. ¿Para quién guardáis las riquezas? Se lee sobre el rico avaro: "Atesora y no sabe para quién reúne sus riquezas." El heredero ocioso espera; el descontentadizo protesta porque tardáis en morir. Desdeña el aumento de su herencia y tiene prisa de apoderarse de ella para su daño. ¿Qué desgracia mayor que ni siquiera merezcáis agradecimiento de aquél para quien trabajáis? Por él soportáis todos los días el hambre triste y teméis dañarle en vuestra mesa; por él ayunáis diariamente.

18. Conocí a un rico que cuando marchaba al campo solía contar los panes más pequeños que llevaba de la ciudad, de tal modo que por el número de panes se hubiera podido conocer cuántos días había estado en el campo. No quería abrir el granero cerrado para que no disminuyera lo que guardaba. Destinaba un solo pan para cada día, que apenas era suficiente para sustentarle. Averigüé también de fuente fidedigna que cuando le ponían un huevo deploraba el pollo que se perdía. Os escribo esto para que conozcáis que la justicia de Dios es vengadora, la cual castiga por medio de vuestro ayuno las lágrimas de los pobres.

19. ¡Qué obra de religión sería tu ayuno si lo que no gastas en tu sustento lo dieras a los pobres! Más tolerable era aquel rico de cuya mesa el pobre Lázaro, hambriento, recogía las migajas que caían; pero también sus banquetes comprendían la sangre de muchos pobres, y sus vasos estaban empañados por la sangre de muchos cogidos en su trampa.

20. ¡Cuántos mueren para que dispongáis de lo que os deleita! ¡Cuán funesta es vuestra ansia y vuestra lujuria! Este cae de techos elevados por preparar amplios depósitos para vuestros granos. Aquél se precipita de la copa más alta de los árboles, mientras busca las clases de uva con las que preparar un vino digno de vuestros banquetes. Hay quien ha perecido ahogado en el mar porque temías que faltaran los peces o las ostras en tu mesa. Uno perece a causa del frío invernal para cazar liebres o agarrar aves con red. Otro, ante tus ojos, si acaso en algo te desagrada, es azotado hasta la muerte y su sangre salpica hasta los mismos banquetes. En fin, rico era aquél que mandó traer la cabeza del profeta pobre y no encontró otro premio que ofrecer a la danzarina, a no ser mandarle matar.

Padre que se ve obligado a vender a los hijos

21. Vi cómo un pobre era detenido porque se le obligaba a pagar lo que no tenía; vi cómo era encarcelado porque había faltado el vino en la mesa del poderoso; vi cómo ponía en subasta a sus hijos para diferir en el tiempo la pena. Con la esperanza de hallar a alguien que le ayudase en esta necesidad vuelve el pobre a su alojamiento con los suyos y ve que no hay esperanza, que nada les quedaba para comer; llora otra vez el hambre de sus hijos y se duele de no haberlos vendido más bien a aquél que hubiera podido alimentarlos. Reflexiona nuevamente y toma la decisión de vender algún hijo. Sin embargo, desgarraban su corazón dos sentimientos opuestos: el temor de la miseria y la piedad paterna; el hambre exigía dinero; la naturaleza le pedía cumplir su deber de padre. Dispuesto a morir juntamente con sus hijos antes que tener que desprenderse de ellos, muchas veces echó a andar y otras tantas se volvió atrás. Sin embargo, acabó por vencer la necesidad, no el amor; y la misma piedad cedió ante la necesidad. (...)

Lujo de las mujeres. Naturaleza de las riquezas

26. Las mujeres se complacen en las cadenas con tal que sean de oro. No reparan en su peso, siempre que sean preciosas; no piensan que son ligaduras si en ellas centellean las alhajas. También se complacen en las heridas, con el fin de adornar de oro las orejas y hacer pender de ellas las gemas. Las joyas son pesadas y los vestidos ligeros no abrigan: sudan por las joyas que llevan y se hielan con los vestidos de seda; sin embargo, les agrada el precio y lo que repugna a la naturaleza lo recomienda la avaricia. Buscan con pasión furiosa esmeraldas y jacintos, berilos, ágatas, topacios, amatistas, jaspes; aunque se les pida la mitad de su hacienda, no temen el dispendio con tal de satisfacer sus deseos. No niego que sea agradable cierto fulgor de estas piedras, pero no dejan de ser piedras. Ellas mismas, pulidas en contra de su naturaleza, al perder su aspereza, nos advierten que debemos poner remedio antes a la dureza de la mente que a la de las piedras.

27. ¿Qué médico puede añadir un día a la vida de un hombre? ¿A quién redimieron sus riquezas del infierno? ¿Qué enfermedad mitigó el dinero? "No está la vida del hombre en la abundancia de sus riquezas" (Luc 12:15). "Nada aprovechan los tesoros a los injustos, pero la justicia libra de la muerte" (Prov l0:2). Oportunamente exclama el profeta: "Si afluyen las riquezas, no queráis apegar el corazón a ellas" (Sal 61:11). Pues, ¿de qué me sirven si no me pueden librar de la muerte? ¿Qué me aprovechan si no las puedo llevar conmigo cuando me muera? En este mundo se adquieren y aquí se dejan. Son un sueño, no un patrimonio verdadero. De aquí que acertadamente el mismo profeta diga de los ricos: "Durmieron su sueño todos los varones de las riquezas y no encontraron nada en sus manos" (Sal 75:6); es decir, se hallaron con las manos vacías los ricos que nada dieron a los pobres. No aliviaron en vida la miseria de alguien y no pudieron encontrar, después de la muerte, nada que les sirviera de ayuda.

Inquietud e intranquilidad del rico

28. Considera el mismo nombre de rico. "Dite," llaman los paganos al jefe de los infiernos, al árbitro de la muerte; también el rico recibe el nombre de "dite," porque no sabe salir de la muerte: reina sobre cosas muertas y tendrá su morada en el infierno. ¿Pues qué es el rico, a no ser un abismo insondable de riquezas, un hambre y sed insaciables de oro? Cuanto más atesora, tanto más se enciende su codicia. Por eso advierte el profeta: "Quien ama el dinero no se ve harto de él" (Eccle 5:9). Y poco después: "También esto es un triste mal, que como vino, así haya de volverse y nada pueda llevarse de cuanto trabajó, y sobre esto pasar todos los días de su vida en tinieblas, en dolor, en ira y miseria" (ibíd 15:6). Es más tolerable la condición de los siervos que la suya. Aquéllos sirven a los hombres; él, al pecado, porque "quien peca — como dice el apóstol — esclavo es del pecado." Siempre está apresado, siempre en cadenas, nunca libre de grillos, porque siempre es responsable de crímenes. ¡Cuán mísera esclavitud servir al pecado!

29. El rico no conoce ni siquiera los dones de la misma naturaleza, ni el reposo del sueño, ni el gusto del manjar sabroso, porque nunca está libre de su esclavitud. "Dulce es el sueño del esclavo, coma poco o mucho; pero al opulento no hay quien le deje dormir." Le excita la codicia, le agita el cuidado de arrebatar lo ajeno, le atormenta la envidia, le impacienta la tardanza, le perturba la escasez de las cosechas, le hace solícito la abundancia. Por eso, aquel rico, cuyas posesiones produjeron una cosecha abundante, pensaba dentro de sí: "¿qué haré, pues no tengo donde recoger mis frutos?"; y se dijo: "Esto haré: destruiré mis graneros y los haré mayores; en ellos guardaré todos los bienes que recolecte y diré a mi alma: alma, posees bienes abundantes para muchos años; descansa, come, bebe, ten banquetes" (Luc 12:17-9). Pero Dios le dijo entonces: "Necio, esta noche te pedirán tu alma; todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (ibíd. 20). Ni siquiera Dios deja dormir al rico. Lo llama mientras reflexiona, lo despierta cuando duerme.

30. Pero es el mismo rico quien no se deja en paz a sí mismo, porque le trae inquieto la abundancia de sus riquezas y, aun en tanta prosperidad, pronuncia una frase de pobre. "¿Qué haré?" ¿Acaso no es ésta voz de pobre, que no tiene lo necesario para vivir? En la mayor miseria, el pobre dirige la vista a su alrededor, escudriña su casa y nada encuentra que le pueda servir de alimento. Considera que no hay nada más triste que perecer de hambre y morir por falta de alimentos. Busca abreviar su muerte con suplicio más tolerable. Empuña la espada, cuelga el lazo, prepara el fuego, comprueba el veneno y, dudoso en la elección de uno de estos medios, dice: "¿Qué haré?" En fin, atraído por la suavidad de esta vida, desea revocar su decisión si puede encontrar bienes para vivir. Ve que todo está desnudo a su alrededor y vacío, y dice otra vez: "¿Qué haré? ¿Dónde encontraré alimento y vestidos? Quiero vivir si encuentro cómo sostener mi vida. Pero, ¿con qué medios, con qué ayuda?"

31. "¿Qué haré — dice — yo, que no tengo nada?" También el rico exclama que no tiene. Esta expresión es de pobre. Se lamenta de escasez aquél que recogió una cosecha abundante. "No tengo — dice — dónde encerrar mi cosecha." Parece como si dijera: "No tengo los frutos necesarios para vivir." ¿Es acaso feliz quien se ve angustiado en sus riquezas? En realidad, es más desgraciado este rico con toda la abundancia de sus bienes que el pobre en peligro de perecer de miseria. Pero el pobre tiene excusa en su desgracia, sufre una injusticia, tiene a quién culpar; el rico no tiene a quién achacar su miseria fuera de sí.

Uso social de las riquezas

32. Y dijo el rico: "Esto haré: destruiré mis graneros."Ni siquiera pasó por su imaginación decir: "Abriré mis graneros para que entren quienes no pueden remediar su hambre; vengan los necesitados, entren los pobres, llenen sus senos; destruiré las paredes que excluyen al hambriento. ¿Por qué voy a esconder lo que Dios hace abundar para comunicarlo? ¿Para qué voy a cerrar con cerrojos el trigo, con el cual Dios ha llenado toda la extensión de los campos, donde nace y crece sin custodia?"

33. La esperanza del avaro se desvanece. Los graneros viejos revientan con la nueva cosecha. Pero ni aun así dice: "Tuve bienes y los guardé en vano; he recolectado mucho más, ¿para qué los voy a almacenar? He buscado ávidamente hacer subir el precio y he perdido toda la ganancia que esperaba. ¿Cuántas vidas de los pobres pudo preservar el trigo de los años anteriores? Ya no más guardaré estos bienes hasta que suban los precios, pues se ha de estimar más la gracia que el dinero. Imitaré a José en su pregón de humanidad; clamaré con gran voz: Venid, pobres, comed de mi pan, ensanchad vuestros senos, recibid el trigo." La abundancia del rico, la fecundidad de toda la tierra, debe ser un bien de todos. Pero tú no hablas así, sino que dices: "Destruiré mis graneros." Con razón dices los destruyes, ya que no revierten en el pobre agobiado. Tus graneros son receptáculos de iniquidad, no instrumentos de la caridad. En verdad, destruye quien no sabe edificar sabiamente. Destruye sus bienes todo rico que olvida lo eterno. Destruye sus graneros porque no sabe repartir su trigo, sino encerrarlo.

34. "Y los haré — dice — mayores." Infeliz, mejor sería que distribuyeras entre los pobres lo que te vas a gastar en la edificación. Al mismo tiempo que rechazas el beneficio de la liberalidad sufres de grado el coste de la edificación.

35. Y añade: "Reuniré en él todos los frutos que he recolectado y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes." El avaro se siente arruinado por la abundancia de las cosechas, cuando considera el bajo precio de los alimentos. La fecundidad es un bien para todos, pero la mala cosecha sólo es ventajosa al avaro. Se goza más de la enormidad de los precios que de la abundancia de productos y prefiere tener algo solo que vender a todos. Obsérvalo. Teme la superabundancia de trigo que, rebosando de los hórreos, vaya a parar a manos de los pobres y sea ocasión para los necesitados de adquirir algún bien. El rico reclama para sí sólo el producto de las tierras, no porque quiera usarlo él, sino para negarlo a los demás.

36. "Tienes — dice — muchos bienes." No sabe enumerar el avaro otros bienes que los que son lucrativos. Pero le concedo que sean bienes las riquezas. ¿Por qué, pues, os servís de lo que es bueno para hacer el mal, cuando debierais hacer el bien con lo que es malo? Escrito esta: "Haceos amigos de las riquezas de iniquidad" (Luc 16:9). Por tanto, para aquellos que las saben usar son bienes, y para los que no, males ciertamente. "Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente" (Sal 111:3). Son bienes si las distribuyes entre los pobres, y de este modo constituyes a Dios en deudor tuyo de un préstamo de piedad. Son bienes si abres los graneros de tu justicia y te haces pan de los pobres, vida de los necesitados, ojos de los ciegos, padre de los niños huérfanos.

37. Tienes posibilidad de hacerlo, ¿qué temes? Estoy de acuerdo con tus palabras. Tienes muchos bienes guardados para muchos años; luego podéis abundar en ellos no sólo tú, sino todos los demás. Tienes en tus manos el bienestar de todos, ¿por qué entonces destruyes tus graneros? Yo te muestro dónde puedes guardar mejor tu trigo, dónde puedes estar seguro que no te lo arrebatarán los ladrones. Dalo a los pobres; en ellos no lo consume el gorgojo ni lo corrompe el trascurso del tiempo. Tienes almacenes a tu disposición: el seno de los necesitados, las casas de las viudas, las bocas de los niños, donde se te pueda decir: "En las bocas de los niños y lactantes hallaste perfecta alabanza" (Sal 8:3). Estos son los graneros que duran eternamente; éstos son los graneros a los cuales las cosechas futuras no pueden hacer pequeños.

Porque, ¿qué harías nuevamente si otra vez tuvieras una cosecha abundantísima el próximo año? De nuevo tendrías que destruir los graneros que piensas edificar este año y hacerlos mayores. Dios te concede la prosperidad para vencer o condenar tu avaricia, a fin de que no puedas tener excusa. Pero lo que El hizo nacer por tu medio para muchos te lo reservas para ti solo, y ciertamente para ti mismo lo pierdes, pues más ganarías tú mismo si lo repartieras entre los demás. El fruto de estos dones revierte en los mismos que los comunican, y la gracia de la liberalidad la recibe el liberal. Puesto que está escrito: "Sembrad para la justicia" (Os 10:12), sé agricultor espiritual, siembra lo que te sea provechoso. Si la tierra te devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuanto más el premio de la misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres.

Muerte, riquezas y comunicación

38. En fin, hombre cualquiera que seas, ¿no sabes que el día de la muerte puede adelantarse a la cosecha, pero que la misericordia excluye de la muerte al que la ha merecido? Ya están presentes quienes requieren tu alma, y tú todavía difieres el fruto de tus buenas obras. ¿Crees que aún te queda largo tiempo de vida para cambiar? "Necio, esta noche te pedirán tu alma" (Luc 12:20). Dice bien "esta noche," pues de noche será exigida el alma del avaro: empieza en tinieblas y permanece en ellas. Para el avaro siempre es noche, y día para el justo. De éste se dijo: "En verdad, en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc 23:34). "El necio cambia como la luna" (Eccle 27:12). "Pero los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13:43). Con razón es acusado de necedad quien coloca su esperanza en comer y beber. Y por eso les urge el tiempo de la muerte, según la frase de los que sirven a la gula: "Comamos y bebamos, mañana moriremos" (Is 22:13). Se le llama necio acertadamente, porque proporciona lo corporal a su alma e ignora para quién guarda las cosas a las que sirve.

39. Por tanto, se le dice: "Los bienes que allegaste, ¿para quién serán?" (Luc 12:20). ¿Por qué todos los días mides, cuentas y pones sello a tu dinero? ¿Por qué pesas diariamente el oro y la plata? ¡Cuánto más te valdría ser dispensador liberal que guarda solícito! ¡Cuánto más te aprovecharía para la gracia que tuvieras selladas tus muchas balanzas en un saco! Pues el dinero lo dejamos en este mundo, pero la gracia de las buenas obras nos acompañará como mérito en el Juicio final.

40. Pero quizá repliques lo que vosotros los ricos soléis decir generalmente: "Que no debemos socorrer al que Dios maldice y quiere que sufra necesidad." Pero no han sido malditos los pobres, ya que de ellos está escrito: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5:3). No del pobre, sino del rico dice la Escritura: "El que recibe usura del trigo será maldito" (Prov 11:26). Tú no debes, por otra parte, considerar los méritos de cada uno. Pertenece a la misericordia no juzgar los méritos, sino ayudar en las necesidades: socorrer al pobre. No examinar la justicia. Pues está escrito: "Bienaventurado quien entiende en el necesitado y el pobre" (Sal 40:2). ¿Quién es el que entiende? Quien le compadece, quien advierte que es participante de su misma naturaleza, quien sabe que Dios hizo al rico y al pobre, quien cree que santifica sus frutos si destina alguna parte de ellos para los pobres. Por consiguiente, cuando tengas de dónde hacer bien, no te retrases diciendo: "Mañana daré," a fin de que no pierdas la prosperidad que te permite dar. Es peligroso diferir el socorro a otro. Puede suceder que, mientras dilatas tu ayuda, muera el necesitado. Apresúrate más que la muerte, no sea que mañana te domine la avaricia y desistas de tus promesas.

Jezabel es figura de la avaricia

41. Pero, ¿por qué decirte que no demores la liberalidad? Ojalá no te apresures para la rapiña, ni arrebates lo que ambicionas, ni exijas lo que no es tuyo, ni te apoderes de lo que te niegan; ojalá soportes pacientemente la negativa y no escuches la voz de aquella Jezabel, que es la avaricia, que te dice con cierto dejo de vanidad: "Yo te proporcionaré la viña que deseas. Estás triste porque quieres observar, como medida de la justicia, no apoderarte de lo ajeno. Yo tengo mis derechos y mis leyes; acusaré falsamente al pobre para robarle y le quitaré la vida, si es preciso, para arrebatarle su posesión."

42. ¿Qué otra cosa se quiere describir en esta historia a no ser la avaricia del rico, que es un torrente que todo lo arrolla y destroza? Jezabel representa esta avaricia, y no hay una sola, sino muchas, ni es solamente de una época, sino de todos los tiempos. Ella dice a todos, como la Jezabel de la historia dijo a su marido, Ajab: "Levántate, come y vuelve en ti; yo te daré la viña de Nabot de Jezrael."

43. Y escribió ella unas cartas en nombre de Ajab y las selló con el sello de éste y se las mandó a los ancianos y a los magistrados que vivían con Nabot. He aquí lo que escribió en las cartas: "Promulgad un ayuno y traed a Nabot delante del pueblo y preparad dos malvados que depongan contra él diciendo: Tú has maldecido a Dios y al rey; y sacadle luego y lapidadle hasta que muera."

Falso e inútil ayuno de los ricos. Su hipocresía

44. ¡Cuán vivamente expresa la Sagrada Escritura el modo de obrar de los ricos! Se entristecen si no pueden robar lo ajeno: dejan de comer, ayunan, no para reparar sus pecados, sino para preparar el crimen. Y tal vez les ves venir a la iglesia oficiosos, humildes, asiduos, para obtener que se lleve a efecto su delito. Pero les dice Dios: "El ayuno que me agrada no es encorvar la cabeza como junco y acostarse en saco y ceniza. No llaméis a este ayuno aceptable. ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? — dice el Señor — . Romper todas las ataduras de la injusticia, deshacer los vínculos opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo inicuo; que partas tu pan con el hambriento, que acojas en tu casa al pobre sin techo, que si ves al desnudo le vistas y no desprecies a tus hermanos. Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salud y te precederá la justicia y la gloria de Dios te rodeará; entonces llamarás al Señor y te oirá. Aún no hahreis acabado de hablar y te dirá: Aquí estoy" (Is 58:5-9).

45. ¿Oyes, rico, lo que dice el Señor? Y tú vienes a la iglesia, no para distribuir algo al pobre, sino para quitárselo; ayunas, no para que el gasto de tu comida vaya en beneficio de los pobres, sino para apoderarte incluso de sus despojos. ¿Qué pretendes con el libro, las cartas, el sello, las anotaciones y el vínculo de la ley? ¿No has oído? "Rompe todas las ligaduras de la injusticia, deshaz los vínculos opresores, deja ir a los oprimidos y quebranta todo yugo inicuo. Tú me ofreces las tablas en que está escrita la ley, yo te opongo la ley de Dios; tú escribes con tinta, yo te repito los oráculos de los profetas, escritos bajo inspiración de Dios; tú preparas falsos testimonios, yo pido ci testimonio de la conciencia, de cuyo juicio no puedes huir ni librarte, cuyo testimonio no podrás recusar en el día en que Dios revelará las obras ocultas de los hombres. Tú dices: "Destruiré mis graneros" (Luc 12:18); pero Dios dice: "Despréndete más bien de lo que encierra el granero, dalo a los pobres, que aprovechen estos recursos los necesitados." Tú dices: "Los haré mayores y reuniré en ellos mis cosechas por grandes que sean." Pero el Señor te dice: "Parte tu pan con el hambriento." Tú dices: "Quitaré a los pobres su casa."Pero el Señor te dice: "Recibe en tu casa a los necesitados que no tienen techo." ¿Cómo quieres, rico, que Dios te oiga, cuando tú no piensas que debes escuchar a Dios? Si no se acepta la arbitrariedad del rico, se inventa una causa y se estima injuria a Dios la negativa a la petición del rico.

46. "Nabot ha maldecido — dice — a Dios y al rey." Equipara a las personas para que parezca igual la ofensa. "Maldijo — dice — a Dios y al rey." Se buscaron dos testigos inicuos. También por dos testigos fue apetecida Susana, y dos testigos encontró también la Sinagoga que depusieron contra Jesús falsamente, y con dos testimonios es asesinado el pobre. "Luego sacaron a Nabot fuera de la ciudad y le lapidaron." ¡Si al menos hubiese podido morir entre los suyos! Pero el rico quiere quitar al pobre hasta la sepultura.

47. "Y sucedió que como oyese Ajab la muerte de Nabot, rasgó sus vestiduras y se vistió de cilicio. Y después de esto se levantó y descendió a la viña de Nabot de Jezrael para tomar posesión de ella." Los ricos, si no obtienen lo que desean, para hacer daño se airan y calumnian. Después fingen pesar; sin embargo, tristes y como afligidos, no de corazón, sino de rostro, marchan al lugar de la rapiña a tomar posesión inicua del fruto de su agresión.

48. Este hecho conmueve a la justicia divina, que condena al avaro con merecida severidad. "Mataste — se le dice — y te adueñaste de la heredad. Por eso en el lugar en el que los perros lamieron la sangre de Nabot lamerán también la tuya propia y las meretrices se lavarán en ella." ¡Cuán justa y cuán severa sentencia, que la muerte acerba que el rey causó la sufriera él mismo con todo su horror! Dios ve al pobre insepulto y establece que quede también sin sepultura el rico; Él quiere que pague, también muerto, sus iniquidades, porque no tuvo piedad ni siquiera de un muerto. El cadáver del rey, empapado en la sangre de sus heridas, muestra, con este género de muerte violenta, la crueldad de su vida. Cuando sufrió esta muerte el pobre fue inculpado el rico; cuando la recibió el rico fue vengada la muerte del pobre.

49. ¿Y qué significa que las meretrices se lavaran en su sangre, sino la perfidia propia de las prostitutas en que cayó el rey con su egoísmo salvaje, o la lujuria cruenta de él, que fue tan lujurioso hasta desear las hortalizas y tan sanguinario que por ellas mató a Nabot? Digna pena castiga al avaro y a la avaricia. En fin, también a Jezabel la devoraron los perros y las aves del cielo para dar a entender qué fin espera al rico en su sepultura. Huye, pues, rico, de las muertes de esta clase. Pero huirás de ellas si huyes de estos crímenes. No quieras ser otro Ajab, de modo que ambiciones la posesión del vecino. No cohabite contigo Jezabel, aquella avaricia feroz, pues te persuadirá para que mates, no refrenará tu codicia, sino la excitará; te hará más desgraciado aunque logres alcanzar lo que desea, te hará desnudo aunque seas rico.

Riqueza y pobreza

50. El que abunda en todo se cree el más pobre, porque estima que le falta todo lo que es poseído por otros. De todo el mundo carece aquél a quien para saciar su codicia no le basta el mundo entero; pero el fiel posee todas las riquezas de la tierra. Quien considerando su conciencia teme ser capturado, huye de todos los hombres. Por eso, según la historia, Ajab dijo a Elías, pero, según el sentido oculto, el rico al pobre: "Me hallaste, enemigo mío." ¡Qué conciencia más mísera que se duele de ser descubierta!

51. Y le dijo Elías: "Te hallé porque hiciste mal ante los ojos del Señor." Se trataba de un rey, Ajab, rey de Samaria, y de Elías, pobre, que carecía de pan y hubiese muerto de hambre, a no haber sido sustentado por los cuervos. Mas tan abyecta era la conciencia del rey pecador, que ni siquiera el fasto del poder real le podía dar dignidad. Por eso como persona vil e indigna dijo: "Me encontraste, enemigo mío." Descubriste en mí las cosas que creía ocultas, nada se te esconde de mi espíritu: me hallaste, te son patentes mis pecados, soy cautivo tuyo. El pecador es descubierto cuando su iniquidad es proclamada; pero el justo dice: "Me probaste con el fuego y no hallaste en mí iniquidad" (Sal XVI, 3). Adán fue descubierto cuando se escondía; pero nadie ha encontrado la sepultura de Moisés. Fue hallado Ajab, pero no Elías. Y la sabiduría de Dios dice: "Me buscarán los malos y no me encontrarán" (Prov 1:28). Por eso, según el Evangelio, también buscaban a Jesús y no le encontraban (Joan VII, 21). Es la culpa, pues, la que descubre a su autor. Por lo cual Elías dijo a Ajab: "Hallé que hiciste mal en la presencia de Dios," porque el Señor entrega a los reos de culpa, pero a los inocentes no les abandona al poder de sus enemigos. En fin, Saúl buscaba a David y no podía encontrarle; pero David, que no le buscaba, encontró al rey Saúl, porque se lo entregó Dios a su arbitrio. La riqueza, pues, nos hace esclavos; la pobreza, libres.

Difusión de las riquezas, comunicación y justicia

52. Vosotros, ricos, sois esclavos, y vuestra esclavitud es miserable porque servís al error, a la concupiscencia y a la avaricia que nunca se sacia. La avaricia es como un abismo sin fondo que hunde cada vez más lo que agarra, y como un pozo que, cuando rebosa, se llena de cieno y cae la tierra alrededor, infectándose más y más. También os conviene sacar una enseñanza de este ejemplo. En efecto, si de un pozo no se extrae nada, fácilmente se corrompe el agua por la inactividad y la hondura; por lo contrario, el sacarla frecuentemente hace al agua límpida y potable. Así sucede con un conjunto de riquezas, montón de polvo si no se utiliza, se hace precioso por el uso y permanece inútil si se mantiene guardado. Extrae, pues, algo de este pozo. El agua apaga el fuego ardiente y la limosna borra los pecados; pero el agua estancada pronto cría gusanos. No permanezca inmóvil tu tesoro, a fin de que no te rodee continuamente el fuego. Y te rodeará si no empleas tu tesoro en obras de misericordia. Considera, rico! en qué incendio estas metido. Tu voz es la de aquél que decía: "Padre Abrahán, di a Lázaro que moje el extremo de su dedo en agua y humedezca mi lengua" (Le XVI, 24).

53. A ti mismo te aprovecha lo que dieres al necesitado; para ti mismo aumenta lo que disminuye tu hacienda. Te alimenta a ti el pan que dieres al pobre, porque quien se compadece del pobre se sustenta a sí mismo de los frutos de su humanidad. La misericordia se siembra en la tierra y germina en ci cielo. Se planta en el pobre y se multiplica delante de Dios. "No digas — te ordena el Señor mañana daré" (Prov III, 28). Quien no sufre que tú digas "Mañana daré," ¿con-lo podrá soportar que contestes "No daré"? No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos; pero son muchos menos los que gozan de ella que los que gozan. Pagas, pues, un débito, no das gratuitamente lo que no debes. "Presta atención, sin enojarte, al pobre, y paga tu deuda, y respóndele con benignidad y mansedumbre" (Eccle IV, 8).

Igualdad del rico y el pobre. El oro prueba al hombre

54. ¿Por qué, pues, rico! eres soberbio? ¿Por qué dices al pobre: "No me toques"? ¿Acaso no has sido concebido y has nacido como él? ¿Por qué te jactas de la nobleza de tu progenie? Soléis examinar también el origen de vuestros perros, como el de los ricos, e igualmente la nobleza de vuestros caballos, como la de los cónsules. Aquél fue engendrado por tal padre y nació de tal madre; aquél se gloria de tal abuelo; el otro se envanece de su bisabuelo. Pero todo esto de nada sirve al caballo que corre: no se da la palma de la victoria a la nobleza de origen, sino a la velocidad del caballo. ¡Más sujeta está al deshonor una vida en la cual se pone a prueba también la nobleza de origen! Ten cuidado, rico, no deshonres en ti los méritos de tus mayores, para que no se les pueda decir: "¿Por qué elegisteis a tal heredero?" No consiste el mérito del heredero en los artesonados dorados ni en las mesas de pórfido. Este mérito no es de los hombres, sino de las minas, en las cuales los hombres son castigados. Son los pobres quienes excavan el oro, a quienes después se les niega. Pasan fatigas para buscar y descubrir lo que después nunca podrán poseer.

55. Me admiro, ricos, de que creáis poder envaneceros tanto en el oro, pues es más materia de tropiezo que don recomendable. "Piedra de escándalo es el oro, ¡y ay de los que van tras él! Bienaventurado es el rico que es hallado sin mancha y no corre tras el oro ni espera en los tesoros" (Eccl XXI, 8). Pero como si no existiese sobre la tierra un tal hombre, quiere representárselo: "Quién es éste — dice — y le alabaremos": hizo algo digno de gran admiración, que debemos reconocer como desusado. Quien en las riquezas ha sido probado es verdaderamente perfecto y digno de gloria. "Porque pudo pecar y no pecó; hacer mal y no lo hizo" (ibíd., 18). El oro, en el cual hay tanto peligro de pecado, no es, pues, para vosotros motivo de gracia, sino de castigo.

Inmunidad de los ricos. Uso recto de la riqueza

56. ¿Os enorgullece acaso la amplitud de vuestros palacios, la cual más bien os debiera afligir, porque aunque pudieran albergar a todo el pueblo os aíslan de los clamores de los pobres? Si bien de nada os serviría oírlos, ya que, una vez oídos, nada hacéis. Vuestros mismos palacios deberían ser motivo de vergüenza para vosotros, porque, edificando, queréis superar vuestras riquezas y, sin embargo, no las vencéis. Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres. El pobre desnudo gime ante tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un hombre desnudo quien te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con que recubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene; es un hombre que busca pan y tus caballos tascan el oro bajo sus dientes. Te gozas en los adornos preciosos, mientras otros no tienen qué comer. ¡Qué juicio más severo te estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras los graneros; el pueblo implora y tú exhibes tus joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a tantas vidas de la muerte y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían podido salvar las piedras de tu anillo.

57 Escucha qué modo de hablar conviene al rico: "Libré al pobre de la mano del poderoso y ayudé al huérfano que no tenía quien mirara por él. Caía sobre mí la bendición del miserable y la boca de la viuda me glorificaba. Vestíame de justicia; era ojo para los ciegos y pies para el cojo" (Job XXIX, 13-6). Y continúa un poco después: "No se quedaba fuera de mi casa el extranjero y abría mi puerta al viandante. Si pequé imprudente, no oculté mi culpa ni temí a la multitud de la plebe, de modo que no la reconociera ante los presentes. Si consentí que el enfermo saliera de las puertas de mi casa, vacío. Si tuve algún depósito de deudor y no lo devolví sin retraso, aun sin recuperación de la deuda" (Job XXXI, 32-4).

Mas, ¿por qué repetir que él confesó que lloraba con los que lloraban y se dolía cuando veía a un hombre necesitado y a sí mismo lleno de bienes? Entonces se sentía más desdichado, cuando veía que él poseía y los demás estaban en la indigencia. Si esto dijo aquel que nunca hizo llorar a las viudas, ni comió su pan solo, sin dar parte de él al huérfano, al cual desde su juventud cuidó, aumentó y educó con el afecto de un padre; que nunca menospreció al desnudo, que enterró al muerto, que calentó a los enfermos con los vellones de sus ovejas, que no oprimió al huérfano, que nunca se deleitó en las riquezas ni se congratuló en la caída de sus enemigos; si quien esto hizo se vio necesitado teniendo tan grandes riquezas y nada sacó de tan gran patrimonio, excepto el fruto de la misericordia, ¿qué puedes esperar tú, que no sabes usar tu patrimonio, que en tantas riquezas llevas una vida miserable, porque a nadie socorres ni ayudas?

58. Tú, que entierras el oro, eres, por tanto, guardia de tu hacienda, no señor de ella; eres administrador de él, no árbitro. Pero donde está tu tesoro allí está tu corazón. Por eso con el oro entierras tu corazón. Vende más bien el oro y compra la salvación; vende la piedra preciosa y compra el reino de los cielos; vende tu campo y asegúrate la vida eterna. Te propongo la verdad, atestiguada por las palabras del Señor: "Si quieres ser perfecto — dice —, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo (Mt XIX, 21). Procura no entristecerte al oír estas palabras para que no se te diga como a aquel joven rico: "Cuán difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen dinero" (Mc X, 32). Cuando leas estas palabras considera más bien que la muerte te puede arrebatar todo lo que posees y que puede quitártelo quien está sobre ti, porque aspiras a cosas pequeñas en lugar de grandes, a caducas en vez de eternas, a tesoros de dinero en lugar de tesoros de gracia. Aquéllos se corrompen, éstos son eternos.

59. Considera que no posees tú solo estos tesoros; los posee también la carcoma y el orín que consume al dinero. Estos son los compañeros que te proporciona la avaricia. Mira, por el contrario, a quienes te ofrecen la generosidad como deudores: "Muchos serán los labios de los justos que te bendigan como espléndido en pan, y los que darán testimonio de tu bondad" (Eccl 31:28). La generosidad hace deudor tuyo a Dios Padre, quien por toda dádiva con que se socorre al pobre paga usura, como deudor de buen crédito. Hazte deudor al Hijo de Dios, que dice: "Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me cubristeis" (Mt 26:35-6). Declara que se le entrega a Él mismo lo que se haga a uno de sus pequeños sobre la tierra.

Verdadera riqueza y posesión. Dominio divino

60. Tú, hombre, no sabes atesorar riquezas. Si quieres ser rico, sé pobre en este mundo para que seas rico en Dios. Es rico en Dios quien es rico en la fe; es rico en Dios quien es rico en misericordia; es rico en Dios quien es rico en simplicidad; es rico en Dios quien es rico en sabiduría y en ciencia. Hay quienes son ricos en la pobreza, y quienes son pobres en la riqueza. Son ricos los pobres cuya extrema pobreza abundó en la riqueza de su simplicidad; pero los ricos padecieron necesidad y tuvieron hambre. Pues no en vano está escrito: "Los pobres serán antepuestos a los ricos y los siervos darán prestado a sus propios señores" (Prov 17:2), porque los ricos y los señores siembran lo malo y superfluo, de lo cual no recogen frutos, sino espinas. Por eso los ricos serán súbditos de los pobres y los siervos prestarán a sus dueños en lo espiritual, como aquel rico que suplicaba al pobre Lázaro le diera una gota de agua. Puedes hacer tú también, ¡oh rico! que se cumpla el sentido de esta sentencia: da con largueza al pobre y prestarás a Dios, pues quien es liberal con el pobre da prestado a Dios.

63. Declara expresamente el Profeta quiénes son todos éstos al decir: "Todos los varones de riquezas" (Sal 75:6); todos, dice, no exceptúa a ninguno. Y acertadamente les da el nombre de varones de riquezas, no riquezas de varones para dar a entender que no son poseedores de sus riquezas, sino al revés, poseídos por ellas. La posesión debe ser del poseedor, no el poseedor de la posesión. Pues todo el que no usa de su patrimonio como poseedor, que no sabe dar con largueza y repartir a los pobres, es siervo de su hacienda, no señor de ella, porque guarda las riquezas ajenas como criado y no usa de ellas como señor.

Por tanto, en este sentido decimos que el hombre es de las riquezas, no las riquezas del hombre. El entendimiento es bueno para los que usan de él; pero quien no entiende no puede reclamar la gracia del entendimiento y por eso le adormece el sueño de la ebriedad. De este modo, los varones duermen su sueño; es decir, el suyo, no el de Cristo. Y porque no duermen el sueño de Cristo no poseen su paz, ni resucitarán con El, que dijo: "Yo dormí, reposé y resucité porque el Señor me acogió" (Sal III, 6).

67. Dirigiéndose a vosotros, el Profeta os dice: "Orad y convertíos al Señor, nuestro Dios" (Sal LXXV, 12); es decir, no queráis desentenderos, el tiempo apremia, orad por vuestros pecados, devolved por los beneficios recibidos los bienes que tenéis. De El recibisteis lo que ofrecéis: de El mismo es lo que le pagáis. "Dones míos — dice — (1 Crón XXIX, 14) y dádivas mías son todo esto que me ofrecéis; yo os lo di y doné." En fin, el Profeta dice: "No necesitáis de mis bienes" (Sal XV, 2); por tanto, te ofrezco lo tuyo, porque no tengo nada que no me hayas dado. La fe es la que ofrece los dones; la humildad, la que los hace agradables. Abel ofreció a Dios con fe muchas hostias, y las ofrendas de Abel agradaron a Dios más que los dones de Caín, porque su fe era superior. ¿Por qué razón, en efecto, agrada a Dios la ofrenda del pobre más que la del rico? Porque el pobre es más rico en fe y sobriedad, y aun cuando sea pobre, de él es de quien se dice: "Te ofrecen presentes reales" (Sal LXVII, 30).

El Señor Jesús no se compadece en los que le hacen ofrendas vestidos de púrpura, sino en los que dominan sus propios movimientos, a la sensualidad del cuerpo con la fuerza del espíritu. Por tanto, orad, ricos. No poseéis en vuestras obras lo que agrada a Dios. Orad por vuestros pecados y crímenes y restituid los dones a Dios nuestro Señor. Restituidle en el pobre, pagadle en el necesitado, prestadle en el indigente, pues no podéis aplacarle por vuestros delitos de otra forma. A quien teméis como vengador, hacedle deudor. "Yo no recibiré becerros de tu casa, ni machos cabríos de tus rebaños, porque son mías todas las bestias de los bosques" (Sal XLIX, 9-10). Lo que me ofrecieres, mío es, porque todo el universo es mío. No os exijo lo que es mío, sino lo que me podéis ofrecer vuestro, el afecto de devoción y de fe. No me deleito en el deseo de sacrificios: únicamente, ¡oh hombre! "ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo" (ibíd., 14)12.

 

El Cuerpo de Cristo (Los sacramentos IV, 5-25).

Os aproximáis al altar. Nada más comenzar a venir, los ángeles os han mirado. Han visto que os acercáis al altar, y vuestra condición humana, que antes estaba manchada por la oscura fealdad de los pecados, la han visto súbitamente brillar. Y así se han preguntado: ¿quién es ésta que sube del desierto llena de blancura? (Cant 8:5). Los ángeles se admiran; ¿quieres saber cuál es la causa de su admiración? Escucha al Apóstol Pedro decir que se nos ha dado aquello que los mismos ángeles desean contemplar (cfr. 1 Re 1:12). Escucha de nuevo: lo que ojo no vio — dice —, ni oído oyó, eso es lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2:9).

Considera atentamente lo que has recibido. El santo profeta David vio esta gracia en figura, y la deseó. ¿Quieres saber cómo la ha deseado? Óyele decir de nuevo: aspérgeme con hisopo y quedaré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve (Sal 50:9). ¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea blanca, muy a menudo está manchada por algún tipo de suciedad, y se afea; pero la gracia que tú has recibido, mientras la conserves tiene una duración sin fin.

Te acercabas, pues, lleno de deseos por haber visto tal gracia; venías al altar, lleno de deseos, para recibir el sacramento. Tu alma dice: me acercaré al altar de mi Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud (Sal 42:4). Te has despojado de la vejez de los pecados y te has revestido de la juventud de la gracia. Esto te lo otorgaron los celestes sacramentos. Escucha otra vez a David, que dice: se renovará tu juventud como la del águila (Sal 102:5). Te has convertido en un águila ágil que se lanza hacia el cielo despreciando lo que es de la tierra. Las buenas águilas rodean el altar: porque allí donde está el cuerpo, allí se congregan las águilas (Mt 24:28). El altar representa el cuerpo, y el cuerpo de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois águilas rejuvenecidas por la limpieza de las faltas.

Te has aproximado al altar, has fijado tu mirada sobre los sacramentos colocados encima del altar, y te has sorprendido al ver que es cosa creada, y además, cosa creada común y familiar.

Quizá diga alguno: Dios hizo una gran merced a los judíos, dándoles el maná llovido del cielo; ¿qué ha dado de más a sus fieles? ¿Qué ha dado de más a quienes tantas cosas había prometido?

(...) Quizá dices: este pan que me da a mí es un pan ordinario. Y no. Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; mas una vez que recibe la consagración, de pan se cambia en la carne de Cristo. Vamos a probarlo. ¿Cómo puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración, ¿con qué palabras se realiza y quién las dijo? Con las palabras que dijo el Señor Jesús. En efecto, todo lo que se dice antes son palabras del sacerdote: alabanzas a Dios, oraciones en las que se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás hombres; pero en cuanto llega el momento de confeccionar el sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras sino que emplea las de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento.

(...) ¿Quieres saber con qué celestiales palabras se consagra? Atiende cuáles son. Dice el sacerdote: concédenos que esta oblación sea aprobada espiritual, agradable, porque es figura del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, El cual, la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos, elevó sus ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, dando gracias, lo bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: "tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo, que será quebrantado en favor de muchos."

Presta atención. De igual manera, tomó también el cáliz después de cenar, la víspera de su Pasión, levantó los ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, lo bendijo dando gracias y lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: "tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre." Observa que todas estas palabras son del Evangelista hasta el tomad, ya el cuerpo, ya la sangre; mas a partir de ahí, las palabras son de Cristo: tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre.

Observa cada detalle. Se dice: la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos. Antes de la consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de Cristo, es el cuerpo de Cristo. Por último, escucha lo que dice: tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. Y antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de vino y agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de transformarlo todo. Pues si el Señor Jesús, en persona, nos da testimonio de que recibimos su cuerpo y su sangre, ¿acaso debemos dudar de la autoridad de su testimonio?

Vuelve ya conmigo al tema que tratábamos. Cosa grande es, ciertamente, y digna de veneración, que sobre los judíos lloviese maná del cielo Pero reflexiona: ¿qué es más grande, el maná del cielo o el cuerpo de Cristo? Sin lugar a dudas, el cuerpo de Cristo, que es el Autor del cielo. Además, el que comió el maná murió; pero el que comiere este cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá eternamente.

Luego no sin razón dices: amén, confesando ya en espíritu que recibes el cuerpo de Cristo. Cuando te presentas a comulgar, el sacerdote te dice: el cuerpo de Cristo. Y tú respondes: amén, es decir: así es en verdad. Lo que la lengua confiesa, la convicción lo guarde.

El martirio-interior (Exposición sobre el Salmo 118:20-51).

Muchos me persiguen y me afligen: pero no me he apartado de tus mandamientos (Sal 1189:119:157).

Los peores perseguidores no son los que se manifiestan como tales, sino aquellos que no se ven. ¡Y de éstos hay muchos! Pues del mismo modo que un rey perseguidor ordenaba muchos mandatos de acosamiento y los hostigadores se desparramaban por todas las provincias y ciudades, el diablo lanza a muchos de sus ministros, para que persigan a todas las almas, no sólo por fuera sino también por dentro.

De estas persecuciones se dijo: todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución (2 Tim 3:12). El Apóstol escribió todos; no exceptuó ninguno. Pues, ¿quién puede ser exceptuado cuando el mismo Señor toleró las tentativas de persecución? Persigue la avaricia; persigue la ambición; persigue la lujuria; persigue la soberbia y persiguen los placeres de la carne. No olvides que el Apóstol dijo: huid de la fornicación (1 Cor 6:18). ¿Y de qué huyes, sino de aquello que te persigue?: el mal espíritu de la lujuria, el mal espíritu de la avaricia, el mal espíritu de la soberbia.

Los perseguidores temibles son aquellos que, sin el terror de la espada, destruyen con frecuencia el espíritu del hombre; aquellos que, más con halagos que con espanto, someten las almas de los fieles. Éstos son los enemigos de los que te debes guardar, éstos son los tiranos más peligrosos, por los que Adán fue vencido. Muchos, coronados en públicas persecuciones, cayeron en estas persecuciones ocultas. Por fuera, dijo el Apóstol, luchas; por dentro, temores (2 Cor 7:5).

Adviertes qué duro es el combate que hay en el interior del hombre, para que se bata consigo mismo y luche contra sus pasiones. El mismo Apóstol vacila, duda, es atenazado y manifiesta que está sujeto a la ley del pecado y reducido por su cuerpo de muerte, y no podría evadirse, si no fuera liberado por la gracia de Cristo Jesús (cfr. Rm 7:23-25).

Y del mismo modo que hay muchas persecuciones, así también hay muchos martirios. Todos los días eres testigo de Cristo. Eres mártir de Cristo si sufriste la tentación del espíritu de lujuria, pero, temeroso del futuro juicio de Cristo, no pensaste en profanar la pureza del alma y del cuerpo.

Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de la avaricia para apoderarte de los bienes de los inferiores o no respetar los derechos de las viudas indefensas, pero juzgaste que era mejor alcanzar la riqueza por la contemplación de los preceptos divinos, que cometer la injusticia. Cristo quiere estar cerca de tales testigos, según está escrito: aprended a obrar el bien, buscad lo justo, respetad al agraviado, haced justicia al huérfano, y amparad a la viuda: venid y entendámonos (Is 1:17-18)

Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de soberbIa, pero viendo al débil y desvalido, te compadeciste con piadoso espíritu, y amaste la humildad más que la arrogancia. Y aún más si diste testimonio no sólo de palabra, sino también con obras. Pues ¿quién es testigo más fiel, que aquél que confiesa que el Señor Jesús se ha encarnado, al tiempo que guarda los preceptos del Evangelio? Porque quien escucha y no pone por obra, niega a Cristo. Aunque lo confiese de palabra, lo niega por las obras. Pues a muchos que dicen: Señor, Señor, ¿acaso en tu nombre no hemos profetizado, arrojado demonIos y obrado muchas virtudes? (Mt 7:22), les dirá en aquel día: apartaos de mi todos los que hayáis obrado la iniquidad (Ibid., 23). Porque es testigo aquél que, haciéndose fiador con sus hechos, confiesa a Cristo Jesús.

¡Cuántos, todos los días, son mártires de Cristo en oculto, y confiesan al Señor Jesús con sus obras! El Apóstol conocía este martirio y testimonio fiel de Cristo, cuando afirmaba: ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia (2 Cor 1:12) (...).

Muchos me persiguen, y me afligen. Quizá Cristo dice esto, y lo dice con la voz de cada uno de nosotros: el adversario lo persigue dentro de nosotros. Si pretendes que nadie te persiga, apartas a Cristo, que sufrió tentación para vencerla. Donde el diablo lo ve, allí prepara insidias, allí maquina los ardides de la tentación, allí urde sus engaños, para rechazarlo si pudiera. Pero donde el diablo combate, allí está presente Cristo; donde el diablo asedia, allí Cristo está encerrado y defiende los muros de la fortaleza espiritual. Así pues, el que retrocede ante la llegada del perseguidor, expulsa también al defensor. Por tanto, cuando oigas: muchos me persiguen y me afligen, no temas, que también puedes decir: si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? (Rm 8:31). Esto afirma con verdad aquél que, por los testimonios del Señor, se aparta sin rodeos de la senda de los vicios.

La misericordia divina. (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas).

¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta encontrarla? (Lc 15:4). Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no es fácil de romper (Qoh 4:12).

¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35:7). ¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31:27). Por eso Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre.

Regocijémonos, pues, ya que aquella oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor 10:17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor 12:27). Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc 19:10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán todos murieron, asÍ en Cristo todos serán vivificados (I Cor 15:22).

Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1:16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes — por ser racionales — no sin motivo se alegran de la redención de los hombres. Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por medio de tu conversión.

No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la dracma (cfr. Lc 15:8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22:2). He dicho que somos ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre.

No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales (cfr. Lc 15:11-32). El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sab 1:13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello — pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145:8) —, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete.

Sobre la amistad (Los deberes de los ministros, lll, 124-135).

Sólo es digna de alabanza la amistad que favorece las buenas costumbres. La amistad debe preferirse a las riquezas, a los honores, al poder, pero no a la virtud; más bien, debe ella regirse según las reglas de la rectitud moral. Así fue la amistad de Jonatán con David: por el cariño que le tenía, no hizo caso ni de la ira de su padre ni del peligro a que exponía su propia vida (cfr. 1 Sam 20:29 ss). Así fue la de Abimelech: por cumplir los deberes de la hospitalidad, prefirió afrontar la muerte antes que traicionar al amigo que huía (cfr. 1 Sam 21:6).

También la Escritura, tratando de la amistad, afirma que la virtud no debe ofenderse nunca por amor del amigo: nada se ha de anteponer a la virtud (...). Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto; si no te escucha, repréndele abiertamente. Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios: las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Prv 27:6). Corrige, pues, al amigo que yerra, pero no abandones al amigo inocente. La amistad ha de ser constante y perseverante en sus afectos: no cambiemos de amigos como hacen los niños, que se dejan llevar por la ola fácil de los sentimientos.

Abre tu corazón al amigo para que te sea fiel y te comunique la alegría de la vida. Un amigo fiel, en efecto, es medicina de vida y de inmortalidad (Sir 6:16). Respétale como a otro yo, y no tengas miedo de ganártelo con tus favores, porque la amistad no admite la soberbia. Por esto dice el Sabio: no te avergüences de defender al amigo (Sir 22:31). No le abandones en el momento de la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto, porque la amistad es el soporte de la vida. Llevemos los unos las cargas de los otros, como enseñó el Apóstol a aquellos que están unidos formando un solo cuerpo por la caridad (cfr. Gal 6:2). Si la prosperidad de uno aprovecha a todos sus amigos, ¿por qué en la adversidad no va a encontrar la ayuda de todos sus amigos? Ayudémosle con nuestros consejos, unamos nuestros esfuerzos a los suyos, participemos de sus aflicciones.

Cuando sea necesario, soportemos incluso grandes sacrificios por lealtad hacia el amigo. Quizá haya que afrontar enemistades para defender la causa del amigo inocente, y muy a menudo recibirás insultos cuando trates de responder y rebatir a aquellos que le atacan y le acusan. No te preocupes por eso, que la voz del justo dice: aunque vengan sobre mi males a causa del amigo, los soportaré (Sir 22:31). En la adversidad se prueban los amigos verdaderos, pues en la prosperidad todos parecen fieles. Y así como en las desventuras es necesaria la paciencia y la compasión con el amigo, en su triunfo conviene ser exigente, reprimir y corregir la arrogancia del que quizá se llena de soberbia. ¡Qué bien se expresó en sus aflicciones el santo Job! Dijo: tened piedad de mí, amigos míos, tened piedad de mí (Job 19:21). No se trataba de una simple súplica, sino de una reprensión. Mientras los amigos argumentaban injustamente contra él, Job clama: tened piedad de mí, amigos. Como si dijese: ésta es la hora de usar misericordia y, en cambio, afligís y contradecís a un hombre de quien deberíais compadeceros.

Hijos míos, sed fieles a la amistad verdadera con vuestros hermanos, porque nada hay más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar los propios secretos y manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer un hombre fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles. ¡Qué hermosa es la amistad de los tres muchachos hebreos! Ni siquiera la llama del horno fue capaz de separar sus corazones. Bien a propósito escribió el santo David: Saúl y Jonatán, hermosos y queridísimos, inseparables durante la vida, tampoco se separaron en la muerte (2 Sam 1:23).

Este es un fruto de la amistad: que por cariño al amigo no se destruye la fe. En efecto, no puede ser amigo del hombre quien es infiel a Dios. La amistad es guardiana de la piedad y maestra de igualdad; hace al superior igual al inferior, y coloca a éste al mismo nivel del otro. No puede haber verdadera amistad entre dos personas que tienen diferentes costumbres; por eso, el amor mutuo las debe identificar. No falte al inferior la autoridad para corregir, ni al superior la humildad para aceptar la corrección. Que el uno escuche al otro como a su igual; que el otro reproche y amoneste como un amigo, no con soberbia, sino con afecto sincero.

La advertencia no ha de ser áspera, ni la corrección ofensiva. Si es cierto que la amistad huye de la adulación, también es verdad que no tiene nada que ver con la insolencia. ¿Qué es el amigo sino un amable compañero con quien te unes íntimamente hasta fundir tu alma con la suya y constituir un solo corazón? En él te abandonas confiadamente como a otro yo, de él nada temes, y nada inconveniente le pides para ti mismo. Y es que la amistad no es mercenaria, sino que resplandece de dignidad y de belleza. Es una virtud, no una compra, porque no proviene del dinero sino del amor. No es ofrecida en subasta al mejor postor, sino que surge del desafío de la mutua benevolencia. Por eso suelen ser mejores las amistades entre los pobres que entre los ricos; y así, mientras que los hombres con recursos frecuentemente se encuentran sin verdaderos amigos, los pobres los tienen en abundancia. No hay verdadera amistad donde existen falsos halagos. Sucede a menudo que se es complaciente con los ricos por adulación, mientras que nadie simula cuando trata con un menesteroso. Así, la amistad que se ofrece al pobre es más sincera, por ser más desinteresada.

¿Qué hay de más precio que la amistad, que es común a los ángeles y a los hombres? Por esto el Señor Jesús ordena: granjeaos amigos con las riquezas inicuas, afín de que os reciban en las moradas eternas (Lc 16:9). Él mismo nos ha cambiado de siervos en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os he mandado (Jn 15:14). Nos ha dejado el modelo que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle confidencialmente lo que tenemos en el corazón y no ignorar nada de cuanto él lleva en el suyo. Abrámosle nuestra alma, y él nos abrirá la suya. En efecto, el Señor declara: os he llamado amigos porque os he comunicado todo lo que he oído a mi Padre (Jn 15:14). El verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre.

1. Ayuno y Limosna.

Se conservan de San Ambrosio diecisiete sermones de Cuaresma en los que repetidamente trata el santo Doctor del tema del ayuno y de las tentaciones de Cristo. Con el tema del ayuno se enlaza el de la limosna, como puede verse especialmente en el sermón 25 (De santa Quadragesima IX: PL 17:676-678). Escogemos los más importantes pensamientos sobre el tema aludido.

A) Ayuno y limosna "Ayunar es un remedio de males y una fuente de premios, mas no ayunar en Cuaresma es un pecado. El que ayuna en otro tiempo, recibirá indulgencia; pero el que no lo hace durante la Cuaresma, será castigado." El que no pueda ayunar por enfermedad, coma sencillamente y sin ostentación "Y ya que no puede ayunar, debe ser más caritativo para con los pobres, a fin de redimir con sus limosnas los pecados que no puede curar ayunando. Hermanos, es muy bueno ayunar pero mejor aún dar limosna; mas si se puede practicar lo uno y lo otro, son dos grandes bienes. El que puede dar limosna y no ayunar, entienda que la limosna le basta sin el ayuno. Mas no basta el ayuno sin la limosna El ayuno sin la limosna no es obra buena, a no ser que el que ayuna sea tan pobre, que no tenga nada que dar. Así, pues, en este caso, bástele la buena voluntad." Mas ¿quién podrá excusarse de dar limosna, cuando el Señor recompensa un vaso de agua fría? "Además, el Señor, por medio del profeta Isaías, de tal manera exhorta y aconseja la práctica de la limosna, que ningún pobre que se considere, puede excusarse. Pues se expresa de este modo: ¿Sabéis que ayuno quiero yo?.. Partir su pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo (Is. 58,ó-7)." Partir el pan, porque, "aun cuando tu pobreza sea tan grande que no tengas más que uno solo sin embargo, pártelo y da de él al pobre. También dice: Introduce en tu casa a los pobres que no tengan alberque, lo cual equivale a afirmar: Si hay alguno tan pobre que no tiene comida que dar al hambriento, prepárele un lecho en uno de los rincones de su casa. ¿Qué respuesta daremos, hermanos, qué excusa alegaremos nosotros, que, poseyendo anchas y espaciosas mansiones, apenas nos dignamos alguna vez recibir en ellas a un peregrino? Y eso que no ignoramos, sino que continuamente estamos confesando que en los peregrinos recibimos a Cristo, como El mismo dijo: Peregriné y me acogisteis... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25:35-40). Nos resulta enojoso recibir en nuestra casa a Cristo en la persona de los pobres y yo me temo que él haga lo mismo con nosotros en el cielo, y que no nos reciba en su gloria. Lo despreciamos en el mundo y yo me temo que él a su vez nos desprecie en el cielo, según aquella sentencia: Tuve hambre y no me disteis de comer... (Mt. 25,42). Fijémonos, carecimos hermanos, en estas palabras; no las oigamos de manera indiferente ni sólo con los oídos del cuerpo, sino que escuchándolas con fidelidad, hagamos de palabra y con el ejemplo que otros también las oigan y las cumplan También nos dice el Señor por boca del profeta Isaías que hemos de vestir al desnudo (Ibid.). Precepto riguroso y muy digno de temerse. Yo, sin embargo, no juzgo a nadie. Acuda cada uno y pregunte a su conciencia .

B) La mano del pobre es el tesoro de Cristo "No obstante, duéleme en el alma, y yo mismo me reprendo, porque quizá haya acontecido alguna vez que, por negligencia mía, los vestidos que debiera recibir un pobre se los haya comido la polilla, y temo que estos mismos vestidos sean testimonio contra mí en el día del juicio, según aquella terrible sentencia con que conmina el apóstol Santiago, cuando dice Y vosotros, los ricos, llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos del orín, y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado para los últimos días... (Yac. 5:1-4). Aún es tiempo para que, tanto yo como los perezosos como yo, podamos con el auxilio de Dios enmendarnos, si queremos; aun podemos dar con largueza por nuestros pecados pasados las limosnas que hasta aquí o no hicimos o sólo dimos mezquinamente; aún podemos impetrar la misericordia divina con dolor y llanto con esperanza de reparación. El ayuno sin limosnas es como una lámpara sin aceite. Pues así como la lámpara que se enciende sin él humea y no puede alumbrar, así también el ayuno sin la limosna mortifica en verdad la carne, pero no ilustra interiormente el alma con la luz de la caridad. Por lo demás, en el ayuno se exige que demos a los pobres nuestras comidas, y que lo que habíamos de comer no lo pongamos en nuestras despensas, sino que lo distribuyamos entre los necesitados; porque la mano del pobre es el tesoro de Cristo. Por lo tanto, socorre al menesteroso para que lo que reciba de ti no se quede en la tierra, sino que sea trasladado al cielo. Pues aunque se consuma la comida que recibe el pobre, sin embargo, el premio de la buena obra se custodia en el cielo... Sé que muchos de vosotros, con el auxilio de Dios dais con frecuencia limosnas a los peregrinos y a los pobres; por lo tanto, sirva lo que os indico para que intensifiquéis lo que ya hacéis; y el que no lo haya hecho, se acostumbre a practicar obra tan meritoria y agradable a Dios

C) Exhortación Inspirándomelo el mismo Dios, os he aconsejado siempre que al llegar las fiestas... os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio. Pero, cuando hablamos de la limosna, no se conturben los necesitados, puesto que la pobreza cumple con todos los preceptos, y la buena voluntad es juzgada y premiada como las obras." El que socorre al necesitado del propio modo que desearía le socorriesen a él si se encontrase en la misma necesidad' "ha cumplido con los preceptos del Antiguo y del Nuevo Testamento y ha observado aquel precepto del Evangelio: Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas (Mt. 7,12). Guíenos a esta ley de caridad perfecta el piadoso Señor que oye y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos."

 

Jerónimo (347-420).

Jerónimo, uno de los grandes Padres latinos de la Iglesia, junto a las figuras de S. Agustín de Hipona, de S. Ambrosio de Milán y de S. Gregorio Magno, ha sido considerado como el "príncipe de los traductores" de la Biblia y el exegeta, por excelencia, de los Padres de Occidente.

Es muy conocido el cuadro del pintor alemán Dürer, en el que aparece la figura ascética de S. Jerónimo, en su retiro de Belén, rodeado de la claridad de una aureola, a sus pies un león que, según la leyenda, había sido curado de una herida por el santo, un rayo de luz que penetra por una estrecha rendija, en un ambiente de recogimiento espiritual y de intensa actividad intelectual..., pero su vida fue mucho más agitada y de lucha que la que parece reflejar el cuadro.

Nacido en la ciudad fortificada de Estridón, en los límites del mundo latino, no lejos de Trieste, entre las provincias romanas de Dalmacia (perteneciente actualmente a Yugoslavia) y de Panonia (Hungría), el año 347 de nuestra era, en el seno de una familia cristiana. Después de haber aprendido a leer, a escribir y a contar, en su ciudad natal, fue enviado a Roma por sus padres, para proseguir los estudios y adquirir una formación superior que le pudiese facilitar el acceso a alguna carrera civil. Allí tuvo como Profesor al célebre gramático Donato. De su primera estancia romana le vino a Eusebius Hieronymus — tal era su nombre completo — su afición y conocimientos de los grandes autores latinos (Virgilio, Horacio, Quintiliano, Séneca, entre otros, y los historiadores), pero su verdadero maestro y modelo fue Cicerón, cuyo estilo elocuente y cincelado imitó. Esta afición suya a los autores paganos, le mereció una severa reprensión y un duro castigo del Cielo, durante un sueño, cuando posteriormente, se retiró al desierto de Calcis (al sur de Alepo, ciudad siria), durante los años 375-377. En una célebre carta del propio San Jerónimo, dirigida a su hija espiritual, Eustoquio, sobre la virginidad, escrita en Roma, entre los años 3839:384, descubrió este sueño1.

No dejó por ello de seguir citando a los autores paganos clásicos en sus escritos posteriores, cosa que le recordará posteriormente Rufino de Aquileya, en el ardor de la polémica que mantuvieron ambos.

Jerónimo, durante su estancia en Roma (años 359-367), llevó una vida frívola y disipada 2:que posteriormente, le produjo turbaciones de conciencia y tentaciones que él combatió con ásperas penitencias y con su entrega al estudio de la Sagrada Escritura. En ésta su primera estancia en Roma, recibió el Sacramento del Bautismo, junto con su compañero de estudios, Bonosa

Posteriormente marchó a la ciudad Imperial de Tréveris, en la Galia (ahora pertenece a la República Federal de Alemania), hacia el año 367.

En esta época, experimentó una primera conversión: empezó a interesarse por los escritos de Teología. Dedicó sus ratos libres a copiar obras de Hilario de Poltiers (367); e intensificó su vida de piedad.

Volvió, hacia el año 370, a su patria, en compañía de Bonoso. Pero no se encontraba a gusto allí En Aquilea, en torno a su Obispo Valeriano, con sus antiguos compañeros, — además de Bonoso — Rufino, Cromacio y Heliodoro, formaron una especie de cenáculo de ascetas que imitaban a los eremitas de Oriente, contaban historias edificantes y conversaban sobre la Sagrada Escritura.

Aquellas convivencias desembocaron en controversias, a causa, sobre todo, del carácter polémico de Jerónimo, y acabaron disolviéndose.

Luego, acompañado de Rufino, su entrañable amigo de entonces, y luego, a consecuencia de la controversia origenista, su enemigo de última hora, hace su primer viaje a Oriente. Acompañaron en su primer viaje a Evagrio de Antioquía, traductor de San Atanasio, que volvía a su patria. Hacia el otoño del año 374, llegó a Antioquía de Siria. Aquí recibió clases de Sagrada Escritura de Apolinar de Laodicea (390) 3.

Hacia el año 375, abandonó Antioquía y se internó en el desierto de Calcis — del que ya hemos hablado — a quince leguas al sudeste de aquella ciudad. Aquí, se dedicó seriamente al estudio del hebreo, bajo el magisterio de un judío converso.

Las discusiones teológicas entre los monjes, le forzaron a regresar a Antioquía (377). Allí fue ordenado de presbítero por Paulino, Obispo de Antioquía. Poco después, hacia el año 382, después de la celebración del II Concilio Ecuménico (I de Constantinopla, año 381), Paulino, junto con Jerónimo, se dirigió a Roma. Había asistido como observador a los debates del Concilio; y allí conoció a Gregorio Nacianceno, a quien llamó su "maestro," que le abrió la inteligencia de la Sagrada Escritura. También pudo conocer a Gregorio de Niza, a Anfiloquio de Icona y a otros Padres Conciliares.

Pero él no se preocupó — de momento — de las discusiones estrictamente teológicas de la Iglesia Oriental. Su proyecto era instruirse en la interpretación correcta de la Sagrada Escritura, para hacer avanzar la teología, y, con esa finalidad, alcanzar un sólo conocimiento de exégesis bíblica y de los idiomas originales en los que fue escrito el texto sagrado. Él, como lo diría hacia el fin de su vida, quería consagrarse plenamente a explicar la Escritura y hacer conocer a los que hablaban su lengua (el latín) la ciencia de los hebreos y de los griegos.

Durante su nueva estancia en Roma, ganó la confianza del Papa San Dámaso, que le hizo su Secretario. Aquí empezó su labor de corrector y traductor al latín de la Sagrada Escritura.

En ese siglo, había ya muchas diferencias entre los diferentes códices latinos de los Evangelios, y muchos de ellos, por la tendencia a la armonización de un Evangelio con otro, muy alterados en su sentido original.

Por este motivo, al Papa le encargó a San Jerónimo que hiciese una revisión de la traducción Latina de los Evangelios. Así comenzó la versión Latina de la Biblia que se ha llamado, posteriormente, la "Vulgata"4.

En esta estancia romana, San Jerónimo, hizo de guía espiritual de un grupo de mujeres piadosas, de la aristocracia romana, entre ellas las viudas Marcela y Paula (ésta, madre de la joven Eustoquio a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas cartas, sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y las dirigió por los caminos de la perfección evangélica, en los ayunos, en los cánticos de los Salmos, en las obras de caridad, en el abandono de las vanidades del mundo.

El centro de este movimiento de espiritualidad femenina se hallaba en un palacio del Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. El santo doctor llevó a este círculo de mujeres romanas las prácticas ascéticas de los monjes de Oriente. Les dirigió cartas de doctrina espiritual que fueron publicadas.

Esta actividad de dirección espiritual de mujeres le valió críticas de parte del clero romano, llegando, incluso, a la difamación y a la calumnia.

En diciembre del 384, después de la muerte del Papa San Dámaso fue elegido Papa Siricio; el ambiente, en la Curia romana, se le vuelve hostil y esta nueva situación facilitó su nuevo apartamiento de Roma, de donde volvió a salir algo amargado e irritado, para no volver allí hasta después de su fallecimiento, en sus restos mortales, en la espera del día de la resurrección de la carne.

San Jerónimo, durante su estancia en Roma, revisó y corrigió, también el salterio latino, teniendo como base la versión prehexaplar de los setenta que él llama "Koiné." El mismo santo reconoció que esta revisión fue un tanto "apresurada." Se le llamó "Salterio romano" por haber sido revisado en Roma. Este texto revisado por San Jerónimo se ha perdido.

En cuanto a los restantes libros del Nuevo Testamento, no queda constancia de que hubieran sido revisados por San Jerónimo. Los textos de dichos libros, recogidos en la "Vulgata," fueron atribuidos o a Pelagio, por D. de Bruyne, o a Rufino el Siro, discípulo de San Jerónimo y amigo de Pelagio 6.

Durante su estancia en Roma, San Jerónimo escribió el año 383, el "De perpetua virginitate beatae Mariae," contra Helvidio, seglar romano, que sostenía que la Virgen María había tenido otros hijos de su esposo San José, después del nacimiento de Jesús, apoyándose en algunos textos mal interpretados de Mateo y de Lucas y en el testimonio de algunos escritores eclesiásticos, y trataba de equiparar el matrimonio a la virginidad. San Jerónimo aparece ya, en esta publicación, no sólo como el gran defensor de la virginidad de María, sino, también como el doctor de la virginidad, que luego confirmaría en sus libros, escritos en Belén, el año 392, contra el monje Joviniano que discutía el valor de la virginidad y de la ascética cristiana, y propugnaba otros errores teológicos.

Al salir de Roma, dos de la mujeres dirigidas por él, Paula y Eustoquio, para evitar suspicacias, no le acompañaron, pero luego se reunieron con él en Reggio Calabria para seguir el viaje juntos hasta Chipre, en donde se encontraba su amigo Epifanio, y luego a Antioquía. En esta ciudad encontraron a un antiguo conocido, Paulino, quien con su cariñosa hospitalidad les retuvo un poco de tiempo.

Luego emprendieron una peregrinación por los Santos Lugares, utilizando la calzada romana que les condujo a Palestina, bordeando el litoral de Siria y Fenicia. En Alejandría, cuyo Patriarca era el joven Obispo Teófilo, entró en contacto con Dídimo el Ciego, extraordinariamente erudito y profundo conocedor de Orígenes, quien le inició en el conocimiento de este gran exegeta y teólogo oriental.

Hicieron también un recorrido por Egipto, para conocer personalmente a los heroicos monjes y eremitas del desierto, a los dos lados del Nilo.

Por fin, en el verano del 396, se instalaron en Belén. Se constituyeron dos comunidades, una masculina y otra femenina. La construcción definitiva de los edificios para albergar a las dos comunidades y para una hospedería de peregrinos se pudo realizar gracias a la ayuda económica de Paula. Esta instalación, en Belén, favoreció la intensa actividad intelectual de San Jerónimo. En este tiempo, se dedicó, preferentemente, al Antiguo Testamento. Se envenenó durante algunos años la polémica origenista 7:produciéndose un enfrentamiento entre Rufino de Aquilea, y Jerónimo a pesar de su antigua y profunda amistad.

En el año 397, el entonces joven Obispo africano, Agustín de Hipona, inició su correspondencia con San Jerónimo, manifestando aquél algunas reservas a la labor de traductor bíblico de éste. Estas diferencias de criterio no impidieron que, posteriormente, unieran sus fuerzas contra la herejía de Pelagio.

La labor más importante de San Jerónimo como traductor de la Biblia la realizó durante su estancia en Belén, centrada, fundamentalmente, en el Antiguo Testamento. Gracias a la generosidad de su dirigida Paula, pudo disponer de un equipo de copistas que facilitaron su labor intelectual, desde su retiro bethelemita. A este trabajo dedicó alrededor de 15 años (390-405).

Hacia el año 387, volvió a corregir el Salterio, teniendo delante el texto griego hexaplar de Orígenes. Este trabajo lo realizó en Cesarea, en donde se conservaba el texto de Orígenes, pero fue en Belén en donde lo publicó.

Esta versión del Salterio, se llamó "Salterio Galicano" porque fue recibida en las Galias en la época de los Reyes Carolingios. Posteriormente fue introducida en la Biblia de Alcuino (año 801); y, por último, en la Biblia SixtoClementina (1592) 8, formando, de esta manera, parte integrante de la "Vulgata."

El año 390, es la fecha en que inició su tarea colosal de traducir directamente del hebreo los libros del Antiguo Testamento para responder a los judíos que, en sus disputas con los cristianos, repetían incansablemente que los argumentos teológicos, basados en los textos griegos y latinos, no tenían valor porque no respondían al texto original de las Escrituras hebreas, y también, para ofrecer a los cristianos el genuino y auténtico sentido de la Biblia. No siguió el orden del texto, sino que se atuvo a los deseos de sus amigos que le pedían la traducción de un libro u otro de la Sagrada Escritura9.

Así, tradujo los dos libros de Samuel y los dos de los Reyes, en los años 390-391. En este tiempo, tradujo el libro de Tobías del arameo, en un sólo día Tradujo, también, entre el 391 y el 392, los libros de los Profetas, y las partes Deuterocanónicas del Libro de Daniel, éstas últimas de la versión griega de Teodoción10. Terminó la traducción del libro de Job (en 393) e hizo, entre 394-395, la traducción de los libros de Esdras y Nehemías, y llevó a término la traducción directa del Salterio hebraico, aunque este Salterio nunca fue utilizado por la Iglesia en las funciones litúrgicas.

Asimismo tradujo los libros 1-2 de Paralipómenos; y los tres libros de Salomón (Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares, en el año 397). Empeñó la traducción del Pentateuco entre los años 398-404 terminando este trabajo posteriormente, así como los libros de Josué, Jueces, Rut y Ester. El libro de Judit lo tradujo del arameo, en una noche. Los Deuterocanónicos de Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y 1-2 Macabeos no los tradujo, por no hallarse incluidos en el canon hebreo. Se puede afirmar, por tanto, que San Jerónimo es el traductor del texto de la Vulgata, por lo que se refiere a una gran parte del Antiguo Testamento, y también, del Nuevo Testamento11.

El Concilio de Trento, en la sesión IV (8 Abril 1546) declaró solemnemente la "autenticidad" de la Vulgata, aunque ordenó, al mismo tiempo, que se hiciese una edición revisada del texto. Hoy es aceptado por todos que este Decreto del Concilio era de "carácter disciplinar," pero con fundamento dogmático, ya que la Iglesia asistida por el Espíritu Santo, en su Magisterio, no podía equivocarse en la utilización, durante tantos siglos, de una fuente de Revelación que contuviera errores dogmáticos.

Esto fue confirmado, posteriormente, por el Papa Pío Xll, en la Encíclica "Divino Afflante Spiritu" (30-lX-1943); el Concilio Vaticano II reconociendo el honor debido a la "Vulgata," recomienda, sin embargo, que se hagan traducciones aptas y fieles de los textos primitivos de varios lugares, como ya se había empezado a realizar en los años anteriores al Concilio (Const. sobre la "Divina Revelación," n.° 22).

Pero la labor intelectual y doctrinal de San Jerónimo no se agotó en las traducciones de los libros de la S. Escritura. Además de otras obras de carácter ascético, histórico, hegiográfico o doctrinal, hizo comentarios bíblicos, tanto por escrito 12 como en forma de homilías o sermones, aparte de su riquísimo y profundo epistolario, al cual hemos aludido. En algunas de sus cartas se contienen "trabajos monográficos" breves sobre cuestiones bíblicas (así, en su Carta del año 397, escrita en Belén y dirigida a la virgen Principia, desarrolla un comentario al Salmo 44; en su carta escrita a San Paulino de Nola, también desde Belén — años 3959:96, presenta, sucintamente, las características principales de los Libros Santos; en su carta a Evangelo — presbítero, escrita en la primavera del año 398, diserta sobre la persona de Melquisedec).

El Evangelio de San Marcos, pertenece al género homilético. La traducción castellana se basa en el texto critico preparado por el monje benedictino G. Morin, que ha realizado una excelente labor de reconstrucción del texto original del Santo Doctor.

Se trata de una serie de 10 homilías, algunas muy breves, en las que el predicador desarrolla sólo algunos versículoss13. En ellas brilla la enorme erudición, sagrada y profana, así como el conocimiento de las costumbres y del ambiente palestino de San Jerónimo.

Como exige el género homilético, predominan las exhortaciones de carácter moral, aunque, tampoco faltan referencia a errores heréticos y las advertencias sobre las artimañas del Demonio contra la Iglesia y los fieles.

Es característica de San Jerónimo sus comentarios a los nombres judíos, y a las designaciones de la geografía palestinense, que él estudió a fondo en sus libros "Onomastica": "Liber locorum," "Liber nominum," y a los cuales alude espontáneamente en sus homilías y disertaciones.

San Jerónimo murió el 30 de Septiembre del año 420. La literatura y la pintura han rodeado de fantasía y de leyenda sus últimos momentos. El Padre Sigüenza, en su conocida biografía del Santo14 y el pintor Domenichino, en su famoso cuadro, han dado libre rienda a su fantasía en la descripción y pintura de su muerte. Pero, con independencia de la leyenda, la persona de San Jerónimo emerge a través de los siglos, como uno de los grandes Padres de Occidente, con su impresionante cultura, sagrada y profana, su inmensa erudición, su capacidad de políglota, su tenacidad y entrega al estudio y al trabajo, su devoción a las Sagradas Escrituras, su espíritu ascético y contemplativo, su inquebrantable ansia de verdad, su defensa de la virginidad, y su amor a la Iglesia y a Jesucristo, que le llevó a la santidad, a pesar de su temperamenteo colérico y polemista, y que ha hecho de él el máximo "Doctor de las Sagradas Escrituras" 15.

 

1 La carta en la cual se ha recogido la descripción del sueño, es la Xll. La "Biblioteca de Autores Cristianos," editó en ed. bilingüe latín-español, en dos vols. las "CARTAS DE S. JERÓNIMO," preparada por D. Ruiz Bueno.

2 Pero, al mismo tiempo, se despertaron sus aficiones a la vida ascética y devota, manifestadas en sus visitas dominicales a las tumbas de los apóstoles y de los mártires.

3 Apolinar pertenece a la célebre escuela antioquena, se distinguió por su actividad contra el "arrianismo," pero cayó en la herejía que lleva su nombre, que negaba, a Jesucristo, la existencia de alma racional. Fue condenada esta herejía en el I Concilio de Constantinopla, bajo el pontificado del Papa San Dámaso (366-384).

4 Como ediciones criticas de este texto revisado de los Evangelios podemos citar: "Novum Testamentum... Secundum editionem S. Hieronymi, I-III" (Oxford, 1889-1954); H. I. White "Novum Testamentum Latine," Editio minor (Oxford, 1911); R. Weber "Biblia Sacra iuxta vulgatam versionem...," (Stuttgart, 1969; 1975 2ª ed.).

5 Como ya es sabido, el texto hexaplar del Antiguo Testamento fue compuesto por Origenes (año 240), se llama "hexaplar" porque fue presentado a seis columnas: las dos primeras contienen el texto hebreo (la 1ª escrita con carácteres hebreos, la 2ª el mismo texto, en carácteres griegos); la 3ª, la versión griega de Aquilas; la 4ª, la versión griega de Simaco; la 5ª, la versión de los "setenta"; y la 6ª, la versión de Teodoción. El texto de los Salmos, que San Jerónimo tuvo delante para la revisión del texto latino, fue una versión griega de los setenta anterior a la edición critica hexaplar de Orígenes.

6 Véase "PATROLOGÍA" de la obra J. Quasten, en el Vol. lIl, redactado por Profesores del "Agustinianum," bajo la dirección de A. di Berardino, B.A.C. Madrid, 1981 (págs. 260-261); "introducción a la Biblia" por M. Tuya O.R y J. Salguero O.P., BAC, Madrid, 1967 (págs. 532-533).

7 Como ya es sabido, Orígenes, a pesar de ser un hombre profundamente místico, de temple de mártir, y un gran exegeta y teólogo, incurrió, sin actitud formal herética, en algunos errores dogmáticos, tales como la negación de la eternidad de las penas del infierno y la afirmación de la preexistencia de las almas, siendo condenadas algunas de sus proposiciones, en el II Concilio de Constantinipla (V Ecuménico), el año 543.

8 Como consecuencia de las alteraciones e interpolaciones introducidas en el texto latino de la traducción del hebreo, de la mayor parte de los libros de la Biblia, como luego indicaremos, la Santa Sede, después del Concilio de Trento asumió la iniciativa de revisar el texto de la "Vulgata." Este trabajo culminó bajo el pontificado de Clemente VlIl (1592), pero como se había iniciado en el pontificado de Sixto V (1585-1590), se llamó, a la edición revisada, "Sixto-Clementina."

9 Cfr. L.H. Cottineau "Chonologie des versions bibliques de Saint lerónime," Miscellanea Geronimiana, Roma 1920 (págs. 43-68).

10 Como ya es sabido, la expresión "deuterocanónico" se aplica, desde Sixto de Siena (1520-1569), a aquellos libros de la Biblia, — especialmente del Antiguo Testamento — sobre cuya canonicidad se dudó, en algunos sectores reducidos de la primitiva Iglesia, hasta que el Magisterio reconoció oficialmente su carácter inspirado y los incluyó en el canon de la Sagrada Escritura. Se consideran "deuterocanónicos" los siguientes libros del Antiguo Testamento: Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, 1-2 Macabeos, y las partes griegas de Daniel y Ester; y del Nuevo Testamento: Hebreos, Santiago, S. Pedro, 2-3 Juan I, Judas y Apocalipsis. Pero esta distinción entre libros "protocanónicos" y "deuterocanónicos" no quiere significar — una vez que han sido incluidos en el "canon" de los libros inspirados — una clasificación de valor o de dignidad entre ellos. Los judíos también tenían un "canon" de los Libros del Antiguo Testamento.

11 El texto de la Vulgata encontró dificultades para ser aceptado por la Iglesia de Occidente, en la parte referente al Antiguo Testamento, hasta el siglo V, en que empezó a ser recibida preferentemente a las antiguas revisiones, aunque no se impuso hasta el final del siglo VlIl. Su difusión fue causa de pérdida de su pureza primitiva; ello impuso diversas versiones

12 Entre sus comentarios merecen citarse: a la Carta de San Pablo a Filemón; a los Gálatas; a los Efesios; a Tito; al Eclesiastés; al Génesis; a los Salmos.... también comentó a San Mateo y revisó el comentario latino al Apocalipsis de Victorino de Petavio. Su único comentario sistemático es sobre los Profetas (únicamente dejó de comentar el libro de Zacarías cuyo comentario lo solicitó de Dídimo, como se ha descubierto en los últimos tiempos, en un papiro de Tara). El haber podido disponer, sobre todo, de la biblioteca de Cesarea, le facilitó mucho su labor de comentarista. La influencia de Orígenes es manifiesta en sus comentarios bíblicos, aún cuando combatió sus errores dogmáticos.

13 Estas homilías sólo muy recientemente han sido atribuidas a San Jerónimo. No constituyen un comentario completo al Evangelio de Marcos. No se sabe con exactitud, si esta limitación se debe a la voluntad del propio San Jerónimo o al hecho de haberse perdido el resto.

14 "Vida de San Jerónimo, Doctor Máximo de la Iglesia," Madrid 1853.

15 La traducción al castellano, recogida en este volumen, ha sido realizada por el Profesor de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia, Rvdo. Sr. D. Joaquín Pacual Torró, sobre el texto latino del "Corpus Christianorum" (series latina, vol. 78, págs. 449-500.

Comentario al Evangelio de San Marcos I. Mc 1:1-12.

Aquel ser viviente, que en el Apocalipsis de San Juan 1 y en el comienzo del libro de Ezequiel 2 aparece tetramorfos (cuatriforme), por tener cara de hombre, cara de toro, cara de león, y cara de águila, tiene también en este lugar su significado: en Mateo se descubre la cara de hombre, en Lucas la de toro, en Juan la de águila; a Marcos lo representa el león, que ruge en el desierto.

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: Voz que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor, rectificad sus sendas 3. El que clama en el desierto ciertamente es el león, a cuya voz tiemblan los animales todos, corren en tropel y no son capaces de huir. Considerad al mismo tiempo que Juan el Bautista es llamado la voz, y nuestro Señor Jesucristo la palabra: el siervo precede al Señor.

"Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios." Por tanto, no del hijo de José. El comienzo del Evangelio es el final de la ley: acaba la ley y comienza el Evangelio 4.

Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Conforme está escrito en Isaías. En cuanto soy capaz de recordar y buscar en mi mente, repasando con la máxima atención tanto la traducción de los setenta 5, como los mismos textos hebreos, nunca he podido encontrar que esto esté escrito en el profeta Isaías. Lo de: "Mira, envío mi mensajero delante de ti," está escrito, sin embargo, al final del profeta Malaquías6, ¿cómo es que el evangelista Marcos dice aquí "conforme está escrito en el profeta Isaías?" Los evangelistas hablaban inspirados por el Espíritu Santo. Y Marcos, que esto escribe, no es menos que los demás. En efecto, el apóstol Pedro dice en su carta: "Os saluda la elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos"7. ¡Oh apóstol Pedro, tu hijo Marcos, hijo no según la carne, sino según el espíritu, instruido en las cosas espirituales, ignora esto! Y lo que está escrito en un lugar, lo asigna a otro. "Conforme está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti." Porfirio8, aquel impío, que escribió contra nosotros y que vomitó su rabia en muchos libros, se ocupa de este pasaje en su libro decimocuarto, y dice: "Los evangelistas fueron hombres tan ignorantes, no sólo en las cosas del mundo, sino incluso en las divinas Escrituras, que lo escrito por un profeta lo atribuyen a otro" 9. Esta es su objeción. ¿Qué le responderemos nosotros? Gracias a vuestras oraciones me parece haber encontrado la solución. Conforme está escrito en el profeta Isaías. ¿Qué es lo que está escrito en el profeta Isaías? "Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del señor, enderezad sus sendas." Esto es lo que está escrito en Isaías10. Ahora bien, esta misma afirmación se halla expuesta más ampliamente en otro profeta. El evangelista mismo dice: Este es Juan el Bautista, de quien también Malaquías dijo: "Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino." Por tanto, lo que dice que está escrito en Isaías, se refiere a este pasaje: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas." Para probar que Juan era el mensajero, que había sido enviado, no quiso Marcos recurrir a su propia palabra, sino a la profecía del profeta 11.

Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión... 12. Juan apareció: nuestro Dios existía. Lo que apareció, dejó de ser y, antes de aparecer, no existió. Por el contrario, el que existía existía antes y existía siempre y nunca ha tenido principio. Por ello, de Juan el Bautista se dice apareció, esto es, egueneto, mientras del Señor y Salvador se dice existía. Cuando se dice existía significa que no tiene principio. Él mismo es el que dijo: "El que me ha enviado" 13: pues el ser no tuvo principio. Apareció Juan en el desierto, bautizando y predicando. En el desierto apareció la voz que tenía que anunciar al señor: otra cosa no debía proclamar sino la venida del Salvador. Apareció Juan en el desierto. ¡Feliz innovación: abandonar a los hombres, buscar a los ángeles, dejar las ciudades y encontrar a Cristo en la soledad! Apareció Juan en el desierto, bautizando y predicando: bautizaba con su mano, predicaba con su palabra. El bautismo de Juan precedió al bautismo del Salvador. Del mismo modo como Juan el Bautista fue el precursor del Señor y Salvador, así también su bautismo fue el precursor del bautismo del Salvador. Aquél se dio en la penitencia, éste en la gracia. Allí se otorga la penitencia y el perdón, aquí la victoria.

Acudía a él gente de toda la región de Judea 14. A Juan acude Judea, acude Jerusalén; mas a Jesús, el Señor y Salvador, acude todo el mundo. "En Judá Dios es conocido, grande es su nombre en Israel"15. A Juan, pues, acuden Judea y Jerusalén, mas al Salvador acude todo el mundo.

Venían todos y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados 16. Eran bautizados por Juan. Juan el Bautista ofrece la sombra de la ley, por ello los judíos son bautizados sólo según la ley. Venían de Jerusalén y eran bautizados por él en el Jordán, el río que baja. Pues la ley baja: aunque bautiza, es, sin embargo, de abajo. Jordán significa esto: río que baja, mientras que nuestro señor, y toda la Trinidad, es de arriba.

Alguien podría decir: si la ley es de abajo, ¿no es también de abajo el Señor, que fue bautizado en el Jordán? Fue bautizado en el Jordán justamente, pues guardó los preceptos de la ley. Del mismo modo como fue circuncidado según la ley, según la ley fue bautizado.

Juan llevaba un vestido de piel de camello, y se alimentaba de langostas y miel silvestre 17. Así como los apóstoles son los primeros entre los sacerdotes, Juan el Bautista es el primero entre los monjes. Y, como nos transmiten los escritos hebreos y puede todavía recordarse, también en las listas de los sacerdotes se nombra a Juan entre los pontífices. De este modo queda claro que aquel varón fue no sólo un santo, sino también un sacerdote. Leemos, además, en el Evangelio de San Lucas que Juan era de linaje sacerdotal. "Hubo, dice, un sacerdote llamado Zacarías..., que en el turno de su grupo..." 18. Esto, propiamente hablando, no puede referirse más que a los príncipes de los sacerdotes, es decir a los pontífices 19. ¿Por qué he dicho todo esto? Para que sepamos que el que sabía que Cristo iba a venir era sacerdote y, sin embargo, no buscaba a Cristo en el templo, sino en el desierto, donde habíase retirado de la multitud. Para los ojos que esperan a Cristo, ninguna otra cosa merece la atención más que Cristo. Y Juan llevaba su vestido hecho de pelo de camello: no de lana, para que no pudieras pensar que eran vestidos delicados. Nuestro Señor mismo da testimonio en el evangelio del ascetismo de Juan. "Los que visten con elegancia, dice el Señor, están en los palacios de los reyes" 20.

Tratemos ahora de descubrir, con la ayuda de vuestras oraciones, el sentido espiritual del texto 21. "Tenía Juan un vestido hecho de pelos de camello con un cinturón de cuero a sus lomos" 22. Juan mismo dice: "Es preciso que él crezca y yo disminuya. El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo se alegra mucho, si ve al esposo" 23. Y dice además: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias" 24. Lo de "Es preciso que él crezca y yo disminuya" equivale a decir: es preciso que el Evangelio crezca y yo, la ley, disminuya. Llevaba Juan, es decir, la ley en Juan, un vestido hecho de pelos de camello: no podía llevar la túnica propia del cordero, de quien se dice: "He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo" 25, y también: "Como oveja fue llevado a la muerte" 26. Bajo la ley no podemos llevar la túnica propia de aquel cordero. Y bajo la ley llevaba Juan un cinturón de cuero, porque los judíos consideran pecado solamente el cometido de obra; lo contrario de nuestro Señor Jesús, que en el Apocalipsis de Juan aparece en medio de siete candelabros, llevando un cinturón de oro, y no en los lomos, sino en el pecho 27. La ley se ciñe a los lomos, mientras que Cristo, es decir, el Evangelio y la virtud de los monjes no sólo condena los actos libidinosos, sino incluso los malos pensamientos. Aquí — en el Evangelio — no está permitido pecar ni siquiera de pensamiento, allí — en la ley — sólo es reo de pecado quien de hecho haya cometido fornicación. En verdad, os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón 28. "Está escrito en la ley, dice Jesús, no cometerás adulterio" 29. Este es el cinturón que se ciñe a los lomos. "Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón." Este es el cinturón de oro, que se ciñe al pecho.

Llevaba un vestido de pelos de camello y "comía langostas y miel silvestre." La langosta es un animal pequeño, intermedio entre las aves y los reptiles, pues no despega de tierra lo suficiente; aunque se eleva un poco, salta más bien que vuela, e incluso, cuando se ha elevado un poco de tierra, cae de nuevo al suelo, al fallarle las alas. Así también, la ley parecía alejarse un poco del error de la idolatría, mas no era capaz de volar al cielo 30. Nunca se habla en la ley del reino de los cielos. ¿Queréis saber por qué el reino de los cielos sólo se predica en el Evangelio? "Haced penitencia, dice, porque está cerca el reino de los cielos" 31. Así, pues, la ley elevaba un poco a los hombres de tierra, pero no podía llevarlos al cielo. "Donde esté el cuerpo, allí se reunirán las águilas" 32. Esto respecto a las langostas.

También comía miel, no de la cultivada, sino de la silvestre, entre las fieras, entre las bestias; no en casa, no en la Iglesia, sino fuera de la Iglesia. En la ley llegaba a su fin la miel silvestre, de ahí que nunca hallemos escrito que la miel haya sido ofrecida en los sacrificios 33. Tal vez alguien se sorprenda y diga: ¿Por qué, siendo ofrecidos a Dios en sacrificio el aceite, la harina, el carnero, el cordero, la sangre de los animales, y demás cosas, sólo la miel no es ofrecida? En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Todo lo que se ofrezca en sacrificio, ofrézcase sazonado con sal 34. "Que vuestra conversación esté sazonada con sal" 35. La miel no se ofrece en absoluto. Y todo lo que haya tocado — se dice —, será impuro. La miel es signo del placer y la sensualidad: el placer conduce siempre a la muerte y no agrada nunca a Dios. Cuanto consigo trae dulzura no se ofrece a Dios en sacrificio. La miel es ciertamente dulce por sí misma y, por despertar con su dulzura los sentidos, se equipara al placer, a la pasión, a la lascivia. Cierto que la miel procede de las flores, que surgen por doquier, pero si te fijas bien, entre las mismas flores hay cadáveres, podredumbre y cosas semejantes... 36. Por tanto, la miel no sólo procede de las flores, sino también de todo lo voluptuoso. Parece ciertamente agradable, mas si sabes discernir el peligro, es en realidad mortal. ¿Por qué he dicho esto? Porque en la ley estaban los comienzos, mientras que en el Evangelio está la perfección.

Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias37. Aquí aparece claramente un signo de humildad; es como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en estas sencillas palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en el Deuteronomio y en el libro de Ruth 38 que cuando alguien se negaba a tomar por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden de parentesco, ante los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el matrimonio, tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se negaba, la misma a quien no quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara y le escupía. De este modo podía ya casarse con el otro. Esto se hacía para pública deshonra — interpretando de momento el texto al pie de la letra — a fin de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre, el miedo a esta pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos revela el sacerdocio. Juan mismo dice: "el que tiene a la esposa es el esposo" 39. Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del esposo: no puedo, siguiendo la ley, desatar la correa de su sandalia, porque él no ha rechazado a la Iglesia por esposa.

Yo os bautizo con agua 40, yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo os ofrezco agua. Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que se ve; él lo que no se ve. Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu invisible.

Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea 41. Fijaos en el significado de las palabras. No dice: vino Cristo 42, ni tampoco: vino el Hijo de Dios, sino vino Jesús. Alguien podría decir: ¿Por qué no dice Cristo? Me refiero a Cristo según la carne. Dios, por su parte, es eternamente santo y no necesita ninguna santificación, pero estamos hablando ahora de la carne de Cristo. Aún no había sido bautizado, ni había sido ungido por el Espíritu Santo. Hablo de Cristo según la carne, según la forma de siervo; que nadie se escandalice. Hablo de aquel que, como si fuera un pecador, se acercó al bautismo; no trato de dividir a Cristo. No trato de decir que uno es Cristo, otro Jesús, y otro el Hijo de Dios, sino que siendo uno y el mismo es diverso según la diversidad de los momentos. "Vino Jesús desde Nazaret de Galilea." Daos cuenta del misterio. A Juan el Bautista acuden en primer lugar los habitantes de Judea y de Jerusalén, pero nuestro Señor con quien se inicia el bautismo evangélico y que cambió los sacramentos de la ley en sacramentos del Evangelio, no vino desde Judea ni desde Jerusalén, sino desde Galilea de los gentiles 43. "Vino Jesús desde Nazaret de Galilea." Nazara significa flor 44. La flor (Jesús) viene de la flor.

Y fue bautizado por Juan en el Jordán 45. ¡Gran misericordia: el que no había cometido pecado es bautizado como si fuera un pecador! En el bautismo del Señor son perdonados todos los pecados. Pero sólo a manera de cierto anticipo es esto propio del bautismo del Salvador, porque la verdadera remisión de los pecados está en la sangre de Cristo y en el misterio de la Trinidad.

En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban 46. Todo esto, que se ha escrito, se ha escrito para nosotros, pues, antes de recibir el bautismo, tenemos los ojos cerrados y no vemos las cosas celestes.

Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venia de los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" 47. Jesucristo es bautizado por Juan; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y el Padre da testimonio desde los cielos. Mira, Arrio, ved, herejes, el misterio de la Trinidad en el bautismo de Jesús: Jesús es bautizado, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma, el Padre habla desde el cielo. "Vio que los cielos se rasgaban." Cuando dice "vio," da a entender que los otros no veían, pues no todos ven los cielos abiertos. ¿Qué dice Ezequiel en el comienzo de su libro? 45 "Y sucedió, dice, que encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, vi los cielos abiertos." Yo vi, luego los otros no veían. Que nadie piense que se trata de los cielos simple y materialmente abiertos: nosotros mismos, que nos hallamos aquí, vemos los cielos abiertos o cerrados según la diversidad de nuestros méritos. La fe plena tiene los cielos abiertos, mas la fe vacilante los tiene cerrados.

"Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él" Maniqueos, marcionistas y demás herejías suelen presentarnos la siguiente objeción: si Cristo está en su cuerpo y la carne, que asumió, no fue abandonada, ni se la quitó de encima, también el Espíritu Santo, que bajó a él, está en la paloma. ¿Percibís los silbidos de la antigua serpiente? 49 ¿Véis que aquella culebra, que arrojó al hombre del paraíso, también a nosotros quiere arrojarnos del paraíso de la fe? No dice — el evangelista — : tomó el cuerpo de una paloma, sino el Espíritu "como" paloma. Cuando se dice "como" no se designa la realidad, sino la similitud.

Respecto al Señor y Salvador, no está escrito que nació "como" hombre, sino que nació hombre. Mas aquí se dice como paloma. Por tanto, fue una similitud lo que se dio, no fue la realidad.

A continuación, el Espíritu le empuja al desierto50. El mismo Espíritu, que había bajado en forma de paloma. "Vio — dice — que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, como paloma, bajaba y se quedaba con él." Fijaos en lo que dice: se quedaba, es decir, se establecía de forma permanente, nunca lo abandonaría. Juan mismo dice en otro Evangelio: "El que me envió, me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él" 51. En Cristo el Espíritu Santo bajó y se quedó, en los hombres baja, mas no se queda permanentemente. En el libro de Ezequiel, que personalmente es figura del Salvador, pues a ningún otro de los profetas — hablo de los antiguos — se le llama "hijo del hombre," como a Ezequiel, en el libro de Ezequiel, digo, no transcurren veinte o treinta versículos, cuando se dice inmediatamente: "La palabra del Señor fue dirigida al profeta Ezequiel" 52. Es posible que alguien se pregunte: ¿por qué se dice esto tantas veces del profeta? Porque el Espíritu Santo bajaba ciertamente al profeta, mas se retiraba de nuevo. Cada vez que se dice: "La palabra del Señor fue dirigida," se indica que el Espíritu Santo, que se había retirado, venía de nuevo a él. Pues, cuando nosotros nos dejamos arrastrar por la ira, cuando denigramos, cuando somos presa de una tristeza que conduce a la muerte, cuando nuestro pensamiento está puesto en las cosas propias de la carne, ¿podemos pensar que el Espíritu Santo permanece en nosotros? ¿Y podemos esperar que permanezca en nosotros el Espíritu Santo, si odiamos al hermano o si maquinamos cosas inicuas? Por tanto, si alguna vez nos proponemos algo bueno, sepamos que el Espíritu Santo permanece en nosotros; si nos proponemos algo malo, signo es de que el Espíritu Santo se ha retirado de nosotros. Por ello se dice con respecto al Salvador: "Aquel sobre el que veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es..." 53. "A continuación, el Espíritu le empuja al desierto." Este mismo Espíritu es el que empuja al desierto a los monjes, cuando, viviendo con sus padres desciende y permanece sobre ellos. El Espíritu Santo es el que les saca de casa y les conduce a la soledad. Pues el Espíritu Santo no se siente a gusto donde hay multitud y tropel, donde hay discordia y riñas. De ahí que nuestro Señor y Salvador, cuando quería orar, "se retiraba solo al monte — como dice el Evangelio — y allí oraba durante toda la noche" 54. Durante el día estaba con sus discípulos, durante la noche se dedicaba a orar al Padre por nosotros. ¿Por qué digo todo esto? Porque algunos hermanos suelen decir: si estoy en un convento, no podré orar solo. ¿Acaso nuestro Señor despedía a los discípulos? Permanecía con ellos, mas, cuando quería orar más intensamente, se retiraba solo. Así también nosotros, cuando queramos orar más de lo que hacemos comunitariamente, utilicemos la celda, los campos, el desierto. Podemos poseer los valores comunitarios juntamente con la soledad.

1 Ap 4:6 ss.

2 Ez 1:5 ss. Cf. Jerón, Prolog. in Matth.

3 Mc 1:1-3.

4 Con el advenimiento del Evangelio predicado por Jesús, concluye el periodo de la ley mosaica y comienza la nueva ley, fundada sobre la anterior, pero perfeccionada por Cristo.

5 Referencia a la famosa versión griega del A. T., llamada de los setenta muy utilizada por los Santos Padres.

6 Ml 3:1.

7 I P 5:13. El texto completo, tal como se encuentra en la primera carta de San Pedro, dice así: "Os saluda la Iglesia de Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos." Se trata de la iglesia o comunidad cristiana de Roma, según la unánime y concorde tradición exegética. Babilonia, en efecto, se había convertido en símbolo de las capitales paganas en el lenguaje de los profetas.

8 Porfirio de Tiro (233-304), filósofo neoplatónico. Fue discípulo de Plotino en Roma y polemizó contra los cristianos. Su obra más importante es "ISAGO," introducción a las categorías de Aristóteles, que tuvo gran influjo en toda la filosofa medieval.

9 Cf. Jerón. In Matth. 3:3.

10 Is 40:3

11 El evangelista funde aquí unas distintas frases bíblicas, atribuyéndolo todo al profeta Isaías. Esta clase de centones era frecuente en el cristianismo primitivo.

12 Mc 1:4.

13 Ex 3:14.

14 Mc 1:5.

15 Sal 75:2.

16 Mc 1:5.

17 Mc 1:6.

18 Lc 1 5-8.

19 San Jerónimo, como San Ambrosio (ver In Lucam, libro II), sostiene que Zacarías era el príncipe de los sacerdotes, mientras que, según otros intérpretes, era sólo un simple sacerdote.

20 Mt 11:8.

21 "Orationibus vestris" (con la ayuda de vuestras oraciones) es una expresión, que se repite de forma habitual en San Jerónimo.

22 Mt 3:4.

23 Jn 3:29-30. En el A.T. es clásica la sinología nupcial para representar las relaciones entre Dios e Israel. En la presente metáfora evangélica la posición de Juan el Bautista viene parangonada a la del paraninfo (amigo del esposo), que era escogido entre los íntimos para la escolta de honor.

24 Mc 1:7.

25 Jn 1:29.

26 1s 53 7

27 Ap 1 13

28 Mt 5:28.

29 Mt 5:27.

30 Cf. Jerón. Contra Pelag. 1:31.

31 Mt 3:2.

32 Mt 24:28. La extrema concisión en el lenguaje de San Jerónimo hace oscuro el motivo de esta cita.

33 La referencia a la ley es de carácter rabínico, expresada en la afirmación de que la miel tenía que cons-derarse un elemento contaminante.

34 Cf. Lv 2:13.

35 Col 4:6.

36 También aquí la concisión perjudica la claridad. Se puede entender en el sentido de que los jugos, de los que las abejas producen la miel, provienen de la descomposición de flores muertas y en putrefacción.

37 Mc 1:7.

38 Dt 25:7; Rt 4:7. La cita del Éxodo no es posible encontrarla en las modernas versiones del A. T.

39 Jn 3:29.

40 Mc 1:8.

41 Mc 1:9.

42 A propósito de las observaciones de Jerónimo hay que recordar el significado de "Cristo" = "ungido."

43 La región de Galilea estaba habitada por muchos paganos: por esto se llama Galilea de los gentiles, o sea, de los paganos.

44 Cf. Jerón., Epist. 46:12. En Is 11:1 el Mesías viene designado como un renuevo, en hebreo nezer: es posible que esta palabra sea el origen del mismo nombre de Nazaret.

45 Mc 1:9.

46 Mc 1:10.

47 Mc 1:10-11

48 Ez 1:1.

49 Cf. Jerón., Adversus Jovinianum, 1:4.

50 Mc 1:12.

51 Jn 1:33.

52 Ez 1 3 Cf. Jerón., In Ezez. 47:6.

53 Jn 1:33.

54 Lc 6:12.

II. Mc 1:13-31.

Al final de la lectura anterior está escrito: Estaba entre los animales de campo y los ángeles le servían 1. Ya que el domingo pasado no hubo espacio de tiempo suficiente para llegar hasta aquí, debemos hacer del final de la lectura precedente el comienzo de la lectura de hoy. Pues la Sagrada Escritura forma un todo coherente, unida como está por un mismo Espíritu: es como una pequeña cadena, en la que cada anillo se une a otro y basta con que quites parte de uno, para que otro quede totalmente suelto.

"Estaba entre los animales y los ángeles le servían." Jesús estaba entre los animales y, por ello, los ángeles le servían. "No entregues a los animales — dice la Escritura — el alma que te reconoce" 2, Estos animales son los que el Señor pisoteaba con el pie del Evangelio, es decir, pisoteaba al león y al dragón. "Y los ángeles le servían." No debe considerarse como algo grande y maravilloso el que los ángeles sirvieran a Dios, pues no hay nada de extraordinario en que los siervos sirvan al Señor, pero todo esto se dice del hombre, asumido por Dios. "Estaba entre los animales." Dios no puede estar entre los animales, pero su carne, que está sujeta a las humanas tentaciones, aquel cuerpo, aquella carne, que sintió sed, que sintió hambre, esa misma carne es tentada, y vence, y en ella vencemos nosotros.

Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea3. La historia es conocida y clara para los oyentes, prescindiendo de nuestra explicación. Pero pidamos a aquél, que tiene la llave de David, que abre y nadie puede cerrar, que cierra y nadie puede abrir4, que nos abra los santuarios del Evangelio, y que también nosotros con David podamos decir: "Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley" 5.

A las turbas hablaba el Señor en parábolas y les hablaba desde fuera, no interiormente, es decir, no en el espíritu; desde fuera, según la letra6. Pidamos nosotros, sin embargo, al Señor que nos introduzca en sus misterios, que nos introduzca en su aposento, para que como la esposa del Cantar de los Cantares podamos decir: "El rey me ha introducido en sus aposentos" 7. El apóstol dice que sobre los ojos de Moisés se ponía un velo8. Y yo os digo que no sólo en la ley hay un velo, sino que también en el Evangelio lo hay para el que no sabe. El judío oye, pero no entiende; un velo está puesto para él en el Evangelio. Los gentiles oyen, los herejes oyen y tienen, no obstante, un velo. Abandonemos, por tanto, la letra con los judíos y sigamos el espíritu con Jesús. No se trata de que rechacemos la letra del Evangelio — pues se ha cumplido todo cuanto está escrito —, sino de que, paso a paso, vayamos ascendiendo hacia cosas más elevadas.

"Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea." El domingo pasado decíamos en nuestra explicación que Juan se identifica con la ley y Jesús con el Evangelio. Juan, en efecto, dice: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias." Y en otro lugar: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya" 9. Aquí establece una comparación entre la ley y el Evangelio. Y dice también: "Yo os bautizo con agua," esto es la ley, "pero él os bautizará con Espíritu Santo10, esto es el Evangelio. Vino, por ello, Jesús, porque Juan había sido encarcelado. La ley ha sido encarcelada y ya no goza de su antigua libertad, pero de la ley hemos pasado al Evangelio. Fijaos bien en lo que dice: "Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea." No a Judea, ni a Jerusalén, sino a la Galilea de los gentiles. "Marchó Jesús a Galilea." Galilea significa en nuestra lengua cataquilioté (llanura circular)11. Pues antes de la venida del Salvador no había allí nada elevado, antes bien todo lo que arrastra hacia abajo: pululaban allí la lujuria, la suciedad, la impureza y los vicios inmundos. Predicando el Evangelio del reino de Dios 12. En cuanto puedo recordar, del reino de los Cielos no he oído hablar nunca, leyendo la ley, leyendo los profetas o leyendo el salterio, sino sólo en el Evangelio. El reino de Dios ha quedado abierto sólo después de que haya venido aquel que dijo: "El reino de Dios está dentro de vosotros" 13.

"Predicando el Evangelio del reino de Dios." "Desde los días de Juan el Bautista, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan" 14. Antes de la venida del Salvador y de la luz del Evangelio, antes de que Cristo, acompañando al buen ladrón, abriese la puerta del paraíso, todas las almas de los santos eran conducidas a los infiernos 15. Como dice Jacob: "Llorando y gimiendo bajaré a los infiernos" 16. Si Abraham fue a los infiernos, ¿quién no irá allí? 17. En la ley, Abraham va a los infiernos, en el Evangelio, el ladrón va al paraíso. No desdeñamos a Abraham, en cuyo seno deseamos todos descansar, mas preferimos Cristo a Abraham, preferimos el Evangelio a la ley. Leemos que después de la resurrección de Cristo muchos santos se aparecieron en la ciudad santa. Nuestro Señor y Salvador predicó no sólo en la tierra, sino también en los infiernos. Por esto murió y por esto descendió a los infiernos, para liberar las almas que allí habían sido encarceladas.

Predicando el Evangelio del reino de los Cielos y diciendo: se ha cumplido el tiempo de la ley, llega el comienzo del Evangelio, el reino de Dios está cerca18. No dijo: ya está presente el reino de Dios, sino el reino de Dios está cerca. Antes de que yo padezca y derrame mi sangre, no será inaugurado el reino de Dios. Por tanto, está cerca. porque yo aún no he padecido.

Convertíos y creed en el Evangelio 19: no en la ley, sino en el Evangelio; mejor aún: por la ley en el Evangelio, tal como está escrito: "de fe en fe" 20. La fe en la ley corroboró la fe en el Evangelio.

Y bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pcscadores21. Simón, que todavía no era Pedro, pues todavía no había seguido a la Piedra (Cristo) 22, para que pudiera llamarse Pedro; Simón, pues, y su hermano Andrés estaban a la orilla y echaban las redes al mar y cogieron peces. "Vio — dice — a Simón y a Andrés, su hermano, largando las redes al mar, pues eran pescadores." El Evangelio afirma tan sólo que echaban las redes, mas no que cogieran algo. Por tanto, antes de la Pasión se afirma que echaron las redes, mas no hay constancia de que capturaran algo. Después de la pasión, sin embargo, echan la red y capturan tanto que las redes se rompían. 23 "Largando las redes en el mar, pues eran pescadores." Y Jesús les dijo: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres."24. ¡Feliz cambio de pesca!: Jesús les pesca a ellos, para que a su vez ellos pesquen a otros pescadores. Primero se hacen peces para ser pescados por Cristo; después ellos mismos pescarán a otros. "Jesús les dice: Venid en pos de mi, y os haré pescadores de hombres."

Y al instante, dejando sus redes, le siguieron 25. "y al instante." La fe verdadera no conoce intervalo; tan pronto se oye, cree, sigue, y se convierte en pescador. "Al instante, dejando las redes." Yo pienso que en las redes dejaron los pecados del mundo. "Y le siguieron." No era, en efecto, posible que, siguiendo a Jesús, conservaran las redes. Y caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes 26 Cuando se dice arreglando, se indica que se habían roto. Echaban, pues, las redes en el mar, pero, como estaban rotas, no podían capturar peces. Arreglaban las redes en el mar, es decir se sentaban en el mar, se sentaban en una pequeña barca, con su padre Zebedeo, y arreglaban las redes de la ley. He dicho esto, siguiendo una interpretación espiritual. Los que arreglaban las redes en la barca eran justamente los mismos que estaban en ella. Estaban en la barca, no en el litoral, no en tierra firme, sino en la barca, golpeados de uno y otro lado por las olas. Y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca, con los jornaleros, se fueron tras él 27. Tal vez alguien diga: temeraria es la fe. Pues, ¿qué signos habían visto, qué majestad se les había manifestado, para que, al ser llamados, inmediatamente le siguieran? Realmente aquí se nos da a entender que los ojos y el rostro de Jesús irradiaban un algo divino y atraían hacia sí poderosamente la atención de quienes lo miraban28. De lo contrario, cuando Jesús les decía: seguidme, nunca le habrían seguido. Pues si le hubieran seguido sin una razón, más que fe habría sido temeridad. Es como si a mí, que estoy ahora aquí sentado, cualquiera que pasa me dice: ven, sígueme, y le sigo, ¿habría fe acaso en ello? ¿Por qué digo todo esto? 29 Porque la palabra del Señor de suyo era eficaz y hacía lo que decía. Si, pues, "habló y fueron hechas todas las cosas, ordenó y fueron creadas" 30, del mismo modo los llamó y ellos al instante le siguieron.

Y al instante los llamó, y ellos al instante, dejando a su padre Zebedeo..., etc. "Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza" 31. "Y dejando a su padre Zebedeo en la barca." Escuchad, monjes, imitad a los apóstoles: escucha la voz del Salvador y olvídate de tu padre carnal. Mira al verdadero padre del alma y del espíritu y deja al padre corporal. Los apóstoles dejan al padre, dejan la nave, dejan todas las riquezas en un instante: dejan el mundo y todas sus infinitas riquezas. Pues todo lo que tenían lo abandonaron. Dios no se fija en la cantidad de las riquezas, sino en el espíritu de quien las deja. Quienes dejaron poco, igualmente hubieran dejado mucho. "Dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron." Poco antes hemos dicho algo de modo enigmático sobre los apóstoles, que arreglaban las redes de la ley. Rotas como estaban, no podían capturar peces; corroídas por la salobridad del mar, no podían ser reparadas si no hubiera venido la sangre de Jesús y las hubiera renovado. Dejan, por ende, a su padre Zebedeo, es decir, dejan la ley, y lo dejan plantado en la barca, en medio de las olas del mar.

Y fijaos en lo que sigue. Dejan, dice el evangelista, a su padre, es decir, la ley, con los jornaleros. Pues todo lo que hacen los judíos, lo hacen para la vida presente y son, por ello, jornaleros. "Quien cumple la ley vivirá por ella" 32, dice, no en el sentido de que gracias a la ley podrá vivir en el cielo, sino en el sentido de que por lo que hace recibe recompensa en el presente. También está escrito en Ezequiel: "Les di preceptos no buenos y mandatos no perfectos, siguiendo los cuales, vivirán según ellos" 33. Según ellos viven los judíos: no buscan otra cosa que tener hijos, poseer riquezas, gozar de buena salud. Buscan todas las cosas terrenales y no piensan en ninguna de las celestes. Por ello son jornaleros. ¿Queréis saber por qué los judíos son jornaleros? El hijo aquel, que había disipado su hacienda, y que es figura de los gentiles, dice: "¡Cuántos jornaleros hay en la casa de mi padre!"34. "Y dejando a su padre en la barca con los jornaleros, le siguieron." Dejaron a su padre, es decir, la ley, en la barca con los jornaleros. Hasta hoy los judíos navegan, y navegan en la ley, y están en el mar, y no pueden llegar a puerto. No creyeron en el puerto, por tanto, no consiguen llegar a él.

Entran en Cafarnaúm35. ¡Feliz y hermoso!: dejan el mar, dejan la barca, dejan los vinculas de las redes, y entran en Cafarnaúm. El primer cambio es éste: dejar el mar, dejar la barca, dejar el antiguo padre, dejar los antiguos vicios. Pues en las redes y en los vínculos de las redes se dejan todos los vicios. Fijaos bien en el cambio. Dejan todas las redes, y al dejarlas, ¿qué encuentran? "Entran — dice el evangelista — en Cafarnaúm": en el campo de la consolación. CAPHAR significa campo, NAUM significa consolación. O si queréis, — teniendo en cuenta que la lengua hebrea permite múltiples significados y que, según la distinta pronunciación, una palabra puede tener sentido diverso — NAUM significa no sólo consolación, sino también hermoso.

Entran en Cafarnaúm y, al llegar el sábado, entró en la sinagoga y les enseñaba 39: que abandonaran el ocio del sábado y asumieran las obras del Evangelio. Mt 5:20-48: Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas40. Pues no decía: "Esto dice el señor," o: "EI que me envió dice lo siguiente," sino que hablaba él en primera persona, el mismo que había hablado por medio de los profetas. Una cosa es decir: está escrito, otra decir: esto dice el Señor, y otra decir: en verdad os digo. Fijaos en otro pasaje: "Está escrito, dice, en la ley: no matarás, no repudiarás a tu mujer." Está escrito. ¿Por quién está escrito? Por Moisés, mas ordenándoselo Dios. Si está escrito por el dedo de Dios, ¿cómo te atreves a decir: en verdad os digo, si no eres tú mismo, el que antes diste la ley? Nadie se atreve a cambiar la ley, si no es el rey. La ley la dio ¿el Padre o el Hijo? Responde, hereje. Acepto de buen grado lo que digas: para mí han sido los dos. Si la dio el Padre, también es el Padre quien la cambia, luego el Hijo es igual al Padre, porque la cambia juntamente con quien la dio. Sea que él la dio, sea que él la cambia, la misma autoridad demuestra al haberla dado que al haberla cambiado, cosa que nadie puede hacer más que el rey.

Se admiraban de su enseñanzas41. Yo me pregunto: ¿Qué había enseñado de nuevo? ¿Qué de nuevo había predicado? Decía por sí mismo las mismas cosas que habían dicho los profetas. Mas se admiraban por esto, porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. No enseñaba como un maestro, sino como el Señor: no hablaba, apoyándose en otra autoridad superior, sino que hablaba él mismo con la autoridad que le era propia. Hablaba así, en definitiva, porque con su propia esencia estaba diciendo lo que había dicho por medio de los profetas. "Yo, que hablaba, he aquí que estoy presente" 42. El espíritu impuro, que antes había estado en la sinagoga y que los había llevado a la idolatría, del cual está escrito: "Habéis sido seducidos por el espíritu de la fornicación"43, era el espíritu que había salido de un hombre y discurría por el desierto, el que buscó reposo y no pudo hallarlo y que, tomando consigo a otros siete demonios, regresó a su antigua morada 44. En aquel tiempo, estos espíritus estaban en la sinagoga y no podían soportar la presencia del Salvador. ¿Qué tienen en común Cristo y Belial? 45 Imposible que habiten los dos en la misma comunidad. Se hallaba en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar diciendo: ¿qué hay entre tú y nosotros?46 ¿Quién es el que dice: qué hay entre ti y nosotros? Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por ser él vencido, comprendió que habían sido vencidos también sus compañeros "y comenzó a gritar." Comenzó a gritar como quien está inmerso en el dolor, como quien no puede soportar la flagelación.

Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quien eres, el Santo de Dios 47. Inmerso en los tormentos y manifestando con sus gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin embargo, fin a sus mentiras. Se ve obligado a decir la verdad, le obligan los tormentos, pero se lo impide la malicia. "Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno?" ¿Por qué no confiesas que es el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo de Dios? ¿Sientes sus castigos y no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús Nazareno. "¿Has venido a perdernos?" Es cierto esto que dices: Has venido a perdernos. "Sé quien eres." Veamos lo que añades: "el Santo de Dios." ¿No fue Moisés el santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue Jeremías? "Antes, dice el Señor, de que nacieras, en el seno materno te santifiqué" 48. Esto se le dice a Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes fueron santos lo fueron. Más ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quien eres, el Santo de Dios? ¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! "Sé quien eres, el Santo de Dios." No digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es, pero no lo sabes. Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas, o simplemente no lo sabes. Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo.

¿Por qué he dicho todo esto? Para que no demos crédito a lo que testifican los demonios. El diablo nunca dice la verdad, puesto que es mentiroso como su padre. "Vuestro padre — dice Jesús a los judíos — es mentiroso, y lo es desde el principio, como su propio padre" 49. Dice que su padre es mentiroso y que no dice la verdad, así como su propio padre, que es el padre de los judíos. Ciertamente el diablo es mentiroso desde el principio, Pero, ¿quién es el padre del diablo? Fíjate bien en lo que dice: "Vuestro padre es mentiroso, desde el principio habla mentira, como su padre." Lo cual significa esto: que el diablo es mentiroso, y habla mentira, y es el padre de la mentira misma 50. No quiere decir que el diablo tenga otro padre, sino que el padre de la mentira es el diablo. Por ello dice que es mentiroso y que desde el principio del mundo no dice la verdad, o sea, habla mentira y es su padre, esto es, padre de la mentira misma.

Hemos dicho todo esto de pasada, para que nos percatemos de que no debemos aceptar lo que testifican los demonios. Dice el Señor y Salvador: "Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones" 51. Y he aquí que veo muchos que se entregan a las borracheras, que eructan vino, y que en medio de los banquetes exorcizan e increpan a los demonios. Parece que Cristo nos haya mentido, pues dijo: "Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones." Así, pues, insisto en todo esto, para que no aceptemos fácilmente lo que testifican los demonios.

En definitiva, ¿qué dice el Salvador? Y Jesús le conminó: Cállate y sal de este hombre 52. La verdad no necesita del testimonio de la mentira. No he venido para ser reconocido por tu testimonio, sino para arrojarte de mi criatura. "No es hermosa la alabanza en boca del pecador" 53. No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar. "Cállate." Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino tus tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino que salgas. "Cállate y sal de este hombre." Como si dijera: sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: "Cállate y sal de este hombre." De este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre: abandona esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa: sal de este hombre, de este animal racional.

"Sal de este hombre," dijo también en otro lugar a una legión de demonios, para que saliera de un hombre y entrara en los puercos 54. Mira cuán preciosa es el alma humana. Esto contradice a aquellos que creen que nosotros y los animales tenemos una misma alma y arrastramos un mismo espíritu. De un solo hombre es arrojada la legión y enviada a dos mil puercos, lo cual nos hace ver que es precioso lo que se salva y de poco valor lo que se pierde. Sal de este hombre y vete a los puercos, vete a los animales, vete donde quieras, vete a los abismos. Abandona al hombre, es decir, abandona una propiedad particularmente mía. "Sal de este hombre": no quiero que tú poseas al hombre; es para mí una injuria que habites tú en el hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el cuerpo humano, yo habito en el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por tanto, sal del hombre.

Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...55. Con estos signos mostró su dolor. "Agitándolo violentamente." Aquel demonio, al salir, como no podía hacer daño al alma lo hizo al cuerpo y, como de otro medio no podía hacer comprender, manifiesta con signos corporales que ha salido. "Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...." Porque allí estaba el espíritu puro que huye del espíritu impuro.

Y, dando un grito, salió de el 56. Con el clamor de la voz y la agitación del cuerpo puso de manifiesto que salía.

Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros... etc. 57. Leamos los Hechos de los Apóstoles, leamos los signos, que hicieron los antiguos profetas. Moisés hace signos y ¿qué dicen los magos del faraón? "Es el dedo de Dios" 58. Es Moisés el que los hace y ellos reconocen el poder de otro. Hacen después signos los apóstoles: "En el nombre de Jesús, levántate y anda" 59. "En el espíritu de Jesús, sal" 60. Siempre es nombrado Jesús. Aquí, sin embargo, ¿qué dice el señor? "Sal de este hombre." No nombra otro, sino que es él mismo el que les obliga a los demonios a salir. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¿Qué es esta enseñanza nueva? 61. Que el demonio hubiera sido arrojado no era nada nuevo, pues también solían hacerlo los exorcistas hebreos62. Mas, ¿qué es lo que dice? "¿Qué es esta enseñanza nueva"? ¿Por qué nueva? Porque manda con autoridad a los espíritus inmundos 63. No invoca a ningún otro, sino que él mismo ordena: no habla en nombre de otro, sino con su propia autoridad.

Y bien pronto su fama se extendió por toda la región de Galilea 64. No por Judea, ni por Jerusalén, pues los doctores judíos, llenos de envidia hacia Jesús, no dejaban que su fama se extendiera. En definitiva, Pilato y los demás pudieron comprobar que los fariseos habían entregado a Jesús por envidia 65. ¿Por qué digo esto? Por lo de que su fama se extendió a toda Galilea. A toda Galilea llegó su fama y no llegó siquiera a una sola aldea de Judea. ¿Por qué insisto en ello? Porque el alma que ha sido poseída de una vez por la envidia, difícil es que acoja las virtudes. Es casi imposible hallar remedio para un alma, a la que haya poseído la envidia. En definitiva, el primer homicidio y el primer parricidio los hizo la envidia. Dos hombres había en el mundo, Abel y Caín: el Señor aceptó las ofrendas de Abel y no aceptó las de Caín. Y el que hubiera debido imitar la virtud, no sólo no lo hizo, sino que mató bien pronto a aquel, cuyas ofrendas había aceptado el Señor.

Luego, saliendo de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés con Santiago y Juan 66. Había instruido el Señor a su cuadriga 67 y era ensalzado por encima de los querubines. Y entra en la casa de Pedro. Digna era su alma para recibir a un huésped tan grande. "Vinieron — dice el Evangelio — a casa de Simón y Andrés."

La suegra de Simón estaba acostada con fiebre 68, Mc 1:29. ¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él toma nuestra mano, la fiebre huye al instante. El es un médico egregio, el verdadero protomédico. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, mas éste es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades. No toca el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo, sino la mano. Tenía la fiebre, porque no poseía obras buenas. En primer lugar, por tanto, hay que sanar las obras 69, y luego quitar la fiebre. No puede huir la fiebre, si no son sanadas las obras. Cuando nuestra mano posee obras malas, yacemos en el lecho, sin podernos levantar, sin poder andar, pues estamos sumidos totalmente en la enfermedad. Y acercándose 70 a aquella, que estaba enferma... Ella misma no pudo levantarse, pues yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salirle al encuentro al que venía. Mas, este médico misericordioso acude él mismo junto al lecho; el que había llevado sobre sus hombros a la ovejita enferma, él mismo va junto al lecho. "Y acercándose... " Encima se acerca, y lo hace además para curarla. "Y acercándose... " Fíjate en lo que dice. Es como decir: hubieras debido salirme al encuentro, llegarte a la puerta, y recibirme, para que tu salud no fuera sólo obra de mi misericordia, sino también de tu voluntad. Pero, ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres y no puedes levantarte, yo mismo vengo. Y acercándose, la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse, es tomada por el Señor. Y la levantó, tomándola de la mano 71. La tomó precisamente de la mano. También Pedro, cuando peligraba en el mar y se hundía, fue cogido de la mano y levantado. "Y la levantó tomándola de la mano." Con su mano tomó el Señor la mano de ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia! La levantó tomándola de la mano: con su mano sanó la mano de ella. Tomó su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó la magnitud de las fiebres, él mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo. La toca Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos por fin del lecho, no permanezcamos tumbados. Está Jesús de pie ante nuestro lecho, ¿y nosotros yacemos? Levantémonos y estemos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. "En medio de vosotros — dice el Evangelio — está uno a quien no conocéis"72. "El reino de Dios está entre vosotros"73. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador. Mira cuán grande es su misericordia. Nuestros pecados huelen, son podredumbre y, sin embargo, si hacemos penitencia por los pecados, si los lloramos, nuestros pútridos pecados se convierten en ungüento del Señor. Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano.

Y al instante — dice — la fiebre la dejó 74. Apenas la toma de la mano, huye la fiebre. Fijaos en lo que sigue. "Al instante la fiebre la dejó." Ten esperanza, pecador, con tal de que te levantes del lecho. Esto mismo ocurrió con el santo David, que había pecado, yaciendo en la cama con Betsabé, la mujer de Urías el hitita75 y sintiendo la fiebre del adulterio, después que el Señor le sanó, después que había dicho: "Ten piedad de mí, oh Dios por tu gran misericordia" 76, así como: "Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" 77. "Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios mío... " 78 Pues él había derramado la sangre de Urías, al haber ordenado derramarla. "Líbrame, dice, de la sangre, oh Dios, Dios mío, y un espíritu firme renueva dentro de mí" 79. Fíjate en lo que dice: "renueva." Porque en el tiempo en que cometí el adulterio y perpetré el adulterio y perpetré el homicidio, el Espíritu Santo envejeció en mí. ¿Y qué más dice? "Lávame y quedaré más blanco que la nieve" 80. Porque me has lavado con mis lágrimas. Mis lágrimas y mi penitencia han sido para mí como el bautismo. Fijaos, por tanto, de penitente en qué se convierte. Hizo penitencia y lloró, por ello fue purificado. ¿Qué sigue inmediatamente después? "Enseñaré a los inicuos tus caminos y los pecadores volverán a ti"''. De penitente se convirtió en maestro.

¿Por qué dije todo esto? Porque aquí está escrito: Y al instante la fiebre la dejó y se puso a servirles 82. No basta con que la fiebre la dejase, sino que se levanta para el servicio de Cristo. "Y se puso a servirles." Les servía con los pies, con las manos, corría de un sitio a otro, veneraba al que le había curado. Sirvamos también nosotros a Jesús. Él acoge con gusto nuestro servicio, aunque tengamos las manos manchadas: él se digna mirar lo que sanó, porque él mismo lo sanó. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

1 Mc 1:13.

2 Sal 73:19.

3 Mc 1:14.

4 Ap 3 7.

5 Salmo, 18

6 El motivo por el que Jesús haya adoptado la enseñanza por medio de parábolas, cuando al principio de su predicación hablaba de forma sencilla y abierta, es explicado por los intérpretes de la Sagrada Escritura por el hecho de que no haya querido romper abiertamente con el judaísmo oficial, que era declaradamente hostil a su persona y a su doctrina. El lenguaje velado de las parábolas le permitía continuar hablando en público, ofreciendo de este modo la posibilidad a los bien intencionados de poder comprender adecuadamente "los misterios del reino de Dios."

7 Ct 1:4.

8 2 Co 3:13.

9 Jn 3:30.

10 Mc 1:8.

11 Esta palabra griega puede traducirse como llanura circular: así, en efecto, se presenta Galilea, como una extensión llana y en forma circular. De este hecho geofísico, unido a la circunstancia de que residían allí muchos paganos deduce San Jerónimo sus consideraciones de carácter moral.

12 Mc 1:14.

13 Lc 17:21.

14 Mt 11:12.

15 Se trata de sheol, que en la terminología y la creencia hebraica significaba la morada de los patriarcas y de los justos. En la época de Jesús el sheol se distinguía de la gehenna, lugar reservado a los pecadores, con el tormento del fuego.

16 Gn 37:35.

17 Lc 16:22. Cf. Jerón., Epis. 129, 2; Epis. 60:3.

18 Mc 1:14-15.

19 Ibid.

20 Rm 1:17.

21 Mc 1:16.

22 La piedra es Cristo, prefigurado en aquella roca, de la que los hebreos bebieron agua hecha brotar milagrosamente por Moisés. Aquí San Jerónimo une concisamente el episodio del Éxodo (17:5-6) con las aplicaciones que saca San Pablo (I Co 10:4).

23 Lc 5:6; Jn 21:11.

24 Mc 1:17.

25 Mc 1:18.

26 Mc 1:19.

27 Mc 1:20.

28 Mc 11:15.

29 Como habrá notado el lector, esta pregunta, que sirve para recapitular y concluir, ("Hoc totum quare dico?" o "... quare dixi?") es habitual en San Jerónimo.

30 Sal 148. 5.

31 Sal 44:11 ss.

32 Lv 18:5; Rm 10:5

33 Ez 20:25.

34 Lc 15:17; cf. Jerón., Epis. 21:14.

35 Mc 1:21.

36 Cf. Jerón., De nom. hebr.: ML 23:888; cf. Mt 11:23 ss.

37 Sal 132:1.

39 Mc 1: 21.

40 Mc 1:22.

41 Ibid.

42 Is 52:6.

43 Os 4:12.

44 Mt 12:43 ss.

45 2Co 6:15.

46 Mc 1:23-24

47 Ibid.

48 Jer 1:5.

49 Jn 8:44.

50 Cf. Jerón., In Isaíam 14:22.

51 Mt 17 21.

52 Mc 1:25.

53 EcLo 15:9.

54 MI 8:32. Cf. Jerón., In Matth. 8:31 ss.

55 Mc 1:26.

56 Ibid.

57 Mc 1:27.

58 Ex 8:19.

59 Hch 3:6.

60 Hch 16:18.

61 Mc 1. 27.

62 Cf. Jerón. In Matth, 12:27.

63 Mc 1 27.

64 Mc 1 28.

65 Mt 27:18.

66 Mc 1:29.

67 La expresión se refiere a los cuatro primeros apóstoles.

68 MC 1:30.

69 La mano para San Jerónimo, así como para San Ambrosio, es símbolo de la actividad, es decir, de las obras.

70 Mc 1:31.

71 Ibid.

72 Jn 1:26.

73 Lc 17:21.

74 Mc 1:31.

75 2 Sam 11. 2-5.

76 Sal 50:3.

77 Sal 50:6.

78 Sal 50:16.

79 Sal 50:12.

80 Sal 50:9

81 Sal 50:15.

82 Mc 1:31.

III. Mc 5:30-43 1

¿Quién me ha tocado?2, pregunta, mirando en derredor, para descubrir a la que lo había hecho. ¿No sabía el Señor quién lo había tocado? Entonces, ¿por qué preguntaba por ella? Lo hacia como quien lo sabe, pero quiere ponerlo de manifiesto. Y la mujer, llena de temor y temblorosa, conociendo lo que en ella había sucedido... etc. 3 Si no hubiese preguntado y hubiese dicho: ¿Quién me ha tocado? nadie hubiera sabido que se había realizado un signo. Habrían podido decir: no ha hecho ningún signo, sino que se jacta y habla para gloriarse. Por ello pregunta, para que aquella mujer confiese y Dios sea glorificado.

Y se postró ante él y le dijo toda la verdad 4. Observad los pasos, ved el progreso. Mientras padecía flujo de sangre, no había podido venir ante él: fue sanada y vino ante él. Y se postró a sus pies. Todavía no osaba mirarle a la cara: apenas ha sido curada, le basta con tener sus pies. "Y le dijo toda la verdad." Cristo es la verdad. Y como había sido curada por la verdad, confesó la verdad.

Y él le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado" 5 La que así había creído digna es de ser llamada hija. La multitud, que lo apretuja, no puede ser llamada hija, mas esta mujer, que cae a sus pies y confiesa, merece recibir el nombre de hija. "Tu fe te ha salvado." Observad la humildad: es él mismo el que sana y lo refiere a la fe de ella. "Tu fe te ha salvado."

Tu fe te ha sanado: vete en paz. Antes de que creyeses en Salomón, esto es, en el pacífico, no tenias paz, ahora, sin embargo, vete en paz. "Yo he vencido al mundo"6. Puedes estar segura de que tienes la paz, porque ha sido sanado el pueblo de los gentiles. Llegan de casa del jefe de la sinagoga, diciendo: "Tu hija ha muerto: ¿por qué molestar más al maestro?"7. Resucitó la Iglesia y murió la sinagoga. Aunque la niña había muerto, le dice, no obstante, el Señor al jefe de la sinagoga: No temas, ten sólo fe 8. Digamos también nosotros hoy a la sinagoga, digamos a los judíos: ha muerto la hija del jefe de la sinagoga, más creed y resucitará.

No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago9. Alguien podría preguntar, diciendo: ¿por qué son siempre elegidos estos tres, y los demás son dejados aparte? Pues también cuando se transfiguró en el monte, tomó consigo a estos tres 10. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro, Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. Pues también Jacob, según el Antiguo Testamento, puso tres varas en los abrevaderos 11. Y está escrito en otro lugar: "El esparto triple no se rompe" 12. Por tanto, es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia, Santiago, el primero entre los apóstoles que fue coronado con el martirio, y Juan, que es el comienzo de la virginidad. Y llegó a la casa del jefe de la sinagoga y vio un alboroto y unas lloronas plañideras 13. Incluso hoy sigue habiendo alboroto en la sinagoga. Aunque afirmen que cantan los salmos de David, su canto, sin embargo, es llanto.

Y entrando les dice: ¿Por qué estáis turbados y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme 14. Es decir, la niña, que ha muerto para vosotros, vive para mí: para vosotros está muerta, para mí duerme. Y el que duerme puede ser despertado.

Y se burlaban de él 15. Pues no creían que la hija del jefe de la sinagoga pudiera ser resucitada por Jesús.

Pero él, echando a todos fuera, tomó consigo al padre y a la madre de la niña 16. Dirijámonos a los santos varones, que realizan signos, a quienes el Señor les concedió ciertos poderes. He aquí que Cristo, cuando iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, echa fuera a todos, para que no pareciera que lo hacia por jactancia. Así, pues, habiendo echado a todos, él tomó consigo al padre y a la madre de la niña. E incluso a ellos les hubiera echado probablemente, si no hubiera sido por consideración a su amor de padres, para que vieran a su hija resucitada

Y entra donde estaba la niña, y tomándola de la mano.. etc.17.En primer lugar tomó su mano, sanó sus obras y de este modo la resucitó. Entonces se cumplió verdaderamente esto: "Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel será salvo"18. Dice, pues, Jesús: Talitha kum que significa: Niña, levántate para mí '9. Si hubiera dicho: "Talitha kum," significarla: "Niña, levántate," pero como dijo "Talitha kumi," esto significa, tanto en lengua siria como en lengua hebrea: "Niña, levántate para mí." "Kumi" significa: "Levántate para mi." Observad, pues, el misterio de la misma lengua hebrea y siria 20. Es como si dijese: niña, que debías ser madre, por tu infidelidad continúas siendo niña. Lo que podemos expresar de este otro modo: porque vas a renacer, serás llamada niña. "Niña, levántate para mi," o sea, no por tu propio mérito, sino por mi gracia. Levántate, por tanto, para mi, porque serás curada por tus virtudes.

Y al instante se levantó la niña y echó a andar 21. Que nos toque también a nosotros Jesús y echaremos a andar. Aunque seamos paralíticos, aunque poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el lecho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al instante quedaremos curados. La suegra de Pedro estaba dominada por las fiebres: la tocó Jesús y se levantó, e inmediatamente se puso a servirle. Ved qué diferencia. Aquella es tocada, se levanta, y se pone a servir, a ésta le basta sólo andar.

Y quedaron fuera de si, presos de gran estupor, y les mandó insistentemente que callaran y que no lo dijeran a nadie22. ¿Véis el motivo, por el que había echado a la turba para realizar los signos? Les mandó — y no soló les mandó, sino que además les mandó insistentemente — que nadie lo supiera. Mandó a los tres apóstoles, y mandó también a los padres que nadie lo supiera. Lo mandó el Señor a todos, mas la niña, que resucitó, no puede callar.

Y dijo que le dieran de comer 23: para que la resucitada no se tomara por un fantasma. Él mismo también, por este motivo, después de su resurrección comió del pescado y de la miel 24, "Y dijo que le dieran de comer." Te pido, Señor, que también a nosotros, que estamos tendidos, nos tomes de la mano, nos levantes del lecho de nuestros pecados y nos hagas caminar. Y cuando caminemos, manda que nos den de comer; estando yacentes, no podemos hacerlo. Si no nos levantamos, no somos capaces de recibir el cuerpo de Cristo. A Él la gloria, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

1 Como ya se ha observado en el prólogo, San Jerónimo comenta sólo algunos pasajes del Evangelio de Marcos.

2 Mc 5:30.

3 Mc 5:33.

4 Ibid.

5 Mc 5 34.

6 Jn 16:33.

7 Mc 5 35.

8 Mc 5 36.

9 Mc 5:37.

10 Cf. Jerón., In Matth. 17:1.

11 Gén 30:37. Cf Jerón, Quaest. In Cen.

12 Eclo 4:12.

13 Mc 5:38.

14 Mc 5:39.

15 Mc 5:40.

16 Ibid.

17 Mc 5:41.

18 Rom 11:25 ss.

19 Mc 5:41.

20 Cf. Jerón., de Nom. Hebr.: ML 23:888.

21 Mc 5:42.

22 Mc 5:43.

23 Ibid.

24 Lc 24. 42.

IV. Mc 8:1-9.

Por aquellos días, como hubiese una gran muchedumbre y no tuviesen qué comer, habiendo llamado a los discípulos, les dijo: Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer 1. Leímos en un pasaje anterior 2 que el Señor, con cinco panes, dio de comer a cinco mil hombres, y que de las sobras se recogieron doce cestos. Y oportunamente explicamos entonces lo que en aquella parábola habíamos descubierto 3. Ahora bien, esta historia, que ahora hemos leído, es distinta, pero al mismo tiempo la misma: en parte es semejante y en parte es diferente. En aquel relato leímos que los que comieron, comieron en el desierto, en éste, sin embargo, hemos leído que los que comieron, comieron en el monte.

Quiero hablar en primer lugar sobre lo que es distinto en uno y en otro pasaje. Pues debemos conocer las mismas venas y la carne misma de las Escrituras, de modo que una vez hayamos entendido lo que hay escrito, podamos después ver su sentido. Allí leímos que fueron cinco mil hombres los que comieron; aquí, sin embargo, hemos leído que fueron cuatro mil. Allí que fueron cinco los panes; aquí leemos que fueron siete. Allí según el Evangelio de Juan, que fueron cinco panes de cebada; aquí, sin embargo, que los siete panes son de trigo.

Véis la diferencia. Véis que es lo mismo y que no es lo mismo. Por tanto, no debemos leer las Escrituras con negligencia.

¿Es esto todo lo que es distinto? ¿No hay ninguna otra cosa más? Veamos qué dice la Escritura. Allí leímos que el pueblo, que come del pan, sólo estuvo un día con Jesús, y comen no al mediodía, sino por la tarde, a la caída del sol. De éstos, sin embargo, es decir de los cuatro mil, que comen los siete panes de trigo, ¿qué dice de ellos el mismo Jesús, no ya los apóstoles como en el caso anterior? Allí dicen los apóstoles: "He aquí que te esperan todo el día"; aquí es el Salvador mismo el que habla: "Hace ya tres días que permanecen conmigo." Fijaos en la diferencia entre uno y tres días. Allí son los apóstoles los que suplican al Señor que dé de comer; aquí es el Señor quien les invita a ellos a que den de comer. ¿Qué indica aquí el Señor? Si les mando a su casa en ayunas, desfallecerán 4. Se habían hecho dignos de la solicitud del Señor, por haberle esperado durante tres días. Veamos a continuación lo restante. Cinco mil hombres comen cinco panes y de las sobras de los cinco panes todavía se llenan doce cestos. Aquí son cuatro mil hombres — el número es inferior: allí son cinco mil, aquí cuatro mil -. Pues bien, estos cuatro mil hombres comen siete panes. Es decir, un número menor de hombres come mayor cantidad de panes: "Pues muchos son los llamados, mas pocos los elegidos" 5. Fijaos en lo que dice. Cuatro mil hombres comen siete panes. Con las sobras de cinco panes se llenan doce cestos; con las de los siete panes se llenan siete cestos. De un número menor de hombres sobra menos, de un número mayor sobra más. Pues estos cuatro mil son, en efecto, inferiores en número, mas superiores en fe. El que es superior en fe, come más y, porque come más, le sobra menos. ¡Ojalá podamos también nosotros comer más de los panes de trigo de las Escrituras, a fin de que nos falte menos en su conocimiento!

Muchas cosas más deberíamos decir, mas como ya fueron explicadas en el comentario de la parábola anterior, hemos querido solamente señalar la diferencia entre las dos parábolas. El sentido ha sido expuesto ya en la anterior.

Sigamos, por lo demás, los pasos del santo presbítero, y ya que él ha disertado bastante ampliamente sobre el comienzo del salmo nosotros nos ocuparemos del resto.

1 Mc 8:1-2.

2 Mc 6:35 ss.

3 Se ha perdido la homilía de San Jerónimo relativa a este pasaje de Marcos.

4 Mc 8:3.

5 Mt 20:16.

V. Mc 8:22-26.

Ya que el santo presbítero ha cantado las cosas divinas a propósito del salmo, nosotros nos ocuparemos del Evangelio, y lo que teníamos que decir con respecto al salmo, lo diremos en la parte del Evangelio.

Y vienen a Betsaida: y le llevan un ciego y le piden que lo toque 1. Llegan a Betsaida los apóstoles, a quienes el Señor había dicho: "¿Aún no comprendéis?" Pues la historia anterior contiene ya esto. Llegan a Betsaida, la aldea de Andrés y de Pedro, de Santiago y de Juan. Betsaida significa la casa de los cazadores, pues de esta casa fueron enviados a todo el mundo cazadores y pescadores 3.

Atended bien a lo que dice. La historia es manifiesta, la letra es patente: hemos de buscar el espíritu. Que viniera a Betsaida, que allí en algún lugar hubiera un ciego, que luego se marchara, ¿qué hay de grande en todo esto? Grande es ciertamente lo que hizo el Señor, mas si no se hace todos los días, lo que se hizo en otro tiempo, deja de ser grande para nosotros.

"Y vienen a Betsaida" Vienen los apóstoles a su propia casa, donde habían nacido. "Y le llevan un ciego."

Prestad mucha atención a esto, fijaos en lo que se nos dice. En la casa de los apóstoles hay un ciego, es decir, donde nacieron los apóstoles, allí está la ceguera. ¿Comprendéis lo que os digo? Este ciego es el pueblo judío, que estaba en casa de los apóstoles. "Y le llevan un ciego." Este es el ciego que en Jericó se sentaba junto al camino: no en el camino, sino junto al camino, esto es, no en la ley verdadera, sino en la ley de la letras. "Y le piden que lo toque." Aquel que estaba en Jericó, cuando oyó que pasaba Jesús, empezó a gritar, diciendo: "Hijo de David, ten piedad de mi," y los que pasaban le increpaban. Jesús, sin embargo, no lo increpa, pues no ha venido sino para las ovejas perdidas de la casa de Israel 5. Mandó que fuera llevado ante él. Aquél, oyendo que Jesús le llamaba, "se puso en pie — dice el Evangelio —, dejó sus vestidos y corrió hacia él"6. No pudo ir con sus viejos vestidos, desnudo corrió hacia el Señor. Era ciego, sucios tenía sus vestidos, rotos y destrozados. Corrió, por tanto, como ciego, y fue curado. Porque de este modo estaba en Jericó junto al camino aquel ciego, que fue curado. Este de ahora, sin embargo, es curado en Betsaida.

"Y le piden que lo toque." Los discípulos piden al Señor y Salvador que lo toque. Pues él, a causa de su ceguera, no conocía el camino y no podía caminar, para tocar a Cristo. Se lo piden, diciendo: tócalo y quedará sano. Y tomó la mano del ciego y lo sacó fuera de la aldea 7. Tomando su mano: porque aquella mano estaba llena de sangre, la tomó el señor y la purificó. Tomó su mano, mano de ciego, él que es camino y guía, y lo sacó fuera de la aldea.

¿Creéis que forzamos la Sagrada Escritura? Tal vez alguien diga para sus adentros: éste siempre busca alegorías y fuerza la Sagrada Escritura. Quien esto piense que me diga cuál es la razón de que Jesús entre en Betsaida y de que le sea presentado un ciego. No lo cura en la aldea, sino fuera de la aldea, lo que significa que no puede ser curado y ver en la ley, sino en el Evangelio. También hoy entra Jesús en Betsaida, esto es, en la sinagoga de los judíos: Jesús, es decir la palabra divina, entra en la sinagoga de los judíos, o sea, en las asambleas de los judíos. Pues bien, aquel ciego, mientras permanece en la sinagoga y en la letra (de la ley), no puede ser sanado, a no ser que sea sacado fuera. Lo sacó fuera de la aldea y poniéndole saliva en los ojos y habiéndole impuesto las manos... 8 La saliva de Cristo es medicina. Poniéndole saliva en los ojos y habiéndole impuesto las manos, le preguntó si veía algo. En la ciencia siempre hay progresos. No puede uno en una hora alcanzar la perfecta sabiduría, por capaz que sea. Nadie puede llegar a la perfecta ciencia, sino después de mucho tiempo y de un largo periodo de instrucción. Primero se quitan las manchas, se quita también la ceguera, y de este modo llega la luz. La saliva del Señor es la perfecta doctrina, la que, para enseñar perfectamente, procede de la boca del Señor. La saliva del Señor, por así decir, es ciencia que procede de la sustancia del Señor. Así como la palabra, que procede de la boca, es medicina, del mismo modo la saliva parece que sale como de algo de Dios, es decir, de su misma sustancia. Aquí, por tanto, lo que dice el Evangelio es esto: que el Señor, con una doctrina más secreta, lava el error de los ojos del ciego.

"Y poniéndole saliva en sus ojos, y habiéndole impuesto las manos." La saliva cura los ojos, al tiempo que las manos son puestas sobre la cabeza: la saliva aleja la ceguera, las manos confieren la bendición.

Y le preguntó si veía algo. Sabía el Señor qué veía y qué no veía el ciego, sin embargo, preguntó si veía algo.

Cuando le pregunta esto, sabe qué es lo que aún no veía perfectamente. Y levantando los ojos, dice... 9. Hermosamente escribió el evangelista: levantando los ojos: el que, mientras era ciego, miraba hacia abajo, miró hacia arriba y fue sanado.

Levantando los ojos, dice: veo los hombres como árboles que caminan 10. Ni está ciego, ni tiene los ojos en perfecto estado. "Veo los hombres como árboles, que caminan." Lo que equivale a decir: hasta ahora veo sólo la sombra, no veo aún la realidad. Al decir "Veo los hombres como árboles, que caminan," quiere decir esto: veo algo más en la ley, mas aun no veo la luz clara del Evangelio. También hoy los judíos ven los hombres como árboles, que caminan: ven a Moisés y no lo ven, leen a Isaías y no lo entienden. Ven los hombres. Un hombre es, en efecto, Isaías. Jeremías y todos los profetas son también hombres en comparación con los jumentos. "El hombre no ha comprendido su dignidad: se ha asemejado a los animales irracionales y se ha hecho semejante a ellos" 11. Por ello, a los profetas racionales no los ven como hombres, sino como árboles, es decir, como irracionales y sin inteligencia.

Luego le impuso de nuevo las manos sobre sus ojos 12. Tú que crees que fuerzo la Escritura, tú que dices: violentas el texto, ¿tiene esto tan sólo un sentido literal? ¿no hay acaso nada intrínseco? Tiene las manos puestas sobre los ojos del ciego y le pregunta si ve algo. Y paso de nuevo las manos sobre los ojos del ciego y comenzó a ver 13. Ved lo que dice. "Puso las manos sobre sus ojos y comenzó a ver." Con las fuerzas naturales, aun cuando tuviera vista, no hubiera podido ver con las manos puestas sobre sus ojos. Pero la mano del Señor es más clara que todos los ojos. "Y le puso las manos sobre sus ojos y comenzó a ver."

Y fue curado, de modo que veía con claridad todas las cosas 14. Es decir, veía todas las cosas que vemos nosotros: veía los misterios de la Trinidad, veía todos los misterios que hay en el Evangelio. "De modo que veía con claridad." Nunca hubiera dicho esto el evangelista, si no hubiera habido quienes veían, pero no con claridad. De este modo, como dice el evangelista, con claridad, es también como vemos nosotros ahora, pues creemos en Cristo, que es la verdadera luz. Ahora bien, entre unos videntes y otros hay una gran diferencia. Según la fe de cada creyente es Jesús grande o pequeño. Si soy pecador y hago penitencia, toco sus pies; si soy santo, lavo su cabeza.

Y lo mandó a su casa, diciendo: "Vete a tu casa, no entres en la aldea y no se lo digas a nadie" 15. Fijaos atentamente. Este ciego estaba en Betsaida y fue sacado fuera. Allí fue curado no en Betsaida, sino fuera de Betsaida. Y, porque fue curado, se le dice: vuelve a tu casa, pero no vayas a la aldea. De Betsaida es sacado: allí es encontrado. Y ¿cómo es que no está en Betsaida su casa? Fijaos en lo que dice el Evangelio. Si lo interpretamos en sentido literal, no puede en absoluto sostenerse. Pues si este ciego es encontrado en Betsaida y sacado fuera de Betsaida, donde es curado, y se le dice: "Vuelve a tu casa," ciertamente se le dice: "Vuelve a Betsaida." Mas si vuelve a Betsaida, ¿cómo se le dice: no entres en la aldea? Veréis, por tanto, que la interpretación del texto debe ser espiritual.

El ciego es sacado de la casa de los judíos, de la aldea de los judíos, de la ley de los judíos, de la letra de los judíos, de las tradiciones de los judíos. El que no había podido ser sanado en la ley, es sanado en la gracia del Evangelio, y se le dice: vuelve a tu casa, no a esta casa, que piensas, de donde saliste, sino a la casa de donde fue también Abraham. Ya que Abraham es el padre de los creyentes. "Abraham vio mi día y se alegró" 16. Vuelve a tu casa, esto es, a la Iglesia. "Mientras vengo — dice San Pablo — para que sepas cómo debes gobernar la Iglesia, que es la casa de Dios" 17.

Verás, por tanto, que la casa de Dios es la Iglesia. Por ello se le dice al ciego: ve a tu casa, es decir, a la casa de la fe, es decir, a la Iglesia, y no vuelvas a la aldea de los judíos.

1 Mc 8:22.

2 Mc 8:21.

3 Cf. Jerón., In Ez. 28:20.

4 Mc 10:47.

5 Mt 15:34.

6 Mc 10:50.

7 Mc 8. 23.

8 Ibid. Jesús efectúa la curación, realizando un verdadero milagro, pero siguiendo el uso de los hebreos: los antiguos, particularmente, consideraban la saliva como un remedio para las enfermedades de los ojos.

9 Mc 8 24.

10 Ibid.

11 Sal 48:13.

12 Mc 8:25.

13 Ibid.

14 Ibid.

15 Mc 8:26.

16 Jn 8. 56.

17 1 Tim 3:15.

VI. Mc. 8:39-9, 8.

En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte 1. "En verdad os digo." Esto es un juramento de Cristo y debemos creer a Cristo que jura. Como en el Antiguo Testamento se dice: "Vivo yo, dice el Señor," así en el Nuevo Testamento se dice: "En verdad, en verdad os digo." Amén, amén significa en verdad, en verdad. La Verdad dice la verdad para vencer la mentira.

"En verdad os digo que algunos de los aquí presentes..." Me dirijo a vosotros, mis discípulos — viene a decir el Señor —, no hablo a los judíos, que tienen los oídos cerrados y mi palabra no puede penetrar en ellos... Que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte, hasta que vean el Reino de Dios. Hermosamente dice el Señor de los que están en pie, que no gustarán la muerte, pues quien está en pie, por el hecho de mantenerse en pie, no gusta de la muerte. También Moisés dice en el Deuteronomio: "Durante cuarenta días y cuarenta noches estuve de pie en el monte con Dios" 2. Durante cuarenta días estuvo en pie Moisés solo y, por ello, mereció recibir la ley. Esta se da a los que están en pie, no a los que yacen. Analicemos cada una de las palabras, para poder penetrar en los misterios del texto sagrado. Si los vestíbulos son tan hermosos, ¡cuánto más lo será la misma casa! "No gustarán la muerte" Hay distintos géneros de muerte: unos gustan la muerte, otros la ven, otros la comen, algunos quedan saturados, otros reconfortados. Pero los apóstoles, porque estaban en pie, y porque eran apóstoles, por ello mismo, no gustaron la muerte. De momento hemos dicho esto en sentido alegórico, de acuerdo con aquellas palabras: "¿Quién es el hombre que viva y no vea la muerte?"3. Al preguntar ¿quién? quiere decir — el salmista — que es imposible o que es difícil. El Señor dice: "No gustarán la muerte." Por tanto, hay algunos que no gustarán la muerte; mas que no vean la muerte, esto es difícil. Aquí, de todos modos, debemos entender que se trata de la muerte por el pecado: "Pues el alma, que pecare, morirá"4. Difícil es, por tanto, que alguien viva y no vea la muerte. Ahora bien, entre ver y gustar hay diferencia: el que ve, ve ciertamente, pero no gusta, mientras que el que gusta, necesariamente ve.

Veamos qué cosa es gustar y qué cosa es ver la muerte. Por ejemplo, he visto una mujer hermosa y mi alma quiso desearla, pero el temor de Dios arroja este deseo. He aquí un ejemplo de que he visto la muerte, pero no la he gustado. Mas en caso de que la haya visto y la haya deseado, ya he adulterado en mi corazón, en cuyo caso he gustado la muerte. Esto es gustar la muerte: no comerla, no quedar reconfortado, sino algo así como degustarla un poco con el alma. Los apóstoles, en cuanto apóstoles, no gustaron ciertamente la muerte. Pero si yo pecara una y otra vez y fornicara con frecuencia, ya no sólo habría gustado la muerte, sino que incluso habría quedado saturado de ella. Fijaos bien en lo que dice el profeta. No dice: "¿Quién es el hombre que viva y no guste la muerte?" sino: "¿Quién es el hombre que viva y no vea la muerte?" Pues es difícil que haya alguien, a quien no tiente la concupiscencia, a quien no agiten las tentaciones.

Cuanto hemos dicho hasta el momento ha sido en consonancia con una interpretación más sublime. Hablemos ahora del relato histórico. El Señor dijo a los discípulos que son muchos los aquí presentes que no gustarán la muerte, hasta que vean venir el reino de Dios en todo su poder. Lo que dice exactamente es esto: no morirán antes de que me hayan visto a mí reinar. Éste es el sentido histórico de lo que dice Jesús.

Y sigue el evangelista: Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos 5. Lo que equivale a decir que los apóstoles vieron a Cristo tal como tenía que reinar. Viéndole transfigurado en el monte, lo vieron transfigurado en su propia gloria, tal como tenía que reinar.

Así pues, a esto se refieren las palabras "no gustarán la muerte, hasta que vean el reino de Dios": a lo que ocurrió seis días después 6.

En el Evangelio según San Mateo se dice "Y sucedió el día octavo" 7. Parece, por tanto, que hay una diferencia desde el punto de vista literal: Mateo dice ocho días y Marcos seis. Pero hemos de tener en cuenta que Mateo incluye el primero y el último de los ocho días, mientras que Marcos cuenta sólo los seis que median entre uno y otro 8.

Esto es lo que dice literalmente el Evangelio: que subió al monte, que se transfiguró, que aparecieron Moisés y Elías coloquiando con él, que Pedro, encantado por aquella visión tan hermosa, le dijo: Señor, ¿quieres que hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías? 9 y dice en seguida el evangelista: pues no sabían qué decir, ya que estaban atemorizados 10. Y a continuación dice que se formó una nube, y que esta misma nube, que era blanca, les cubría con su sombra, y que vino una voz del cielo, que decía: "Este es mi hijo amado, escuchadle." Y de pronto, mirando en derredor, no vieron a nadie más que a Jesús 11. Éste es el contenido histórico del relato. En él se fijan los que aman la historia, los que aceptan solamente la opinión judaica, los que siguen la letra que mata, y no el espíritu que vivifica.

Nosotros no negamos la historia, sino que preferimos el sentido espiritual del texto. Por lo demás, esta interpretación no es propiamente nuestra: seguimos la interpretación de los apóstoles, sobre todo la del "vaso de elección" 12, que a aquellas palabras, a las que los judíos daban un sentido que conduce a la muerte, supo él dar otro sentido que conduce a la vida, es decir, el apóstol que enseña que Sara y Agar simbolizan las dos alianzas, la del monte Sinaí y la del monte Sión. En efecto, como referencia a las dos alianzas interpreta esto el apóstol: "Estas mujeres son las dos alianzas"'3. ¿Acaso no existió Agar? ¿Acaso no existió Sara? ¿Acaso no existe el monte Sinaí? ¿Acaso no existe el monte Sión? El apóstol no niega la historia, sino que descubre los misterios, y no dice simplemente que "las dos mujeres representan las dos alianzas," sino que "ellas son las dos alianzas."

"Y seis días después toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan." "Seis días después." Pedid al Señor que estas cosas sean explicadas según el mismo Espíritu, por quien han sido dictadas. "Y sucedió seis días después." ¿Por qué no nueve, o diez, o veinte, o cuatro, o cinco días después? ¿Por qué no se toma ningún número anterior o posterior, sino que se elige precisamente el seis? "Y sucedió, dice el Evangelio, seis días después." Éstos que están con Jesús — al menos se dice de algunos de los que están allí — : éstos no verán el reino de Dios, hasta después de seis días. Es decir, que hasta que no haya pasado este mundo representado en los seis días, no aparecerá el reino verdadero. Cuando hayan pasado los seis días, quien fuere Pedro, es decir, quien, como Pedro de la piedra, haya recibido de Cristo el nombre, merecerá ver el reino. Pues así como de Cristo nos llamamos cristianos, de la piedra es llamado Pedro, o sea, petrinos. Y si alguien de entre nosotros fuera un petrinos tal, esto es, tuviera una fe tan grande que sobre él se edificase la Iglesia de Cristo; si alguien fuera como Santiago y Juan, hermanos no tanto por la sangre cuanto por el espíritu; si alguien fuera Santiago, esto es, el que derriba, y Juan, esto es, gracia del Señor (pues cuando hayamos derribado a nuestros enemigos, entonces mereceremos la gracia de Cristo); si alguien estuviera en posesión de las verdades más sublimes y del conocimiento más excelente, y mereciera ser llamado hijo del trueno, aún entonces es necesario que sea llevado por Jesús al monte.

Observad al mismo tiempo que Jesús no se transfigura mientras está abajo: sube y entonces se transfigura. Y los lleva a ellos solos, aparte a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes y blanquísimos 14. Incluso hoy en día Jesús está abajo para algunos, y arriba para otros. Los que están abajo tienen también abajo a Jesús y son las turbas que no pueden subir al monte — al monte suben tan sólo los discípulos, las turbas se quedan abajo — ; si alguien, por tanto, está abajo y es de la turba, no puede ver a Jesús en vestidos blancos, sino en vestidos sucios. Si alguien sigue la letra y está totalmente abajo y mira la tierra a la manera de los brutos animales, éste no puede ver a Jesús en su vestidura blanca. Sin embargo, quien sigue la palabra de Dios y sube al monte, es decir, a lo excelso, para éste Jesús se transfigura al instante y sus vestidos se hacen blanquísimos.

Si esto, que hemos leído, lo interpretamos literalmente, ¿Qué tiene en sí de radiante, de espléndido, de sublime? Mas, si lo interpretamos espiritualmente, las Sagradas Escrituras, esto es, los vestidos de la Palabra, se transfiguran al instante y se hacen blancos como la nieve, tanto que ningún batanero en la tierra seria capaz de hacer 15. Toma cualquier texto de los profetas, o cualquier parábola evangélica: si lo interpretas literalmente, no tiene en sí nada de espléndido, nada de radiante. Mas, si sigues a los apóstoles y lo interpretas espiritualmente, al instante se transforman los vestidos de la parábola y se hacen blancos: y Jesús se transfigura totalmente en el monte y sus vestidos se hacen muy blancos, como la nieve, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Quien está en la tierra, quien está abajo, no puede blanquear los vestidos, pero quien sube al monte con Jesús y, por así decir, deja la tierra abajo y se dispone a ascender a regiones altas y celestes, éste puede blanquear los vestidos como ningún batanero en la tierra sería capaz de hacerlo.

Alguien podría decirme o, aunque no lo diga, podría pensar para sus adentros: has explicado qué es el monte y has dicho qué es la palabra de Dios. Has dicho también que los vestidos son las Sagradas Escrituras, dime quiénes son esos bataneros que no son capaces de dejar unos vestidos tan blancos como los de Jesús. El trabajo de los bataneros consiste en blanquear lo que está sucio, cosa que no pueden llevar a cabo sin esfuerzo, pues es necesario estrujar la ropa, lavarla, y tenderla al sol. Si no es con mucho trabajo no llegan a adquirir el color blanco los vestidos sucios. Platón, Aristóteles, Zenón, el principal de los estoicos 16, y Epicuro, defensor del placer, quisieron blanquear sus sórdidas teorías, por así decir, con blancas palabras, pero no pudieron conseguir unos vestidos tan blancos como los que posee Jesús en el monte. Porque estaban en la tierra y discutían solamente de cosas terrenas. Por ello, pues, ningún batanero, esto es, ningún maestro de la literatura mundana pudo blanquear tanto los vestidos como los tenía Jesús en el monte.

Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús 17. Si no hubiesen visto a Jesús transfigurado, si no hubiesen visto sus vestidos blancos, no hubieran podido ver a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como los judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elías no hablan con Jesús y desconocen el Evangelio. Ahora bien, si ellos hubieran seguido a Jesús, hubieran merecido ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos, y entender espiritualmente todas las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elías, esto es, la ley y los profetas, y hubieran conversado con el Evangelio.

"Y se les aparecieron Elías y Moisés y conversaban con Jesús." En el Evangelio según San Lucas se añade esto: "Y le anunciaban de qué modo iba a padecer en Jerusalén."18 Esto es lo que dicen Moisés y Elías, y se lo dicen a Jesús, es decir, al Evangelio. "Y le anunciaban de qué modo iba a padecer en Jerusalén." Por tanto, la ley y los profetas anuncian la pasión de Cristo ¿Véis cómo es provechoso para nuestro alma la interpretación espiritual? Los mismos Moisés y Elías son vistos con vestiduras blancas, vestiduras blancas, que no poseen, mientras no están con Jesús. Si lees la ley, esto es, a Moisés, y si lees a los profetas, esto es, a Elías, y no los entiendes en Cristo, tampoco entenderás cómo Moisés habla con Jesús y cómo Elías habla con Jesús. Mas, si interpretas a Moisés sin Jesús y a Elías sin Jesús, tampoco le anuncian ellos consiguientemente la pasión, ni suben al monte con él, ni tienen sus vestiduras blancas, sino totalmente sucias. Ahora bien, si sigues la letra, como hacen los judíos, ¿de qué te aprovecha leer que Judá se acostó con su nuera Tamar, que Noé se emborrachó y se desnudó o que Onán, hijo de Judá, hizo una cosa tan torpe que me avergüenzo de decir? ¿De qué, repito, te aprovecha esto? Mas si, por el contrario, lo interpretas espiritualmente, verás cómo los vestidos de Moisés se hacen blancos.

Así, pues, Pedro, Santiago y Juan, que habían visto a Moisés y Elías sin Jesús, precisamente porque vieron que conversaban con Jesús y que tenían los vestidos blancos, se dan cuenta de que están en el monte. Realmente estamos en el monte, cuando entendemos las Escrituras espiritualmente. Si leo el Génesis, o el Éxodo, o el Levítico, o los Números, o el Deuteronomio, mientras leo carnalmente, me veo abajo, mas, si entiendo espiritualmente, subo al monte. Te darás cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan, viendo que estaban en el monte, esto es, en la comprensión espiritual, desprecian las cosas bajas y humanas y desean las cosas excelsas y divinas: no quieren descender a la tierra, sino detenerse enteramente en las cosas espirituales.

Y tomando la palabra, dice Pedro a Jesús: "Rabbí, bueno es estarnos aquí." 19 También yo mismo, cuando leo las Escrituras y entiendo espiritualmente algo más excelso, no quiero descender de allí, no quiero descender a cosa más bajas: quiero hacer en mi pecho una tienda para Cristo, para la ley y para los profetas. Por lo demás, Jesús, que ha venido a salvar lo que estaba perdido, que no ha venido a salvar a los que son santos sino a los que se encuentran mal, él sabe que si el género humano estuviera en el monte, no se salvaría, a no ser que descendiera a tierra.

Rabbí, bueno es estarnos aquí. Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías 20. ¿Había acaso árboles en aquel monte? Y aún en el caso de que hubiese habido árboles y telas, ¿podemos pensar que es esto lo que Pedro quería hacer, es decir, hacerles unas tiendas, para que habitasen allí, y que es esto todo lo que Pedro pretendía? Quiere hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés, y otra para Elías, es decir, quiere separar la ley, los profetas, y el Evangelio, cosas que no pueden separarse. De todos modos, esto es lo que dice: "Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías." ¡Oh Pedro, aunque hayas subido al monte, aunque estés viendo a Jesús transfigurado, aunque veas sus vestidos blancos, sin embargo, porque Cristo aún no ha muerto por ti, todavía no puedes conocer la verdad! Que alguien diga: "Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías," esto es como decirle al Señor: "Voy a hacer una tienda para ti, y otras semejantes para tus siervos. " Cuando se tributa el mismo honor a personas de distinto rango, se hace injuria a la de rango superior. "Hagamos tres tiendas." Tres eran los apóstoles que había en el monte. Estaba Pedro, estaba Santiago y estaba Juan, y lo que Pedro pretende es que cada uno de los tres personajes (Jesús, Moisés y Elías) tomen consigo a uno de los tres apóstoles. No sabía, pues, lo que decía, al tributar el mismo honor al Señor y a los siervos 21. En realidad hay una sola tienda para el Evangelio, para la ley, y para los profetas. Si no habitan juntamente, no puede haber concordia entre ellos.

Y se formó una nube, que les cubrí con su sombra 22. La nube, según Mateo, era luminosa 23. A mí me parece que esta nube era la gracia del Espíritu Santo. Una tienda ciertamente cubre y protege con su sombra a los que están dentro de ella. Pues bien, esto, que ordinariamente hacen las tiendas, lo hizo la nube. ¡Oh Pedro, que quieres hacer tres tiendas, mira la tienda del Espíritu Santo, que a todos nosotros igualmente nos protege! Si tú hubieses hecho estas tiendas, las hubieras hecho ciertamente humanas, esto es, las hubieses hecho de modo que dejaran fuera la luz y acogieran dentro la sombra. Esta nube, sin embargo, es lúcida y cubre al mismo tiempo; esta es la única tienda, que no excluye, sino que incluye el sol de justicia. Y además el Padre te dirá: "¿Por qué haces tres tiendas? Aquí tienes la verdadera tienda." Mira también el misterio de la Trinidad, al menos según mi manera de entenderlo, pues yo todo lo que soy capaz de entender, no lo quiero entender sin Cristo, el Espíritu Santo, y el Padre. Nada de ello puede serme agradable, si no lo entiendo en la Trinidad, que me ha de salvar.

Se formó una nube lúcida, y vino una voz desde la nube, que decía: "Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle."24 Lo que viene a decir el Evangelio es esto: ¡oh Pedro, qué dices: "Os haré tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías," no quiero que hagas tres tiendas! He aquí que yo os he dado la tienda, que os protege. No hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos. "Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle." Éste es mi Hijo: no Moisés, no Elías. Ellos son siervos, éste es Hijo. Éste es mi Hijo, es decir, de mi naturaleza, de mi sustancia, Hijo, que permanece en mi y es totalmente lo que yo soy. "Éste es mi Hijo amadísimo." También aquellos son ciertamente amados, pero éste es amadísimo: a éste, por tanto, escuchadle. Aquellos lo anuncian, mas vosotros a éste tenéis que escuchar: Él es el Señor, aquéllos son siervos como vosotros. Moisés y Elías hablan de Cristo, son siervos como vosotros. El es el Señor, escuchadle. No honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: escuchad sólo al Hijo de Dios.

Mientras habla el Padre de este modo y dice: "Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle," no aparece el que habla. Habla una nube y se oía la voz, que decía: "Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle." Hubiera podido suceder que Pedro dijese: está hablando de Moisés o de Elías. Pues bien, para que no les cupiera ninguna duda, mientras habla el Padre, a aquellos dos (Moisés y Elías) se les hace desaparecer, y permanece Cristo solo. "Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle." Se pregunta Pedro en su corazón: ¿quién es su Hijo? Yo veo a tres, ¿de quién está hablando? Y mientras trata de averiguar quién es, ve a uno solo. Y de pronto, mirando en derredor, buscando a los tres, encuentra solamente a uno. Es más, perdiendo a los tres, encuentra a uno. O mejor aun: en uno descubren a los tres. Pues mejor se descubre a Moisés y Elías, si se les inserta en Cristo.

Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie 25. Yo, cuando leo el Evangelio y descubro allí el testimonio de la ley y los profetas, pongo mi atención solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los profetas, de manera que los comprendo, en tanto en cuanto hablan de Cristo. Al final, cuando llegue al esplendor de Cristo y lo vea como luz brillantísima de claro sol, entonces no podré ver la luz de una lámpara. ¿Acaso una lámpara puede iluminar, si se enciende de día? Si luce el sol, la luz de la lámpara no se percibe: de este mismo modo, estando Cristo presente, no se perciben a su lado en absoluto la ley y los profetas. No pretendo minusvalorar la ley y los profetas, al contrario, hago de ellos una alabanza, porque anuncian a Cristo, pero yo leo la ley y los profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a través de ellos, llegar a Cristo.

1 Mc 8:39.

2 Dt 10:10.

3 Sal 88:49.

4 Ez 18:4.

5 Mc 9:2.

6 Habiendo hablado anteriormente el evangelista de la venida gloriosa del "hijo del hombre" en el juicio final, profetizada por Jesús, por asociación parece aquí referirse a otro dicho de Jesús relativo a la venida del reino de Dios sobre las ruinas del judaísmo, es decir, sobre el final de Jerusalén. Algunos de los presentes en el discurso de Jesús no habrían muerto antes de aquel acontecimiento. Las aplicaciones de San Jerónimo aquí son llevadas a un plano de exégesis oratoria, que se prestaba más fácilmente a consideraciones morales.

7 Mt 17:1. Aquí San Jerónimo, tal vez en el ardor de la oratoria, cita a Mateo, que en realidad, concuerda con Marcos en lo de seis días, en vez de Lucas, que habla de ocho días de intervalo entre un acontecimiento y otro, y no de seis (Lc 9:28).

8 Cf. Jerón., In Matth. 17:1.

9 Mc 9:5.

10 Mc 9:6.

11 Mc 9:7-8.

12 "Vas electionis" es San Pablo.

13 Gal 4:24.

14 Mc 9:2-3.

15 Ibid.

16 Cf Jerón., Epist. 133:1.

17 Mc 9:4.

18 Lc 9. 31.

19 Mc 9:5.

20 Ibid.

21 Cf Jerón., In Matth. 17:4.

22 Mc 9:7.

23 M7 17:5.

24 Mc 9:7.

25 Mc 9:8.

 

VII. Mc 11:1-10.

Este pollino, que estaba atado, ¿cómo es que, según el Evangelio de Lucas, tenía muchos dueños? 1 ¿Por qué se les quita a muchos dueños y es llevado a un solo señor? ¿Por qué estaba delante de la puerta y por qué en la calle?

Delante de la puerta significa que estaba preparado para la fe, mas no podía entrar sin los apóstoles; y en la calle significa que estaba entre la gentilidad y el judaísmo, no sabiendo a quién seguir. ¿Por qué en el Evangelio de Marcos se dice que era un burrito al que nadie había montado nunca? Realmente nadie lo había montado nunca. Todos lo habían querido domar y montar, pero nadie había podido. No habían podido montarlo, evidentemente, porque no había sido domado. ¡Cosa sorprendente: había sido atado, sin haber podido ser domado! De muy diverso modo actúa Jesús: lo desata y así precisamente, lo doma.

Este mismo pollino es llevado desde Betania a Betfagé. Jesús estaba en Betania, si bien los evangelistas hablan de modo diverso. Unos dicen que estaba en Betania y otros que estaba en Betfagé. Betania es el lugar, la aldea, donde hoy está Lázaro, la aldea de Marta y María, la aldea de Lázaro 2. Tened en cuenta también todo esto. Aquel pollino indómito es llevado al lugar donde Lázaro había sido resucitado, a Betania, que significa "casa de obediencia" 3. Era indomable y es llevado a la obediencia, a fin de que en él pueda montar Jesús.

Hemos hablado de Betania, hablemos ahora de Betfagé. Betfagé significa "casa de la quijada" 4. Fijaos en el proceso de la fe. Primero creemos y llegamos a Betania, es decir, a la casa de la obediencia; y después, a la casa de las quijadas, casa de la confesión, o casa sacerdotal 5. Pues los sacerdotes, en efecto, solían recibir la quijada. Tal vez alguien pregunte: ¿por qué los sacerdotes reciben precisamente la siagona, esto es, la quijada? El sacerdote no recibe otra cosa más que la siagona, el pecho y el hombro. Daos cuenta de lo que reciben 6 los sacerdotes: la quijada, el pecho, y el hombro. Fijaos bien en ello. Lo propio del oficio sacerdotal es poder enseñar a los pueblos. De ahí que diga el profeta: "Pregunta a los sacerdotes sobre la ley de Dios."7 Es propio de los sacerdotes, por tanto, responder a las preguntas sobre la ley. Por ello, reciben la palabra, que está en la quijada; reciben también el pecho, esto es, el conocimiento de las Escrituras, pues de nada aprovecha tener las palabras, si no se posee este conocimiento. Y una vez has recibido la siagona y el pecho, entonces recibes también los brazos, es decir, las obras 8, pues de nada te aprovecha que tengas las palabras y que tengas el conocimiento, si no tienes las obras. ¿Por qué he dicho todo esto? A propósito de este pollino de asna, llevado a la "casa de las quijadas," que es lo que significa Betfagé. No es llevado primero a los brazos, ni es llevado tampoco al pecho, sino a la quijada, a la palabra, para que de ella reciba enseñanza.

Así, pues, sobre este pollino monta el Salvador: monta porque estaba cansado. Desde Samaria de Galilea había venido a Jericó, y desde Jericó hasta Betania; había subido incluso un monte y no se había cansado, y sin embargo, en dos millas se cansa y pide el asno. De Jerusalén iba a Galilea, caminando siempre a pie hasta Samaria, y no pudo caminar dos millas. Mas todo lo que hizo Jesús es un sacramento, todo es nuestra salvación. Si el apóstol nos dice: "Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis lo que sea, hacedlo todo en el nombre del Señor" 9, ¿cuánto más será para nosotros un signo que el Salvador camine, o se siente, o coma, o duerma? Tenemos, pues, que monta una asna 10. Pero otro evangelista dice que monta un pollino 11, y otro que tanto una asna como un pollino 12.

Voy a decir una cosa ridícula 13: ¿podía poner un pie en cada uno de los asnos? En todo esto hablo contra los judíos. Si, pues, vino en una asna, no vino en un pollino. Sin embargo, las dos cosas ocurrieron en realidad, aunque precedidas por un signo. Montó Jesús en un pollino de asna indomable, al que no habían podido poner frenos, ni nadie había montado nunca, en el pueblo gentil, y montó en una asna en aquellos creyentes, que procedían de la sinagoga. Fíjate en lo que dice: Montó en una asna sujeta al yugo, que tenía el cuello y la cerviz molidos por la ley 14.

Y se le acercó, dice el Evangelio, la multitud. Mientras estaba en el monte, no podía acercársele la multitud: comienza a descender y la turba se le acerca. Y la turba que lo precedía y lo seguía — dice — clamaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas, 15. Tanto los que precedían, como los que le seguían, gritan a una sola voz 16. ¿Quiénes son los que le preceden? Los patriarcas y profetas. ¿Quiénes los que le siguen? Los apóstoles y el pueblo de los gentiles. Mas, tanto en los que le preceden como en los que le siguen Cristo es la única voz: a él alaban, a él aclaman al unísono. ¿Y qué dicen? "Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas." Dicen tres cosas: "Hosanna al Hijo de David," a los incipientes; "bendito el que viene en el nombre del Señor," a los perfectos; "hosanna en las alturas," a los que reinan.

Nadie piense que dividimos a Cristo. Sólo quienes nos calumnian suelen decir que distinguimos en Cristo dos personas: el hombre y Dios. Nosotros creemos en la Trinidad, no en una cuaternidad, como ocurriría en el caso de que en Cristo hubiera dos personas. Pues si en Cristo hay dos personas, el Hijo, es decir Cristo, es doble, y entonces las personas serían cuatro. Nosotros creemos en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Respecto al Padre y al Espíritu no hay ninguna duda, pues no tomaron un cuerpo, ni asumieron ninguna debilidad. Mas ahora hablamos de Cristo, nuestro Dios, Hijo de Dios e hijo del hombre, el Hijo único de Dios. El mismo Hijo de Dios es también hijo del hombre. Lo que tiene de grande refiérelo al Hijo de Dios; lo que tiene de humilde al hijo del hombre, pero, de todos modos, es un único Hijo de Dios. ¿Por qué me veo obligado a decir esto? Porque he oído que nos calumnian algunos, que probablemente tienen alma arriana.

Porque no he querido referir a Dios la bajeza de la humanidad, no por ello divido a Cristo. Pues él mismo está simultáneamente en el infierno y en el cielo: en un mismo instante descendió a los infiernos y entró con el ladrón en el paraíso. Todos los elementos los tiene en su puño. Y si están en su puño, ¿dónde no va a estar el que lo sostiene todo? Con la ayuda de vuestras oraciones hemos explicado todas estas cosas, como hemos podido. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amen.

1 Lc 19:33; Mt 21:1 ss; Jn 12:1 ss. Cf. Jerón., In Matth. 21:1 ss.

2 Cf. Jerón., De Situ et nom Hebr.; ML 23, 931 A. San Jerónimo dice "donde hoy está Lázaro," es decir, donde surge el monumento erigido en recuerdo de la resurrección de Lázaro.

3 Cf. Jerón., In Matth 21:17.

4 Cf. Jerón., Epist. 108, 12.

5 Cf. Jerón., In Matth 21:1.

6 Es decir, reciben, como ofrenda a Dios, estas partes del cuerpo de los animales.

7 Ag 2:11.

8 Cf. Jerón., Epist. 64:1, 2. Cf. Mal 2:3.

9 1 Co 10:31.

10 Mt 21:2.

11 Lc 19:30.

12 Mt 21:2.

13 Cf. Jerón., In Matth 21:5.

14 Cf. Jerón., In Matth 21:5.

15 Mc 11:9-10.

16 Cf. Jerón., In Matth 21:9.

VIII. Mc 11:11-14.

Y el Señor Jesús entró en Jerusalén, en el templo: y después de haberlo visto todo, como ya fuese tarde, salió para Betania con los doce1. Entra en Jerusalén el Señor, en el templo.

Entra, y una vez ha entrado, ¿qué hace? "Después de haberlo visto todo." Buscaba en el templo de los judíos un lugar, donde pudiera reclinar su cabeza, y no lo encontraba. "Después de haberlo visto todo." ¿Qué quiere decir "después de haberlo visto todo"?

Miraba a los sacerdotes, quería estar con ellos, mas no podía, los miraba porque siempre estaba a disposición de ellos.

"Después de haberlo visto todo," pues, como quien busca con una linterna. Esto es lo que dice el profeta Sofonías: "Y escudriñaré Jerusalén con una linterna" 2. De este mismo modo también el Señor lo miró todo con una linterna, buscando en el templo, y no encontró nada que pudiera ser elegido.

"Como ya fuese tarde, después de haberlo visto todo..." Fíjate en lo que dice: "después de haberlo visto todo." Aunque nada encontrase, no obstante, mientras hubo luz, no se retiró del templo. Ahora bien, cuando se hizo tarde, cuando las tinieblas de la ignorancia oscurecieron el templo de los judíos, cuando era ya una hora avanzada, se fue a Betania con los doce. Buscó el Salvador, buscaron los apóstoles, y como en el templo nada encontraron, salieron del templo. ¡Alégrate, monje, alégrate tú que habitas en el desierto!: lo que no se encuentra en el templo, se encuentra fuera. "Entró en Betania con los doce." Betania significa "casa de la obediencia." Se retiró, por tanto del templo de los judíos, donde estaba la soberbia, y se vino a la casa de la obediencia. La obediencia está donde está la humildad. Así, pues, dejó la soberbia de los judíos y se vino a la humildad de los gentiles 3.

Y al día siguiente, saliendo... 4 Ved lo que dice. "Al día siguiente," es decir, cuando salían de Betania. Si sale al día siguiente, es que se ha quedado allí en Betania. Así, pues, fijaos en el templo, donde no se queda. En Betania, en cambio, viene y se queda. Y al día siguiente, saliendo de Betania, sintió hambre 5. Se quedó en Betania, mas, al salir de allí, sintió hambre de la salvación de los judíos. "No he venido — dice —, sino para las ovejas perdidas de la casa de Israel" 6, También hoy Cristo siente hambre. Por lo que respecta a los gentiles está saciado, mas siente hambre de los judíos. E incluso entre nosotros hay algunos que creen y otros que no creen. En cuanto a los creyentes está saciado, en cuanto a los no creyentes siente hambre.

Y viendo de lejos una higuera, que tenía hojas... 7. ¡Infeliz judío! "Dios es conocido en Judá, en Israel es grande su nombre" 8. Esto ocurría una vez, en la época de los patriarcas, en la época de los profetas, pero ahora, aquel Dios, que por medio de Jeremías decía: "Yo soy un Dios cercano y no un Dios lejano" 9, ahora ese mismo Dios se ha retirado de los judíos y los ve de lejos, aunque, sin embargo, se les acerca para salvarlos.

"Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas...": hojas, no frutos, esto es, palabras, no significados, Escrituras, no entendimiento de las Escrituras.

Vio, pues, una higuera que tenía hojas. Siempre tiene hojas y nunca tiene frutos esta higuera, que estuvo ya en el paraíso. Adán en aquel tiempo cubrió sus vergüenzas, cuando pecó, porque la higuera tenía hojas. Esta higuera es la sinagoga de los judíos, que solamente tiene palabras y no entendimiento de las Escrituras.

Veamos lo que se ha escrito en otro lugar de esta higuera. En el Evangelio de San Lucas leemos: "había un cierto hombre — dice — que plantó una higuera en su viña. Y cuando vino y buscó fruto en ella, dijo al labrador: es ya el tercer año que vengo aquí en busca de fruto y no lo hallo. Déjame y la cortaré" 10 (Lc 13:6). "Déjame." Lo mismo que cuando Dios dice a Moisés: "Déjame, y acabaré con este pueblo..." 11. ¿Nadie te retiene y dices déjame? En realidad, cuando tu dices "déjame," estás pidiendo al labrador que te retenga. "Déjame, y la cortaré. Es ya el tercer año que vengo y no hallo fruto." La primera vez vine con Moisés en la ley; la segunda vine en los profetas; por último, he venido personalmente por mí mismo, y no hallo fruto. Esta higuera no está plantada entre las espinas, no está plantada fuera, sino en la viña de la casa de Israel. Y observo una cosa nueva. Las espinas de los gentiles dan uvas, mientras que la higuera no da higos. "Es ya, dice, el tercer año que vengo, y no hallo fruto. Déjame, y la cortaré." El labrador, invitado de este modo, comprendió que podía retener al Señor, si se lo pedía. Se lo pide, y ¿qué dice? "Déjala aún por este año que la cave y la abone, a ver si da fruto..." 12. ¿Y entonces qué? Nada dice. Si no da fruto entonces, dice, vendrás y la cortarás. El labrador suplica, y el Señor hace lo que había estado deseando. Estoy diciendo una cosa nueva. El Señor, al que se le ha hecho la súplica, pasa por alto que lo habría hecho, aunque no se lo hubieran pedido. "Déjala, dice, aún por este año." En efecto, inmediatamente después de la pasión del Salvador, no fue destruida Judea: se le dieron cuarenta y dos años, para hacer penitencia 13. Aquí se trata de un solo año, es decir, de un tiempo breve, pero significa que se le da lugar para la penitencia. El labrador la cava y la abona. ¿Quiénes son estos labradores? Los apóstoles, que la cavaron y la abonaron, pero la higuera no dio frutos. Mas fijaos en lo que dice el mismo labrador: "A ver si da fruto..." No añade nada más. No dijo: déjala o no la dejes, tenla en tu viña o abandónala. Nada de esto dijo. "A ver si da fruto..." Es como decir: yo no sé lo que ocurrirá en el futuro, lo dejo a tu arbitrio. Porque no dijo: esta higuera ha de permanecer en la viña. Si hubiera dado fruto, Israel no hubiera permanecido en Judea, sino que hubiese sido incorporado a la Iglesia de los gentiles. Mas como no dio fruto, estamos viendo con nuestros propios ojos la higuera cortada: estas ruinas de piedra, que contemplamos, son las raíces de la higuera, que ha sido cortada 14.

¿Por qué hemos dicho todo esto? Hemos querido mostrar a partir de esta parábola cuál es esta higuera, de la que el Señor espera fruto. Vio, dice, una higuera, que tenía hojas: la vio a lo largo del camino, no en el camino, es decir, la vio en la ley, no en el Evangelio. Por ello, no tenía frutos, porque no estaba en el camino, sino junto al camino. Llega, pues, Jesús y busca fruto. Como la higuera no podía ir a él, va él a la higuera. Y llegándose a ella no encontró sino hojas 15. Igualmente hoy no encontramos en los judíos sino las solas palabras de la ley. Leen a Moisés, leen a Isaías, a Jeremías, y a los restantes profetas. leen: "Esto dice el Señor," pero no entienden lo que dice.

Porque no era tiempo de higos 16. Esto constituye un gran problema. "Porque no era tiempo de higos." Alguien podrá decir: si no era tiempo de higos, no hubo culpa por parte de la higuera por no tener fruto. Y si no hubo culpa por su parte, no fue tampoco secada justamente, "porque no era tiempo de higos." Esta higuera tenía hojas, pero no tenía frutos. "No era tiempo de higos." El apóstol interpreta este pasaje en la carta a los Romanos: "No quiero que ignoréis, hermanos, que el endurecimiento vino a una parte de Israel, hasta que entrase la plenitud de las naciones. Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel será salvo."17 Si el Señor hubiera encontrado frutos en esa higuera, no hubiera entrado primero la plenitud de las naciones. Pero como entró esta plenitud de las naciones, todo Israel se salvará al final 18.

Alguien podrá decir: ¿dónde se lee esto de que todo Israel será salvo? En primer lugar lo dice el mismo apóstol: "Cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, entonces todo Israel será salvo." Después, también Juan en su Apocalipsis dice: de la tribu de Judá habrá doce mil creyentes, de la tribu de Rubén doce mil creyentes, y del mismo modo habla de las restantes tribus; suman en total ciento cuarenta y cuatro mil todos los creyentes 19. De ahí que también a propósito del salmo ciento cuarenta y cuatro, que es alfabético, se discuta sobre este número. Si Israel hubiese creído, nuestro Señor no hubiese sido crucificado, y si nuestro Señor no hubiese sido crucificado, la multitud de los gentiles no se hubiese salvado. Creerán los judíos, por tanto, pero creerán al fin del mundo. No era tiempo para que creyeran en la cruz. Si hubiesen creído, el Señor no hubiese sido crucificado. No era tiempo para que creyeran. Su infidelidad es nuestra fe, su ruina nuestra elevación. No era el tiempo de ellos, para que fuera nuestro tiempo. Hemos dicho que creerán al fin del mundo, al interpretar este texto: "porque aún no era tiempo (de higos)." Pero esto es lo que viene a continuación: "Le dice el Señor: nunca jamás comerá ya nadie fruto de ti."20 Si los judíos han de creer, ¿cómo es que ninguno de ellos comerá frutos? El Señor no habla del tiempo futuro, no se refiere a la eternidad, sino al tiempo presente 21. En definitiva, lo que dice es esto: en el tiempo presente no creerás, pero cuando haya pasado este tiempo, entonces creerás. Creerás, no en el humilde, sino en el que reina, y mirarás al que atravesaste 22. Por tanto, en el tiempo presente nadie comerá fruto de ti, pero sí en el tiempo futuro.

1 Mc 11:11.

2 Sof 1:12.

3 Cf. Jerón., In Matth 21:17.

4 Mc 11:12.

5 Ibid.

6 MI 15:24.

7 Mc 11:13.

8 Sal 75:2.

9 Jer 23. 23.

10 Lc 13:6.

11 Ex 32:10.

12 Lc 13:8-9.

13 En efecto, cuarenta y dos años después de la crucifixión, Judea y Jerusalén fueron pasadas a sangre y fuego por los romanos.

14 Cf. Jerón., In Abacuc 3:17. Las ruinas de piedra son las del templo destruido por los romanos, a pesar de la prohibición del emperador

15 Mc 11:13.

16 Ibid.

17 Rom 11:25 ss.

18 Cf. Jerón., In Matth 21:18.

19 Ap 7:5 ss.

20 Mc 11:14.

21 Cf. Jerón., In Abacuc 3:27.

22 Jn 19:37: Ap 1:7; Zac 12:10.

 

IX. Mc 11:15-17.

Y llegan a Jerusalén. Y, entrando en el templo, se puso a expulsar de allá a los que vendían y compraban y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas 1. En el Evangelio según San Juan leemos este mismo episodio, pero allí se dice más claramente en qué tiempo sucedió esto. "Y he aquí — dice — que vino Jesús en los ácimos" 2, es decir, en la Pascua, tiempo en que solían los judíos comer los panes ácimos. "Y se hizo, dice, un azote y empezó a expulsarlos." 3

Ves, por tanto, que eran los días de la Pascua, es decir, los días de los ácimos, cuando Jesús los expulsó del templo. En aquellos días de la Pascua, lo mandado por la ley era que todos acudieran al templo, de modo que si alguien no lo hiciera, fuera excomulgado de su pueblo. Imaginaos, por tanto, a todo el pueblo allí congregado, proveniente de toda la provincia de Palestina, de Chipre, de las demás provincias, de todas las regiones de alrededor: imagináoslo y haceos una idea en vuestro interior de cuán grande era la multitud allí reunida entonces.

Haremos una explicación en primer lugar de acuerdo con el sentido literal de este pasaje. Se maravillan algunos de que Lázaro fuese resucitado, se maravillan de que fuese resucitado el hijo de la viuda, se maravillan ante otros signos (realizados por Jesús), y en realidad es cosa admirable que a un cuerpo muerto se le devuelva el alma. Pero yo me maravillo más ante el presente signo 4. Un hombre, al que se le consideraba hijo de un carpintero, un mendigo que no tenía casa, que no tenía dónde reclinar su cabeza, que no tenía ejército: no era un general, no era un juez. Y ¡qué autoridad tuvo, para hacerse un azote de cuerdas y expulsar a tan gran multitud! ¿Un solo hombre, digo, expulsar a tan gran multitud? ¿Y qué multitud era la que él expulsaba? La de los que vendían y obtenían sus ganancias en el templo. Nadie se le opuso, nadie se atrevió a enfrentársele, nadie se atrevió a resistir al hijo, que defendía a su Padre de la injuria.

Me parece a mí que en los mismos ojos y en el mismo rostro del Señor y Salvador había algo divino. Y la razón de por qué me parece esto así, voy a decirla a continuación. "Y sucedió, dice, que caminando Jesús junto al mar de Galilea, vio a los dos hijos de Zebedeo, que remendaban sus redes, y les dijo: dejadlo, venid y seguidme. Y ellos, al instante, dejando la red, la barca, y a su padre Zebedeo, le siguieron." 5 Si no hubiera habido algo divino en el rostro del Salvador, hubieran actuado de modo irracional al seguir a alguien, de quien nada habían visto. ¿Deja, acaso, alguien a su padre y se va tras uno, en quien no ve nada más de lo que ve en su padre? Mas ellos dejan al padre carnal y siguen al padre espiritual. Es más, no dejan al padre, sino que encuentran al padre.

¿Por qué he dicho todo esto? Para hacer ver que en el rostro del Salvador había algo divino, que hacía que, al mirarlo, los hombres le siguieran. Añadamos también otro testimonio. "Y he aquí, dice, que, pasando, vio Jesús a un hombre de nombre Mateo, y le dijo: Sígueme. Y lo dejó todo, y le siguió."6 No vio ningún signo Mateo, mas la autoridad con que le habla Jesús fue el signo.

"Se puso a expulsar a los que vendían y compraban en el templo." Si esto es así entre los judíos, ¡cuánto más lo será entre nosotros! Si es así en la ley, ¡cuánto más lo será en el Evangelio! "Se puso a expulsar a los que vendían y compraban." El pobre Cristo expulsa a los ricos judíos. Y tanto el que vende como el que compra es igualmente expulsado. Nadie debe decir: yo ofrezco lo que es mío, y traigo presentes a los sacerdotes, como Dios tiene ordenado. Leemos en otro lugar esto, que está escrito: "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis."7 La gracia de Dios, en efecto, no se vende, sino que se da. Por ello, no sólo tiene culpa el que vende, sino también el que compra. Simón Mago, por ejemplo, fue condenado, no porque vendió, sino porque quiso comprar. Hoy hay también muchos que venden en el templo. Desgraciado el que vende, desgraciado el que compra, porque la gracia de Cristo no se puede comprar con oro y plata.

"Y (derribó) las mesas de los cambistas." "Las mesas." Donde deberían estar los panes de la proposición y de las gracias de Dios, allí está lo que se sacrifica a la avaricia. "Las mesas de los cambistas": por la avaricia de los sacerdotes los altares no son altares, sino mesas de los cambistas.

"Y derribó los asientos (cathedras) de los vendedores de palomas." A las palomas no se les encierra en asientos o cátedras, sino en jaulas 8. A nadie, efectivamente, se le ocurre meterlas en asientos, sino en jaulas. ¿Y por qué dice ahora: "derribó los asientos de los vendedores de palomas"? Observad lo que dice: son los que vendían quienes se sentaban en asientos o cátedras. "En la cátedra de Moisés, dice Jesús, se han sentado los escribas y los fariseos."9 De estas cátedras habla también el salmo: "Y no se sienta en la cátedra de la pestilencia."10 Verdadera cátedra de la pestilencia, que vende palomas, es la que vende la gracia del Espíritu Santo. También hoy existen muchas cátedras de éstas, que venden palomas. El que vende palomas no está de pie, sino sentado: no está plantado, sino encogido. Precisamente porque vende la gracia de Dios, está encogido y humillado. Pero nuestro Señor, que vino para salvar lo que había perecido, derribó no a los que vendían, sino los puestos de los que vendían, es decir, derribó su autoridad, pero salvará a las personas.

Y no permitía, dice el Evangelio, que transportasen fardo alguno por el templo 11. No permitía entonces transportar fardo alguno en aquel templo carnal, ¿y hoy? ¿cuántos fardos inmundos se amontonan en el templo de Dios? No estaba permitido entonces transportar fardos, y no dice inmundos, sino simplemente fardos cualesquiera, ¿y ahora? ¿cuántos fardos se almacenan en el interior?

Está escrito — dice Jesús — : Mi casa será casa de oración para todas las gentes 12. Esto se lee, efectivamente, en el profeta 13. Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones 14. ¡Oh infelices de nosotros! ¡Somos dignos de ser llorados con todas las lágrimas del mundo! La casa de Dios es una cueva de ladrones. Esta es la casa, de la que Jeremías dice: "¿Es posible que mi casa se haya convertido para mí en una cueva de hiena?" 15 A lo que aquí se dice que "vosotros habéis convertido en cueva de ladrones," o sea, a la casa de Dios, en Jeremías se dice cueva de hiena. Debemos conocer la naturaleza de este animal. Por la naturaleza de la bestia, podremos saber por qué llama cueva de hiena a la, en otro tiempo, casa de Dios. A la hiena nunca se la ve de día, sino siempre de noche, nunca a la luz, sino siempre en la oscuridad. Su instinto natural la lleva a desenterrar los cuerpos de los muertos y destrozarlos 16. De modo que, si alguien entierra a un muerto sin demasiadas precauciones, ella lo desentierra de noche, se lo lleva, y lo come. Por ello, donde quiera haya sepulcros, donde quiera estén los huesos de los muertos, allí tiene la hiena su cubil. También por instinto natural prefiere sobre todo a los perros, de modo que los arrebata y devora. Ved lo que os digo, fijaos cuidadosamente. La hiena es una bestia, a la que gusta la sangre y se deleita en los cadáveres: no busca otra cosa más que los cuerpos de los muertos y los perros. A éstos trata de matarlos, cuando guardan la casa. Se dice también que la hiena tiene este instinto natural, porque tiene la espina dorsal de una sola pieza y no puede doblarla. De modo que, si quiere volverse, se vuelve toda entera: no puede volver la cabeza, como los demás animales. Véis, por tanto, que ésta, que vive siempre en la noche, que está siempre en las tinieblas, no puede volverse. Pues esto precisamente es lo que se dice de los sacerdotes judíos. A un judío fácilmente se le puede inducir a penitencia, pero a uno de los sacerdotes o doctores no, porque únicamente se deleitan en los cadáveres de los muertos, a los que ellos mismos engañaron. Y no les basta con no vivir ellos en la luz, sino que intentan matar a los que apaciblemente viven en ella. Tienen la espina dorsal rígida y no se vuelven, o lo que es lo mismo: no hacen penitencia, porque están ocupados en los cadáveres de los muertos.

Esto que aquí leemos así: "vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones," en el Evangelio de Juan es: "vosotros la habéis convertido en casa de contratación"17. "Casa de contratación." Donde están los ladrones, allí está la casa de contratación. ¡Ojalá se leyera esto de los judíos, y no también de los cristianos! Lo sentiríamos ciertamente por ello, pero nos alegraríamos por nosotros. Mas, también en muchos sitios, la casa de Dios, la casa del Padre, se convierte en casa de contratación. Véis con qué temblor os hablo. La cosa es tan notoria, que no necesita explicación. Ojalá fuese algo oscuro, que no entendiéramos. En muchos sitios la casa del Padre es casa de negociación. Yo mismo, que os estoy hablando, así como cualquiera de vosotros, sea presbítero, diácono, u obispo 18, que fuera pobre ayer y hoy sea rico, rico en la casa de Dios, ¿no os parece que ha convertido la casa del Padre en casa de negociación? De éstos dice el apóstol: "tienen la piedad por materia de lucro" 19. Así, pues, también el apóstol habla de éstos. Cristo es pobre, ruboricémonos. Cristo es humilde, avergoncémonos, Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado, para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas él no golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor.

He aquí que los días de ayuno están a las puertas. He aquí los días de ayuno, días de penitencia, días de purificación: alegrémonos y gocémonos ahora. Aquel hombre, que según dice el Evangelio, llevaba un frasco, sale de casa y va al Cenáculo 20. Vosotros, que vais a recibir el bautismo, preparaos ya del mismo modo para el día de mañana. Los que van a ir a la lucha, se preparan antes diligentemente. Comprueban si tienen el escudo, si tienen la espada, si tienen el asta, si tienen las saetas, si su caballo está a punto: para poder luchar, preparan antes la armadura. Vuestras armas son los ayunos, vuestra lucha es la humildad. Si alguno tiene algo contra otro, que le perdone, para que también él sea perdonado, pues nadie pensará venir al bautismo, para que se le perdonen los pecados, si él antes no perdona a su hermano. Por tanto, si tenéis algo contra un hermano, perdonadle, no digo si él tiene algo contra ti que te perdone, sino si tú tienes algo contra él, perdónale. Que seas perdonado por él o no lo seas, depende de él. Tú, por lo que a ti respecta, perdona, para que también a ti se te perdone.

Vas a acercarte al bautismo. ¡Dichoso tú, que vas a renacer en Cristo, a ser revestido de Cristo, a ser sepultado con Cristo, para resucitar con Él! Por ello, durante los próximos días, siguiendo un orden, escucharás la explicación de todo lo referente a los sacramentos de la iniciación.

De momento os he dicho esto ahora, para que sepáis que desde mañana mismo tenéis que trabajar al máximo. Dios omnipotente fortalezca vuestros corazones, os haga dignos de su lavacro, descienda a vosotros en el bautismo y santifique las aguas, para que seáis santificados vosotros. Nadie se acerque con la duda en su corazón, nadie diga: ¿crees que se me perdonan los pecados? A quien se acerca de este modo, no se le perdonan los pecados. Mejor es no acercarse, que hacerlo así, y sobre todo, vosotros que recibís el bautismo, para servir a Dios, estando en un monasterio.

1 Mc 11:15.

2 Jn2:13.

3 Jn2. 15.

4 Cf. Jeron., In Matth 21:15.

5 Mc 1:16-20. La cita es ligeramente distinta de la que trae en la homilía segunda.

6 Mt 9:9.

7 Mt 10:8.

8 Cf. Jerón., In Matth 21:12 ss.

9 Mt 23:2.

10 Sal 1:1.

11 Mc 11:16.

12 Mc 11:17.

13 Is 56:7.

14 Mc 11:17.

15 Jer 12:9.

16 Cf. Jerón., In Isaiam 65:4.

17 Jn 2. 16.

18 Cf. Jerón., In Matth 21:12.

19 I Tim 6:5. Se hace referencia a la denuncia, hecha por San Pablo, de algunos "falsos doctores," que en su enseñanza se desviaban de las sanas palabras predicadas por Cristo y transmitidas por la enseñanza de los apóstoles y cuya conducta se inspiraba de tal modo en la codicia, que hacían de la piedad, es decir, de la religión, una especulación comercial: ya que, predicando como los demás, no habría posibilidad de ganar dinero, se dedicaban a enseñar cosas diferentes.

20 Mc 14:13.

X. Mc 13:32-33; 14:3-6.

Esta lectura evangélica exige una amplia explicación. Antes de acercarnos a los sacramentos, debemos remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de quienes van a recibirlos.

Los que van a recibir el bautismo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Y del Hijo, sin embargo, se nos dice ahora: Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre 1. Si igualmente somos bautizados en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo, debemos creer en el único nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Dios. Y siendo un solo Dios, ¿cómo hay diversos grados de conocimiento en una misma divinidad? ¿Qué es más, ser Dios o conocerlo todo? Si el Hijo es Dios, ¿cómo es que ignora algo? Del Señor y Salvador se dice: "Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho." 2 Si todas las cosas fueron hechas por Él, también, consiguientemente, fue hecho por Él el día del juicio, que ha de venir. ¿Puede, acaso, ignorar lo que hizo? ¿Puede el artífice desconocer su obra? En los escritos del apóstol leemos de Cristo: "En quien se [hallan] escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia."3 Fijáos en lo que dice: "todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia." No es que se [hallen] unos si y otros no, sino que se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, aunque escondidos. Por tanto, lo que se halla en Él, no le falta, aun aquello que está escondido para nosotros. Ahora bien, si en Cristo los tesoros de la sabiduría y de la ciencia están escondidos, debemos investigar por qué están escondidos. Si nosotros, los hombres, conociéramos el día del juicio, por ejemplo, que este día llegará dentro de dos mil años, y supiéramos con toda seguridad que ha de ser así, seríamos desde entonces más negligentes, pues diríamos: ¿en qué me afecta a mi el día del juicio, si ha de llegar dentro de dos mil años?

Por tanto, esto que dice el Evangelio de que el Hijo desconoce el día del juicio, lo dice en provecho nuestro, para que así nosotros no sepamos cuándo llegará ese día.

Fijaos, además, en lo que sigue. Estad alerta, vigilad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo 4. No dice "no sabemos," sino "no sabéis." Parece que hasta ahora hemos estado forzando la Escritura, sin explicar su sentido. Después de la Resurrección, los apóstoles preguntan al Señor y Salvador: "Señor, ¿cuándo vas a restablecer el reino de Israel?" 5 Oh apóstoles — debería decirles Jesús —, vosotros me oísteis antes de la Resurrección: "Cuanto a ese día y a esa hora no la conozco," y lo que no conozco, ¿me lo preguntáis otra vez? Pero los apóstoles no creen que el Salvador no lo conozca. Fijaos en el misterio. El que antes de la pasión no lo conoce, lo conoce después de la Resurrección. Efectivamente, ¿qué dice a los apóstoles después de la Resurrección, cuando le preguntan sobre los tiempos y los momentos en que va a restablecer el reino de Israel? "No os toca a vosotros, dice, conocer los tiempos ni los momentos, que el Padre ha fijado en virtud de su poder."6 No dice aquí "no lo sé," sino "no os toca a vosotros conocer," no [va] en beneficio vuestro conocer el día del juicio. Por tanto, vigilad, porque no sabéis cuando volverá el dueño de la casa.

Muchas otras cosas podrían decirse. Hemos dicho concretamente esto sobre el Evangelio, para que nadie se escandalice en su interior de que ignorase algo aquel en quien ha de creer.

Por otra parte, en esta misma lectura del Evangelio se dice: Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso, cuando estaba recostado a la mesa, vino una mujer, trayendo un vaso de alabastro lleno de ungüento (de nardo) auténtico de gran valor7. Esta mujer os atañe especialmente a vosotros, que vais a recibir el bautismo. Ella ha roto su vaso de alabastro, para que Cristo os haga a vosotros cristos, es decir, ungidos. Esto es lo que se dice en el Cantar de los Cantares: "Es tu nombre ungüento derramado, por eso te aman las doncellas, tras de ti corremos al olor de tus ungüentos" (Ct 1:3).8 Mientras el ungüento estaba encerrado, o sea, mientras Dios era conocido tan solo en Judea y sólo en Israel era grande su nombre 9, las doncellas no seguían a Jesús. Mas, cuando se difundió el ungüento a toda la tierra, las doncellas, es decir, las almas de los creyentes, siguieron al Salvador .

"Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso." Betania significa en nuestra lengua casa de la obediencia. ¿Y cómo es que en Betania, esto es, en la casa de la obediencia, está la casa de Simón el leproso? O, ¿qué hace el Señor en casa del leproso? Vino a casa del leproso por este motivo: para limpiar al leproso. Se le dice leproso, no porque lo es, sino porque lo fue. Y lo fue antes de recibir al Señor; mas, después que recibió al Señor y fue roto en su casa el vaso de ungüento, le lepra desapareció. Mantiene, no obstante, su antiguo nombre, para que se manifieste el poder del Salvador. Así también en los apóstoles se mantienen sus antiguos nombres, para que se manifieste el poder de aquel que los llamó y los convirtió de lo que eran en lo que son. De Mateo el publicano, por ejemplo, hizo un apóstol, y después del apostolado se le llama publicano, no porque lo siga siendo, sino porque de publicano fue hecho apóstol. Permanece, pues, el nombre antiguo, para que aparezca el poder del Salvador. Y así es como este Simón el leproso es llamado con su antiguo nombre, para mostrar que fue curado por el Señor 10.

"Vino una mujer trayendo un vaso de alabastro de ungüento." Los fariseos, escribas y sacerdotes están en el templo y no tienen ungüento, mientras que esta mujer está fuera del templo y trae ungüento de nardo, además auténtico, porque del más auténtico nardo había sido confeccionado. Por ello, vosotros los fieles sois llamados nardos auténticos, porque la Iglesia, congregada de todas las gentes, ofrece sus dones al Salvador, esto es la fe de los creyentes 11. Rompió el vaso de alabastro, para que todos reciban el ungüento. Rompió el vaso de alabastro, que antes era mantenido cerrado en Judea. Rompió el alabastro. Del mismo modo como el grano de trigo, si no muere en la tierra, no produce fruto abundante, así también el alabastro, si no se rompe, no podemos ungir 12.

Y lo derramó sobre su cabeza 13. Esta mujer, que rompe el vaso de alabastro y derrama el ungüento sobre su cabeza, no es la misma de quien se dice en otro Evangelio que lavó los pies del Señor 14. Aquélla, como meretriz y pecadora, sólo tiene entre sus manos los pies del Señor, ésta, como santa, tiene su cabeza. Aquélla, como meretriz, riega con sus lágrimas los pies del Salvador y los seca con sus cabellos. Parece, ciertamente, que con sus lágrimas lava los pies del Salvador, pero más bien lava sus pecados 15. Los sacerdotes y fariseos no dan un beso al Salvador, ésta, sin embargo, besa sus pies. Así también haced vosotros, que vais a recibir el bautismo, porque todos somos pecadores y "nadie está sin pecado, aunque su vida dure un solo día" 16, y "algo perverso pensó contra sus ángeles" 17. Tomad primero los pies del Salvador, lavadlos con vuestras lágrimas, secadlos con vuestros cabellos. Una vez hayáis hecho esto, pasaréis después a su cabeza. Cuando descendáis a la fuente de la vida con el Salvador 18, entonces aprenderéis cómo llega el ungüento a su cabeza. Pues si la cabeza del varón es Cristo 19, vuestra cabeza (Cristo) será ungida, cuando seáis ungidos vosotros después del bautismo.

Había algunos, que estaban indignados 20. No dice todos, sino algunos, también hoy se indignan los judíos, cuando nosotros ungimos la cabeza de Jesús. Y en otro lugar 21 se dice que Judas el traidor se indignó. El nombre de Judas representa al vocablo "judíos." También hoy, por tanto, Judas se indigna, porque la Iglesia unge la cabeza de Jesús. ¿Qué es lo que dice? ¿Para qué este derroche?22 A él le parece que el ungüento se pierde, al romperse el vaso, y, sin embargo, nos aprovecha a nosotros, porque así llega a todo el mundo. ¿Por qué te indignas, Judas, de que haya sido roto el [alabastro]? Dios, que te hizo a ti y a todas las gentes, se difunde por medio de este valiosísimo ungüento. Tú querías tener el ungüento encerrado, para que no llegara a los demás. Es cierto lo que en otro lugar se dice de vosotros: "Los que tienen la llave de la ciencia y ellos mismos no entran; y a los que quieren entrar, no les dejan." 23 Vosotros tenéis el alabastro, ¿qué digo? lo teníais en el templo y lo teníais cerrado. Mas, vino una mujer, lo llevó a Betania y en casa del leproso unge la cabeza de Jesús.

¿Y qué dicen los que se indignan? Pudo venderse, dice, en trescientos denarios24. Porque éste, que fue ungido con aquel ungüento, fue crucificado. En el Génesis 25 leemos que el arca, hecha por Noé, tenia trescientos treinta codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto. Fijaos en el simbolismo de los números. El número cincuenta indica la penitencia, ya que en el salmo cincuenta hizo penitencia el Rey David 26. El número trescientos, por otra parte, representa el misterio de la cruz. La letra T es el signo del número trescientos. De ahí que se diga en el libro de Ezequiel: "Y escribirás una TAU en la frente de los que gimen; y quien la llevare escrita no será pasado a cuchillo." 27 Pues el que lleva en su frente la señal de la cruz no puede ser herido por el diablo. Y nada puede borrar esta señal fuera del pecado.

Hemos hablado del arca y de los números cincuenta y trescientos. Hablemos ahora del treinta, ya que el arca tenia treinta codos de altura y acababa en uno 28. Fijaos en esto. Primero hacemos penitencia en el cincuenta, después por medio de la penitencia llegamos al misterio de la cruz: llegamos al misterio de la cruz por medio de la palabra perfecta que es Cristo. Y, según Lucas, cuando Jesús recibió el bautismo "tenia treinta años" 29. Los treinta codos referidos venían a acabar en uno. Y también los cincuenta y los trescientos, amén de los treinta, en uno venían a acabar, es decir, en una sola fe en Dios.

¿Por qué hemos dicho todo esto? Por lo que ahora se dice aquí: "Pudo venderse en trescientos denarios." 30 y el Señor y Salvador fue vendido después por treinta monedas de plata. Causa admiración que no pudiera ser vendido por trescientos denarios pues lo fue por treinta. Está escrito en el Levítico, y está escrito en el Éxodo que los sacerdotes comiencen a serlo a los treinta años. Antes de los treinta años no se les permite entrar en el templo de Dios y, de modo semejante, en las bestias de carga y animales el tercer año constituye la edad perfecta. En el Génesis se dice, finalmente, que cuando Abrahán hizo los sacrificios 31, eligió un ternero, un cabrito, y un cordero de tres años, para mostrar la edad perfecta de los animales; así también, la edad perfecta de los hombres son los treinta años. ¿No pudo, acaso, nuestro Señor recibir el bautismo a los veinticinco años? ¿No pudo, acaso, hacerlo a los veintiséis, o a los veintiocho? Si, mas esperaba la edad perfecta del hombre, para darnos a nosotros ejemplo. Por ello, también está escrito al principio del libro de Ezequiel: "Y sucedió el año trigésimo, hallándome en cautividad." 32

Hemos dicho todo esto, para explicar el simbolismo del número treinta.

Se indignan los judíos, se indignan los contrarios a la fe, de que el frasco de ungüento fuese roto. Pero nuestro Señor dice: "Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una buena obra es la que ha hecho conmigo."33

Precisamente porque aquella mujer hizo una obra buena, hemos dicho estas pocas cosas sobre el Evangelio. Oportunamente se ha leído también el salmo catorce y conviene que hablemos del salmo. 34

1 Mc 13:32.

2 Jn 1:3.

3 Col 2:3.

4 Mc 13:33.

5 Hch 1:6.

6 Hch 1:7.

7 Me 14:3.

8 Cant 1:3.

9 Sal 75:2.

10 Cf. Jerón., In Matth 26:6.

11 Cf. Jerón., In Matth 26:7.

12 Jn 12:24.

13 Mc 14:3.

14 Lc 7:37.

15 Cf. Jerón., In Matth 26:7.

16 Job 14:4 ss.

17 Job 4:18.

18 Es decir, cuando recibáis el bautismo.

19 1 Cor 11:3.

20 Mc 14:4.

21 Jn 12:4.

22 Mc 14:4.

23 lc 11:52.

24 Mc 14:5.

25 Jen 6:15.

26 Cf. Jerón., In Islam 3:3.

27 Ez 9:4-6.

28 Es decir, la anchura del arca se iba estrechando hacia el fondo donde la quilla tenía sólo un codo de grosor.

29 Lc 3. 23.

30 Num 3:4.

31 Gen 15:9-10. Se trata de sacrificios de animales cortados por la mitad.

32 Ez 1:1.

33 Me 14:6.

34 Con estas mismas palabras comienza la homilía de San Jerónimo sobre el salmo 14. Es, por tanto, más que verosímil pensar que, después de haber pronunciado esta última homilía, que se conserva, sobre el evangelio de Marcos, Jerónimo haya iniciado el comentario al salmo.

 

 

San Paciano de Barcelona.

Los datos que poseemos sobre San Paciano, Obispo de Barcelona en la segunda mitad del siglo IV, se deben exclusivamente al testimonio de San Jerónimo, que alaba su integridad de vida y su elocuente enseñanza. Aparte de algunos títulos de obras hoy perdidas, no conocemos en la actualidad más que unas pocas páginas de este Padre de la Iglesia; suficientes, sin embargo, para poner de relieve su calidad teológica y su maestría como predicador. A él se debe la célebre frase, llena de santo orgullo por la verdadera fe recibida en la Iglesia: "cristiano es mi nombre, católico mi apellido."

En sus cartas y homilías reafirma, frente a los errores de los novacianos (que limitaban el poder de la Iglesia para perdonar los pecados), la verdadera doctrina católica. Conservamos tres cartas a un tal Simproniano, y un tratado — importante para la historia del sacramento de la Penitencia — que se ocupa de los diversos tipos de pecados, de la disciplina penitencial. Desarrolla conceptos propuestos por Tertuliano y San Cipriano, mas ningún otro tratado anterior arroja una luz tan viva y concreta sobre los diversos elementos del Sacramento de la Penitencia, tal como se practicaba en la antigüedad cristiana.

También es suyo un Sermón sobre el Bautismo, del que a continuación se recogen unos párrafos. Destaca la clara exposición del pecado original y su transmisión al género humano, la necesidad de la Redención, y la importancia del Bautismo, sacramento que hace renacer en Cristo, perdonando el pecado e infundiendo la vida nueva de la gracia.

Loarte

La justificación en Jesucristo (Sermón sobre el Bautismo, 1-5).

Comprended, queridísimos hijos, en qué muerte se halla el hombre antes de recibir el Bautismo. Ciertamente no ignoráis la antigua historia del retorno de Adán a su origen terreno, ni la condenación que lo sujetó a la ley de una muerte eterna. Desde entonces, todos sus descendientes, sometidos a la misma ley, han estado sujetos a esta muerte que ha reinado sobre todo el género humano desde Adán hasta Moisés. Mas bajo Moisés, fue elegido un solo pueblo, descendiente de Abraham. Se le pidió que fuera capaz de observar la ley de justicia. Entretanto, nosotros [los gentiles] estábamos retenidos en la cárcel del pecado para ser presa de aquella muerte. Estábamos destinados a alimentarnos de bellotas y a guardar piaras, es decir, a cumplir actos inmundos bajo el influjo de los ángeles malos. Bajo su imperio no nos era permitido practicar la justicia, y ni siquiera conocerla. La naturaleza misma de las cosas imponía la sumisión a tales señores. ¿Cómo hemos sido liberados de este poder tiránico y de esta muerte? ¡Escuchadlo!

Como ya os he contado, Adán, después de pecar, fue entregado a la muerte por el Señor, que le dijo: eres polvo y al polvo has de volver (Gn 2:19). Esta condena se transmitía a todo el género humano. Todos, en efecto, han pecado en razón de las exigencias de la naturaleza misma, según la palabra del Apóstol: así como por un solo hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte. así también la muerte se propagó en todos los hombres porque todos han pecado (Rm 5:12). Era el reino del pecado lo que nos arrastraba hacia la muerte, como a cautivos cargados de cadenas hacia una muerte sin fin. Mas antes del tiempo de la Ley nadie tenia conciencia de este pecado, como lo dice el Apóstol. Antes de la promulgación de la Ley, el mundo ignoraba el pecado, en el sentido de que el pecado no aparecía a sus ojos. Pero el pecado revivió con la llegada de la Ley (cfr. Rm 5:13; 7:9). Fue desvelada su existencia y por consiguiente se hizo visible: pero esta intervención de la Ley fue vana, pues casi nadie la observaba. La Ley decía: no cometerás adulterio, no matarás, no codiciarás; sin embargo, la concupiscencia permanecía, con todos sus vicios. Antes de la Ley, el pecado mataba con una espada escondida; desde la Ley, el pecado fue sacado a plena luz. ¿Qué esperanza, pues, restaba al hombre? Sin la Ley, el hombre perecía porque ignoraba su pecado. Bajo el régimen de la Ley, perecía por caer conscientemente en el pecado. ¿Quién ha podido liberarlo entonces de la muerte? Escuchad al Apóstol: ¡desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y añade: la gracia, por Jesucristo Nuestro Señor (Rm 7:24-25).

¿Y qué es la gracia? Es la remisión del pecado. Es, por lo tanto, un don. Cristo vino a rescatar al hombre y lo ha devuelto a Dios, purificado, inocente, libre de la prisión del pecado. He aquí, dice Isaías, que la virgen concebirá y dará a luz un hijo que llamará Emmanuel. Se alimentará de leche y miel hasta que sepa desechar el mal y elegir el bien (ls 7:14-1S). A propósito de este hijo, el mismo Isaías añade más adelante: jamás cometió pecado ni profirió mentira su boca (Is 53:9). Poderoso por esta inocencia, Cristo emprendió la restauración de nuestra dignidad, precisamente en una carne de pecado.

Pronto el demonio, padre del pecado de desobediencia, que antes habla engañado al primer hombre, se impacientó, se agitó y tembló. Era menester vencerlo abrogando la ley del pecado, la única que había permitido al demonio someter al hombre. El diablo se arma para combatir al Inocente. Ante todo, recurre a la misma argucia con la que derribó a Adán en el Paraíso: insinúa a Cristo una cuestión de prestigio, como solícito de su autoridad celestial: si eres el Hijo de Dios, le dice, di que estas piedras se conviertan en panes (Mt 4:3). El tentador esperaba que Jesús se plegaria a esta invitación, para desvelar su naturaleza divina. El demonio no se detuvo allí. Le sugiere precipitarse desde lo alto, asegurándole que los ángeles, encargados por el Padre de llevarle sobre sus alas, lo recogerán con sus manos, para que su pie no choque con ninguna piedra. Así el Señor podría comprobar si en verdad se referían a Él tales providencias dispuestas por el Padre, a las que el tentador le insta a acogerse. La Serpiente, rechazada de nuevo, hace ya ademán de ceder y le promete los mismos reinos de la tierra que en otro tiempo había arrebatado al primer hombre... Pero en todos estos combates, el enemigo es derribado, subyugado por la fuerza de lo alto, como dice el Profeta dirigiéndose al Señor: Tú acallarás a enemigos y rebeldes y contemplaré tu cielo, la obra de tus manos (Sal 8:3-4).

El demonio se había visto obligado a ceder, pero no se consideró derrotado. Recurriendo a sus habituales artimañas, sobornó a escribas, fariseos y a toda la ralea de sus cómplices impíos, excitándolos a la cólera. Después de haber empleado diversos métodos y actitudes hipócritas, con el fin de engañar, al modo de la serpiente, a cuantos seguían al Señor, se confirmó el fracaso de sus tentativas. Al final, atacaron de frente, como salteadores, infligiendo a Cristo los crueles tormentos de la Pasión. Esperaban así que, vencido por la humillación o el dolor, se permitiera alguna actitud o palabra injusta; así el Mesías habría perdido al hombre [la naturaleza humana] que llevaba en sí, y habría abandonado su alma a los infiernos. Sus enemigos no tenían más que un deseo: poderlo contar como pecador: el aguijón de la muerte — dice el Apóstol — es el pecado (I Cor 15:56). Cristo resistió, como Aquél que jamás cometió pecado alguno y en cuya boca no se encontró engaño (1 Pe 2:22), según hemos dicho, lo cual se verificó incluso cuando le conducían al suplicio. Allí estuvo su victoria: en ser condenado a pesar de su inocencia. En efecto, el demonio había recibido plenos poderes sobre los pecadores, y reivindicaba el mismo poder sobre el Justo. Ésa fue su derrota: arrogarse en relación al Justo unos derechos que la Ley divina no le reconocía. De ahí la palabra del profeta al Señor: Tú eres justo cuando das sentencia. Y sin reproche cuando castigas (Sal 50:6).

Según las palabras del Apóstol, Él ha despojado a los principados y potestades, y los ha dado en espectáculo ante la faz del mundo. arrastrándolos en su cortejo triunfal (Col 2:15). He aquí por qué Dios no ha abandonado su alma en el sepulcro, ni ha dejado que su Santo conozca la corrupción (Sal 15:10). Así es como, pisoteando el aguijón de la muerte, resucitó al tercer día en su carne, para reconciliarla con Dios y devolverla a la eternidad, después de la derrota y destrucción del pecado.

Pero si sólo Él ha vencido, ¿cuál fue el provecho para los demás? Escuchad brevemente. El pecado de Adán se había transmitido a toda la raza humana: por un solo hombre entró el pecado en el mundo, dice el Apóstol, y por el pecado la muerte; así la muerte se propagó a todos los hombres (Rm 5:12). La justicia de Cristo se extiende así también necesariamente a toda la raza humana. Si Adán, por su pecado, ha causado la perdición de toda su descendencia, Cristo, por su justicia, ha dado vida a toda su raza. El Apóstol insiste en esto: como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno solo, muchos serán constituidos justos. Del mismo modo que el pecado reinó para dar la muerte, así también la gracia reinará en virtud de la justicia para dar la vida eterna por Jesucristo Nuestro Señor (Rm 5:19-21).

 

San Cromacio de Aquileya.

Nació en Aquileya, ciudad de la Italia septentrional, hacia el año 340, en el seno de una familia profundamente cristiana. Los pocos datos que conservamos de su infancia y adolescencia proceden de una carta de San Jerónimo y de la Apología de Rufino. Desde el año 370 fue miembro del clero de su ciudad. En calidad de colaborador del obispo Valeriano participó en el Sínodo local que, convocado en el 381 bajo la dirección de San Ambrosio, condenó el semiarrianismo. A la muerte de Valeriano en el 388, Cromacio ocupó la sede de Aquileya. En el desempeño de este cargo desarrolló una intensa actividad pastoral durante veinte años, dedicándose por entero a la predicación, a la administración de los sacramentos y a las tareas de gobierno. Murió en el año 407 ó 408.

De su abundante producción literaria sólo conservamos 45 homilías — algunas en estado fragmentario —, y 61 tratados. Estos dos tipos de obras descubren otros tantos rasgos importantes de la figura de San Cromacio: al lado del pastor, preocupado por enseñar las verdades de fe a sus fieles, surge el exegeta, que realiza con erudición y piedad el comentario a los textos evangélicos de San Mateo.

Escribió también numerosas epístolas — que se han perdido — a personajes de la época: San Ambrosio, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo... A través de ellas, estimuló en su trabajo de traductores a San Jerónimo y a Rufino de Aquileya, animándoles a poner al servicio de la Iglesia sus conocimientos lingüísticos.

Loarte

Las Blenaventuranzas (Sermón 41, sobre las ocho bienaventuranzas).

Este concurso y afluencia de pueblo en un día de mercado nos ofrece la ocasión de proponeros, hermanos, la palabra del Evangelio, porque las realidades de este mundo son figura de las espirituales y las cosas de la tierra ofrecen la imagen de las del Cielo. En efecto, el Señor y Salvador nuestro nos señala frecuentemente las realidades celestes recurriendo a las de la tierra, como cuando dice: semejante es el reino de los cielos a una red echada en la mar (Mt 13:47), y aun: el reino de los cielos se parece a un mercader que va en busca de una perla preciosa (Mt 13:45).

Así pues, si la misión del mercader es permitir que cada uno, según sus intereses, ponga en venta lo que le sobra o compre lo que le falta, no estará fuera de lugar que también yo os ofrezca la mercancía que el Señor me ha confiado, particularmente la predicación; pues — aunque ínfimo e indigno — me ha escogido entre aquellos siervos a los que ha distribuido talentos para que los empleen y obtengan ganancia. Ciertamente no faltarán los mercaderes donde, por gracia de Dios, hay tantos y tales oyentes. Y es más necesario buscar un beneficio celestial allí donde no se descuidan los intereses materiales.

Deseo ofreceros, queridísimos hermanos, las perlas preciosas de las bienaventuranzas, tomadas del Evangelio: Abrid, pues, las arcas de vuestro corazón, comprad, tomad con avidez, adueñaos con alegría.

Mientras se juntaban multitudes de diversas regiones, el Señor y Dios nuestro, Hijo Unigénito del Sumo Padre, que se ha dignado hacerse hombre siendo Dios, y maestro siendo el Señor, tornó consigo a sus discípulos, es decir, a sus Apóstoles, subió a la montaña y comenzó a enseñarles diciendo: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra (Mt 5:34)... El Señor, Salvador nuestro, pone como escalones extremadamente sólidos, de piedras preciosas, por los que las almas santas y fieles puedan encaramarse y subir hasta ese bien supremo que es el reino de los cielos. Deseo, por tanto, hermanos queridísimos, indicaros brevemente cuáles son esos escalones; prestad atención con toda vuestra mente y con toda vuestra alma, porque las cosas de Dios no son de poca importancia.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5:3). Principio estupendo, hermanos míos, de la doctrina celestial. El Señor no comienza por el miedo, sino por la bienaventuranza; no suscita temor, sino más bien deseo. Como un árbitro o quien da un espectáculo de gladiadores, ofrece un premio importante a los que luchan en este estadio espiritual, a fin de que no teman las fatigas y, a la vista del premio, no tiemblen ante los peligros. Bienaventurados, pues, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Señor no ha dicho simplemente, sin precisar, que son felices los pobres, sino que ha especificado: los pobres de espíritu. En efecto, no se puede llamar bienaventurada cualquier pobreza, porque frecuentemente deriva de desgracia, de costumbres depravadas y hasta de la cólera divina. Bienaventurada es, pues, la pobreza espiritual, es decir, la de aquellos hombres que en espíritu y voluntad se hacen pobres por Dios, renunciando a los bienes del mundo y donando espontáneamente sus propias riquezas. A éstos se les llama bienaventurados con justo título, porque son pobres de espiritu y porque de ellos es el reino de los cielos: por medio de la pobreza voluntaria se consiguen las riquezas del reino de los cielos.

El Señor prosigue: bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra (Mt 5:4). De modo admirable, tras el primer peldaño, se indica el segundo: bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra. Pero de la misma manera que no es posible, sin respetar el orden de los escalones, pararnos en el segundo si no se ha subido el primero, así un hombre no podrá ser manso si antes no se ha hecho pobre de espíritu. ¿Cómo podría un alma en medio de las riquezas, de las preocupaciones y de los afanes del mundo, de los que nacen agitaciones, litigios, recursos de apelación, iras y exacerbaciones sin fin; cómo podría, digo, en medio de todo esto, ser dulce y mansa un alma si antes no hubiera renunciado con un corte neto a todo lo que provoca cólera y a toda ocasión de disputas? El mar no se aquieta hasta que cesan los vientos; el fuego no se extingue mientras no se quita el material combustible y las ramas secas de los arbustos. Del mismo modo un espíritu no podrá ser dulce y manso mientras no haya renunciado a cuanto excita e inflama. El segundo escalón viene, pues, oportunamente detrás del primero, porque los pobres de espíritu comienzan ya a estar en el camino de la mansedumbre.

Y he aquí el tercero: bienaventurados los que lloran, porque serán consolados (Mt 5:5). ¿Cuál es para nosotros este llanto saludable? Desde luego no el que nace de la pérdida de nuestros bienes, o de la muerte de nuestros seres queridos, o de la privación de los honores de este mundo: de estas cosas no ha de dolerse quien ha llegado a ser pobre de espíritu. Es saludable el llanto que se derrama por los propios pecados, recordando el juicio de Dios. En medio de las innumerables ocupaciones y de las dificultades de este mundo, el alma no podía pensar en sí misma; pero libre ya de cuidados y amansada, se aplica a mirarse más de cerca, a examinar sus acciones del día y de la noche; comienzan entonces a aparecer las heridas de las culpas pasadas, a las que siguen llantos y lágrimas saludables y muy útiles para atraer enseguida la consolación celestial, pues es veraz el que ha dicho: bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.

Pasemos, hermanos míos, al cuarto escalón: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados (Mt 5:6). Después del arrepentimiento, después de los llantos y las lágrimas derramadas sobre los pecados, ¿qué otra hambre y qué otra sed puede nacer sino de la justicia? Como se alegra por la luz ya próxima quien ha pasado la noche en la oscuridad, y como desea comer y beber quien ha digerido la amarga bilis, así también el alma del cristiano, tras haber expiado los propios pecados con el dolor y con las lágrimas, sólo tiene hambre y sed de la justicia de Dios y con derecho se alegrará de ser saciada de cuanto desea.

Pasemos ahora el quinto escalón: bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia (Mt 5:7). Nadie podrá dar nada a nadie si antes no lo ha dado a sí mismo. Así, tras haber obtenido misericordia y abundancia de justicia, el cristiano comienza a tener compasión de los infelices y empieza a rezar por los otros pecadores. Se vuelve misericordioso incluso hacia sus enemigos. Se prepara, con esta bondad, una buena reserva de misericordia para la llegada del Señor. Por eso se ha dicho: bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.

He aquí el sexto escalón: bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt 5:8). Ciertamente están ya limpios de corazón y podrán ver a Dios los pobres de espíritu, los mansos, los que han llorado sus propios pecados, los que se han nutrido de justicia, y los misericordiosos que hasta en la adversidad mantienen el ojo de su corazón tan limpio y claro que pueden mirar sin ardor de malicia y sin obstáculo la inaccesible claridad de Dios. La pureza del corazón y la rectitud de la conciencia no soportarán una nube para mirar al Señor.

Sigue, hermanos míos: bienaventurados los obradores de paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5:9). Grande es la dignidad de cuantos se afanan por la paz, pues son considerados hijos de Dios. Es seguro bien restablecer la paz entre hermanos que se llaman a juicio por cuestiones de interés, de vanagloria o de rivalidad. Pero esto no merece más que una modesta recompensa, porque el Señor había dicho para ejemplo nuestro: ¿quién me ha constituido juez o partidor sobre vosotros? (Lc 12:14). Y antes: no reclames lo tuyo a quien te lo toma (Lc 6:30). Y en otro lugar: ¿cómo podríais creer vosotros, que andáis en busca de gloria, los unos de los otros? (Jn 5:44). Hemos de darnos cuenta de que existe una obra de paz de mejor calidad y más sublime: me refiero a la que, mediante una asidua enseñanza, lleva la paz a los paganos, enemigos de Dios; la que corrige a los pecadores y, mediante la penitencia, los reconcilia con Dios; la que devuelve al recto camino a los herejes rebeldes; la que recompone en la unidad y en la paz a cuantos andan en desacuerdo con la Iglesia. Tales obradores de paz no son sólo bienaventurados, sino bien dignos de ser llamados hijos de Dios. Por haber imitado al mismo Hijo de Dios, Cristo al que el Apóstol llama nuestra paz y nuestra reconciliación (cfr. Ef 2:14-16 2 Cor 5:18-19), se les concede participar de su nombre.

Bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5:10). No cabe duda, hermanos, de que la envidia es siempre compañera del bien realizado. Por no hablar de la crueldad de los perseguidores, cuando se comienza a practicar una justicia rigurosa, a combatir la arrogancia, a amonestar a los incrédulos para que se pongan en paz con el Señor; cuando además se comienza a disentir de quien vive en la mundanidad y en el error, enseguida estallan las persecuciones; es inevitable que surjan los odios y que la rivalidad difame. Así conduce Cristo finalmente a sus seguidores al último peldaño, a esa cima, a esa altura, no sólo para que resistan en el sufrimiento, sino para que se gocen en el morir.

Bienaventurados seréis — dice — cuando os ultrajen y persigan y, mintiendo, digan de vosotros todo género de mal a causa de la justicia. Alegraos y exultad, porque es grande vuestra recompensa en los cielos. Así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros (Mt 5:1 1-12). Es perfecta virtud, hermanos, después de obras de gran justicia, ser ultrajados por la verdad, ser afligidos con tormentos y, al fin, heridos de muerte sin dejarnos aterrorizar, siguiendo el ejemplo de los profetas que, atormentados de muchas maneras por la justicia, merecieron ser asimilados a los sufrimientos y premio de Cristo. Este es el peldaño más alto, en el que Pablo, mirando a Cristo, decía: mi única mira es, olvidando las cosas de atrás, y atendiendo sólo y mirando a las de delante, ir corriendo hacia la meta, para ganar el premio a que Dios llama desde lo alto por Jesucristo (Fil 3:13-14). Y más claramente aún a Timoteo: he combatido el buen combate, he terminado mi carrera (2 Tim 4:7). Y como quien ha subido todos los escalones, añade: he guardado la fe. Ya me está preparada la corona de la justicia (Ibid. 4:8). Terminada la carrera, a Pablo no le quedaba más que alcanzar glorioso, a través de las tribulaciones y de los sufrimientos, el peldaño más alto del martirio. La palabra del Señor nos exhorta, pues, oportunamente: alegraos y exultad, porque grande es vuestra recompensa en los cielos; y El muestra con claridad que esta recompensa aumenta con el aumento de las persecuciones.

Hermanos, ante vuestros ojos están estos ocho escalones del Evangelio, construidos, como decía, con piedras preciosas. He aquí esa escalera de Jacob que comenzaba en la tierra y cuya cumbre tocaba el cielo. El que la sube encuentra la puerta del cielo y, habiendo entrado por ella, estará con alegría sin fin en la presencia del Señor, alabándole eternamente con los ángeles santos. Éste es nuestro comercio, éste es nuestro mercado espiritual. Demos, benditos de Dios, lo que tenemos; ofrezcamos la pobreza de espíritu para recibir la riqueza del reino de los cielos que nos ha sido prometida; ofrezcamos nuestra mansedumbre, para poseer la tierra y el paraíso; lloremos los pecados propios y ajenos, para merecer el consuelo de la bondad del Señor; tengamos hambre y sed de justicia, para ser saciados más abundantemente; demos misericordia, para recibir verdadera misericordia; vivamos como obradores de paz, para ser llamados hijos de Dios; ofrezcamos un corazón puro y un cuerpo casto, para ver a Dios con clara conciencia; no temamos las persecuciones por la justicia, para ser herederos del reino de los cielos, acojamos con gozo y alegría los insultos, los tormentos, la muerte misma — si llegara a sobrevenir — por la verdad de Dios, a fin de recibir en el cielo una gran recompensa con los Apóstoles y los Profetas.

Y para que el fin de mi discurso concuerde con el principio: si los comerciantes se alegran por las frágiles ganancias del momento, ¡cuánto más hemos de alegrarnos y felicitarnos todos juntos por haber encontrado hoy estas perlas del Señor, con las que no se puede comparar ningún bien de este mundo! Para merecer comprarlas, obtenerlas y poseerlas, hemos de pedir el auxilio, la gracia y la fuerza al Señor mismo. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

San Juan Crisóstomo.

San Juan Crisóstomo es el representante más importante de la Escuela de Antioquía y uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Su personalidad nos es bien conocida a través de sus biógrafos: enérgico y de gustos sencillos y austeros, estaba dotado de grandes cualidades oratorias.

Nacido en el seno de una familia cristiana noble, alrededor del año 350, recibió desde su infancia una educación esmerada. Después de ser ordenado sacerdote en el año 386, cumplió el oficio sacerdotal en Antioquía durante doce años; allí recibió el sobrenombre de Crisóstomo (boca de oro) con que ha pasado a la posteridad, a causa del esplendor de su elocuencia. En el 397 fue consagrado obispo de Constantinopla. Desde el primer momento dedicó todos los esfuerzos a elevar el ambiente moral de la sociedad que le rodeaba, lo que le produjo numerosas incomprensiones y, al final de su vida, el exilio. Murió el 14 de septiembre del año 407. Entre los Padres griegos no hay ninguno que haya dejado una herencia literaria tan copiosa como San Juan Crisóstomo. Además, es el único, entre los antiguos antioqueños, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente.

Su producción literaria se puede dividir en tratados, homilías y cartas. Según él mismo atestigua, predicaba todos los días. Algunos de los oyentes tomaban notas, que él después revisaba, o no, antes de la publicación: ésta es la causa de que, en ocasiones, nos hayan llegado dos versiones de una misma homilía. Preparaba sus discursos con sumo cuidado, y miraba especialmente al bien de los oyentes, que, en no pocas ocasiones, le interrumpían con aplausos.

El mayor número de homilías conservadas — varios centenares — forman parte de una serie de comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las noventa Homilías sobre el Evangelio de San Mateo representan el más antiguo comentario completo sobre el texto del primer evangelista. Su exégesis es de carácter moral, de acuerdo con el método propio de la Escuela antioquena. San Juan Crisóstomo mueve decididamente a la conversión a quienes, siendo cristianos de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de Cristo.

Muy importantes son también las ocho Catequesis sobre el Bautismo, descubiertas en este siglo, en las que expone a los nuevos cristianos las exigencias de la pelea espiritual del cristiano; el tratado A Teodoro caído, exhortación a un amigo que había decaído de su anterior fervor religioso; y los cinco libros Sobre el sacerdocio, una de las joyas de la literatura cristiana de todos los tiempos sobre la excelencia y dignidad del sacerdocio cristiano.

Loarte

La ley natural (Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5).

Voy a intentar demostraros que el hombre tiene por sí mismo conocimiento de la virtud.

Cometió Adán el primer pecado, e inmediatamente tras el pecado se escondió. Ahora bien, de no saber que había obrado mal, ¿qué necesidad tenía de ocultarse? Porque entonces no había Escrituras ni Ley de Moisés. ¿Por dónde, pues, conoció el pecado y se escondió? Y no sólo se oculta, sino que, acusado, trata de echar la culpa a otro, diciendo: la mujer que me diste me dio del árbol y comí (Gn 2:12). Y ella, a su vez, echa la culpa a la serpiente (...).

Lo mismo cabe ver en la historia de Caín y Abel. Ellos fueron los primeros en ofrecer a Dios las primicias de sus trabajos. Yo quiero demostraros que el hombre no sólo es capaz de conocer el pecado, sino también la virtud. Que el hombre conoce ser un mal el pecado lo demostró Adán, y que sabe que la virtud es un bien lo puso de manifiesto Abel. Si éste ofreció aquel sacrificio, no es porque lo aprendiera de nadie, ni porque hubiera oído entonces alguna ley que hablara de las primicias; él mismo, su propia conciencia, fue su maestro. De ahí que no baje con mi discurso a tiempos posteriores, sino que me detenga en los primeros hombres, cuando no había letras, ni ley, ni profetas, ni maestros. Allí estaba Adán solo con sus hijos, y por ahí podemos comprender que el conocimiento de lo bueno y de lo malo era un don primero de la naturaleza.

(...) Sin embargo, los griegos no soportan esto. Pues vamos a discurrir también contra ellos, y sigamos en el tema de la conciencia el procedimiento que usamos en el de la creación. No los combatiremos sólo por las Escrituras, sino también por argumentos de razón. Ya Pablo los venció en su lucha con ellos sobre este capítulo.

¿Qué dicen los griegos? No tenemos — afirman — una ley que la conciencia conozca por sí misma, ni infundió Dios nada de eso en nuestra naturaleza. Entonces, decidme, ¿en qué se inspiraron los legisladores de ellos para establecer leyes acerca del matrimonio, del homicidio, de los testamentos, depósitos, avaricia, e infinitas cosas más? Los actuales acaso se inspiraron en sus antecesores, éstos en otros, y otros en los más antiguos; pero estos antiguos y quienes al principio legislaron entre ellos, ¿en qué se inspiraron? ¡Evidentemente, en su conciencia! Porque no van a decir que trataron con Moisés y oyeron a los profetas. ¡No serian entonces gentiles! No, es evidente que los antiguos pusieron las leyes inspirándose en la ley que Dios infundió al hombre al plasmarlo, y por ella se inventaron las artes y todo lo demás.

Del mismo modo se constituyeron tribunales y se determinaron castigos. Que es lo mismo que dice Pablo. Muchos gentiles le iban a replicar y decían: ¿cómo puede juzgar Dios a los hombres anteriores a Moisés, cuando no les envió un legislador, ni les propuso una ley, ni les mandó un profeta, ni un apóstol, ni un evangelista? ¿Qué derecho tiene a pedirles cuentas? Mas escucha la respuesta de Pablo, para demostrarles que tenían una ley que se sabe de suyo y conocían claramente lo que debían hacer: cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen naturalmente lo que manda la ley, éstos, que no tienen ley, son ley para sí mismos y demuestran que lo que manda la ley está escrito en sus corazones (Rm 1:14-15).

¿Cómo puede hallarse escrito sin letras? Porque lo atestigua su propia conciencia y las diferentes reflexiones que allá en su interior ya los acusan, ya los defienden, como se verá aquel día en que Dios juzgará lo oculto de los hombres por medio de Jesucristo, según el Evangelio que yo predico (Rm 2:15-16). Y poco antes: cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán, y cuantos con la ley pecaron, por medio de la ley serán juzgados (Rm 2:12). ¿Qué quiere decir que perecerán sin ley? Que no los acusará la ley, sino sus razonamientos y su conciencia. Ahora bien, de no tener la ley de su conciencia, no debieran siquiera perecer pecando. ¿Cómo perecer si pecaron sin ley? Mas cuando el Apóstol dice que pecaron sin ley, no quiere decir que no tenían ley en absoluto, sino que no tenían ley escrita, pero si la ley de la naturaleza.

En otro pasaje, el Apóstol escribe: gloria, honor y paz a todo el que obra el bien, el judío primeramente y luego el griego (Rm 2:10). Al hablar así, se refería a los tiempos remotos anteriores al advenimiento de Cristo. Y llama aquí griego o gentil no al idólatra, sino al adorador de un Dios único, pero no ligado por necesidad a las observancias judaicas del sábado, de la circuncisión o de diversas purificaciones. Se trata, en fin, de un gentil que practique toda la virtud y religión. Pues hablando de estos gentiles, dice en otro lugar: indignación e ira, tribulación y angustia aguardan al alma de todo hombre que obra mal, del judío primeramente y luego del griego (Rm 2:9). También aquí llama griego al que está libre de la observancia judaica. Ahora bien, si no ha oído la ley ni se ha educado con los judíos, ¿cómo puede ser objeto de indignación y de ira, de tribulación y angustia, caso de obrar mal? Porque tiene dentro la conciencia que le da voces y le enseña e instruye sobre todo.

¿Cómo se prueba eso? Porque el propio gentil castiga a los que pecan, pone leyes y establece tribunales. Pablo lo pone de manifiesto cuando dice de los que viven en maldad: los cuales, no obstante conocer la justicia de Dios, no echaron de ver que los que hacen tales cosas son dignos de muerte; y no sólo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen (Rm 1:32). ¿Y por dónde sabían, se dirá, que Dios quiere castigar de muerte a los que viven en maldad? Pues por el hecho de castigar ellos a los que pecan. Porque si no piensan que el homicidio sea un crimen, que no castiguen por sentencia al asesino convicto. Si no piensan que el adulterio sea un mal, que absuelvan de toda pena al adúltero que cae en sus manos. Ahora bien, respecto a los pecados de otros promulgas leyes, determinas penas y eres juez severo, ¿qué excusa puedes tener en lo que tú mismo pecas, con achaque de no saber lo que se debe hacer? Habéis cometido un adulterio tú y el otro; ¿qué razón hay para que al otro lo castigues y tú te tengas por digno de perdón? Si no sabías que el adulterio es un crimen, tampoco había que castigar al otro. Mas si castigas a otro y tú piensas escapar al castigo, ¿qué lógica es ésa que, siendo los pecados iguales, no lo sean las penas? (...)

En conclusión, puesto que Dios ha de pagar a cada uno según sus obras, y nos puso la ley natural y más tarde la escrita, a fin de pedirnos cuentas de nuestros pecados y coronarnos por nuestras virtudes, ordenemos con gran cuidado nuestra vida, como quienes han de comparecer ante el tribunal severo, sabiendo que, si después de la ley natural y la escrita, después de tanta predicación y continua exhortación, todavía descuidamos nuestra salud, no habrá para nosotros perdón alguno.

Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis 35:1-2).

Queridísimos, es una cosa muy buena la lectura de las divinas Escrituras. Da sabiduría al alma. eleva la mente al cielo, hace al hombre agradecido, nos impulsa a no admirar las realidades de aquí abajo, sino a vivir con el pensamiento puesto allá arriba, a realizar todas nuestras obras con la mirada fija en la recompensa que nos dará el Señor, a dedicarnos al trabajo de la virtud con gran entusiasmo. Gracias a ellas, podemos conocer la providencia de Dios, siempre dispuesta a prestar auxilio; la valentía de los justos, la bondad del Señor, la grandeza de los premios. Nos pueden impulsar a imitar fervorosamente la piedad de hombres generosos, para no adormecernos en las batallas espirituales y para confiar en las promesas divinas antes de que se cumplan.

Por esto os exhorto: ¡leamos con mucha atención las Escrituras divinas! Alcanzaremos su verdadera comprensión si nos dedicamos siempre a ellas. No es posible, en efecto, que quien demuestra gran cuidado y deseo de conocer las palabras divinas se quede en la estacada. Incluso si no tiene ningún maestro, el Señor mismo entrará en nuestros corazones, iluminará nuestra inteligencia, nos revelará las verdades escondidas; será Él nuestro Maestro en lo que no comprendamos, con tal de que nosotros estemos dispuestos a hacer lo que podamos (...).

Cuando tomamos en nuestras manos el libro espiritual, hemos de poner en vela nuestro espíritu, recoger nuestros pensamientos, echar fuera cualquier preocupación terrena. Dediquémonos entonces a la lectura con mucha devoción, con gran atención, para que se nos conceda que el Espíritu Santo nos guíe a la comprensión de lo que está escrito, sacando así gran utilidad. Aquel hombre eunuco y bárbaro, ministro de la reina de los etíopes, que era un hombre importante, no descuidaba la lectura de la Escritura ni siquiera cuando estaba de viaje. Teniendo en sus manos al profeta [Isaías], leía con mucha atención, incluso sin comprender lo que tenía ante sus ojos; pero como ponía de su parte cuanto podía — diligencia, entusiasmo y atención —, obtuvo un guía (cfr. Hech 8:26-40).

Considera, por tanto, qué gran cosa es no descuidar la lectura de la Escritura tampoco durante los viajes, ni yendo en coche. Escuchen esto quienes ni siquiera en su propia casa admiten que haya que leer la Sagrada Escritura, con la excusa de que conviven con su mujer o militan en el ejército porque están preocupados por los hijos, dedicados al cuidado de los parientes, o comprometidos en otros negocios.

Ese hombre era eunuco y bárbaro: dos circunstancias suficientes para que hubiese sido negligente. Otros factores eran su dignidad y sus grandes riquezas, y el hecho de viajar en una carroza, pues no es fácil dedicarse a la lectura cuando se viaja así; más aún, resulta costoso. Y, sin embargo, su deseo y su celo superaban cualquier impedimento. Hasta tal punto estaba enfrascado en la lectura, que no decía lo que muchos repiten en el día de hoy: "No entiendo lo que contiene, no logro comprender la profundidad de la Escritura; ¿por qué, pues, voy a sujetarme inútilmente y sin fruto a la fatiga de leer, sin nadie que me guíe?" Nada de esto pensaba aquel hombre, bárbaro por la lengua pero sabio por el pensamiento. Creía que Dios no le despreciaría, sino que le mandarla pronto alguna ayuda de lo alto, con tal de que él hubiese puesto lo que estaba de su parte, dedicándose a la lectura. Por eso, el Padre benigno, viendo su íntimo deseo, no le descuidó ni le abandonó a sí mismo, sino que le mandó enseguida un maestro.

Este bárbaro está en condiciones de ser maestro de todos nosotros: de quienes llevan una vida privada, de quienes están enrolados en el ejército, de quienes gozan de autoridad. En una palabra, puede ser maestro de todos; no sólo de los hombres, sino también de las mujeres — tanto más que están siempre en casa —, y de los que han elegido la vida monástica. Aprendan todos que ninguna circunstancia es obstáculo para leer la palabra divina; que es posible hacerlo no sólo en casa, sino en la plaza, de viaje, en compañía de otros o cuando estamos metidos en plena actividad. Si nosotros hacemos lo que está en nuestra mano, pronto encontraremos quien nos enseñe. Porque el Señor, viendo nuestro afán por las realidades espirituales, no nos despreciará, sino que nos mandará una luz del cielo e iluminará nuestra alma. No descuidemos, por tanto — os lo ruego —, la lectura de la Escritura.

La pelea del cristiano (Catequesis sobre el Bautismo, Vlll, 8-15).

El tiempo que ha precedido al Bautismo era un periodo de entrenamiento y de ejercicio, en el que las caídas encontraban su remedio. A partir de hoy la arena se os abre, y empieza el combate. Estáis bajo la mirada del público. Y no sólo del género humano; también la muchedumbre de los ángeles contempla vuestras luchas. Pues Pablo escribe en su carta a los Corintios: hemos sido entregados en espectáculo al mundo, tanto a los ángeles como a los hombres (I Cor 4:9). Los ángeles, pues, nos contemplan, y el Señor de los ángeles es quien preside la pelea. Para nosotros, esto es un honor y una seguridad. Pues si Aquél que ha entregado su vida por nosotros es el juez de esta lucha, ¿qué orgullo y qué confianza no tendremos?

En los juegos olímpicos, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin favorecer ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca entre los dos combatientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que nos enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de nuestra parte. ¿Cómo puede ser esto? Veis que nada más entrar en la liza nos ha ungido, mientras que encadenaba al otro. Nos ha ungido con el óleo de la alegría y a él le ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus asaltos.

Si yo tengo un tropiezo, Él me tiende la mano, me levanta de mi caída, y me vuelve a poner de pie. Pues escrito está: pisad desde lo alto las serpientes, los escorpiones y todo poderío del enemigo (Lc 10:19).

El demonio tiene la amenaza del infierno. Si yo consigo la victoria, recibo una corona; pero él, cuando triunfa, es castigado. Y para que veas cómo es atormentado sobre todo cuando vence, te mostraré un ejemplo. Él derrotó a Adán, haciéndole tropezar. ¿Cuál ha sido el premio de su victoria?: te arrastrarás sobre tu pecho y sobre tu vientre, y comerás el polvo todos los días de tu vida (Gn 3:14). Si Dios ha castigado con tanta severidad a la serpiente material, ¿qué castigo no infligirá a la serpiente espiritual? Si tal ha sido la condena del instrumento, está claro que un castigo igualmente terrible espera a quien lo manejó. Como un buen padre que al echar mano sobre el asesino de su hijo, además de castigarle le destroza la espada, así Cristo, encontrando al diablo homicida, no solamente le ha reprimido, sino que ha quebrantado su espada.

Llenémonos, pues, de confianza y despojémonos de todo para afrontar esos asaltos. Cristo nos ha revestido de armas más resplandecientes que el oro, más resistentes que el acero, más ardientes que la llama, más ligeras que un leve soplo de aire. Poseen tales propiedades que no nos doblamos bajo su peso; dan alas, aligeran nuestros miembros, y si con ellas quieres emprender el vuelo hacia el cielo, no te serán obstáculo. Son armas de naturaleza totalmente nueva, pues han sido forjadas para un combate inédito. Yo, que no soy más que un hombre, me veo obligado a asestar golpes a los demonios; yo, que estoy revestido de carne, lucho contra las potencias incorpóreas. También Dios me ha fabricado una coraza que no es de metal, sino de justicia; me ha preparado un escudo no de bronce, sino de fe. Tengo en la mano una espada aguda, la palabra del Espíritu. El otro lanza flechas, yo tengo una espada. El es arquero, yo soy lancero. Esto nos muestra cuán cauteloso es, pues el arquero no osa aproximarse, sino que dispara desde lejos.

¿Pero qué? ¿Dios no te ha dado más que una armadura? No, ha preparado también un alimento más vigoroso que cualquier arma, para que no te desmoralices en el combate. Es necesario que tu victoria sea la de un hombre que rebosa contento. Si el enemigo te ve regresar del festín del Señor, huye más rápido que el viento, como quien ve un león cuya boca escupe fuego. Si le enseñas tu lengua teñida de la preciosa sangre, no podrá apresarte; y si le muestras tu boca empurpurada, como un ruin animal se batirá en retirada a gran velocidad.

¿Quieres conocer la virtud de esta sangre? Volvamos a lo que fue figura de esto, a las narraciones antiguas, a lo que ocurrió en Egipto. Dios iba a infligir a Egipto la décima plaga. Quería suprimir sus primogénitos, porque retenían a su pueblo primogénito. ¿Qué podía hacer para no dañar a los judíos con los egipcios, ya que todos se encontraban en el mismo lugar? Observa la virtud de la figura para conocer así el poder de la realidad.

El castigo enviado por Dios iba a venir del cielo y el ángel exterminador andaba rondando por las casas; ¿Qué hizo Moisés? Inmolad, dijo, un cordero sin mancha y pintad vuestras puertas con su sangre (cfr. Ex 12:21-25). ¿Qué dices de esto? ¿La sangre de un animal irracional puede salvar a los hombres dotados de razón? Sí, responde Moisés; no por que sea sangre, sino porque es figura de la sangre del Señor. Del mismo modo que las estatuas de los emperadores, que no tienen alma ni entendimiento, protegen a los hombres dotados de alma y de razón que buscan refugio cerca de ellas, no porque sean de bronce, sino porque representan al emperador; así esta sangre, privada de alma e inteligencia, ha salvado a hombres dotados de alma no porque fuera sangre, sino porque prefiguraba la sangre del Señor.

Aquel día el ángel exterminador vio la sangre que señalaba las puertas, y no se atrevió a entrar. En el presente, si el diablo ve no ya la sangre de la figura señalando las puertas, sino la sangre de verdad sobre los labios de los fieles, marcando la puerta de este santuario de Cristo en que se han convertido, con mayor razón se guardará de intervenir. Pues si la figura ha detenido al ángel, con mucho más motivo la verdad pondrá al diablo en retirada.

Como sal y como luz (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo 15:6-7).

Vosotros sois la sal de la tierra (Mt 5:13). Vosotros no habéis de preocuparos sólo de vuestra propia vida, sino de la de toda la tierra. A vosotros no os envío, como hice con los profetas, a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte, ni siquiera a una entera nación. No. Vuestra misión se extenderá a la tierra y al mar, sin más límites que los del mundo mismo. Y a una tierra que encontraréis mal dispuesta.

En efecto, por el hecho mismo de decirles: vosotros sois la sal de la tierra, el Señor les mostró que toda la humanidad estaba insípida y podrida a causa de los pecados. Por eso exige de sus Apóstoles aquellas virtudes que especialmente son necesarias para el aprovechamiento de los demás. El que es manso, modesto, misericordioso y justo, no guarda para sí solo estas virtudes, sino que procura que estas aguas tan hermosas se derramen abundantemente para provecho de los otros hombres. Del mismo modo, el que es limpio de corazón, el pacífico, el que es perseguido por causa de la verdad, dispone también su vida para común utilidad.

No penséis — dice el Señor a sus discípulos — que os lanzo a combates sin importancia, y que os encomiendo negocios de poca monta. No. Vosotros sois la sal de la tierra. Entonces, ¿curaron los Apóstoles lo que estaba podrido? De ninguna manera. Lo que el Señor renovaba y a ellos entregaba, lo que El libraba del mal olor de la podredumbre, eso salaban ellos, conservándolo y manteniéndolo en la novedad que del Señor había recibido. Porque librar de la podredumbre de los pecados fue hazaña exclusiva de Cristo; mas hacer que los hombres no volvieran a pecar fue ya obra del celo y del trabajo de sus Apóstoles. ¿Veis cómo poco a poco el Señor les va haciendo ver que son superiores a los profetas? Porque no les llama maestros de sola Palestina, sino de la tierra entera; y no sólo los hace maestros, sino temibles.

Ahí está la maravilla: que los Apóstoles no se hicieron amables a todo el mundo porque adulasen y halagaran a todos, sino escociendo vivamente como la sal.

No os sorprendáis — les dice — si, dejando por un momento a los demás, hablo ahora con vosotros y os invito a tamaños peligros. Considerad a cuántas ciudades y pueblos y naciones deseo enviaros como maestros. Por eso no quiero que seáis prudentes vosotros solos, sino que hagáis también prudentes a los demás. ¡Y qué prudencia han de tener aquellos de quienes depende la salvación de las almas! ¡Qué abundancia de virtud en quienes han de ser provecho para los otros! Porque, si no sois tales que podáis servir de provecho a los demás, tampoco os bastaréis para vosotros mismos.

No os irritéis, como si lo que os digo fuera cosa molesta. Si los demás se tornan insípidos, vosotros podéis devolverles el sabor; pero, si esto os sucediera a vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por tanto, cuantos mayores asuntos llevéis entre manos, mayor fervor y celo necesitaréis.

Por eso les advierte: si la sal se torna insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Para nada vale ya, sino para ser arrojada y pisoteada de las gentes (Mt 5:13). Los otros, en efecto, aunque mil veces desfallezcan, mil veces pueden obtener perdón; pero, si cae el maestro, no tiene defensa posible (...).

Había dicho el Señor a sus discípulos: cuando os insulten y persigan, y digan toda palabra mala contra vosotros... (Mt 5:11). Para que no se acobardaran al oír esto, y rehusaran salir al campo de batalla, ahora parece decirles: si no estáis preparados a sufrir todas estas cosas, vana ha sido vuestra elección. Lo que debéis temer no es que se os maldiga, sino el ser envueltos en la común hipocresía. En ese caso os habríais tornado insípidos, y seríais pisoteados por la gente. Pero si seguís frotando con sal, y por ello os maldicen, alegraos entonces. Ésa es precisamente la función de la sal: escocer y molestar a los corrompidos. La maledicencia os seguirá forzosamente, pero no os hará ningún daño, sino que dará testimonio de vuestra firmeza. Pero si por miedo a la murmuración abandonáis el ímpetu que debéis tener, entonces sufriréis más graves daños. En primer lugar, se os maldecirá lo mismo; y luego, seréis la irrisión de todo el mundo; porque eso quiere decir ser pisoteado.

El Señor pasa ahora a otra comparación más alta: vosotros sois la luz del mundo (Mt 5:14). Nuevamente se nos habla del mundo; no de una sola nación, ni de veinte ciudades, sino de la tierra entera. Se nos habla de una luz inteligible, mucho más preciosa que los rayos del sol, como también la sal había que entenderla espiritualmente. Y pone primero la sal, luego la luz, para que te des cuenta de la utilidad de las palabras enérgicas y el provecho de una enseñanza seria. Ella nos ata fuertemente y no nos permite disolvernos. Ella nos hace abrir los ojos, llevándonos como de la mano a la virtud.

(...) Después de haberles mostrado su propio poder, el Señor les exige franqueza y libertad, diciéndoles: nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5:15-16). Es como si les dijera: yo he encendido la luz; pero que siga ardiendo, depende ya de vuestro afán apostólico. Y eso no sólo para alcanzar vuestra propia salvación, sino también la de aquellos que han de gozar de su resplandor, y ser así conducidos como de la mano hacia la verdad. Si vosotros vivís con perfección, como conviene a los que han recibido la misión de convertir a todo el mundo, las calumnias no podrán echar ni una sombra sobre vuestro resplandor.

Llevad, pues, una vida digna de la gracia; a fin de que, así como la gracia se predica en todas partes, también vuestra vida esté de acuerdo con la gracia.

Por fin, además de la salvación de los hombres, el Señor les señala otro provecho, que es suficiente por sí solo para incitarles a la pelea y llevarles al más intenso fervor. Porque — les dice — viviendo rectamente, no sólo corregiréis a toda la tierra, sino que glorificaréis a Dios; de manera semejante a como, si no vivís virtuosamente, no sólo perderéis a los hombres sino que haréis que sea blasfemado el nombre de Dios.

Recomenzar (Exhortación a Teodoro caído, 1, 14-15).

No causa ninguna maravilla que los que no creen en la resurrección vivan negligentemente y no sientan temor del juicio. Por el contrario, sería insensatez suma que nosotros, para quienes la vida venidera es más cierta que la presente, viviésemos tan miserablemente que no nos impresionara lo más mínimo su recuerdo. Si quienes tenemos fe obramos como los incrédulos, y aun a veces vivimos peor que ellos (pues no han faltado entre los infieles quienes han brillado por su virtud), ¿qué consuelo y qué perdón nos queda ya? Muchos mercaderes que sufrieron un naufragio no por eso se desalentaron, sino que nuevamente reanudaron su actividad, a pesar de que el daño no les vino por negligencia propia, sino a causa de la violencia de los vientos. Y nosotros, que podemos mirar confiadamente al término y sabemos perfectamente que, si no queremos, no hemos de sufrir naufragio ni otro daño alguno, ¿no pondremos nuevamente manos a la obra para negociar como antes? ¿Vamos a quedarnos ociosos y mano sobre mano? ¡Y ojalá sólo fuera estar mano sobre mano, y no las volviéramos también contra nosotros mismos! Porque a veces sucede precisamente esto, lo que es señal de suma locura.

En efecto, si un púgil, dejando a su rival, volviera los puños contra su propia cabeza y se destrozase la cara, ¿no le pondríamos en el número de los locos? El diablo nos echó la zancadilla y nos derribó por tierra. Luego es menester levantarnos y no dejarnos arrastrar nuevamente; no despeñarnos a nosotros mismos, ni a sus golpes añadir los propios. El bienaventurado David tuvo una caída semejante a la tuya; e incluso después sufrió otra: la del homicidio. ¿Pues qué? ¿Se quedó allí tendido? ¿No se levantó inmediatamente y se enfrentó con el enemigo? Así fue. Y tan valerosamente le derrotó que, después de la muerte, fue el protector de sus descendientes. Por eso a Salomón, que cometió una enorme iniquidad haciéndose merecedor de mil muertes, Dios le dice que dejará intacto el reino por amor de David, con estas palabras: con escisión escindiré tu reino y se lo daré a tu sierro. Sin embargo, no lo haré en tus días... ¿Por qué motivo? Por consideración a David, padre tuyo, lo tomaré de la mano de tu hijo (1 Re 11:11-12). Y a Ezequías que, no obstante ser personalmente justo, estaba al borde de un grave peligro, Dios le quiere socorrer por amor de David: Yo seré escudo de esta ciudad para salvarla por causa de mí y de David, siervo mío (2 Re 19:34).

Tal es la fuerza de la penitencia. Si David hubiera pensado entonces como piensas tú ahora, que es imposible ya aplacar a Dios; si hubiera dicho para sí mismo: Dios me ha honrado con tan alto honor, me ha puesto en el número de los profetas, me encomendó el mando de mis gentes, me libró de peligros sin cuento... ¿Cómo puedo hacérmele nuevamente propicio, si le he ofendido después de recibir tan grandes beneficios y he cometido los más graves crímenes? De haber pensado así, no sólo no hubiera hecho lo que hizo, sino que hubiera perdido todo lo anterior.

No sólo las heridas del cuerpo; también las del alma, si se descuidan, producen la muerte. Y, sin embargo, en ocasiones llegamos a tal punto de insensatez que cuidamos con todo empeño del cuerpo, pero no hacemos ningún caso del alma. En el cuerpo, es natural que nos sobrevengan muchas enfermedades incurables; sin embargo, no por eso desesperamos y, a pesar de que los médicos dicen y repiten que tal enfermedad no tiene remedio, que ningún medicamento la puede curar, nosotros insistimos una y otra vez, y les rogamos que, al menos, nos den algo que la alivie. En el alma, en cambio, no existe ninguna enfermedad incurable, pues el espíritu no está sometido a la necesidad de la naturaleza. Y sin embargo, como si se tratara de achaques ajenos, descuidamos sus males y desesperamos de su remedio. Donde la naturaleza de las enfermedades debería llevarnos a la desesperación, ponemos todo nuestro cuidado como si conserváramos mil esperanzas de salud; donde no hay motivo para desalentarnos, desistimos y nos descuidamos, como si estuviéramos desahuciados. Hasta tal punto nos preocupamos más del cuerpo que del alma. En verdad que, por este camino, ni el cuerpo mismo podremos salvar. El que descuida lo principal y pone todo su empeño en lo secundario, destruye y pierde lo uno y lo otro. El que guarda el orden debido, al salvar y cuidar lo principal, aunque descuide un poco lo secundario, la salvación de lo primero lleva consigo la de lo otro. Es lo que nos quiso dar a entender Cristo, cuando dijo: no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder alma y cuerpo en el infierno (Mt 10:28).

¿Te persuades de que no hay que desesperar jamás de las enfermedades del alma como si fueran incurables, o será menester apelar a nuevos razonamientos? (...). Aún puedes volver a la virtud y reconciliarte con la vida primera. Escucha lo que sigue. Los ninivitas no se desalentaron al escuchar que el Profeta afirmaba y claramente les amenazaba diciendo: de aquí a cuarenta días, Nínive será destruida (Jan 3:4). Ciertamente, no tenían la seguridad de aplacar a Dios, sino la sospecha de lo contrario, pues las palabras del profeta no venian con distinción alguna, sino que eran absolutamente categóricas. Sin embargo, hicieron penitencia diciendo: ¿quién sabe si Dios se arrepentirá y se nos mostrará propicio y se apartará del furor de su ira y no pereceremos? Y vio Dios las obras de ellos cómo se habían apartado de sus caminos mulos, y se arrepintió Dios del mal que había amenazado hacerles y no lo hizo (Jan 3:9-10).

Pues si hombres bárbaros y sin formación pudieron comprender eso mucho más hemos de hacerlo nosotros, que hemos sido instruidos en las verdades divinas y hemos visto tanta muchedumbre de ejemplos semejantes en palabras y en realidad. Porque no son — dice el Profeta — mis pensamientos como vuestros pensamientos, ni mis caminos como vuestros caminos. Cuanto dista el cielo de la tierra, tanto distan mis pensamientos de los vuestros y mis designios de vuestros designios (Is 45:8-9).

Dignidad del sacerdocio (Sobre el sacerdocio lll, 4-6).

Cuando contemplas al Señor sacrificado y puesto sobre el altar, y al sacerdote que ora y asiste al sacrificio, y a todos los presentes bañados con la púrpura de aquella sangre preciosísima, ¿acaso piensas que estás aún entre los hombres y que pisas la tierra? ¿no te sientes más bien trasladado a los Cielos donde, desterrado de tu alma todo pensamiento carnal, miras con alma desnuda y mente pura las realidades mismas de la gloria? ¡Oh maravilla! ¡Oh benignidad de nuestro Dios! El que está sentado en la gloria junto al Padre, es tomado en aquel momento en manos de todos, y se deja abrazar y estrechar de los que quieren. Así lo hacen con los ojos de la fe.

¿Quieres ver la soberana santidad de estos misterios? Imagínate, te ruego, que tienes ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea, las víctimas sobre las piedras, la quietud y el silencio absoluto de todos y sólo el profeta que ora; y, de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio... Todo esto es admirable y nos llena de estupor.

Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple: verás no sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en pie el sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para que descienda el Espíritu Santo; y prolonga largo rato su oración, no para que una llama desprendida de lo alto consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia sobre el sacrificio y, abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más brillantes que plata acrisolada.

¿Quién habrá, pues, tan loco, quién tan perdido de juicio que desprecie soberbiamente misterio tan tremendo? ¿Acaso ignoras que, sin una particular ayuda de la gracia de Dios, no habría alma humana capaz de soportar el fuego de ese sacrificio, sino que nos consumiría a todos absolutamente?

Si alguien considera atentamente qué cosa significa estar un hombre envuelto aún de carne y sangre, y poder no obstante llegarse tan cerca de aquella bienaventurada y purísima naturaleza; ése podrá comprender cuán grande es el honor que la gracia del Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del sacerdote se cumplen no sólo los misterios dichos, sino otros que en nada les van en zaga, ya en razón de su dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación.

En efecto, a moradores de la tierra, a quienes en la tierra tienen aún su conversación, se les ha encomendado administrar los tesoros del Cielo, y han recibido un poder que Dios no concedió jamás a los ángeles ni a los arcángeles. A ninguno de éstos dijo: lo que atareis sobre la tierra será también atado en el cielo (Mt 18:18). Cierto que quienes ejercen autoridad en el mundo tienen también poder de atar, pero sólo los cuerpos. La ligadura del sacerdote toca al alma misma y penetra dentro de los cielos. Lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, Dios lo ratifica allá arriba; la sentencia de los siervos es confirmada por el Señor. ¿Qué otra cosa es esto, sino haberles concedido todo el poder celeste? A quienes perdonareis — dice — los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20:23). ¿Qué poder puede haber mayor que éste? Todo el juicio se lo ha dado el Padre al Hijo (Jn 5:22); pero yo veo que ese juicio ha sido a su vez enteramente puesto por el Hijo en manos de sus sacerdotes (...)

Sin la dignidad del sacerdocio no podríamos salvarnos ni alcanzar los bienes que nos han sido prometidos. Porque si nadie puede entrar en el reino de los cielos, si no es regenerado por el agua y el Espíritu (cfr. Jn 3:5), si se excluye de la vida eterna al que no come la carne y bebe la sangre del Señor (cfr. Jn 6:53-54), y todo esto sólo puede cumplirse por las manos santas del sacerdote, ¿cómo podría nadie escapar al fuego del infierno y alcanzar las coronas que nos están reservadas?

Los sacerdotes son quienes nos engendran espiritualmente, los que por el Bautismo nos dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo (cfr. Rm 13:14; Gal 3:27), nos consepultamos con el Hijo de Dios (cfr. Rm 6:4) y nos hacemos miembros de aquella bienaventurada Cabeza. De suerte que los sacerdotes debieran merecernos más reverencia que los magistrados y reyes, y sería incluso justo tributarles mayor honor que a nuestros mismos padres. Porque éstos nos engendran por la sangre y la voluntad de la carne (cfr. Jn 1:13), mas aquellos son autores de nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la libertad verdadera y de la filiación divina por la gracia.

Los sacerdotes judíos tenían poder de librar de la lepra del cuerpo; digo mal: sólo tenían poder de examinar a los ya curados de ella, y bien sabemos cuán disputada era entonces la dignidad sacerdotal. Mas los sacerdotes cristianos han recibido potestad, no sobre la lepra del cuerpo, sino sobre la impureza del alma; no de examinar la lepra ya curada, sino de limpiar absolutamente de ella. Por eso, los que desprecian al sacerdote cometen un sacrilegio mayor que Datán y sus secuaces, y merecen más severo castigo (cfr. Num 16).

(...) Pero no sólo en orden a castigar, sino también para hacernos bien, ha dado Dios a los sacerdotes mayor poder que a los padres naturales. Va de los unos a los otros la diferencia que corre entra la vida presente y la venidera, pues los unos nos engendran para aquélla y los otros para ésta. Además, los padres no pueden librar a sus hijos de la muerte corporal, no son capaces ni de alejar de ellos una enfermedad que les acometa; los sacerdotes, en cambio, curan muchas veces a un alma enferma y salvan a la que está a punto de perderse; a unas les mitigan el castigo que merecen, a otras les impiden en absoluto caer. Y eso no sólo por sus enseñanzas y amonestaciones, sino también con la ayuda de sus oraciones. Y es así que los sacerdotes no sólo tienen poder de perdonar los pecados cuando nos regeneran por el Bautismo, sino también los que cometemos después de nuestra regeneración (...). Además, los padres naturales poco o nada pueden hacer en favor de sus hijos, cuando éstos ofenden a algún personaje o poderoso de la tierra los sacerdotes, en cambio, nos reconcilian muchas veces, no ya con magistrados o emperadores, sino con el mismo Dios irritado contra nosotros.

La educación de los hijos (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo 59, 6-7).

En la guerra y en el campo de batalla, el soldado que sólo mira cómo salvarse por medio de la fuga, se pierde a sí mismo y a los otros. El valiente, en cambio, que lucha por salvar a los demás, se salva también a sí mismo. Pues nuestra religión es una guerra, y la más dura de todas las guerras, y pelea, y batalla. Formemos la línea de combate tal como nuestro Rey nos ha mandado, dispuestos siempre a derramar nuestra sangre, mirando por la salvación de todos, alentando a los que permanecen firmes y levantando a los que han caído.

Verdaderamente, muchos hermanos nuestros yacen por el suelo en esta batalla, acribillados de heridas y chorreando sangre; y nadie hay que se cuide de ellos: ni gente del pueblo, ni sacerdote, ni ningún otro; ni protector, ni amigo, ni hermano. Cada uno mira sólo por sí mismo. De ahí proviene, justamente, la mezquindad en que vivimos.

La mayor libertad y gloria nos viene de no preocuparnos sólo de nosotros mismos. Si somos débiles, si tan fácilmente nos derriban los hombres y el diablo, se debe precisamente a que nos buscamos a nosotros mismos, a que no nos protegemos unos a otros como con un escudo, a que no nos rodeamos — como de una cerca — de la caridad de Dios. Por el contrario, buscamos otros motivos de amistad: el parentesco, la comunicación, la mera vecindad... Cualquier cosa nos sirve para hacer amistad, menos la religión, cuando habría de ser esto lo que más nos uniera a unos con otros. Ahora, sin embargo, sucede todo lo contrario: antes somos amigos de judíos y de paganos, que de hijos de la Iglesia.

— Es verdad — me dices — . Pero es que mi hermano en la fe es un malvado, y el otro, judío o gentil, es bueno y modesto.

— ¿Qué dices? ¿Malvado llamas a tu hermano, cuando tienes mandado no llamarle ni siquiera "raca," es decir, necio? ¿No te avergüenzas, no te ruborizas de infamar públicamente a tu hermano, al que es miembro tuyo, que salió del mismo seno y participa de la misma mesa? (...).

— Es que realmente es un malvado, y no hay quien lo aguante.

— Pues hazte amigo suyo para que deje de ser como es, para convertirle, para llevarle a la virtud.

— Es que no me hace caso — me respondes — ni aguanta un consejo.

— ¿Cómo lo sabes? ¿Le has exhortado o intentado corregirle?

— Le he exhortado muchas veces, me contestas.

— ¿Cuántas?

— Muchas; una y otra vez.

— ¿Y eso es muchas veces? Aunque lo hubieras hecho durante toda la vida, no tendrías que cansarte ni desesperar. ¿No ves cómo Dios nos exhorta durante toda la vida por medio de los profetas, de los apóstoles y de los evangelistas? Y nosotros, ¿acaso cumplimos todo lo que nos dice y le hacemos caso en todo? ¡Ni mucho menos! ¿Y ha dejado Él de exhortarnos por eso'? ¿Ha guardado silencio? (...).

Pero ¿a qué acusarnos de descuido por los extraños, si ni siquiera hacemos caso de nuestra misma familia, de la mujer, de los hijos, de los sirvientes? Como si estuviéramos borrachos, nos ocupamos en unas cosas por otras: que los criados sean cuantos más mejor, y nos sirvan con el mayor cuidado; que los hijos puedan recibir un día una pingüe herencia; que la mujer tenga oro, vestidos lujosos y perlas... No nos preocupamos de nosotros mismos, sino de nuestras cosas, como tampoco nos preocupamos de la mujer ni de los hijos, sino de las cosas de la mujer y de los hijos. Nos comportamos como aquél que, teniendo la casa en ruinas, con las paredes que se tambalean, no se preocupa de levantarlas o reforzarlas, sino que construye una gran cerca alrededor de la casa (...).

Si un oso, burlando la vigilancia, se escapa de la jaula, al punto cerramos las puertas y corremos por las calles por miedo de caer en las garras de la fiera; y aquí no es una fiera, sino muchos pensamientos los que, como fieras, desgarran nuestra alma, y ni nos damos cuenta. En las ciudades se cuida mucho que las fieras estén en lugares apartados, bien cerradas en sus jaulas, y no se las deja cerca del concejo de la ciudad, ni de los tribunales, ni del palacio imperial. Se las tiene bien atadas, lejos de estos lugares (...).

Sin embargo, hay entre nosotros hombres peores que las animales más salvajes. Tal es la mayor parte de nuestra gente joven. Dejándose llevar por una concupiscencia salvaje, como ellos saltan, cocean y corren sin freno, sin tener la más leve idea de sus deberes. Y los culpables son sus padres. Cuando se trata de sus caballos, mandan a los caballerizos que los cuiden bien, y no consienten que crezcan sin domarlos, y desde el principio les ponen freno y demás arreos. Pero cuando se trata de sus hijos jóvenes, les dejan sueltos por todas partes durante mucho tiempo, y así pierden la castidad, se manchan con deshonestidades y juegos, y malgastan el tiempo con la asistencia a inicuos espectáculos. Su deber sería, antes de que se dieran a la impureza, buscarles una esposa casta y prudente (...).

— Es mejor esperar — me dices — a que adquiera nombre y brille en las actividades públicas.

— Sí; pero de su alma no hacéis caso alguno, sino que consentís que se arrastre por el suelo. Y así, porque el alma se tiene por cosa accesoria, porque se descuida lo importante y se pone el afán en lo secundario, todo está lleno de confusión y desorden.

¿No sabes que el mejor favor que puedes hacer a tu hijo es guardarle limpio de la impureza de la fornicación? Nada hay tan precioso como el alma. ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mt 16:26), dice el Señor. Pero todo lo ha trastornado el amor al dinero, que ha desterrado el verdadero temor de Dios y se ha apoderado de las almas de los hombres como un tirano de una ciudadela. Esta es la razón por la que descuidamos la salvación de nuestros hijos y la nuestra propia, sin otra mira que enriquecernos lo más posible y dejar a otros la riqueza, para que éstos se la dejen a otros, y éstos a otros. Parece como si fuéramos meros transmisores, y no dueños de nuestros bienes. Y ahí se origina la inmensa insensatez de que los hombres libres estén más vilipendiados que los esclavos. Porque a los siervos les reprendemos sus faltas: si no por interés de ellos, al menos por el interés nuestro; pero los hombres libres no gozan de estos cuidados, sino que se les tiene en menos que a los mismos esclavos.

Incluso las bestias reciben más cuidados que los hijos. Más velamos por nuestros asnos y nuestros caballos, que por nuestros hijos. El que posee una mula, se preocupa de encontrar un buen arriero, que no sea tonto, ni ladrón, ni borracho, sino un hombre que conozca bien su oficio. En cambio, cuando se trata de buscar un maestro para el alma del niño, contratamos al primero que se nos presenta. Y, sin embargo, no hay arte superior a éste. ¿Qué hay comparable con el arte de formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven'? El que profesa esta ciencia ha de proceder con más cuidado que un pintor o un escultor al realizar su obra.

Catequesis.

Introducción.

1. Las Catequesis bautismales de Juan Crisóstomo Las Catequesis bautismales, dentro de la amplia producción de san Juan Crisóstomo, ocupan un puesto importante no solamente por el gran número de las que han llegado hasta nosotros (doce, en conjunto), sino, sobre todo, porque ellas vienen a representar una fuente preciosa para la historia de la concepción y de la liturgia bautismal en Antioquía, una de las sedes más ilustres de la Iglesia oriental, al final del siglo IV. Juan Crisóstomo, ordenado de sacerdote el 16 de febrero del año 386, al comienzo de la Cuaresma, empezó enseguida su actividad de predicador, cuyos primeros testimonios son las Ocho homilías sobre el Génesis, desarrolladas durante el mismo año. Pertenecen a la Cuaresma del año 387 las veintiún Homilías sobre las estatuas, con las cuales Juan Crisóstomo, junto con la participación del obispo Flaviano, logró interrumpir y evitar represiones sangrientas ulteriores, por parte del poder imperial, como consecuencia de la sedición popular que llegó a mutilar las estatuas de Teodosio y de su familia.

2. Teoría y praxis bautismal en Juan Crisóstomo San Juan Crisóstomo, desde el comienzo de su actividad pastoral, reveló una clara y penetrante concepción del bautismo debida, ya sea a su experiencia personal, que con frecuencia subraya en las Catequesis 15, ya sea también a la tradición presente en la Iglesia de Antioquía. Su estilo sencillo y vivo, que, aun en la inmediata y constante relación con el auditorio, conserva siempre la impronta de la pura elocuencia ática, nos permite comprender sin dificultad su pensamiento. El primer aspecto fundamental que san Juan Crisóstomo capta en el bautismo es el sentido del misterio que lo rodea y que la misma expresión "sacramento," si se entiende en su acepción original, siempre refleja. La terminología que indica la distinción entre fieles y catecúmenos, en la comunidad cristiana de la época, es reveladora al respecto: únicamente los fieles (pistoi) son los "iniciados" (memuemenoi), mientras los catecúmenos (katéchoumenoi) son los "no iniciados" (amuetoi). Y la separación entre los dos grupos que se realizaba al comienzo de la liturgia eucarística, en la cual sólo los fieles podían participar mientras que los catecúmenos eran invitados a salir, se justifica por aquella "disciplina del arcano," profundamente enraizada en la Iglesia de Antioquía y que san Juan Crisóstomo refleja con frecuencia con la utilización de términos como "terrible," "tremendo," "inefable" 18, de los cuales desgraciadamente en los momentos actuales, se ha perdido su significado genuino. El sentido del misterio, viene sugerido a san Juan Crisóstomo por la viva fe que tenía en la nueva realidad a la cual el catecúmeno es llamado a participar: la adhesión plena y definitiva a Cristo; y para expresarla se sirve con mucha frecuencia de la imagen humana y sugestiva del matrimonio 19.

La conocida cita de Efesios (5:31-32), que constituye la base de la interpretación patrística del matrimonio, es reiterada y reelaborada originalmente por san Juan Crisóstomo con un realismo muy suyo, que es otra de las características típicas de su pensamiento. Y este realismo es lo que le impide caer en lo genérico y abstracto, incluso en los momentos de más alta tensión y precisamente cuando uno se sentiría inducido a pensar que la teoría sobrepasa y anula la praxis en su apasionada elocuencia. Pero a pesar de la exaltación del bautismo y de sus dones 20, y a pesar de sus cálidas y repetidas exhortaciones, él sabe muy bien que numerosos catecúmenos están esperando para solicitar el bautismo hasta el momento de la muerte 21 y otro hecho, aún más descorazonador, es ¡que muchos cristianos apenas bautizados e introducidos en las reuniones litúrgicas, no dejan de asistir a las carreras de caballos y a los espectáculos del teatro! 22, Él, sin embargo, no deja de exigir continuamente de los catecúmenos una seria preparación moral y doctrinal para merecer la recepción del bautismo y llegar a ser como "nuevos iluminados" (neophotistoi) 23 que pueden comprender con fe la luz resplandeciente de las nuevas verdades cristianas. En esta visión se encuadran las diversas etapas que van marcando progresivamente la preparación de los catecúmenos: la elección de los fieles que les acogen como a hijos y que vienen a ser como "padres espirituales" para ellos (los futuros "padrinos"), garantes de la seriedad de su compromiso 24; los exorcistas a quienes son confiados, cubiertos únicamente con la túnica de penitentes, con los pies desnudos y las manos levantadas al cielo como los suplicantes o los prisioneros 25.

La hora nona del Viernes Santo, que recuerda el trágico momento de la muerte de Cristo en la Cruz 26 es el momento culminante de la liturgia bautismal. San Juan Crisóstomo que, con frecuencia y durante largo tiempo, ha insistido sobre la plena libertad del hombre en contraste con la inmutabilidad de la naturaleza 27, reclama toda la atención de los catecúmenos sobre la importancia de la elección que ellos debían realizar 28. La fórmula litúrgica de la renuncia al demonio: "Renuncio a ti, Satanás, a tus seducciones, a tu servicio y a tus obras" 29, es un compromiso solemne que san Juan Crisóstomo asimila a la elección total y definitiva que se realiza en el matrimonio. La liturgia bautismal, testimoniada por san Juan Crisóstomo, después de la renuncia a Satanás, hacía seguir la unción con el signo de la cruz sobre la frente del catecúmeno; después durante la celebración nocturna, seguían la unción de todo el cuerpo, la profesión de fe y la bajada a la piscina sagrada, para recibir el bautismo de las manos del obispo o del sacerdote, que extendía la mano sobre la cabeza del bautizado y la sumergía tres veces en el agua, pronunciando la fórmula sacramental: "Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" 30. San Juan Crisóstomo, después del bautismo, hace mención únicamente del beso de la paz 31, al cual seguía la participación de los nuevos bautizados en la liturgia eucarística 32. En Antioquía se prolongaban durante siete días los festejos en honor de los nuevos bautizados, período de tiempo análogo a las fiestas en honor de los nuevos esposos 33, y cada día debían asistir a la reunión litúrgica destinada a ellos, como lo testimonian las cinco últimas Catequesis prebautismales editadas por Wenger. Así se nos presenta la concepción que san Juan Crisóstomo tiene del bautismo y, después de tantos siglos, su voz parece conservar todavía inalterada toda su frescura, inspirando un sentido profundo de serenidad y de confianza, de la cual también el hombre de hoy tiene necesidad para renovar con plena libertad, como los catecúmenos de otro tiempo, su adhesión a Cristo.

15. Cf., por ejemplo la IV Cat., c. 5; la VI, c. 19; la IX, c. 26.

18. Cf. por ejemplo, VI Cat., c. 27; X, cc. 1 y 15.

19. Cf. por ejemplo, IV Cat., cc. 1 y 2; V, cc. 1-18.

20. Cf. VII Cat., c. 5ss.

21. Cf. II Cat., c. 1.

22. Cf. X Cat. c. 1ss.

23. WENGER señala también a este propósito cómo no es exacto

traducir este término por el de "neófitos," aunque tenga un sentido

análogo.

24. Cf. VI Cat., cc. 15-16.

25. Cf. II Cat., c. 2; III, cc. 6-7.

26. Cf. IV Cat., c. 4.

27. Cf. por ejemplo V Cat., c. 10; IX, c. 24.

28. Cf. VI Cat., c. 20; para la historia de esta fórmula cf. WENGER,

Introd. cit., pp. 79-90.

29. Cf. en especial la IV Cat., cc. 1-18.

30. Cf. IV Cat., c. 3; VI, c. 26.

31. Cf. IV Cat., c. 10.

32. Cf. VI Cat., c. 27.

33. Cf. X Cat.. c. 24.

Primera Catequesis.

"A los que van a ser iluminados, acerca de las mujeres que se adornan con trenzas y oro, y sobre aquellos que se sirven de agüeros, de amuletos o de hechizos, todo lo cual es completamente ajeno al Cristianismo."

Finalidad de la catequesis

1. Me he presentado antes, con el propósito de reclamaros los frutos de lo que dije hace muy poco tiempo a vuestra caridad. Efectivamente, no hablamos únicamente para que nos oigáis, sino también para que recordéis lo dicho y nos déis prueba de ello con las obras; mejor dicho, no a nosotros, sino a Dios, que conoce lo más secreto de la mente. Y para eso se llama también Catequesis: para que, al ausentarnos nosotros, la palabra siga resonando en vuestras mentes. Y no os asombréis de que, habiendo transcurrido solamente diez días, vengamos ya a reclamaros los frutos de las semillas, porque, en verdad, incluso en un día es posible a la vez sembrar y cosechar. Efectivamente, no se nos llama a luchar equipados solamente con nuestra propia fuerza, sino también con el firme apoyo que viene de Dios. Por consiguiente, cuantos acogieron las cosas que dijimos y las han puesto en práctica con las obras, que sigan proyectados hacia lo que tienen delante 2; en cambio, los que todavía no han puesto mano en este excelente ejercicio, que lo emprendan desde este momento, para que, mediante el esmero por estas cosas, puedan alejar de sí con la subsiguiente diligencia, la condena originada por su negligencia. Es posible, en efecto, es posible que incluso el que vive en el mayor descuido, si en adelante se vale de la diligencia, pueda compensar el daño del tiempo anterior. Por eso dice la escritura: Si hoy oyéreis su voz, no endurezcáis vuestro corazón como en la exacerbación 3. Y dice esto exhortándonos y aconsejándonos que nunca desesperemos, al contrario, que mientras estemos acá, tengamos buenas esperanzas de alcanzar lo que está delante, y de perseguir el premio al que Dios llama desde arriba 4.

El nombre de fieles

Hagamos, pues, esto, y examinemos cuidadosamente los nombres de este gran don, porque, de igual modo que la grandeza de una dignidad, si es ignorada, hace bastante negligentes a los que han sido honrados con ella, así también, cuando es conocida, los vuelve agradecidos y los hace más diligentes. Y por otra parte, sería vergonzoso y ridículo que quienes disfrutan de gloria y honor tan grandes de parte de Dios, ni siquiera sepan qué quieren significar sus nombres. ¡Y qué digo de este don! Con que pienses en el nombre común de nuestra raza, recibirás una enseñanza y una exhortación a la virtud grandiosas. Este nombre de hombre, en realidad nosotros no lo definimos según lo definen los de fuera, sino como ordenó la divina Escritura. Efectivamente, hombre no es quien simplemente tiene manos y pies de hombre, ni sólo quien es racional, sino quien se ejercita con confianza en la piedad y la virtud. Escucha, pues, siquiera lo que dice sobre Job. Efectivamente, al decir: Había un hombre en la región de Ausitide 5, no lo describe en los términos en que lo hacen los de fuera, ni dice sin más que tiene dos pies y uñas anchas y planas, sino que, conjuntando las señales de aquella piedad, decía: Justo, veraz, piadoso y apartado de toda maldad 6, con lo cual daba a entender que éste era un hombre. Lo mismo, pues, que dice otro también: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre 7. Ahora bien, si el nombre de hombre ofrece una tan gran exhortación a la virtud, ¿con cuánta mayor razón no la ofrecerá el de fiel? Pues te llamas fiel por lo siguiente: porque tienes fe en Dios, y por él tienes confiada la justicia, la santificación, la limpieza del alma, la adopción filial, el reino de los cielos. Todo te lo confió y encomendó a ti. Sin embargo, por tu parte, también le confiaste y encomendaste a él otras cosas: la limosna, las oraciones, la castidad y todas las virtudes. ¡Y qué digo la limosna! Aunque no le des más que un vaso de agua fresca, ni siquiera eso perderás 8, antes bien, incluso esto lo guarda con cuidado para el día aquel, y te lo devolverá muy colmadamente. En efecto, esto es realmente lo admirable, que no solamente guarda cuanto se le ha confiado, sino que lo acrecienta con las recompensas. También a ti te mandó que, según tus fuerzas y respecto de lo que se te confió, hicieras esto: aumentar la santificación que recibiste, abrillantar más y más la justicia que procede del baño bautismal y hacer más fúlgida la gracia, como hizo Pablo, quien con sus trabajos, su celo y su diligencia, aumentó luego todos los bienes que había recibido. Y mira la atención solícita de Dios: en aquel momento, ni te dio todo ni te privó de todo, sino que te dio unas cosas y te prometió otras. ¿Y por qué motivo no te dio entonces todo? Para que tú demuestres tu confianza en Él, creyendo en lo que todavía no te da, basado únicamente en su promesa. Y una vez más, ¿por qué motivo allí no se reservó todo, sino que dio la gracia del Espíritu, la justicia y la santificación? Para aliviar tus trabajos y para hacerte concebir buenas esperanzas sobre lo futuro, basado en lo ya otorgado.

El nombre del nuevo iluminado

Y estás a punto de ser llamado nuevo iluminado por la razón siguiente: porque, si tú quieres, tienes siempre una luz nueva, y nunca se apaga. Efectivamente, a esta luz de acá, lo queramos o no lo queramos nosotros, le sucede la noche; en cambio la tiniebla no conoce aquel rayo de luz, pues la luz brilla en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron 9. Así pues, el mundo no es tan resplandeciente después de alzarse el rayo solar, como brilla y refulge el alma después de recibir la gracia del Espíritu. Y aprende con mayor exactitud la naturaleza de las cosas: mientras es de noche, efectivamente, y todo está oscuro, muchas veces uno, al ver una cuerda, la toma por una serpiente, o al acercársele un amigo, huye de él creyéndolo un enemigo, o al percibir cualquier ruido, se asusta; en cambio, mientras es de día, no podría ocurrir nada semejante, al contrario, todo aparece como es. Esto mismo sucede también con nuestra alma. Efectivamente, en cuanto la gracia llega y expulsa la oscuridad de la mente, aprendemos la exacta realidad de las cosas, y los antiguos temores se nos hacen fácilmente despreciables: ya no tememos a la muerte después de haber aprendido, a lo largo de esta sagrada iniciación a los misterios, que la muerte no es muerte, sino sueño y dormición pasajeros; ni tememos ya la pobreza, la enfermedad o cualquier otra cosa de éstas, porque sabemos que estamos caminando hacia una vida mejor, intacta, incorruptible y libre de cualquier imperfección parecida.

2. Por consiguiente, no nos quedemos embobados ante las cosas mortales, ni por los placeres de la mesa ni por el lujo de los vestidos: en realidad tienes un vestido incomparable, tienes una mesa espiritual, tienes la gloria de arriba, y Cristo se hace todo para ti: mesa, vestido, casa, cabeza y raíz. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 11 ¡mira cómo se hizo vestido para ti! ¿Quieres saber cómo se hizo también mesa para ti? Quien me come — dice —, igual que yo vivo para el Padre, también él vivirá por mí 12. Y que también para ti se hace casa: El que come mi carne, en mi permanece y yo en él 13. Y que se hace raíz, lo dice también: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos 14. Y que se hace hermano, amigo y esposo: Ya no os llamo más siervos, porque vosotros sois mis amigos 15. Y Pablo, por su parte: Os he desposado a un solo mando, para presentaros a Cristo como virgen intacta 16; y además: Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos ]7. Y no solamente nos hemos convertido en hermanos suyos, sino también en hijos, pues dice: Mira, yo y los hijos que Dios me dio 18; y no sólo esto, sino también sus miembros y su cuerpo 19. Efectivamente, como si no bastara lo dicho para demostrar el amor y la benevolencia de que ha hecho gala para con nosotros, añadió todavía algo mucho mejor y más íntimo que lo anterior, al llamarse a sí mismo cabeza nuestra 20.

Necesidad de una conducta ejemplar

Puesto que ya sabes todo esto, querido, corresponde a tu bienhechor con una conducta inmejorable, y después de reflexionar sobre la grandeza del sacrificio, embellece los miembros de tu cuerpo. Piensa en lo que recibes en tu mano, y jamás la levantes para golpear a alguien, y no mancilles con semejante pecado 21 la mano enaltecida con un don tan grande. Piensa en lo que recibes en tu mano, y consérvala limpia de toda avaricia y rapiña. Piensa que no solamente lo recibes en tu mano, sino que también te lo llevas a la boca: guarda, pues, tu lengua limpia de palabras torpes e insolentes, de blasfemia, de perjurio y de todo lo demás de análoga ralea. Realmente es pernicioso que la lengua, que está al servicio de tan tremendos misterios, enrojecida con tal sangre y convertida en espada de oro, sea transferida al servicio del ultraje, de la insolencia y de la chocarrería. Ten en gran respeto el honor con que Dios la honró, y no la rebajes a la vileza del pecado, antes bien, reflexiona una vez más que, después de la mano y de la lengua, es el corazón quien recibe ese tremendo misterio, y nunca más urdas engaños contra tu prójimo, sino guarda tu mente limpia de toda maldad, y así podrás también asegurar tus ojos y tu oído. Pues, ¿cómo no va a ser absurdo, después de aquella misteriosa voz que venía del cielo — quiero decir la de los querubines — ensuciar el oído con cantos de burdel y cascadas melodías? Y, ¿cómo no va a ser digno del último castigo mirar a las rameras con los mismos ojos con que miras los inefables y tremendos misterios, y cometes adulterio de pensamiento? A una boda fuiste convidado, querido, no vayas a entrar vestido con ropa mugrienta, al contrario, ponte un traje adecuado para la boda. Porque, si los hombres convidados a las bodas terrenales, aunque sean los más pobres del mundo, muchas veces alquilan o se compran un vestido limpio, y así se presentan a los que les invitaron, tú, convidado a una boda espiritual y a un banquete regio, piensa qué vestido tan extraordinario sería justo que compraras. Pero hay más: ni siquiera es preciso comprarlo, sino que el mismo que te invita te lo da gratis, para que ni la pobreza puedas presentar como pretexto. Por consiguiente, conserva el mismo vestido que recibiste, porque, si lo pierdes, en adelante no podrás ya ni alquilarlo ni comprarlo, pues tal vestido no se vende en parte alguna. ¿Oíste cómo sollozaban los que habían sido iniciados anteriormente en los misterios y cómo se golpeaban el pecho, porque entonces la conciencia los estimulaba? Mira, pues, querido, no tengas tú que padecer eso mismo. Pero, ¿cómo no vas a padecerlo, si no echas fuera la pésima costumbre del mal?

La corrección de las faltas

Por esta razón os dije recientemente, y os digo ahora y no cesaré de repetirlo: si alguno no ha rectificado los fallos de las costumbres y no ha conseguido facilidad en la virtud, que no se bautice. Efectivamente, los pecados anteriores puede perdonarlos el baño bautismal, pero existe un temor no pequeño y un peligro no casual de que alguna vez volvamos a las andadas y el remedio se nos mude en llaga, porque, cuanto mayor fue la gracia, tanto mayor será el castigo para los que pecan después de aquello.

3. Por consiguiente, para no volver al prístino vómito 22, tratemos de instruirnos a nosotros mismos ya desde ahora. Pues bien, respecto de que es necesario que primero nos convirtamos y nos apartemos de los males anteriores y así nos acerquemos a la gracia, escucha lo que dicen, de una parte, Juan, y de otra, el primero de los apóstoles, a los que van a bautizarse. Aquél, efectivamente, dice: Dad fruto digno de la conversión, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos por padre a Abrahán 23: Este otro, por su parte, repetía a los que le preguntaban: Convertíos, y cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 24. Ahora bien, el que se convierte ni siquiera toca ya las mismas cosas de las que se ha convertido, y por esta razón se nos manda decir: "Renuncio a ti, Satanás," para que no tornemos a él ya más. Lo mismo, pues, que ocurre con los pintores, que suceda también ahora. Éstos, efectivamente, después de ponerse ante la tabla, de trazar blancas líneas y de esbozar las regias imágenes, antes de aplicar los colores definitivos, con toda libertad borran unas cosas y sustituyen otras, y así enmiendan los errores y cambian lo que estaba mal. Pero después que han dado el color, ya no son dueños de volver a borrar y repintar, porque esto dañaría la belleza de la imagen y seria motivo de reproche.

Haz también tú lo mismo: piensa que el alma es para ti una imagen. Por lo tanto, antes de darle el verdadero color del Espíritu, borra las malas costumbres que han prendido en ti: si tienes la costumbre de jurar, de mentir, de injuriar, de hablar obscenidades, de hacer ridiculeces o de cualquier otra obra parecida, de las que no son lícitas, arráncate esa costumbre, para que no vuelvas otra vez a ella después del bautismo. El baño del bautismo elimina los pecados: tú enmienda la costumbre, para que, una vez dados los colores y con la regia imagen ya en todo su esplendor, no tengas que borrar ya más, ni producir heridas o cicatrices en la belleza que Dios te ha dado. Reprime, pues, tu ira, apaga tu furor, y si alguien te perjudica, si te ultraja, llóralo a él; tú no te sulfures, conduélete, no te encolerices ni digas: "¡En el alma me ha perjudicado!" No hay nadie que sea perjudicado en el alma, a no ser que nosotros mismos nos perjudiquemos en el alma, y voy a decirte de qué forma. ¿Alguien te robó la hacienda? No te perjudicó en el alma, sino en los bienes; pero, si tú guardas rencor, te perjudicas a ti mismo en el alma, porque en realidad los bienes robados en nada te dañaron, más bien te favorecieron; en cambio tú, si no depones tu ira, darás cuentas allá de este rencor. ¿Alguien te insultó y te ultrajó? Tampoco te perjudicó en el alma, ni siquiera en el cuerpo. ¿Tú devolviste insultos y ultrajes? Tú te perjudicaste a ti mismo en el alma, y allá tendrás que dar cuentas de las palabras que dijiste. Y sobre todo quiero que vosotros sepáis esto: al cristiano y fiel nadie puede perjudicarle en el alma, ni el mismo diablo. Pero lo admirable no es únicamente esto: que Dios nos hizo inexpugnables frente a todas las insidias, sino también que nos hizo aptos para la práctica de la virtud, sin que nada lo impida, con tal de quererlo nosotros, aunque seamos pobres, débiles de cuerpo, marginados, sin nombre o esclavos. Efectivamente, ni pobreza, ni enfermedad, ni manquedad corporal, ni esclavitud, ni cualquier otra cosa parecida podría nunca ser impedimento para la virtud. ¡Y qué digo pobre, esclavo y sin nombre! ¡Aunque estés prisionero! Tampoco esto te será impedimento para la virtud. ¿Y cómo? Voy a decírtelo yo. ¿Uno de tus domésticos te contristó y te irritó? ¡Ahórrale tu ira! ¿Acaso para hacer esto tuviste como impedimento tus cadenas, tu pobreza o tu baja condición? ¡Y qué digo impedimento! ¡Incluso te ayudan y cooperan contigo para abajar tus humos! ¿ Que ves a otro en pleno éxito ? No lo envidies, porque ni siquiera aquí es impedimento la pobreza. Por otra parte, cuando hayas de orar, hazlo con la mente sobria y despierta, que nada podrá tampoco impedirlo. Muestra en todo mansedumbre, equidad, moderación, dignidad, porque esto no necesita de ayudas externas. Y esto sobre todo es lo más grande de la virtud: que no tiene necesidad de la riqueza, ni del poder, ni de la gloria, ni de cualquier otra cosa parecida, sino únicamente del alma santificada, y no busca más. Pero mira cómo esto mismo sucede también con la gracia. Efectivamente, aunque uno esté cojo, aunque tenga vacías las cuencas de los ojos y mutilado el cuerpo, y aunque haya caído en extrema enfermedad, nada de esto impide a la gracia venir: ésta busca únicamente al alma que la acoge con diligencia, y deja de lado todas esas cosas externas. Es cierto que, en los soldados de fuera, quienes los alistan para el ejército buscan talla corporal y músculo vigoroso, pero quien ha de servir como soldado no debe tener solamente eso, sino que además ha de ser libre, porque, si uno es esclavo, lo rechazan. En cambio el rey de los cielos no busca nada parecido, antes bien, admite en su ejército incluso esclavos, viejos e inválidos, y no se avergüenza de ello. ¿Qué puede haber de más bondadoso y de mayor provecho que esto? Porque éste busca únicamente lo que está en nuestra mano, en cambio aquellos buscan lo que no está en nuestra mano. Efectivamente, el ser esclavo o libre no está en nuestro poder; y tampoco está en nuestra mano el ser alto, bajo o viejo, el estar bien proporcionado y cuanto se quiera de parecida índole. En cambio, el ser clemente y benigno y tener las demás virtudes es cosa de nuestra voluntad. Y Dios nos exige únicamente aquello de que nosotros somos dueños. Y con muchísima razón, pues no nos llama a su gracia para su propio provecho, sino por hacernos bien a nosotros, mientras que los reyes llaman para servicio suyo. Estos, además, arrastran a una guerra material, en cambio Él a un combate espiritual. Puede ser que alguno vea la misma relación de semejanza no solo en las guerras externas, sino también en las competiciones. Efectivamente, los que van a ser arrastrados a dar el espectáculo no bajan a la liza antes de que el heraldo los haya cogido y hecho circular a la vista de todos mientras va diciendo a voz en grito: "¿Acaso alguien acusa a éste?" Y sin embargo, allí no se trata de luchas del alma, sino de los cuerpos: ¿por qué, pues, exiges dar cuentas de la nobleza? Pero aquí no hay nada parecido, sino todo lo contrario. Como quiera que nuestra lucha no consiste en trabarse las manos, sino en la sabiduría 26 del alma y en la virtud de la mente, nuestro juez de competición hace lo contrario de aquél: no lo coge y lo conduce alrededor mientras va gritando: "¿Acaso alguien acusa a éste? sino que grita: "¡Aunque los hombres todos, y aunque los demonios apiñados con el diablo le acusen de las mayores y más ocultas atrocidades, yo no lo rechazo, ni abomino de él, sino que, después de arrancarlo a los acusadores y de librarlo del mal, lo conduzco a la competición!" Y no sin razón, pues allí el árbitro no ayuda a ninguno de los luchadores a lograr la victoria, sino que se mantiene en el medio; en cambio, aquí, en los combates de la piedad, el juez de competición se convierte en camarada y coadyuvador de los atletas, y junto con ellos entabla la batalla contra el diablo.

4. Pero lo admirable no es únicamente el hecho de que nos perdona los pecados, sino también que no los descubre, ni los pone en evidencia, ni a los que llegan los obliga a pregonar en medio las faltas propias, sino que manda defenderse ante Él sólo y confesarse a Él. Ciertamente, si uno de los jueces de este mundo 27 dijese a un bandolero o a un ladrón de tumbas, apresados, que con sólo declarar sus fechorías quedarían libres del castigo, acogerían la propuesta con toda diligencia y por el deseo de salvarse despreciarían todo sentimiento de vergüenza. Aquí, sin embargo, no hay nada de esto, al contrario, Dios perdona los pecados y no obliga a exponerlos en presencia de algunos, sino que busca solamente una cosa: que quien disfruta del perdón aprenda la grandeza del don. ¿Cómo, pues, no va a ser absurdo que en las cosas en que nos hace el bien Él se contente únicamente con nuestro testimonio, y nosotros en cambio, cuando se trata de rendirle culto a Él, busquemos otros testigos y lo hagamos por ostentación? Por consiguiente, admiremos su benevolencia y mostremos abiertamente lo nuestro, y lo primero de todo refrenemos el ímpetu de nuestra lengua para no estar hablando constantemente, ya que en las muchas palabras no falta el pecado 28.

Si tienes, pues, algo útil que decir, abre tus labios; pero si en nada es necesario, cállate, porque es lo mejor. ¿Eres artesano? Canta salmos mientras estás sentado. ¿Que no quieres salmodiar con la boca? Hazlo con la mente: el salmo es un gran compañero de conversación. Y con ello no tomarás sobre ti nada pesado, antes bien, podrás estar sentado en tu taller como en un monasterio, pues no es la comodidad de los lugares, sino la probidad de las costumbres, la que proporcionará la tranquilidad. Lo cierto al menos es que Pablo ejerció su oficio en el taller y no sufrió daño alguno en su propia virtud 29. Por consiguiente no digas: "¿Cómo podré yo ejercer la sabiduría 30, pues soy artesano y pobre?" ¡Por esta razón sobre todo podrás ejercerla! Para nosotros, en orden a la piedad, es más conveniente la pobreza que la riqueza y el trabajo que la ociosidad, del mismo modo que la riqueza se torna impedimento para los que no andan con cuidado. Efectivamente, cuando sea preciso abandonar la ira, apagar la envidia, refrenar la cólera; cuando sea menester demostrar la oración, la honradez, la mansedumbre, la benevolencia y el amor, ¿en qué punto podría ser obstáculo la pobreza? Y es que, realmente, no es posible realizar todo eso repartiendo dinero, sino demostrando una voluntad recta. La limosna es la que más necesita de bienes, pero también ella resplandece todavía más con la pobreza, pues la que echó los dos óbolos 31 era la más pobre de todos, pero a todos sobrepasó.

Por consiguiente, no consideremos la riqueza como algo grande, ni pensemos que el oro es mejor que el barro, porque el valor de la materia no depende de la naturaleza, sino de nuestra opinión. Efectivamente, para quien lo examine con rigor, el hierro es mucho más necesario que el oro, pues éste no aporta ventaja alguna para la vida, y en cambio aquél, por servir para incontables oficios, nos ha proporcionado la mayor parte de lo necesario. ¿Y por qué comparar solamente el oro y el hierro? Estas mismas piedras son mucho más necesarias que las piedras preciosas pues de éstas nada útil podría salir, en cambio con aquellas se han levantado casas, murallas y ciudades. Y tú muéstrame cual podría ser la ganancia proveniente de estas perlas, o más bien, qué daño no podría derivarse, porque incluso para que tú luzcas un solo aljófar, innumerables pobres sufren la angustia del hambre: por tanto, ¿qué disculpa obtendrás? ¿qué perdón?

El verdadero adorno de la mujer

¿Quieres adornar tu rostro? Que no sea con perlas, sino con modestia y decoro, y así el marido verá un semblante más placentero. Efectivamente, aquel adorno suele hacer caer en sospechas de celos, en enemigas, en contiendas y en rivalidades; ahora bien, nada más desagradable que un rostro sospechoso. En cambio, el adorno de la limosna y de la modestia destierra toda mala sospecha y se atraerá al cónyuge con mayor vehemencia que cualquier otro vínculo. En realidad la naturaleza de la belleza no hace tan hermoso al semblante como la disposición anímica del que lo contempla, y a su vez, nada suele crear esta disposición como la modestia y el decoro. Tanto es así que, si una mujer es hermosa, pero su marido le tiene inquina, a él le parecerá la más fea de todas; en cambio otra, si ocurre que no es de buen ver, pero gusta a su marido, a él le parecerá la más hermosa de todas, y es que los juicios se basan, no en la naturaleza de las cosas vistas, sino en la disposición anímica de los que miran. Embellece, pues tu semblante con la modestia, el decoro, la limosna, la benignidad, el amor, la amistad para con el marido, la equidad, la mansedumbre, la resiguación: éstos son los colores de la virtud; gracias a ellos, te atraerás como íntimos a los ángeles, no a los hombres; gracias a ellos tienes a Dios mismo como panegirista, y cuando Dios se dé por satisfecho, también al marido te lo aplacará por completo. Efectivamente, si la sabiduría de un hombre ilumina su rostro, mucho más la virtud de una mujer ilumina su semblante 32.

Pero si tú piensas que este adorno es algo grande, dime: ¿Qué provecho sacarás de estas perlas aquel día? ¿Y qué necesidad tenemos de hablar de aquel día, si todo eso lo podemos demostrar por el presente? Es el caso, pues, que cuando los supuestamente culpables de insolencia contra el emperador eran arrastrados hasta el tribunal y corrían peligro de la máxima pena, entonces sus madres y sus mujeres se desprendían de los collares, del oro, de las perlas, de todo adorno y de las doradas vestimentas; se ponían un vestido sencillo y vulgar, se encenizaban y se echaban a rodar por el suelo ante las puertas del tribunal, y así intentaban ablandar a los jueces. Pues bien, si en los tribunales de acá el oro, las perlas y el vestido suntuoso pueden convertirse en asechanza y traición, y en cambio la equidad, la mansedumbre, la ceniza, las lágrimas y los vestidos vulgares se ganan mejor al juez, con mucha mayor razón ocurrirá esto mismo en aquel incorruptible y tremendo juicio. Porque, dime, ¿qué razón vas a exponer, qué disculpa, cuando el Señor te acuse por estas perlas y saque a la vista 33 a los pobres acabados por el hambre? Por esto decía Pablo: Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos 34.

De aquí, en efecto, podría seguirse la asechanza: podríamos disfrutar continuamente de ello, pero, con la muerte nos llegará la separación total. En cambio, de la virtud se sigue toda seguridad y ninguna mudanza ni defección, al contrario, aquí nos hace aún más seguros, y allá nos acompaña. ¿Quieres adquirir perlas y no ser nunca despojado de esta riqueza? Arráncate todo adorno y deposítalo en las manos de Cristo por medio de los pobres; Él te guardará toda la riqueza para cuando haya resucitado a tu cuerpo con gran claridad, y entonces te otorgará una mejor riqueza y un adorno mayor, tanto al menos cuanto éste de ahora es vulgar y despreciable. Piensa, pues, a quién quieres agradar y por quiénes te has envuelto en estos adornos: ¿para que, al verte, se maravillen el cordelero, el fundidor de bronce y el mercachifle? ¿Y no te avergüenzas luego ni te sonrojas de mostrarte a ellos y de hacer todo por los mismos a los que ni siquiera consideras dignos de tu saludo?

La renuncia a Satanás

¿Cómo, pues, te burlarás de esta fantasía? Si recuerdas aquella palabra que pronunciaste al ser iniciada en los misterios: "Renuncio a ti, Satanás, a tu pompa y a tu culto": tu manía por adornarte con perlas es, efectivamente, pompa satánica. Recibiste oro, en efecto, mas no para encadenar tu cuerpo, sino para liberar y alimentar a los pobres. Di, pues, continuamente: "Renuncio a ti, Satanás": nada más seguro que esta palabra, si la demostramos por medio de las obras.

5. Esta palabra la considero digna de que la aprendáis también vosotros, los que estáis a punto de ser iniciados en los misterios, porque esta palabra es un pacto con el Señor. Y de igual modo que nosotros, al comprar esclavos 35, antes que nada preguntamos a los mismos que nos son vendidos si quieren ser esclavos nuestros, así también procede Cristo: cuando va a tomarte a su servicio, primero pregunta si quieres abandonar a aquel amo inhumano y cruel, y te acepta el pacto: su señorío, en efecto, no es forzado. Y mira la bondad de Dios: nosotros, antes de pagar el precio, preguntamos a los que son vendidos y, cuando ya nos hemos informado de que sí quieren, entonces abonamos el precio; Cristo en cambio no obra así, al contrario, pagó ya el precio por nosotros: su preciosa sangre: Por precio fuisteis comprados 36, dice efectivamente. Y sin embargo, ni aun así fuerza a los que no quieren servirle, antes bien, dice: "Si no te sientes agradecido ni quieres tampoco por tu propia iniciativa y voluntariamente inscribirte en mi dominio, yo no te obligaré ni te forzaré."

Por otra parte, nosotros no elegiríamos comprar esclavos malos, y si alguna vez lo elegimos, los compramos por una mala elección y pagamos el precio correspondiente. Cristo en cambio, a pesar de comprar unos siervos ingratos e inicuos, pagó el precio de un esclavo de primera calidad, más aún, un precio mucho mayor, tan mayor que ni la palabra ni el pensamiento pueden mostrar su grandeza, pues, en efecto, Él no nos compró dando el cielo, la tierra y el mar, sino pagando de lo que es más precioso que todas estas cosas: su propia sangre. Y después de todo esto, no nos exige testigos ni documento escrito, sino que se da por contento con sólo tu voz, e incluso si dices mentalmente: "Renuncio a ti, Satanás," y a tu pompa," todo lo acepta. Digamos, pues, esto: "Renuncio a ti, Satanás," como quienes han de dar aquel día razón y cuenta de esta palabra, y guardémosla para que entonces podamos devolver sano y salvo este depósito. Ahora bien, pompa satánica son los teatros, los hipódromos y todo pecado, y los horóscopos 37, augurios y presagios. ¿Y qué son, pues, los presagios? — dice. Muchas veces algunos, al salir de casa, ven un hombre ojituerto o cojo, y lo toman como un presagio. Esto es pompa satánica, ya que el encontrarse con un hombre no hace que el día sea malo, sino el vivir en pecado. Por consiguiente, cuando salgas, guárdate de una sola cosa: que el pecado tope contigo, porque éste es el que nos hace caer, y sin él, en nada podrá dañarnos el diablo. ¿Qué estás diciendo? Ves a un hombre, y lo toman como un presagio, ¿y no ves la trampa diabólica: cómo te excita a la guerra contra alguien que ningún mal te ha hecho, cómo te vuelve enemigo de tu hermano, sin causa justa alguna? Y sin embargo, Dios mandó amar incluso a los enemigos 38; tú en cambio, aun sin tener de qué acusarlo, ¿aborreces al que en nada te ha perjudicado, y no piensas la risa que das, ni cuán grande es la vergüenza, más aún, el peligro? ¿Te digo otro presagio más ridículo todavía? Me avergüenza y me sonroja decirlo, pero me veo obligado a ello por vuestra salvación.

Si uno se encuentra, dice, con una virgen, el día será un fracaso, pero, si se topa con una ramera, el día será favorable, provechoso y repleto de negocios. ¿Os ocultáis, os golpeáis la frente y de verguenza bajáis la vista hacia el suelo? ¡Pero no ahora, al decir yo estas palabras, sino al ponerlas vosotros por obra! Mira, pues, cómo también aquí el diablo ocultó el engaño, para hacernos aborrecer a la que es casta y en cambio saludar y amar a la disoluta: puesto que oyó a Cristo decir: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró en su corazón 39, y vio a muchos sobreponerse a la incontinencia, cuando quiso hacerles recaer en el pecado por otro camino, gracias a este presagio los convenció para que fijasen complacidos su atención en las rameras.

¿Y qué podría decirse de los que se sirven de hechizos y amuletos, y de los que se atan en torno a la cabeza y los pies monedas de bronce de Alejandro el Macedonio? ¿Son éstas, dime, nuestras esperanzas: que después de la cruz y de la muerte del Señor, tengamos en la imagen de un rey griego la esperanza de la salvación ? ¿No sabes cuántas cosas llevó felizmente a cabo la cruz? Abolió la muerte, extinguió el pecado, hizo inútil el infierno, destruyó el poder del diablo, ¿y no es de fiar para la salud del cuerpo? Hizo revivir a toda la tierra habitada, ¿y tú no confías en ella? Entonces, ¿de qué serías digno tú? — dime. Te rodeas no sólo de amuletos, sino también de hechizos, cuando introduces en tu casa a viejas borrachas y alocadas, ¿y no te avergüenzas ni te sonrojas de perder el seso por esto, después de tan gran sabiduría? Y lo que es más grave que el mismo error: cuando nosotros amonestamos sobre esto y tratamos de persuadirles, ellos creen disculparse diciendo: "La mujer que hace el hechizo es cristiana y no pronuncia otra cosa que el nombre de Dios." Pues precisamente por eso la odio y aborrezco tanto, porque se vale del nombre de Dios para la insolencia, porque dice ser cristiana, pero ostenta las obras de los gentiles. Por lo demás, también los demonios pronunciaban el nombre de Dios, pero seguían siendo demonios, y así decían a Cristo: Sabemos quién eres, el Santo de Dios 40, y sin embargo, Él los increpó y los expulsó. Por todo ello os exhortó a purificaros de este engaño y a tener como báculo 41 esta palabra; y así como ninguno de vosotros querría bajar a la plaza sin sandalias o sin vestido, así tampoco bajes nunca a la plaza sin esta palabra, antes bien, cuando estés a punto de cruzar el portón del atrio, pronuncia primero esta palabra: "¡Renuncio a ti, Satanás, y a tu pompa y a tu culto, y me junto contigo, oh Cristo!" Y nunca salgas sin esta palabra: ella será para ti báculo, armadura y torre inexpugnable. Y junto con esta palabra, traza también la cruz en tu frente, porque de esa manera, no sólo un hombre que te sale al encuentro no podrá dañarte en nada, pero es que ni el mismo diablo siquiera, pues por todas partes te ve aparecer con estas armas. Y en esto edúcate a ti mismo ya desde ahora, para que, cuando recibas el sello, seas un soldado bien preparado y, después de erigir un trofeo 42 contra el diablo, recibas la corona de la justicia, la que ojalá todos nosotros podamos alcanzar, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

2. Cf. Flp 3:13.

3. Sal 94:8 (la versión de los Setenta, seguida siempre por san Juan

Crisóstomo, entendió el hebreo meribá, no como nombre propio de la

localidad desértica de Meribá, según el relato de Nm 20:1-13, sino como

nombre común, parapikrasmós, equivalente a exacerbación, irritación,

riña, exasperación).

4. Flp 3:13-14.

5. Jb 1:1.

6. Ibid.

7. Este "otro" (sobreentendido "autor") es el Qohélet 12, 13.

8. Cf. Mt 10. 42.

9. Jn 1:5.

11. Ga 3:27.

1 2. Jn 6:57.

13. Jn 6:56.

14. Jn 15:5.

15. Jn 15:14-15.

16:2 Co 11:2.

17. Rm 8:29.

18. Is 8:18.

19. Cf. 1 Co 12:27.

20. Cf. Ef. 1:22.

21. Literalmente "con el pecado del golpe," del bofetón.

22. Nótese el realismo de la expresión.

23. Lc 3:8: la expresión es de Juan el Bautista.

24. Hch 2:38: la expresión es de Pedro.

26. Literalmente "en la filosofía del alma," pero el término "filosofía,"

tiene en san Juan Crisóstomo — como en los demás escritores cristianos-

un significado completamente distinto del moderno.

27. Traduzco así ton exothen, expresión familiar a san Juan

Crisóst:omo y que literalmente significa "los de fuera, foráneos"; para él

los no cristianos.

28. Pr 10:19.

29. Cf. Hch 18:3.

30. Para el uso del término (philosophein), cf. supra n. 26.

31. Cf. Lc 21:3-4.

32. Cf. Qo 8:1.

33. Literalmente "saque al medio."

34. 1 Tm 2:9.

35. En tiempos de san Juan Crisóstomo no se había eliminado aún del

todo la condición servil, ni se había integrado plenamente en la nueva

concepción cristiana de la persona, libre en el ámbito de la sociedad a

que pertenece.

36. 1 Co 7,23.

37. Literalmente "examen y observación de los días," fastos o

nefastos.

38. Cf. Mt 5:44ss.

39. Mt 5:28.

40. Cf. Mc 1:24.

41. Es decir, como apoyo para la conducta.

42. Esto es, después de vencerle: el trofeo, monumento de victoria, lo

erigía el vencedor allí donde el enemigo, vencido, volvía la espalda y

huía.

Segunda Catequesis 1

"A los que están a punto de ser iluminados, y por qué se habla de baño de regeneración y no de perdón de los pecados; y por qué es peligroso, no solamente jurar en falso, sino incluso jurar, aunque juremos rectamente."

A la espera del gran don del bautismo

1. ¡Cuán deseable y cuán amable es para nosotros el coro de los nuevos hermanos! Porque yo os llamo ya hermanos antes del alumbramiento, y antes del parto saludo ya mi parentesco con vosotros. Sé efectivamente, sé con toda claridad a qué honor tan grande y a qué magistratura vais a ser elevados. Ahora bien, a los que van a asumir una magistratura es costumbre que todos los honren incluso antes de ejercerla, por asegurarse de antemano para el futuro, mediante este homenaje, su benevolencia. Esto mismo hago yo también ahora, porque no vais a ser elevados a una magistratura sin más, sino al mismo reino, más aún, tampoco a un reino simplemente, sino al mismo reino de los cielos. Por esta razón os pido y os suplico que os acordéis de mí cuando lleguéis a ese reino, y lo que decía José al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 2, esto mismo os digo yo a vosotros ahora: "Acordaos de mí cuando os vaya bien." No os pido, como aquél, la recompensa de unos sueños, porque yo no vine a interpretaros unos sueños, sino para exponeros detalladamente las cosas del cielo y ser portador de la buena noticia de aquellos bienes, tales que ni ojo vio, ni oído oyó, ni subieron a corazón de hombre, esto es, lo que Dios preparó para los que le aman 3. Cierto es que José decía al copero aquel: Al cabo de tres días, él te restablecerá en tu puesto de copero mayor 4. Yo no digo: "Al cabo de tres días, seréis promovidos al cargo de coperos del tirano," sino: "Al cabo de treinta días 5, no el Faraón, sino el rey de los cielos os restablecerá en la patria de arriba, en la Jerusalén libre, en la ciudad celeste." Y cierto es que aquél decía: Y darás la copa al Faraón en su mano 6, yo en cambio no digo: "Daréis la copa al rey en su mano, sino: El rey en persona os dará en vuestra mano la copa tremenda y llena de gran poder y más preciosa que toda 7 creatura." Los ya iniciados conocen la fuerza de esta copa, pero también vosotros la conoceréis dentro de poco. Acordaos, pues, cuando lleguéis a aquel reino, cuando recibáis la vestidura regia, cuando vistáis la púrpura tinta en la sangre del Señor, cuando os ciñáis la diadema que por todas partes irradia resplandores más intensos que los rayos del sol. Tal es, en efecto, la dote del esposo, sin duda mayor que nuestro merecimiento, pero digna de su bondad.

Peligro del que retrasa el bautismo hasta el final de su vida

Por esta razón, ya desde ahora y a causa de aquellas sagradas alcobas nupciales, yo os felicito, y no solamente os felicito, sino que también alabo vuestro buen sentido, porque no os habéis acercado a la iluminación como los más perezosos de los hombres, en las últimas boqueadas 9, sino que ya desde ahora, como siervos sensatos, preparados para obedecer con la mejor voluntad al Señor, habéis puesto el cuello de vuestra alma, con tanta mansedumbre como celo, bajo la gamella de Cristo, y recibisteis el yugo suave y tomasteis la carga ligera 10.

Efectivamente, aunque la gracia es igual para vosotros que para los iniciados al final de sus vidas, sin embargo, ni el propósito ni la preparación de las cosas son lo mismo. Ellos, en efecto, la reciben en su lecho; vosotros, en el regazo de la Iglesia, la madre común de todos nosotros; ellos, quejándose y llorando; vosotros, alegres y gozosos; ellos, gimiendo; vosotros, dando gracias; ellos, en fin, amodorrados por mucha fiebre; vosotros en cambio, rebosantes de deleite espiritual. De ahí que todo esté aquí en consonancia con el don, mientras que allí todo es contrario al don: el llanto y el lamento de los que se inician es abundante; en derredor están los hijos llorando, la mujer arañándose la cara, los amigos entristecidos, los criados llenos de lágrimas y, en fin, toda la casa con aspecto de un día invernal y lóbrego. Y si logras destapar el corazón mismo del yacente, lo hallarás el más sombrío de todos.

Efectivamente, igual que los vientos que, al lanzarse con gran ímpetu unos contra otros, dividen el mar en muchas partes, así también los pensamientos de los males entonces dominantes, al abatirse sobre el alma del enfermo, dividen su mente en múltiples preocupaciones: cuando mira a los hijos, piensa en su orfandad; cuando pone los ojos en la mujer, considera su viudez; cuando ve a los siervos, sopesa la desolación de la casa entera; cuando vuelve la atención sobre sí mismo, trae a la memoria su vida presente y, al verse a punto ya de separarse, lo envuelve una densa nube de postración. Tal es el alma del que va a ser iniciado. Luego, en medio mismo del tumulto y de la confusión, entra el sacerdote, más temible que la propia fiebre y más cruel que la muerte a los ojos de los parientes del enfermo, pues éstos consideran que la entrada del presbítero es mayor causa de desesperación que la voz misma del médico que da por perdida la vida del enfermo, y lo que es fundamento de la vida eterna ellos lo consideran señal de muerte. Pero todavía no he añadido el colofón de los males. Muchas veces, en efecto, el alma abandonó el cuerpo y se fue, mientras los parientes armaban gran barullo preparándose 11. Con todo, a muchos tampoco les aprovechó la presencia del alma. Efectivamente, cuando no reconoce a los parientes, ni oye la voz, ni puede responder las palabras aquellas mediante las cuales se establecerá el feliz pacto con el común Señor de todos nosotros, antes bien, cuando el que va a ser iluminado yace como un leño inútil o como una piedra, sin diferenciarse en nada de un cadáver, ¿cuál puede ser el provecho de la iniciación en tales condiciones de inestabilidad?

2. El que está efectivamente a punto de llegarse a estos sagrados y tremendos misterios necesita velar y andar despierto, purificarse de toda preocupación mundana, llenarse de mucha templanza y de mucho celo, desterrar de la mente todo pensamiento ajeno a los misterios y dejar por todas partes limpia la casa, como si estuviera a punto de acoger al rey en persona. Tal es la preparación de vuestra mente, tales los pensamientos que debéis tener, tal el propósito del alma. Por consiguiente, la digna recompensa de esta óptima determinación espérala de Dios, que en las retribuciones vence a cuantos le obsequian con su obediencia. Ahora bien, puesto que es necesario que los consiervos contribuyan con lo que es suyo, también nosotros contribuiremos con lo que es nuestro, aunque, si ni siquiera esto es nuestro, que es también del Señor! Pues dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorias, como si no hubieras recibido? 12.

Yo hubiera querido, lo primero de todo, deciros lo siguiente: por qué realmente nuestros padres, dejando correr todo el año, legislaron que éste era el momento oportuno para que los hijos de la Iglesia fueran iniciados en los misterios, y por qué razón, después de nuestra enseñanza, os descalzan y os desnudan y luego, descalzos y desnudos, cubiertos únicamente con la tuniquilla, os hacen pasar a las voces de los exorcistas. En realidad ellos no nos determinaron sin más y a ciegas esta forma de actuar y este tiempo, sino que ambas cosas tienen un sentido misterioso e inefable.

Los varios nombres del bautismo

También hubiera querido explicaros este sentido, pero veo que ahora el discurso nos empuja hacia otro punto más necesario. Necesario es, efectivamente, decir qué es en fin de cuentas el bautismo, por qué razón ha entrado en nuestra vida y qué bienes nos reserva. Pero, si queréis, dialoguemos primeramente sobre la denominación de esta misteriosa purificación. No tiene un nombre único, en efecto, sino muchos y variados. Esta purificación se llama baño de regeneración, pues dice: Nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del Espirita Santo 13. Se llama también iluminación, y esto mismo le llamó también Pablo: Traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones 14; y de nuevo: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial y recayeron, sean otra vez renovados para conversión 15. Se llama también bautismo: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 16. Se llama sepultura: Porque fuisteis sepultados juntamente con Él — dice — por el bautismo, para muerte 17. Se llama circuncisión: En el cual también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, en el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne 18. Se llama cruz: Porque nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho 19.

El bautismo como baño de regeneración

Se podría seguir enumerando otros muchos nombres, sin embargo, para no consumir todo el tiempo en las denominaciones del don, ¡ea! volvamos a la primera denominación y, en cuanto hayamos explicado su significado, pondremos fin al discurso. Entre tanto, reasumamos nuestra enseñanza desde un poco más arriba. Existe el baño común a todos los hombres, el de los establecimientos de baños, que suele limpiar la suciedad del cuerpo. Pero está también el baño judío, más digno que aquél, pero muy inferior al de la gracia, pues éste limpia también la suciedad corporal, pero no sólo la corporal, sino también la que afecta a la conciencia débil. Efectivamente, hay muchas cosas que no son impuras por naturaleza, sino que se vuelven impuras por efecto de la debilidad de la conciencia. Y lo mismo que tratándose de niños, ni las máscaras ni las demás paparrasollas son de por sí espantosas, sino que a los niños les parecen espantosas por causa de su propia debilidad natural, así también tratándose de lo que os dije; por ejemplo, tocar cadáveres: por naturaleza no es algo impuro, pero, si le ocurre a una conciencia débil, entonces vuelve impuro al que los toca. Ahora bien, que no sea algo impuro por naturaleza, lo dejó bien claro el mismo legislador 20, Moisés, que llevó consigo intacto el cadáver de José y, sin embargo, permaneció puro. Por la misma razón Pablo, dialogando con nosotros acerca de esta impureza debida, no a la naturaleza, sino a la debilidad de la conciencia, decía también algo así: De suyo nada hay impuro, de no ser para quien piensa que algo es impuro 21. ¿Estás viendo cómo la impureza no se origina de la naturaleza de la cosa, sino de la debilidad del pensamiento? Y de nuevo: Todo es puro, ciertamente, pero malo es para el hombre comer con escándalo 22, ¿Ves cómo no es el comer, sino el comer con escándalo, la causa de la impureza?

3. Semejante mancha la limpiaba el baño judío. El baño de la gracia, en cambio, limpia, no ya ésta, sino la verdadera impureza, la que deposita la gran suciedad, no sólo en el cuerpo, sino sobre todo en el alma; en efecto, no purifica a los que han tocado los cadáveres, sino a los que han tocado las obras muertas. Aunque uno sea un afeminado, un fornicario o un idólatra; aunque haya cometido cualquier clase de mal y esté en posesión de toda maldad humana, en cuanto baja a la piscina de las aguas, sale del divino manantial más puro que los rayos del sol. Y para que no pienses que lo dicho es mera jactancia, escucha a Pablo cuando habla del poder de este baño: No os engañéis, que ni los idólatras, ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los invertidos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios 23. "¿Y qué tiene esto que ver — dice — con lo dicho? ¡Pon de manifiesto lo que estamos buscando, a saber, si todo eso lo limpia la fuerza del baño bautismal!" Pues bien, escucha lo que sigue: Y esto mismo erais algunos: pero ya estáis lavados, pero ya estáis santificados, pero ya estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios 24, Nosotros os prometíamos mostraros que los que se acercan al baño bautismal quedan limpios de toda fornicación 25, pero el discurso ha demostrado mucho más: no solamente limpios, sino también santos y justos, pues no dijo solamente: estáis lavados, sino también: estáis santificados y estáis justificados. ¿Qué puede haber de más extraordinario que esto, que sin trabajos, sin sudores y sin éxitos nazca la justicia? ¡Pues tal es la bondad del don divino, que sin sudores hace justos! Efectivamente, si una carta del emperador, por breve que sea el texto, no sólo deja libres a los responsables de innúmeras acusaciones, sino que también encumbra a la máxima dignidad a otros, ¡con cuánta mayor razón el Espíritu de Dios, que además lo puede todo, nos agraciará con una gran justicia y nos colmará de una gran confianza! Y lo mismo que una centella, al caer en medio del inmenso mar, inmediatamente se apaga y desaparece anegada por la masa de las aguas, así también toda maldad humana, cuando cae en la piscina de las divinas aguas, se anega y desaparece más rápida y más fácilmente que aquella centella. "¿Y por qué razón — dice — si el baño bautismal perdona todos nuestros pecados, no se le llama baño del perdón de los pecados, ni baño de la purificación, sino baño de la regeneración?" — Porque no nos perdona sin más los pecados, ni simplemente nos purifica de las faltas, sino que lo hace de tal manera, como si de nuevo fuésemos engendrados. Y efectivamente, de nuevo nos crea y nos forma, pero, no plasmándonos otra vez con barro, sino formándonos con otro elemento: la naturaleza de las aguas; y es que no se limita a fregar el vaso, sino que vuelve a refundirlo por entero. De hecho, los objetos que se friegan, por más cuidadosamente que se restriegue, siempre retienen huellas de la cualidad y guardan restos de la mancha; en cambio, los objetos que se meten en el horno de fundición y se renuevan por medio del fuego se desprenden de toda mancha y, cuando salen de la fragua, emiten el mismo resplandor que los totalmente nuevos. Por consiguiente, lo mismo que un hombre toma una estatua de oro, sucia por obra del tiempo, del humo, del polvo y del orín, y la funde, y luego nos la devuelve limpísima y esplendorosa, así también Dios: tomó nuestra naturaleza enrobinada por el orín del pecado, ennegrecida por el mucho humo de las faltas y perdida la belleza que de Él recibiera al principio, y otra vez la fundió: metiéndonos en el agua como en un horno de fundición, envía la gracia del Espíritu en vez del fuego, y luego nos saca de allí totalmente rehechos y renovados con gran resplandor, como para desafiar en adelante a los mismos rayos del sol; deshizo al hombre viejo, pero construyó otro nuevo, más esplendoroso que el primero.

4. Ya el profeta, aludiendo veladamente a esta nuestra destrucción y a esta misteriosa purificación, decía antiguamente: Como jarro de alfarero los desmenuzarás 26. Efectivamente, que la frase se refiere a los fieles, nos lo muestran claramente los versos anteriores: Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy; pídeme, y te daré las gentes por heredad tuya; y por posesión tuya, los confines de la tierra 27. ¿Ves cómo hizo mención de la Iglesia de los gentiles y cómo dijo que el reino de Cristo se extiende por todas partes? Y luego vuelve a decir: Los apacentarás con vara de hierro: no abrumadora, sino fuerte; como jarro de alfarero los desmenuzarás 28, Aquí tienes un modo más misterioso de entender el baño bautismal, porque no dijo simplemente "jarro de loza," sino "jarro de alfarero." Pero fijaos bien: los jarros de loza, una vez desmenuzados, no admitirían arreglo, por causa de la dureza que les dio una vez por todas el fuego; en cambio, los jarros de alfarero no son de tierra cocida, sino de arcilla, de ahí que, incluso si se quiebran, fácilmente puedan volver a su forma anterior 29 mediante la maestría del artesano. Así pues, cuando el Señor habla de una calamidad irremediable, no dice "jarro de alfarero," sino "jarro de loza." Por lo menos, cuando quería enseñar al profeta y a los judíos que habían entregado la ciudad a una calamidad irremediable, mandó coger un ánfora de tierra cocida y desmenuzarla delante de todo el pueblo, y decir: Asi perecerá también la ciudad, y será desmenuzada 30. En cambio, cuando quiere ofrecerles buenas esperanzas, conduce al profeta a una alfarería y allí, no le muestra un jarro de loza, sino que le muestra un jarro de arcilla que se le cae de las manos al alfarero, y razona diciendo: Si este alfarero ha recogido el jarro caído y de nuevo lo ha restaurado, ¿no podré yo mucho mejor enderezaros a vosotros que habéis caído? 31. Por consiguiente, a Dios le es posible no sólo restaurar a los que somos de arcilla por medio del baño de la regeneración, sino también, mediante una perfecta penitencia, devolver a su prístino estado a los que, a pesar de haber recibido la fuerza del Espíritu, han recaído.

La lucha de los catecúmenos contra el demonio

Pero no es ésta la ocasión de que escuchéis los discursos acerca de la penitencia, mejor dicho, ¡ojalá nunca tengáis ocasión de dar en la necesidad de esos remedios, al contrario, ojalá permanezcáis siempre firmes en la guarda integral de la belleza y del esplendor que ahora estáis a punto de recibir! Pues bien, para que podáis permanecer siempre así, ¡ea! dialoguemos un poquito con vosotros acerca del plan de vida. Efectivamente, en esta palestra las caídas no son peligrosas para los atletas, ya que la lucha es contra gente de casa y todo ejercicio se realiza a expensas de los cuerpos de los entrenadores. Pero, cuando llega el momento de las competiciones, cuando se abre el estadio y el público está sentado arriba y el juez de competición aparece, a partir de ese instante es preciso: o bien acobardarse y caer, para retirarse llenos de vergüenza, o bien emplearse a fondo y alcanzar las coronas y los premios. Así ocurre también con vosotros: estos treinta días se asemejan a una palestra con sus ejercicios y entrenamientos. Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado demonio, porque, después del bautismo, deberemos desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar.

Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos, emprendamos con toda confianza la lucha contra él.

El peligro de la lengua

Pues bien, él está acostumbrado a intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a través de la lengua y de la boca, porque no hay para él instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que una lengua intemperante y una boca sin puertas. De aquí nacen nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos de acusación. Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró cuando decía: Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua 32, y la gravedad de la caída la revelaba el mismo diciendo otra vez: Mejor es resbalar del pavimento que resbalar de la lengua 33; y lo que dice viene a ser esto mismo: "Mejor es caer y magullarse el cuerpo que proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma." Pero no solamente habla de caídas, sino que ademas nos exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser derribados, cuando dice así: Haz a tu boca una puerta y cerrojos 34, no para que realmente preparemos puertas y cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la lengua el paso a las palabras inconvenientes. Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto, para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir: La elevación de mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios 35. Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a decir: ¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello de prudencia? 36,

¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan, aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia? Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por que — dice — lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo? Porque también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado, únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues, lo que afirma el mismo que dijo lo de antes: En poder de la lengua están la vida y la muerte 37. Y Cristo viene a declarar lo mismo cuando dice: Por tus palabras serás condenado, y por tus palabras serás justificado 38, Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y otro uso: el dueño eres tú. Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia transgresión de la ley. Pensemos lo mismo respecto de la lengua: es una espada que yace en medio, por tanto agúzala para acusarte de tus pecados, no asestes el golpe contra un hermano. Por esta razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes. Refrénala dentro. ¿Que no lo soporta? Entonces dale una lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces, cuando ande achicharrada buscando una gota de agua 39, no consiga el alivio. En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y perjura.

Los peligros del juramento

5. Sin embargo, para no hundir vuestra mente en la confusión, si os digo hoy de golpe todo, os propongo entre tanto una sola ley: la que manda evitar los juramentos, y de antemano os digo y aviso esto: si no evitáis los juramentos — no digo solamente los perjurios, sino los mismos juramentos hechos por causa justa —, si no los evitáis, digo, no dialogaremos más con vosotros sobre otro tema. Efectivamente, sería absurdo que, mientras los maestros de las letras no dan a los niños una segunda noción hasta que ven la precedente bien fija en sus memorias, nosotros, por el contrario, a pesar de no haber podido inculcaros con exactitud las nociones precedentes, nos adelantaremos a imbuiros otras nuevas: esto no sería otra cosa que sacar agua en herrada agujereada. Por tanto, si no queréis que callemos, poned muchísimo cuidado en el asunto. Grave es, en efecto, este pecado, y muy grave. Y es muy grave, porque no parece ser grave, y por eso lo temo: porque nadie lo teme; y por eso es una enfermedad incurable: porque ni siquiera parece ser enfermedad, antes bien, como el simple platicar no es motivo de acusación, así tampoco esto parece ser motivo de acusación, al contrario, se tiene la osadía de cometer con la mayor confianza esta transgresión de la ley. Y si alguien intenta una acusación, inmediatamente se siguen la risa y gran escarnio, pero no contra los acusados por causa de los juramentos, sino contra los que quieren remediar la enfermedad. Por esta razón amplío yo mi discurso sobre este asunto, porque quiero arrancar una raíz profunda y acabar con un mal crónico: no digo los perjurios solamente, sino también los mismos juramentos hechos según ley. "¡Pero el tal — dice — es un hombre honrado, que ejerce el sacerdocio y que vive con mucha templanza y piedad!" ¡No me hables de este hombre honrado, templado, piadoso y que ejerce el sacerdocio! Pon, si quieres, que éste sea Pablo, o Pedro, o incluso un ángel bajado del cielo: ¡ni aun así presto atención al valor de las personas! Efectivamente, la ley sobre los juramentos yo no la leo como ley servil, sino como ley regia; ahora bien, cuando se leen documentos de un rey, enmudece toda dignidad de los siervos. Pues bien, si tú puedes decir que Cristo mandó jurar, o que Cristo no lo castiga cuando se hace, muéstralo y quedaré persuadido; pero, si pone tanto empeño en impedirlo y tanto se preocupa por este asunto que al que jura lo equipara al Maligno (Pues lo que pasa de esto — del si y del no, dice —, del diablo procede 40), ¿por qué me mientas al tal y al cual? De hecho Dios no te dará su voto basándose en la negligencia de tus consiervos, sino en el mandato de sus leyes: Él lo mandó, así que era necesario obedecer, y no presentar al tal como pretexto, ni mezclarse en males ajenos. Aunque el gran David cometió un grave pecado 41, ¿acaso por esa razón, dime, no va a ser para nosotros peligroso el pecar? Por lo mismo es necesario, pues, ponerse en guardia contra esa idea y emular solamente las buenas acciones de los santos, y si en alguna parte se dan negligencia y transgresión de la ley, obligación es huir de ellas con suma diligencia. Efectivamente, el contenido de nuestro discurso no se refiere a nuestros consiervos, sino al Señor, y a Él daremos cuentas de todo lo vivido. Preparémonos, pues, para aquel tribunal, ya que, por infinitamente admirable y grande que sea el que viola esta ley, pagará cabalmente la pena debida por la transgresión, pues Dios no hace acepción de personas 42.

Cómo evitar los juramentos

¿Cómo, pues, y de qué manera es posible evitar este pecado? Porque, en verdad, no solamente es necesario mostrar que la acusación es grave, sino también aconsejar sobre cómo poder librarnos de ella. ¿Tienes mujer, criados, hijos, un amigo, un pariente, un vecino? Ordénales a todos ellos estar en guardia sobre esto. ¿Que la costumbre es cosa difícil, que cuesta arrancarla, que no es fácil guardarse de ella, y muchas veces nos empuja sin quererlo ni saberlo nosotros? Pues bien, cuanto más conoces la fuerza de la costumbre, tanto mayor empeño pon en ser liberado de la mala costumbre y en convertirte a la otra, a la más provechosa. Efectivamente, lo mismo que aquélla muchas veces fue capaz de hacerte caer, a pesar de tu diligencia, de tu cautela, de tu cuidado y preocupación, así también ahora, si te conviertes a la buena costumbre, la de no jurar, nunca podrás caer en el pecado de juramento, ni sin querer ni por negligencia, porque cosa grande es realmente la costumbre y tiene la fuerza de la naturaleza. Por consiguiente, para no andar penando continuamente, pasémonos a esta costumbre, y a cada uno de los que conviven y se relacionan contigo pídeles esta gracia: que te aconsejen y exhorten a evitar los juramentos, y si te sorprenden haciéndolos, que te acusen. De hecho, la vigilancia ejercida por ellos sobre ti es también para ellos consejo y exhortación a obrar rectamente. En efecto, el que acusa a otro de juramento no caerá él mismo tan fácilmente en este abismo, pues abismo nada común es la frecuencia en el jurar, no sólo cuando se hace por cosas mínimas, sino también cuando se hace por las mayores. Ahora bien, nosotros, lo mismo cuando compramos legumbres y regateamos por dos óbolos que cuando nos enfadamos con los criados y los amenazamos, en toda ocasión apelamos a Dios como testigo, y sin embargo, a un hombre libre y con un cargo de poca monta tú no te hubieras atrevido a llamarle a la plaza como testigo de tales cosas, y si acaso te atreves a hacerlo, se te castigará por tu insolencia: en cambio, ¡al rey de los cielos, al Señor de los ángeles, tú lo arrastras a dar testimonio cuando discutes sobre cosas venales, sobre dinero o sobre minucias! Y, ¿cómo esto va a ser tolerable? ¿Por qué medios, pues, podremos vernos libres de esta mala costumbre? Poniendo en derredor nuestro las guardias que dije, fijándonos a nosotros mismos un plazo para la enmienda e imponiéndonos una multa si, pasado el plazo, hubiéremos fracasado en el empeño. Ahora bien, ¿cuánto tiempo nos bastará para esto? Yo no creo que los muy sobrios, despiertos y que velan por su propia salvación necesiten más de diez días para quedar completamente libres de la mala costumbre de los juramentos. Pero si al cabo de esos diez días se nos viera seguir jurando, impongámonos a nosotros mismos una pena, incluso fijemos el castigo y la multa máximos por nuestra transgresión. ¿Cuál será, pues, la condena? Esto no os lo determino yo todavía, sino que os dejo a vosotros mismos el ser dueños de la sentencia. Administremos así nuestros asuntos, y no sólo los referidos a los juramentos, sino también los que atañen a los demás fallos: si nos fijamos a nosotros mismos un plazo, con gravísimas penas en el caso de reincidencia, partiremos puros hacia nuestro Señor, quedaremos libres del fuego infernal y con toda confianza nos mantendremos en pie delante del tribunal de Cristo. Ojalá podamos conseguirlo todos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

1. La presente catequesis, editada por Montfancon como primera

Catequesis (y reimpresa en Migne PG 49, 223-232, de donde la traduzco),

y tenida también como tal por Papadopoulos, quien sin embargo, no la

publicó, probablemente fue pronunciada el año 388, treinta días antes de

la Pascua (cf. WENGER, Introd., pp. 26-27 y 64).

2. Gn 40:14.

3. 1 Co 2:9.

4. Gn 40:13.

5. Por consiguiente, la instrucción se realizó un mes antes de Pascua,

fecha del bautismo.

6. Gn 40:13.

7. hekateros = hekastos (cf. LIDDELL-SCOTT, Lexicon s.v.).

9. Nótese en ésta y en las siguientes expresiones que describen a un

moribundo el vivo realismo y el magistral uso que el autor hace de la

antítesis.

10. Cf. Mt 11:30.

11. Entiéndase para el acontecimiento de la iniciación bautismal.

12. 1 Co 4:7.

13. Tt 3. 5.

14. Hb 10:32.

15. Cf. Hb 6:4.

16. Ga 3:27.

17. Cf. Rm 6:4.

18. Col 2:11.

19. Rm 6:6.

20. Literalmente "que ordenó estas cosas"; el ejemplo debe de

referirse a Ex 13:19.

21. Cf. Rm 14:14.

22. Rm 14:20.

23. 1 Co 6:9-10.

24. 1 Co 6:11.

25. Quizá sea mejor leer, con un antiguo traductor latino, ponerías en

vez de porneias: "limpios de toda maldad."

26. Sal 2:9.

27. Sal 2:7-8. 1

28. Sal 2:9.

29. Sigo la lección de Migne: proteron, en vez del deuteron de

Montfaucon.

30. Jr 19:11.

31. Jr 18:6.

32. Cf. Si 28:18.

33. Si 20:18.

34. Cf. Si 28:25.

35. Cf. Sal 140:2-3.

36. Si 22:27.

37. Pr 18:21.

38. Mt 12:37.

39. Alusión probable al castigo del rico epulón, cf. Lc 16:24.

40. Cf. Mt 5:37.

41. Cf. 2 S 11:2ss.

42. Hch 10:34.

Tercera Catequesis 1

"Del mismo. Habiendo tratado en la Catequesis anterior sobre los juramentos, pronunció ésta volviendo sobre el mismo tema, y muestra que no sólo el perjurar, sino también el jurar según ley merece castigo, y que fue provechoso el que Cristo resucitase al cabo de tres días."

Insistencia sobre la necesidad de no jurar nunca

1. ¿Verdaderamente habéis desterrado de vuestras bocas la mala costumbre de los juramentos?

Porque yo no me he olvidado, ni de lo que yo mismo dialogué con vosotros, ni de lo que vosotros me prometisteis acerca de este tema. En efecto, yo disertaba, y vosotros prometíais, si no de palabra, cierto, sí al menos con vuestros elogios de lo dicho. Ahora bien, esta promesa es mejor que la hecha de palabra, pues muchas veces el que promete de palabra asiente con la lengua, pero no con la voluntad; en cambio, el que aprueba lo que se ha dicho realiza el asentimiento desde su alma. ¿En verdad, pues, habéis limpiado vuestra lengua de aquella grave mancha? ¿Entonces habéis desterrado la suciedad de vuestra sagrada alma? Yo supongo que la habéis limpiado, porque estáis a punto de recibir a un gran rey, y de saborear la abundante enseñanza espiritual de padres bastante entendidos. Por otra parte, el plazo es suficiente, y el término prefijado para la enmienda se acerca ya al final, y vosotros sois dóciles y obedientes, pues dice el Apóstol: Obedeced y someteos a vuestros dirigentes 2, y vosotros le hacéis caso en todo. Basándome en todo esto, creo que el éxito es total. Sin embargo, yo no quería suponerlo ni creerlo, sino saberlo con toda claridad, para, en tal caso, entregarme con más ardor a discursos más místicos, descargado ya de la preocupación por los juramentos: os hubiera introducido en el santuario mismo y os hubiera mostrado al Santo de los Santos con todo lo que allí se contiene: no una vasija de oro con maná 3:sino el cuerpo del Señor, el pan del cielo; os hubiera mostrado, no un arca de madera con las tablas de la ley, sino la carne irreprochable y santa que contiene al legislador en persona; os hubiera mostrado en su interior, no una oveja irreprochable degollada, sino al cordero de Dios sacrificado, mística víctima que hace temblar a los mismos ángeles cuando la miran; os hubiera mostrado, no a Aarón entrando con vestimenta de oro 4, sino al Unigénito que entra, que tiene la primicia de nuestra naturaleza 5 y que manifiesta a su Padre la grandeza de su éxito: Porque no entró Cristo — dice — en su santuario hecho de mano, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora en la presencia de Dios 6.

Hay allí un velo, no tal cual lo tenía el templo judío, sino mucho más terrible. Escucha, pues, qué clase de velo es éste, para que aprendas cómo era aquel Santo de los Santos, y cómo es éste: Puesto que tenemos — dice — mucha confianza para entrar en el santuario por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros a través del velo, esto es, de su propia carne 7. ¿Ves cómo este velo es más terrible que aquél? En todo esto quería iniciaros hoy.

2. Pero, ¿qué va a ser de mí? La inquietud por los juramentos no me abandona, y me consume el alma. Y sé bien que muchos condenarán por exagerado lo que acabo de decir, al escuchar que consume mi alma, pues ellos creen que es un pecado leve: pero justo por eso yo me lamento más. Los otros pecados, efectivamente, son graves, pero también se piensa que son graves, como ocurre con el homicidio y el adulterio: son graves y se cree que son graves; en cambio, el juramento es grave, ciertamente, pero no se cree que sea grave. Por eso me lamento y tengo miedo de este pecado. Esto, en efecto, esto es lo propio de la estratagema del diablo: introducir encubierto el pecado y, como si mezclara veneno con el alimento habitual, se las ingenia para ocultar el juramento entre los preconceptos 8 de los hombres. Entonces, ¿qué? ¿Vamos a gastar para el juramento toda la enseñanza y todo el tiempo? De ninguna manera, sobre todo porque supongo a algunos de vosotros ya corregidos. Efectivamente, lo mismo que cuando salió el sembrador no toda la simiente cayó entre los espinos, ni toda entre las piedras, sino que mucha también fue a parar a la buena tierra 9, así también ahora es imposible que, después de tanta enseñanza, no haya entre tal muchedumbre nadie que pueda mostrar el fruto. Así pues, ya que se han corregido muchos, aunque no todos, repartamos también nosotros el discurso. Era, en efecto, necesario que los no corregidos tampoco escuchasen por entero las palabras misteriosas; sin embargo, en atención a los más diligentes, complaceremos a los más negligentes, para que no se vean defraudados, pues mucho mejor es complacer a éstos en atención a aquellos, que perjudicar a los más diligentes por causa de los negligentes.

El tiempo del bautismo

3. Ahora bien, quiero que recordéis la promesa que os hice en la plática anterior, pero que no he cumplido porque el discurso nos empujó hacia puntos más necesarios. ¿Qué promesa, pues, era aquélla?

Intentaba yo deciros por qué razón nuestros padres, dejando correr todo el año, determinaron que éste era el tiempo oportuno para iniciar a vuestras almas en los misterios. Y decía que la observancia de este tiempo no está dada sin más y al azar. Efectivamente, la gracia es siempre la misma, y en nada la estorba el tiempo, ya que es divina; sin embargo, también la observancia del tiempo tiene algo de misterioso 11. Pues bien, ¿por qué los padres legislaron que esta fiesta fuese ahora? Ahora nuestro rey ganó la guerra contra los bárbaros: bárbaros, y más crueles que los bárbaros son, efectivamente, todos los demonios. Ahora destruyó el pecado; ahora aniquiló la muerte y sometió al diablo e hizo prisioneros. Por lo tanto, en el presente día recordamos aquellos triunfos. Por esto los padres legislaron que los regios dones se distribuyesen ahora, ya que ésta es una ley de triunfo; así obran también los emperadores paganos: nuestros días de triunfo los honran con múltiples festejos. Pero el carácter de ese honor está lleno de deshonor, porque, ¿qué clase de honor son los teatros y lo que en los teatros se hace y se dice? ¿Acaso no está todo rebosando vergüenza y gran ridículo? Este otro honor, en cambio, es digno de la munificencia del que honra. Por eso legislaron que fuese ahora, por valerse de este tiempo para hacerte recordar la victoria del Señor, para que en las fiestas de la victoria haya algunos que lleven los vestidos resplandecientes y entren en la estima del rey. Pero no solamente por esto, sino, además, para que también durante este tiempo te unas al Señor.

Bautismo y cruz

Él fue — dice — crucificado en el madero 12: crucifícate tú mediante el bautismo, pues cruz — dice — es el bautismo, y muerte, pero muerte del pecado y cruz del hombre viejo 13.

4. Escucha, pues, lo que dice Pablo, cómo declara ambas cosas acerca del bautismo, a saber: que es muerte del pecado y cruz: ¿O ignoráis que todos cuantos fuisteis bautizados en Cristo, fuisteis bautizados en su muerte? 14. Y de nuevo: Nuestro viejo hombre fue crucificado junto con Él, para que sea anulado el cuerpo del pecado 15. Sin duda, para que, al escuchar "muerte" y al oir "cruz," no tengas miedo, añadió que la cruz es muerte del pecado. ¿Ves de qué manera el bautismo es cruz? Pues sabe que Cristo también llamó bautismo a la cruz, dándote y tomando en cambio el nombre del bautismo. Tu bautismo lo llamó cruz. "Mi cruz — dice — la llamo bautismo" ¿Y dónde dice esto? Un bautismo tengo, para ser bautizado, que vosotros no conocéis 16. ¿Y de dónde sacamos la evidencia de que está hablando de la cruz? Se le acercaron los hijos de Zebedeo, o mejor, la madre de los hijos de Zebedeo, que dijo: Di que estos dos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda en tu reino 17. Es la petición de una madre, aunque desatinada. ¿Y qué responde Cristo? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, y ser bautizados con el mismo bautismo con que yo soy bautizado? 18. ¿Estás viendo cómo llamó bautismo a la cruz? ¿De dónde resulta esa evidencia? ¿Podéis — dice — beber el cáliz que yo he de beber? Llama cáliz a su pasión, y por eso dice: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz 19. ¿Ves cómo llamó bautismo a la cruz y cáliz a la pasión? Ahora bien, los llamó así, no porque Él mismo se purificara (¿cómo iba a hacerlo, efectivamente, el que no hizo pecado, ni hubo engaño en su boca 20?) sino porque la sangre que de allí corría purificaba al universo entero. Y por esta razón dice también Pablo: Si fuimos plantados juntamente con Él, a la semejanza de su muerte, por medio del bautismo... 21. No dijo: en la muerte, sino: a la semejanza de su muerte: muerte es aquélla, efectivamente, y muerte es ésta pero no de lo mismo: la una, del cuerpo; la otra, del pecado. De ahí la semejanza de la muerte.

Sepultura y resurrección de Cristo

5. Entonces, ¿qué? ¿ Solamente morimos con el Señor, y solamente en las cosas tristes nos unimos a Él? Ante todo: ni siquiera eso es triste, el tener parte en la muerte del Señor. Sin embargo, espera un poco y verás que también tienes parte con Él en las cosas provechosas: Si efectivamente morimos con Él — dice —, creemos que también viviremos con Él 22. Sí, en el bautismo y al mismo tiempo están juntas sepultura y resurrección: deja abajo al hombre viejo, y toma el nuevo y resucita, como Cristo resucitó por la gloria del Padre 23. ¿Estás viendo cómo nuevamente habla de la resurrección? Mas, ¿por qué razón nuestra resurrección, nuestra sepultura y nuestra muerte se dan al mismo tiempo (a la vez, efectivamente, somos sepultados y resucitamos), y en cambio la del Señor se retardaba tanto? Resucitó, en efecto, al cabo de los tres días. ¿Por qué, pues, nuestra resurrección es instantánea, y en cambio la del Señor más lenta? Sí, lo fue, y muy a propósito, para que aprendas que la lentitud no se debe a la debilidad, pues el que en breve instante pudo resucitar al criado 24 con mayor razón podía resucitarse a sí mismo. Entonces, ¿por qué motivo la lentitud? ¿Por qué razon la sepultura de tres días? Porque, al prolongarse la muerte y gracias a esa lentitud, la prueba de la resurrección resulta inconcusa. Efectivamente, cuando incluso ahora, después de semejante prueba, hay hombres que dicen que padeció en apariencia, si no hubiera habido tan acusada lentitud, ¿qué no hubieran dicho ésos? Porque el diablo no quería conspirar solamente contra el relato de la resurrección, sino también contra la fe en la muerte, pues sabía, y sabía claramente, que la muerte del Salvador era común remedio del universo, y se apresuraba a arrancarla de la fe de los hombres, para eliminar la salvación. Por esta razón el Señor se retarda en su resurrección, y los judíos se acercan diciendo: Danos soldados para que podamos guardar el sepulcro 25. ¡Qué desvergüenza! ¿Cuándo viste, oh judío, un muerto bajo custodia? Porque, si el crucificado era un muerto común y mero hombre, ¿por qué tomas tan extraña y paradójica medida? ¿Por qué tienes miedo y tiemblas y reúnes centinelas? Por lo demás, Dios ni siquiera esto impidió, al contrario, dejó que le custodiasen, y así el pecador quedaría atrapado en las obras de sus propias manos. Aquellos, efectivamente, decían: Danos soldados, para que no le hurten sus discípulos y digan que resucitó 26, Sucedió, sin embargo, lo contrario: tomaron soldados, efectivamente, para que, al resucitar Él, no dijesen que los discípulos le habían hurtado y que no había resucitado, y lo que habían conseguido por intriga contra la resurrección se les volvió en favor de la resurrección, y a los mismos conspiradores Cristo los hizo testigos de su resurrección, para así truncar la excusa que alegaran el día aquel.

El significado del exorcismo

6. La razón, pues, de que los padres mandaran realizar en este tiempo la iniciación a los misterios os la expuse de manera suficiente (yo al menos lo creo) a través de lo que llevo dicho. Quiero, sin embargo, saldar con vosotros otra deuda — si es que no os cansáis ya de escuchar — y deciros por qué razón de aquí os enviamos desnudos y descalzos a las voces de los exorcistas. Y en verdad, también aquí aparece otra vez el mismo motivo, a saber, que el rey ganó la guerra e hizo prisioneros: y tal es la indumentaria de los prisioneros. Escucha, pues, qué dice Dios a los judíos: De la manera que anduvo mi siervo Isaías, desnudo y descalzo, así caminarán hacia la cautividad los hijos de Israel, desnudos y descalzos 27. Pues bien, porque quiere recordarte la anterior tiranía del diablo, se vale de la indumentaria para llevarte a ti al recuerdo de tu anterior origen vil. Por esta razón estáis de pie, no solamente desnudos y descalzos, sino también con las palmas de las manos abiertas hacia arriba: para que también confeséis la ulterior soberanía de Dios, a la que ahora os estáis acercando. Despojos y botín de guerra sois todos vosotros. Y de estos despojos hace mención Isaías mucho antes del cumplimiento de los hechos, al anunciar de antemano así: Él mismo repartirá despojos del fuerte 28; y luego: Vino a proclamar libertad a los cautivos 29. y con él, David, profetizando esta cautividad, decía: Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad 30. Pero no te amusties, al oír "cautividad," pues nada hay de mayor dicha que esta cautividad. En efecto, la cautividad de los hombres lleva de la libertad a la esclavitud; ésta, en cambio, hace pasar de la esclavitud a la libertad; la de los hombres priva de la tierra patria y lleva a la extraña; en cambio, esta cautividad expulsa de la tierra extraña y lleva a la patria, la Jerusalén de arriba; la cautividad de los hombres priva de la madre; ésta, en cambio, te conduce a la madre común de todos nosotros; aquélla, en fin, separa de parientes y de conciudadanos, mientras que ésta lleva hacia los ciudadanos de arriba. Dice, en efecto: Sois conciudadanos de los santos 31. Esta es, pues, la razón de la indumentaria.

7. Mas, ¿por qué motivo las voces, terribles y estremecedoras voces, de los exorcistas te hacen recordar al común Señor, el castigo, la venganza, la gehena? Por causa de la desvergüenza de los demonios. Y en efecto, el catecúmeno es una oveja sin marcar, un albergue solitario, una posada sin puertas, abierta simplemente a todos, guarida de bandoleros, madriguera de fieras y morada de demonios. Pues bien, ya que plugo al rey, por su inmensa bondad, que este albergue solitario y sin puertas, esta guarida de bandoleros, se convirtiese en palacio real, por esta razón nos mandó preparar al albergue a nosotros, los que enseñamos, y a los otros, los exorcistas. Y nosotros, los que enseñamos, consolidamos con nuestra enseñanza las paredes ruinosas, pues dice: Todo el que me oye estas palabras, y las practica, será comparado a un hombre prudente que edificó su propia casa sobre la peña 32. Vamos echando los cimientos bien sólidos, hasta que se presente el rey. Si en alguna parte vemos algo de suciedad o de barro, lo quitamos, porque tal es la costumbre del pecado: hedionda y sucia. Escucha, pues, cómo describe David su naturaleza: Como carga pesada se han agravado sobre mi. Hedieron y se pudrieron mis llagas, por causa de mi locura 33. Nosotros quitamos la hediondez y ponemos el perfume espiritual, y los exorcistas, por su lado, con aquellas terribles voces, van mirando alrededor, no sea que en alguna parte aparezca una fiera, una serpiente, una víbora o un escorpión; y es que, después de escuchar aquella temible voz, la fiera, por dañina que sea, no puede ocultarse hundiéndose o deslizándose, antes, bien, se levanta y escapa, aunque no quiera.

Nueva exhortación contra los juramentos

8. Quería decir también otra cosa, que justamente no había prometido decir. Pero era necesario aclarar por qué razón nosotros nos llamamos fieles y, en cambio, los no iniciados catecúmenos. Y en efecto es realmente vergonzoso y ridículo que quien recibe una dignidad no sepa siquiera el nombre de tal dignidad. Pero, ¿qué me está pasando? ¡Otra vez se me ha presentado la preocupación por los juramentos, que me acusa de lentitud y arrastra hacia ella mi discurso! Por esta razón dejemos para el próximo día lo que estábamos tratando y volvamos ahora a la exhortación sobre los juramentos. ¡Cosa terrible el juramento, querido! Terrible y dañina: remedio fatal, veneno intolerable, herida oculta, llaga invisible, pastizal totalmente sombreado y que lleva el miasma hasta el alma, dardo satánico, flecha encendida, alfanje de doble filo, espada aguzada, yerro inexcusable, delito sin posible defensa, abismo profundo, precipicio escarpado, trampa poderosa, red extendida, atadura indisoluble, nudo corredizo sin posible escape 34. Pues bien, ¿os basta lo dicho para que creáis que el juramento es algo terrible y más peligroso que todos los pecados? Fiaos de mí, os lo ruego, fiaos. Pero si alguno no cree, desde ahora mismo ofrezco la demostración: ningún pecado posee lo que precisamente tiene este pecado. Efectivamente, si no transgredimos los demás mandamientos, estamos libres de castigo; pero el juramento, tanto si lo guardamos como si lo violamos, muchas veces somos castigados por igual. ¿Quizá no habéis comprendido lo dicho? Pues bien, entonces es necesario repetirlo más claro. Muchas veces alguien juró realizar una acción inicua, y cayó dentro de un nudo corredizo indisoluble: en adelante le era necesario guardar el juramento y transgredir la ley, o bien no guardar el juramento y ser condenado bajo acusación de perjurio. Así, por uno y otro lado el precipicio se hizo profundo: por uno y otro lado, la muerte inexorable, tanto si guardaba el mandamiento como si no lo guardaba. Por consiguiente, ¿hay algo más fatal que esto, lo mismo cuando se cumple que cuando no se cumple?

El juramento de Herodes

9. Y para que aprendáis que esto es así y que muchos se hicieron acreedores muchas veces al castigo, no sólo violando el juramento, sino también guardando el juramento voy a relataros algo parecido. Herodes estaba una vez festejando su cumpleaños y celebraba el día de su nacimiento 35. Como quería hacer espléndido aquel día, invitó a la hija de la reina a que bailase para él, sin percatarse de que así deshonraba más bien aquel día. Y en efecto, cuando lo que necesitaba era dar gracias al Dios bondadoso por haberle creado de la nada, por haberle dado un alma, por haberle introducido en este augusto espectáculo de la creación, por haberle hecho espectador de esta hermosísima y maravillosa creación; cuando era necesario, digo, que honrase el día con himnos y acciones de gracias al Señor, él, sin embargo, lo honró con el deshonor. Efectivamente, ¿hay algo más deshonroso que el baile? Y ese día bailó la hija de Herodías. ¡Escuchad, hombres y mujeres, todos cuantos con tales bailes y tales cantares honráis lo mejor de vosotros mismos! No son pequeños estos males, aunque parezcan ser indiferentes. Por eso precisamente son males grandes: porque parecen ser indiferentes y por ello tampoco se benefician de especial precaución. Efectivamente, la enfermedad grande y que se cuida desaparece; en cambio la que parece pequeña, al ser descuidada por esto mismo, se hace grande. ¿Qué estás diciendo? ¿Alguien se atreve a meter el baile en la casa de un fiel y no teme que un rayo de lo alto caiga y todo lo abrase? Esto lo digo también a las mujeres, para que hagan entrar en razón a sus maridos y los aparten de semejante diversión. Aquel día, la hija de la reina entró y bailó. ¡Dios bendito! ¡Hacia qué gran templanza hizo que se volviera nuestra vida! Escuchad, fieles, a qué esposo os estáis acercando: al que adornó con pudor, templanza y recato vuestra vida, muy degradada antes de esto: lo que entonces la reina no se avergonzó de hacer, ahora no querría soportarlo una simple criadita. Bailó, pues, aquélla, y después del baile cometió otro pecado más grave: persuadió al mentecato aquel a que le prometiera con juramento darle lo que ella pidiese. ¿Estáis viendo cómo el juramento hace también mentecatos? ¡Juró él, sin más, darle justamente lo que pidiese! Pues bien, ¿qué hubiera pasado si ella hubiera pedido su cabeza? ¿Y qué, si hubiese pedido el reino entero? Solamente que él de nada de esto era consciente: el diablo se había presentado junto a él con un fuerte lazo y, en cuanto el rey acabó el juramento, puso el lazo y extendió la red por todas las partes, y entonces sugirió aquella petición que haría inevitable la presa: Dame — dice — sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista 36, ¡Desvergonzada la petición! ¡Insensata y fatal la donación! ¡Culpable de ambas, el juramento! ¿Qué se debía, pues, hacer? Recordad lo que yo os decía: que somos igualmente castigados, tanto si guardamos el juramento, como si lo violamos. ¿Era necesario dar la cabeza del profeta? ¡En tal caso el castigo habría sido insoportable! ¿No darla, entonces? ¡Sobrevendría la acusación de perjurio! ¿Ves cómo el precipicio se abre a uno y otro lado? Dame — dice — aquí, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. ¡Oh petición maldita! ¡Y sin embargo logró persuadir, y con ello creía acallar aquella sagrada lengua que, por el contrario, aún ahora sigue gritando! En efecto, cada día, pero sobre todo en cada iglesia, a través del Evangelio escucháis a Juan advertir a gritos: ¡No te es licito tener la mujer de tu hermano! 37 (Mt 14:3-4). Cortó la cabeza, pero no cortó la voz. Acalló la lengua, pero no acalló la reprobación.

10. Ya veis lo que hace el juramento: corta cabezas de profetas. Viste el cebo: teme tu pérdida. Viste la red: no caigas en ella. Sólo que, en adelante, será necesario andar con talento para evitar que el corte se haga más profundo: en adelante, será necesario detener la mano y el hierro ensangrentado, y reducir a silencio el discurso referente a las heridas del perjurio. Sí, recordad esto y nunca pecaréis: tanto si guardáis el juramento como si no lo guardáis, seréis igualmente castigados.

¿Dónde están ahora los que decían: "¿Y si juro por un justo?" Porque, ¿cómo puede esto ser justo, si hay transgresión de la ley? ¿Cómo justo, si Dios lo prohibe pero tú lo haces? En adelante, empero, soportad que nosotros os vendemos las heridas, porque incluso el vendaje tiene su tanto de doloroso. Efectivamente, grave es el castigo, tanto del perjurio como del juramento guardado, ya antes de nuestra enseñanza: pero será mucho más grave después de nuestra enseñanza. Dice, en efecto: Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; mas ahora no tienen excusa de su pecado 38. También es posible decir esto refiriéndolo a vosotros: en adelante, no tendréis disculpa alguna si erráis. Lo cierto es que ahora el bautismo, aunque encuentre perjurio, juramento legal, fornicación, adulterio o cualquier otra maldad, lo limpia y lo purifica todo con el máximo rigor. ¡Ojalá en lo porvenir también vosotros conservéis esta limpieza, libres ya de toda mancha, y nosotros podamos participar de alguna confianza por vuestras oraciones! En adelante, efectivamente, os está permitido rogar también por vuestros maestros, porque, de hecho, dentro de muy poco vais a aparecer ante nosotros desde el cielo, resplandeciendo con mayor luminosidad que las mismas estrellas. ¡Ojalá, pues, todos nosotros participemos, por vuestras oraciones, de segura confianza delante del tribunal de Cristo, por el cual y con el cual se dé gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos! Amén.

1. Esta Catequesis, editada por Papadopoulos, op. cit. pp. 154-156

(del que traduzco), fue pronunciada diez días después de la segunda

durante la cuaresma del año 388 (cf. la n. I de la segunda Catequesis, y

WENGER, Introd., pp. 28-29 y 64); el título es el que presenta el códice de

la Biblioteca Sinodal de Moscú n. 129, del siglo X.

2. Cf. Hb 13:17.

3. Cf. EX 16:32-34.

4. Cf. EX 28:6ss.

5. Quizá alusión indirecta a St 1:18.

6. Cf. Hb 9:24.

7. Cf. Hb 10:19-20; para el significado de "terrible, tremendo"

aplicado a lo sagrado y al bautismo, cf. WENGER, Introd., p. 71ss.

8. Traduzco asé el singular prolepsis, probable derivación estoica.

9. Cf. Mt 13:3ss.

11. Como en otras ocasiones, así traduzco mystikós, según la acepción

originaria del término.

12. Cf. Ga 3:13 (referencia a Dt. 21:23).

13. Cf. Rm 6:6, citado más explícitamente casi a continuación (n 15).

14. Rm 6:3.

15. Rm 6:6.

16. Cf. Lc 12:50; Mt 20:22; Mc 10:38: Papadopoulos sugiere la

posibilidad de que sea un agraphon (aparato crítico, p. 158).

17. Mt 20:20-21.

18. Mt 20:22; Mc 10:38.

19. Mt 26:39.

20. Cf. 1 P 2:22 (con referencia a Is 53:9).

21. Cf. Rm 6:5.

22. Cf. Rm 6:8.

23. Rm 6:4.

24. Cf. Mt 8:6-13; Lc 7:1-15.

25. Cf. Mt 27:62-66; Evangelio de Pedro. 30 (ed. de A. DE SANTOS

OTERO, Madrid 1979, B.A.C. 148, pp. 387-388).

26. Cf. Mt 27:64 y nota anterior.

27. Cf. Is 20:3-4.

28. Cf. Is 53:12.

29. Cf. Is 61-1.

30. Sal 67:19: la versión de los Setenta calca servilmente la

paronomasia o figura etimológica, del hebreo (cf. JOUON, Grammaire de

l'Hebreu biblique, Roma 1965, par. 125 q); san Juan Crisóstomo la hace

suya.

31. Ef 2:19.

32. Mt 7:24.

33. Sal 37:5-6.

34. Nótese la larga enumeración, cuyo fin es poner de relieve la

peligrosidad del juramento.

35. Cf. Mt 14:6-12.

36. Cf. Mt 14:8.

37. Cf. Mt 14:3-4.

38. Jn 15:22.

Cuarta Catequesis 1

"Del mismo: última Catequesis para los que van a ser iluminados"

El bautismo como desposorio

1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días. ¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con luz esplendente al rey de los cielos! 2. Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él personalmente se vino junto a nosotros, y es que, efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio pobre y despreciada. Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza. Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la acción de la encarnación. Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia 3.

El vestido de la esposa

2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa, cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación de nuestras almas: "Aunque tenga que ser escupido — dice —, ser apaleado y subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de acoger a la esposa." Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto 4, nada era más feo y repulsivo que ella. Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5. Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma. Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá representar. ¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos! 6. David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos, decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7. Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey, todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8. Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír "de oro" no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija del rey está dentro 9. ¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el aparejo del Evangelio y de la paz 10. ¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean? Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella abriéndose paso entre la multitud. ¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua con su palabra 11. ¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol? Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante 12, ¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13.

El significado del nombre de fiel

3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por qué nos llamamos fieles 14.

¿Por qué razón, pues, nos lo llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de ojos: los de la carne y los de la fe. Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu; aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas, y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta puriflcación. Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio, contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito de Dios en persona. Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que, en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu Santo con su venida. Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espiritu Santo y fuego 18. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: "Yo bautizo a Fulano," sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan. Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes de que digáis: "Creo." Esta palabra es un cimiento inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20. Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta, ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar. Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos, te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible aceptar ni siquiera ésta. El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al útero de una virgen. ¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible, pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es, en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe. El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber concebido del Espiritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo enseño. Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo siguiente: El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué manera, ni él mismo lo sabe.

4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados; pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es necesario que os lo diga hoy 23.

Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo

¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona, será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible sacar de ello alguna enseñanza del misterio. Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo: entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu 25. Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos. Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y con tu alma tocarás los mismos cielos. Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto: que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don, un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia), es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don.

Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía. Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo la tierra 27. Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al doblar las rodillas, se digan estas palabras: "¡Renuncio a ti, Satanás!"

5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo confusa la mente y sollozo con amargura. ¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui acumulando? Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo semejante. Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso, si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea! volvamos de nuevo a vosotros.

6. "¡Renuncio a ti, Satanás!" ¿Qué ha sucedido? ¿No es extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De dónde te vino ese atrevimiento? "¡Tengo un arma poderosa!" dice — ¿Qué clase de arma? ¿Qué aliados? — Dime. "Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a toda su pompa.

Ahora bien, pompa del diablo es toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los hechizos. La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y toda asechanza satánica te cederá el terreno. Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así, pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo: su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas. Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los que le invocan 28.

La unción con la señal de la cruz

7. Después de estas palabras, después de la renuncia al diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el sello. Y te señala con la cruz sobre la frente. Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así, al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se alejará con los ojos deslumbrados. Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite para el atleta. Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios 29. Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y nada malo te pasará.

El bautismo

8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a la piscina de las santas aguas. Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te introduce en la corriente. ¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez, cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice: Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de vergüenza. Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente, sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote a la regeneración por el agua y el Espíritu. Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32.

9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os pedí al principio. Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de mi indignidad 33. Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 34. También yo os dije al principio: "Acordaos de mí cuando os vaya bien." Pero ahora no digo: "Acordaos de mí cuando os vaya bien," sino: "Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien." También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo 35; yo en cambio digo: "Acordaos de mí, porque hice muchos y graves males." Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey: a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran benevolencia. Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes. Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano, de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las de los pecados. Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza con el Señor, y Él os acogerá con un beso.

El beso santo

10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos mutuamente y acogernos con el santo saludo. ¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios: estrechamente unidos los unos con los otros. Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu presente 37. No dijo: "Primero ofrece," sino: "Reconcíliate primero, y entonces ofrece." Por esto mismo nosotros también, con el don delante, primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos acercamos al sacrificio. Pero hay además otra razón misteriosa de este beso. BESO-SANTO: El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo 38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso 39.

Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura, para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

1. Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166-175), es la

pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd., pp. 30 y

34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el

códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129.

2. Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25 1-13.

3. Ef 5:31-32.

4. Es decir, antes del desposorio.

5. Tt 3:3.

6. Ga 3:27.

7. Cf. Sal 44:10.

8. Ibid.

9. Cf. Sal 44:14.

10. Ef 6:15; es alusión clara a Is 52:7.

11. Ef 5:25-26.

12. Ef 5:27.

13. Ef 1:1.

14. Cf. supra, Catequesis 1.

15. Cf. Ef 4:22; "inmerso" = bautizado.

16. Cf. Ef 4:24.

17. Mt 3:17.

18. Cf. Jn 1:27; Lc 3:16.

19. Así traduzco asáleuton.

20. Hb 11:6.

21. Mt 1:18.

22. Lc 1:35.

23. En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara

distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran

admitidos a la celebración del misterio eucarístico.

24. Cf. Lc 23:43-44.

25. Lc 23:46.

26. Cf. Col 3:11.

27. Cf. Flp 2:10.

28. Rm 10:12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un

error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por

eso no la traducimos.

29. 2 Co 1:21.

30. Gn 2:25.

31. Cf. Gn 2:9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai

gnoston sigue literalmente la expresión hebrea; san Juan Crisóstomo ha

omitido el infinitivo sustantivado.

32. Rm 6:14.

33. Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época.

34. Gn 40:14; cf. supra, Catequesis II, c. 1.

35. Cf. Gn 40. 15.

36. Cf. Hch 4:32.

37. Mt 5:23-24.

38. Cf. 1 Co 3:16; 6:19.

39. 1 Co 16:20.

Quinta Catequesis 1

"Catequesis primera para los que van a ser iluminados."

El bautismo como matrimonio espiritual

1. Tiempo de gozo y de alegría espiritual es el presente, pues ved llegados los por nosotros tan deseados y queridos días de las nupcias espirituales. Porque nadie podría decirse que yerra quien llama nupcias a lo que ahora acontece, y no sólo nupcias, sino también leva admirable y sorprendente. Y no vaya alguien a pensar que lo dicho sea contradictorio; escuche más bien al maestro del universo, al bienaventurado Pablo, que se sirve de ambas imágenes cuando en cierto momento dice: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo como virgen intacta 2; Y en otro, como si estuviera armando a soldados que van a partir para la guerra, les dice también: Revestíos la armadura de Dios, para que podéis resistir a las insidias del diablo 3.

2. Realmente 4 hay alegría hoy en el cielo y en la tierra, porque, si tan grande es el contento que se da por un solo pecador que se convierte 5, ¡por tamaña muchedumbre que a una se ríe de los lazos del diablo y a una se apresura a inscribirse en el rebaño de Cristo, cuánto mayor no será la alegría que habrá entre los ángeles y los arcángeles, entre todas las potestades de arriba y entre todas las creaturas de la tierra!

3. Pues bien, tratemos de hablaros como a una esposa que está a punto de ser introducida en el tálamo, y a la vez que os vamos mostrando la enorme riqueza del esposo y la indecible bondad de que hace gala para con ella, le mostraremos a ella también de qué males la han librado y de qué bienes va a disfrutar.

Y si os parece, examinemos en primer lugar lo referente a ella, y veamos en qué situación está, y cómo se halla dispuesta cuando el esposo se le acerca. Porque de esta manera será como mejor se mostrará la infinita bondad del común soberano de todas las cosas. Efectivamente, no la acogió por estar enamorado de su buena estampa, de su belleza o de la lozanía de su cuerpo, al contrario, aunque disforme, fea, indigna, sucia a más no poder y, por así decirlo, poco menos que revolcándose en el lodazal de sus pecados, así fue cómo la hizo entrar en la alcoba nupcial.

4. Sin embargo, al escuchar de mí estas palabras, que nadie caiga en una crasa interpretación material, pues nuestro discurso versa sobre el alma y sobre su salvación. Y es que ni siquiera el bienaventurado Pablo, aquella alma cuya altura toca el cielo, cuando decía: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo como virgen intacta 6, no quería darnos a entender otra cosa sino que había unido, como virgen intacta a Cristo, las almas que se acercan a la piedad.

5. Por consiguiente, puesto que sabemos muy bien esto, aprendamos con toda claridad cuál fue la anterior fealdad del alma, para que admiremos la bondad del Señor. Efectivamente, ¿qué mayor disformidad podía haber que la de esta alma que, abandonando su propia dignidad y olvidándose de su noble nacimiento de arriba, hace alarde de su culto a los ídolos de piedra y madera, a los animales irracionales y a objetos aun más indignos, y por efecto del grasiento vapor de la sangre sucia y del humo 7, sigue acrecentando su fealdad? Porque de ahí nace luego el abigarrado enjambre de los placeres, las orgías, las borracheras, los desenfrenos 8: de todas las desvergonzadas conductas que son la alegría de los demonios a los que sirven.

6. Pero el Señor en su bondad, al ver al alma en semejante estado y, por así decirlo, abismada en el fondo mismo del mal, sin tener en cuenta su fealdad, ni el exceso de su miseria, ni la enormidad de sus males, la acogió desnuda y desheredada, mostrando así el exceso de su propia bondad. Y tal disposición la pone de manifiesto cuando por medio del profeta, dice: Escucha, hija, mira e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza 9.

7. Ya ves cómo muestra su peculiar bondad desde los mismos comienzos, pues se digna llamar hija a la que así se había rebelado y se había entregado a los impuros demonios. Y no sólo esto, sino que tampoco pide cuentas de las faltas cometidas, ni exige satisfacción, antes bien, únicamente la anima y exhorta a aplicar el oído y a aceptar la exhortación y el aviso, y la ordena que se olvide de lo ya hecho.

8. ¿Has visto la inefable bondad? ¿Ves la exageración de su solicitud? Porque el santo David decía aquello entonces como hablando a todo el universo, que se hallaba en mala situación, pero ahora es el momento oportuno de que también nosotros, dirigiéndonos a los que desean el yugo de Cristo y acuden corriendo a esta leva espiritual, gritemos esto mismo y digamos a cada uno de los aquí presentes, cambiando un poquito el dicho del profeta: "Olvidaos, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, de todo lo anterior: dad al olvido las malas costumbres. Escuchad y aplicad el oído, y haced caso de este óptimo aviso."

9. Escucha, hija — dice —, y mira, e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre 10. Ya ves que el profeta dirigió a todo el universo la misma exhortación que hoy dirigimos, también nosotros, a vuestra caridad, pues, al decir: Olvida tu pueblo, quiso dar a entender la idolatría, el error y el culto a los demonios; y la casa — dice — de tu padre: esto es, olvida tu anterior comportamiento que te condujo a esta disformidad. Olvídate de todo ello, y arroja de tu mente todo preconcepto de esa índole. Porque, con sólo que hagas esto y renuncies a tu pueblo y a la casa de tu padre, es decir, a la vieja levadura y a la maldad en que habías consumido y destruido la lozanía de tu alma junto con la del cuerpo, el rey se prendará de tu belleza.

10. ¿Estás viendo, querido, que se trata del alma? Efectivamente, la fealdad natural del cuerpo nunca podría cambiarse en belleza, pues el Señor dispuso que lo natural fuese inamovible e inmutable. En cambio, por lo que hace al alma, esa mutación es factible, incluso muy fácil. ¿Cómo y por qué? Porque en todo depende de la libre elección, y no de la naturaleza 11, y por eso es posible que incluso el alma más disforme y sumamente fea, si con todas sus fuerzas quiere cambiar, vuelva a alcanzar la cima de la belleza y ser de nuevo hermosa y bella, lo mismo que, si se abandona, puede hundirse otra vez en la fealdad más extrema 12. Así pues, el rey se prendará de tu belleza, si olvidas lo anterior: tu pueblo — dice — y la casa de tu padre.

El gran misterio del matrimonio

11. ¿Ves la bondad del Señor? Por tanto, no en vano ni a bulto comencé mi discurso llamando matrimonio espiritual a este acontecimiento. Y es que, efectivamente, en el matrimonio carnal es imposible que la doncella se una al marido si no es olvidándose antes de sus padres y de quienes la han criado, y transfiriendo su entera voluntad al esposo que va a unirse con ella 13. Por eso también el bienaventurado Pablo, al topar con este tema, llamó al asunto misterio. Efectivamente, después de haber dicho: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne, tras considerar la grandeza del hecho, exclamó estupefacto: ¡Gran misterio es éste! 14.

12. Y en efecto, grande es, en verdad. Porque, ¿qué entendimiento humano podrá comprender la naturaleza de este hecho, cuando se piensa, efectivamente, que la joven, amamantada y guardada en su aposento y objeto de tanta solicitud por parte de sus padres, cuando llega la hora del casamiento, de golpe y en un solo instante se olvida de los dolores maternos en su alumbramiento, de todos los demás cuidados, de su vida en común, del lazo del amor y de todo, en fin, y toda su voluntad la transfiere a aquel a quien ella nunca viera antes de esa misma anochecida 15, y se produce un cambio de la situación tan considerable que, en adelante, él es todo para ella y le considera padre, madre, esposo y cuanto se quiera, y no tiene el menor recuerdo de quienes la criaron durante tantos años, y en cambio es tan fuerte la unión que, en adelante, ya no son dos, sino uno solo?

13. Previendo esto mismo con su mirada profética, decía el primer hombre: Ésta se llamará mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se juntará a su mujer, y los dos serán una sola carne 16. Lo mismo podría decirse también del varón: también él se olvida de los que le engendraron y de la casa paterna, y se une y se pega a la que en ese mismo anochecer se casa con él. Y la divina Escritura, para mostrarnos el rigor de la convivencia, no dice: Se unirá a la mujer, sino: Se juntará 17 a su mujer. Y no se contenta con esto, sino que añade: Y serán los dos una sola carne. Por eso Cristo, al aducir este testimonio, decía: De modo que ya no son dos, sino una sola carne 18. ¡Tan intensa — dice — se hace la unión y la conjunción, que los dos son una sola carne! ¿Qué entendimiento, dime, podrá imaginar esto, qué pensamiento comprender lo acontecido? ¿Acaso no decía bien aquel bienaventurado maestro del universo que esto es un misterio? Y tampoco dijo simplemente "un misterio," sino: ¡Gran misterio es éste!

14. Por consiguiente, si en el campo de las realidades sensibles el matrimonio es un misterio, y un gran misterio, ¿qué podría decirse que fuera digno de este matrimonio espiritual? Por lo demás, mira exactamente como, por ser todo esto de índole espiritual, los hechos ocurren al revés que en las realidades sensibles. Efectivamente, en el matrimonio carnal, a nadie se le ocurriría aceptar el tomar una mujer sin antes haberse afanado en indagar sobre su belleza y la lozanía de su cuerpo, y no sólo eso, sino también, y antes que nada, sobre el buen estado de su fortuna.

15. Aquí, en cambio, nada de eso. ¿Por qué? Porque lo que se realiza es de índole espiritual, y nuestro esposo se apresura a salvar nuestras almas empujado por su bondad. Efectivamente, aunque uno sea disforme y horriblemente feo, aunque sea pobre de solemnidad y de bajo nacimiento, aunque sea un esclavo, un desecho y un tarado corporal, y aunque uno ande abrumado con fardos de pecados, Él no para mientes, en sutilezas, ni indaga, ni pide cuentas. Es un don gratuito, es generosidad, es gracia soberana, y de nosotros solamente pide una cosa: el olvido del pasado y la buena disposición en lo por venir.

El contrato y los regalos del matrimonio espiritual

16. ¿Ves qué exceso de gracia? ¿Ves a qué esposo se unen los que obedecen a la llamada? Pero veamos también, si os parece, los comienzos de este matrimonio espiritual. De igual manera que en los matrimonios carnales se concluye un contrato de dote y se hace entrega de regalos, aportando unos el esposo y otros la que se va a casar, naturalmente era preciso que también aquí se diera algo parecido. Efectivamente, el pensamiento de las realidades corporales hay que trasladarlo a las más divinas y espirituales. Por consiguiente, ¿cuáles son aquí los contratos dotales? ¿Y qué otra cosa pueden ser, si no son la obediencia y los pactos que van a concluirse con el esposo? ¿Y qué regalos son justamente los que aporta el esposo antes de la boda? Escucha al bienaventurado Pablo, que nos lo enseña y dice así: Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua con su palabra, para prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga ni nada parecido 19.

17. ¿Ves la grandeza de los regalos? ¿Ves el indecible exceso de amor? ¡Cómo también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella! Nadie hubiera aceptado jamás tal cosa, ¡derramar su sangre por la que va a unirse a él! Y, sin embargo, el bondadoso Señor, imitando su propia bondad, aceptó tamaña y descomunal proeza por causa del mimo con que envuelve a su esposa, para santificarla por medio de su propia sangre y poner ante sí radiante de gloria a la Iglesia, purificada con el baño del bautismo. Por eso derramó su sangre y sufrió la cruz, para otorgarnos por ese medio la gracia de la santificación, purificarnos mediante el baño de la regeneración y poner ante sí radiante de gloria y sin mancha ni arruga, ni nada parecido, a los que antes eran objeto de desprecio y no podían tener la más mínima confianza.

18. ¿Estás viendo cómo, al decir: Con el fin de purificarla y prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga, nos hizo saber la impureza en que se hallaba antes? Si reflexionáis, pues, sobre todo esto, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, no os fijéis en el tamaño de vuestros propios males, ni tengáis en cuenta el exceso de vuestros pecados; mejor aun, aunque logréis calcularlo con exactitud, no por eso vaciléis, al contrario: sabedores como sois de la munificencia del Señor, del exceso de su gracia y de la grandeza de su don, todos cuantos habéis sido considerados dignos de recibir aquí el derecho de ciudadanía, acercaos con la mayor buena voluntad y, renunciando a todo lo pasado, empeñad sin reservas vuestra mente en demostrar vuestro cambio.

La profesión de fe en la Trinidad

19. Y ya que conocéis bien vuestra disposición y vuestro estado al acercarse a vosotros el Señor sin pediros cuentas de vuestras fechorías y sin hacer averiguaciones de vuestros pecados, contribuid también vosotros personalmente confirmando vuestra confesión de fe en El, no tan sólo con la lengua, sino también con la mente. Porque — dice — con el corazón se cree para lograr la justicia, en cambio con la boca se confiesa la fe para conseguir la salvación 20. Efectivamente, es necesario que el pensamiento esté sólidamente arraigado en la piedad de la fe, y que la lengua proclame por medio de la confesión de fe la firmeza del pensamiento.

20. Por consiguiente, ya que el fundamento de la piedad es la fe, ¡ea! dialoguemos juntos un poco sobre ella, para que, una vez puesto el cimiento inquebrantable, podamos luego levantar con seguridad todo el edificio. Es, pues, obligatorio que los que se alistan en esta particular milicia, la espiritual, crean en el Dios del universo, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, causa de todas las cosas, el inefable, el incomprensible, el que no puede ser explicado con la palabra ni con la mente, el que creó todas las cosas por amor al hombre y por bondad.

21. Y también en nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo, en todo semejante e igual al Padre, con una semejanza de total identidad con Él, consubstancial, pero manifestado en su propia persona 21, que de Él procede de manera misteriosa, anterior a los tiempos y creador de los siglos todos, pero que en los últimos tiempos y por causa de nuestra salvación tomó la forma de esclavo, se hizo hombre, convivió con la naturaleza humana, fue crucificado y resucitó al tercer día.

22. Porque es necesario que tengáis estas verdades clavadas en vuestra mente, para no ser juguete de los engaños diabólicos, antes bien, en caso de que los hijos de Arrio 22 quieran poneros la zancadilla, vosotros sepáis con toda claridad que debéis taparos los oídos para todo cuanto ellos os digan y a la vez responderles con toda libertad mostrándoles que el Hijo es igual al Padre según la substancia. Él mismo, efectivamente, es quien ha dicho: Igual que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere 23, y en todo está mostrando que tiene el mismo poder que el Padre. Y si desde otro lado Sabelio 24 quiere corromper las sanas creencias, amuralla también contra él tus oídos, querido, y enséñale que la substancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, ciertamente, pero que las personas son tres. En efecto, ni el Padre podría ser llamado Hijo, ni el Hijo Padre, ni el Espíritu Santo otra cosa que esto mismo, y sin embargo, cada uno, permaneciendo en su propia persona, posee el mismo poder.

23. Porque es necesario que en vuestra mente se clave lo siguiente: que el Espíritu Santo es de la misma dignidad, como Cristo decía también a sus discípulos: Id, haced discípulos de todas las naciones, y bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 25.

24. ¿Ves qué cabal profesión de fe? ¿Ves qué doctrina, sin ambigüedad alguna? Que nadie te turbe en adelante introduciendo en los dogmas de la Iglesia averiguaciones de sus propios razonamientos y queriendo enturbiar las rectas y sanas creencias. Rehuye más bien la compañía de tales gentes, como el veneno de las drogas. Efectivamente, peores que éste son aquellos, pues el veneno detiene su daño en el cuerpo, y en cambio aquellos echan a perder la misma salvación del alma. Por eso ya de entrada y desde el principio conviene que rehuyáis las conversaciones de esa índole con ellos, sobre todo hasta que, andando el tiempo y bien equipados ya con armas espirituales, cuales son los testimonios sacados de la divina Escritura, podáis vosotros amordazar su lengua desvergonzada.

El yugo de Cristo manso y humilde de corazón

25. Y es que, sobre los dogmas de la Iglesia, queremos que mostréis esa misma exactitud, y que los tengáis bien fijos en vuestras mentes. Ahora bien, como quiera que quienes hacen gala de una fe así conviene que resplandezcan también por la conducta en las obras, se hace necesario enseñar también sobre esto a los que van a ser considerados dignos del regio don, y así sabréis que no hay pecado tan grande que pueda vencer a la generosidad del Señor. Al contrario, ya puede uno ser un lujurioso, un adúltero, un afeminado, un invertido, un prostituido, un ladrón, un avaro, un borracho o un idólatra: el poder del don y la bondad del Señor son tan grandes, que pueden hacer desaparecer todo eso y volver más resplandeciente que los rayos del sol al que muestra un mínimo de buena voluntad.

26. Considerando, pues, el don superexcelso de la bondad divina, id preparándoos ya, no sólo para absteneros del mal, sino también para la práctica de las buenas obras, pues a ello os exhorta también el profeta cuando dice: Apártate del mal y haz el bien 26. Y el mismo Cristo, a su vez, dirigiéndose a toda la humana naturaleza, decía: Acercaos a mi todos los que estáis cansados y abrumados, que yo os aliviaré; cargad con mi yugo sobre vosotros y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas 27.

27. ¿ Visteis mayor sobreabundancia de bondad ? ¿Veis la generosidad de la llamada; Acercaos a mi — dice — todos los que estáis cansados y abrumados: ¡Amorosa la llamada! ¡Inefable la bondad! Acercaos a mi todos: no solamente los que mandan, sino también los mandados; no solamente los libres sino también los esclavos; no solamente los hombres, sino también las mujeres; no solamente los jóvenes, sino también los ancianos; no solamente los de cuerpo sano, sino también los lisiados y tullidos, todos — dice — acercaos. Tales son, efectivamente, los dones del Señor: no conoce diferencia entre esclavo y libre, ni entre rico y pobre, sino que toda esta desigualdad está desechada: Acercaos — dice — todos los que estáis cansados y abrumados.

28. Mira a quienes llama: a los que se han agotado por completo en las iniquidades, a los que están abrumados por los pecados, a los que ni siquiera pueden ya levantar la cabeza, a los que están muertos de vergüenza, a los que más privados están de confianza para hablar 28. ¿Y por qué los llama? No para pedirles cuentas, ni para establecer un tribunal. Entonces, ¿para qué? Para hacerles descansar de su fatiga, para quitarles su pesada carga. Y es que, ¿podría darse algo más pesado que el pecado? Éste, efectivamente, por más que tantas veces nosotros no lo sintamos o queramos ocultarlo al común de las gentes, es el que despierta contra nosotros al juez incorruptible que es nuestra conciencia, y ella, en perenne alerta, va haciendo que nuestro dolor sea continuo, como un verdugo que desgarra y ahoga a la mente, mostrando así la enormidad del pecado. "A los que están, pues, abrumados por el pecado — dice — y como doblegados por una carga, a éstos los aliviaré agraciándoles con el perdón de sus pecados. Unicamente, ¡acercaos a mí!" ¿Quién será tan de piedra, quién tan empecinado que no obedezca a una llamada tan bondadosa?

29. Luego, para enseñarnos también de qué modo alivia, añadía: Cargad con mi yugo sobre vosotros. "Entrad — dice — bajo mi yugo. Pero no os asustéis al oír yugo, porque este yugo ni roza el cuello ni hace abajar la cabeza, al contrario, enseña a pensar en las cosas de arriba y forma en la verdadera filosofía" 29. Cargad con mi yugo sobre vosotros, y aprended: "Unicamente, entrad bajo el yugo y aprended. Aprended, es decir: aplicad el oído, para poder aprender de mi." "Efectivamente, no voy a exigir a vosotros nada pesado: vosotros, mis esclavos, imitadme a mí, vuestro amo; vosotros, que sois tierra y polvo, emuladme a mí, hacedor del cielo y de la tierra, creador vuestro: Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón.

La imitación de Cristo

30. ¿Ves la condescendencia del Señor? ¿Ves su inconcebible bondad? No nos ha exigido algo pesado y odioso. Efectivamente, no dijo: "Aprended de mí que obré prodigios, que resucité muertos, que hice milagros": todo esto era propio únicamente de su poder. Entonces, ¿qué? Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas. ¿Ves cuán grandes son el provecho y la utilidad de este yugo?

Por tanto, el que haya sido considerado digno de entrar bajo este yugo y es capaz de aprender del Señor a ser manso y humilde de corazón obtendrá para su alma todo el alivio. Éste es, efectivamente, el punto capital de nuestra salvación: quien es poseedor de esta virtud, aunque esté unido al cuerpo, podrá rivalizar con los poderes incorpóreos y no tener ya nada en común con lo presente.

31. En efecto, el que imita la mansedumbre del Señor no se irritará ni se soliviantará contra su prójimo. Y si alguien la emprende a golpes con él, dirá: Si he hablado mal, muestra en qué está la falta, pero, si he hablado bien, ¿por qué me pegas? 30. Y si alguien le moteja de endemoniado, responde: ¡Yo no tengo demonio! 31, y nada de cuanto se aduzca logrará hincar el diente en él. Este hombre desdeñará toda gloria de la vida presente, y nada de lo visible le cautivará: en adelante poseerá, efectivamente, otros ojos. El que se ha hecho humilde de corazón jamás podrá envidiar los bienes del prójimo. Un hombre así no robará, ni será avaro, ni ansiará riquezas, al contrario, incluso dejará lo que tiene y pondrá de manifiesto su gran compasión para con su semejante. Tampoco arruinará el matrimonio ajeno. Y es que quien entra bajo el yugo de Cristo y aprende a ser manso y humilde de corazón pondrá de manifiesto en cada circunstancia toda virtud e irá siguiendo las huellas del Señor.

32. Entremos, pues, bajo este provechoso yugo y echémonos encima esta ligera carga, y así podremos también hallar descanso. El que entra bajo este yugo debe olvidarse por completo de su antigua conducta y mostrar rigurosa vigilancia de los ojos, porque, dice: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró con ella en su corazón 32. Por eso es necesario imponer seguridad a las sensaciones visuales no sea que a través de ellas trepe la muerte. Pero no sólo de los ojos, que también de la lengua es preciso mostrar mucha vigilancia, pues muchos — dice — cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua 33. Preciso es también refrenar las demás pasiones que se van engendrando, asentar la mente en la calma y desterrar la cólera, la ira, el rencor, la enemistad, la envidia, los deseos aberrantes, toda clase de libertinaje y todas las obras de la carne, que son, dice, 34: adulterio, fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistad, discordia, envidias, borracheras, orgías.

33. Es, pues, necesario 35 eliminar todo esto y empeñarse en conseguir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, entereza de ánimo, agrado, honradez, bondad, mansedumbre, templanza 36. Si así purificamos nuestra mente, haciéndonos eco de las enseñanzas de la piedad 37, ya desde ahora podremos ponernos totalmente a punto y así hacernos dignos de recibir el don en toda su grandeza y de guardar los bienes que nos han dado.

El verdadero adorno de la mujer

34. Que nadie en adelante se me inquiete por los adornos externos, ni por la fastuosidad de los vestidos, sino que todo el cuidado se trasmute al embellecimiento del alma, de modo que su belleza resulte más radiante. ¡Fuera de mi vista los trajes de seda, las borlas 38, los collares de oro! Porque el mismo maestro del universo, buen conocedor de la blandura del natural femenino y de su hábil voluntad, no vaciló en dar órdenes también sobre estas cosas. ¿Qué digo: que no rehusó enseñarnos sobre estas cosas? Al aconsejar sobre los atavíos 39, dice a voz en grito: Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos, como si más o menos quisiera enseñarnos esto: "Mujer, ¿quieres acicalarte para ser requebrada de cuantos te miren? 40. Yo voy a incitar, no ya a los hombres, tus congéneres, sino al mismo Señor del universo, para que te alabe y te aclame.

35. Y ya que el Apóstol desechó el atavío ese que se compone de trenzas, de oro, de perlas y de trajes suntuosos, veamos ahora qué clase de adorno le atribuye. Efectivamente, ese adorno que se compone de oro y de vestidos, aunque logre algún tanto encantar a la que se los pone, con el tiempo se desgasta. ¿Digo que se desgasta? ¡Incluso antes de que el tiempo lo desgaste excita la mirada de los envidiosos e invita a los malhechores a robarlo! En cambio, el adorno que el Apóstol le atribuye no se puede robar, ni se desgasta, ni falta: permanece con nosotros acá y es compañero de viaje allá, y nos proporciona una gran confianza 41.

36. Pero es preciso escuchar las palabras mismas del Apóstol. ¿Qué dice, pues? Sino como conviene a mujeres que se profesan piadosas: con buenas obras 42. "Pórtate — dice — de manera digna de tu profesión: adórnate con las buenas obras. Que la práctica del bien sea imitación de tu profesión: profesas la piedad para con Dios, practica lo que le agrada: las buenas obras." Pero, ¿qué significa: con buenas obras? Quiere decir el conjunto integral de la virtud: el desdén por los bienes presentes, el deseo de los futuros, el desprecio de las riquezas, la abundancia generosa para con los pobres, la modestia, la mansedumbre, la filosofía 43, el sosiego y la paz del alma, y el rechazo de cualquier arrebato de pasión por la gloria de la vida presente, manteniendo en cambio la mirada tensa hacia arriba, estando continuamente preocupado por las cosas de allá y anhelando la gloria de allá.

37. Mas, como quiera que ahora estoy dirigiéndome sobre todo a las mujeres, quiero además hacerles a ellas alguna otra recomendación, de modo que, junto con otras cosas, puedan abstenerse también de la nociva costumbre de enjalbegarse la cara y de usar postizos como si la creación fuera defectuosa, para no ultrajar al Creador. Pues, ¿qué haces, mujer? ¿Es que, efectivamente, a fuerza de cosméticos y de coloretes puedes añadir algo a tu belleza natural o cambiar tu fealdad natural? Por esos medios no añadirás nada a aquélla, y en cambio destruirás la belleza de tu alma, porque este desmedido esmero es testimonio de la molicie interior. Sobre todo, por ese medio, vas acrecentando enormemente el fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo que te haces responsable de la ruina de todos ellos.

38. Por tanto, lo conveniente y provechoso es abstenerse por completo de eso. Pero, si se niegan las que son presa de esa mala costumbre, que por lo menos se abstengan cuando se llegan a la casa de oración. Pues, dime, ¿por qué te arreglas así cuando vienes a la iglesia? ¡No será porque sea esa la belleza que busca el que tú vienes a adorar y a quien vas a confesar tus pecados! La belleza que Él busca es la interior, la práctica de las buenas obras: la limosna, la templanza, la compunción, la fe rigurosa. En cambio tú, dejando todo esto, te propones hacer caer a muchos desidiosos, incluso en la iglesia. ¿Y cuántos rayos no merece esto? ¡Estás atracando en el puerto, y tú misma te propones un naufragio! ¡Acudes al médico para curar tus llagas, y vuelves con ellas agrandadas! ¿Qué perdón tendrás en adelante? Pero si antes hubo algunas con tanta desidia respecto de su propia salvación, que por lo menos ahora se dejen convencer y se aparten de esa ruina, porque, si el Apóstol 44 prohibió el uso de vestidos suntuosos, con mucha mayor razón el de cosméticos y coloretes.

Contra los agüeros, los sortilegios y los espectáculos

39. Además de esto, yo exhorto a hombres y mujeres a que rehuyan totalmente los agüeros y los sortilegios. Sandez de griegos y de quienes todavía son presa del error es, efectivamente, el estar en vilo por el graznido de un cuervo, por el ruido del ratón o por el crujido de una viga; el acoger con placer los encuentros con gentes de torpe vida y en cambio rehuir los de personas piadosas y dignas, por considerarlas causa de innumerables males 45. ¡Mira cuántas son las artimañas del diablo! Porque no sólo quiere que estemos privados de la virtud y que nos inclinemos a la maldad, sino que busca también inculcarnos odio y hacernos dar la espalda a los que siguen la virtud. Y aún más: no sólo quiere que busquemos lo perverso, sino que se empeña en urgirnos a familiarizarnos con ello, disponiéndonos para que el placer acompañe a nuestro encuentro.

40. No penséis que esto es de poca o de ninguna importancia, al contrario, es bastante para hundir vuestras almas y llevarlas hasta el fondo mismo de la maldad. Ésta es, efectivamente, la insidiosa intención del perverso demonio: hacer caer, valiéndose incluso de las cosas pequeñas. Pero vosotros, los nuevos soldados de Cristo, hombres y mujeres — pues este ejército de Cristo no conoce distinción de sexo —, tronchando ya desde ahora toda costumbre de semejante índole, en la idea de que vais a recibir al Rey del universo, purificad vuestras mentes de tal manera que ni la más mínima suciedad venga a ensombrecer vuestros pensamientos.

41. Si, por otra parte, alguien tiene algún enemigo, que se reconcilie con él, pensando en qué bienes va a recibir de parte del Señor, aun estando él mismo inmerso en tantos y tan grandes pecados, y perdone al prójimo los agravios que de él haya recibido. Pues dice la Escritura: Que nadie entre vosotros trame males contra el prójimo en su corazón 46. Por tanto, si alguien tiene pagarés con intereses acumulados, que los haga trizas, pues dice: Un contrato injusto, rásgalo 47.

42. Y antes que nada, acostumbrad a vuestra lengua a conservarse limpia de juramentos: no hablo ya de los perjurios, sino incluso de los juramentos que se hacen sin tan ni son, inútilmente y para daño de los que juran. Dice, efectivamente: Se mandó: No juréis en falso. Pero yo os digo que no juréis en absoluto 48, Escuchaste bien: No juréis en absoluto, así que, en adelante, no te empeñes en discutir las leyes que vienen del Señor, al contrario, obedece a quien da las órdenes, y en todo momento purifica tu mente.

43. No hagas caso alguno ya de las carreras de caballos ni del inicuo espectáculo de los teatros, pues también eso enardece la lascivia; ni tampoco del inhumano placer de las luchas con fieras. Pues, dime, ¿qué placer hay en ver a tu semejante, que comparte tu misma naturaleza, despedazado por las fieras salvajes? ¿Y no tiemblas de espanto y de miedo a que un rayo caiga de lo alto y abrase tu cabeza? Tú eres, efectivamente, quien, por así decirlo, aguzas los dientes de la fiera: por tu parte, al menos con tus gritos, también tu cometes el crimen, no con las manos, pero sí con la lengua.

Respeto al nombre de cristiano

44. Os lo suplico: ¡No seáis tan despreocupados al decidir sobre vuestra propia salvación! Piensa en tu dignidad, y siente respeto. Porque, si por una dignidad humana uno se siente orgulloso y muchas veces se abstiene de realizar algún acto para no ultrajar dicha dignidad, tú que estás a punto de obtener tamaña dignidad, ¿no debes presentarte ya respetándote a ti mismo? En realidad, tu dignidad es tal, que te acompaña a lo largo del siglo presente y te sigue en el viaje a la vida futura. ¿Y qué dignidad es esa? En adelante oirás llamarte cristiano, por la bondad amorosa de Dios, y fiel 49. Mira que no es una sola dignidad, sino dos: dentro de muy poco, vas a revestirte de Cristo, y conviene que obres y decidas todo pensando que Él está contigo en todas partes.

45. ¿O es que no ves a los dirigentes políticos, cómo se afanan en cuanto se han calado un traje con las insignias imperiales? Y por ello quieren que se les rindan mayores honores, y disfrutan de escolta. Por consiguiente, si estos hombres quieren ser respetados por el hecho de llevar la insignia prendida sobre el vestido, con mucha mayor razón tu que estás a punto de revestir a Cristo mismo, pues dice: Pondré mi morada entre vosotros y caminaré con vosotros, y seré vuestro Dios 50.

46. Rehuid, pues, todos estos perversos atractivos del diablo, y nada prefiráis a vuestra entrada en la Iglesia. Y junto con la abstinencia de alimentos y abstención del mal, haya en vosotros un gran celo por la virtud. Y repartamos todo el tiempo del día entre oraciones y acción de gracias, de una parte, y en lecturas y compunción del alma, de otra, y que todo nuestro empeño sea no tener más conversación que sobre las realidades espirituales. Mucho rigor de disciplina necesitamos para no quedar atrapados por los lazos del Maligno, pues, si hemos de rendir cuentas por una palabra ociosa, con cuánta mayor razón por las chácharas intempestivas, por las conversaciones terrenales.

47. Por consiguiente, si tal es vuestra inquietud y os preocupáis por la salud de vuestras almas, no sólo inclinaréis a Dios hacia una mayor benevolencia, sino que vosotros mismos disfrutaréis de una confianza más cumplida, y nosotros seguiremos con gran ánimo la tarea de enseñar, conscientes de que estas semillas espirituales las vamos dejando caer en oídos bien dispuestos y en terreno enjundioso y feraz. ¡Ojalá también vosotros seáis considerados dignos del abundante don que viene de Dios, y nosotros podamos alcanzar su amorosa bondad, por la gracia y las misericordias de su Hijo unigénito, con el cual sean dados al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos! Amén.

1. Corresponde a la primera de las Catequesis halladas por WENGER en

el códice Athos Stavronikita 6, de comienzos del siglo XI; san Juan

Crisóstomo debió de predicarlas en Antioquía, en la Pascua del año 390 (cf.

WENGER, Introd., p. 63ss.); como señala el título, se trata de una catequesis

prebautismal. La traducción corre sobre el texto de WENGER, pp. 108-132.

2. 2 Co 11:2.

3. Ef 6:11; en el texto griego, por deterioro del pergamino falta algo, cuyo

contenido, según Wenger, vendría a ser: "¿Ves cómo san Pablo utiliza

ambas imágenes?" (p. 109)

4. Según Wenger, en la parte borrada estaría el comienzo de la frase, que

él supone sería ontos: realmente, de hecho.

5. Cf. Lc 15:7.

6. 2 Co 11:2.

7. Sin duda está aludiendo a los sacrificio de animales en honor de los

falsos dioses.

8. Cf. Rm 13:13.

9. Sal 44:11-12.

10. Ibid.

11 Ver en LAMPE, Léxicon s.v. esta acepción de prolepsis.

12 WENGER, en nota a este pasaje (n. 1:pp. 113-114), hace justamente

observar cómo san Juan Crisóstomo insiste sobre la importancia de la libre

elección del hombre para alcanzar la propia salvación en contraste con la

inmutabilidad de la naturaleza humana.

13. Estas expresiones deben entenderse en y desde el ambiente social

del siglo IV, cuando el matrimonio suponía realmente para la joven un

cambio radical de vida y era para ella realmente un misterio.

14. Ef 5:31-32.

15. Según la costumbre, el novio iba a buscar a la novia a casa de sus

padres después del anochecer.

16. Cf. Gn 2:23-24: la versión griega de los Setenta, seguida aquí por san

Juan Crisóstomo, no reproduce la correspondencia etimológica de los

términos hebreos 'issa-'is (mujer-varón), que sí reproduce la Vulgata latina:

haec vocabitur virago, quoniam de viro sumpta est (también nuestros

clásicos: varona-varón, la moderna versión de Schokel-Mateos nos da:

hembra-hombre).

17. Literalmente "se pegará," (proskollethesetai) como he traducido en el

párrafo anterior; la Vetus Latina da una versión (conglutinabitur) más

expresiva que la Vulgata (adhaerebit).

18. Mt 19:6.

19. Ef 5:25-27.

20. Rm 10:10.

21. He traducido con "persona" el término hypostasis, que indica la

individualidad de la substancia de Cristo, incluso en su semejanza con la del

Padre: cf. toda la amplitud del vocablo en el Lexicon de LAMPE,

especialmente pp. 1456-1461.

22. Arrio admitía las tres personas distintas, pero negaba la divinidad del

Hijo.

23. Jn 5:21.

24. Sabelio no admitía la distinción de las tres personas.

25. Mt 28:19.

26. Sal 37:27.

27. Mt 11:28-29.

28. Así traduzco el término raro aparresiastoi.

29. Sobre el uso de philosophia, cf. la nota 26 de la primera Catequesis.

30. Jn 18:23.

31. Jn 8:49.

32. Mt 5:28.

33. Si 28:22.

34. El sujeto sobreentendido es Pablo, del que se viene citando Ga 5,

19-20.

35 Traduzco en presente el imperfecto proseke que indica una condición

no realizada todavía (cf. SCHWYZER, II, p. 308).

36. Cf. Ga 5:22.

37. Sobre el sentido especial de katepado, cf. A. WENGER, P. 125, n. 1.

38. Literalmente "los hilos de los gusanos," expresión rara, aunque no en

san Juan Crisóstomo; probablemente indica un conjunto de hilos retorcidos

o cordones, como nuestras borlas.

39. El término emplégmata, de raro uso, probablemente deriva de la

subsiguiente cita de 1 Tm 2:9:donde la expresión en plégmasin, en lugar de

ser entendida como formada por la preposición en y el dativo pl. de plegma,

con el sentido de objeto entrelazado o formando trenza, ha sido considerada

dativo de emplegma.

40. Esta expresión y la siguiente las he traducido siguiendo el texto de

WENGER (P. 126), quien no ha eliminado toda incertidumbre en la

puntuación, aunque en varios puntos corrige la lección del códice.

41. WENGER (P. 126) deja esta última frase sin traducir.

42. 1 Tm 2:10.

43. Cf. la nota 26 de la primera Catequesis, en cuanto a las palabras

epieikeia (moderación, modestia) y praotes (mansedumbre, dulzura), san

Juan Crisóstomo las asocia entre sí hasta convertirlas casi en sinónimos.

44. Es el sujeto sobreentendido.

45. Cf. Catequesis I, n. 5.

46. Za 8:17.

47. Is 58:6. En la Homilía 56, 5 sobre san Mateo, comenta san Juan

Crisóstomo: "Así llama a las escrituras usureras, a las letras de préstamo"

(trad. Ruiz Bueno: BAC 146, p. 191). Y por decirlo en pocas palabras, que

tome la delantera y muestre lo que pone de su parte, para que pueda recibir

con más abundancia lo que viene del Señor. A la hora de perdonar, Dios

quiere que vayamos por delante, pero Él no se deja vencer en generosidad.

48. Mt 5:33-34.

49. San Juan Crisóstomo y su público sabían bien que el nombre de

"cristianos" se dio por primera vez a los discípulos de Cristo precisamente

en Antioquía (Hch 11:26).

50. Cf. Lv 26:11-12.

 

Sexta Catequesis 1

"Del mismo autor, continuación para los que van a ser iluminados, y clara explicación de lo que en el divino bautismo se realiza de modo simbólico y en figura" 2.

La extraordinaria generosidad de Dios

1. Pues bien, conversemos un poquito nuevamente con los que se han inscrito en la propiedad de Cristo, y mostrémosles tanto el poder de las armas que están a punto de recibir como la inefable bondad que en favor del género humano muestra el Dios amador de los hombres, y así podrán acercarse con gran fe y plena seguridad, y gozar con más abundancia de su generosidad. Pues considera, querido, el exceso de su bondad ya desde los mismos comienzos. Efectivamente, si juzga dignos de don tan grande a los que aún no han trabajado, ni han mostrado nobleza alguna, y si perdona las faltas cometidas en todo tiempo; si vosotros, bien dispuestos después de tanta generosidad, queréis contribuir con lo que está en vuestras manos, ¿de qué recompensa no es de razón que seáis considerados dignos por parte de ese Dios de bondad?

2. Ciertamente, en los asuntos humanos, jamás se pudo ver algo parecido, al contrario, muchos, después de numerosos trabajos y de sufrimientos soportados con la esperanza de las recompensas, regresan a casa tantas veces con las manos vacías, bien porque aquellos de quienes se esperaba la recompensa se han vuelto ingratos para con los que han padecido tantas fatigas, bien incluso, muchas veces, porque fueron arrebatados prematuramente de en medio y no pudieron cumplir su propósito. En cambio, respecto de nuestro Señor, no sólo no es posible sospechar nada por el estilo, sino que incluso antes de comenzar nosotros los trabajos y de mostrar nuestra colaboración, ya se adelanta El a dar pruebas de su propia generosidad, con el fin de inducirnos, a fuerza de beneficios, a tener cuidado de nuestra propia salvación.

La bondad de Dios para con el primer hombre

3. Así es, pues, cómo desde el más remoto comienzo 3 Dios continuó colmando de bienes al género humano. Efectivamente, apenas formó al hombre, ya le hizo habitar en el paraíso y le obsequió con aquella vida libre de fatigas, a la vez que le permitió disfrutar de todo cuanto había en el paraíso, con la excepción de un solo árbol. Pero él, por intemperancia 4 y engañado por la mujer, pisoteó el mandato que se le había dado y atentó contra honor tan grande.

4. Sin embargo, mira también aquí la grandeza de la bondad divina para con el hombre. Efectivamente, lo justo hubiera sido que a quien tan ingrato era respecto de los beneficios con que él se había anticipado a colmarle, lo considerase indigno de todo perdón y lo dejara fuera de su Providencia. Pues bien, no sólo no hizo esto, sino que, igual que un padre tiernamente amoroso y que tiene un hijo rebelde, movido por la natural ternura de su amor, no le abruma con los reproches que su falta merece, ni tampoco le perdona del todo, sino que le reprende moderadamente para que no vaya a dar en mayor maldad, así también Dios en su bondad: cuando el hombre mostró abiertamente su desobediencia, ciertamente lo expulsó de aquel género de vida, pero, reprimiendo para en adelante su arrogancia, para evitar que cayese en rebeldía mayor, lo condenó al trabajo y al sufrimiento, poco menos que diciéndole:

5. "La gran relajación y la sobrada licencia te indujeron a tan grave desobediencia y te hicieron olvidar mis mandamientos, y el no tener nada que hacer te predispuso para pensar cosas que sobrepasan tu propia naturaleza, ya que la ociosidad enseña toda maldad 5. Por eso te condeno al trabajo y al sufrimiento, para que, mientras labras la tierra, estés constantemente recordando, no sólo tu desobediencia, sino también la miseria de tu propia naturaleza. Efectivamente, ya que soñaste fantásticas grandezas y no quisiste permanecer en tus propios límites, quiero que vuelvas de nuevo a la tierra de la que fuiste sacado, porque tierra eres — dice — y a la tierra volverás 6."

6. Y para intensificarle el dolor y hacerle sentir vivamente su caída, no le domicilió lejos, sino cerca del paraíso. Pero le cerró el paso de entrada en él, para que, viendo cada día de qué bienes fue desposeído por su propia negligencia, se aprovechase de la continua advertencia y en adelante fuera más firme en la guarda de los mandamientos recibidos. Efectivamente, mientras estamos disfrutando de los bienes, no nos damos cuenta, como deberíamos, del beneficio que se nos hace, pero, en cuanto nos vemos privados de ellos, entonces, por el nuevo hecho de la pérdida, lo sentimos mucho más y sufrimos por ello mayor dolor. Es justamente, lo que entonces sucedió al primer hombre.

7. Sin embargo, para que conozcas, no solamente la maquinación del malvado demonio, sino también la sabiduría y habilidad de nuestro Señor, considera de una parte qué es lo que el diablo quiso hacer al hombre por medio de su engaño, y de otra, qué bondad le demostró su Señor y protector. Efectivamente, aquel perverso demonio, envidioso de su estancia en el paraíso, con la esperanza de una mayor promesa le despojó incluso de lo que tenía en mano, ya que, tras empujarle a imaginarse ser igual a Dios, le condujo al castigo de la muerte. Tales son, efectivamente, sus cebos, y no sólo nos arrebata los bienes que tenemos en mano, sino que además intenta empujarnos hacia un precipicio aún mayor. En cambio, el Dios de bondad ni siquiera en tales condiciones se desentendió del género humano, sino que, mostrando al diablo lo inútil de su empresa y al hombre las pruebas de lo mucho que de él se cuida, le hizo a éste, mediante la muerte, donación de la inmortalidad. Míralo bien: aquél lo expulsó del paraíso; en cambio el Señor lo introdujo en el cielo: la ganancia supera al castigo.

8. Sin embargo, como os decía al comienzo — y por ello también me vi arrastrado a decir lo anterior —, si al que fue un desagradecido respecto de tan grandes beneficios, Dios le juzgó una vez más, digno de tan gran bondad como la suya, si vosotros los soldados de Cristo, os aplicáis con empeño a ser agradecidos por estos inefables dones recibidos y estáis en vela continua para guardarlos, ¿cuán grande no será, dime, la recompensa que de Él conseguiréis después de guardarlos? Él es, efectivamente, quien tiene dicho: Al que tiene se le dará, y le sobrará 7. Y es que quien se hace digno de lo que ya se le ha dado, justo es que disfrute también de bienes mayores.

Los ojos de la fe

9. Por consiguiente, cuantos habéis sido considerados dignos de ser inscritos en este celestial libro aportad una fe generosa y una razón firme. Efectivamente, lo que aquí acontece necesita de la fe y de los ojos del alma, para no atender sólo a lo que se ve, sino, partiendo de esto, imaginarse lo que no se ve. Porque tales son los ojos de la fe, ya que, de la misma manera que los ojos del cuerpo únicamente pueden ver lo que cae bajo el sentido, así también los ojos de la fe, pero, al contrario que aquellos, no ven nada en absoluto de lo visible, sino que ven lo invisible como si lo tuvieran ante ellos. Y es que la fe es esto: adherirse a lo que no se ve, como si estuviéramos viéndolo, pues dice: Fe es fundamento de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven 8.

10. ¿Qué significa entonces lo que estoy diciendo, y por qué tengo dicho: no aplicar la mente a lo que se ve sin poseer ojos espirituales? Pues para que, al ver la piscina del agua y la mano del sacerdote 9 posada sobre tu cabeza, no pienses que aquélla es simplemente agua y que únicamente la mano del gran sacerdote se posa sobre tu cabeza. ¿No tenía yo razón al decir que necesitamos de los ojos de la fe en orden a creer lo que no vemos, sin la menor sospecha de materialidad? 10.

11. En realidad, el bautismo es sepultura y resurrección: Efectivamente, el hombre viejo es sepultado junto con el pecado, y resucita el nuevo, renovado a imagen de su creador 11. Nos desnudamos y nos vestimos: nos desnudamos del viejo traje, ensuciado por la muchedumbre de nuestros pecados, pero nos vestimos el nuevo, limpio de toda mancha. Pero, ¿qué estoy diciendo? Nos revestimos de Cristo mismo: Porque — dice — todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estéis vestidos 12.

Finalidad y simbolismo del exorcismo

12. Mas, como quiera que ya está a la puerta el momento en que vais a gozar de tan grandes dones, ¡ea! en la medida de lo posible os enseñaremos las causas de cada uno de los actos, para que podáis saberlas y os retiréis de aquí dueños de una certidumbre mayor. Es, pues, necesario que sepáis por qué motivo, después de la instrucción cotidiana, os enviamos a las voces de los que os exorcizan. Esto, efectivamente, no ocurre porque sí y al azar, sino que, puesto que vais a recibir de huésped al Rey celestial, por esa razón, después de nuestra amonestación, os reciben los que están designados para esto, y como quien prepara la casa para un rey que está para llegar, así ellos purifican vuestra mente mediante aquellas terribles voces con que destierran de ella toda maquinación del Maligno y la tornan digna de la presencia del Rey.

Efectivamente, es imposible que un demonio, por feroz y cruel que sea, no se aparte a toda prisa de vosotros después de aquellas terribles voces y de la invocación del común Señor de todas las cosas Por otra parte, junto con esto, el acto mismo deposita en el alma una gran piedad y la conduce a una copiosa compunción.

13. Y lo admirable y paradójico es que aquí se elimina toda desigualdad y toda diferencia de honores: efectivamente, si ocurre que uno se halla investido de una dignidad mundana o envuelto por el halo de la riqueza, o se ufana de su cuna o de la gloria de su vida presente, también éste queda en las mismas condiciones que el mendigo y el andrajoso, y — como tantas veces — que el ciego y el cojo, y no se enfada por ello, pues sabe que en lo espiritual todo eso está eliminado y que sólo se busca la buena disposición del alma.

14. ¡Así de grande es el provecho que producen aquellas terribles y admirables voces e invocaciones! En cambio, el gesto de llevar descalzos los pies y de extender las manos significa algo distinto. De igual manera que los que sufren la cautividad de acá muestran también por sus gestos la tristeza del infortunio que los atenaza, así también éstos, cautivos del diablo: puesto que están a punto de ser liberados de la tiranía de éste y de entrar bajo el yugo beneficioso, comienzan por recordarse a sí mismos, por ese gesto, su anterior condición, para así poder saber de quien son liberados, pero también hacia quién se apresuran, y tener en esto mismo la base para un mayor agradecimiento y una mejor disposición.

Los padrinos en el bautismo

15. ¿Queréis que además dirijamos la palabra a los que responden de vosotros, para que ellos también puedan saber de qué recompensas se hacen dignos si demuestran gran preocupación por vosotros, y qué condena se les seguirá si os descuidan? 13. Considera, querido, a los que salen fiadores de alguien en asuntos de dinero: ellos están sujetos a un peligro mayor que el mismo que ha de rendir cuentas y recibe el dinero. Efectivamente, si el que toma el préstamo se muestra bien dispuesto, aligera la carga de su fiador, pero, si en cambio resulta ingrato ¡vaya catástrofe que le prepara! Por eso cierto sabio exhorta diciendo también: Si has dado fianza, tente por deudor 14. Por consiguiente, si los que salen fiadores de alguien en asuntos de dinero ellos mismos se hacen responsables de la integridad de la suma, con mayor razón los que salen fiadores de alguien en asuntos espirituales y en el compromiso de la virtud deben dar prueba de una gran vigilancia y exhortar, aconsejar, enmendar y mostrar cariño de padres.

16. Y no vayan a pensar que lo que se hace es casual, sino sepan con toda exactitud que entrarán a la parte de la buena fama si por medio de sus personales advertencias los van llevando de la mano hacia el camino de la virtud, pero que, si son descuidados, sobre ellos caerá muy grave condena. Por esta razón, efectivamente, es también costumbre llamar a los tales padres espirituales: para que por los hechos mismos aprendan qué gran cariño deben mostrarles al instruirlos en lo espiritual. En efecto, si bueno es ir encaminando al celo de la virtud a los que nada tienen que ver con nosotros, con mucha mayor razón debemos cumplir el mandato respecto de aquel que acogemos en calidad de hijo espiritual. También vosotros, los fiadores, habéis aprendido así que no es pequeño el peligro que pende sobre vosotros si sois negligentes. Sentido de la renuncia a Satanás

17. Pero vengamos ya a dialogar con vosotros acerca de los misterios mismos y de los pactos que van a ser concluidos entre vosotros y el Señor. Efectivamente, como en los negocios de esta vida, cuando uno quiere confiar a alguien sus asuntos es necesario que se estipulen documentos entre el que otorga la confianza y el que la recibe, de la misma manera también aquí, puesto que estáis a punto de que se os confíe de parte del Señor del universo, no unas realidades perecederas ni corruptibles ni caducas, sino espirituales y celestiales. Por esto, efectivamente, se llama fe también, puesto que nada tiene de visible y en cambio todo puede ser escrutado con los ojos del espíritu. Realmente se hace necesario que intervenga la conclusión de pactos, no en papel y con tinta, sino en Dios mediante el Espíritu, porque, efectivamente, las palabras que pronunciáis aquí se van registrando en el cielo, y los pactos que vais apalabrando permanecen imborrables en el Señor.

18. Ahora bien, vuelvo a considerar aquí el gesto de la cautividad: después de introduciros los sacerdotes, os mandan que oréis de rodillas y con las manos tendidas hacia el cielo, y así, mediante ese gesto, os recordaréis a vosotros mismos de quién sois liberados y a quién os vais a consagrar. Luego el sacerdote va pasando junto a cada uno de vosotros y os pide vuestros pactos y vuestras confesiones 15, y os dispone para pronunciar aquellas terribles y espantosas palabras: "¡Renuncio a ti, Satanás!"

19. Ahora me vienen ganas de llorar y de gemir con fuerza, pues me acuerdo del día en que yo mismo fui también considerado digno de pronunciar esta palabra, y al calcular el peso de los pecados que he ido acumulando desde entonces hasta ahora, se me confunde la mente y mi razón siente la mordedura de ver cuánta vergüenza he derramado sobre mí por mi negligencia después de aquello. Por eso también os exhorto a todos vosotros a que demostréis para conmigo un poco de generosidad y, puesto que vais a encontraros con el Rey — Él os recibirá, efectivamente, con gran efusión, os revestirá la túnica regia y os deparará cuantos y cuales dones queráis, con tal que busquemos solamente lo espiritual —, pedid una gracia también para nosotros: que no nos pida cuentas de nuestros pecados, antes bien, que nos dé su perdón y en adelante nos haga dignos de su auxilio. Mas no dudo de que lo haréis, pues amáis tiernamente a vuestros maestros.

20. Pero bueno, atengámonos al hilo de nuestro discurso. Entonces, pues, el sacerdote os dispondrá para que digáis: "¡Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas, a tu culto y a tus obras!" ¡Pocas palabras, pero de una fuerza enorme! Efectivamente, los ángeles que os asisten y las potestades invisibles, gozosos por vuestra conversión, recogen las palabras que salen de vuestra lengua y las suben al común Señor de todas las cosas, y entonces las escriben en los libros celestiales.

21. ¿Ves cómo son los documentos de los pactos? Efectivamente, después de renunciar al Maligno y a todo lo que interesa al Maligno, de nuevo el sacerdote os manda decir: "¡Y me adhiero 16 a ti, Cristo!" ¿Viste mayor exceso de bondad? Aunque de ti no ha recibido más que las palabras te confía un tesoro tan grande de realidades y se olvida de toda ingratitud anterior y no te recuerda tu pasado, antes bien, se contenta con estas breves palabras.

Unción y bautismo de los catecúmenos

22. Luego, después de este pacto, de esta renuncia y de esta incorporación 17, puesto que confesaste su soberanía y mediante las palabras de tu lengua te incorporaste a Cristo, ahora, como a un soldado y como a uno alistado para el estadio espiritual, el sacerdote te unge la frente con el crisma espiritual y te estampa el sello mientras dice: "Fulano es ungido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" 23. Sabe, en efecto, que desde ahora el enemigo está loco furioso, rechina los dientes y anda rondando como león rugiente 18, al ver a los que antes se hallaban bajo su tiranía rebelados en masa y no sólo desertando de él, sino pasándose a Cristo y demostrando su incorporación a Él, y por eso el sacerdote les unge sobre la frente y les estampa el sello, para que aquél desvíe su mirada. Efectivamente, aquél no se atreve a mirar de frente si ve el resplandor que irradia de allí y que le deslumbra los ojos. Y es que, desde ese momento, se entabla una lucha y una oposición del uno contra el otro, y por esa razón, como atletas de Cristo, os introduce en el sentido espiritual por medio de la unción.

24. Luego, después de esto y cuando ya es de noche, el sacerdote os hace desnudar por completo y, como quien va a introduciros en el mismo cielo por medio de lo que se está realizando, dispone que todo vuestro cuerpo sea ungido con aquel aceite espiritual, de tal modo que todos vuestros miembros queden robustecidos y se hagan invulnerables a las flechas que dispara el enemigo.

25. Así pues, tras esta unción, os hace bajar a las aguas sagradas y al mismo tiempo entierra al hombre viejo y resucita al nuevo, renovado a imagen del que lo creó. Entonces justamente, por medio de las palabras y de la mano del sacerdote, sobreviene la presencia del Espíritu Santo 19:y en lugar del anterior, surge otro hombre limpio de toda mancha de pecado, desnudo del antiguo vestido del pecado y revestido con el traje regio.

26. Y para que también de aquí aprendas que la substancia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una sola, la administración del bautismo se hace de la siguiente manera. Mientras el sacerdote pronuncia las palabras: "Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo," por tres veces le sumerge y le saca la cabeza, y así, mediante este misterioso rito, le dispone a recibir el descenso del Espíritu Santo sobre él. Y es que, en realidad, no es el sacerdote sólo quien le toca la cabeza, sino también la diestra de Cristo. Y esto se demuestra también por las propias palabras del que bautiza, porque no dice: "Yo bautizo a Fulano," sino: "Fulano es bautizado," con lo cual demuestra que él es únicamente ministro de la gracia y que se limita a prestar su propia mano, ya que para esto ha sido ordenado de parte del Espíritu Santo. Ahora bien, quien realiza todo es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: la indivisible Trinidad. Por consiguiente, la fe en ésta nos agracia con el perdón de los pecados, y esta confesión es la que nos hace el regalo de la adopción filial.

27. Y en cuanto a los actos que siguen, se bastan para enseñarnos de quiénes fueron liberados y qué bienes han alcanzado los que se consideró dignos de esta misteriosa iniciación. Efectivamente, apenas emergen de aquellas sagradas aguas, todos los presentes los abrazan, los saludan, los besan, los felicitan y comparten su alegría, porque los que antes eran esclavos y cautivos, de repente son libres e hijos, y son convidados a la mesa del Rey. Efectivamente, tan pronto como salen de allí, se los conduce a la mesa terrorífica 20 que rebosa de bienes, y gustan el cuerpo y la sangre del Señor, y se convierten en morada del Espíritu Santo, y caminan como quienes se han revestido de Cristo mismo, pues en todas partes se muestran como ángeles terrestres y deslumbran a los mismos rayos del sol.

Exhortación final

28. Todo esto no os lo he anticipado en vano y sin razón en mi enseñanza a vuestra caridad 21, sino más bien para que, antes de gustarlo, en alas de la esperanza vayáis catando el inmenso goce, adquiráis un espíritu digno de lo que está sucediendo y, como exhortó el bienaventurado Pablo, penséis en las cosas de arriba 22 y trasladéis vuestra reflexión de la tierra al cielo, de las cosas visibles a las que no se ven, ya que éstas las vemos con los ojos espirituales más claramente que se ve con los ojos sensibles.

29. Mas, como quiera que os halláis cerca de los regios umbrales y estáis a punto de llegaros al trono mismo en que se sienta el Rey que distribuye los dones, mostrad una generosidad total en vuestras peticiones, y no pidáis nada de terrestre, nada de humano, sino haced peticiones dignas del que da. Por consiguiente, al salir de aquellas aguas divinas y mostrar por medio de ese gesto el símbolo de la resurrección, pedidle que sea vuestro aliado para que podáis demostrar vuestro empeño en guardar los dones que os ha hecho y os tornéis invulnerables a las asechanzas del Maligno. Abogad por la paz de las iglesias, suplicad por los que andan todavía extraviados, prosternaos por los que están en pecado, y así nosotros seremos considerados dignos de algún perdón. Efectivamente, el que os ha comunicado confianza tan grande, os ha inscrito entre sus primeros amigos y os ha elevado a la adopción filial, a vosotros que antes erais cautivos y esclavos y privados de toda confianza, no se negará a vuestras peticiones, antes bien, os otorgará todo, con lo cual, incluso en esto, imitará su propia bondad.

30. Y sobre todo, de esta manera os lo ganaréis para una mayor benevolencia. Efectivamente, cuando vea el cuidado tan solícito que tenéis de los que son vuestros miembros 23 y vuestra preocupación por la salvación de los demás, también por esto os juzgará dignos de una confianza mayor, pues, efectivamente, nada le alegra tanto como el que seamos compasivos con nuestros miembros, demos pruebas de vivo afecto para con los hermanos y tengamos gran preocupación por la salvación del prójimo.

31. Así pues, queridos, sabedores de esto, disponeos con alegría y alborozo espiritual a recibir la gracia, para que también vosotros gustéis sin tasa el don bautismal, y todos a una demos pruebas de una conducta digna de la gracia, y merezcamos alcanzar los bienes eternos e inefables, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual se dé al Padre, juntamente con el Espíritu, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Es la segunda Catequesis prebautismal editada por Wenger (op. cit.,

pp. 133-150, de la que traduzco), y probablemente la última de la serie que

tuvo san Juan Crisóstomo por la Pascua de 390, pues presenta numerosas

semejanzas con la tercera y cuarta editadas por Papadopoulos (cf. Wenger,

Introd, p. 40); como en las anteriores, tampoco el título es el de Crisóstomo, y

resulta difícil de señalar su procedencia (cf. amplios datos en la larga nota 1

de Wenger, p. 133).

2. He traducido "en figura" el adverbio Typikos, según la acepción que da

al vocablo E. Auerbach, Figura, en "Studi su Dante," Milán 1963, p. 176ss.

3. Así traduzco la expresión redundante anothen kai ex arches.

4. Traduzco así el término akrasía, siguiendo a Wenger (P. 135, n. 1): no

se trata de una imperfección o flaqueza de la naturaleza, como interpretan

Ireneo o Gregorio de Nisa desde una filosofía ajena a san Juan Crisóstomo;

para éste es mera intemperancia del vientre (cf. Hom. I in Genes.: PG 53, 23

C).

5. Si 33:28.

6. Gn 3:19.

7. Mt 25:29.

8. Hb 11:1.

9. Wenger (p. 138, n. 3) hace notar con razón la dificultad para identificar al

ministro de los diversos ritos bautismales: hieréus, como el latín sacerdos,

puede designar tanto al presbítero como al obispo (éste designado quizás

con archiereus, sumo sacerdote, pontífice).

10. En la traducción de esta frase, Wenger — a quien sigo es más preciso y

fiel al texto que Harkins; Brigatti suprime la frase entera.

11. Cf. Col. 3:9-10.

12. Ga 3:27.

13. Sigo el sentido interrogativo dado por Wenger y Harkins.

14. Si 8:13.

15. Posiblemente se refiera a la profesión de fe, pero no es seguro (cf.

WENGER, nota I, p. 144).

16. Literalmente: me junto contigo, me pongo a tus órdenes.

17. Cf. nota precedente.

18. Probable alusión a 1 P 5, 8.

19. La terminología utilizada alude claramente a la bajada del Espíritu

Santo en forma de paloma (cf. v. gr. Mt 3:16).

20 Sobre el valor de este adjetivo, que refleja la disciplina del arcano, tan

viva en tiempos de Crisóstomo, cf. WENGER, Introd., p. 71ss.

21. El término ágape lo traduzco por "caridad" muy inferior a él en valor

semántico, a falta de otro mejor.

22. Col 3:2.

23. Alusión evidente al cuerpo místico de Cristo; cf. I Co 12:12ss.

 

Séptima Catequesis 1. "Del mismo, homilía dirigida a los nuevos iluminados" 2.

Los nuevos bautizados comparados a nuevas estrellas

1. ¡Bendito sea Dios! Ved que también de la tierra nacen estrellas, estrellas más rutilantes que las del cielo. Estrellas sobre la tierra, por causa de aquel que apareció sobre la tierra venido del cielo. Pero no sólo estrellas sobre la tierra, sino también estrellas en pleno día. ¡Segundo prodigio éste! ¡Estrellas en pleno día más rutilantes que las nocturnas! Éstas, efectivamente, se ocultan cuando aparece el sol, aquellas, en cambio, cuando aparece el sol de justicia resplandecen ano más. ¿Viste alguna vez aparecer estrellas junto al sol?

2. Las estrellas desaparecen cuando la plenitud se deja ver. Estas otras, cuando sobreviene la plenitud, resplandecen con más fuerza todavía. Y de aquellas dice el Evangelio: Las estrellas del cielo caerán, como se caen de la parra las hojas 3; en cambio, de éstas dice: Los justos resplandecerán como el sol en el reino de los cielos 4.

3. ¿Qué significa: Como se caen de la parra las hojas así caerán las estrellas del cielo? De la misma manera que la parra, mientras está alimentando a los racimos, necesita de la protección que prestan las hojas, pero en cuanto se descarga del fruto también se desprende de su cabellera de hojas, así también el mundo entero: mientras contenga en sí mismo a la naturaleza humana, el cielo retiene también las estrellas, como la parra sus hojas; pero entonces, al no haber ya noche tampoco habrá ya necesidad de estrellas.

4. De fuego es la naturaleza de aquellas estrellas; de fuego es también la substancia de estas otras. Pero allí se trata de un fuego sensible; aquí, de un fuego inteligible: El mismo os bautizará — dice — con Espirita Santo y fuego 5. ¿Quieres también aprender los nombres de unas y de otras? En las estrellas del cielo se dan estos nombres: Orión, Arturo, Lucero de la tarde, Lucero del alba; en cambio entre estas otras estrellas no se da solamente un Lucero del alba: ¡todos son Luceros del alba!

Los múltiples dones del bautismo

5. ¡Bendito sea Dios — digamos otra vez —, el único que hace maravillas! 6, el que todo lo crea y todo lo transforma. Los cautivos de anteayer son hoy libres y cindadanos de la Iglesia; los que antes vivían en la vergüenza del pecado viven ahora en la confianza y en la justicia. Porque no son únicamente libres, sino también santos; no sólo santos, sino también justos; no sólo justos, sino también hijos; no sólo hijos, sino también herederos; no sólo herederos, sino también hermanos de Cristo; no sólo hermanos de Cristo, sino también coherederos; no sólo coherederos, sino también miembros; no sólo miembros, sino también templos, y no sólo templos, sino también instrumentos del Espíritu 7.

6. ¡Bendito sea Dios, el único que hace maravillas! ¿Viste cuán numerosos son los dones del bautismo? Por más que muchos crean que solamente tiene uno, el perdón de los pecados, sin embargo, nosotros hemos enumerado hasta diez honores. Esta es, pues, la razón por la que incluso bautizamos a los niños, aunque no tienen pecados 8, para que se les añada la santificación, la justicia, la adopción filial, la herencia, el hermanazgo, el ser miembros de Cristo y el convertirse en morada del Espíritu. 7. Mas, ¡oh amadísimos hermanos...! Si es que me es lícito llamaros hermanos, porque, ciertamente, yo también participé del mismo alumbramiento que vosotros, pero luego, por mi negligencia perdí el perfecto y auténtico hermanazgo; con todo, permitidme llamaros hermanos por lo mucho que os amo, y exhortaros a que, cuanto mayor sea el honor de que gocéis, tanta mayor solicitud mostréis.

La táctica de la lucha contra el diablo

8. El tiempo que precedió a éste era palestra y campo de entrenamiento, y se era indulgente con los caídos. En cambio, a partir del día de hoy, el estadio se ha abierto, el combate está fijado, el público está sentado arriba, y no sólo el género humano contempla vuestros combates, sino también la muchedumbre de los ángeles, y Pablo grita a los Corintios: ¡Nos han dado en espectáculo al mundo, y no solamente a los hombres, sino también a los ángeles! 9. Así pues, los ángeles son espectadores y el Señor de los ángeles actúa de juez de competición: esto no solamente es un honor, sino también una garantía. Efectivamente, cuando juzga los combates precisamente el mismo que entregó su vida por nosotros, ¿qué honor y qué garantía no será para nosotros?

9. Ahora bien, en los combates olímpicos, el árbitro se coloca en medio de los dos contendientes, sin estar a favor del uno ni a favor del otro, sino a la espera del final: por eso justamente se coloca en el medio, porque su juicio es también neutral. Sin embargo, entre nosotros y el diablo, Cristo no se coloca en el medio, sino que es todo nuestro. Y que no está en el medio, sino por entero con nosotros, nótalo en esto: al entrar en la liza, a nosotros nos ungió, a él lo amarró; a nosotros nos ungió con el óleo de la alegría 10, y a él lo amarró con nudos indisolubles, para tenerlo inmovilizado en los combates. Y si ocurre que tropiezo, Él me tiende su mano, levanta al que cae y de nuevo le hace caminar. Dice, efectivamente: Pisotead sobre serpientes, sobre escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo 11.

10. A él, tras la victoria, lo amenazó con la gehena; yo, si venzo, soy coronado; él, si vence, es castigado. Y para que sepas que recibe mayor castigo sobre todo cuando triunfa, ¡ea! te lo demostraré con hechos. Venció a Adán y le hizo caer: ¿cuál fue el premio de la victoria? Sobre tu pecho y sobre tu vientre andarás, y comerás polvo todos los días de tu vida 12, Ahora bien, si tan duramente castigó a la serpiente material, ¿cuál será el castigo que infligirá a la espiritual? Y si tal es la condena del instrumento, bien claro está que a su artífice le aguarda una pena mucho mayor. Efectivamente, lo mismo que un padre amoroso, cuando encuentra al que ha matado a su hijo, no solamente castiga al asesino, sino que también hace pedazos la espada misma, así también Cristo, no solamente castigó al diablo, sino que también destrozó su espada.

11. Con toda confianza, pues, desnudémonos para estos combates. Además, Cristo nos ha ceñido unas armas que son más brillantes que todo el oro, más fuertes que todo acero, más abrasadoras y voraces que todo fuego y más ligeras que todo aire. Estas armas, efectivamente, son de tal naturaleza que no abruman las rodillas, antes bien, prestan alas y alzan en volandas a los miembros, y si quieres echarte a volar al cielo con estas armas, nada te lo impide. Y es que nueva es la naturaleza de estas armas, porque nueva es también la índole del combate: a pesar de ser hombre, se me obliga a batirme en pugilato con los demonios; aunque estoy revestido de carne, peleo contra fuerzas incorpóreas. Por esta razón Dios me hizo una coraza, no de hierro sino de justicia, y por lo mismo me preparó el largo escudo no de bronce, sino de fe. Tengo además una espada afilada: la palabra del Espíritu 13. Aquél dispara flechas contra mí, yo tengo una espada; aquél es arquero, yo soy hoplita. Aprende tú también de esto lo precavido que es él: el arquero no se atreve a acercarse, sino que dispara de lejos.

La sangre de Cristo como arma invencible

12. Pero, ¿cómo? ¿Acaso no preparó más que armas? No, que también previno una mesa más poderosa que cualquier arma, para que luches sin cansarte, para que saciado, triunfes en toda la línea del enemigo. Efectivamente, con que sólo te vea cuando regresas del convite del Señor, como quien ve un león que echa fuego por la boca, así él huirá más veloz que todo viento. Y si le muestras tu lengua tinta con la preciosa sangre no podrá ni tenerse en pie: si le muestras tu boca enrojecida él volverá grupas a todo correr, como cualquier animalejo.

13. ¿Quieres, pues, saber la fuerza de esta sangre? Recurramos a su figura 14, a los antiguos relatos de lo acaecido en Egipto. Dios estaba a punto de infligir a los egipcios la décima plaga. Quería, en efecto, eliminar a sus primogénitos, porque ellos retenían al pueblo primogénito suyo. ¿Qué hacer, pues, para evitar que los judíos quedaran implicados con los egipcios, ya que todos se hallaban habitando un único lugar? Infórmate del poder de la figura para que también comprendas la fuerza de la verdad. La plaga que Dios enviaba estaba a punto de abatirse desde lo alto, y el exterminador iba avanzando contra las casas.

14. ¿Qué hizo entonces Moisés? Inmolad — dijo — un cordero sin mancha y untad con su sangre vuestras puertas (Ex 12:21-25). ¿Qué estás diciendo? ¿La sangre de un irracional es capaz de salvar a los hombres, a los dotados de razón? "Sí, — dice —, no porque sea su sangre, sino porque es figura de la sangre del Señor." Efectivamente, lo mismo que las estatuas de los emperadores, aunque son inanimadas e insensibles, salvan a los hombres que se acogen a ellas, dotados como están de sensación y de alma, no porque ellas sean de bronce, sino porque son imagen del emperador, así también aquella sangre insensible e inanimada salvó a los hombres que tenían alma, no porque fuese sangre, sino porque era figura de esta otra sangre.

15. Entonces el exterminador vio la sangre asperjada en las puertas y no se atrevió a entrar. Si ahora el diablo ve, no ya la sangre de la figura asperjada en las puertas, sino la sangre de la verdad rociando la boca de los fieles, puerta del templo portador de Cristo, ¿no va a detenerse con mucho mayor motivo? Porque, si el ángel tuvo miedo al ver la figura, con mayor razón el diablo emprenderá la huida al ver la verdad.

La Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz

16. ¿Quieres saber también por otro camino la fuerza de esta sangre? Mira de dónde comenzó a manar y dónde tuvo su fuente: desde lo alto de la cruz, del costado del Señor. Efectivamente, muerto Cristo — dice —, pero mientras aún estaba en la cruz, el soldado se acercó y le punzó el costado con su lanza, y luego salió agua y sangre: la primera símbolo del bautismo; la segunda, de los misterios. Por esta razón no dijo: Salió sangre y agua, puesto que primero viene el bautismo y luego los misterios 16. Así pues, el soldado aquel punzó el costado, perforó la pared del santo templo 17, y yo encontré el tesoro y me apropié la riqueza. Lo mismo sucedió también con el cordero: los judíos inmolaron la oveja y yo cosecho el fruto del sacrificio: mi salvación.

17. Salió del costado agua y sangre. No pases de largo y sin más, querido, ante el misterio porque puedo aún darte otra explicación mística. Dije que símbolos del bautismo y de los misterios son aquella sangre y aquel agua. De una y otra nace la Iglesia, por el baño de la regeneración y de la renovación del Espirita Santo 18, por el bautismo y por los misterios. Ahora bien, los símbolos del bautismo y de los misterios brotan del costado, por consiguiente, de su costado formó Cristo la Iglesia, como del costado de Adán formó a Eva 19.

18. Por esta razón también Moisés, al dar su explicación sobre el primer hombre, dice: Hueso de mis huesos y carne de mi carne 20, dándonos con ello a entender el costado del Señor. Efectivamente, lo mismo que entonces tomó Dios la costilla y formó la mujer, así también nos dio sangre y agua de su costado y formó la Iglesia. Por tanto, de la misma manera que entonces tomó la costilla durante el arrobamiento de Adán, mientras dormía, así también ahora nos dio la sangre y el agua, aunque el agua primero y después la sangre. Ahora bien, lo que allí fue el arrobamiento, aquí lo fue la muerte, para que aprendas que en adelante esta muerte es sueño 21.

19. ¿Veis cómo Cristo unió a sí su esposa? ¿Ves con qué alimento nos nutre a todos? ¡Con el mismo alimento hemos sido formados y nos nutrimos! Efectivamente, igual que la mujer alimenta con su propia sangre y su leche al recién alumbrado, así también Cristo alimenta continuamente con su propia sangre a los que engendró.

20. Por consiguiente, ya que disfrutamos de don tan grande, demostremos una gran diligencia y recordemos los pactos que hemos firmado con Él. Os lo digo a todos vosotros: a los que ahora estáis siendo iniciados y a los que lo fuisteis antes, incluso hace muchos años. Efectivamente, mi discurso es común para todos nosotros, puesto que todos también hemos firmado con Él pactos, que escribimos, no con tinta, sino con el espíritu; no con la pluma, sino con la lengua. Con esta pluma se escriben, efectivamente, los pactos hechos con Dios, por eso dice también David: Mi lengua es pluma de ágil escribano 22. Confesamos su soberanía, renunciamos a la tiranía del diablo: ésta fue nuestra firma de puño y letra, éste el pacto, éste el pagaré.

21. Mirad de no recaer en manos del antiguo pagaré. Una sola vez vino Cristo: encontró nuestro eterno pagaré, el que Adán escribió. Éste comenzó la deuda; nosotros fuimos luego aumentando el préstamo con nuestros pecados 23. Allí había maldición, pecado, muerte y condena de la ley: todo esto lo abolió Cristo, y nos perdonó. Y Pablo dice a gritos: El pagaré de nuestros pecados que nos era contrario, también lo quitó de en medio clavándolo en la cruz 24. No dijo: borrándolo, ni tampoco: raspándolo, sino: clavándolo en la cruz, para que no quedase ni huella de él. Por eso no lo borró, sino lo rompió: los clavos de la cruz, efectivamente, lo rompieron y lo destruyeron, para que en adelante fuera inútil.

22. Y no fue en un rincón ni de oculto como saldó la deuda, sino en medio del universo y en lo alto de un estrado. "¡Miren los ángeles — dice —, miren los arcángeles, miren las potestades de arriba, miren incluso los perversos demonios y el mismo diablo, los que nos hicieron responsables de las deudas ante usureros sin piedad: el pagaré está roto para que no nos asalten más!"

La salida de los hebreos de Egipto como figura del bautismo

23. Puesto que el primero está roto, cuidémonos, pues con todo empeño de que no reaparezca otro pagaré, porque no hay una segunda cruz, ni un segundo perdón por medio del baño de regeneración. Realmente hay perdón, pero no hay un segundo perdón mediante el baño bautismal. Sin embargo, no por ello nos hagamos más despreocupados, os lo suplico. Saliste, oh hombre, de Egipto: ¡no busques de nuevo Egipto ni los males de Egipto; no te acuerdes ya más del barro y de los adobes 25 las cosas de la vida presente son barro y adobes puesto que el mismo oro, antes de convertirse en oro, no es otra cosa que tierra!

24. Los judíos vieron prodigios. Tú también los ves incluso mucho mayores y más preclaros que entonces, cuando los judíos salían de Egipto 26. No viste al Faraón ahogado con todas sus armas, pero has visto al diablo hundido con sus armas; aquéllos atravesaron el mar, tú atravesaste la muerte; aquellos se libraron de los egipcios, tú quedas libre de los demonios; los judíos se sacudieron la esclavitud de los bárbaros, tú la que es mucho más penosa: la del pecado.

25. ¿Quieres saber por otro camino cómo fuiste considerado digno de privilegios mayores? Los judíos no podían entonces mirar el rostro glorificado de Moisés, y esto a pesar de que él era un congénere y un esclavo con ellos 27: tú en cambio viste el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo dice a gritos: Y nosotros, con la cara descubierta, reflejamos como un espejo la gloria del Señor 28. Aquellos tenían entonces a Cristo que los iba siguiendo, pero con mucha mayor razón nos sigue a nosotros ahora, pues a ellos entonces el Señor los acompañaba por la gracia de Moisés; a nosotros, en cambio, no sólo por la gracia de Moisés, sino también por vuestra propia docilidad 29. Para aquellos, después de Egipto, el desierto; para nosotros, en cambio, tras el éxodo 30, el cielo. Aquellos tenían por guía y óptimo general a Moisés: también nosotros tenemos otro Moisés, a Dios, que nos guía y nos manda.

26. ¿Cuál era, efectivamente, la característica de aquel Moisés? Era realmente Moisés — dice — el más apacible de los hombres que hay sobre la tierra 31. Si esto lo hubiera dicho también alguien acerca de este otro Moisés, no se habría equivocado, pues también en éste estaba presente el mansísimo Espíritu, como consubstancial 32 y congénito que le es. Moisés entonces extendió sus manos hacia el cielo e hizo que bajara el pan de los ángeles, el maná 33: este otro Moisés extiende sus manos hacia el cielo y trae el alimento eterno. Aquél golpeó la peña e hizo brotar ríos de agua 34: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual, y hace fluir las fuentes del Espíritu. Por esta razón está la mesa situada en el medio, como una fuente, para que de todas partes afluyan los rebaños en torno a la fuente y puedan gozar de las aguas salvadoras.

27. Por consiguiente, ya que hay aquí una fuente así y una vida de tal calidad, y ya que la mesa rebosa de innumerable bienes y de todas partes hace germinar para nosotros los dones espirituales, acerquémonos con un corazón sincero, con una conciencia limpia, para que recibamos gracia y misericordia que a su tiempo nos socorran. Por la gracia y la bondad del Hijo unigénito, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por medio del cual se dé al Padre, y al Espíritu vivificante, la gloria, el honor y la fuerza, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Esta Catequesis corresponde a la tercera de las ocho editadas por

WENGER (p. 151-167, del que traduzco), pero, a diferencia de las siete

restantes, había sido ya publicada por PAPADOPOULOS, sobre la base del

códice de Moscú 129 (cf. op. cit. pp. 168-181); además había tenido ya una

extraordinaria difusión gracias a una antigua versión latina de comienzos del

s. V, conocida por Agustín y por Julián de Eclana, que también conocían el

texto griego. Montfaucon pudo leerla en el códice Parisino 700, del s. X, pero,

inexplicablemente, no la tuvo por auténtica y no la incluyó entre las obras de

san Juan Crisóstomo, en tanto WENGER ha defendido, con razón, su

autenticidad y, tras el texto griego, ha publicado también la antigua versión

latina (op. cit. p. 168-181); según el mismo WENGER (Introd., p. 76), habría

sido pronunciada en la noche de Pascua del año 388; cf., sin embargo, las

más recientes investigaciones de BOUHOT, Versión inédite, pp. 40-41.

2. El título es el que Wenger da a la Catequesis (p. 151).

3. Cf. Is 34:4 y Mt 24:29.

4. Mt 13:43, con la variante "en el reino de los cielos" atestiguada por

unos pocos códices minúsculos, frente a la lección "en el reino de su

Padre," asumida por ALANO (Novum Testamentum Graece, Stuttgart 1979

26, ad loc.).

5. Mt 3:11.

6. Sal 72:18.

7. Nótese la eficaz gradación de las antítesis, todas ellas basadas en la

Escritura.

8. Sobre las incertidumbres de san Juan Crisóstomo respecto del pecado

original, evidentes incluso en esta sola afirmación sobre las culpas de los

niños, y a pesar de las precisiones que hace en el c. 21, cf. WENGER, nota 2,

p. 154, y HARKINS, Chrysostom's Sermo íd neophytos, op. cit. pp. 113-114;

para los pasajes correspondientes de la antigua versión latina, cf. WENGER,

nota 2, p. 170, y BOUHOT, op. cit. p. 34.

9. 1 Co 4:9: nótese cómo san Juan Crisóstomo usa eficazmente la

terminología deportiva, a pesar de sus frecuentes recriminaciones contra los

espectáculos y juegos.

10. Probable referencia a la idéntica expresión del Sal 44:8.

11. Lc 10:19.

12. Gn 3:14: la serpiente, como dirá poco después, es el arma (lit. "la

espada") del diablo.

13. La terminología metafórica del equino militar remonta claramente a Ef

6:14-17.

14. Para los acontecimientos de que se habla, cf. Ex 11:1-11; 12:21-25.

16. WENGER (nota 1, p. 160), pone justamente de relieve cómo en el relato

de Jn 19:33-34 se habla de que sale sangre y agua, no agua y sangre: la

inversión se debe, no a un error de san Juan Crisóstomo, que en otros

lugares cita con exactitud el pasaje, sino a las exigencias de su Catequesis,

según la cual el agua, esto es, el Bautismo, precede a la sangre, esto es, a la

Eucaristía (aquí definida con el término "misterios," familiar a san Juan

Crisóstomo y presente aun hoy día en la expresión "santo Sacramento").

17. Así es como se indica la humanidad de Cristo.

18. Tt 3:5.

19. Según WENGER (nota 2, p. 161), esta interpretación del nacimiento de

la Iglesia del costado de Jesús crucificado, como Eva del costado de Adán

(cf. Gn 2:21ss.) inspirará la interpretación análoga del Tract. 120 in Joh. (PL

35 1953) de san Agustín, quien conoció esta catequesis de san Juan

Crisóstomo en su texto original y en la antigua versión latina como ya se

indicó.

20. Gn 2:23.

21. La equivalencia "muerte" = "sueño," con su excepcional

mutación semántica, deriva coherentemente de la contraposición entre Cristo

y Adán, instituida por san Juan Crisóstomo: la innovación lingüística más

evidente nos la brindará el término "cementerio" lugar donde los muertos

duermen, a la espera de la resurreccion.

22. Sal 44:1.

23. Para esta precisión de san Juan Crisóstomo sobre la naturaleza del

pecado original, cf. la nota 8 de esta Catequesis.

24. Col 2:14.

25. Cf. Ex 1:13-14.

26. Para los hechos aludidos, cf. Ex 13:18ss.

27. Cf. Ex 34:29ss.

28. 2 Co 3:18.

29. Según WENGER (P. 165-166, notas I y 2, y p. 180-181, notas 3 y 4), san

Juan Crisóstomo está pensado en "el nuevo Moisés," esto es, Cristo.

30. "Exodo" con significado de "muerte" (cf. LAMPE, Lexicon, s. V).

31. Nm 12:3: sobre el valor superlativo del comparativo praóteros cf.

SCHWYZER, II, p. 185.

32. El término homoousios no puede referirse más que a Cristo, puesto

que estaba reservado para expresar la unidad de las personas divinas.

33. Cf. Ex 16:9ss.

34. Cf. Ex 17:1ss.

Octava Catequesis 1

"Del mismo, a los nuevos iluminados, y sobre el dicho del Apóstol: Si alguno está en Cristo, nueva creación es; lo viejo pasó; mira: todas las cosas son hechas nuevas" 2,

Alegría de la Iglesia por los nuevos bautizados

1. Hoy veo la asamblea más radiante que de costumbre, y a la Iglesia de Dios en el colmo del gozo por sus propios hijos. Porque, lo mismo que una madre amorosa, cuando ve a sus hijos formando corro en su derredor, se llena de gozo, salta de alegría y se deja llevar en alas del contento, así también esta madre espiritual, cuando mira sus propios hijos, se alegra y exulta, pues se ve a sí misma como ubérrimo campo, orgullosa de estas espigas espirituales. Y considera, querido, el exceso de la gracia, pues ya ves, ¡en una sola noche, cuántos hijos alumbró de una vez esta madre espiritual! 3. Y no te maravilles, porque así son los alumbramientos espirituales: no necesitan de tiempo ni de un período de meses.

2. ¡Ea pues, gocémonos también nosotros con ella y participemos de su alegría! Porque, si por un pecador que se convierte hay alegría en el cielo 4, mucho más conviene que nosotros, por tan gran muchedumbre, saltemos de gozo, nos alegremos y glorifiquemos al Dios de bondad por su insondable don. En efecto, la grandeza del don de Dios verdaderamente sobrepasa todo discurso. ¿Qué inteligencia, qué mente, qué razonamiento podrá comprender el exceso de bondad de Dios y la grandeza de los dones inefables con que ha agraciado a la naturaleza humana?

3. Efectivamente, los que ayer y anteayer, esclavos del demonio y sin confianza alguna, estaban bajo la tiranía del diablo y, como cautivos, andaban traídos y llevados de Ceca en Meca, mira, ¡hoy han sido admitidos en el rango de hijos de Dios y, tras desprenderse de la carga de los pecados y ponerse la vestidura real, compiten en resplandor casi con el mismo cielo, y apareciendo con una luz más fulgurante que estas estrellas que vemos, deslumbran la vista de cuantos los miran! Aquellas, efectivamente, brillan únicamente en la noche y nunca podrían brillar en pleno día. Éstos, en cambio, resplandecen por igual de noche y de día, porque son estrellas espirituales y rivalizan con la misma luz del sol, mejor aún, la sobrepasan en gran medida. Efectivamente, si Cristo el Señor se sirvió de esta imagen para mostrar el resplandor de los justos en el siglo futuro, cuando dijo: Entonces los justos resplandecerán como el sol 5, no fue para indicar que brillan solamente tanto, sino porque le era imposible hallar otro ejemplo sensible más brillante que el sol; por eso comparó con esta imagen la condición de los justos.

4. Así pues, abracemos también nosotros hoy a éstos, que pueden brillar más que las estrellas y rivalizan con el fulgor de los rayos del sol, y no nos limitemos a estrecharlos con estas manos corporales, sino también demostrémosles nuestro cariño con nuestro aliento espiritual y exhortémosles a reflexionar en el exceso de la generosidad del Señor y en el fulgor del vestido que han sido considerados dignos de llevar: Porque — dice — todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estéis vestidos 6, y así, que en adelante hagan y obren todo como quien tiene con él conviviendo a Cristo, el Creador de todo y Señor de nuestra naturaleza. Y cuando digo a Cristo, digo también al Padre y también al Espíritu Santo, pues, de hecho, Él mismo pronunciaba esta promesa: Si alguno me ama y guarda mis mandamientos, yo y mi Padre vendremos a él y haremos en él morada 7.

5. Este hombre, en adelante, aunque camine por la tierra, se comportará tal como si viviese en los cielos, con el pensamiento y la imaginación puestos en las cosas de arriba, y sin temor ya a las asechanzas del perverso demonio. Efectivamente, cuando el diablo vea semejante cambio y que los que anteriormente estaban bajo su dominio han sido elevados a tan gran altura y han sido considerados dignos de tanta bondad por parte del Señor, se marchará avergonzado, sin atreverse tan solo a mirar a la cara, porque no soporta los destellos que de allí emanan, antes bien, deslumbrado por la ráfaga de luz que de allí emiten, vuelve la espalda y se va.

6. Vosotros, por el contrario, los nuevos soldados de Cristo, los inscritos hoy en el censo de ciudadanos del cielo, los convidados a este festín espiritual y que estáis a punto de gustar la mesa real: demostrad un celo digno de la grandeza de los dones, y así os ganaréis de lo alto mayor abundancia de gracia. Efectivamente, nuestro Señor, bondadoso como es, en cuanto vea que somos agradecidos por los bienes ya otorgados y que hemos demostrado mucha circunspección en torno a la grandeza de los dones, nos prodigará la gracia y, por poco que contribuyamos nosotros, El por su parte nos honrará con mayores dones.

Pablo, modelo del nuevo bautizado

7. También Pablo, el maestro del universo, que primero perseguía a la Iglesia y, circulando por todas partes, arrastraba a hombres y mujeres 8, y todo lo confundía y perturbaba con las muestras de su inmenso furor, en cuanto gustó de la bondad del Señor y, deslumbrado por la luz inteligible, se desprendió de las tinieblas del error y fue conducido de la mano a la verdad y por medio del bautismo se lavó de todos sus pecados cometidos anteriormente, al instante y sin dejarlo al azar, el que antes todo lo hacía en favor de los judíos y asolaba a la Iglesia, se puso a confundir a los judíos que habitaban en Damasco, proclamando que el crucificado es el Hijo de Dios en persona 9.

8. ¿Has visto alma mejor dispuesta? ¿Ves cómo por medio de los hechos mismos nos muestra que también anteriormente había obrado por ignorancia? ¿Ves cómo por la experiencia misma de los hechos nos enseña a todos nosotros que con toda justicia se le consideró digno de la bondad de lo alto y se le introdujo de la mano en el camino de la verdad? Cuando Dios en su bondad ve, efectivamente, al alma bien dispuesta, pero extraviada por causa de la ignorancia, no la desprecia, ni la deja mucho tiempo sin su ayuda providente, al contrario, da pruebas de que aporta todo cuanto de Él depende, sin descuidar nada de cuanto pueda contribuir a nuestra salvación, con una sola condición: que nosotros mismos nos hagamos dignos de atraer con abundancia la gracia de lo alto, como hizo este bienaventurado Apóstol.

9. Efectivamente, como quiera que todo lo que hacía anteriormente lo hacía por ignorancia y, pensando que con su celo no hacía más que defender la Ley, se convertía en causa de perturbación y desorden para todos, en cuanto aprendió del mismo legislador que iba por camino contrario y que sin darse cuenta se estaba precipitando en los abismos, no lo retardó, no lo difirió, sino que inmediatamente, nada más iluminarle la luz inteligible, se constituyó en heraldo de la verdad, y los primeros que quiso conducir al camino de la piedad fueron aquellos mismos para quienes llevaba las cartas de parte de los sumos sacerdotes, según él mismo decía en su arenga a la muchedumbre judía: Como también el sumo sacerdote me es testigo, y todo el colegio de los ancianos, que habiendo yo recibido de ellos cartas, me dirigía hacia Damasco en busca de los sumos sacerdotes, con la intención de poder traer presos a Jerusalén a cuantos allí estaban 10.

10. ¿Le viste furioso como un león y dando vueltas por todas partes? 11. Míralo de nuevo mudado repentinamente en manso cordero, y al que antes de esto apresaba, arrojaba en las cárceles y acosaba y perseguía a todos los creyentes en Cristo, de repente, míralo descolgado por el muro en una espuerta, por causa de Cristo, para escapar a las asechanzas de los judíos. Míralo en otra ocasión enviado a Cesárea durante la noche y de allí remitido a Tarso, para evitar que la furia de los judíos lo despedazase 12. ¿Ves qué cambio, querido? ¿Ves qué transformación la suya? ¿Ves cómo en cuanto gustó la generosidad de lo alto, él contribuyó largamente con cuanto estaba en su mano, a saber: el celo, el fervor, la fe, el valor, la paciencia, la nobleza de alma, la voluntad impávida? Por esta razón fue también considerado digno de mayor apoyo de arriba, y de ahí que, escribiendo, dijera: Yo he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo 13.

11. Imitad a éste, os lo suplico! También vosotros, los que ahora habéis sido considerados dignos de entrar bajo el yugo de Cristo y habéis gustado la adopción filial, y ya inmediatamente, desde el comienzo, demostrad un fervor y una fe en Cristo tan grandes como para atraer sobre vosotros de arriba una gracia mayor, hacer más resplandeciente el vestido que os han regalado y gozar de más abundante benevolencia de parte del Señor. Efectivamente, si a pesar de no haber hecho todavía ni una sola obra buena, antes bien, estando cargados con tantos pecados, él, imitando su propia bondad, os consideró dignos de tan grandes dones — pues no solamente os libró de los pecados y os justificó con su gracia, sino que también os hizo santos y os dio la adopción filial —, pues se anticipó regalándonos tantos dones, con tal que vosotros os apresuréis, después de tantos dones, a contribuir con cuanto esté en vuestra mano, y junto con la guarda de lo ya recibido, demostréis rigor en la conducta, ¿cómo no vais a ser considerados dignos otra vez de mayor generosidad?

El bautismo como nueva creación

12. 2Cor 5:17: Escuchaste hoy al bienaventurado Pablo, el padrino de boda 14 de la Iglesia, que, escribiendo, decía: De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es 15. Para que no pensemos que lo dicho se refiere a esta creación sensible, señaló esta condición: Si alguno está en Cristo; con ello nos enseña que, si alguno se pasa a la fe en Cristo, nos muestra una nueva creación. Porque, dime, ¿qué provecho puede haber en ver un cielo nuevo y nuevas las demás partes de la creación? ¿Tanto como ganancia en ver a un hombre pasar del vicio a la virtud y del error a la verdad? Pues a esto, efectivamente, llamaba nueva creación aquel bienaventurado, y por eso añadió en seguida: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 16; con ello nos daba a entender más o menos que, después de despojarse como de un vestido viejo de la carga de los pecados por medio de la fe en Cristo, los recién liberados del error e iluminados por el sol de justicia se ponían este nuevo y resplandeciente vestido y túnica de reyes. Por esto decía: Si alguno está en Cristo nueva creación es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas!

13. Efectivamente, ¿cómo no van a ser nuevas e inimaginables, cuando el que ayer y anteayer estaba entregado a la molicie y a la glotonería de golpe abraza la continencia y la vida frugal? ¿Como no van a ser nuevas e inimaginables todas las cosas, cuando el que antes era un libertino y se consumía en los placeres de la vida presente, de pronto se hace superior a sus pasiones y, como si no estuviese revestido de un cuerpo, así se pone a conquistar la templanza y la castidad?

14. ¿Ves cómo lo ocurrido es realmente nueva creación? En efecto, la gracia de Dios sobrevino, remodeló y transformó las almas, y las convirtió en otras diferentes de las que eran, no cambiando su esencia, sino transformando su voluntad y no dejando que en adelante el tribunal de los ojos de la mente juzgue contrariamente a la realidad 17: como quien quita una legaña de los ojos, les permitió ver con exactitud la fealdad y disformidad del vicio y la mucha belleza y resplandor de la virtud.

15. ¿Ves cómo el Señor cada día obra una nueva creación? Porque, dime, ¿qué otro hubiera persuadido a un hombre que con frecuencia consumía toda su vida en los placeres de la vida y que adoraba a las piedras y a la madera 18 por creerlas dioses, a que de repente se lanzase a tal altura de virtud que pudiera, de una parte, despreciar y mofarse de todo aquello y ver piedras en las piedras lo mismo que madera en la madera, y de otra, adorar al creador de todas las cosas y preferir la fe en él a todos los bienes de la vida presente?

16. ¿Ves cómo se llama nueva creación a la fe en Cristo y al regreso a la virtud? Por tanto escuchemos todos, os lo suplico, los que fuimos iniciados antes y los que acaban de gustar la generosidad del Señor, la exhortación del Apóstol, que dice: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! y olvidados de todo lo anterior, transformemos nuestra propia vida, como ciudadanos de un nuevo régimen de vida, y con el pensamiento clavado en la dignidad del que mora en nosotros, hablemos y obremos consecuentemente en todo.

El resplandor del nuevo bautizado

17. Efectivamente, si los hombres que reciben cargos mundanos y que muchas veces llevan sobre el vestido que los envuelve la marca de las imágenes imperiales, gracias a la cual aparecen dignos de crédito ante los demás, nunca se permitirían obrar lo que fuese indigno de ese vestido con las insignias imperiales; y si alguna vez lo intentasen ellos, tienen a muchos que se lo impedirían; e incluso si otros quisieran maltratarlos a ellos, el vestido que llevan puesto les aportaría suficiente seguridad para no sufrir nada desagradable, con mucha mayor razón es justo que quienes tienen a Cristo viviendo no sobre el vestido, sino sobre el alma, y con Él a su Padre y la presencia del Espíritu Santo, den pruebas de tener gran seguridad, y por su cabal conducta evidencien ante todos su personal condición de portadores de la imagen imperial.

18. Lo mismo, efectivamente, que aquellos, al mostrar sobre el vestido a la altura del pecho las imágenes imperiales, se ponen en evidencia ante todos, así también nosotros, los que de una vez por todas fuimos revestidos de Cristo y considerados dignos de tenerlo morando en nosotros, si de verdad le queremos, mediante una vida perfecta, incluso callando, podremos mostrar a todos la fuerza del que mora en nosotros. Y de la misma manera que ahora el despliegue de vuestro indumento y el brillo de las vestiduras atraen todas las miradas, así también, y para siempre, con tal que lo queráis y conservéis el resplandor de vuestra regia vestimenta, podréis con mucha más exactitud que ahora, por medio de una conducta según Dios y muy cabal, atraeros a todos los que os miran a un mismo celo y a la glorificación del Señor.

19. Por esta razón, indudablemente, decía Cristo: Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 19. ¿Ves cómo exhorta a que alumbre la luz que hay en nosotros, no a través de los vestidos, sino mediante las obras? En efecto, al decir: Alumbre vuestra luz, añadió: Para que vean vuestras buenas obras. Esta luz no se detiene en los límites de los sentidos corporales, sino que ilumina las almas y las mentes de los que miran, y tras disipar la tiniebla de la maldad, persuade a los que la reciben a que alumbren con luz propia e imiten la virtud.

20. Alumbre — dice — vuestra luz delante de los hambres. Y dijo bien: delante de los hombres. "Vuestra luz — dice — sea tan grande que no solamente os ilumine a vosotros, sino que alumbre también delante de los hombres que necesitan abundancia de ella." Por consiguiente, como esta luz sensible ahuyenta la oscuridad y hace que caminen recto los que han tomado este camino sensible, así también la luz espiritual que proviene de la óptima conducta ilumina a los que tienen la vista de la mente enturbiada por la oscuridad del error y son incapaces de ver con exactitud el camino de la virtud, limpia la legaña de los ojos de sus mentes, los guía hacia el buen camino y hace que en adelante marchen por el camino de la virtud.

21. Para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. "Vuestra virtud — dice —, vuestra exactitud en la conducta y el éxito de vuestras buenas obras excite a los que os ven a glorificar al común Señor de todos." Así pues, cada uno de vosotros, os lo suplico, ponga toda su diligencia en vivir con tal exactitud que eleve hasta el Señor la alabanza de todos los que os miran.

22. Por esta razón también aquel bienaventurado imitador de Cristo y maestro de la conducta óptima, que recorría el mundo y todo lo hacía por salvación de los hombres, decía escribiendo: Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 20, casi como exhortándonos diciendo: "Te quitaste el viejo vestido y tomaste el nuevo, que tiene un resplandor tan grande que puede rivalizar con los rayos del sol: mira cómo te las arreglas para que puedas conservar con ese mismo brillo la belleza del vestido." Efectivamente, mientras aquel malvado demonio, enemigo de nuestra salvación, vea que este nuestro vestido espiritual sigue resplandeciente, no osará ni siquiera acercarse, pues tanto teme él su resplandor: le ciega el fulgor que de allí salta.

23. Por eso, os lo suplico, ya desde los mismos comienzos, presentad la lucha sin cuartel y mostrad la intensidad del resplandor haciendo por todos los medios que la belleza de este vestido sea más luminosa y más refulgente. Y que de nuestra lengua no salga una sola palabra vana y sin más, antes bien, examinemos primero si tiene alguna utilidad y si puede ofrecer a quienes la oigan alguna edificación, y aun entonces profiramos las palabras con mucho temor, como si a nuestro lado tuviéramos a alguien escribiéndolas, sin olvidar lo dicho por el Señor: Mas yo os digo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio 21.

24. Por consiguiente, que tampoco se dé entre vosotros conversación de cosas terrenas, inútil y sin provecho, porque hemos escogido para en adelante una vida nueva y diferente, y conviene que obremos en consecuencia con esta vida, para no hacernos indignos de ella. ¿No veis en los cargos terrenales cómo a los que se afanan por formar parte de lo que ellos llaman Senado las leyes humanas les impiden realizar algunas acciones que a los demás se les permiten con toda libertad? Pues de la misma manera lo justo sería que vosotros, los recién iniciados, y nosotros, los que de antes fuimos considerados dignos de esta gracia, inscritos como estamos una vez por todas en el Senado espiritual, no tuviéramos ya parte en las mismas obras que los demás, sino que diéramos pruebas de rigor en la lengua y de limpieza en la mente, y educáramos cada uno de nuestros miembros para que no emprendan obra alguna que no reporte al alma gran provecho.

25. ¿De qué estoy hablando? De que la lengua se ocupe únicamente de himnos, de glorificación, de lectura de las divinas palabras y de conversaciones espirituales, pues dice: Si sale alguna palabra buena, sea para edificación, para que dé gracias a los oyentes. Y no contristéis al Espirita Santo de Dios, con el cual estéis sellados 22. ¿Ves? El no hacer lo dicho tiende a contristar al Espíritu Santo. Por esta razón, os lo suplico, pongamos todo nuestro empeño en no obrar nada que contriste al Espíritu Santo, y si hemos de salir, no busquemos afanosos las reuniones perjudiciales, ni los encuentros insensatos y llenos de boberías, sino al contrario, ante todo, que nada nos sea más preferible que las casas de oración y que las reuniones donde se conversa sobre temas espirituales.

26. Y todo cuanto nace de nosotros que vaya impregnado del mayor decoro, pues dice: El atuendo del hombre, su risa y su andar delatan lo que él es 23. En efecto, el semblante externo podría muy bien ser clara imagen de la disposición del alma, pero su belleza la pone de manifiesto muy particularmente el movimiento de los miembros. Y si caminamos por la plaza, sea tal nuestra andadura y dé pruebas de tanta serenidad y aplomo que todos cuantos nos encuentren se vuelvan a contemplarnos. Que el ojo no parezca ser un azogue ni los pies trastrabillen; que la lengua profiera las palabras con sosiego y suavidad, y en fin, que todo nuestro exterior revele la belleza del alma que está dentro, y que en adelante nuestra conducta resulte extraña y cambiada, puesto que nuevo y extraño es lo que hemos comenzado, como muestra el bienaventurado Pablo cuando dice: Si alguno está en Cristo, nueva creación es 24.

27. Y para que aprendas que es nuevo e inimaginable lo que nos han dado, los que antes de esto éramos más despreciables que el barro y, por así decirlo, nos arrastrábamos por tierra, de repente nos tornamos más resplandecientes que el oro y cambiamos la tierra por el cielo. Y ésta es la razón de por qué son espirituales todos los dones que se nos han hecho. Efectivamente, espiritual es nuestro vestido, espiritual nuestra comida y espiritual nuestra bebida. La consecuencia es que en adelante, también nuestras obras y todas nuestras acciones deberían ser espirituales. Éstas son efectivamente fruto del Espíritu, como dice también Pablo: Mas el fruto del Espirita es: amor, alegría, paz, entereza de ánimo, agrado, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley 25, dice. Con razón habló así, pues quienes se esfuerzan por lograr la virtud están por encima de la ley, y no sujetos a ella, pues dice: La ley no está puesta para el justo 26.

28. Luego, después de explicarnos el fruto del Espíritu, añadió: Y los que son de Cristo crucificaron su carne con sus pasiones y concupiscencias (Ga 5:24) 27, como quien dice: la incapacitaron para obrar el mal, la redujeron a objeto inerte, la vencieron de tal modo que podía estar por encima de las pasiones y apetitos. Esto es, efectivamente, lo que Pablo quería significar cuando dijo: crucificaron. Lo mismo que el que está clavado en la cruz y horadado con aquellos clavos, molido por los dolores y, por así decirlo, traspasado de parte a parte, nunca podría ser perturbado por el apetito carnal, al contrario, tiene desterrados toda pasión y todo apetito, porque el dolor no deja sitio alguno para las pasiones, así también los que se han consagrado a Cristo: de tal modo se han clavado a él y se han reído de las necesidades corporales que es como si se hubiesen crucificado a sí mismos con sus pasiones y apetitos 28.

29. Así pues, nosotros, los que ya somos de Cristo, nos hemos revestido de Él y hemos sido considerados dignos de su comida y de su bebida espirituales, regulemos nuestras propias vidas como corresponde a quienes nada tienen en común con las realidades de la vida presente. En efecto, nos hemos empadronado en otra ciudad, en la Jerusalén de arriba. Por eso, os lo suplico, presentemos obras dignas de aquella ciudadanía, para que, bien porque por ellas practicamos la virtud, bien porque por ellas invitamos a los demás a glorificar al Señor, podamos atraernos abundante benevolencia de lo alto. Porque, cuando nuestro Señor es glorificado, Él por su parte también derrama con gran abundancia entre nosotros sus propios dones, como quien ha aceptado nuestros buenos sentimientos y sabe que no deposita sus propios beneficios en manos desagradecidas e injustas.

30. Sé que hice largo el sermón. Perdonadme, sin embargo, el gran cariño que os tengo fue extendiendo y alargando nuestra instrucción. Y es que, al ver vuestra riqueza espiritual, y porque conozco la furia del perverso demonio y que ahora sobre todo es cuando necesitáis el apoyo y la vigilancia, por eso os exhorté a que cada día permanezcáis sobrios, estéis despiertos y demostréis vuestra continua vela y vigilancia en torno de vuestro tesoro espiritual, para que el enemigo de nuestra salvación no pueda encontrar ni un solo resquicio.

31. Así pues, los pactos que hicisteis con el Señor y que escribisteis, no con tinta ni en papel, sino con la fe y la confesión 29, guardadlos firmes e inconmovibles. Y esforzaos por permanecer durante todo el tiempo de vuestra vida con el mismo resplandor. Porque es posible, efectivamente, con tal de querer nosotros contribuir continuamente con nuestra parte, no sólo mantener el mismo resplandor, sino también hacer que sea más rutilante el ámbito de estos nuestros vestidos espirituales, puesto que el mismo Pablo, después de la gracia del bautismo, cuanto más avanzaba el tiempo, tanto más brillante y refulgente se mostraba, pues la gracia florecía en él.

32. Por consiguiente, esforcémonos también nosotros por examinar cada día con cuidado este nuestro radiante vestido, no sea que coja alguna mancha o arruga 30; pero hagamos un examen constante hasta de las faltas que se tienen por pequeñas, para que así podamos evitar los grandes pecados. Efectivamente, si comenzamos por desdeñar algunos fallos como insignificantes, y seguimos andando por este camino, en breve tiempo llegaremos a las grandes caídas. Por esta razón os exhorto también a que siempre traigáis en la mente el recuerdo de estos pactos y constantemente rehuyáis el contagio de todo aquello a que renunciasteis, quiero decir, de las pompas del diablo y de todos los demás artificios del Maligno, y a que guardéis íntegros los pactos con Cristo, para que, sacando continuo provecho de estos festines espirituales y fortalecidos con esta comida 31, os hagáis invulnerables a las asechanzas del diablo.

33. Y con la perfección de vuestra conducta, os atraeréis de parte del Espíritu una gracia tan grande como para hacer que también vosotros seáis inexpugnables, que la Iglesia de Dios salte de gozo y se alegre por vuestro progreso, que el Señor de todas las cosas sea glorificado, y todos nosotros seamos considerados dignos del reino de los cielos, por la gracia, las misericordias y la bondad del mismo Hijo unigénito y Señor nuestro Jesucristo, por el que se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Según WENGER (Introd., p. 41ss.), el grupo constituido por esta octava

Catequesis y por las cuatro Catequesis postbautismales siguientes habría

sido compuesto por la misma época, o sea, en la semana de Pascua del

año 390, Y podría distribuírselas así: la octava, el domingo o el lunes (Id. pp.

182-199); la novena, el martes (Id. pp. 200-214); la décima, el miércoles (Id.

pp. 215-228); la undécima, el viernes (Id. pp. 229-246), Y la duodécima, el

sábado (Id. pp. 247-260).

2. 2 Co 5:17: la cita en el título probablemente remonta al mismo

Crisóstomo.

3. Al estar reservado el bautismo para la noche pascual, se comprende

fácilmente que fuera grande el número de neófitos.

4. Cf. Lc 15:7.

5. Mt 13:43.

6. Ga 3:27.

7. Cf. Jn 14:23 y la nota 21 de la quinta Catequesis.

8. Cf. Hch 8:3.

9. Cf. Hch 9:22.

10. Cf. Hch 22:5.

11. Cf. I P 5:8.

12. Cf. Hch 9:25-30.

13. 1 Co 15:10.

14. Nymphayogós — término frecuente en san Juan Crisóstomo — era el que

conducía a la esposa en el cortejo nupcial; del correspondiente latino derivó

en castellano antiguo "paraninfo."

15. 2 Co 5:17.

16. Ibid.

17. Sobre la dificultad de estas expresiones, véase WENGER, nota 2,p.

190.

18. Esto es, a los ídolos, fabricados generalmente con esos materiales.

19. Mt 5:16.

20. 2 Co 5:17.

21. Me 12:36.

22. Ef 4. 29-30.

23. Si 19:27.

24. 2 Co 5:17.

25. Ga 5:22-23.

26. 1 Tm 1:9.

27. Ga 5 24.

28. Nótese la original valoración positiva del dolor en la más dramática

forma de la crucifixión y su consideración como medio indispensable para

dominar las pasiones y ser dueños de si mismos.

29. La fe señala las disposiciones internas; la confesión, la exteriorización

de esas disposiciones, según explicó en la Catequesis. V, 19 (cf. WENGER,

op. cit. nota 2 de la p. 198).

30. Probable alusión a Ef 5:27.

31. Festines y comida: clara alusión a la Eucaristía.

 

Novena Catequesis 1

"Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los nuevos iluminados."

1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de la santa Cuaresma, con todo, nos desprendamos de su recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal esta exhortación. Porque no digo esto para obligaros a ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del verdadero ayuno. Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos abstenemos de los pecados. Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra carrera hacia la virtud. Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados, convenzámonos y obremos así.

2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante más fácil, porque, durante aquel ayuno — el de la abstención de alimentos, quiero decir — oía yo a muchos afirmar que soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con ellos. Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado, y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida. Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado. Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la glotonería y de la mucha pereza. Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia.

3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma, así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes, ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y arruinan la salud del alma. Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin contemplaciones. Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados.

4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois, después de nuestra exhortación no os vais a permitir el sobrepasar los límites de lo necesario. Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se produce sin vino, ya que ésta es aún más grave. Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os embriagáis, y no de vino! Is 29:9 2. ¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón. Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida de la conciencia.

5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las personas? Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también los que se encolerizan y son asaltados por el furor. Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace comprender la demencia de esta pasión fatal?

6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición que los locos. Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo de la maldad, se ve envuelto en males incurables. Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4.

7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en claro que también es posible embriagarse de otras maneras? Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino? Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se nos convierte en causa de todos los males. En el cual — dice — está la perdición, esto es, por medio del cual perdemos la riqueza de la virtud.

8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender, intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos que emplea. Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema. Así son también los que caen presa de la embriaguez del vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos, anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso, todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces, sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de todo escrúpulo y de toda conciencia.

El peligro de la embriaguez

9. En efecto, el que se embriaga no sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que, como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en par y destrozada por las funestas pasiones. Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de que se hace burla. La embriaguez es un demonio voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la carne. Efectivamente, al que está atormentado por el demonio, muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio, mientras esto es insidia de los propios pensamientos

10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo víctima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores. Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo, sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por su boca y yace abandonado en peores condiciones que un cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de risa.

11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál es el principal de los males? Porque, después de tener dichas tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se embriaga se hace extraño al reino de los cielos. Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los cielos 5. Pero quizá alguien diga: "Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras, los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del Reino?" Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros, sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo podrá ya tener?

12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes, ¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras divinas el que no es sobrio ni está vigilante. Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros quiero también instruir a los demás, y porque quiero que vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a ser presos de esta pasión.

13. Y es que los tales podría decirse que son más irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo: los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y agravar así su propio naufragio. Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.

14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros mismos, sino también por la salvación de los demás. Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro 6, y de nuevo: Edificios mutuamente 7. Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que también el que es miembro tuyo se vea libre del daño consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es glorificado, todos los miembros a una deben congratularse 8.

15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces, efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados, aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al género humano como una especie de freno, al condenar al hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran preocupación por nuestra salvación.

Los judíos y la dejadez

16. Continuamente, en efecto, necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho, por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto. Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y estuvieron seguros, después de verse libres de la dura esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les había conferido. Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y coceó 9.

17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de aquellos inimaginables milagros — la travesía del mar, el desastre de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná — y aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación, echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te sacaron de la tierra de Egipto 10. ¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados, entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba, entonces le buscaban 11.

18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos y de los insensibles judíos. Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro esfuerzo en la salud de nuestra propia alma. Y muy particularmente vosotros, los que recientemente fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de todas las cosas! Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue perseguidor, pero después apóstol.

Pablo y Simón Mago

19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo mucho más grande según fue pasando el tiempo. Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la gracia de Dios. Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los medios había guerreado contra la causa de la piedad, en cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a los ingratos judíos, y fue descolgado en un serán por una ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los furiosos judíos. ¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante?

20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no solamente podréis ser llamados "nuevos iluminados" para dos, tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida. Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un "nuevo iluminado," así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia.

21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón 13.

22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad por parte del Señor. Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y vence a nuestro razonamiento. Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido del rey del universo. Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo. Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual, porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los dones que Dios te ha dado.

23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas. Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple particular y le separa del mando. Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas — quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del Espíritu —, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar! ¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad aumentará una vez más los dones que de Él vienen!

Necesidad y posibilidad de continua conversión de los bautizados

24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte.

25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra circunstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión.

26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por todos los medios en conservar puro vuestro vestido. En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que, por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho para poder limpiaros la mancha sobrevenida. No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de escarmiento a vosotros.

27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes, limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que puede acercarse. Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas, sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará, sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto miles de veces. Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado, percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe que intenta lo imposible.

28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este don, para que podamos regresar a la primera belleza y purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua

del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis

octava).

2. Cf. Is 29:9.

3. Si 1:22 (Vulg. 28).

4. Ef 5:18.

5. 1 Co 6:9-10.

6. 1 Co 10:24.

7. 1 Ts 5:1 1.

8. 1 Co 12:25-26.

9. Dt 32:15.

10. Cf. Ex 32:4.

11. Sal 78:34.

12. Cf. 2 Co 11:33; Hch 9:22-25.

13. Cf. Hch 8:22.

14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el

bautismo pero descuidaron la gracia.

15. Cf. Ef 5:27.

 

Décima Catequesis 1

"Del mismo. Reproche a los que abandonan la asamblea y se van a las carreras de caballos y a los espectáculos, y qué cuidado conviene tener de los hermanos negligentes. Y también a los nuevos iluminados."

Dolor y reprimenda a los que prefieren los espectáculos a la Iglesia

1. ¡De nuevo las carreras y los espectáculos satánicos, y nuestra asamblea menos numerosa! 2. Por esta razón yo, temeroso de la negligencia que deriva de la relajación y de la despreocupación, me adelanté exhortando y rogando a vuestra caridad que no dilapidaseis la riqueza acumulada a fuerza de ayuno y que no os infligieseis la ruina que deriva de los espectáculos satánicos. ¡Y por lo visto, de nada sirvió mi exhortación! Ahí tenéis, efectivamente, algunos de los que habían escuchado nuestra enseñanza: hoy se dejan arrastrar, abandonan esta audición y han corrido allá, y de un solo envite han arrojado de su mente todo: el recuerdo de la santa Cuaresma, la fiesta salvadora del día de la Resurrección, la tremenda e inefable comunión de los divinos misterios, la continuidad de nuestra enseñanza.

2. Así pues, dime, ¿con qué ánimo voy yo a comenzar la instrucción de costumbre, cuando veo que ningún provecho sacan de lo que yo digo, más aún, cuando veo que cuanto más se alarga mi instrucción, tanto más por decirlo así, aumenta su despreocupación, lo que también acrecienta nuestro dolor y a ellos les agrava la condena? Mejor dicho, no solamente se acrecienta nuestro dolor, sino también nuestro desánimo. Efectivamente, como el labriego, cuando ve que su tierra, después de tantos trabajos y fatigas, no produce nada digno de tales trabajos, sino que imita a la piedra estéril, él se vuelve más remiso a la hora de labrarla, porque ve que se mata inútilmente a trabajar, así también el maestro: cuando ve que, después de su gran desvelo y continua enseñanza, los discípulos se mantienen en la misma pereza, ya no puede proseguir su enseñanza espiritual con la misma disposición de ánimo, por más que, en este caso, la despreocupación de los oyentes no hace que sea menor la recompensa de sus trabajos.

3. En efecto, no todo lo que puede observarse en la tierra ocurre igualmente en la enseñanza espiritual. Allí, por ejemplo, cuando la tierra le defrauda, el labrador se vuelve a casa con las manos vacías, sin poder hallar un mínimo de consuelo para sus penas. Aquí en cambio, ocurre justamente lo contrario: por más que los discípulos persistan en la misma desgana y aunque nadie se aproveche de lo que se ha dicho; el maestro, si ha cumplido todo lo que a él le correspondía hacer, cosechará con abundancia las recompensas de los trabajos, porque Dios, en su bondad, no recorta los salarios de los trabajos por culpa de la injuria de aquellos, antes bien, escuchen o no escuchen, Él ofrece su abundante remuneración.

4. Mas, como quiera que nosotros no miramos únicamente si los salarios y las remuneraciones permanecen íntegros, sino que también nos preocupamos muchísimo de vuestra ganancia y de vuestro provecho, pues consideramos detrimento nuestro vuestra injuria, por esta razón también contamos con que nuestra alegría se vea menoscabada, sobre todo cuando pensamos que esto mismo es causa de mayor condena para cuantos después de esta exhortación persistan en la misma negligencia, sin querer aprovecharse de la continuidad de la enseñanza.

5. Precisamente lo que Cristo decía refiriéndose a los judíos: Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; mas ahora no tienen excusa de su pecado 3, le viene al dedillo a lo que estamos diciendo refiriéndonos a los que en vez de esta concurrencia prefieren los pasatiempos de fuera, las pandillas perniciosas, las carreras de caballos y los espectáculos del diablo. Si no os hubiéramos hecho anticipadamente tanta exhortación instruyendo durante todo el tiempo, invitándoos cada día con nuestra constante enseñanza y nuestro estímulo, como a niños pequeños, a seguir el camino de la virtud, mostrándolas la ruina que es la maldad, y excitándoos a rectificar las caídas anteriores; si, repito, no nos hubiéramos adelantado haciendo todo esto, quizá se les pudiera juzgar dignos de perdón.

6. Pero ahora, ¿qué disculpa tendrán? ¿Quién les otorgará perdón cuando, no solamente se perjudican a sí mismos con su gran incuria, sino que también son ocasión de escándalo para los demás, y cuando ni siquiera el anciano toma en consideración sus muchos años, ni su próximo fin, ni la magnitud del peso de los pecados cometidos, sino al contrario, cada día aumenta sus faltas y se convierte con su edad 4 en maestro de negligencia para los jóvenes? Porque, dime, ¿cómo podrá ese tal corregir la negligencia del niño y hacer entrar en razón al joven desordenado, Si él mismo no se ha vuelto juicioso a pesar de su edad y, habiendo de dar cuentas, no sólo de su propia conducta, sino también de la de aquellos otros que le tuvieron de maestro de negligencia, ni aun así se abstiene de esta perversa costumbre?

7. Efectivamente, de la misma manera que quien practica la virtud no sólo espera las recompensas por sus propios trabajos, sino que también recoge como fruto la paga del provecho causado en los demás, por haber llevado a muchos a ser émulos e imitadores de su propia virtud, así también los que practican el mal tienen que someter a juicio cuentas más severas por haber sido también para los demás motivo de negligencia. Pues, ¿qué reprocharemos en adelante a los jóvenes, si los viejos andamos descarriados en tan gran negligencia y no hemos escuchado el aviso del Apóstol, que dice: No seáis tropiezo para los judíos, ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios 5?

Exhortación a dar en todo gloria a Dios

8. ¿Ves el consejo que brotó de las entrañas del Apóstol? Porque él estaba lleno de temor y temblor por los que podían ser perjudicados por obra de nuestra negligencia, y porque sabía que no es pequeño el peligro para quienes fomentan la negligencia de los otros. Por esta razón, exhortando también a otros a que en todo tuvieran la preocupación de la virtud, decía: Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios 6. Fíjate bien, te lo ruego, en la exactísima exhortación: Todo cuanto emprendáis y obréis, dice, que tenga esta raíz y esta motivación: tender a la gloria de Dios; y que de ti no proceda obra alguna sin esta motivación. Así pues, ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa hacedlo todo para gloria de Dios.

9. ¿Y cómo es posible — dice — eso de comer y beber para gloria de Dios? Cuando sentado a la mesa das gracias al Señor; cuando reconoces al proveedor; cuando no introduces una conversación terrenal, sino que, satisfecha con mucha templanza la necesidad corporal y habiendo evitado la inmoderación y la glotonería, te levantas y das gracias al que proporciona el alimento para nuestra subsistencia, entonces has hecho todo para gloria de Dios. Pues dice: Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo para gloria de Dios.

10. Contempla cómo en la brevedad de esta sentencia abarcó toda nuestra vida. Efectivamente, cuando dijo: Ya hagáis cualquier otra cosa, en una sola expresión encerró todo nuestro vivir, pues él quería que nosotros practicáramos en todo momento las obras de la virtud sin poner la mira en la gloria humana. Y no sólo eso, sino que, al decir: Ya hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios, también nos quiere dar a entender otra cosa: abstenerse por completo de las obras malas y no hacer nada que no dé gloria a nuestro común Señor de todos. Por tanto, si practicamos la virtud, antes que nada miremos de conseguir la alabanza que únicamente viene de Dios, y no tengamos para nada en cuenta el aplauso que viene de los hombres. Y si somos negligentes, que nos espante y nos baje los humos del pensamiento aquel juicio incorruptible, la llegada de aquel día terrible y el hecho de que nuestras acciones tiendan a la blasfemia contra Dios. En realidad, lo mismo que respecto a los que practican la virtud dice: Yo glorificaré a los que me glorifican 7, así también escucha tú de nuevo al profeta, que dice: ¡Ay de vosotros, pues por causa vuestra mi nombre es blasfemado entre las naciones! 8,

11. ¿Estás viendo cuánta indignación la de esta palabra? Pero, ¿cómo es posible glorificar a Dios ? Viviendo para gloria de Dios y haciendo así que nuestra vida alumbre, como decía también en otra ocasión: Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 9. Efectivamente, nada como una conducta óptima hace que se glorifique a nuestro Señor. Por ejemplo, de igual manera que la luz del sol ilumina con sus propios rayos los semblantes de los que la miran, así también la virtud, al atraer a todos los que la miran y hacer que la contemplen, mueve también a los espíritus rectos a que glorifiquen al Señor. Por consiguiente, todo lo que hacemos, hagámoslo de tal manera que a cada uno de los que nos ven podamos moverlos a glorificar a Dios: Ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.

12. ¿Un ejemplo? Si alguna vez quieres alternar con alguien, no te afanes en cultivar el trato de los potentados y famosos según el mundo, sino el de los atribulados, de los desgraciados, de los prisioneros, de los abandonados por todos y de los que no saben lo que es un solo consuelo. Tú aprecia sobremanera la compañía de éstos, pues por ellos recibirás mucha ganancia, serás más amante de la virtud y obrarás todo para la gloria de Dios. Y si debes hacer visitas, prefiere con mucho los huérfanos, las viudas y los que viven en mucha penuria, a los que están en la plenitud de la gloria y de la fama. Porque es Él mismo quien tiene dicho: Yo soy el padre de los huérfanos y el juez de las viudas 10; y de nuevo: Juzgad en derecho al huérfano, haced justicia a la viuda; venid aquí, y discutamos, dice el Señor 11.

13. Y si quieres simplemente presentarte en la plaza, acuérdate de la exhortación del Apóstol, que dice: Ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No malgastes el tiempo en compañías inútiles y perjudiciales, antes bien, apresura tu carrera hacia la casa de Dios, para que el cuerpo y el alma reciban juntos el máximo provecho. Y si conversamos con algunos, hagámoslo con mucha ecuanimidad y mansedumbre, y no dejemos que se desarrollen conversaciones terrenales y nada útiles, antes bien, hagamos que se converse de cuanto pueda aprovechar a los que escuchan y librarnos a nosotros de todo reproche.

Gravedad del escándalo y deber de la corrección fraterna

14. No he removido estas cosas delante de vuestra caridad sin más, sino para que sepáis cuánta precaución se necesita, si en algo queremos preocuparnos por nuestra salvación, y de qué condena tan grande son dignos los que, en vez de esta asamblea de aquí y de esta enseñanza espiritual, prefieren los pasatiempos de fuera, las inútiles y perjudiciales compañías, las carreras de caballos y los satánicos y funestos espectáculos, y desoyen al bienaventurado Pablo cuando dice: No seáis tropiezo para los judíos, ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios 12.

15. Pues bien, ¿qué perdón les queda a estos tales? ¿Qué disculpa, cuando el cristiano que participa de esta enseñanza de aquí y que gusta los terribles e inefables misterios cohabita con el judío y el pagano y disfruta con las mismas cosas con que éstos se deleitan? ¿Cuándo, dime, podremos en adelante reconducir a este descarriado a la verdad, y atraer a la piedad a quien tan desganado está? ¿Cómo no va a convenir que nosotros digamos a estos tales justamente lo que el bienaventurado Pablo decía a los que en Corinto entraban en los templos de los ídolos después de haber recibido la palabra de la piedad? Dice: Si te ve alguno, a ti que tienes ciencia, sentado a la mesa de un templo de ídolos... 13.

16. Nosotros, sin embargo, modificándolo algún tanto, diremos: "Si alguno te ve, a ti que tienes el conocimiento de la piedad, pasándote la jornada entera en esas inútiles y perniciosas compañías, por ser él débil, ¿no va a ser inducida su conciencia a perseguir con más ardor tales cosas?" Efectivamente, lo que aquel bienaventurado Apóstol decía cuando intentaba retener a los que, después de conocer la piedad, atolondradamente se iban a los ídolos y eran causa de escándalo para los demás, esto mismo diremos también nosotros ahora — ¡y muy atinadamente! — a los que corren hacia aquellas inicuas juntas y prefieren los pasatiempos de fuera a esta reunión de aquí.

17. ¿ Pero qué sacamos en limpio de tantos y tan graves reproches, cuando los que han de dar cuentas ni escuchan ni están presentes a lo que decimos? Pues bien, ni aun así nuestra exhortación será inútil. Efectivamente, gracias a vuestra comprensión, es posible que ellos se enteren de todo esto con exactitud, y que rehuyan el cebo del diablo y vuelvan al alimento espiritual. Así hacen también los médicos. En efecto, cuando visitan a los enfermos no conversan solamente con ellos sobre los cuidados, sino también con los sanos allí presentes, y dan todas las órdenes a los parientes del enfermo, y después de haber encomendado a éstos el cuidado de todo y de haber dejado todo en orden, es cuando se van. Así también nosotros: incluso si los enfermos están ausentes, no obstante, nosotros os encomendamos a vosotros, los sanos, el cuidado de su curación, y os descubrimos el dolor de nuestra alma, para que en adelante os preocupéis de la salud de vuestros propios miembros, y por medio de las obras cumpláis la exhortación del Apóstol: Ya comáis, ya bebéis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios 14.

18. Efectivamente, cuando al salir de aquí tomes como tarea la salvación de tu hermano, y no solamente no lo acuses ni lo critiques, sino que le aconsejes, le confortes y le muestres, de una parte el perjuicio del pasatiempo de fuera, y de otra la ganancia y el provecho de esta enseñanza de aquí, entonces habrás hecho todo para la gloria de Dios, a la vez que te preparaste una doble paga: por haber tomado tan a pecho tu propia salvación y por afanarte en la curación del que es miembro tuyo. Éste es el orgullo de la Iglesia, éste el mandamiento del Salvador: no mirar únicamente por sí mismo, sino también por el prójimo 15.

19. Pues bien, piensa a qué dignidad se eleva el que toma gran interés por la salvación del hermano: en lo que permiten sus fuerzas, el tal imita a Dios. Escucha, en efecto, lo que dice a través del profeta: El que saca lo digno de lo indigno será como mi boca 16. Viene a decir: "El que se esfuerza por salvar al hermano descuidado y arrancarlo de las fauces del león, en cuanto lo permite la fuerza humana, me imita a mí." ¿Qué podría igualar a esto? De todas las buenas obras, ésta es la mayor, ésta la cima de toda virtud.

20. Y con mucha razón, porque, si Cristo derramó su propia sangre por nuestra salvación, y Pablo, refiriéndose a los que dan escándalo y dañan la conciencia de los que miran, dice a voz en grito: Y por tu ciencia se perderá el hermano débil, por el cual Cristo murió 17; Si pues, tu Señor derramó por él su sangre, ¿cómo no iba a ser justo que cada uno de nosotros contribuyera por lo menos exhortando con palabras y abriendo los brazos a los que por su dejadez han caído en los lazos del diablo? Pero yo estoy plenamente convencido de que vosotros haréis esto, llenos como estáis de ternura para con los que son miembros vuestros, y de que con toda solicitud devolveréis a vuestros hermanos a la madre común, pues yo sé que, por la gracia de Dios, sois prudentes y podéis también reprender a los demás 18.

Frescor perenne del bautismo

21. Pero en el poco tiempo que nos queda quiero dirigir mi palabra a los nuevos iluminados. Y llamo nuevos iluminados, no sólo a los recién agraciados con el don espiritual, sino también a los de hace un año, e incluso de mucho más tiempo. Si quisieran, también ellos podrían gozar continuamente de este nombre. Efectivamente, la novedad ésta no conoce edad, ni está sujeta a enfermedad, ni es presa del desaliento, ni se marchita con el tiempo, ni cede a nada, y nada la vence, si no es, únicamente, el pecado: su gravosa vejez es el pecado.

22. Y para que aprendas que éste es lo más pesado, escucha al profeta que dice: Como carga pesada han cargado sobre mí 19. Ahora bien, no sólo es pesada, sino también fétida, pues añade: Hedieron y se pudrieron mis llagas 20. ¿Ves cómo el pecado no sólo es pesado, sino también maloliente? Y de dónde se engendra, apréndelo también por lo que se añade, pues dice: A causa de mi locura 21. Así pues, la locura es causa de todos nuestros males. Por consiguiente es posible que uno que por la edad es viejo sea joven y nuevo iluminado, según la plena lozanía de la gracia, y en cambio otro, joven según el cuerpo, esté hecho un viejo por el caudal de pecados. Porque allí donde el pecado logra entrar, en seguida multiplica las manchas y las arrugas 22.

23. Por esta razón yo os invito a todos vosotros, a los que recientemente habéis recibido el bautismo y a los que obtuvisteis este don anteriormente: a estos últimos, a que por la confesión 23, las lágrimas y una exacta penitencia, os limpiéis la mancha contraída; y a los primeros, a que conservéis la frescura de vuestro esplendor y vigiléis cuidadosamente la belleza del alma, para que no reciba la más mínima gota que pueda formar una mancha. ¿No veis a los que estrenan vestido flamante con qué cuidado caminan por la plaza para evitar que les salpique el barro y ensucie su bello vestido? Y sin embargo, de ello ningún daño le sobrevendría al alma, pues se trata de un vestido que la polilla corroe y que se gasta con el tiempo, y que, si se mancha, también se limpia fácilmente con agua. En cambio, si alguna vez ocurre — ¡y ojalá nunca suceda! — que la mancha cae sobre el alma, bien a través de la lengua, bien por medio de los pensamientos concebidos en la mente, inmediatamente sobreviene un grave daño, una pesada carga, un terrible hedor.

24. Ésta es la razón por la que yo, temeroso también de las asechanzas del enemigo, no ceso en mi exhortación a que conservéis intacta la vestidura nupcial, de modo que siempre podáis entrar con ella a estas nupcias espirituales. Que es un matrimonio espiritual lo que aquí se está celebrando, velo tú mismo: como en los matrimonios humanos de acá la boda se prolonga durante siete días, así también nosotros prolongamos en otros tantos días vuestra boda espiritual y os ponemos la mesa mística, llena de infinitos bienes. ¿Y qué digo siete días? Si queréis ser sobrios y estar vigilantes, estas bodas se prolongan para vosotros durante todo el tiempo, con esta única condición: que conservéis intacto el esplendor de vuestro vestido nupcial.

25. De esta manera, en efecto, atraeréis al esposo a un mayor amor, y vosotros mismos, a medida que avanza el tiempo, apareceréis más brillantes y esplendorosos, pues la gracia aumentará más y más con la práctica de las buenas obras. 204 Ojalá todos nosotros demos pruebas de una vigilancia digna del don ya recibido y sigamos haciéndonos dignos de la bondad de lo alto, por la gracia y las misericordias de su Hijo unigénito y Señor nuestro Jesucristo, por el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

1. Esta Catequesis se tuvo probablemente también en la misma

semana de Pascua del 390, el miércoles (cf. nota 1 de la Catequesis

precedente).

2. La inmediatez del estilo revela la espontaneidad de san Juan

Crisóstomo, cuya Catequesis refleja situaciones concretas, en este caso

la despreocupación del público.

3 Jn 15:22.

4 Literalmente "a los jóvenes en edad (cf. SCHWYZER, II, p. 84ss.).

5. 1 Co 10:32.

6. 1 Co 10:31.

7.Cf. 1 S 2:30.

8. Cf. Is 52:5:asumido en Rm 2:24.

9. Mt 5:1 6.

10. Sal 67:6.

11. Is 1:17-18.

12. 1 Co 10:32.

13. 1 Co 8:10.

14. 1 Co 10:31

15. Probable alusión a I Co 13:5.

16. Cf. Jr 15:19.

17. 1 Co 8:1 1.

18. Cf. Rm 15:14.

19. Sal 37:5.

20. Sal 37:6.

21. Ibid.

22. Cf. Ef 5:27.

23. Asi traduzco exomologesis, aunque sin darle el contenido técnico y

sacramental pleno que no tardará en adquirir.

Undécima Catequesis 1

"Del mismo. Que son para nosotros ocasión del mayor provecho las reliquias de los santos mártires, y que debemos despreciar todas las cosas terrenales y aferrarnos a las espirituales; del gran bien que son la oración y la limosna. Y también para los nuevos iluminados."

Los nuevos bautizados, junto a los sepulcros de los mártires

1. Abundante y variada mostró el Dios de bondad su providencia para con el género humano. No solamente realizó la creación entera y extendió el cielo y dilató el mar, encendió el sol e hizo lucir la luna, nos agració con la tierra para morada y nos ofreció todo lo que nace de la tierra para alimento y subsistencia de nuestros cuerpos, sino que también nos ha agraciado con las reliquias de los mártires. Después de tomar para Él sus almas — pues dice: Las almas de los justos están en la mano de Dios 2 — nos dejó por algún tiempo a nosotros sus cuerpos como consuelo y estímulo bastantes para que, situándonos junto a los sepulcros de estos santos, nos empeñemos en emularlos e imitarlos, y al verlos, nos acordemos de sus buenas obras y de las recompensas inherentes a ellas.

2. De aquí realmente se deriva, además, un gran provecho para nuestras almas, si somos sobrios. En efecto, ningún discurso puede instruirnos tanto ni conducirnos a la sabiduría y al desprecio de las cosas presentes como los padecimientos de los mártires, pues emiten una voz más penetrante que la de la trompeta, y por los hechos demuestran a todos la grandeza de la recompensa y el exceso de la retribución por los trabajos de acá. Lo que va del dicho al hecho, eso va de mis palabras a la enseñanza que dan estos santos.

3. Por consiguiente, querido, cuando vienes aquí y consideras en tu mente que todo este pueblo se apresura a congregarse con tanta diligencia para abrazarse a este polvo y cosechar de él la bendición, ¿cómo en adelante no te vas a exaltar mentalmente y no vas a apresurarte a demostrar el mismo celo que el mártir, para merecer tú también las mismas recompensas? Porque piensa: si por parte de sus compañeros de esclavitud, que somos nosotros, gozan aquí de tanta honra, ¿cuánta y cuál no será la confianza de que gozarán por parte del Señor en aquel tremendo día, cuando brillarán con más esplendor que los rayos del sol? Pues dice: Entonces los justos resplandecerán como el sol 3.

4. Así pues, ya que sabemos la grandeza de su confianza, refugiémonos siempre en ellos y aceptemos su ayuda. Efectivamente, si los hombres que tienen gran confianza con el emperador en la tierra pueden prestar muchos y grandes servicios a quienes recurren a ellos, con mucha mayor razón estos santos, que adquirieron su confianza con el rey de los cielos por medio de sus propios padecimientos, nos serán de la mayor utilidad, con tal, Únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. Porque su ayuda podrá aprovecharnos sobre todo cuando no somos negligentes, sino que, al contrario, también nosotros nos esforzamos con asiduidad y con el cuidado de nuestra conducta por atraer sobre nosotros la bondad del Señor.

Los mártires como médicos espirituales del alma y del cuerpo

5. Por consiguiente, recurramos de continuo a ellos como a médicos espirituales. Por esta razón, efectivamente, el Señor tuvo la bondad de dejarnos a nosotros sus cuerpos: para que, llegándonos aquí y abrazándolos con la disposición del alma, recibamos de ellos la máxima curación de las enfermedades del alma y del cuerpo. Porque, si nos acercamos con fe, tanto si nuestro padecimiento es del alma como si es del cuerpo, nos retiraremos de aquí curados de ambos.

6. Ahora bien, en las enfermedades corporales, con frecuencia es menester emprender largos viajes para conseguir la mano del médico, desembolsar buen dinero e imaginar mil medios para poder convencerle de aplicarnos los recursos de su arte, y así encontrar nosotros algún alivio al padecimiento. Aquí en cambio, nada de esto necesitamos: ni largo viaje, ni fatigas, ni muchos rodeos, ni gasto de dinero; nos basta con traernos una fe sincera y derramar ardientes lágrimas con el alma alerta, para encontrar inmediatamente la curación del alma y obtener el remedio para el cuerpo.

7. ¿Ves el poder de estos médicos? ¿Ves su generosidad? ¿Ves su arte jamás vencida por las enfermedades? Ciertamente, en los padecimientos corporales, es frecuente que la gravedad de la enfermedad pueda con el arte del médico. En cambio, aquí es imposible sospechar siquiera algo semejante: al contrario, si nos acercamos con fe, inmediatamente obtenemos el provecho. Y no te sorprendas, querido, pues el Señor en su bondad, ya que los mártires sufrieron todo por Él y por confesarle a Él, y así, despojados de todo, se opusieron al pecado hasta derramar su sangre, queriendo por esto hacerles aparecer más luminosos y acrecentar mucho más su gloria, incluso en esta vida perecedera, por honrarles a ellos, otorga generosamente sus dones a los que se acercan con fe.

8. Y que no son palabras vanas cuanto acabo de decir, sino que la misma experiencia de los hechos lo atestigua, sé muy bien que también vosotros lo diréis y lo atestiguaréis. Efectivamente, ¿qué mujer con el marido lejos y la pesadumbre de la separación, si vino aquí y dirigió al Señor de todo su súplica por medio de los santos mártires, no apresuró la vuelta de su marido de tan larga ausencia? Y esta otra, a su vez, que al ver a su hijo asaltado por grave enfermedad vino aquí con las entrañas desgarradas y traspasadas, por así decirlo, y tras derramar ardientes lágrimas y estimular para que intercedieran por ella a estos santos, quiero decir, a estos campeones de Cristo, ¿no expulsó inmediatamente la enfermedad e hizo que el enfermo recobrara la salud?

9. Y muchos otros también, abrumados por las críticas circunstancias de sus negocios y viendo los insuperables peligros que les amenazaban, se llegaron aquí, y después de hacer fervorosa oración, evitaron la experiencia de todos aquellos peligros. Mas, ¿por qué hablo de enfermedades corporales y de críticas circunstancias de los negocios? Muchos también, tiranizados por el mismo diablo y asaltados por padecimientos del alma, se presentaron a estos médicos espirituales, hicieron memoria de sus propios pecados, desnudaron, por así decirlo, con la palabra sus llagas, y fue tanto el consuelo que de ahí sacaron que inmediatamente tuvieron la sensación de que su conciencia se volvía más ligera, y regresaron a sus casas con una gran certidumbre.

10. Efectivamente, el Señor nos ha agraciado con los sepulcros de los santos mártires como fuentes espirituales capaces de producir caudalosas corrientes de agua. Y como las fuentes de agua están francamente abiertas para todos cuantos quieran sacar agua de ellas, y el que quiere se va de allí con tanta agua cuanta puede caber en su vasija, de la misma manera también en estas fuentes espirituales es posible ver otro tanto. En efecto, también estas fuentes están a disposición de todos y no hay aquí distinción alguna de personas, al contrario, rico o pobre, esclavo o libre, hombre o mujer, cada uno recibirá de estas divinas corrientes de agua tanta mayor cantidad cuanto mayor es el deseo que se ha esforzado por traer.

11. Efectivamente, lo que allí son las vasijas para la cantidad de agua que se ha de recoger, eso mismo son aquí la mente, el fervor del deseo y la sobriedad con que nos acercamos. Porque quien se acerca de esta manera inmediatamente retira innumerables bienes, pues la gracia de Dios va invisiblemente aligerando la conciencia, proporciona una gran certidumbre y hace que en adelante se aleje de la tierra y cambie de fondeadero zarpando hacia el cielo. Porque, incluso para el hombre aprisionado en el cuerpo, es posible no tener nada en común con la tierra y, en cambio, imaginarse todo cuanto hay en los cielos y meditar en ello continuamente.

Exhortación a imitar a los mártires en no aspirar más que a los bienes del cielo

12. Por esta razón escribía también Pablo, dirigiéndose a hombres prisioneros en el cuerpo, en plena vorágine mundana y preocupados por sus mujeres e hijos: Poned la mira en las cosas de arriba 4. Luego, para que nos enteremos de lo que él quiere expresar con esta exhortación y qué significa eso de poner la mira en las cosas de arriba, añadió: Donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 5. Lo que yo quiero — dice — es que vosotros penséis en los bienes que pueden trasladar allá vuestro pensamiento y os alejan de las cosas de la tierra, pues vuestra ciudadanía está en el cielo 6. "Por tanto — dice —, allí donde estáis empadronados, esforzaos por transferir también toda vuestra mente, y determinaos a obrar todo aquello que pueda haceros aparecer dignos de la ciudadanía de allá arriba."

13. Y para que no pensemos que nos manda algo imposible y por encima de nuestra naturaleza, vuelve a repetir la exhortación y dice: Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra 7. ¿Qué es lo que quiere enseñarnos? "No pongáis la mira — dice — en las cosas dignas de la tierra." ¿Y qué cosas son éstas dignas de la tierra? Las que nada tienen de permanente, las que antes de aparecer ya han volado, las que nada tienen de seguro y de inconmovible, las que se esfuman con la vida presente, las que antes de florecer ya se marchitan, las sujetas a corrupción 8. Porque tales son todas las cosas humanas, aunque las llames riqueza, poder, gloria, belleza corporal o éxito pleno en la vida.

14. Y por la misma razón también se sirvió de una expresión como ésta: No en las de la tierra, pues con las palabras "de la tierra" quiso poner de manifiesto su ínfimo valor. "No pongáis, pues, la mira — dice — en estas cosas, sino en las de arriba; en vez de en las cosas de la tierra, en vez de en estas cosas viles y fugaces, poned vuestra mira en las cosas de arriba — dice —, en las del cielo, en las inconmovibles, en las que tienen la misma duración que el siglo sin fin, en las que se ven con los ojos de la fe, en las que no conocen sucesión, en las que no tienen límite. Quiero que éstas sean las cosas que rumie constantemente vuestro pensamiento. Porque la preocupación por estas cosas aparta de la tierra y traslada al cielo."

15. Y por idéntica razón decía también Cristo: Donde está el tesoro del hombre, allí también está su corazón 9. Efectivamente, una vez que el alma concibe el pensamiento de aquellos bienes inefables, como si estuviera libre de las ataduras del cuerpo, se vuelve por así decirlo leve y vaporosa, y como cada día se imagina el goce de aquellos bienes, no puede concebir el pensamiento de las cosas de la tierra, antes bien, las va pasando de largo como si fueran un sueño o una sombra, siempre con el pensamiento fijo allí y creyendo ver aquellos bienes con los ojos de la fe, y cada día aspirando a su goce.

16. Escuchemos, pues, la exhortación de este bienaventurado y maravilloso maestro del universo, el perfecto educador, el labrador de nuestras almas, y pongamos nuestra mira justamente en lo que él mismo nos aconseja, porque así podremos también gustar los bienes presentes y alcanzar los venideros. En efecto, si buscamos preferentemente éstos, los otros los tendremos también, a su vez, por añadidura, pues dice: Buscad el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán 10. Por consiguiente, en nuestra búsqueda no demos preferencia justamente a lo que prometió darnos por añadidura, no sea que, al obrar contrariamente a la recomendación del Señor, nos quedemos sin lo uno y sin lo otro. ¿O acaso el Señor espera que nosotros se lo recordemos, y entonces nos otorgará sus dones? ¡Él sabe de qué tenemos necesidad, antes que se lo pidamos nosotros! Así pues, si ve que nosotros nos mostramos solícitos por aquellos bienes, Él nos favorecerá con el disfrute de éstos, y nos proporcionará con abundancia los mismos que prometió otorgar por vía de añadidura. Busquemos, pues, os lo suplico, preferentemente los bienes espirituales, y pongamos nuestra mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, para que así logremos éstas y gocemos de aquellas.

17. Como quiera que también estos santos mártires, pues pusieron su mira en las cosas de arriba, despreciaron las cosas de la tierra y buscaron aquellas, por eso mismo obtuvieron en abundancia las de la tierra y cada día gustan del honor de aquí: aunque ellos no lo necesitan, pues una vez por todas lo despreciaron, sin embargo, por causa de nuestro provecho, aceptan ese honor que les damos y que no necesitan, con el fin de que nosotros podamos cosechar de ellos su bendición.

18. Y para que aprendas cómo desprecian todas las cosas de la presente vida para poder conseguir aquellos bienes inmortales, piensa, querido, y medita: aunque veían con sus ojos corporales al tirano soplar el fuego, aguzar los dientes y mostrar una furia más temible que el león, y aunque le veían poner al fuego las sartenes y las calderas y hacer cuanto podía para vencer y aplastar su resolución, ellos, dejando todas las cosas de la tierra, con los ojos de la fe contemplaban al rey de los cielos y a la muchedumbre de los ángeles que le asistían, y se imaginaban aquellos inefables bienes.

19. Y una vez que trasladaron allá sus mentes, ya nunca las volvieron a nada visible, al contrario, aunque veían las manos de los verdugos que dilaceraban sus carnes, y aunque miraban este fuego sensible ya encendido y saltar las brasas, ellos se iban describiendo a sí mismos el fuego de la gehena, y de esta manera fortalecían su resolución y luego saltaban — por así decirlo — a los tormentos sin tener en cuenta el dolor presente que envolvía sus cuerpos, antes bien, con prisa de alcanzar el descanso que no se interrumpe. Y poniendo la mira en las cosas de arriba, según la exhortación de este bienaventurado Apóstol, vivían allí donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 11. Y nada de cuanto veían les espantaba, al contrario, todo lo pasaban por alto, por considerarlo como un sueño y una sombra, y es que el deseo de los bienes futuros daba alas a su pensamiento.

El bautismo como muerte a las cosas terrenales

20. Por la misma razón, sin duda, este bienaventurado Apóstol, buen conocedor de la fuerza de tal consejo, decía: Poned la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 12. Mira la inteligencia del maestro: ¡a qué altura elevó de repente a quienes le obedecieron! Efectivamente, pasando a través de todos: ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, principados, potestades, todas las potencias invisibles, los querubines y los serafines 13, detuvo el pensamiento de los fieles junto al trono mismo del rey, y a los que caminan por la tierra, les persuadió con su familiar enseñanza a desprenderse de las ataduras del cuerpo, a emprender el vuelo con la mente y posarse junto al mismo Señor del universo.

21. Y para que quienes oyen esto no piensen otra vez que el consejo les sobrepasa, que los mandatos son imposibles de cumplir y que aceptar semejante pensamiento está por encima de las fuerzas humanas, después de decir: Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, añadió: Porque moristeis 14. ¡Qué alma tan inflamada y tan llena de fuerte deseo de Dios! Porque moristeis, dice, como si dijera: "¿Qué tenéis ya de común con la vida presente? ¿Por qué estáis embobados ante las cosas de la tierra? Moristeis, es decir, os volvisteis muertos al pecado: una vez por todas renunciasteis a la vida presente."

22. Luego, para que no se alboroten al oir: Moristeis, inmediatamente añadió: Y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:3) 15. "Vuestra vida — dice — no aparece ahora, pues está escondida. Por consiguiente, no obréis como quienes están vivos en orden a las realidades de la vida presente, sino comportaos como quien murió y es cadáver." Porque, dime, ¿es posible que quien murió según esta vida siga operando entre las cosas presentes? ¡De ninguna manera! "Así, tampoco vosotros, dice. Puesto que por medio del bautismo moristeis una vez por todas al pecado y fuisteis cadáveres para él, es lógico que no tengáis nada en común con las pasiones de la carne, ni con las realidades de la tierra, pues dice: Nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado juntamente con él por el bautismo 16." No os procuréis, pues, nada de lo terreno, ni en las realidades presentes os comportéis como vivos, pues ahora vuestra vida está escondida y es invisible para los infieles, pero habrá un tiempo en que se hará patente. No es ahora vuestro tiempo: puesto que moristeis una vez por todas, no pongáis ya vuestra mira en las cosas de la tierra. Por lo demás, la grandeza de vuestra virtud se hará evidente sobre todo cuando, al cabo de vuestro combate contra los deseos de la carne, os comportéis respecto de todo lo de acá abajo como si estuvierais muertos a la vida.

23. Escuchen esto los que han sido recientemente considerados dignos del don del bautismo, y escuchemos también todos nosotros, los que tenemos parte desde hace tiempo en esta gracia, y aceptemos el consejo del maestro del universo, y consideremos cómo quiere él que sean los que una vez por todas se han hecho partícipes de los misterios inefables, cuán ajenos los quiere a la vida presente, no para que estén fuera de este mundo y emigren lejos, sino para que, aun viviendo en el medio, no se diferencien en nada de los que están lejos y, además, luzcan como antorchas y por medio de sus obras demuestren a los infieles que ellos se han trasladado a otra ciudad y nada tienen en común con la tierra y con las cosas de la tierra.

La oración y la limosna, indispensables para conservar el resplandor del bautismo

24. Y lo mismo que ahora, gracias a este esplendoroso vestido, a todos parecéis magníficos, y el resplandor del vestido manifiesta la eminente pureza de vuestras almas, así también de ahora en adelante es justo que, tanto vosotros, los que acabáis de ser considerados dignos de este don, como todos los que ya habíamos gustado la misma generosidad, nos hagamos ver de todos mediante una conducta óptima y, lo mismo que antorchas, iluminemos a todos los que nos ven. Efectivamente, este vestido espiritual, con tal que nosotros queramos conservar su resplandor, a medida que avanza el tiempo, va despidiendo un destello más vivo y una irradiación más intensa de luz, algo que nunca puede ocurrir en los vestidos materiales. Porque a éstos ya podemos aplicarles cuidados sin cuento, que el tiempo los gasta, y desaparecen de puro viejos; si no se les toca, la polilla se encarga de ellos, y en todo caso, muchos son los accidentes que acaban también con estos vestidos materiales. En cambio, el indumento de la virtud, con sólo que nosotros aportemos nuestra propia contribución, nunca tomará suciedad ni experimentará envejecimiento, al contrario, a medida que vaya corriendo el tiempo, él irá mostrando una belleza cada vez más lozana y esplendorosa, y un mayor destello de luz.

25. ¿Ves la virtud del vestido? ¿Ves cómo su resplandor no está sujeto al tiempo, ni se marchita por la vejez? ¿Viste belleza igual? Por consiguiente, os lo suplico, esforcémonos por guardar esta belleza en su lozanía, y enterémonos cuidadosamente de cuáles son las cosas que pueden conservar el esplendor de esta belleza. Así pues, ¿cuáles son éstas? Lo primero de todo, la oración asidua, la acción de gracias por los bienes ya recibidos y la invocación por la seguridad de los dones otorgados. Porque esto es nuestra salvación, esto la medicina de nuestras almas, esto el sanatorio de las pasiones que se engendran en nuestras almas. La oración es la muralla de los fieles; la oración, nuestra armadura invencible; la oración, el sacrificio expiatorio de nuestra alma; la oración, el rescate de nuestros pecados; la oración, la base de bienes sin fin: porque la oración no es otra cosa que un diálogo con Dios y una conversación con el Señor de todas las cosas 17. Así pues, ¿qué podría haber de más dichoso que el ser uno considerado digno de conversar ininterrumpidamente con el Señor?

26. Y para que aprendas qué bien tan grande es éste, considérame a los que andan enloquecidos por las cosas presentes y que vienen a ser poco menos que sombras. Éstos, cuando ven a uno que está continuamente conversando con el rey terrenal, ¡en qué concepto de grandeza lo tienen! Le proclaman dichoso y le honran como a personaje admirable y altísimo, digno de altísimo honor. Pues bien, si este hombre, que no dialoga más que con un congénere, con el que tiene en común la misma naturaleza y que sólo trata de asuntos terrenales y efímeros, a pesar de todo es considerado tan digno de admiración, ¿qué se podría decir del que fue considerado digno de conversar con Dios, y no sobre asuntos de la tierra, sino sobre la remisión de los pecados, sobre el perdón de las culpas, sobre la salvaguardia de los bienes ya otorgados, sobre los bienes que serán concedidos, sobre los bienes eternos? Este hombre podrá ser más dichoso que el mismo que ciñe diadema, con tal que por medio de la oración se gane el apoyo de lo alto.

27. Ella es, antes que nada, la que podrá salvaguardarnos constantemente el resplandor de este vestido espiritual, y con la oración, la limosna generosa, el principal de nuestros bienes y salvación de nuestras almas. Esta pareja de virtudes puede procurarnos los innumerables bienes de lo alto, apagar en nuestras almas la hoguera de nuestros pecados y proporcionarnos una firme confianza. Por servirse de esta pareja de virtudes, Cornelio hizo llegar sus súplicas al cielo, y por eso también escuchó del ángel: Tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios 18,

El ejemplo del centurión Cornelio

28. ¿Ves qué confianza tan grande se adquirió con ellas un hombre que pasó toda su vida bajo la túnica y el correaje? Escuchen los que están alistados en la milicia, y aprendan que nada es obstáculo para la virtud en quien quiere ser sobrio, al contrario, que es posible también a quien viste túnica y ciñe correaje, a quien tiene mujer, se cuida de los hijos y se preocupa de los esclavos, incluso a quien tiene confiado un cargo público, aplicarse de lleno al cultivo de la virtud. Aquí tienes, efectivamente, a este hombre admirable: vestía túnica, ceñía correaje y mandaba soldados, pues era centurión, y porque lo quiso y porque era sobrio y estaba en vela, ¡de cuánta solicitud de lo alto no se le consideró digno! 19. Y para que sepas con exactitud que la gracia de lo alto desciende sobre nosotros precisamente cuando nosotros hemos contribuido primero con nuestra propia aportación, escucha la historia misma. Efectivamente, puesto que él se había anticipado haciendo muchas y generosas limosnas y perseveraba fielmente en la oración asidua, a la hora nona — dice — mientras él estaba orando, un ángel se puso a su lado y dijo: Cornelio, tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios 20.

29. No pasemos alegremente por alto lo dicho, antes bien, consideremos con rigor la virtud de este hombre, y entonces nos enteraremos de la bondad del Señor, es decir, de cómo Él no desdeña a nadie, sino que, allí donde ve un alma que vive sobriamente, allí prodiga Él su gracia. Un soldado, que no había gozado de instrucción, que estaba enfrascado en las cosas de la vida y que cada día era solicitado y distraído en direcciones opuestas por mil asuntos, no consumía su vida en banquetes, borracheras y comilonas, sino en oraciones y limosnas, y tanta diligencia mostró de su parte, tan asiduo fue en las oraciones y tan abundantes limosnas repartió, que él mismo se mostró digno de semejante visión.

30. ¿Dónde están ahora los que ofrecen mesas suntuosamente abastecidas, hacen correr sin tasa el vino puro y pasan el día entero banqueteando, y que muchas veces prefieren no orar antes del festín, y después del festín no ofrecen la acción de gracias, sino que piensan que a ellos les está permitido hacer todo sin el menor reparo, sólo por el hecho de tener mando, de pertenecer al escalafón militar y de vestir túnica y ceñir correaje? ¡Qué miren la asiduidad de este Cornelio en la oración y su liberalidad en las limosnas: y que se escondan bajo la tierra!

31. Pero quizá, este maestro sea digno de crédito, no solamente para ellos, sino también para todos nosotros, incluso para los que han escogido la vida monástica y para los que están dedicados al ministerio eclesiástico. Porque, ¿quién de nosotros podrá jactarse alguna vez de haber mostrado asiduidad tan grande en la oración o de haber sido tan generoso en las limosnas, como para hacerse digno de una visión así? Por esto, os lo suplico, si antes no lo hicimos, por lo menos ahora imitemos todos a éste, los que estáis alistados en la milicia y los que llevamos vida civil y hemos sido considerados dignos de este don, y no seamos menos que quien, con su túnica y su correaje, tan gran virtud demostró. Por lo demás, podremos también conservar lozana la belleza de este vestido espiritual sólo cuando exhibamos con toda exactitud esta pareja de virtudes.

32. Pero a éstas, si queréis, añadiremos otras, capaces de contribuir también a la salvaguardia de la incorrupción de este vestido, a saber, la templanza y la consagración, pues dice el Apóstol: Perseguid la paz, y también la consagración, sin la cual nadie verá al Señor 21. Por consiguiente, busquemos también esa paz con todo rigor, escrutando cada hora nuestros pensamientos y no dejando que nuestra alma reciba mancha ni suciedad alguna proveniente de los malos pensamientos.

33. Por lo demás, si purificamos de esa manera nuestra mente y ponemos toda nuestra diligencia en cuidarla, venceremos también más fácilmente a las demás pasiones, y así en poco tiempo llegaremos a la cumbre misma de la virtud. Y después de reservar ya desde aquí para nosotros abundante viático espiritual, podremos también ser considerados dignos de aquellos inefables dones que Dios tiene guardados en depósito para los que le aman, bienes que ojalá todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Continuación de la anterior, esta Catequesis se tuvo probablemente

el viernes de la semana de Pascua del año 390 (cf. nota I de la octava

Catequesis).

2. Sb 3:1.

3. Mt 13:43.

4. Col 3:1, pero con el verbo del 2.

5. Col 3:1.

6. Cf. Flp 3:20.

7. Col 3:2.

8. Nótese la entonación retórica del período, compuesto de una

pregunta y de seis breves definiciones donde destacan las anáforas y los

homeoteleutas.

9. Cf. Mt 6:21.

10. Mt 6:33.

11. Col 3:1.

12. Cf. la misma expresión al final del c. 15.

13. Sobre la cita de las nueve órdenes angélicas, familiar a la patrística,

y sus relaciones con el Pseudo-Dionisio, cf. WENGER. nota 1, pp.

238-239.

14. Col 3:3.

15. Ibid.

16. Cf. Rm 6:6-4.

17. Nótese el uso de la anáfora para subrayar la importancia de la

oración.

18. Hch 10:4: el memorial ('azharâ) era la parte del sacrificio que el

sacerdote ofrecía quemándola sobre el fuego para recuerdo, "en

memoria" (Lv 2:2ss.).

19. Se ha conservado en la traducción lo más posible el orden de los

términos, para mejor reflejar el vivo estilo de Juan Crisóstomo.

20. Cf. Hch 10:1-4.

21. Hb 12:14.

 

Duodécima Catequesis 1

"Del mismo. Acogida y alabanza de los venidos de los lugares circundantes; y además, que, mientras los justos que habían recibido las promesas sensibles aspiraban a los bienes inteligibles en vez de a los sensibles, nosotros, por el contrario, que hemos recibido la promesa de los bienes inteligibles, nos quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles; y que conviene que, al amanecer y por la tarde, acudamos presurosos a la iglesia para hacer las oraciones y las confesiones 2. y también para los nuevos iluminados."

Elogio del público venido de la campiña

1. En los días pasados, vuestros buenos maestros 3 os han regalado bastante los oídos, y habéis gustado constantemente su exhortación espiritual, al tiempo que participabais de la abundante bendición procedente de las reliquias de los santos mártires. Por fin hoy, en vista de que los que han afluido hasta nosotros desde el campo 4 han dado mayor brillantez a nuestro público, también nosotros vamos a ponerles una copiosísima mesa espiritual, rebosante del amor que ellos nos han demostrado. Por tanto, después de ofrecerles esta recompensa y de aceptar su buena disposición para con nosotros, esforcémonos por demostrarles ancha hospitalidad. Efectivamente, si ellos no vacilaron en recorrer un camino tan largo para proporcionarnos con su presencia esta inmensa alegría, justo es de todo punto que nosotros hoy les ofrezcamos mucho más abundante este manjar espiritual, para que tomen de aquí suficiente viático y puedan así regresar a casa.

2. Son, efectivamente, hermanos nuestros, y son también miembros del cuerpo de la Iglesia. Abracémosles, pues, como miembros nuestros, y démosles así prueba de nuestro sincero amor hacia ellos, y no paremos mientes en que tienen un modo de hablar diferente, sino comprendamos exactamente la sabiduría de sus almas; ni reparemos en que tienen una lengua bárbara, sino reconozcamos sus sentimientos de dentro y el hecho de que ellos con sus obras están demostrando justamente lo mismo que nosotros nos esforzamos por enseñar con nuestros sabios discursos, y así ellos con sus obras cumplen la ley del Apóstol, que manda ganarse el alimento cotidiano con el trabajo de las propias manos.

3. Escucharon, efectivamente, al bienaventurado Pablo, que dice: Y nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos 5; y de nuevo: Sabéis que, para lo que yo y quienes están conmigo hemos necesitado, estas manos me sirvieron 6. Y al esforzarse por cumplir esto con las obras mismas, producen una voz más clara que los discursos, y así, por sus obras, se manifiestan a sí mismos dignos también de la bienaventuranza proclamada por Cristo, pues bien: Bienaventurado el que hace y enseña 7. Efectivamente, cuando se escoge la enseñanza por las obras, no hay ya necesidad de instrucción por las palabras. Y a cada uno de éstos podrías verlo, ya de pie junto al altar sagrado leyendo las leyes divinas e instruyendo a los oyentes, ya en plena faena de cultivo de sus tierras, unas veces tirando del arado, abriendo los surcos, arrojando la semilla y confiándola al regazo de la tierra, y otras veces manejando el arado de la enseñanza y depositando en las almas de los discípulos la semilla de las lecciones divinas.

4. Por consiguiente, no pasemos por alto su virtud, por fijarnos simplemente en su aspecto externo y en su peculiar lenguaje, sino tratemos de comprender con exactitud su vida angélica, su sabia conducta 8. Entre ellos, efectivamente, están desterradas toda molicie y toda glotonería; y no solamente esto, sino también cualquier otra delicadeza de las que tienen su carta de ciudadanía en las ciudades. Ellos toman solamente la cantidad de alimento que puede bastarles para el sostenimiento de la vida, y todo el resto del tiempo ocupan sus mentes en himnos y en oraciones continuas, en lo cual también imitan la vida de los ángeles.

5. Efectivamente, lo mismo que aquellas potencias incorpóreas tienen como única tarea alabar en todo momento al creador de todas las cosas, así también estos hombres admirables: satisfacen la necesidad del cuerpo, porque están unidos a la carne, y todo el tiempo restante se dedican a los himnos y a las oraciones, tras decir adiós a todas sus aspiraciones terrenales, y por medio de esta su óptima conducta, se esfuerzan por lograr que sus oyentes los imiten. Por tanto, ¿quién podrá felicitar a éstos como se merecen, porque, sin haber tenido participación alguna en la instrucción de fuera ellos han aprendido la verdadera sabiduría, con lo cual han demostrado cumplir con las obras aquello del Apóstol: Porque lo loco de Dios es más sabio que los hombres 9? 6. Y es que, cuando ves a este hombre simple, rústico y que no sabe más que las faenas agrícolas y el cultivo de la tierra, que realmente no hace caso alguno de las cosas presentes, pero que en alas de su mente se lanza hasta los bienes que están en los cielos, que posee el saber 10 sobre aquellos bienes inefables y que conoce con exactitud lo que nunca pudieron ni imaginar los filósofos, tan ufanos de su barba y de su bastón, ¿cómo no vas a tener bien clara la demostración del poder de Dios? Porque, dime, ¿de qué otra parte podría venir tan gran sabiduría de la virtud y el no aplicarse a los bienes visibles, sino al contrario, al preferir a las cosas manifiestas y que están a la mano los bienes ocultos, invisibles y objeto de la esperanza? Esto es, efectivamente, la fe: cuando uno cree que los bienes prometidos por Dios y que no son manifiestos a los ojos del cuerpo son más dignos de crédito que los bienes manifiestos y patentes ante nuestros ojos.

La fe de Abraham en los bienes espirituales

7. Así es como se hicieron célebres todos los hombres justos y fueron considerados dignos de aquellos inefables bienes. Así fue proclamado el patriarca Abraham de parte de Dios, cuando hubo sobrepasado la debilidad de la humana naturaleza y tendió su mente por entero al poder del que le hizo la promesa. Y por eso también le proclama la divina Escritura, pues dice: Y creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia 11. Y por esta razón también, cuando ya desde el principio oyó: Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, y ¡halal, a la tierra que yo te mostraré 12, él obedeció con la mejor voluntad y puso por obra lo mandado, y abandonó la tierra familiar donde tenía plantada su tienda, y salió, pero sin saber adónde se detendría. Pues bien, a las cosas manifiestas y bien reconocidas por todos, él prefirió lo mandado de parte del Señor, y no solamente no hizo preguntas curiosas, ni su mente se turbó, sino que, centrando su mirada en la dignidad del que le mandaba, y dejando de lado todo impedimento humano, sólo tuvo una preocupación: no omitir nada de lo mandado.

8. Ahora bien, todo esto sucedió, no solamente por causa del justo, para demostrar la grandeza de su fe, sino también para que nosotros emulemos al patriarca. Efectivamente, así que Dios vio su alma generosa, como astro ignorado y oculto, quiso trasladarlo a la tierra de Canaán, justamente para que condujera a la razón de la piedad a los que allí andaban descarriados y con la mente afectada todavía por la tiniebla de la ignorancia. Esto es lo que realmente sucedió, y por medio de Abraham, no solamente los que habitaban Palestina, sino también los de Egipto, llegaron a conocer la providencia de Dios para con él, y la virtud del justo. Mira, en efecto, su excelsa magnanimidad, y cómo en alas de su deseo de Dios no se paró en la linde de lo visible, ni se aplicaba solamente a lo prometido, sino que lograba figurarse los bienes futuros. Y pues Dios le había prometido una tierra, un lugar de otra tierra diciendo: Sal de tu tierra, y ¡hala! a la tierra que yo te mostraré, él dejó las realidades sensibles y se prendó de las inteligibles.

9. ¿Acaso os parece un enigma lo que acabo de decir? No os desconcertéis, sin embargo, os daré la explicación, para que os enteréis de cómo este justo, después de recibir la promesa de bienes sensibles, fijó su deseo en los bienes inteligibles. ¿De dónde, pues, sabremos esto con exactitud? Escuchemos al mismo interesado que dice..., pero no, escuchemos más bien al bienaventurado Pablo, el maestro del universo, el que sabe todo esto con exactitud y que habla de él, y no sólo de él, sino también de todos los justos. Efectivamente, queriendo recordar la lista de hombres justos como Abraham, Isaac y Jacob, dice: Conforme a la fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino mirándolas y saludándolas de lejos, y confesando que eran forasteros y peregrinos sobre la tierra 13.

10. ¿Qué estás diciendo, oh bienaventurado Pablo? ¿No recibieron las promesas? ¿No ocuparon toda Palestina? ¿No fueron dueños de la tierra? "Sí — dice —, recibieron Palestina y la posesión de la tierra, pero con los ojos de la fe fijaban su deseo en otras cosas." Por eso añadió: Porque los que dicen esto, claramente dan a entender que buscan una patria, y que si se hubieran acordado de aquella de donde salieron, tiempo tuvieron ciertamente para volverse; sin embargo, deseaban una mejor, esto es, la celestial 14. ¿Ves su anhelo? ¿Ves su deseo? ¿Ves cómo, mientras el Señor por todas partes les prometía bienes materiales y dialogaba acerca de la tierra, ellos buscaban esta otra patria y tendían hacia la que está en los cielos? Por esto, efectivamente, añadió: De la cual es Dios artífice y hacedor 15. ¿Ves cómo ellos deseaban los bienes inteligibles y cómo se figuraban aquellos bienes que no se manifiestan a los ojos corporales, pero son conocidos por la fe?

La vanidad de los bienes materiales

11. Pero aquí mi mente se desconcierta y mi pensamiento se confunde, cuando considero que nosotros caminamos al contrario que ellos. Efectivamente, como estos justos, aunque recibieron una promesa de bienes sensibles, fijaron su deseo en los bienes inteligibles, así también nosotros, pero al revés: aunque hemos recibido una promesa de bienes inteligibles, nos alucinamos con los bienes sensibles, y desoímos al bienaventurado Pablo, que dice: Porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas 16. Y de nuevo en otra parte, para revelar que tales son las cosas preparadas para los que aman a Dios, dice Cosas que ni ojo vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre 17. Pero nosotros, incluso después de todo esto, seguimos boquiabiertos ante los bienes presentes, quiero decir, ante la riqueza, la gloria de la vida presente, la molicie, los honores que vienen de los hombres: todo esto, en efecto, parece ser lo brillante de la presente vida. Dije "parece," porque en nada difiere de una sombra y de un sueño.

12. Efectivamente, la misma riqueza muchas veces ni siquiera dura hasta el anochecer en manos de quienes creían poseerla, sino que, cual esclavo fugitivo e ingrato, va pasando de uno a otro, y deja desnudos y solos a quienes se desvivían por honrarla; y que muchas veces también envuelve en peligros insoportables a los que tanto la desean, la experiencia misma de los hechos se lo enseña a todos. Y algo así es también la gloria humana, porque quien hoy aparece ante todos ilustre y famoso, de repente cae en la deshonra y en el desprecio de todos.

13. Por consiguiente, ¿qué puede haber de menos valor que estos bienes, quiero decir, los que antes de aparecer ya han volado, los que nunca se quedan quietos, sino que tan rápidamente escapan a los que se dejan fascinar por ellos? Efectivamente, como nunca es posible ver la rueda quieta sobre el mismo punto de la llanta, sino que da vueltas continuamente y sube y baja, así también ocurre con los bienes en cuestión. De fácil vaivén es, en efecto, el cambio de los negocios humanos, y rápida la mudanza, sin nada seguro ni estable; al contrario, todo es voluble y con pronta inclinación a lo opuesto. Por consiguiente, ¿qué podría haber de más ridículo que esas gentes que se quedan boquiabiertas y clavadas ante los bienes presentes, y los consideran preferibles a los que son constantes y permanecen siempre?

14. Por esta razón también el profeta, al lanzar la grave acusación contra los que se dejan alucinar por estas cosas, dice: Como estables las consideraban, y no como fugaces 18. ¿Ves cómo con una sola palabra quiso expresar su ser de nonada? Pues no dijo: "como transitorias," ni dijo: "como cambiantes," ni dijo: "escurridizas," sino, ¿qué? "Como fugaces," queriendo poner de manifiesto su rapidez y su grande y repentina mudanza, y para enseñarnos a no estar nunca sujetos a las cosas que se ven, sino a creer y a tener plena confianza únicamente en las que Dios ha prometido.

15. Efectivamente, aunque medien mil impedimentos, las promesas de parte de Dios nunca fallarán, porque, lo mismo que Él es inmutable e inalterable, y perdura siempre y constantemente, así también sus promesas son indefectibles e inconmovibles, a no ser que se obstaculice su realización por parte nuestra. En las cosas humanas, sin embargo, ocurre lo contrario, porque al ser corruptible y perecedera la naturaleza de los hombres, así también son corruptibles y caducos los bienes que proceden de los hombres. Y es justo, puesto que los hombres somos todos corruptibles, y la naturaleza de los humanos dones imita a nuestra naturaleza. En cambio, nada parecido es posible ni sospechar siquiera en las promesas de Dios, antes al contrario, estas promesas son las únicas en tener seguridad, inmutabilidad, fijeza y constancia.

Los deberes de los nuevos bautizados

16. Por esto, os lo suplico, busquemos las que perduran siempre y no sufren mudanza. Por lo demás, también, si yo he desarrollado mi discurso delante de vosotros, lo hice adrede, para hacer una exhortación común para todos, tanto para los iniciados de antiguo en los misterios, como para los recién considerados dignos del don bautismal. Pues bien, ya que en los días pasados, al reunirnos continuamente junto a los sepulcros de los santos mártires, disfrutábamos de la gran bendición que de ellos brota y gustábamos su generosa enseñanza, y ya que, en cambio, de ahora en adelante se interrumpirá la continuidad de las reuniones, siento la necesidad de recordar a vuestra caridad que tengáis siempre resonando en vuestra memoria tan importante enseñanza, y que a todos los bienes de esta vida prefiráis los bienes espirituales.

17. También os recuerdo 19 que con la mayor diligencia vengáis aquí al amanecer y rindáis al Dios del universo vuestras oraciones y vuestras confesiones, y le deis gracias por los bienes que ya os ha otorgado, y le supliquéis el poder haceros dignos de su ayuda para guardarlos en lo sucesivo, y así, después de salir de aquí, que cada uno emprenda con toda circunspección los negocios que le atañen. Así, uno se dedicará al trabajo manual, otro se alistará en el ejército y un tercero entrará en la política. Cada uno, sin embargo, acérquese a sus asuntos con temor e inquietud y pase todo el tiempo de la jornada como quien debe presentarse de nuevo aquí al anochecer para dar al Señor cuenta de toda la jornada y pedirle perdón por los fallos. Porque realmente, aunque mil veces tratemos de asegurarnos, es imposible no hacernos responsables de muchas y variadas caídas; por ejemplo, de haber hablado inoportunamente, de haber prestado oído a vanos rumores, de haberse precipitado en el mirar o de haber gastado nuestro tiempo en vano y sin utilidad ni necesidad alguna.

18. Y por esta razón conviene que nosotros, cada día, pidamos al Señor perdón por todos estos fallos y recurramos e imploremos a la bondad de Dios. Y que así, después de pasar con sobriedad el tiempo de la noche, afrontemos de nuevo la confesión del amanecer, todo ello con el fin de que cada uno de nosotros, si organiza su vida de esta manera, pueda también atravesar sin peligro el mar de esta vida y hacerse digno de la bondad que viene del Señor. Y cuando nos convoque el momento oportuno de la asamblea, que a todas las cosas prefiramos los bienes espirituales y esta reunión de aquí, para que también administremos con seguridad lo que tenemos entre manos 20.

19. Efectivamente, si nosotros anteponemos estos bienes, los demás no nos causarán trabajo alguno, pues Dios en su bondad nos los proporcionará con gran facilidad. En cambio, si descuidamos los espirituales y únicamente nos preocupamos de los otros, y si continuamente giramos en torno de los bienes de esta vida sin tener para nada en cuenta al alma, sufriremos la pérdida de éstos y ni uno más tendremos de los otros. Por consiguiente, os lo suplico, no invirtamos el orden, sino, ya que conocemos la bondad de nuestro Señor, confiémosle a Él todo, y no nos atormentemos nosotros mismos con las preocupaciones terrenales. Efectivamente, el que del no ser nos sacó al ser, por su propia bondad, con mayor razón nos otorgará en adelante toda su providencia Porque — dice — sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto, antes que vosotros se lo pidáis 21.

20. Y naturalmente, por esta razón quiere que nosotros estemos libres de tal preocupación y que todo nuestro tiempo disponible sea para los bienes espirituales. Viene, efectivamente, a decir: "Tú busca los bienes espirituales y yo te proporcionaré en abundancia todo lo que atañe al cuerpo." De aquí también les vino a todos los justos su reputación, y ciertamente nosotros tomamos su virtud como punto de arranque de este nuestro discurso. Efectivamente, decíamos que éstos, a pesar de haber recibido promesas de bienes sensibles, buscaban los inteligibles, mientras que nosotros practicamos justamente lo contrario: aunque tenemos promesa de bienes espirituales, nos quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles.

21. Y por esta razón, os lo suplico, nosotros, los que estamos bajo la gracia, imitemos por lo menos ahora, a aquellos que, por su cuenta y antes de la ley, desde la enseñanza insista en su naturaleza, pudieron alcanzar tamaña cima de virtud, y traslademos todo nuestro celo al cuidado del alma, troquemos nuestras preocupaciones y repartamos la inquietud: el cuidado del alma, aceptémoslo nosotros mismos, puesto que es lo más importante en nosotros; la preocupación y la inquietud por el cuerpo, confiémosla por entero al común Señor de todas las cosas.

22. Por otra parte, la mayor prueba de su sabiduría y de su inefable bondad es ésta: que el cuidado de lo más grande que hay en nosotros — del alma, quiero decir — nos lo encargó a nosotros, y así, con los hechos mismos, nos enseñó que nos ha creado libres y que ha dejado en poder nuestro y en nuestra voluntad el elegir la virtud y el fugarnos hacia el mal; en cambio, de todos los bienes corporales prometió que Él mismo proveería. Con esto quería también hacer cambiar a la naturaleza humana, con el fin de que ésta no confíe en su propia fuerza, ni crea que puede contribuir en algo al sostenimiento de la vida presente. 23. Por esta razón, naturalmente, a nosotros, enaltecidos con la razón y juzgados dignos de tan gran preeminencia, nos exhorta a que imitemos a los irracionales, y dice: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en trojes, y vuestro Padre celestial las alimenta 22; como si dijese: "Si me preocupo de los pájaros, aunque son irracionales, y tanto que les procuro todo, sin sembradura ni laboreo, con mucha más razón me preocuparé de vosotros, los racionales, si al elegir preferís los bienes espirituales a los carnales. Efectivamente, si por vosotros produje estas cosas y la creación entera, y yo mismo tengo de todo ello tan gran providencia, ¿cuál no será la amorosa solicitud de que os juzgaré dignos a vosotros, por cuyo bien fue producido todo esto?"

24. Confiemos, pues, plenamente, os lo suplico, en la promesa de Dios, y tengamos toda nuestra mente desplegada en torno al deseo de los bienes espirituales, y juzguemos todo lo demás secundario en comparación del goce de los bienes futuros, para que así obtengamos también con abundancia los bienes presentes, podamos ser considerados dignos de los bienes que tenemos prometidos y seamos librados del castigo de la gehena. No me derrochéis de nuevo todo el tiempo de vuestra jornada en la dejadez, en pasatiempos inútiles, en reuniones de perdidos, en banquete y en la diaria borrachera. No dejemos que, por nuestra posterior incuria, se escurra entre las manos lo que teníamos bien recogido, al contrario, retengamos con seguridad todo cuanto se nos ha dado de parte de la bondad de Dios.

25. Y sobre todo vosotros, los que os revestisteis recientemente de Cristo y recibisteis la visita del Espíritu, os lo suplico, cada día examinad cuidadosamente el resplandor de vuestro vestido, para que por ninguna parte reciba alguna mancha o arruga: ni por palabras inconvenientes, ni por escuchas vanas, ni por pensamientos malvados, ni por ojos que van sin tino saltando sobre cualquiera que se encuentran. Por consiguiente, fortifiquémonos por todos lados, sin excepción, con el recuerdo continuo de aquel terrible día, y así, por haber perseverado en nuestro resplandor y por haber guardado sin mancha ni arruga el vestido de la inmortalidad, seremos juzgados dignos de aquellos inefables dones que ojalá todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se den al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

1. Esta última Catequesis cierra la serie; probablemente se tuvo

después de la precedente, el sábado de la semana de Pascua del año

390 (cf. nota I de la octava Catequesis).

2. Es difícil precisar si se trata de la profesión de fe, de la simple

alabanza o del reconocimiento y aceptación de la propia culpa (cf. nota I

de la décima Catequesis).

3. Es decir, en principio el obispo local y los presbíteros encargados

de preparar los catecúmenos para el bautismo.

4. La gran afluencia de gente del campo (entre ellos los monjes, cf.

infra, c. 4) y el hecho de que hablan una lengua distinta (cf. c. 2) induce a

pensar que esta Catequesis y la precedente se tuvieron en Antioquía (cf.

WENGER, nota 3:p. 247).

5. 1 Co 4:12.

6. Hch 20:34.

7. Esta cita no está tal cual en el texto evangélico; probablemente

resume la idea de Mt 5:19. Como también aparece en Hom. 13 in Gen.

(PG 53:llO), WENGER la considera prueba importante de la autenticidad

crisostomiana de esta Catequesis (Introd., p. 55).

8. Con "vida angélica" se alude a la vida monástica, lo mismo que la

expresión "sabia conducta" (literalmente "conducta filosófica")

presupone su confrontación y su contraste con la conducta no tenida por

sabia, de los filósofos paganos, de los que se habla luego en el c. 6 (cf.

WENGER, nota 2, p. 249).

9. 1 Co 1:25.

10. Literalmente "que sabe filosofar" (cf. supra, n. 8).

11. Rm 4:3.

12. Gn 12:1.

13. Hb 11:13.

14. Hb 11:14-16.

15. Hb 11:10.

16. 2 Co 4:18.

17. 1 Co 2:9.

18. La rareza de esta cita de Amós 6:5 depende probablemente del

hecho de estar tomada de la versión de los Setenta, donde el significado

del versículo es totalmente diferente del texto hebreo que en varios puntos

es críticamente incierto.

19. Se sigue la exhortación del capítulo anterior.

20. Después de seguir un estricto programa propio de los días en que

no se celebra la Eucaristía (synaxis), cuando ésta se celebra domingos y

algún día entre semana — nada debe impedir al nuevo bautizado asistir a ella.

21. Mt 6:32.

22. Mt 6:26.

 

 

 

San Agustín de Hipona.

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Tagaste, hoy Souk Ahras, a unas 60 millas de Bona (la antigua Hippo-Regius), era por aquel tiempo una ciudad pequeña y libre de la Numidia preconsular que se había convertido recientemente del donatismo. Su familia no era rica aunque sí eminentemente respetable, y su padre, Patricio, uno de los dirigentes de la ciudad, todavía era pagano; sin embargo, las admirables virtudes que hicieron de Mónica el ideal de madre cristiana consiguieron, a la larga, que su esposo recibiera la gracia del bautismo y una muerte santa, alrededor del año 371.

Agustín recibió una educación cristiana. Su madre hizo que fuera señalado con la cruz e inscrito entre los catecúmenos. Una vez, estando muy enfermo pidió el bautismo pero pronto pasó todo peligro y difirió recibir el sacramento, cediendo así a una deplorable costumbre de la época. Su asociación con "hombres de oración" dejó profundamente grabadas en su alma tres grandes ideas: La Divina Providencia, la vida futura con terribles sanciones y, sobre todo, Cristo Salvador. "Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador, Vuestro Hijo; lo guardé en lo más recóndito de mi corazón; y aún cuando todo lo que ante mí se presentaba sin ese Divino Nombre, aunque fuese elegante, estuviera bien escrito e incluso repleto de verdades, no fue bastante para arrebatarme de Vos" (Confesiones, I, IV).

Pero una enorme crisis moral e intelectual sofocó todos estos sentimientos cristianos durante cierto tiempo, siendo el corazón el primer punto de ataque. Patricio, orgulloso del éxito de su hijo en las escuelas de Tagaste y Madaura decidió enviarlo a Cartago a preparase para una carrera forense; mas, desgraciadamente, se necesitaban varios meses para reunir los medios precisos y Agustín tuvo que pasar en Tagaste el decimosexto año de su vida disfrutando de un ocio que resultó ser fatal para su virtud, pues se entregó al placer con toda la vehemencia de una naturaleza ardiente. Al principio rezaba, pero sin el sincero deseo de ser escuchado, y cuando llegó a Cartago a finales del año 370 todas las circunstancias tendían a apartarlo de su verdadero camino: las muchas seducciones de la gran ciudad, aún medio pagana, el libertinaje de otros estudiantes, los teatros, la embriaguez de su éxito literario y el orgulloso deseo de ser el primero en todo, incluso en el mal. Al poco tiempo se vio obligado a confesar a Mónica que se había metido en una relación pecaminosa con la persona que dio a luz a su hijo (372), "el hijo de su pecado" — un enredo del que tan sólo se redimió a sí mismo en Milán, al cabo de quince años de esclavitud. Al evaluar esta crisis deben evitarse dos extremos. Algunos la han exagerado, como Mommsen, tal vez engañados por el tono de pesar en las "Confesiones": en la "Realencyklopädie" (3d ed., II, 268) Loofs reprueba a Mommsen por este motivo y, sin embargo, él mismo es demasiado indulgente con Agustín, al alegar que en aquellos días la Iglesia permitía el concubinato. Solamente las "Confesiones" ya demuestran que Loofs no entendió el Canon 17º de Toledo. No obstante puede decirse que Agustín, incluso en su caída, conservó cierta dignidad y sintió compungimiento, lo que le honra; y desde los diecinueve años tuvo un sincero deseo de romper con sus costumbres. De hecho, en 373:después de leer el "Hortensio" de Cicerón, de donde absorbió ese amor a la sabiduría que Cicerón elogia tan elocuentemente, se manifestó en su vida una inclinación totalmente nueva para él. A partir de entonces, Agustín consideró la retórica únicamente como una profesión; la filosofía le había ganado el corazón.

Desgraciadamente, tanto su fe como su moralidad iban a atravesar una crisis terrible. En este mismo año, 373, Agustín y su amigo Honorato cayeron en las redes de los maniqueos. Parece mentira que una mente tan extraordinaria hubiera podido caer víctima de las vaciedades orientales sintetizadas en un dualismo tosco y material que el persa Mani (215-276) había introducido en África hacía apenas cincuenta años. El mismo Agustín nos dice que se sintió seducido por las promesas de una filosofía libre sin ataduras a la fe; por los alardes de los maniqueos, que afirmaban haber descubierto contradicciones en la Sagrada Escritura; y, sobre todo, por la esperanza de encontrar en su doctrina una explicación científica de la naturaleza y sus más misteriosos fenómenos. A la mente inquisitiva de Agustín le entusiasmaban las ciencias naturales, y los maniqueos declaraban que la naturaleza no guardaba secretos para su doctor, Fausto. Además, Agustín se sentía atormentado por el problema del origen del mal y al no resolverlo, reconoció dos principios opuestos. Por añadidura, existía el poderoso encanto de la irresponsabilidad moral en una doctrina que negaba el libre albedrío y atribuía la comisión del delito a un principio ajeno.

Una vez conquistado por esta secta, Agustín se dedicó a ella con toda la fuerza de su ser; leyó todos sus libros, aceptó y defendió todas sus opiniones. Su frenético proselitismo llevó al error a su amigo Alipio, y a Romaniano, el amigo de su padre que fue su mecenas en Tagaste y estaba sufragando los gastos de estudios de Agustín. Fue durante este período maniqueo cuando las facultades literarias de Agustín llegaron a su completo desarrollo, y todavía era estudiante en Cartago cuando abrazó el error. Dejó los estudios que, de haber continuado, lo habrían ingresado en el forum litigiosum, pero prefirió la carrera de letras, y Posidio nos cuenta que regresó a Tagaste a "enseñar gramática." El joven profesor cautivó a sus alumnos y uno de ellos, Alipio, apenas algo más joven que su maestro, sintiéndose reacio a abandonarlo lo siguió hasta el error; después recibió con él el bautismo en Milán, y más adelante llegó a ser obispo de Tagaste, su ciudad natal. Pero Mónica deploraba profundamente la herejía de Agustín y no lo habría aceptado ni en su casa ni en su mesa si no hubiera sido por el consejo de un santo obispo, quien declaró que "el hijo de tantas lágrimas no puede perecer." Poco después Agustín fue a Cartago, donde continuó enseñando retórica. En este escenario más amplio, su talento resplandeció aún más y alcanzó plena madurez en la búsqueda infatigable de las artes liberales. Se llevó el premio en un concurso poético en el que tomó parte, y el procónsul Vindiciano le confirió públicamente la corona agonistica. Fue en este momento de embriaguez literaria, cuando acababa de completar su primera obra sobre æscetics, ahora perdida, que empezó a repudiar el maniqueísmo. Las enseñanzas de Mani habían distado mucho de calmar su intranquilidad, incluso cuando Agustín disfrutaba del fervor inicial, y aunque se le haya acusado de haber sido sacerdote de la secta, nunca lo iniciaron ni nombraron entre los "electos," sino que permaneció como "oyente," el grado más bajo de la jerarquía. Él mismo nos explica el por qué de su desencanto. En primer lugar estaba la espantosa depravación de la filosofía maniquea — "destruyen todo y no construyen nada"; después, esa terrible inmoralidad que contrasta con su afectación de la virtud; la flojedad de sus argumentos en controversia con los católicos, a cuyos argumentos sobre las Escrituras la única respuesta que daban era: "Las Escrituras han sido falsificadas." Pero lo peor de todo es que entre ellos no encontró la ciencia — ciencia en el sentido moderno de la palabra — ese conocimiento de la naturaleza y sus leyes que le habían prometido. Cuando les hizo preguntas sobre los movimientos de las estrellas, ninguno de ellos supo contestarle. "Espera a Fausto," decían, "él te lo explicará todo." Por fin, Fausto de Mileve, el celebrado obispo maniqueo, llegó a Cartago; Agustín fue a visitarlo y le interrogó; en sus respuestas descubrió al retórico vulgar, un completo ignorante de toda sabiduría científica. Se había roto el hechizo y, aunque Agustín no abandonó la secta inmediatamente, su mente ya rechazó las doctrinas maniqueas. La ilusión había durado nueve años.

Pero la crisis religiosa de esta gran alma solamente se resolvería en Italia, bajo la influencia de Ambrosio. En el año 383, a la edad de veintinueve años, Agustín cedió a la irresistible atracción que Italia ejercía sobre él, pero — como su madre sospechara su partida y estaba determinada a no separarse de él — recurrió al subterfugio de embarcarse escabulléndose por la noche. Recién llegado a Roma cayó gravemente enfermo; al recuperarse abrió una escuela de retórica, pero repugnado por las argucias de los alumnos que le engañaban descaradamente con los honorarios de las clases, presentó una solicitud a una cátedra vacante en Milán, la obtuvo y Sínmaco, el prefecto, lo aceptó. Cuando visitó al obispo Ambrosio se sintió tan cautivado por la amabilidad del santo que comenzó a asistir con regularidad a sus discursos. Sin embargo, antes de abrazar la Fe, Agustín sufrió una lucha de tres años en los que su mente atravesó varias fases distintas. Primero se inclinó hacia la filosofía de los académicos con su escepticismo pesimista; después la filosofía neoplatónica le inspiró un genuino entusiasmo. Estando en Milán, apenas había leído algunas obras de Platón y, más especialmente, de Plotinio cuando despertó a la esperanza de encontrar la verdad. Una vez más comenzó a soñar que él y sus amigos podrían dedicar la vida a su búsqueda, una vida limpia de todas las vulgares aspiraciones a honores, riquezas o placer, y acatando el celibato como regla (Confesiones, VI). Pero era solamente un sueño; todavía era esclavo de sus pasiones. Mónica, que se había reunido con su hijo en Milán, insistió para que se desposara, pero la prometida en matrimonio era demasiado joven y, si bien Agustín se desligó de la madre de Adeodato, enseguida otra ocupó el puesto. Así fue como atravesó un último período de lucha y angustia. Finalmente, la lectura de las Sagradas Escrituras le iluminaron la mente y pronto le invadió la certeza de que Jesucristo es el único camino de la verdad y de la salvación. Después de esto, sólo se resistía el corazón. Una entrevista con Simpliciano, futuro sucesor de San Ambrosio, que contó a Agustín la historia de la conversión del celebrado retórico neoplatónico Victorino (Confesiones, VIII, I, I,ii), abrió el camino para el golpe de gracia definitivo que a la edad de treinta y tres años lo derribó al suelo en el jardín, en Milán (septiembre, 386). Unos cuantos días después, estando Agustín enfermo, se aprovechó de las vacaciones de otoño y, renunciando a su cátedra, se marchó con Mónica, Adeodato, y sus amigos a Casicíaco, la propiedad campestre de Verecundo, para allí dedicarse a la búsqueda de la verdadera filosofía que para él ya era inseparable del Cristianismo.

De Conversión al Episcopado (386-395)

Gradualmente, Agustín se fue familiarizando con la doctrina cristiana, y la fusión de la filosofía platónica con los dogmas revelados se iba formando en su mente. La ley que le condujo a este cambio de pensar ha sido frecuentemente mal interpretada en estos últimos años, y es lo bastante importante como para definirla con precisión. La soledad en Casicíaco hizo realidad un anhelo soñado desde hacía mucho tiempo. En sus libros "Contra los académicos," Agustín ha descrito la serenidad ideal de esta existencia, que sólo la estimula la pasión por la verdad. Completó la enseñanza de sus jóvenes amigos, ya con lecturas literarias en común, ya con conferencias fisosóficas? conferencias a las que a veces invitaba a Mónica y que, recopiladas por un secretario, han proporcionado la base de los "Diálogos." Más adelante Licencias recordaría en sus "Cartas" esas deliciosas mañanas y atardeceres filosóficos en los que Agustín solía evolucionar los incidentes más corrientes en las más elevadas discusiones. Los tópicos favoritos de las conferencias eran la verdad, la certeza (Contra los académicos), la verdadera felicidad en la filosofía (De la vida feliz), el orden de la Providencia en el mundo y el problema del mal (De Ordine) y, por último, Dios y el alma (Soliloquios, Acerca de la inmortalidad del alma).

De aquí surge la curiosa pregunta planteada por los críticos modernos: ¿Era ya cristiano Agustín cuando escribió los "Diálogos" en Casicíaco? Hasta ahora, nadie lo había puesto en duda; los historiadores, basándose en las "Confesiones," habían creído todos que el doble objetivo de Agustín para retirarse a la quinta fue mejorar la salud y prepararse para el bautismo. Pero hoy en día ciertos críticos aseguran haber descubierto una oposición radical entre los "Diálogos" filosóficos que escribió en este retiro, y el estado del alma que describe en las "Confesiones." Según Harnack, cuando Agustín escribió las "Confesiones" tuvo que haber proyectado los sentimientos del obispo del año 400 en el ermitaño del año 386. Otros van más lejos y sostienen que el ermitaño de la quinta milanesa no podía haber sido cristiano de corazón, sino platónico; que la conversión en la escena del jardín no fue al cristianismo, sino a la filosofía; y que la fase genuinamente cristiana no comenzó hasta 390. Pero esta interpretación de los "Diálogos" no encaja con los hechos ni con los textos. Se ha admitido que Agustín recibió el bautismo en Pascua, en 387; ¿a quién puede ocurrírsele que esta ceremonia careciera de sentido para él? Y, ¿cómo puede aceptarse que la escena en el jardín, el ejemplo de sus retiros, la lectura de S. Pablo, la conversión de Victorino, el éxtasis de Agustín al leer los Salmos con Mónica, todo esto fueran invenciones hechas después? Además, Agustín escribió la hermosa apología "Sobre la Santidad de la Iglesia Católica" en 388 ¿cómo puede concebirse que todavía no fuera cristiano en esa fecha? No obstante, para resolver el argumento lo único que hace falta es leer los propios "Diálogos" que son, con certeza, una obra puramente filosófica y, tal como Agustín reconoce ingenuamente, — una obra de juventud, además, no sin cierta pretensión (Confesiones, IX, IV); sin embargo, contienen la historia completa de su formación cristiana. Ya por el año 386, en la primera obra que escribió en Casicíaco nos revela el gran motivo subyacente de sus investigaciones. El objeto de su filosofía es respaldar la autoridad con la razón y, "para él, la gran autoridad, ésa que domina todas las demás y de la cual jamás deseaba desviarse, es la autoridad de Cristo"; y si ama a los platónicos es porque cuenta con encontrar entre ellos interpretaciones que siempre estén en armonía con su fe (Contra los académicos, III, c. x). Esta seguridad y confianza era excesiva, pero permanece evidente que el que habla en estos "Diálogos" es cristiano, no platónico. Nos revela los más íntimos detalles de su conversión, el argumento que lo convenció a él (la vida y conquistas de los apóstoles), su progreso dentro de la Fe en la escuela de San Pablo (ibid., III), las deliciosas conferencias con sus amigos sobre la Divinidad de Jesucristo, las maravillosas transformaciones que la fe ejerció en su alma, incluso conquistando el orgullo intelectual que los estudios platónicos habían despertado en él (De la vida feliz), y por fin, la calma gradual de sus pasiones y la gran resolución de elegir la sabiduría como única compañera (Soliloquios, I, x).

Ahora es fácil apreciar en su justo valor la influencia que el neoplatonismo ejerció en la mente del gran doctor africano. Sería imposible para cualquiera que haya leído las obras de San Agustín negar que esta influencia existe, pero también sería exagerar enormemente esta influencia pretender que en algún momento sacrificó el Evangelio por Platón. El mismo crítico docto sabiamente deduce de su estudio la siguiente conclusión: "Por lo tanto, San Agustín es francamente neoplatónico siempre y cuando esta filosofía esté de acuerdo con sus doctrinas religiosas; en el momento que surge una contradicción, no duda nunca en subordinar su filosofía a la religión, y la razón a la fe. Era ante todo cristiano; las cuestiones filosóficas que constantemente tenía en la cabeza iban siendo relegadas con más y más frecuencia a un segundo plano" (op. cit., 155). Pero el método era peligroso; al buscar así armonía entre las dos doctrinas creyó, demasiado fácilmente, encontrar la cristiandad en Platón o el platonismo en el Evangelio. Más de una vez, en "Retractationes" y en otros lugares, reconoce que no siempre ha evitado este peligro. Así, imaginó haber descubierto en el platonismo la doctrina completa del Verbo y el prólogo entero de San Juan. Asimismo, desmintió un gran número de teorías neoplatónicas que al principio lo habían conducido al error — la tesis cosmológica de un alma universal, que hace del mundo un animal inmenso — las dudas platónicas sobre esa grave pregunta: ¿Hay un alma única para todo el universo o cada uno tiene un alma distinta? Pero, por otra parte, como Schaff observa muy adecuadamente (San Agustín, Nueva York, 1886, p. 51), siempre había reprochado a los platónicos el que rechazaran o desconocieran los puntos fundamentales del cristianismo: "primero, el gran misterio, el Verbo hecho carne; y después, el amor, descansando sobre una base de humildad." También ignoran la gracia, dice, dando sublimes preceptos de moralidad sin ninguna ayuda para alcanzarlos.

Lo que Agustín perseguía con el bautismo cristiano era la gracia Divina. En el año 387, hacia principios de cuaresma, fue a Milán y, con Adeodato y Alipio, ocupó su lugar entre los competentes y Ambrosio lo bautizó el día de Pascua Florida o, al menos, durante el tiempo Pascual. Cuenta la tradición que en esta ocasión el obispo y el neófito, alternándose, cantaron el Te Deum, pero esto es infundado. Sin embargo, esta leyenda ciertamente expresa la alegría de la Iglesia al recibir como hijo a aquel que sería su más ilustre doctor. Fue entonces cuando Agustín, Alipio, y Evodio decidieron retirarse en aislamiento a África. Agustín, no hay duda, permaneció en Milán hasta casi el otoño continuando sus obras: "Acerca de la inmortalidad del alma" y "Acerca de la música." En el otoño de 387 estaba a punto de embarcarse en Ostia cuando Mónica fue llamada de esta vida. No hay páginas en toda la literatura que alberguen un sentimiento más exquisito que la historia de su santa muerte y del dolor de Agustín (Confesiones, IX). Agustín permaneció en Roma varios meses, principalmente ocupándose de refutar el maniqueísmo. Después de la muerte del tirano Máximo (agosto 388) navegó a África, y al cabo de una corta estancia en Cartago regresó a Tagaste, su tierra natal. Al llegar allí, inmediatamente deseó poner en práctica su idea de una vida perfecta comenzando por vender todos sus bienes y regalar a los pobres el producto de estas ventas. A continuación, él y sus amigos se retiraron a sus tierras, que ya no le pertenecían, para llevar una vida en común de pobreza, oración, y estudio de las cartas sagradas. El libro de las "LXXXIII cuestiones" es el fruto de las conferencias celebradas en este retiro, en el que también escribió "De Genesi contra Manichaeos," "De Magistro," y "De Vera Religione."

Agustín no pensó en entrar en el sacerdocio y, por temor al episcopado, incluso huyó de las ciudades donde obligatoriamente tenía que elegir. Un día en Hipona, donde lo había llamado un amigo cuya salvación del alma estaba en peligro, estaba rezando en una iglesia cuando de repente la gente se agrupó a su alrededor aclamándole y rogando al obispo, Valerio, que lo elevara al sacerdocio. A pesar de sus lágrimas, Agustín se vio obligado a ceder a las súplicas y fue ordenado en 391. El nuevo sacerdote consideró esta reciente ordenación un motivo más para volver a su vida religiosa en Tagaste, lo que Valerio aprobó tan categóricamente que puso cierta propiedad de la iglesia a disposición de Agustín, permitiendo así que estableciera un monasterio en el mismo momento que lo había fundado. Sus cinco años de ministerio sacerdotal fueron enormemente fructíferos; Valerio le había rogado que predicara, a pesar de que en África existía la deplorable costumbre de reservar ese ministerio para los obispos. Agustín combatió la herejía, especialmente el maniqueísmo, y tuvo un éxito prodigioso. A Fortunato, uno de sus grandes doctores al que Agustín había retado en conferencia pública, le humilló tantísimo verse derrotado que huyó de Hipona. Agustín también abolió el abuso de celebrar banquetes en las capillas de los mártires. El 8 de octubre del año 393 tomó parte en el Concilio plenario de África, presidido por Aurelio, obispo de Cartago, y a petición de los obispos se vió obligado a dar un discurso que, en su forma completa, más tarde llegó a ser el tratado de "De Fide et symbolo."

Obispo de Hipona (396-430)

Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez, obtuvo la autorización de Aurelio, primado de África, para asociar a Agustín con él, como coadjutor. Agustín se hubo de resignar a que Megalio, primado de Numidia, lo consagrara. Tenía entonces cuarenta y dos años y ocuparía la sede de Hipona durante treinta y cuatro. El nuevo obispo supo combinar bien el ejercicio de sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa y, aunque abandonó su convento, transformó su residencia episcopal en monasterio, donde vivió una vida en comunidad con sus clérigos, que se comprometieron a observar la pobreza religiosa. Lo que así fundó, ¿fue una orden de clérigos corrientes o de monjes? Esta pregunta ha surgido con frecuencia, pero creemos que Agustín no se paró mucho a considerar estas distinciones. Fuera como fuere, la casa episcopal de Hipona se transformó en una verdadera cuna de inspiración que formó a los fundadores de los monasterios que pronto se extendieron por toda África, y a los obispos que ocuparon las sedes vecinas. Possidio (Vita S. August., XXII) enumera diez de los amigos del santo y discípulos que ocuparon el trono episcopal. Fue por esto que Agustín ganó el título de patriarca de los religiosos y renovador de la vida del clero en África.

Pero, ante todo, fue defensor de la verdad y pastor de las almas. Sus actividades doctrinales, cuya influencia estaba destinada a durar tanto como la Iglesia misma, fueron múltiples: predicaba con frecuencia, a veces cinco días consecutivos, y de sus sermones manaba tal espíritu de caridad que conquistó todos los corazones; escribió cartas que divulgaron sus soluciones a los problemas de la época por todo el mundo entonces conocido; dejó su espíritu grabado en diversos concilios africanos a los que asistió, por ejemplo, los de Cartago en 398, 401, 407, 419 y Mileve en 416 y 418; y por último, luchó infatigablemente contra todos los errores. Describir estas luchas sería interminable; por tanto, seleccionaremos solamente las principales controversias y en cada una indicaremos cuál fue la postura doctrinal del gran obispo de Hipona.

La controversia maniquea y el problema del mal

Después de ser ordenado obispo, el entusiasmo que Agustín había demostrado desde su bautismo en acercar a sus antiguos correligionarios a la verdadera Iglesia tomó una forma más paternal, sin llegar a perder el prístino ardor, "dejad que se encolericen contra nosotros aquellos que desconocen cuán amargo es el precio de obtener la verdad… En cuanto a mí, os mostraría la misma indulgencia que mis hermanos mostraron conmigo cuando yo erraba ciego por vuestras doctrinas" (Contra Epistolam Fundamenta, III). Entre los acontecimientos más memorables ocurridos durante esta controversia, cuenta la gran victoria que en 404 obtuvo sobre Félix, uno de los "electos" de los maniqueos y gran doctor de la secta. Estaba propagando sus errores en Hipona, y Agustín y le invitó a una conferencia pública cuyo tema necesariamente causaría un gran revuelo; Félix se declaró derrotado, abrazó la Fe y, junto con Agustín, contribuyó a los actos de la conferencia. Agustín, en sus escritos, sucesivamente refutó a Mani (397), al famoso Fausto (400), a Secundino (405), y (alrededor de 415) al fatalista Prisciliano a quien Pablo Orosio había denunciado. Estos escritos contienen claramente el pensamiento incuestionable del santo sobre el eterno problema del mal, pensamiento basado en un optimismo que, igual que los platónicos, proclama que todo lo que procede de Dios es bueno y la única fuente del mal moral es la libertad de las criaturas (De Civitate Dei, XIX, c. XIII, n.2). Agustín defiende el libre albedrío, incluso en el hombre como es, con tal ardor que sus obras contra los maniqueos son una inagotable reserva de argumentos en esta controversia todavía en debate.

Los jansenistas han sostenido en vano que Agustín era inconscientemente pelagiano, y que después reconoció la pérdida de la libertad por el pecado de Adán. Los críticos modernos, sin duda desconocedores del complicado sistema del santo y de su peculiar terminología, han ido mucho más lejos. En la "Revue d"histoire et de littérature religieuses" (1899, p. 447), M. Margival muestra a San Agustín como una víctima del pesimismo metafísico absorbido inconscientemente de las doctrinas maniqueas. "Nunca" dice, "la idea oriental de la necesidad y la eternidad del mal, ha tenido un defensor con más entusiasmo que este obispo." Agustín reconoce que todavía no había comprendido cómo la primera inclinación buena de la voluntad es un don de Dios (Retractations, I,XXIII, n, 3); pero hay que recordar que nunca se retractó de sus principales teorías sobre el libre albedrío y nunca modificó su opinión sobre lo que constituye la condición esencial, es decir, la plena potestad de elegir o de decidir. ¿Quién se atrevería a decir que cuando revisó sus propios escritos le faltó claridad de percepción o sinceridad en un punto tan importante?

La controversia donatista y la teoría de la Iglesia

El cisma donatista fue el último episodio en las controversias de Montano y Novato que habían agitado la Iglesia desde el siglo segundo. Mientras en Oriente se discutían aspectos variados del problema Divino y Cristológico del Verbo, Occidente, sin duda por su carácter más práctico, se ocupó del problema moral del pecado en todas sus formas. El dilema general era la santidad de la Iglesia; ¿Podía ser perdonado el pecador y dejar que continuara en su seno? En África, el dilema concernía especialmente a la santidad de la jerarquía. Los obispos de Numidia, que en el año 312 habían rehusado aceptar como válida la consagración de Ceciliano, obispo de Cartago, habían introducido el cisma por un traductor, y al mismo tiempo propusieron estas graves preguntas: ¿dependen los poderes jerárquicos del mérito moral del sacerdote? ¿Cómo puede la santidad de la Iglesia ser compatible con la falta de mérito de sus ministros?

Cuando Agustín llegó a Hipona, el cisma ya había alcanzado enormes proporciones y se había identificado con las tendencias políticas — quizás con un movimiento nacional contra la dominación romana. De todas formas, es fácil descubrir una oculta corriente de venganza antisocial que los emperadores tuvieron que combatir con leyes estrictas. La extraña secta conocida por "Soldados de Cristo," y llamadas por los católicos Circumcelliones (bandoleros, vagabundos), era semejante a las sectas revolucionarias de la Edad Media en un momento de destrucción fanática — hecho que no debe perderse de vista si se va a apreciar debidamente la severa legislación de los emperadores.

La historia de las luchas de Agustín contra los donatistas también es la de su cambio de opinión en cuanto a la rigurosas medidas a emplear contra los herejes; y la Iglesia en África, de cuyos concilios él había sido el alma, siguió su ejemplo. Este cambio de posición lo atestigua solemnemente el mismo obispo de Hipona, especialmente en sus Cartas, XCIII (en el año 408). Al principio buscó restablecer la unidad por medio de conferencias y amistosas discusiones. Inspiró varias medidas conciliadoras en los concilios africanos, y envió embajadores a los donatistas invitándolos a reintegrarse a la Iglesia o, al menos, apremiándolos a que enviaran diputados a una conferencia (403). Al principio los donatistas respondieron con silencio, después con insultos, y por último con una violencia tal que Posidio, obispo de Calamet, amigo de Agustín, tuvo que huir para librarse de la muerte, el obispo de Bagaia quedó cubierto con horribles heridas, y el mismísimo obispo de Hipona sufrió varios atentados contra su vida (Carta XXXVIII, a Januarius, el obispo donatista). Esta locura de los circumcelliones exigía una represión dura y Agustín, siendo testigo de las muchas conversiones que surgieron de todo esto, aprobó a partir de entonces unas rígidas leyes. No obstante, hay que señalar esta importante salvedad: San Agustín jamás deseó que la herejía se castigara con la muerte — Vos rogamos ne occicatis (Epístola c, al procónsul Donato). Pero los obispos aún estaban a favor de celebrar una conferencia con los cismáticos, y en 410 Honorio proclamó un edicto que puso fin a la negativa donatista. En junio de 411 tuvo lugar una conferencia solemne en Cartago, en presencia de 279 obispos donatistas y 286 católicos. Los portavoces de los donatistas eran Petiliano de Constantinopla, Primiano de Cartago, y Emeritus de Cesárea; los oradores católicos eran Aurelio y Agustín. En cuanto a la cuestión histórica que entonces se debatía, el obispo de Hipona demostró la inocencia de Cecilio y de su consagrante Félix; y en el debate dogmático estableció la tesis católica de que la Iglesia puede, sin perder su santidad, tolerar bajo su palio a los pecadores a fin de convertirlos. En nombre del emperador, el procónsul Marcelino declaró la victoria de los católicos en todos los puntos. Poco a poco el donatismo fue decayendo hasta desaparecer con la llegada de los vándalos.

Agustín desarrolló su teoría de la Iglesia tan amplia y magníficamente que, según Specht, "merece que se le llame el Doctor de la Iglesia además de "Doctor de la Gracia"; y Möhler (Dogmatik, 351) no tiene miedo de escribir: "Desde los tiempos de San Pablo, no se ha escrito nada sobre la Iglesia que tenga la profundidad de sentimiento y la fuerza de concepto comparable a las obras de S.Agustín." Ha corregido, perfeccionado e incluso superado las hermosas páginas de San Cipriano sobre la institución divina de la Iglesia, su autoridad, sus notas esenciales, y su misión en la distribución de la gracia y administración de los sacramentos. Los críticos protestantes, Dorner, Bindemann, Böhringer y especialmente Reuter, proclaman bien alto, e incluso a veces exageran, este papel que desempeñó el doctor de Hipona; y si bien Harnack no está completamente de acuerdo con ellos en todos los aspectos, no duda en decir (Historia del Dogma, II, c., iii): "Es uno de los puntos en los que Agustín especialmente afirma y vigoriza la idea católica… Fue el primero [!] en transformar la autoridad de la Iglesia en una potencia religiosa, y en conferir a la religión práctica el don de doctrina de la Iglesia." No fue el primero, pues Dorner reconoce (Agustinus, 88) que Optato de Mileve ya había expuesto la base de la mismas doctrinas. Sin embargo Agustín profundizó, sistematizó y completó las ideas de San Cipriano y Optato; pero aquí es imposible meterse en más detalles. (Véase Speech, Die Lehre von der Kirche nach dem hl. Augustinus, Paderborn, 1892.)

La Controversia Pelagiana y el Doctor de la Gracia

El final de la lucha contra los donatistas casi coincidió con los comienzos de una gravísima disputa teológica que no sólo iba a exigir la plena atención de Agustín hasta el momento de su muerte, sino que también se convertiría en un eterno problema para los individuos y para la Iglesia. Más adelante nos extenderemos en el sistema de Agustín; aquí sólo necesitamos señalar las fases de la controversia. África, donde Pelagio y su discípulo Celestio habían buscado refugio después de la toma de Roma por Alarico, fue el centro principal de los primeros desórdenes pelagianos; ya en 412 un concilio celebrado en Cartago condenó a los pelagianos por sus ataques a la doctrina del pecado original. Entre otros libros que Agustín escribió en contra de ellos estaba el famoso "De naturâ et gratiâ," gracias al cual los concilios celebrados más tarde en Cartago y Mileve confirmaron la condena a estos innovadores que habían conseguido engañar a un Sínodo reunido en Diospolis en Palestina, condena que fue reiterada después por el papa Inocencio I (417). Un segundo período de intrigas pelagianas se suscitó en Roma, pero el papa Zósimo, a quien las estratagemas de Celestio tuvieron momentáneamente cegado hasta que Agustín le hizo abrir los ojos, pronunció la solemne condena de estos herejes en 418. A partir de entonces el combate se hizo por escrito contra Julián de Eclanum, que asumió el liderazgo del partido y atacó violentamente a Agustín. Hacia 426 se unió a las listas una escuela que después se llamó semipelagiana, sus primeros miembros eran monjes de Hadrumetum en África, a los que siguieron otros de Marsella, dirigidos por Cassian, el celebrado abad de San Victor. Sin poder admitir la absoluta gratuidad de la predestinación, buscaron un punto medio entre San Agustín y Pelagio, y sostenían que la gracia se debe otorgar a aquellos que la merezcan y negarla a los demás; por lo tanto, la buena voluntad tiene precedencia, pues desea, pide y Dios recompensa. Cuando Próspero de Aquitania le informó sobre estas ideas, una vez más, el santo doctor expuso en "De Prædestinatione Sanctorum" cómo incluso estos primeros deseos de salvación existen en nosotros debido a la gracia de Dios, lo que por tanto controla absolutamente nuestra predestinación.

Luchas contra el Arrianismo y los últimos años

En 426, el santo obispo de Hipona a los setenta y dos años de edad, deseando ahorrar a su ciudad episcopal la agitación de una elección después de su muerte, hizo que tanto el pueblo como el clero proclamaran la elección del diácono Heraclio como auxiliar y sucesor suyo, y le transfirió la administración de materias externas. Agustín podría haber disfrutado de algo de descanso (427) si no hubiera sido por la agitación en África debido a la inmerecida desgracia y a la revuelta del conde Bonifacio. Los godos, enviados por la emperadora Placidia para oponerse a Bonifacio, y los vándalos, a quienes llamó después en su ayuda, eran todos arrianos. Maximino, un obispo arriano, entró en Hipona con las tropas imperiales. El santo doctor defendió la fe en una conferencia pública (428) y en varios escritos. Profundamente apenado por la devastación de África, se afanó por conseguir una reconciliación entre el conde Bonifacio y la emperatriz. Efectivamente la paz volvió a establecerse, pero no con Genseric, el rey vándalo. Vencido Bonifacio, buscó refugio en Hipona, donde muchos obispos ya habían huído en busca de protección y esta ciudad bien fortificada iba a padecer los horrores de dieciocho meses de asedio. Con gran esfuerzo por controlar su angustia, Agustín continuó refutando a Julián de Eclanum pero cuando comenzó el asedio fue víctima de lo que resultó ser una enfermedad mortal, y al cabo de tres meses de admirable paciencia y ferviente oración, partió de esta tierra de exilio el 28 de agosto de 430, en el año septuagésimo octavo año de su vida.

Eugène Portalié

Confesiones de San Agustín.

Libro I

Capitulo I

1. Grande eres, Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites.

Y ahora hay aquí un hombre que te quiere alabar. Un hombre que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de su pecado, el testimonio de que tú siempre te resistes a la soberbia humana. así pues, no obstante su miseria, ese hombre te quiere alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti.

Y ahora, Señor, concédeme saber qué es primero: si invocarte o alabarte; o si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.

2. Pues, ¿quién te podría invocar cuando no te conoce? Si no te conoce bien podría invocar a alguien que no eres tú.

¿O será, acaso, que nadie te puede conocer si no te invoca primero? Mas por otra parte: ¿Cómo te podría invocar quien todavía no cree en ti; y cómo podría creer en ti si nadie te predica?

Alabarán al Señor quienes lo buscan; pues si lo buscan lo habrán de encontrar; y si lo encuentran lo habrán de alabar.

Haz pues, Señor, que yo te busque y te invoque; y que te invoque creyendo en ti, pues ya he escuchado tu predicación. Te invoca mi fe. Esa fe que tú me has dado, que infundiste en mi alma por la humanidad de tu Hijo, por el ministerio de aquel que tú nos enviaste para que nos hablara de ti.

Capitulo II

1. ¿Y cómo habré de invocar a mi Dios y Señor? Porque si lo invoco será ciertamente para que venga a mí. Pero, ¿qué lugar hay en mí para que a mí venga Dios, ese Dios que hizo el cielo y la tierra? ¡Señor santo! ¿Cómo es posible que haya en mí algo capaz de ti?

Porque a ti no pueden contenerte ni el cielo ni la tierra que tú creaste, y yo en ella me encuentro, porque en ella me creaste.

2. Acaso porque sin ti no existiría nada de cuanto existe, resulta posible que lo que existe te contenga. ¡Y yo existo! Por eso deseo que vengas a mí, pues sin ti yo no existiría. Yo no estoy en los abismos, pero tú estás también allí. Y yo no sería, absolutamente no podría ser, si tú no estuvieras en mi. O, para decirlo mejor, yo no existiría si no existiera en ti, de quien todo procede, por el cual y en el cual existe todo. Así es, Señor, así es. ¿Y cómo, entonces, invocarte, si estoy en ti? ¿Y cómo podrías tú venir si ya estás en mí? ¿Cómo podría yo salirme del cielo y de la tierra para que viniera a mí mi Señor pues El dijo: yo lleno los cielos y la tierra?

Capitulo III

1. Entonces, Señor: ¿Te contienen el cielo y la tierra porque tú los llenas; o los llenas pero queda algo de ti que no cabe en ellos? ¿Y en dónde pones lo que, llenados el cielo y la tierra, sobra de ti? ¿O, más bien, tú no necesitas que nada te contenga porque tú lo contienes todo; porque lo que tú llenas lo llenas conteniéndolo?

Porque los vasos que están llenos de ti no te dan tu estabilidad; aunque ellos se rompieran tú no te derramarías. Y cuando te derramas en nosotros no te rebajas, sino que nos levantas; no te desparramas, sino que nos recoges.

Pero tú, que todo lo llenas, ¿lo llenas con la totalidad de ti?

2. Las cosas no te pueden contener todo entero. ¿Diremos que sólo captan una parte de ti y que todas toman esa misma parte? ¿O que una cosa toma una parte de ti y otra, otra; unas una parte mayor y otras una menor? Habría que decir, entonces, que tú tienes partes, y unas mayores que otras. Pero esto no puede ser. Tú estás en todas las cosas, estás en ellas de una manera total; y la creación entera no te puede abarcar.

Capitulo IV

1. ¿Quién eres pues tú, Dios mío, y a quién dirijo mis ruegos sino a mi Dios y Señor? ¡Y qué otro Dios fuera del Señor nuestro Dios!

Tú eres Sumo y Optimo y tu poder no tiene límites. Infinitamente misericordioso y justo, al mismo tiempo inaccesiblemente secreto y vivamente presente, de inmensa fuerza y hermosura, estable e incomprensible, un inmutable que todo lo mueve.

Nunca nuevo, nunca viejo; todo lo renuevas, pero haces envejecer a los soberbios sin que ellos se den cuenta. Siempre activo, pero siempre quieto; todo lo recoges, pero nada te hace falta. Todo lo creas, lo sustentas y lo llevas a perfección. Eres un Dios que busca, pero nada necesita.

2. Ardes de amor, pero no te quemas; eres celoso, pero también seguro; cuando de algo te arrepientes, no te duele, te enojas, pero siempre estás tranquilo; cambias lo que haces fuera de ti, pero no cambias consejo. Nunca eres pobre, pero te alegra lo que de nosotros ganas.

No eres avaro, pero buscas ganancias; nos haces darte más de lo que nos mandas para convertirte en deudor nuestro. Pero, ¿quién tiene algo que no sea tuyo? Y nos pagas tus deudas cuando nada nos debes; y nos perdonas lo que te debemos sin perder lo que nos perdonas.

¿Qué diremos pues de ti, Dios mío, vida mía y santa dulzura? Aunque bien poco es en realidad lo que dice quien de ti habla. Pero, ¡ay de aquellos que callan de ti! Porque teniendo el don de la palabra se han vuelto mudos.

Capitulo V

1. ¿Quién me dará reposar en ti, que vengas a mi corazón y lo embriagues hasta hacerme olvidar mis males y abrazarme a ti, mi único bien?

¿Qué eres tú para mí? Hazme la misericordia de que pueda decirlo. ¿Y quién soy yo para ti, pues me mandas que te ame; y si ni lo hago te irritas contra mí y me amenazas con grandes miserias? ¡Pero, qué! ¿No es ya muchísima miseria simplemente el no amarte?

Dime pues, Señor, por tu misericordia, quién eres tú para mí. Dile a mi alma: "Yo soy tu salud" (Sal. 34:3). Y dímelo en forma que te oiga; ábreme los oídos del corazón, y dime: "Yo soy tu salud." Y corra yo detrás de esa voz, hasta alcanzarte. No escondas de mí tu rostro, y muera yo, si es preciso, para no morir y contemplarlo.

2. Angosta morada es mi alma; ensánchamela, para que puedas venir a ella. Está en ruinas: repárala. Sé bien y lo confieso, que tiene cosas que ofenden tus ojos. ¿A quién más que a ti puedo clamar para que me la limpie? "Límpiame, Señor, de mis pecados ocultos y líbrame de las culpas ajenas. Creo, y por eso hablo." Tú, Señor, lo sabes bien. Ya te he confesado mis culpas, Señor, y tú me las perdonaste (Sal. 18:13-14). No voy a entrar en pleito contigo, que eres la Verdad; no quiero engañarme, para que "mi iniquidad no se mienta a sí misma" (Sal. 26:12). No entraré, pues, en contienda contigo, pues "si te pones a observar nuestros pecados, ¿quién podrá resistir?" (Sal. 129:3)

Capitulo VI

1. Permíteme sin embargo hablar ante tu misericordia a mí, que soy polvo y ceniza. Déjame hablar, pues hablo a tu misericordia, y no a un hombre burlón que pueda mofarse de mí.

Quizás aparezco risible ante tus ojos, pero tú te volverás hacia mí lleno de misericordia.

¿Qué es lo que pretendo decir, Dios y Señor mío, sino que ignoro cómo vine a dar a ésta que no sé si llamar vida mortal o muerte vital? Y me recibieron los consuelos de tu misericordia según lo oí de los que me engendraron en la carne, esta carne en la cual tú me formaste en el tiempo; cosa de la cual no puedo guardar recuerdo alguno.

Recibiéronme pues las consolaciones de la leche humana. Ni mi madre ni sus nodrizas llenaban sus pechos, eras tú quien por ellas me dabas el alimento de la infancia, según el orden y las riquezas que pusiste en el fondo de las cosas. Don tuyo era también el que yo no deseara más de lo que me dabas; y que las que me nutrían quisieran darme lo que les dabas a ellas. Porque lo que me daban, me lo daban llevadas del afecto natural en que tú las hacías abundar; el bien que me daban lo consideraban su propio bien. Bien que me venía no de ellas, sino por ellas, ya que todo bien procede de ti, mi Dios y toda mi salud. Todo esto lo entendí más tarde por la voz con que me hablabas, por dentro y por fuera de mí, a través de las cosas buenas que me concedías. Porque en ese entonces yo no sabía otra cosa que mamar, dejarme ir en los deleites y llorar las molestias de mi carne. No sabía otra cosa. Más tarde comencé a reír, primero mientras dormía, y luego estando despierto. Así me lo han contado, y lo creo por lo que vemos de ordinario en los niños; pues de lo mío nada recuerdo.

2. Poco a poco comencé a sentir en dónde estaba, y a querer manifestar mis deseos a quienes me los podían cumplir, pero no me era posible, pues mis deseos los tenía yo dentro, y ellos estaban afuera y no podían penetrar en mí. Entonces agitaba mis miembros y daba voces para significar mis deseos, los poco que podía expresar, y que no resultaban fáciles de comprender. Y cuando no me daban lo que yo quería, o por no haberme entendido o para que no me hiciera daño, me indignaba de que mis mayores no se me sometieran y de que los libres no me sirvieran; y llorando me vengaba de ellos. Más tarde llegué a saber que así son los niños; y mejor me lo enseñaron ellos, que no lo sabían, que no mis mayores, que sí lo sabían. Y así, esta infancia mía, ha tiempo ya que murió, y yo sigo viviendo.

Pero tú, Señor, siempre vives, y no hay en ti nada que muera. Porque tú existes desde antes del comienzo de los tiempos, antes de que se pudiera decir antes, y eres Dios y Señor de todo cuanto creaste. En ti está la razón de todas las cosas inestables; en ti el origen inmutable de todas las cosas mudables, y el porqué de las cosas temporales e irracionales.

Dime, Señor misericordioso, a mí, tu siervo que te lo suplica, si mi infancia sucedió a otra edad más anterior. ¿Sería el tiempo que pasé en el seno de mi madre? Pues de ella se me han dicho muchas cosas, y he visto también mujeres preñadas.

3. ¿Qué fue de mí, Dios y dulzura mía, antes de eso? ¿Fui alguien y estuve en alguna parte? Porque esto no me lo pueden decir ni mi padre ni mi madre, ni la experiencia de otros, ni mi propio recuerdo. Acaso te sonríes de que te pregunte tales cosas, tú que me mandas reconocer lo que sé y alabarte por ello. Te lo confieso pues, Señor del cielo y de la tierra, y te rindo tributo de alabanza por los tiempos de mi infancia, que yo no recuerdo, y porque has concedido a los hombres que puedan deducir de lo que ven y hasta creer muchas cosas de sí mismos por lo que dicen mujeres iletradas. Existía yo pues, y vivía en ese tiempo, y hacia el fin de mi infancia buscaba el modo de hacer comprender a otros lo que sentía. ¿Y de quién sino de ti podía proceder un viviente así? No puede venirnos de afuera una sola vena por la que corre en nosotros la vida, y nadie puede ser artífice de su propio cuerpo. Todo nos viene de ti, Señor, en quien ser y vivir son la misma cosa, pues el supremo existir es supremo vivir.

Sumo eres, y no admites mutación. Por ti no pasan los días, y sin embargo pasan en ti, porque tú contienes todas las cosas con todos sus cambios. Y porque tus años no pasan (Sal. 101:28), tú vives en un eterno Día, en un eterno Hoy. ¡Cuántos días de los nuestros y de nuestros padres han pasado ya por este Hoy tuyo, del que recibieron su ser y su modo!; ¿y cuántos habrán de pasar todavía y recibir de él la existencia? "Tú eres siempre el mismo" (Sal. 101:28); y todo lo que está por venir en el más hondo futuro y lo que ya pasó, hasta en la más remota distancia, Hoy lo harás, Hoy lo hiciste.

¿Y qué más da si alguno no lo entiende? Alégrese cuando pregunta: ¿qué es esto? Porque más le vale encontrarte sin haber resuelto tus enigmas, que resolverlos y no encontrarte.

Capitulo VII

1. Señor: ¡ay del hombre y de sus pecados! Cuando alguno admite esto tú te apiadas de él; porque tú lo hiciste a él, pero no sus pecados.

¿Quién me recordará los pecados de mi infancia? Porque nadie está libre de pecado ante tus ojos, ni siquiera el niño que ha vivido un solo día. ¿Quién, pues, me los recordará? Posiblemente un pequeñuelo en el que veo lo que de mí no recuerdo. Pero, ¿cuáles podían ser mis pecados? Acaso, que buscaba con ansia y con llanto el pecho de mi madre. Porque si ahora buscase con el mismo deseo no ya la leche materna sino los alimentos que convienen a mi edad, sería ciertamente reprendido, y con justicia. Yo hacía, pues, entonces cosas dignas de reprensión; pero como no podía entender a quien me reprendiera, no me reprendía nadie, ni lo hubiera consentido la razón. Defectos son estos que desaparecen con el paso del tiempo. Ni he visto a nadie tampoco, cuando está limpiando algo, desechar advertidamente lo que está bueno. Es posible que en aquella temprana edad no estuviera tan mal el que yo pidiese llorando cosas que me dañarían si me las dieran; ni que me indignara contra aquellas personas maduras y prudentes, y contra mis propios padres porque no se doblegaban al imperio de mi voluntad; y esto, hasta el punto de quererlas yo golpear y dañar según mis débiles fuerzas, por no rendirme una obediencia que me habría perjudicado.

Por lo cual puede pensarse que un niño es siempre inocente si se considera la debilidad de sus fuerzas, pero no necesariamente si se mira la condición de su ánimo. Tengo la experiencia de un niño que conocí: no podía aún hablar, pero se ponía pálido y miraba con torvos ojos a un hermano de leche.

2. Todos tenemos alguna experiencia de éstas. A veces madres y nodrizas pretenden que esto se puede corregir con no sé que remedios; pero, miradas las cosas en sí, no hay inocencia en excluir de la fuente abundante y generosa a otro niño mucho más necesitado y que no cuenta para sobrevivir sino con ese alimento de vida. Y con todo esto, cosas tales se les pasan fácilmente a los niños; no porque se piense que son pequeñeces sin importancia, sino más bien porque estiman que son defectos que pasan con el tiempo. Esto no parece fuera de razón, pero lo cierto es que cosas tales no se le permiten a un niño más crecido.

Así pues, tú, Señor, que al darle a un niño la vida, lo provees con el cuerpo que le vemos, dotado de sentidos y de graciosa figura, y con miembros organizados en disposición y con fuerza conveniente, me mandas ahora que te alabe por esto; que te confiese y cante en honor de tu nombre (Sal. 91:2). Porque eres un Dios omnipotente y bueno. Y también lo serías aún cuando no hubieras hecho otras cosas fuera de éstas, pues cosas tales no las puede hacer nadie sino tú, el único de quien procede el mundo todo; el hermosísimo que da forma a todos los seres y con sus leyes los ordena.

3. Pero trabajo me cuesta, Señor, considerar como parte de la vida que ahora vivo, ni siquiera como principio de ella, a esa infancia mía de la que no tengo recuerdos y de la que algo sé por lo que otros me han dicho y por lo que veo en otros niños. Porque el olvido de mi primera infancia es tan tenebroso como el tiempo que viví en el seno de mi madre. Y si "fui concebido en la iniquidad y en el pecado me nutrió mi madre" (Sal. 50:7), ¿cuándo y dónde, Señor, te lo suplico, cuándo y dónde fui yo inocente?

Pasaré pues por alto ese tiempo. ¿Qué tengo que ver con él, pues no me queda de él vestigio alguno?

Capitulo VIII

1. De la infancia pasé, pues, a la niñez; o por mejor decir, la niñez vino a mí sucediendo a la infancia. Y sin embargo la infancia no desapareció: ¿A dónde se habría ido? Pero yo no era ya un infante incapaz de hablar, sino un niño que hablaba. Esto lo recuerdo bien, así como advertí más tarde el modo como había aprendido a hablar. Mis mayores no me enseñaban proponiéndome ordenadamente las cosas, como después aprendí las letras; sino que con la mente que me diste, Señor, y mediante voces y gemidos y con movimientos varios trataba yo de expresar mi voluntad. No podía yo expresar todo lo que quería, ni a todos aquellos a quienes lo quería expresar. Cuando ellos mentaban alguna cosa y con algún movimiento la señalaban, yo imprimía con fuerza las voces en mi memoria, seguro de que correspondían a lo que ellos con sus movimientos habían señalado.

2. Lo que ellos querían me lo daban a entender sus movimientos. La expresión de su rostro, las mociones de los ojos y de otros miembros del cuerpo, el sonido de la voz al pedir o rechazar o hacer algo son como un lenguaje natural en todos los pueblos, indicativo de los estados de ánimo. Así, las palabras, ocupando su lugar en las frases y frecuentemente repetidas en relación con las cosas me hacían colegir poco a poco el significado de cada una; y por medio de ellas, una vez acostumbrada mi boca a pronunciarlas, me hacía comprender. De este modo aprendí a comunicarme por signos con los que me rodeaban, y entré a la tormentosa sociedad de la vida humana sometido a la autoridad de mis padres y al querer de las gentes mayores.

Capitulo IX

1. ¡Cuántas miserias y humillaciones pasé, Dios mío, en aquella edad en la que se me proponía como única manera de ser bueno sujetarme a mis preceptores! Se pretendía con ello que yo floreciera en este mundo por la excelencia de las artes del decir con que se consigue la estimación de los hombres y se está al servicio de falsas riquezas. Fui enviado a la escuela para aprender las letras, cuya utilidad, pobre de mí, ignoraba yo entonces; y sin embargo, me golpeaban cuando me veían perezoso. Porque muchos que vivieron antes que nosotros nos prepararon estos duros caminos por los que nos forzaban a caminar, pobres hijos de Adán, con mucho trabajo y dolor.

2. Entonces conocí a algunas persona que te invocaban. De ellas aprendía a sentir en la medida de mi pequeñez que tú eras Alguien, que eres muy grande y que nos puedes escuchar y socorrer sin que te percibamos con los sentidos. Siendo pues niño comencé a invocarte como a mi auxilio y mi refugio; y en este rogar iba yo rompiendo las ataduras de mi lengua. Pequeño era yo; pero con ahínco nada pequeño te pedía que no me azotaran en la escuela. Y cuando no me escuchabas, aún cuando nadie podía tener por necia mi petición, las gentes mayores se reían, y aún mis padres mismos, que nada malo querían para mí. En eso consistieron mis mayores sufrimientos de aquellos días.

¿Existe acaso, Señor, un alma tan grande y tan unida a ti por el amor, que en la fuerza de esta afectuosa unión contigo haga lo que en ocasiones se hace por pura demencia: despreciar los tormentos del potro, de los ganchos de hierro y otros varios? Porque de tormentos tales quiere la gente verse libre, y por todo el mundo te lo suplican llenos de temor. ¿Habrá pues quienes por puro amor a ti los desprecien y tengan en poco a quienes sienten terror ante el tormento a la manera como nuestros padres se reían de lo que nuestros maestros nos hacían sufrir?

Y sin embargo, pecábamos leyendo y escribiendo y estudiando menos de lo que se nos exigía.

3. Lo que nos faltaba no era ni la memoria ni el ingenio, pues nos los diste suficiente para aquella edad; pero nos gustaba jugar y esto nos lo castigaban quienes jugaban lo mismo que nosotros. Porque los juegos con que se divierten los adultos se llaman solemnemente "negocios"; y lo que para los niños son verdaderos negocios, ellos lo castigan como juegos y nadie compadece a los niños ni a los otros.

A menos que algún buen árbitro de las cosas tenga por bueno el que yo recibiera castigos por jugar a la pelota. Verdad es que este juego me impedía aprender con rapidez las letras; pero las letras me permitieron más tarde juegos mucho más inadmisibles. Porque en el fondo no hacía otra cosa aquel mismo que por jugar me pegaba. Cuando en alguna discusión era vencido por alguno de sus colegas profesores, la envidia y la bilis lo atormentaban más de lo que a mí me afectaba perder un juego de pelota.

Capitulo X

Y sin embargo pecaba yo, oh Dios, que eres el creador y ordenador de todas las cosas naturales con la excepción del pecado, del cual no eres creador, sino nada más ordenador.

Pecaba obrando contra el querer de mis padres y de aquellos maestros. Pero pude más tarde hacer buen uso de aquellas letras que ellos, no sé con qué intención, querían que yo aprendiese.

Si yo desobedecía no era por haber elegido algo mejor, sino simplemente por la atracción del juego. Gozábame yo en espléndidas victorias, y me gustaba el cosquilleo ardiente que en los oídos dejan las fábulas. Cada vez más me brillaba una peligrosa curiosidad en los ojos cuando veía los espectáculos circenses y gladiatorios de los adultos. Quienes tales juegos organizan ganan con ello tal dignidad y excelencia, que todos luego la desean para sus hijos. Y sin embargo no llevan a mal el que se los maltrate por el tiempo que pierden viendo esos juegos, ya que el estudio les permitiría montarlos ellos mismos más tarde. Considera, Señor, con misericordia estas cosas y líbranos a nosotros, los que ya te invocamos. Y libra también a los que no te invocan todavía, para que lleguen a invocarte y los salves.

Capitulo XI

Todavía siendo niño había yo oído hablar de Vida Eterna que nos tienes prometida por tu Hijo nuestro Señor, cuya humildad descendió hasta nuestra soberbia. Ya me signaba con el signo de su cruz y me sazonaba con su sal ya desde el vientre de mi madre, que tan grande esperanza tenía puesta en ti. Y tú sabes que ciertos días me atacaron violentos dolores de vientre con mucha fiebre, y que me vi de muerte. Y viste también, porque ya entonces eras mi guardián, con cuánta fe y ardor pedí el bautismo de tu Cristo, Dios y Señor mío, a mi madre y a la Madre de todos que es tu Iglesia. Y mi madre del cuerpo, que consternada en su corazón casto y lleno de fe quería engendrarme para la vida eterna, se agitaba para que yo fuera iniciado en los sacramentos de la salvación y, confiándote a ti, Señor mío, recibiera la remisión de mi pecado. Y así hubiera sido sin la pronta recuperación que tuve. Se difirió pues mi purificación, como si fuera necesario seguir viviendo una vida manchada, ya que una recaída en el mal comportamiento después del baño bautismal habría sido peor y mucho más peligrosa.

Yo era ya pues un creyente. Y lo eran también mi madre y todos los de la casa, con la excepción de mi padre, quien a pesar de que no creía tampoco estorbaba los esfuerzos de mi piadosa madre para afirmarme en la fe en Cristo. Porque ella quería que no él sino tú fueras mi Padre; y tú la ayudabas a sobreponerse a quien bien servía siendo ella mejor, pues al servirlo a él por tu mandato, a ti te servía.

Me gustaría saber, Señor, por qué razón se difirió mi bautismo; si fue bueno para mí que se aflojaran las riendas para seguir pecando, o si hubiera sido mejor que no se me aflojaran. ¿Por qué oímos todos los días decir: "Deja a éste que haga su voluntad, al cabo no está bautizado todavía," cuando de la salud del cuerpo nunca decimos: "Déjalo que se trastorne más, al cabo no está aún curado"? ¡Cuánto mejor hubiera sido que yo sanara más pronto y que de tal manera obrara yo y obraran conmigo, que quedara en seguro bajo tu protección la salud del alma que de ti me viene! Pero bien sabía mi madre cuántas y cuán grandes oleadas de tentación habrían de seguir a mi infancia. Pensó que tales batallas contribuirían a formarme, y no quiso exponer a ellas la efigie tuya que se nos da en el bautismo.

Capitulo XII

1. Durante mi niñez (que era menos de temer que mi adolescencia) no me gustaba estudiar, ni soportaba que me urgieran a ello. Pero me urgían, y eso era bueno para mí; y yo me portaba mal, pues no aprendía nada como no fuera obligado. Y digo que me conducía mal porque nadie obra tan bien cuando sólo forzado hace las cosas, aun cuando lo que hace sea bueno en sí. Tampoco hacían bien los que en tal forma me obligaban; pero de ti, Dios mío, me venía todo bien. Los que me forzaban a estudiar no veían otra finalidad que la de ponerme en condiciones de saciar insaciables apetitos en una miserable abundancia e ignominiosa gloria.

2. Pero tú, que tienes contados todos nuestros cabellos, aprovechabas para mi bien el error de quienes me forzaban a estudiar y el error mío de no querer aprender lo usabas como un castigo que yo, niño de corta edad pero ya gran pecador, ciertamente merecía. De este modo sacabas tú provecho para mí de gentes que no obraban bien, y a mí me dabas retribución por mi pecado. Es así como tienes ordenadas y dispuestas las cosas: que todo desorden en los afectos lleve en sí mismo su pena.

Capitulo XIII

1. Nunca he llegado a saber a que obedecía mi aborrecimiento por la lengua griega que me forzaban a aprender, pero en cambio me gustaba mucho la lengua latina. No por cierto la de la primera enseñanza en la que se aprende a leer, escribir y contar, ya que ésta me era tan odiosa como el aprendizaje del griego; pero sí la enseñanza de los llamados "gramáticos." ¿Pero de dónde venía esto, sino del pecado y la vanidad de la vida? Porque yo era carne y espíritu que camina sin volver atrás (Sal. 77,39). Ciertamente eran mejores, por más ciertas, aquellas primeras letras a las que debo el poder leer algo y escribir lo que quiero, que no aquellas otras que me hacían considerar con emoción las andanzas de Eneas con olvido de mis propias malas andanzas; llorar a Dido muerta y su muerte de amor, mientras veía yo pasar sin lágrimas mi propia muerte; una muerte que moría yo lejos de ti, que eres mi Dios y mi vida. Pues no hay nada más lamentable que la condición de un miserable que no tiene compasión de su miseria. ¿Quién tan desdichado como uno que lloraba la muerte de Dido por el amor de Eneas pero no esa otra muerte propia, muerte terrible, que consiste en no amarte a ti?

2. ¡Oh, Dios, luz de mi corazón y pan de mi alma, fuerza que fecunda mi ser y los senos de mi pensamiento! Yo no te amaba entonces, y me entregaba lejos de ti a fornicarios amores; pues no otra cosa que fornicación es la amistad del mundo lejos de ti. Pero por todos lados oía yo continuas alabanzas de mi fornicación: "¡Bien, muy bien!" gritaban los que me veían fornicar. También es cierto que decimos: "¡Bien, muy bien!" cuando el elogio es evidentemente inmerecido y queremos con él humillar a la gente.

Pero nada de esto me hacía llorar, sino que lloraba yo por la muerte violenta de Dido, tierra que vuelve a la tierra; y me iba a la zaga de lo peor que hay en tu creación. Y cuando se me impedía seguir con esas lecturas me llenaba de dolor porque no me dejaban leer lo que me dolía. Esta demencia era tenida por más honorable disciplina que las letras con que aprendí a leer y escribir.

3. Pero clama tú ahora dentro de mi alma, Dios mío, y que tu verdad me diga que no es así; que no es así, sino que mejor cosa es aquella primera enseñanza; pues ahora estoy más que preparado para olvidar las andanzas de Eneas y otras cosas parecidas, y no lo estoy para olvidarme de leer y escribir.

Es cierto que a las puertas de las escuelas de gramática se cuelgan cortinas; pero no es tanto para significar el prestigio de una ciencia secreta, cuanto para disimular el error. Y que no clamen contra mí esas gentes a quienes ya no temo ahora que confieso delante de ti lo que desea mi alma y consiento en que se me reprenda de mis malos caminos para que pueda yo amar los buenos tuyos. Que nada me reclamen los vendedores y compradores de gramática; pues si les pregunto si fue verdad que Eneas haya estado alguna vez en Cartago, los más indoctos me dirán que no lo saben, y los más prudentes lo negarán en absoluto.

4. Pero si les pregunto con qué letras se escribe el nombre de Eneas todos responderán bien, pues conocen lo que según el convenio de los hombres significan esas letras. Más aún: si les pregunto qué causaría mayor daño en esta vida: si olvidarnos de leer y escribir u olvidar todas esas poéticas ficciones ¿quién dudará de la respuesta, si es que no ha perdido la razón?

Pecaba yo pues entonces, siendo niño, cuando prefería las ficciones a las letras útiles que tenía en aborrecimiento, ya que el que uno más uno sean dos y dos más dos sumen cuatro, era para mí fastidiosa canción; y mucho mejor quería contemplar los dulces espectáculos de vanidad, como aquel caballo de madera lleno de hombres armados, como el incendio de Troya y la sombra de Creusa.

Capitulo XIV

1. ¿Por qué pues aborrecía yo la literatura griega que tan bellas cosas cantaba? Porque Homero, tan perito en urdir preciosas fábulas, es dulce, pero vano; y esta vana dulzura era amarga para mí cuando era yo niño; de seguro también lo es Virgilio para los niños griegos si los obligan al estudio como a mí me obligaban: es muy duro estudiar obligados. Y así, la dificultad de batallar con una lengua extraña amargaba como hiel la suavidad de aquellas fabulosas narraciones griegas. La lengua yo no la conocía, y sin embargo se me amenazaba con penas y rigores como si bien la conociera. Tampoco conocía yo en mi infancia la lengua latina; pero con la sola atención la fui conociendo, sin miedo ni fatiga, y hasta con halagos de parte de mis nodrizas, y con afectuosas burlas y juegos alegres que inspiraban mi ignorancia.

2. La aprendí pues sin presiones, movido solamente por la urgencia que yo mismo sentía de hacerme comprender. Iba poco a poco aprendiendo las palabras, no de quien me las enseñara, sino de quienes hablaban delante de mí; y yo por mi parte ardía por hacerles conocer mis pensamientos. Por donde se ve que para aprender mayor eficacia tiene la natural curiosidad que no una temerosa coacción. Pero tú, Señor, tienes establecida una ley: la de que semejantes coacciones pongan un freno benficioso al libre flujo de la espontaneidad. Desde la férula de los maestros hasta las pruebas terribles del martirio, es tu ley que todo se vea mezclado de saludables amarguras, con las que nos llamas hacia ti en expiación de las pestilentes alegrías que de ti nos alejan.

Capitulo XV

1. Escucha, Señor, mi súplica para que mi alma no se quiebre bajo tu disciplina, ni desmaye en confesar las misericordias con las que me sacaste de mis pésimos caminos. Seas tú siempre para mí una dulzura más fuerte que todas las mundanas seducciones que antes me arrastraban. Haz que te ame con hondura y apriete tu mano con todas las fuerzas de mi corazón, y así me vea libre hasta el fin de todas las tentaciones.

2. Sírvate pues, Dios y Señor mío, cuanto de útil aprendí siendo niño; y sírvate cuanto hablo, escribo, leo o pongo en números. Porque cuando aprendía yo vanidades, tú me dabas disciplina y me perdonabas el pecaminoso placer que en ellas tenía. Es cierto que en ellas aprendí muchas cosas que me han sido de utilidad; pero eran cosas que también pueden aprenderse sin vanidad alguna. Este camino es el mejor, y ojalá todos los niños caminaran por esta senda segura.

Capitulo XVI

1. ¡Maldito seas, oh río de las costumbres humanas, pues nadie te puede resistir! ¿Cuándo te secarás? ¿Hasta cuándo seguirás arrastrando a los pobres hijos de Eva hacia mares inmensos y tormentosos en los que apenas pueden navegar los que se suben a un leño? ¿No he leído yo acaso en ti que Júpiter truena en el cielo pero es adúltero sobre la tierra? Ambas cosas son incompatibles, pero él las hizo; y con la alcahuetería de truenos falsos dio autoridad a quienes lo imitaran en un adulterio verdadero. ¿Y cuál de aquellos maestros más insignes soportaría sin impaciencia que un hombre de su misma condición dijese que Homero en sus ficciones transfería a los dioses los vicios humanos en vez de traspasar a los hombres cualidades divinas?

Aunque mayor verdad habría de decir que él en sus ficciones atribuía cualidades divinas a hombres viciosos; con lo cual los vicios quedaban cohonestados, y quien los tuviera podía pensar que imitaba no a hombres depravados, sino a celestes deidades.

2. Y sin embargo, ¡oh río infernal! En tus ondas se revuelven los hijos de los hombres en pos de la ganancia; y en mucho se tiene el que las leyendas homéricas se representen en el Foro, bajo el amparo de leyes que les conceden crecidos estipendios. Y haces, oh río, sonar tus piedras, diciendo: "Aquí se aprende el arte de la palabra, aquí se adquiere la elocuencia tan necesaria para explicar las cosas y persuadir los ánimos."

En efecto: no conoceríamos palabras tales como lluvia de oro, regazo, engaño y templos del cielo si no fuera porque Terencio las usa cuando nos presenta a un joven disoluto que quiere cometer un estupro siguiendo el ejemplo de Júpiter. Porque vió en una pared una pintura sobre el tema de cómo cierta vez Júpiter embarazó a la doncella Dánae penetrando en su seno bajo la forma de una lluvia de oro. Y ¡hay que ver cómo se excita la concupiscencia de ese joven con semejante ejemplo, que le viene de un dios! ¿Y qué dios? Se pregunta. Pues, nada menos que aquel que hace retemblar con sus truenos los templos del cielo. Y se dice: "¿No voy yo, simple hombre, a hacer lo que veo en un dios? ¡Claro que sí! Y ya lo he hecho, y con toda mi voluntad."

3. Y no es que con estas selectas palabras se expresen mejor semejantes torpezas; sino más bien, que bajo el amparo de esas palabras las torpezas se cometen con más desahogo. No tengo objeciones contra las palabras mismas, que son como vasos escogidos y preciosos; pero sí las tengo contra el vino de error que en ellos nos daban a beber maestros ebrios, que todavía nos amenzaban si nos negábamos a beber. Y no teníamos un juez a quien apelar. Y sin embargo, Dios mío, en quien reposa ya segura mi memoria, yo aprendía tales vanidades con gusto; y, mísero de mí, encontraba en ellas placer. Por eso decían de mí que era un niño que mucho prometía para el futuro.

Capitulo XVII

1. Permíteme, Señor, decir algo sobre mi ingenio, dádiva tuya y de los devaneos con que lo desperdiciaba.

Me proponían algo que mucho me inquietaba el alma. Querían que por amor a la alabanza y miedo a ser enfrentado y golpeado repitiera las palabras de Juno, iracunda y dolida de que no podía alejar de Italia al rey de los teucros (Virgilio, Eneida 1:38).

Pues nunca había oído yo que Juno hubiese dicho tales cosas. Pero nos forzaban a seguir como vagabundos los vestigios de aquellas ficciones poéticas y a decir en prosa suelta lo que los poetas decían en verso. Y el que lo hacía mejor entre nosotros y era más alabado, era el que según la dignidad del personaje que fingía con mayor vehemencia y propiedad de lenguaje expresaba el dolor o la cólera de su personaje.

2. Pero, ¿de qué me servía todo aquello, Dios mío y vida mía? ¿Y por qué era yo, cuando recitaba, más alabado que otros coetáneos míos y compañeros de estudios? ¿No era todo ello viento y humo? ¿No había por ventura otros temas en que se pudieran ejercitar mi lengua y mi ingenio? Los había. Tus alabanzas, Señor, tus alabanzas como están en la Santa Escritura, habrían sostenido el gajo débil de mi corazón; y no habría yo quedado como presa innoble de los pájaros de rapiña en medio de aquellas vanidades.

Capitulo XVIII

1. No es pues maravilla si llevado por tanta vanidad me descarriaba yo lejos de ti, mi Dios. Para mi norma y gobierno se me proponían hombres que eran reprendidos por decir con algún barbarismo o solecismo algún hecho suyo no malo, pero eran alabados y glorificados cuando ponían en palabras adecuadas y con buena ornamentación sus peores concupiscencias. Y tú, Señor, ¡ves todo esto y te callas! ¡Tú, que eres veraz, generoso y muy misericordioso! (Sal. 102:8). Pero no vas a seguir por siempre callado. Ahora mismo has sacado del terrible abismo a un alma que te busca y tiene sed de deleitarse en ti; un alma que te dice: "He buscado, Señor, tu rostro y lo habré siempre de buscar" (Sal. 26:8). Porque yo anduve lejos de tu rostro, llevado por una tenebrosa pasión.

2. Porque nadie se aleja de ti o retorna a ti con pasos corporales por los caminos del mundo. ¿Acaso aquel hijo menor tuyo que huyó de ti, para disipar en una región lejana cuanto le habías dado, tuvo en el momento de partir necesidad de caballos, o carros o naves? ¿Necesitó acaso alas para volar, o presurosas rodillas? Tú fuiste para él un dulce padre cuando le diste lo que te pidió para poder marcharse; pero mucho más dulce todavía cuando a su regreso lo recibiste pobre y derrumbado. El que vive en un afecto deshonesto vive en las tinieblas lejos de tu rostro.

Mira pues, Señor, con paciencia lo que tienes ante los ojos. ¡Con cuánto cuidado observan los hijos de los hombres las reglas que sobre el sonido de letras y sílabas recibieron de sus maestros, al paso que descuidan las leyes que tú les pones para su eterna salvación! Así sucede que quien es conocedor de las leyes de la gramática no os portará que alguien diga "ombre" por "hombre," suprimiendo la aspiración de la primera sílaba; pero en cambio tendrá por cosa ligera, de nada, si siendo hombre él mismo, odia a los demás hombres contra tu mandamiento. Como si le fuera posible a alguien causarle a otro un daño mayor que el que se causa a sí mismo con el odio que le tiene; como si pudiera causarle a otro una devastación mayor que la que a sí mismo se causa siendo su enemigo.

3. Y por cierto no hay cultura literaria que nos sea más íntima que la conciencia misma, en la cual llevamos escrito que no se debe hacer a otro lo que nosotros mismos no queremos padecer (Tb 4:16 y Mt 7:12). ¡Cuán distinto eres Tú, oh Dios inmenso y único, que habitas en el silencio de las alturas, y con inmutables decretos impones cegueras para castigar ilícitos deseos!

Cuando alguien busca la fama de la elocuencia atacando con odio a un enemigo en presencia de un juez y de un auditorio, pone sumo cuidado para no desprestigiarse con un error de lenguaje. No dirá, por ejemplo, "entre LAS hombres." Pero en cambio, nada se le da, en la violencia de su odio, si intenta arrancar a otro hombre de la sociedad de sus semejantes.

Capitulo XIX

1. Al umbral de semejantes costumbres yacía yo infeliz mientras fui niño. Y tal era la lucha en esa palestra, que más temía yo cometer un barbarismo que envidiar a los que lo cometían. Ahora admito y confieso en tu presencia aquellas pequeñeces por las cuales recibía yo alabanza de parte de personas para mí tan importantes que agradarles me parecía la suma del buen vivir. No caía yo en la cuenta de la vorágine de torpezas que me arrastraba ante tus ojos.

¿Podían ellos ver entonces algo más detestable que yo? Pues los ofendía engañando con incontables mentiras a mi pedagogo, a mis maestros y a mis padres; y todo por la pasión de jugar y por el deseo de contemplar espectáculos vanos para luego divertirme en imitarlos.

2. Cometí muchos hurtos de la mesa y la despensa de mis padres, en parte movido por la gula, y en parte también para tener algo que dar a otros muchachos que me vendían su juego; trueque en el cual ellos y yo encontrábamos gusto. Pero también en esos juegos me vencía con frecuencia la vanidad de sobresalir, y me las arreglaba para conseguir victorias fraudulentas. Y no había cosa que mayor fastidio me diera que el sorprenderlos en alguna de aquellas trampas que yo mismo les hacía a ellos. Y cuando en alguna me pillaban prefería pelear a conceder.

3. ¿Qué clase de inocencia infantil era esta? No lo era, Señor, no lo era, permíteme que te lo diga. Porque esta misma pasión, que en la edad escolar tiene por objeto nueces, pelotas y pajaritos, en las edades posteriores, para prefectos y reyes, es ambición de oro, de tierras y de esclavos. Con el paso del tiempo se pasa de lo chico a lo grande, así como de la férula de los maestros se pasa más tarde a suplicios mayores.

Fue, pues, la humildad lo que tú, Rey y Señor nuestro, aprobaste en la pequeñez de los niños cuando dijiste que de los que son como ellos es el Reino de los Cielos (Mt 19,14).

Capitulo XX

1. Y sin embargo, Señor excelentísimo y óptimo Creador de cuanto existe, gracias te daría si hubieses dispuesto que yo no pasara de la niñez. Porque yo existía y vivía; veía y sentía y cuidaba de mi conservación, vestigio secreto de aquella Unidad de la que procedo. Un instinto muy interior me movía a cuidar la integridad de mis sentidos, y aun en las cosas más pequeñas me deleitaba en la verdad de mis pensamientos. No me gustaba equivocarme. Mi memoria era excelente, mi habla ya estaba formada. Me gozaba en la amistad, huía del dolor, del desprecio y de la ignorancia. ¿Qué hay en un ser así que no sea admirable y digno de loor?

2. Pero todo esto me venía de mi Dios, pues yo no me di a mí mismo semejantes dones. Cosas buenas eran, y todas ellas eran mi yo. Bueno es, entonces, el que me hizo. El es mi bien, y en su presencia me lleno de exultación por todos esos bienes que había en mi ser de niño.

3. Pero pecaba yo, por cuanto buscaba la verdad, la deleitación y la sublimidad no en El, sino en mí mismo y en las demás criaturas; y por esto me precipitaba en el dolor, la confusión y el error.

Pero gracias, dulzura mía, mi honor y mi confianza, mi Dios, por tus dones; y te ruego que me los conserves. Así me guardarás a mí; y todo cuanto me diste se verá en mí aumentado y llevado a perfección.

Y yo estaré contigo, que me diste la existencia.

Libro II

Capitulo I

1. Quiero ahora recordar las fealdades de mi vida pasada, las corrupciones carnales de mi alma; no porque en ellas me complazca, sino porque te amo a ti, mi Dios. Lo hago por amor de tu Amor, recordando en la amargura de una revivida memoria mis perversos caminos y malas andanzas. Para que me seas dulce tú, dulzura no falaz, dulzura cierta y feliz; para que me recojas de la dispersión en la que anduve como despedazado mientras lejos de ti vivía en la vanidad.

2. Durante algún tiempo de mi adolescencia ardía en el deseo de saciar los más bajos apetitos y me hice como una selva de sombríos amores. Se marchitó mi hermosura y aparecí ante tus ojos como un ser podrido y sólo atento a complacerse a sí mismo y agradar a los demás.

Capitulo II

1. Nada me deleitaba entonces fuera de amar y ser amado. Pero no guardábamos compostura, y pasábamos más allá de los límites luminosos de la verdadera amistad que va de un alma a la otra. De mí se exhalaban nubes de fangosa concupiscencia carnal en el hervidero de mi pubertad, y de tal manera obnubilaban y ofuscaban mi corazón que no era yo capaz de distinguir entre la serenidad del amor y el fuego de la sensualidad. Ambos ardían en confusa efervescencia y arrastraban mi debilidad por los derrumbaderos de la concupiscencia en un torbellino de pecados. Tu cólera se abatía sobre mí, pero yo lo ignoraba; me había vuelto sordo a tu voz y como encadenado, por la estridencia de mi carne mortal. Esta era la pena con que castigabas la soberbia de mi alma. Cada vez me iba más lejos de ti, y tú lo permitías; era yo empujado de aquí para allá, me derramaba y desperdiciaba en la ebullición de las pasiones y tú guardabas silencio. ¡Oh, mis pasos tardíos! Tú callabas entonces, y yo me alejaba de ti más y más, desparramado en dolores estériles, pero soberbio en mi envilecimiento y sin sosiego en mi cansancio.

2. ¡Ojalá hubiera yo tenido entonces quien pusiera medida a mi agitación, quien me hubiera enseñado a usar con provecho la belleza fugitiva de las cosas nuevas marcándoles una meta! Si tal hubiera sido, el hervoroso ímpetu de mi juventud se habría ido moderando rumbo al matrimonio y, a falta de poder conseguir la plena serenidad, me habría contentado con procrear hijos como lo mandas tú, que eres poderoso para sacar renuevos de nuestra carne mortal, y sabes tratarnos con mano suave para templar la dureza de las espinas excluidas de tu paraíso.

Porque tu providencia está siempre cerca, aun cuando nosotros andemos lejos. No tuve quien me ayudara a poner atención a tu Palabra que del cielo nos baja por la boca de tu apóstol, cuando dijo: "Estos tendrán la tribulación de la carne, pero yo os perdono." Y también: "Bueno es para el hombre no tocar a la mujer"; y luego: "El que no tiene mujer se preocupa de las cosas de Dios y de cómo agradarle; pero el que está unido en matrimonio se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su mujer" (1Co 7:28-33). Si hubiera yo escuchado con más atención estas voces habría yo castigado mi carne por amor del Reino de los Cielos y con más felicidad habría esperado tu abrazo.

3. Pero, mísero de mí, te abandoné por dejarme llevar de mis impetuosos ardores; me excedí en todo más allá de lo que tú me permitías y no me escapé de tus castigos. Pues, ¿quién lo podría entre todos los mortales? Tú me estabas siempre presente con cruel misericordia y amargabas mis ilegítimas alegrías para que así aprendiera a buscar goces que no te ofendan.

¿Y dónde podía yo conseguir esto sino en ti, Señor, que finges poner dolor en tus preceptos, nos hieres para sanarnos y nos matas para que no nos muramos lejos de ti?

¿Por dónde andaba yo, lejos de las delicias de tu casa, en ese año decimosexto de mi edad carnal, cuando le concedí el cetro a la lujuria y con todas mis fuerzas me entregué a ella en una licencia que era indecorosa ante los hombres y prohibida por tu ley? Los míos para nada pensaron en frenar mi caída con el remedio del matrimonio. Lo que les importaba era solamente que yo aprendiera lo mejor posible el arte de hablar y de convencer con la palabra.

Capitulo III

1. Aquel año se vieron interrumpidos mis estudios. Me llamaron de la vecina ciudad de Madaura a donde había ido yo para estudiar la literatura y la elocuencia, con el propósito de enviarme a la más distante ciudad de Cartago. Mi padre, ciudadano de escasos recursos en Tagaste, con más ánimo que dinero, preparaba los gastos de mi viaje.

Pero, ¿a quién le cuento yo todas estas cosas? No a ti, ciertamente, Señor; sino en presencia tuya a todos mis hermanos del mundo; a aquellos, por lo menos, en cuyas manos puedan caer estas letras mías. ¿Y con qué objeto? Pues, para que yo y quienes esto leyeren meditemos en la posibilidad y la necesidad de clamar a ti desde los más hondos abismos. Porque nada puede haber que más vecino sea de tu oído que un corazón que te confiesa y una vida de fe. A mi padre no había quien no lo alabara por ir más allá de sus fuerzas para dar a su hijo cuanto había menester para ese viaje en busca de buenos estudios, cuando ciudadanos opulentos no hacían por sus hijos nada semejante. Pero este mismo padre que tanto por mí se preocupaba, no pensaba para nada en cómo podía yo crecer para ti, ni hasta dónde podía yo mantenerme casto; le bastaba con que aprendiera a disertar, aunque desertara de ti y de tus cuidados, Dios mío, tú que eres uno, verdadero y bueno y dueño de este campo tuyo que es mi corazón.

2. En ese año decimosexto de mi vida, forzado por las necesidades familiares a abandonar la escuela, viví con mis padres, y se formó en mi cabeza un matorral de concupiscencias que nadie podía arrancar. Sucedió pues que aquel hombre que fue mi padre me vió un día en los baños, ya púber y en inquieta adolescencia. Muy orondo fue a contárselo a mi madre, feliz como si ya tuviera nietos de mí; embriagado con un vino invisible, el de su propia voluntad perversa e inclinada a lo más bajo; la embriaguez presuntuosa de un mundo olvidado de su Creador y todo vuelto hacia las criaturas.

Pero tú ya habías empezado a echar en el pecho de mi madre los cimientos del templo santo en que ibas a habitar. Mi padre era todavía catecúmeno, y de poco tiempo; entonces, al oírlo ella se estremeció de piadoso temor; aunque yo no me contaba aún entre los fieles, ella temió que me fuera por los desviados caminos por donde van los que no te dan la cara, sino que te vuelven la espalda.

3. ¡Ay! ¿Me atreveré a decir que tú permanecías callado mientras yo más y más me alejaba de ti? ¿Podré decir que no me hablabas? Pero, ¿de quién sino tuyas eran aquellas palabras que con voz de mi madre, fiel sierva tuya, me cantabas al oído? Ninguna de ellas, sin embargo, me llegó al corazón para ponerlas en práctica. Ella no quería que yo cometiera fornicación y recuerdo cómo me amonestó en secreto con gran vehemencia, insistiendo sobre todo en que no debía yo tocar la mujer ajena. Pero sus consejos me parecían debilidades de mujer que no podía yo tomar en cuenta sin avergonzarme.

Mas sus consejos no eran suyos, sino tuyos y yo no lo sabía. Pensaba yo que tú callabas, cuando por su voz me hablabas; y al despreciarla a ella, sierva tuya, te despreciaba a ti, siendo yo también tu siervo. Pero yo nada sabía. Iba desbocado, con una ceguera tal, que no podía soportar que me superaran en malas acciones aquellos compañeros que se jactaban de sus fechorías tanto más cuanto peores eran. Con ello pecaba yo no sólo con la lujuria de los actos, sino también con la lujuria de las alabanzas.

4. ¿Hay algo que sea realmente digno de vituperación fuera del vicio? Pero yo, para evitar el vituperio me fingía más vicioso y, cuando no tenía un pecado real con el cual pudiera competir con aquellos perdidos inventaba uno que no había hecho, no queriendo parecer menos abyecto que ellos ni ser tenido por tonto cuando era más casto.

Con tales compañeros corría yo las calles y plazas de Babilonia y me revolcaba en su cieno como en perfumes y ungüentos preciosos; y un enemigo invisible me hacía presión para tenerme bien fijo en el barro; yo era seducible y él me seducía.

Ni siquiera mi madre, aquella mujer que había huído ya de Babilonia pero andaba aún con lentos pasos por sus arrabales tomó providencias para hacerme conseguir aquella pureza que ella misma me aconsejaba. Lo que de mí había oído decir a su marido lo sentía peligroso y pestilente; yo necesitaba del freno de la vida conyugal si no era posible cortarme en lo vivo la concupiscencia. Y, sin embargo, ella no cuidó de esto: temía que los lazos de una mujer dieran fin a mis esperanzas. No ciertamente la esperanza de la vida futura, que mi madre ya poseía; pero sí las buenas esperanzas de aprendizaje de las letras que tanto ella como mi padre deseaban vivamente; él, porque pensaba poco en ti y formaba a mi propósito castillos en el aire; y ella, porque no veía en las letras un estorbo, sino más bien una ayuda para llegar a ti. Todo esto lo conjeturo recordando lo mejor que puedo cómo eran mis padres. Por este motivo y sin un necesario temperamento de severidad, me soltaban las riendas y yo me divertía, andaba distraído y me desintegraba en una variedad de afectos y en una ardiente ofuscación que me ocultaba, Señor, las serenidades de tu verdad. "Y de mi craso pecho salía la iniquidad" (Sal. 72:7).

Capitulo IV

1. El hurto lo condena la ley, Señor; una ley que está escrita en los corazones humanos y que ni la maldad misma puede destruir. Pues, ¿qué ladrón hay que soporte a otro ladrón? Ni siquiera un ladrón rico soporta al que roba movido por la indigencia. Pues bien, yo quise robar y robé; no por necesidad o por penuria, sino por mero fastidio de lo bueno y por sobra de maldad. Porque robé cosas que tenía ya en abundancia y otras que no eran mejores que las que poseía. Y ni siquiera disfrutaba de las cosas robadas; lo que me interesaba era el hurto en sí, el pecado.

Había en la vecindad de nuestra viña un peral cargado de frutas que no eran apetecibles ni por su forma ni por su color. Fuimos, pues, rapaces perversos, a sacudir el peral a eso de la medianoche, pues hasta esa hora habíamos alargado, según nuestra mala costumbre, los juegos. Nos llevamos varias cargas grandes no para comer las peras nosotros, aunque algunas probamos, sino para echárselas a los puercos. Lo importante era hacer lo que nos estaba prohibido.

2. Este es, pues, Dios mío, mi corazón; ese corazón al que tuviste misericordia cuando se hallaba en lo profundo del abismo. Que él te diga que era lo que andaba yo buscando cuando era gratuitamente malo; pues para mi malicia no había otro motivo que la malicia misma. Detestable era, pero la amé; amé la perdición, amé mi defecto. Lo que amé no era lo defectuoso, sino el defecto mismo. Alma llena de torpezas, que se soltaba de tu firme apoyo rumbo al exterminio, sin otra finalidad en la ignominia que la ignominia misma.

Capitulo V

1. Porque se da ciertamente un atractivo en todo lo que es hermoso: en el oro, en la plata, en todo. En el tacto de la carne mucho tiene que ver el halago, así como los demás sentidos encuentran en las cosas corporales una peculiaridad que les responde. Belleza hay también en el honor temporal, en el poder de vencer y dominar, de donde proceden luego los deseos de la venganza. Y sin embargo, Señor, para conseguir estas cosas no es indispensable separarse de ti ni violar tus leyes. Y la vida que aquí vivimos tiene su encanto en cierto modo particular de armonía y de conveniencia con todas estas bellezas inferiores. Así como también es dulce para los hombres la amistad, que con sabroso nudo hace de muchas almas una sola.

2. Por conseguir estas cosas y otras semejantes se admite el pecado; por cuanto una inmoderada inclinación hace que se abandonen otros bienes de mayor valía, que son realmente supremos: tú mismo, Señor, tu verdad y tu ley. Es indudable que también estas cosas ínfimas tienen su deleite; pero no es tan grande como mi Dios, creador de todas las cosas, que es deleite del justo y delicia de los corazones rectos. Por lo cual, cuando se pregunta sobre las posibles causas del pecado, se suele pensar que no está sino en el vivo deseo de alcanzar o de no perder esos bienes que he llamado ínfimos. Son, a no dudarlo, hermosos y agradables en sí mismos, aun cuando resultan a ras de tierra y despreciables cuando se los compara con los bienes superiores, los únicos que dan verdadera felicidad.

3. Alguno, por ejemplo, comete un homicidio. ¿Por qué lo hizo? Lo hizo, o porque quería quedarse con la mujer o el campo de otro, o porque tal depredación lo ayudaría a vivir, o porque temía que el occiso lo desposeyera de algo, o porque había recibido de él algún agravio que encendió en su pecho el ardor de la venganza. De Catilina, hombre en exceso malo y cruel, se ha dicho que era malo gratuitamente, que hacía horrores sólo porque no se le entumecieran por la falta de ejercicio ni la mano ni el ánimo. No deja de ser una explicación. Pero esto no lo es todo. Lo cierto es que de haberse apoderado del gobierno de la ciudad mediante tal acumulación de crímenes tendría honores, poder y riquezas; se libraba, además, de temor de las leyes inducido por la conciencia de sus delitos y del mal pasar debido a la pobreza de su familia. Ni el mismo Catilina amaba sus crímenes por ellos mismos, sino por otra cosa que mediante ellos pretendía conseguir.

Capitulo VI

1. ¿Qué fue pues, miserable de mí, lo que en ti amé, hurto mío, delito mío nocturno, en aquel decimosexto año de mi vida? No eras hermoso, pues eras un hurto. Pero, ¿eres acaso algo real, para que yo ahora hable contigo?

Bonitas eran aquellas frutas que robamos, pues eran criaturas tuyas, ¡oh, tú, creador de todas ellas, sumo Bien y verdadero Bien! Hermosas eran, pero no fueron ellas lo que deseó mi alma miserable, ya que yo las tenía mejores. Si las corté fue sólo para robarlas y, prueba de ello es que apenas cortadas, las arrojé; mi banquete consistió meramente en mi fechoría, pues me gozaba en la maldad. Porque si algo de aquellas peras entró en mi boca, su condimento no fue otro que el sabor del delito.

Ahora me pregunto, Dios mío, por qué motivo pude deleitarme en aquel hurto. Las peras en sí no eran muy atractivas. No había en ellas el brillo de la equidad y de la prudencia; pero ni siquiera algo que pudiera ser pasto de la memoria, de los sentidos, de la vida vegetativa. No eran hermosas como lo son las estrellas en el esplendor de sus giros; ni como lo son la tierra y el mar, llenos como están de seres vivientes que vienen a reemplazar a los que van feneciendo y, ni siquiera tenían la hermosura aparente y oscura con que nos engañan los vicios.

2. La soberbia remeda a la excelencia, siendo así que sólo tú eres excelso y, la ambición busca los honores y la gloria, cuando sólo tú eres glorioso y merecedor de eternas alabanzas.

Los poderosos de la tierra gustan de hacerse temer por el rigor; pero, ¿quién sino tú, Dios único, merece ser temido? ¿Quién, qué, cuándo y dónde pudo jamás substraerse a tu potestad?

Los amantes se complacen en las delicias de la lascivia; pero, ¿qué hay más deleitable que tu amor? ¿qué puede ser más amado que tu salvífica verdad, incomparable en su hermosura y esplendor?

La curiosidad gusta interesarse por la ciencia, cuando tú eres el único que todo lo sabe. La ignorancia misma y la estupidez se cubren con el manto de la simplicidad y de la inocencia porque nada hay más simple ni más inocente que tú, cuyas obras son siempre enemigas del mal.

La pereza pretende apetecer la quietud; pero, ¿qué quietud cierta se puede encontrar fuera de ti? La lujuria quiere pasar por abundancia y saciedad; pero eres tú la indeficiente abundancia de suavidades incorruptibles. La prodigalidad pretende hacerse pasar por desprendimiento; pero tú eres el generoso dador de todos los bienes.

La avaricia ambiciona poseer muchas cosas, pero tú todo lo tienes. La envidia pleitea por la superioridad; pero, ¿qué hay que sea superior a ti? La ira busca vengarse; pero, ¿qué venganza puede ser tan justa como las tuyas? El temor es enemigo de lo nuevo y lo repentino que sobreviene con peligro de perder las cosas que se aman y se quieren conservar; pero, ¿qué cosa hay más insólita y repentina que tú; o quién podrá nunca separar de ti lo que tú amas? ¿Y dónde hay fuera de ti seguridad verdadera? La tristeza se consume en el dolor por las cosas perdidas en que se gozaba la codicia y no quería que le fueran quitadas; pero a ti nada se te puede quitar.

3. Entonces, fornica el alma cuando se aparta de ti y busca allá afuera lo que no puede encontrar con pureza y sin mezcla sino cuando vuelve a ti. Y burdamente remedan tu soberanía los que de ti se apartan y se rebelan contra ti; pero aún en eso proclaman que tú eres el creador e la naturaleza toda y que no hay realmente manera de cortar los lazos que nos ligan a ti.

¿Qué fue pues lo que yo amé en aquel hurto en que de manera viciosa y perversa quise imitar a mi Señor? ¿Soñé que con el uso de una falaz libertad me colocaba imaginariamente por encima de una ley que en la realidad me domina, haciendo impunemente, en un remedo ridículo de tu omnipotencia lo que no me era permitido?

Aquí tienes pues a ese siervo que huyó de su Señor en pos de una sombra. ¡Cuánta podredumbre, qué monstruosidad de vida y qué profundidades de muerte! ¿Cómo pudo complacerse su albedrío en lo que no le era lícito por el solo motivo de que no lo era?

Capitulo VII

1. ¿Con qué pagarle a mi Señor el que mi memoria recuerde todo esto sin que mi alma sienta temor? Te pagaré con paga de amor y de agradecimiento. Confesaré tu Nombre, pues tantas obras malas y abominables me has perdonado. Fue obra de tu gracia y de tu misericordia el que hayas derretido como hielo la masa de mis pecados y, a tu gracia también soy deudor de no haber cometido muchos otros; pues, ¿de qué obra mala no habría sido capaz uno que pecaba por gusto? Pero todo me lo has perdonado: lo malo que hice con voluntad y lo malo que pude hacer y, por tu providencia, no hice.

2. ¿Quién podría, conociendo su nativa debilidad atribuir su castidad y su inocencia a sus propias fuerzas? Ese te amaría menos, como si le fuera menos necesaria esa misericordia tuya con que condenas los pecados de quienes se convierten a ti. Ahora: si hay alguno que llamado por ti escuchó tu voz y pudo evitar los delitos que ahora recuerdo y confieso y que él puede leer aquí, no se burle de mí, que estando enfermo fui curado por el mismo médico a quien él le debe el no haberse enfermado; o por mejor decir, haberse enfermado menos que yo. Ese debe amarte tanto como yo, o más todavía; viendo que quien me libró a mí de tamañas dolencias de pecado es el mismo que lo ha librado a él de padecerlas.

Capitulo VIII

¿Qué clase de afecto era pues aquel? Ciertamente era pésimo y yo muy miserable porque lo tenía. ¿Pero qué era? Pues por algo dice la Escritura: "¿Quién entenderá los pecados?" (Sal. 18:13). Risa nos daba; un como cosquilleo del corazón, de que así pudiéramos engañar a quienes no nos juzgaban capaces de cosas semejantes, ni querían ni querían que las hiciéramos. ¿Pero, por qué razón me gustaba hacer esas fechorías junto con otros? ¿Acaso porque no es fácil reír cuando no se tiene compañeros? Y sin embargo, en ciertas ocasiones la risa vence al hombre más solitario: cuando algo se le presenta, al sentido o a la imaginación como muy ridículo.

Capitulo IX

 Lo cierto es que tales cosas no las había yo hecho de estar completamente solo. Este es, Señor, el vivo recuerdo de mi memoria en tu presencia: de haber andado solo no habría cometido tal hurto, ya que no me interesaba la cosa robada sino el hurto mismo y no habría de cierto hallado gusto en ello sin una compañía. ¡Oh enemiga amistad, seducción incomprensible de la mente! ¡Avidez de dañar por burla y por juego, cuando no hay en ello ganancia alguna ni deseo de venganza de satisfacer! Es, simplemente, el momento en que se dice: "Vamos a hacerlo" y, si alguna vergüenza se tiene, es la de no hacer algo vergonzoso.

Capitulo X

¿Quién podrá desatar este nudo tan tortuoso e intrincado? Feo es y no quiero verlo, ni siquiera poner en él los ojos.

Pero te quiero a ti, que eres justicia e inocencia, hermosa y decorosa luz, saciedad insaciable para los hombres honestos.

En ti hay descanso y vida imperturbable. El que entra en ti entra en el gozo de su Señor (Mt 25:21), nada temerá y se hallará muy bien en el Sumo Bien. Me derramé y vagué lejos de ti, mi Dios, muy alejado de tu estabilidad, en mi adolescencia. Me convertí para mí mismo en un desierto inculto y lleno de miseria.

Libro III

Capitulo I

1. Vine a Cartago y caí como en una caldera hirviente de amores pecaminosos. Aún no amaba yo, pero quería ser amado y, con una secreta indigencia me odiaba a mí mismo por menos indigente. Ardía en deseos de amar y buscaba un objeto para mi amor. Quería ser amado, pero odiaba la seguridad de un camino sin trampas ni celadas. Tenía hambre intensa de un alimento interior que no era otro sino tú, mi Dios; pero con esa hambre no me sentía hambriento, pues me faltaba el deseo de los bienes incorruptibles. Y no porque los tuviera; simplemente, mientras más miserable era, más hastiado me sentía. Por eso mi alma, enferma y ulcerosa, se proyectaba miserablemente hacia afuera, ávida del halago de las cosas sensibles. Alguna alma debe de tener las cosas, pues si no, no fuesen amadas. Dulce me era, pues, amar y ser amado; especialmente cuando podía disfrutar del cuerpo amado.

2. Así manchaba yo con sórdida concupiscencia la clara fuente de la amistad y nublaba su candor con las tinieblas de la carnalidad. Sabiéndome odioso y deshonesto, trataba en mi vanidad de aparecer educado y elegante. Me despeñé en un tipo de amor en que deseaba ser cautivo. ¡Dios mío, misericordia mía! ¡Con cuántas hieles me amargaste, en tu bondad, aquellas malas suavidades! Porque mi amor fue correspondido y llegué hasta el enlace secreto y voluptuoso y con alegría me dejaba atar por dolorosos vínculos: fui azotado con los hierros candentes de los celos y las sospechas, los temores, las iras y las peleas.

Capitulo II

1. Me apasionaban entonces los espectáculos teatrales, tan llenos de las miserias que yo tenía y de los fuegos que me quemaban.

¿Por qué será el hombre tan amigo de ir al teatro para sufrir allí de lutos y tragedias que por ningún motivo querría tener en su propia vida? Lo cierto es que le encantan los espectáculos que lo hacen sufrir y que se goza en este sufrimiento. Pero, ¿no es esto una insania miserable? Porque la verdad es que tanto más se conmueven las gentes cuanto menor sanidad hay en sus sentimientos y, que tiene por miseria lo que ellos mismos padecen, mientras llaman misericordia su compasión cuando eso mismo lo padecen otros. Pero, ¿qué misericordia real puede haber en fingidos dolores de escenario? Pues el que asiste no es invitado a prestar remedio a los males, sino solamente a dolerse con ellos y, mayor es el homenaje que rinde a los actores del drama cuanto mayormente sufre. Y si tales calamidades, o realmente sucedidas antaño o meramente fingidas ahora no lo hacen sufrir lo suficiente, sale del teatro fastidiado y criticando; al paso que si sufre mucho se mantiene atento y goza llorando.

2. ¿Cómo es posible amar así el dolor y las lágrimas? Porque el hombre naturalmente tiende a ser feliz. ¿Será acaso, que si a nadie le gusta ser él mismo miserable, a todos nos agrada ser compasivos con la miseria? Puede ser; sin el dolor y la miseria es imposible la misericordia y, entonces, por razón de ésta se llegan a amar la miseria y el dolor. ¿Qué otra causa podría haber?

Una simpatía semejante procede, a no dudarlo, del manantial de la amistad. Pero, ¿a dónde va esa corriente, a dónde fluye? ¿Por qué va a dar ese torrente de pez hirviendo con los terribles calores de todas las pasiones de la tierra? ¿Por qué de su propio albedrío se convierte en él la amistad, desviada y rebajada de su serenidad celeste?

Y sin embargo, cierto es que no podemos repudiar la misericordia: es necesario que amemos alguna vez el sufrimiento.

3. Pero guárdate bien, alma mía, de la inmundicia, guárdate de ella, bajo la tutela de tu Dios, del Dios de nuestros padres, excelso y laudable por todos los siglos (Dn 3:52). No es que me falte ahora la misericordia; pero en aquellos días gozaba yo con ver en el teatro a los amantes que criminalmente se amaban, aun cuando todo aquello fuera imaginario y escénico. Cuando el uno al otro se perdían me ponía triste la compasión; pero me deleitaba tanto en lo uno como en lo otro. Muy mayor misericordia siento ahora por el que vive contento con el vicio, que no por el que sufre grandes penas por la pérdida de un pernicioso placer y una mentida felicidad. Este tipo de misericordia es de cierto mucho más verdadero, precisamente porque en ella no hay deleite en el dolor. Si es laudable oficio de caridad compadecer al que sufre, un hombre de veras misericordioso preferiría con mucho que no hubiera nada que compadecer. Absurdo sería hablar de una "benevolencia malévola," pero este absurdo sería necesario para que un hombre pudiera al mismo tiempo ser en verdad misericordioso y desear que haya miserables para poderlos compadecer.

4. Hay pues dolores que se pueden admitir, porque son útiles; pero el dolor en sí no es digno de amor.

Esto es lo que pasa contigo, mi Dios y Señor, que amas las almas de tus hijos con amor más alto y más puro que el nuestro; la tuya es una misericordia incorruptible y, cuando nos compadeces, nuestro dolor no te lastima. ¿Quién en esto como tú?

Pero yo amaba entonces el dolor de mala manera y me buscaba lo que pudiera hacerme padecer. Representando un padecimiento ajeno, fingido y teatral, tanto más me gustaba el actor cuanto más lágrimas me hacía derramar. ¿Qué maravilla, entonces, si como oveja infeliz e impaciente de tu custodia, me veía cubierto de fealdad y de roña? De ahí me venía esa afición al sufrimiento. Pero no a sufrimientos profundos, que para nada los quería; sino sufrimientos fingidos y de oído que solo superficialmente me tocaban. Y como a los que se rascan con las uñas, me venía luego ardiente hinchazón, purulencia y horrible sangre podrida. ¡Santo Dios! ¿Esa vida era vivir?

Capitulo III

1. Pero tu misericordia fidelísima velaba por mí y me rodeaba. ¡En cuántas iniquidades me corrompí, llevado por una sacrílega curiosidad, hasta tocar el fondo de la infidelidad en engañoso obsequio a los demonios, a quienes ofrecía como sacrificio mis malas obras! Y en todo eso tú me flagelabas. Un día llegó mi atrevimiento hasta el punto de alimentar dentro de tu misma casa, durante la celebración de tus sagrados misterios, pensamientos impuros, maquinando como llevarlos a efecto y conseguir sus frutos de muerte. Pero tú me azotaste con pesados sufrimientos que, con ser muy pesados, no eran tan grandes como la gravedad de mi culpa, ¡oh Dios de inmensa misericordia! ¡Tú, mi Dios, que eres mi refugio y me defiendes de esos terribles enemigos míos entre los cuales anduve vagando con la cabeza insolentemente engallada, cada vez más lejos de ti, en mis caminos y no en los tuyos, tras del señuelo de una libertad mentida y fugitiva!

2. Aquellos estudios míos, estimados como muy honorables, me encaminaban a las actividades del foro y sus litigios, en los cuales resulta más excelente y alabado el que es más fraudulento. Tanta así es la ceguera humana, que de la ceguera misma se gloría. Yo era ya mayor en la escuela de Retórica. Era soberbio y petulante y tenía la cabeza llena de humo, pero era más moderado que otros, como tú bien lo sabes; porque me mantenía alejado de los abusos que cometían los "eversores" (1), cuyo nombre mismo, siniestro y diabólico era temido como signo de honor. Entre ellos andaba yo con la imprudente vergüenza de no ser como ellos. Entre ellos andaba y me complacía en su amistad, aun cuando su comportamiento me era aborrecible, ya que persistentemente atormentaban la timidez de los recién llegados a la escuela con burlas gratuitas y pesadas en que ellos hallaban su propia alegría. Nada tan semejante a esto como las acciones de los demonios y, por eso, nada tan apropiado como llamarlos "eversores," derribadores. Burlados y pervertidos primero ellos mismos por el engaño y la falsa seducción de los espíritus invisibles, pasaban luego a burlarse y a engañar a los demás.

(1). Las "eversiones" eran en tiempo de San Agustín lo que ahora entre nosotros han sido las "novatadas" estudiantiles; molestias y humillaciones con que los estudiantes antiguos reciben a los recién llegados. La eversión (derribamiento) consistía, según autorizadas opiniones, en que un estudiante mayor inducía al novato a una animada conversación. Cuando el novato estaba ya confiado y descuidado, otro eversor se le ponía por detrás a cuatro manos y el novato era derribado de un brusco empujón.

Capitulo IV

1. Era pues en medio de tales compañías cómo estudiaba yo la elocuencia en los libros con la finalidad condenable de conseguir los goces de la vanidad humana. Y así sucedió que siguiendo el curso normal de los estudios conocí un libro de un cierto Cicerón cuya lengua admiran todos aunque no así su ánimo. En este libro titulado Hortensio encontré una exhortación a la filosofía. El libro cambió mis sentimientos y enderezó a ti mis pensamientos y mudó del todo mis deseos y mis anhelos. De repente todas mis vanas esperanzas se envilecieron ante mis ojos y empecé a encenderme en un increíble ardor del corazón por una sabiduría inmortal. Con esto comencé a levantarme para volver a ti. Con su lectura no buscaba ya lo que a mis diecinueve años y muerto ya mi padre hacía dos, compraba yo con el dinero de mi madre; es decir, no me interesaba ya pulir mi lenguaje y mejorar mi elocuencia; sino que encontraba el libro sumamente persuasivo en lo que decía.

2. ¡Qué incendios los míos, Señor, por volar hacia ti lejos de todo lo terrenal! No sabía yo lo que estabas haciendo conmigo tú, que eres la Sabiduría. "Filosofía" llaman los griegos al amor de la sabiduría y, en ese amor me hacían arder aquellas letras. Cierto es que no faltan quienes engañan con la filosofía, cubriendo y coloreando sus errores con ese nombre tan digno, tan suave y tan honesto. Pero todos estos seductores, los de ese tiempo y los que antes habían sido, eran en ese libro censurados y mostrados por lo que en verdad son y se manifiesta en él, además, aquella saludable admonición que tú nos haces por medio de tu siervo bueno y pío: "Cuidaos de que nadie os engañe con la filosofía y una vana seducción según las tradiciones y elementos de este mundo y no según Cristo, en quien habita corporalmente la plenitud de la divinidad" (Cil 2:8-9).

3. Bien sabes tú, luz de mi corazón, que en esos tiempos no conocía yo aún esas palabras apostólicas, pero me atraía la exhortación del Hortensius a no seguir esta secta o la otra, sino la sabiduría misma, cualquiera que ella fuese. Esta sabiduría tenía yo que amar, buscar y conseguir y el libro me exhortaba a abrazarme a ella con todas mis fuerzas. Yo estaba enardecido. Lo único que me faltaba en medio de tanta fragancia era el nombre de Cristo, que en él no aparecía. Pues tu misericordia hizo que el nombre de tu Hijo, mi Salvador, lo bebiera yo con la leche materna y lo tuviera siempre en muy alto lugar; razón por la cual una literatura que lo ignora, por verídica y pulida que pudiera ser, no lograba apoderarse de mí.

Capitulo V

Por todo esto me decidí a leer las Sagradas Escrituras, para ver cómo eran. Y me encontré con algo desconocido para los soberbios y no comprensible a los niños: era una verdad que caminaba al principio con modestos pasos, pero que avanzaba levantándose siempre más, alcanzando alturas sublimes, toda ella velada de misterios.

Yo no estaba preparado para entrar en ella, ni dispuesto a doblar la cerviz para ajustarme a sus pasos. En ese mi primer contacto con la Escritura no era posible que sintiera y pensara como pienso y siento ahora; como era inevitable, me pareció indigna en su lenguaje, comparada con la dignidad de Marco Tulio. Mi vanidosa suficiencia no aceptaba aquella simplicidad en la expresión; con el resultado de que mi agudeza no podía penetrar en sus interioridades. Era aquella una verdad que debía crecer con el crecer de los niños, pero yo me negaba resueltamente a ser niño. Hinchado de vanidad me sentía muy grande.

Capitulo VI

1. Entonces fui a dar entre hombres de una soberbia delirante (1), muy carnales y excesivamente locuaces en cuya boca se mezclaban en diabólico mejunje las voces de tu nombre, del de tu Hijo Jesucristo y las del Espíritu Santo. Estos nombres no se les caían de la boca, pero no eran sino sonido puro, modulación de la lengua, pues su corazón estaba árido y vacío. "¡Verdad, verdad!" gritaban siempre y a mí me lo dijeron muchas veces, pero no había en ellos verdad ninguna. Decían cosas aberrantes no tan sólo de ti que eres la verdad (2), sino también de los elementos de este mundo que tú creaste. Debí dejar de lado a filósofos que no todo lo equivocaban y lo hice por amor a ti, Padre mío, Sumo Bien, hermosura ante quien palidece toda hermosura. ¡Oh verdad, verdad purísima! ¡Con cuánta violencia suspiraban por ti mis entrañas cuando ellos me hablaban de ti con sola la voz, en muchos y voluminosos libros! Eran bocados en los que se ofrecían a mi hambre y mi sed de ti el sol y la luna, obras tuyas ciertamente hermosas, pero que no son tú y, ni siquiera las primeras entre tus obras, ya que creaste primero los seres espirituales y sólo enseguida los corporales. Hermosos como éstos pueden ser, no son los que primero pusiste en el ser.

2. Pero tampoco de esas nobles criaturas primeras eran mi hambre y mi sed, sino sólo de ti, que eres la verdad; verdad en la que no hay mudanza ni asomo de vicisitud (St 1:17). Pero se me seguían ofreciendo como alimento fantasmas espléndidos. Mejor era el sol, verdad de nuestros ojos, que no aquellos espejismos, verdaderos sólo para el alma que se deja engañar por los sentidos. Yo aceptaba todo eso porque pensaba QUE ERAS tú; pero no comía tales platillos con avidez, pues no me sabían a nada; el sabor no era el tuyo, no te sentía yo como realmente eres. Tú no estabas en aquellos vanos fragmentos que no me alimentaban sino que me agotaban. Como los alimentos que se comen en sueños, que se parecen mucho a los que el hombre come despierto, pero que no alimentan al que dormido sueña. Pero esos sueños en nada se parecían a lo que ahora sé que eres tú; eran fantasmas corpóreos, mucho menos ciertos que los cuerpos reales que vemos en los cielos y en la tierra. Así como los animales terrestres y las aves, que son más ciertos en sí que en nuestra imaginación. Pero aún estas imaginaciones infinitas, que a partir de ellas fantaseamos nosotros y que no tienen realidad alguna. Y éste era el tipo de fantasías de que yo entonces me apacentaba.

3. Pero tú, amor mío, en quien soy débil para ser fuerte, no eres ninguno de esos cuerpos que vemos en la tierra y en el cielo; ni tampoco los que no vemos allí porque tú las creaste; pero en situaciones eximias de tu creación. ¡Qué lejos estabas, pues, de aquellos fantasmas míos, fantasmas corpóreos, totalmente privados de existencia!

Más ciertas que ellos son las imágenes de cuerpos que en realidad existen y más reales que éstas son los cuerpos mismos, pero nada de eso eres tú. Tampoco eres el alma que da vida a los cuerpos y por eso es mejor y más cierta que los cuerpos, la vida. Tú, en cambio, eres la vida de las almas, vida de toda vida; vida tú mismo, indefectible vida.

¿Dónde estabas entonces, Señor, tan lejos de mí? Pues yo vagaba lejos de ti y de nada me servían las bellotas de los cerdos (Lc 15:16) que con bellotas apacentaba yo. ¡Cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y los poetas, que todos esos engaños! Porque los versos y los poemas, como aquella Medea que volaba en carro tirado por dragones (Ovidio, Metamorfosis VII, 219-236), son de cierto más útiles que aquellos cinco elementos de diversa manera coloreados para luchar con los cinco antros de las tinieblas, que ninguna existencia tienen y dan la muerte a quien en ellos cree(3).

Porque los versos y los poemas alguna relación tienen con lo real y, si yo cantaba a Medea volante, no afirmaba lo que cantaba y cuando otros lo cantaban yo no lo creía. En cambio, sí que creí en aquellas aberraciones.

¡Ay! ¡Por qué escalones fui bajando hasta lo profundo del infierno! Te lo confieso ahora a ti, que me tuviste misericordia cuando aún no te confesaba: acongojado y febril en mi indigencia de verdad, yo te buscaba; pero no con la inteligencia racional que nos hace superiores a las bestias, sino según los sentimientos de la carne. Y tú eras interior a mi más honda interioridad y superior a cuanto había en mí de superior. Entonces tropecé con aquella hembra audaz y falta de seso, enigma de Salomón, que sentada a su puerta decía: "Comed con gusto mis panes ocultos, bebed de mi agua furtiva y sabrosa." Tal hembra me pudo seducir porque me encontró fuera de mí mismo, habitando en el ámbito de mis ojos carnales, pues me la pasaba rumiando lo que con los ojos había devorado.

(1). La secta de los maniqueos, fundada por el persa Urbicus, que luego se llamó Manes. Además, "Manes," en griego, significa "delirante, furioso."

(2). Los maniqueos decían que existe un principio eterno bueno y otro principio eterno malo; que de la lucha entre ambos nació una mezcla de bien y de mal, que es Dios y de la cual se formó el mundo; y decían que en todas las cosas está presente y mezclada la naturaleza de Dios.

(3). Los maniqueos decían que la creación consta de cinco elementos buenos, derivados del eterno principio bueno y otros cinco malos, derivados del malo. Los malos eran el humo, las tinieblas, el fuego, el agua y el viento; y en la lucha entre ellos resultó una mezcla de bien y de mal, que es la naturaleza misma de Dios. Decían que los animales bípedos, incluso el hombre, fueron engendrados en el humo; en el fuego los cuadrúpedos, en el agua los peces y en el aire los volátiles. Todo esto lo atribuían a la sustancia del mal y, a Dios, la bondad de los buenos elementos.

Capitulo VII

1. Desconocía yo entonces la existencia de una realidad absoluta y, estimulado por una especie de aguijón, me fui a situar entre aquellos impostores que me preguntaban en qué consiste el mal, si Dios tiene forma corporal, cabellos y uñas, si pueden tenerse por justos los hombres que tienen muchas mujeres y matan a otros hombres y sacrifican animales. Dada mi ignorancia, estas cuestiones me perturbaban; pues no sabía yo entonces que el mal no es sino una privación de bien y se degrada hasta lo que no tiene ser ninguno. ¿Y cómo podía yo entender esto si mis ojos no veían sino los cuerpos y mi mente estaba llena de fantasmas?

Totalmente ignoraba yo que Dios es un ser espiritual; que no tiene masa ni dimensiones ni miembros. La masa de un cuerpo es menor en cualquiera de sus partes que en su totalidad y aun cuando se pensara en una masa infinita, ninguna de sus partes situadas en el espacio igualaría su infinidad y, así, un ser cuanto que no es espiritual como Dios, no puede estar totalmente en todas partes.

Ignoraba también qué es lo que hay en nosotros por lo cual tenemos alguna semejanza con Dios, pues fuimos creados, como dice la Escritura, a su imagen y semejanza.

2. Tampoco sabía en que consiste la verdadera justicia interior, que no juzga según las ideas corrientes sino según la ley de Dios todopoderoso, a la cual deben acomodarse las costumbres de los pueblos y el andar de los días conforme a los pueblos y a los tiempos; justicia vigente en todo tiempo y lugar, no una aquí y otra allá, una en un tiempo y diferente en otro. Justicia según la cual fueron justos Abraham e Isaac, Moisés y David y tantos otros que fueron alabados por Dios mismo; aunque ahora no los tienen por justos esos imperitos que con cerrado criterio juzgan de las costumbres del género humano con la medida de sus propias costumbres y de su limitada y precaria experiencia. Los tales son como un hombre que no sabiendo nada de armaduras ni qué pieza es la que conviene para cada parte del cuerpo, pretendiera ponerse la greba en la cabeza y calzarse con el yelmo y luego se quejara de que la armadura no le queda.

O como si alguien se enojara de que en un día festivo se le prohiba vender por la tarde lo que podía vender por la mañana o le molestara que el que sirve las copas no pueda tocar con la mano lo que otro criado puede tocar; o mal le pareciera que se prohiba hacer en el comedor lo que puede hacer en el establo. Como si no vieran todos los días que en la misma casa y en el mismo tiempo no toda cosa es conveniente para cualquier miembro de la familia; que algo permitido a cierta hora no lo es ya en la hora siguiente y lo que se puede permitir o mandar en un lugar de la casa no se puede ni mandar ni permitir en otro.

Tales son los que se indignan de que en pasados tiempos hayan sido permitidas a los justos cosas que ahora son ilícitas y de que Dios haya mandado a éstos y a aquellos, diferentes cosas en razón de los tiempos, siendo así que unos y otros fueron servidores de la misma justicia.

3. ¿Se dirá acaso que la justicia es algo que cambia? No. Pero sí lo son los tiempos sobre los que ella preside, que no por nada se llaman "tiempos." Los hombres, cuya vida sobre la tierra es tan breve, no pueden comprender bien las causas que entraban en juego en siglos pasados y en la vida de pueblos diferentes; no están en condiciones, entonces, de comparar lo que no conocieron con lo que sí conocen. En una misma casa y en un mismo tiempo, fácilmente pueden ver que no todo conviene a todos; que hay cosas congruentes o no, según los momentos, los lugares y las personas. Pero este discernimiento no lo tienen para las cosas del pasado. Se ofenden con ellas, mientras todo lo propio lo aprueban. Esto no lo sabía yo entonces, ni lo tomaba en consideración. Las cosas me daban en los ojos, pero no las podía ver. Y sin embargo entendía yo bien que al componer un canto no me era lícito poner cualquier pie en cualquier lugar, sino que conforme al metro que usara, así debía ser la colocación de los pies, éste aquí y éste allá. La prosodia que regía mis composiciones era siempre la misma; no una en una parte del verso y otra en otra, sino un sistema que todo lo regulaba.

Y con esto, no pensaba yo en que tu justicia, a la cual han servido los hombres justos y santos, tenía que ser algo todavía más excelente y sublime, en que todo se encierra: las cosas que Dios mandó para que nunca variaran y otras que distribuía por los tiempos, no todo junto, sino según lo apropiado a cada uno. Y en mi ceguera reprendía a aquellos piadosos patriarcas que no solamente se acomodaron a lo que en su tiempo les mandaba o inspiraba Dios sino que bajo divina revelación preanunciaron lo que iba a venir.

Capitulo VIII

1. ¿Hay por ventura un tiempo o un lugar en que sea o haya sido injusto amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma y al prójimo como a uno mismo?

De manera semejante, las torpezas que van contra natura, como las de los sodomitas, han de ser siempre aborrecidas y castigadas. Y aun cuando todos los pueblos se comportaran como ellos, la universalidad del delito no los justificaría; serían todos ellos reos de la misma culpa ante el juicio de Dios, que no creó a los hombres para que de tal modo se comportaran. Se arruina y se destruye la sociedad, el trato que con Dios debemos tener cuando por la perversidad de la concupiscencia se mancilla esa naturaleza cuyo autor es él mismo.

Pero cuando se trata de costumbres humanas los delitos han de evitarse conforme a la diversidad de esas costumbres; de manera que ningún ciudadano o extranjero viole según el propio antojo lo que la ciudad ha pactado con otros pueblos o que está en vigor con la firmeza de la ley o de la costumbre. Siempre es algo indecoroso la no adecuación de una parte con el todo a que pertenece.

Pero cuando Dios manda algo que no va con la costumbre o con los pactos establecidos hay que hacerlo, aunque nunca antes se haya hecho; hay que instituirlo aunque la institución sea del todo nueva. Pues si un rey puede en su ciudad mandar algo no antes mandado por los anteriores reyes ni por él mismo, la obediencia al nuevo mandamiento no va contra la estructura de la ciudad; es algo universalmente admitido que los ciudadanos han de obedecer a sus reyes. ¡Con cuánta mayor razón se debe a Dios, rey de todas las criaturas, una obediencia firme y sin vacilaciones! Pues así como en las sociedades humanas la potestad mayor se impone ante las potestades menores, así también toda humana potestad debe subordinarse al mandar de Dios.

2. Pero otros delitos hay que se cometen por la voluntad de dañar, sea con afrentas o injurias, o con ambas cosas a la vez; por deseo de vengarse de algún enemigo o con la intención de adquirir algo que no se tiene, como lo hace el ladrón con el viandante; o por evitar algún mal de parte de alguien que inspira temor; o por envidia como la que tiene el mísero para con el que está en mejor situación y en algo ha prosperado; o como la que tiene éste cuando teme que otro le iguale, o se duele porque ya le igualó; o también por el mero placer del mal ajeno, como lo tienen los que van a ver a los gladiadores; o por simple mal ánimo, como el de los que hacen burlas y sarcasmos al prójimo.

Estos son los principios capitales de la iniquidad. Se derivan de la desordenada concupiscencia de dominar, de ver y de sentir: o de una de éstas, o de dos, o de las tres. Y así, ¡oh Dios excelso y dulcísimo! se vive mal, en contrariedad con los tres y los siete mandamientos de tu decálogo, el salterio de diez cuerdas (Sal 21:2).

3. Pero, ¿qué malicia puede haber en ti, incorruptible como eres? ¿o qué crimen te puede dañar, siendo como eres inaccesible al mal?

Con todo, tú castigas lo que los hombres se hacen entre ellos de malo; porque cuando pecan contra ti se perjudican ellos mismos. La iniquidad se miente a sí misma (Sal 26:12), cuando corrompe y pervierte la naturaleza que tú creaste y ordenaste, o usando sin moderación de las cosas permitidas, o ardiendo en deseos de lo no permitido en un uso contra natura (Rm 1:26), o se hacen los hombres reos de rebeldía contra ti en su ánimo y en sus palabras, dando patadas contra el aguijón (Hch 9,5); o, finalmente, cuando en su audacia rompen los lazos y traspasan los límites de la sociedad humana y se gozan en privados conciliábulos o en privados despojos, al azar de sus gustos y resentimientos.

4. Todo esto sucede cuando los hombres te abandonan a ti, que eres la fuente de la vida, el verdadero creador y gobernador del universo; cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo.

Es así como por el camino de una piadosa humildad regresamos a ti y tú nos purificas de nuestros malos hábitos y te muestras propicio para los que te confiesan sus pecados, escuchas los gemidos de los que están presos con los pies en los grilletes y nos sueltas de las cadenas que nosotros mismos nos forjamos. Pero esto lo haces sólo cuando ya hemos renunciado a envalentonarnos ante ti con la afirmación de una falsa libertad, con la avaricia de tener más o el temor de perderlo todo, amando así más lo nuestro que a ti, supremo bien de todos.

Capitulo IX

Entre tantas torpezas y crímenes como hay y entre tanta abundancia de maldad se da también el caso de los pecados en que caen los que van ya avanzando en el camino espiritual. Tales pecados son de reprobar desde el punto de vista de la perfección, pero hay también en ellos algo estimable, como es estimable el trigo verde, en el cual hay esperanzas ciertas de futuros panes.

Pero hay acciones que parecen crimen o torpeza y no lo son, porque ni te ofenden a ti ni rompen el consorcio de la sociedad humana, pues de alguna manera se concilian con lo que es congruente en un tiempo dado. Como cuando se procuran determinados bienes que son útiles para las necesidades de la vida en un momento dado, pero queda incierto si hubo o no hubo en eso una reprensible codicia de poseer; o como cuando la autoridad competente castiga con severidad algo con la idea de corregir los abusos, pero queda incierto si no se mezcló en eso algún secreto deseo de dañar. Hay, pues, cosas que el sentir general de los hombres tiene por reprensible, pero que tú no reprendes; así como hay otras que los hombres alaban pero tú condenas. No siempre coinciden la apariencia exterior de los hechos con el ánimo y la intención no conocida de quien los hace.

Pero como yo ignoraba estas cosas hacía burla de aquellos servidores tuyos y profetas; con lo cual sólo conseguía que tú te burlaras de mí. Poco a poco fui derivando a tonterías tales como la de creer que un higo sufre cuando lo cortan y que la higuera llora lágrimas de leche. Y que si un santo (1) lo comía cortado por manos ajenas y no por las suyas, lo mezclaba con sus propias entrañas y exhalaba luego de ella ángeles y hasta partículas de la sustancia divina, pues según ellos en aquella fruta había habido partículas del verdadero y sumo Dios, que habrían permanecido ligadas de no ser por los dientes del santo y elegido y por su estómago. En mi miseria llegué hasta creer que mayor misericordia hay que tener para con los frutos de la tierra que para con los hombres mismos para cuyo bien fueron creados los frutos. Si alguno tenía hambre pero no era maniqueo, era crimen digno de la pena capital el darle un bocado.

(1). Los maniqueos se dividían en dos clases: en elegidos o santos y en oyentes. Los primeros eran los que habían avanzado en la insania hasta poder enseñar a otros o se manifestaban firmes en el error. Los demás, los menos seguros, se llamaban simplemente oyentes. Sostenían que en los alimentos había una mezcla de bien y de mal y que los santos liberaban el bien comiendo y digiriendo los alimentos.

Capitulo X

1. Pero tú, Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. La oíste cuando ella con sus lágrimas regaba la tierra ante tus ojos; ella oraba por mí en todas partes y tú oíste su plegaria. Pues, ¿de dónde sino de ti le vino aquel sueño consolador en que me vio vivir con ella, comer con ella a la misma mesa, cosa que ella no había querido por el horror que le causaban mis blasfemos errores? Se vio de pie en una regla de madera y que a ella sumida en la tristeza, se llegaba un joven alegre y espléndido que le sonreía. No por saberlo sino para enseñarla, le preguntó el joven por la causa de su tristeza y ella respondió que lloraba por mi perdición. Le mandó entonces que se tranquilizara, que pusiera atención y que viera cómo en donde ella estaba, también estaba yo. Miró ella entonces y, junto a sí, me vio de pie en la misma regla. ¿De dónde esto, Señor, sino porque tu oído estaba en su corazón?

2. ¡Oh, Señor omnipotente y bueno, que cuidas de cada uno de tus hijos como si fuera el único y que de todos cuidas como si fueran uno sólo! ¿Cómo fue posible que al contarme ella su visión tratara yo de convencerla de que no debía desesperar de llegar a ser un día lo que yo era y que ella al instante y sin ninguna vacilación me contestara: "¡No! Pues lo que se me dijo no es que yo habría de estar donde estás tú, sino que tú estarías en donde estoy yo"?

Con frecuencia he hablado, Señor, de estos recuerdos. Ahora te confieso que más que el sueño mismo con que tú consolabas a una mujer piadosa hundida en el dolor me conmovió el hacho de que ella no se turbara por mi interpretación falsa y caprichosa. Vio de inmediato lo que tenía que ver y que yo no había visto antes de que ella lo dijera. Cuando ella se debatía en la tristeza tú le preanunciaste una gran alegría que no iba a tener sino mucho más tarde.

3. Pues durante nueve largos años seguí revolcándome en aquel hondo lodo de tenebrosa falsedad del que varias veces quise surgir sin conseguirlo. Mientras tanto, ella, viuda casta, sobria y piadosa como a ti te agrada, vivía ya en una alegre esperanza en medio del llanto y los gemidos con que a toda hora te rogaba por mí. Sus plegarias llegaban a tu presencia, pero tú me dejabas todavía volverme y revolverme en la oscuridad.

Capitulo XI

1. Otra respuesta le concediste luego, que yo recuerdo y quiero confesar dejando de lado cosas de menor importancia para llegar presto a lo que me urge confesarte. La diste por el ministerio de un sacerdote tuyo, de un obispo criado en tu Iglesia y ejercitado en tus libros. Le rogó pues mi madre que se dignara de recibirme y hablara conmigo para refutar mis errores, desprenderme de ellos y enseñarme la verdad, ya que él solía hacer esto con personas que le parecían bien dispuestas. Pero él no quiso. Dijo que yo era todavía demasiado indócil, hinchado como estaba por el entusiasmo de mi reciente adhesión a la secta. Ella misma le había contado cómo yo, con cuestiones y discusiones, había descarriado ya a no pocas gentes de escasa instrucción. Le aconsejó: "Déjalo en paz, solamente ruega a Dios por él. El mismo con sus lecturas acabará por descubrir su error y la mucha malicia que hay en él."

2. Entonces le contó cómo él mismo, siendo niño, había sido entregado por su engañada madre a los maniqueos, había leído todos sus libros y aun escrito alguno él mismo y, cómo, sin que nadie disputase con él ni lo convenciese, había por sí mismo encontrado el error de la secta y la había abandonado. Y como ella no quería aceptar sino que con insistencia y abundantes lágrimas le rogaba que me recibiera y hablara conmigo, el obispo, un tanto fastidiado, le dijo: "Déjame ya y que Dios te asista. No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas." Estas palabras me las recordó muchas veces, como venidas del cielo.

Libro IV

Capitulo I

1. Durante un lapso de nueve años, desde mis diecinueve hasta mis veintiocho, era yo seducido y seductor; engañado, pero también, bajo el impulso de variados apetitos, engañaba yo abiertamente en la profesión de las llamadas disciplinas liberales que en lo oculto llevaban falsamente el nombre de religión. Soberbio aquí y supersticioso allá y vanidoso en todas partes; ávido de gloria popular, corría yo tras los aplausos del teatro y las bagatelas de los espectáculos, los certámenes poéticos y las luchas por aquellas coronas de hierba perecedera. Mas con todo eso pretendía yo purificarme de mis sórdidas intemperancias llevando a los que eran llamados justos y santos determinados manjares para que ellos en el laboratorio de su vientre me fabricaran ángeles y dioses que luego me liberaran. Es que entonces creía yo en tales aberraciones y las ponía en práctica con mis amigos a quienes había yo arrastrado en mi propio engaño.

2. Búrlense de mí y sea en hora buena esos arrogantes a quienes tú no has postrado todavía en saludable humillación; pero yo tengo que confesarte mis deshonras en alabanza de tu gloria. Ruégote me concedas recorrer ahora con el recuerdo todos los meandros de mis pasados yerros, ofreciéndote así un jubiloso sacrificio (Sal 26:6). Pues, ¿qué soy yo sin ti para mí mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio? ¿O qué soy, cuando bien me va, sino un bebé que bebe la leche que tú le das y encuentra en ti un alimento incorruptible? ¿Y qué es y cuánto vale un hombre cualquiera sólo por ser hombre? Ríanse pues de mí los fuertes y los potentes; que yo, débil y pobre, me confieso ante ti.

Capitulo II

1. Enseñaba yo por aquellos años la retórica y vencido por la avidez de dinero vendía yo victoriosas locuacidades. Pero tú sabes que yo prefería tener discípulos buenos, o que por tales son tenidos y a esos les enseñaba con toda honradez los dolos del arte no para que los usaran en detrimento de inocentes, sino para castigo de culpables.

Desde lejos me veías tú como caía en esos terrenos resbalosos y cómo en medio de mucho humo brillaba la fidelidad que en aquella docencia mostraba yo a quienes amaban la vanidad y buscaban la mentira y con ellos me asociaba.

Por esos años tenía yo una mujer a la que no conocí dentro de lo que se llama matrimonio legítimo, sino que a ella me llevó un vago ardor ayuno de prudencia. Pero no tenía otra fuera de ella y le guardaba la fidelidad del lecho. Con ella pude experimentar la distancia que media entre un sano contrato que se cierra con miras a la generación y un mero pacto de amor libidinoso en que la prole se produce sin ser deseada aunque más tarde se haga amar.

2. Recuerdo también que en cierta ocasión decidí tomar parte en un concurso para una obra de teatro. Un cierto adivino me mandó preguntar qué querría yo darle si él por medio de misteriosos sacrificios me conseguía la manera de vencer. Yo, que abominaba de tales sucias maniobras, le mandé contestar que ni por ganar una corona de oro imperecedero estaría yo dispuesto a que por eso se matara una mosca. Porque su pensamiento era el de matar algunos animales en honor de algunos demonios para hacérmelos propicios. Pero, ¡oh Dios de mi corazón! este mal no lo repudié por amor a ti, pues aun no te amaba, incapaz como era entonces de apreciar lo que no fueran fulgores corporales. Y un alma que suspira por semejantes vanidades ¿qué hace sino fornicar lejos de ti y apacentarse de vientos? Así pues, no estuve dispuesto a que por mí se sacrificara a los demonios cuando yo mismo les ofrecía el sacrificio de aquella superstición. ¿Qué otra cosa sino apacentar vientos es eso de honrar con el error a esos espíritus que al recibir el honor que les damos se burlan de nosotros?

Capitulo III

1. No dejaba yo por aquel entonces de consultar a otros astrólogos planetarios, a esos que llaman "matemáticos," porque no se valían de conjuros ni de sacrificios a los espíritus, pero practicaban otra suerte de adivinación, que también se opone a la piedad cristiana. Bien está, Señor, que te lo confiese y te diga: "Ten misericordia de mí y sana mi alma, pues he pecado contra ti" (Sal 50:3). Así como es bueno no abusar de tu indulgencia para pecar con más libertad, sino recordar lo que en cierta ocasión dijiste: "Mira, ya has sido sanado. No vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor" (Jn 5:14). Esta sanidad combaten y quieren matar los astrólogos cuando dicen que en el cielo mismo es donde hay que buscar las inevitables causas del pecado de los hombres; que Venus hizo esto, Saturno hizo aquello y Marte lo de más allá. Con esto pretenden que el hombre no es culpable de ser carne y sangre y ensoberbecida putrefacción, sino que del pecado se ha de culpar al cielo y al creador y ordenador de las estrellas, a ti, Dios nuestro, suavidad eterna y origen de toda justicia; a ti, que eres el que has de retribuir a cada uno según sus obras y que nunca desprecias un corazón contrito y humillado (Mt 16:27 y Sal 50:19).

2. Había entonces un varón muy instruido, peritísimo en la medicina, en la cual se había merecido una justa reputación. Este, siendo también procónsul, había puesto su mano sobre mi insana cabeza, no como médico, sino para imponerme la corona ganada en aquel certamen poético. No fue pues él quien me curó de aquella otra enfermedad que sólo tú puedes curar. Tú, que a los soberbios les resistes y a los humildes les das tu gracia (1P 5:5). Pero tampoco entonces me faltaste ni te desentendiste de mi salud con ese anciano médico; pues me había hecho muy amigo suyo y muy apegado a su persona y me embelesaban sus discursos siempre llenos de amena gravedad y de vivacidad en sus sentencias en las cuales no había, sin embargo, pretensiones literarias.

Cuando por mí mismo supo que me entregaba yo a la astrología me amonestó con paternal benignidad a que la abandonara, ya que desperdiciaba en tonterías una actividad necesaria en cosas de mayor provecho. Me dijo que él mismo había en sus mocedades aprendido la astrología, hasta pensado en vivir de ella como de su profesión, pues si había podido entender a Hipócrates también podría entender todos esos libros. Sin embargo había dejado eso por la medicina no por otra razón, sino porque había llegado a comprender la enorme falsedad que en ello había y, siendo un hombre honrado, no había querido vivir a costa del engaño de los demás. "Pero tú, me dijo, cuentas para tu sustento con el arte de la retórica y te dedicas a estas falacias no por necesidades de tu familia sino sólo y libremente por curiosidad. Conviene que me creas cuanto de todo eso te digo yo, que tan a fondo lo estudié y llegué hasta a pensar en ganarme la vida con la astrología."

3. Y como yo le preguntara cómo a veces salen tan bien algunas predicciones de los astrólogos me respondió como pudo que eso es debido a la obra del azar, fuerza difusa por toda la naturaleza. Sucede en ocasiones que de las páginas de algún poeta que canta y pretende una cosa del todo diferente saque quien las consulta a la ventura algún verso que conviene admirablemente con los motivos que dictaron su consulta; no es, entonces, de admirar si alguna vez el alma humana, por un instinto superior y sin saber ella misma lo que le pasa, no por arte alguna sino por mera suerte, produzca una palabra que concuerda con la situación y las preocupaciones del que consulta.

Esto me dijo y tú me lo procuraste por su medio, delineando muy bien en mi memoria lo que había yo después de buscar por mí mismo. Pero entonces ni él ni mi carísimo Nebridio, joven bueno y casto que se burlaba también de aquel modo de adivinación, pudieron persuadirme a abandonar la astrología, pues más que su autoridad pesaba en mí la autoridad de los astrólogos y no habría yo encontrado aún una prueba decisiva de que en sus aciertos no tuviera que ver el arte de consultar a las estrellas, sino puramente el azar.

Capitulo IV

1. En aquellos años en que comencé a enseñar en el municipio en que nací me había ganado por la comunidad de los estudios un amigo extraordinariamente querido, de mi misma edad, que florecía conmigo en el verdor de una misma adolescencia. Juntos habíamos crecido, juntos habíamos jugado y asistido a la escuela. Pero todavía no era amigo como lo fue más tarde y ni siquiera entonces lo fue con esa amistad verdadera con que tú aglutinas las almas que viven unidas a ti, por esa caridad difundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5:5). Con todo, esa amistad era dulcísima, inspirada como estaba por el fervor de idénticos ideales. Yo lo había desviado de su fe, que no la tenía ni muy honda ni muy firme hacia aquellas supersticiosas y perniciosas fábulas por las que me lloraba mi madre. Su mente y la mía erraban juntas y yo no podía vivir sin él. Pero tú, el Dios de las venganzas y también de las grandes misericordias, era como si cabalgaras sobre los lomos de dos siervos tuyos que huían de tu lado. ¡De cuán admirables maneras nos conviertes a ti! Entonces, sacaste de este mundo a ese hombre apenas cumplido un año de nuestra amistad, suave para mí como ninguna otra cosa en aquel tiempo de mi vida.

2. ¿Quién puede cantar tus alabanzas sólo por lo que en sí mismo y en sí sólo ha experimentado? ¡Lo que hiciste entonces, Dios mío y cuán insondable es el abismo de tus juicios! Cayó el enfermo con grandes fiebres y quedó por un tiempo inconsciente y bañado en sudores mortales. Como se temió por su vida fue bautizado en ese estado de inconsciencia y yo no me preocupé de ese bautismo, con la idea de que su alma habría de retener más bien lo que de mí había aprendido, que no aquello que se le hacía sin que él se diera cuenta. Pero las cosas fueron de otro modo, pues él se recuperó y quedó de nuevo sano.

En el primer momento en que pude hablar con él (que fue el primero en que él pudo hablar, pues no me separaba yo de él y dependíamos fuertemente el uno del otro) empecé a ridiculizar aquel bautismo que él había recibido en total ausencia de sí mismo, pero que ya sabía haber recibido. Seguro estaba yo de que me acompañaría en mis burlas; pero él me miró con horror, como a un enemigo y, con una libertad tan admirable como repentina me declaró que si quería seguir siendo su amigo debía renunciar a hablarle de semejante modo.

3. Yo, turbado y estupefacto, pensé que era necesario refrenar mis impulsos hasta que él, completamente restablecido y con el vigor de la salud estuviera en condiciones de oírme hablar como yo quería. Pero tú lo arrebataste a mi demencia para conservarlo en ti, de donde pudiera yo más tarde hallar consuelo. Sucedió, pues, que a vuelta de pocos días y estando yo ausente, cayó nuevamente enfermo y falleció. El dolor ensombreció mi corazón y cuanto veían mis ojos tenía el sabor de la muerte. Mi patria era mi suplicio, la casa paterna era una inmensa desolación y todo cuanto había tenido en comunión con él era para mí un tormento inenarrable. Por todas partes lo buscaban mis ojos, pero no podían verlo; todo me parecía aborrecible porque en nada estaba él. Nadie podía decirme "va a volver," como cuando estaba ausente pero existía. Me convertí en un oscuro enigma para mí mismo. Le preguntaba a mi alma, ¿por qué estás triste y así me conturbas? (Sal 41:6), pero ella nada tenía para responderme. Y si yo le decía: "Alma, espera en Dios," ella se negaba a obedecerme pues tenía por mejor y más verdadero al hombre que había perdido que no el fantasma en que yo le mandaba esperar. Mi única dulzura la hallaba en llorar sin fin. Las lágrimas tomaron el lugar de mi amigo, delicia de mi alma.

Capitulo V

Pero ahora,Señor, todo eso ya pasó y el tiempo ha cicatrizado mi herida. ¿Será posible que aplicando a tu voz el oído de mi alma entienda yo de ti, que eres la verdad, por qué el llanto es un consuelo para los que sufren? ¿Es acaso, que tú, presente como estás en todas las cosas, haces a un lado nuestra miseria? Porque tú permaneces siempre estable en ti mismo, mientras nosotros nos revolvemos en toda clase de experiencias. Y sin embargo, ni rastro quedaría de nuestra esperanza si no llorásemos delante de ti.

¿De dónde viene pues el que del amargor de la vida podamos sacar frutos tan dulces como el gemir y llorar, suspirar y quejarnos? ¿Nos es dulce todo esto porque esperamos que tú nos escuches? Esto es clara verdad de la plegaria, pues con ella nos proponemos llegar hasta ti; pero ¿qué había en el fondo de aquel dolor mío por el bien perdido; en aquel luto que pesadamente me oprimía? Porque yo no esperaba hacer con mis lágrimas revivir a mi amigo; simplemente, me dolía y lloraba por una alegría irremisiblemente perdida. El llanto en sí mismo es amargo; pero acaso nos llega a deleitar cuando nos cansamos de las cosas que antes teníamos.

Capitulo VI

1. ¿Por qué hablo de estas cosas, cuando no es tiempo de hacer preguntas sino de confesarme ante ti? Era yo pues bien miserable; que por fuerza lo es el alma que vive presa en la amistad de las cosas mortales y se desgarra cuando las pierde. Es entonces cuando siente la miseria que lo hace miserable desde antes de que las pierda. Así era yo en aquel tiempo: lloraba con inmensa amargura, pero en la amargura misma encontraba descanso. Y tan miserable era, que más aún que a mi dilecto amigo muerto amaba yo mi propia mísera vida; pues aunque hubiera querido cambiar la condición de mi vida, no quería perderla como lo perdí a él. Ni siquiera sé si de veras estaba dispuesto a perderla por él como se cuenta (si no es ficción) de Orestes y Pílades, que querían morir el uno por el otro, pero al mismo tiempo, ya que no vivir juntos era para ellos peor que la muerte. Pero había en mí no sé qué sentimiento del todo contrario a éste. La vida me era insoportable, pero tenía miedo de morir. Creo que mientras más lo amaba a él, más odiaba la muerte que me lo había arrebatado, la odiaba y le temía como a la más atroz enemiga y pensaba que ella acabaría con todos los hombres como había acabado con él. Así era yo entonces, lo recuerdo bien.

2. Este es, Señor, mi corazón. Mira hacia adentro y ve en él mis recuerdos. Tú, esperanza mía que me limpias de la inmundicia de los malos afectos, atraes hacia ti mis ojos y libras de lazos mis pies. Yo estaba en asombro de que los demás hombres vivieran cuando había muerto aquel a quien yo había amado como si nunca hubiera de morir y, más aún, me asombraba de que muerto él siguiera viviendo yo, que era otro él. Bien dijo alguno cuando llamó a su amigo "la mitad de mi alma." Vivamente sentía yo que su alma y la mía eran una sola en dos cuerpos; por eso me horrorizaba la vida, pues vivía por mitad y, quizá por eso mismo, me horrorizaba la muerte, pues me negaba a que muriera del todo aquel a quien tanto había querido.

Capitulo VII

1. ¡Oh demencia, incapaz de amar humanamente a los hombres! ¡Insensato de mí, que me dejaba llevar sin moderación de las pasiones humanas! Así era yo en aquel tiempo. Me enardecía, suspiraba, lloraba y me turbaba, sin descanso ni consejo. Así iba cargando mi alma destrozada y sangrante, que no se dejaba cargar y yo no sabía en dónde ponerla. Ni en los bosques más amenos ni en los juegos y los cantos, ni en los olorosos jardines, ni en los brillantes convites, ni en los placeres del lecho, ni en los libros y poemas hallaba reposo. Todo me era aborrecible, la luz misma y todo cuanto no era él me era tedioso y no llevadero y mi único consuelo, bien relativo, eran las lágrimas y los gemidos.

2. Y cuándo desistía de llorar me aplastaba un enorme peso de miseria que sólo tú podías aliviar. Yo sabía esto, pero ni quería ni podía; cuando pensaba en ti no eras para mí algo firme y sólido, sino un vacío fantasma. Pero eso, fantasma era, no tú y mi error era mi dios. Y cuando quería poner mi alma en mi dios, como en un lugar de descanso, se me resbalaba en el vacío y de nuevo caía sobre mí. Era yo para mí mismo un lugar de desdicha en el cual no podía estar y del cual no me podía evadir. ¿Cómo podía mi corazón huir de sí mismo y, a dónde iría yo que él no me siguiera? Y sin embargo, huí de mi patria, para que mis ojos lo buscaran menos en lugares en que no estaban acostumbrados a verlo. Salí pues de Tagaste y me fui a Cartago.

Capitulo VIII

1. Pero el tiempo no descansa ni pasa de balde sobre nuestros sentidos y puede obrar en nosotros cambios admirables. El tiempo venía y pasaba con el sucederse de los días y, al venir y pasar me iba trayendo otras imágenes y otros recuerdos; me devolvía poco a poco a mis primeros deleites y mi dolor iba cediendo. En lugar suyo venían no otros dolores, pero sí los gérmenes de otros dolores. ¿Por qué había podido aquel dolor penetrar en mí tan hondo y con tanta facilidad, sino porque yo había derramado mi alma en la arena amando a un ser mortal como si nunca hubiera de morir?

Particular consuelo y recreación hallaba yo en la compañía de otros amigos con los cuales amaba yo lo que amaba en lugar tuyo. Ese fantasma era una enorme fábula y una larga mentira cuyo contacto adulterino corrompía nuestras mentes y nos cosquilleaba en las orejas. Pero esta fábula no se moría en mí porque un amigo se muriera.

2. Otras cosas eran las que cautivaban mi ánimo: como conversar y reír juntos, obsequiarnos con mutuas benevolencias; bromearnos unos a otros y leer en compañía libros agradables; disentir a veces sin odio ni querella, como cuando el hombre discute consigo mismo y condimentar con esos raros disentimientos una estable concordia; enseñarnos algo unos a otros, o aprender algo unos de otros; echar de menos con dolor a los ausentes y recibirlos con alegría a su regreso. Con éstos y otros parecidos signos de afecto, de esos que salen del corazón cuando las gentes se quieren bien y que se manifiestan por los ojos, por la palabra, por la expresión del rostro y de mil otros modos gratísimos, las almas se funden como el fuego y de muchas se hace una.

Capitulo IX

Esto es lo que se ama en los amigos y de tal manera ama que la conciencia se siente culpable cuando no se corresponde el amor con amor, sin buscar del cuerpo del amigo otra cosa que signos de benevolencia. De aquí el luto cuando se muere un amigo; de aquí los sombríos dolores y el corazón empapado en una dulzura que se trocó en amargura y la vida que se perdió en los que mueren es muerte para los que siguen viviendo.

Dichoso el que te ama a ti y a su amigo en ti y a su enemigo en ti; pues el único que no pierde a sus seres queridos es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde. ¿Y quién es ése sino tú, nuestro Dios, el que hizo el cielo y la tierra y los llena, pues llenándolos los hizo?

A ti no te pierde sino el que te abandona. Y el que te deja, ¿a dónde va, a dónde huye sino de ti benévolo a ti enojado? ¿Y en dónde no encontrará tu ley en su propia pena? Pues tu ley es la verdad y la Verdad eres tú.

Capitulo X

1. ¡Oh Dios de las virtudes, conviértenos a ti, muéstranos tu rostro y seremos salvos! (Sal 79:4). Porque a dondequiera que se vuelva el alma del hombre fuera de ti, queda fincada en el dolor, aunque se detenga en cosas bellas fuera de ti y fuera de él mismo, cosas que sin ti nada serían. Cosas que tienen su aurora y su ocaso; que al nacer tienden al ser, crecen para perfeccionarse y cuando son perfectas, envejecen y mueren. Todo envejece y perece. Cuando nacen y tienden al ser, mientras más deprisa crecen para ser perfectas, tanto más se apresuran rumbo al no ser. Así es su manera, tanto como eso les diste. Son parte de cosas, que no coexisten nunca simultáneamente, sino que sucediéndose unas a otras componen el universo cuyas son las partes. Como en la palabra humana, que consta de signos sonoros; no se completa una frase sino a condición de que las palabras, habiendo dicho lo que les toca, dejen el sitio a las palabras que siguen.

2. Por todo eso te alabe mi alma, ¡oh Dios, creador de todas las cosas! Pero que no se embadurne en ellas con el pegamento del amor de los sentidos corporales. Porque las cosas van rumbo al no ser y despedazan el alma con deseos pestilenciales, pues ella quiere ser lo que ama y descansa en ello. Pero en las cosas no hay permanencia; no son estables, sino fugitivas. Nadie puede seguirlas en su huida con el sentido de la carne, que es lerdo porque es carnal y ese es su modo. Es suficiente para cosas para las cuales fue hecho, pero no lo es para dominar el flujo de las cosas transeúntes desde su debido principio hasta su fin debido. Es en tu Verbo, Palabra por la cual fueron creadas, donde las cosas oyen su destino: "Desde aquí comienzan y hasta allí llegarán."

Capitulo XI

1. No seas hueca, alma mía, ni permitas que se ensordezca el oído de tu corazón con el tumulto de tus vanidades. Es el Verbo mismo quien te llama para que vuelvas a El. El es el lugar de la paz imperturbable en donde el amor no es abandonado sino cuando él mismo abandona. Mira cómo suceden las cosas para dejar el lugar a otras cosas y que así se integre este inferior universo.

"Pero yo, dice el Verbo, no me retiro ni cedo mi lugar." Finca en El tu mansión, alma mía, ahí encomienda todo lo que tienes, aun cuando no sea más que por la fatiga de tanto engaño. Encomienda a la Verdad todo lo que de ella has recibido, segura de que nada habrás de perder: florecerá en ti lo que tienes podrido, quedarás sana de todas tus dolencias. Lo que hay en ti de fugaz y perecedero será reformado y adecuado a ti; las cosas no te arrastrarán hacia donde ellas suceden, sino que permanecerán contigo y serán siempre tuyas, en un Dios estable y permanente.

2. ¿Por qué en tu descarrío sigues los pasos de tu carne? Es ella la que, convertida, a ti debe seguirte. Lo que por su medio sientes es parcial; tú ignoras cómo sea el todo de que forma parte y sin embargo te deleita. Mas si tu sentido carnal fuese idóneo para conocer el todo; si no hubiera recibido en pena justos límites como parte del universo, bien querrías tú que pasara volando todo cuanto existe para mejor conocer el conjunto; a la manera como mediante un sentido corporal sientes lo que se habla pero no quieres que se detengan las sílabas, sino que vuelen y que vengan otras y así puedas entender lo que te dicen. De este modo son siempre las partes que forman un todo pero no existen al mismo tiempo: mayor deleite causa el todo que no las partes, con tal que puedan todas ser sentidas.

Pero mucho mejor que todo cuanto existe es el que todo lo hizo, nuestro Dios y Señor, que no recede y a quien nadie puede suceder.

Capitulo XII

1. Entonces: si te agradan los cuerpos, alaba a Dios por ellos y endereza al artífice tu amor; no sea que en las cosas que a ti te placen a él le desagrades. Pero si te agradan las almas ámalas en Dios; porque ellas también son inestables, pero en Dios se estabilizan y sin El pasan y perecen. Han de ser pues, amadas en Dios. Arrastra hacia El a cuantas puedas y diles: "A El y sólo a El debemos amar; El lo hizo todo y no está lejos. Porque no hizo las cosas para marcharse luego, sino las hizo y están en El. Donde El está, la Verdad adquiere sabor; El está muy adentro del corazón, pero el corazón se aparta de El. Volveos, prevaricadores a vuestro propio corazón (Is 46:8) y abrazad allí al que os creó. Estad con El y seréis estables; descansad en El y vuestro descanso será verdadero. ¿A dónde vais por fragosos caminos? Lo que amáis, de El procede y no es bueno y suave sino por cuanto a El se refiere. Pero lo dulce se volverá justamente amargo si se le ama con injusticia, con abandono de aquel que lo creó."

2. ¿A dónde vais pues, una vez y otra vez, por caminos difíciles y laboriosos? Buscad la paz que queréis encontrar; pero la paz no está en donde la andáis buscando. Pues, ¿cómo hablar de una vida feliz cuando ni siquiera es vida? Cristo, nuestra vida, bajó acá para llevarse nuestra muerte y matarla con la abundancia de su vida; con tonante voz nos llamó para que volviéramos a El en el secreto santuario de aquel vientre virginal en que El se desposó con la humana criatura, carne mortal, pero no para siempre mortal; y de ahí, como esposo que sale de su tálamo se llenó de exultación, gigante ansioso de recorrer su camino (Sal 18:6). Porque no se tardó, sino que corrió, clamando con los dichos, con los hechos, con su muerte, con su vida, con su descenso y su ascenso, que volvamos El. Y luego desapareció de nuestra vista para que lo busquemos en nuestro corazón y allí lo encontremos.

3. Se fue, pero aquí está. No se quiso quedar largo tiempo con nosotros, pero no nos dejó. Se fue hacia el lugar en que siempre estuvo y que nunca abandonó; porque El hizo el mundo y estuvo en el mundo, a donde vino para salvar a los pecadores. A El se confiesa mi alma, para que El la sane, pues había pecado contra El.

¿Hasta cuándo, hijos de los hombres seréis de pesado corazón? (Sal 40:6). ¿No queréis acaso, después de que la vida descendió hasta nosotros, ascender y vivir? Pero, ¿a dónde subís si ya estáis en alto y habéis puesto vuestra boca en el cielo? (Sal 72:9). Descended primero, para poder luego ascender hasta Dios; porque habíais caído al subir contra El.

Diles todo esto, alma mía, para que lloren en este valle de lágrimas y así te los puedas llevar hacia Dios; porque del Espíritu de Dios será lo que digas, si lo dices ardiendo en caridad.

Capitulo XIII

Todo esto no lo sabía yo entonces; amaba las bellezas de orden inferior, me iba a lo profundo y decía a mis amigos: "¿Amamos algo, acaso, que no sea bello? Pero, ¿qué es la hermosura y qué cosas la tienen? ¿Qué es lo que atrae nuestro ánimo hacia las cosas cuando las amamos? Pues si ninguna gracia ni hermosura tuvieran no nos moverían." Bien advertía yo que en los cuerpos se da una integridad en que reside su hermosura; pero algo muy distinto es su aptitud y la decencia con que se acomodan a algo, como los miembros del cuerpo, que se acomodan y proporcionan al todo. Y muchas otras cosas hay que así son. Esta consideración brotó en mi ánimo desde muy hondo y escribí sobre el tema de lo bello y de lo apto dos o tres libros, no lo recuerdo con exactitud. Tú, Señor, sabes cuántos fueron; yo no los conservo, pues no sé cómo se extraviaron.

Capitulo XIV

1. ¿Qué fue, Dios mío, lo que me movió a dedicar mis libros al renombrado orador romano Hierio a quien de persona no conocía? Yo amaba a este hombre sin conocerlo, pues su gran fama había llegado hasta mí y algunas palabras suyas había yo oído con mucho placer. Pero más aún me movía el que otros las hallaran agradables y a él lo ensalzaran con grandes alabanzas, pues se asombraban de que un hombre de Siria como él, formado inicialmente en la lengua griega hubiera podido luego llegar a la excelencia en la lengua latina. Y a mí me caía muy bien el que fuera tan perito en todo lo relativo al estudio de la sabiduría.

De esta manera se ama y se loa a un hombre aun en su ausencia. ¿Será acaso porque el amor pasa de quien alaba a quien oye la alabanza? Por cierto que no; pero el amor de uno enciende el amor en otro. Se ama al ausente porque las alabanzas que se le dedican parecen sinceras y brotadas del corazón, que es siempre el caso cuando alaba el que ama. Era así como amaba yo entonces a los hombres, movido por el juicio de otros hombres y no por el tuyo, Dios mío, en quien nadie se engaña.

2. Y sin embargo: ¿por qué se alaba a Hierio no como se hace con los aurigas célebres o con los cazadores de fieras famosos y favoritos del pueblo; sino de muy diferente manera, con gravedad, como a mí mismo me hubiera gustado ser alabado? Porque yo he amado y alabado, ciertamente, a los cómicos; pero en manera alguna querría ser ni amado ni alabado como lo son ellos. Prefiero sin género de duda la oscuridad total a este tipo de celebridad y más querría ser odiado que no amado de esa manera. Así como un buen caballo es amado por quien no quiere ser caballo aunque bien lo pudiera, así se ha de pensar del cómico, aunque él es hombre como nosotros. O sea, que amo yo en un hombre lo que de ningún modo querría yo ser, siendo hombre él y yo.

Insondable abismo es el hombre, Señor, cuyos cabellos tú tienes contados, ninguno de los cuales se pierde en ti. Y mucho más fáciles son de contar sus cabellos que no sus afectos y los movimientos de su corazón.

3. Pero aquel retórico era el tipo de hombre que yo amaba y hubiera querido ser. Lleno de vanidad flotaba yo a todos los vientos; pero tú me gobernabas secretamente. ¿Y de dónde puedo saber para confesártelo con toda certeza que yo amaba a aquel hombre movido más por el amor de quienes lo alababan que no por las cualidades mismas que en él eran loadas? Porque si quienes así lo ensalzaban en lugar de eso lo vituperasen y si con ese menosprecio me refirieran de él las mismas cosas por las cuales lo alababan, de cierto no me habría yo encendido ni entusiasmado por él. Y no por ello habrían cambiado las cosas, ni sería él otro del que era; lo único diferente habría sido el ánimo de quienes de él hablaran. Así es, Señor, como yace enferma el alma cuando todavía no se funda en la solidez de la verdad: se deja mover según sopla el viento de las opiniones humanas; es llevada y traída, torcida y retorcida y atormentada, se le oscurece la luz y no da con la verdad aunque la tenga enfrente.

Por todo eso, era para mí algo muy grande e importante el que mis libros y mis estudios fueran conocidos por un varón tan insigne. Su aprobación me habría enardecido, su desaprobación habría herido profundamente mi corazón vanidoso y alejado de tu solidez. Y sin embargo, aquella obrita sobre lo bello y lo apto que yo le había escrito y dedicado, la tenía yo presente y con ella me recreaba en la soledad de mi contemplación, sin necesidad de que nadie me alabara por ello.

Capitulo XV

1. Pero yo no entendía aún la capital importancia de tu acción providencial, ¡oh, Dios omnipotente! que obras maravillas tú sólo. Mi ánimo vagaba por las formas corporales y distinguía lo bello, que parece bien por sí mismo, de lo apto o conveniente, que lo parece porque se acomoda a algo y esto lo fundaba en ejemplos sacados del mundo corporal.

De eso pasé a la consideración de la naturaleza del alma; pero la falsa idea que me había formado sobre lo que es el espíritu me impedía ver la verdad. La fuerza de la verdad irrumpía en mis ojos; pero yo apartaba la mente vacilante del concepto mismo de lo incorpóreo, reduciéndolo todo a líneas, colores y volúmenes. Y porque tales cosas espirituales no las podía forjar en mi imaginación creía no poder conocer el alma. Ya amaba la paz en la virtud y odiaba en el vicio la discordia; advertía en aquella la unidad y en éste la división. Y en aquella unidad me parecía que estaba la mente racional, la naturaleza de la verdad y del sumo bien; al paso que en la división del vicio veía yo la vida irracional, no sé que naturaleza y sustancia del sumo mal, que no era sólo sustancia, sino también vida. Y no sólo vida, mísero de mí, sino vida absoluta e independiente de ti, de quien todo procede. Y a la primera, concebida por mí como "mente sin sexo," la llamaba mónada y al otro lo llamaba "díada," de que proceden la ira en el crimen y la sensualidad en los vicios. Así hablaba yo sin saber lo que decía.

2. Ignoraba yo, pues de nadie lo había aprendido, que el mal no es una sustancia y que la mente humana no es tampoco el bien sumo e inmutable. Así como se cometen los crímenes cuando es vicioso el movimiento del ánimo y éste se avienta con ímpetu y con turbia insolencia y, así como se cometen los vicios cuando es inmoderada la inclinación del alma hacia las voluptuosidades carnales, así también los errores y las falsas opiniones contaminan la vida cuando la misma mente racional es viciosa.

Así era la mía entonces; yo ignoraba que la mente ha de ser iluminada por otra lumbre, ya que no es ella misma la esencia de la verdad. "Tú, Dios mío, iluminarás mi lucerna, iluminarás mis tinieblas y de tu plenitud recibimos todos" (Sal 17:20; Jn 1:16). Porque tú eres la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1:9). Y en ti no hay mutación ni sombra de declinación (St 1:17). Esforzábame yo por llegar a ti, pero era de ti rechazado, pues a los soberbios tú les resistes (1P 5:5).

3. ¿Qué soberbia mayor que la de pensar en mi demencia que yo soy de la misma naturaleza que tú? Como yo me sabía mudable precisamente porque quería ser sabio para pasar de lo menos bueno a lo mejor, antes que admitir que yo era lo que eres tú, prefería pensar que tú eres mudable como yo. Entonces tú me rechazabas y resistías a mi fatua vanidad y yo, siendo carne, lo manifestaba imaginándome formas corpóreas y, espíritu vagabundo, no retornaba a ti y me movía entre cosas que no existen ni en ti ni en mí, ni fuera de mí. No eran formas creadas en mí por tu verdad, sino fingidas por mi imaginación sobre el modelo de lo que son los cuerpos y, a tus hijos fieles, de los cuales andaba sin saberlo desterrado, les decía con parlanchina necedad: "¿Cómo puede errar el alma si fue creada por Dios? Y no quería que se me respondiera: "Entonces, ¿Dios puede errar?" Y prefería pensar que tu sustancia inmutable erraba por necesidad, más bien que admitir que mi sustancia mudable yerra por albedrío y encuentra en el error mismo su pena.

4. Tenía yo veintiseis o veintisiete años cuando compuse aquellos libros revolviendo en mi mente ficciones corpóreas que aturdían mi corazón y, sin embargo, tendía mi oído interior a la dulce melodía de tu voz, pues al meditar sobre lo bello y lo apto deseaba, en el fondo, estar ante ti y escucharte y gozar con la voz del esposo (Jn 3:29). Pero no podía; las voces de mi error me sacaban fuera de mí y me arrastraban hacia abajo con el peso de mi soberbia. Es que tú no dabas gozo a mi oído ni alegría; ni tampoco exultaban mis huesos (Sal 50:10), porque no eran humildes.

Capitulo XVI

1. Pero, ¿de qué me sirvió el haber leído y entendido por mí mismo cuando tenía veinte años el libro de Aristóteles llamado "De las diez categorías"? Mi maestro el retórico de Cartago y otros que pasaban por doctos mencionaban ese libro con sonoro énfasis y yo quedaba arrobado. Curioso y como presintiendo algo grande y divino, lo leí yo sólo y lo entendí. Dialogué luego sobre él con otros que decían haberlo comprendido con harto trabajo, aun cuando se lo explicaban maestros doctísimos que no sólo se valían de palabras, sino también de figuras dibujadas con el dedo en el polvo y no me pudieron decir nada que no hubiera yo entendido leyendo solo en mi estudio. Dichas categorías me parecían explicar bien claro lo que son las sustancias, como el hombre y lo que son las propiedades del hombre, como su figura, su estatura, de pie o sentado, calzado o armado, si hace algo o padece algo. Esto lo pongo a guisa de ejemplos de las innumerables cosas que cabe en esos nueve géneros y en el género de sustancia.

2. Pero todo esto en lugar de ayudarme me estorbaba, creyendo que todo cuanto existe está comprendido en esas categorías, pensaba que tú mismo, ser admirablemente simple e inmutable, quedabas comprendido en ellas a la par de los demás seres y estimaba que tu grandeza y tu belleza estaban en ti como en un sujeto que las tuviera, como pasa con los cuerpos; siendo así que tú mismo eres tu propia grandeza y belleza. Al contrario de ti, un cuerpo no es ni grande ni hermoso por el solo hecho de ser cuerpo, ya que si fuera menos grande y bello sería cuerpo todavía. Pero todo eso no era verdad sino falsedad cuando lo pensaba de ti: ficciones de mi miseria y no fundamentos de tu bienaventuranza. En mí se cumplía algo que tú habías mandado: que la tierra diera abrojos y espinas (Gn 3:18) y que con trabajo llegara a mi pan.

3. ¿De qué me sirvió pues, siendo como era esclavo de mis malos apetitos, el haber leído y entendido por mí mismo todos aquellos libros de las llamadas liberales?

Mucho me alegraba con ellas, pero no sabía cuál era el origen de cuanto hay en ellas de cierto y verdadero. A la luz tenía vuelta la espalda y la cara a las cosas por ella iluminadas, por lo cual mi propio rostro, que veía iluminadas las cosas, no era él mismo iluminado. Todo lo que entendí sin mayor trabajo y sin maestro alguno acerca del arte de hablar y de disertar, sobre las dimensiones de las figuras, sobre la música y acerca de los números, lo entendí porque tú, Dios mío, me habías dado el don de un entendimiento vivaz y agudo para discutir; pero siendo dones tuyos no los usaba yo para tu alabanza. Por eso mis conocimientos me resultaban más que útiles, perniciosos. Me empeñé en conservar para mí la mejor parte de mi herencia y no te consagré a ti mis energías, sino que me marché lejos de tu presencia a una región remota para malbaratarlo todo con las meretrices de mis malos apetitos. ¿De qué podía servirme una cosa buena si la usaba mal? Pero de la dificultad con que tropezaban personas estudiosas e inteligentes para entender esas artes no me percataba yo sino cuando me ponía a explicárselas y el mejor de mis discípulos era el que con menor tardanza me podía seguir.

4. Pero, ¿de qué me servía todo eso cuando yo pensaba de ti, mi Señor, que eras un cuerpo inmenso y lúcido y yo una partecita de ese cuerpo? Mucha perversidad era ésta; pero así era yo entonces. Ahora no me avergüenzo de invocarte y de confesar las muchas misericordias que tuviste conmigo, ya que no me avergoncé entonces de proferir ante los hombres mis blasfemias y ladrar contra ti. ¿De qué me servía la agilidad de mi ingenio en aquellas disciplinas y comprender sin ayuda de nadie aquellos libros tan difíciles si con sacrílega torpeza erraba yo en la doctrina de la piedad? ¿O qué perjuicio reportaban tus hijos pequeños por tener un ingenio más tardo si no se apartaban de ti y en el nido de tu Iglesia pelechaban y nutrían sus alas con el alimento de una fe saludable?

5. Esperemos, Señor, bajo la sombra de tus alas (Sal 62:8); protégenos y líbranos. Tú llevarás a los párvulos y también a los ancianos encanecidos; pues cuando nuestra firmeza eres tú, es en verdad firmeza, mientras que cuando es solamente nuestra no es sino debilidad. En ti nuestro bien está siempre vivo y cuando de ti nos apartamos, nos pervertimos. Volvamos ya a ti, Señor, para no quedar abatidos; en ti vive siempre y sin defecto nuestro bien, que eres tú mismo y no temeremos que no haya lugar a donde volver por haber nosotros caído de él. Nuestra casa no se derrumba por nuestra ausencia, pues nuestra casa es tu eternidad.

Libro V

Capitulo I

Recibe, Señor, el sacrificio de estas confesiones por medio de esta lengua que me diste y que excitas para que alabe tu nombre. sana todos mis huesos y digan: ¿Quién hay, Señor, que sea semejante a ti? (Sal 34:10). Pues el que se confiesa a ti no te hace saber lo que pasa en él, sino que te lo confiesa. El corazón más cerrado es patente a tu mirada y tu mano no pierde poder por la dureza de los hombres, ya que tú la vences cuando quieres, o con la venganza o con la misericordia: No hay quien pueda esconderse a tu calor (Sal 18:7).

Alábete mi alma, para que pueda llegar a amarte; que te confiese todas tus misericordia y por ellas te alabe. No cesa en tu loor ni calla tus alabanzas la creación entera; ni se calla el espíritu, que habla por la boca de quienes se convierten en ti; ni los animales, ni las cosas inanimadas que hablan por la boca de quienes las conocen y contemplan, para que nuestra alma se levante de su abatimiento hacia ti apoyándose en las cosas creadas y pasando por ellas hasta llegar a su admirable creador, en quien alcanza su renovación y una verdadera fortaleza.

Capitulo II

1. ¡Qué se vayan y huyan de ti los inquietos y los impíos! Pero tú los ves y los distingues muy bien entre las sombras. Y tu creación sigue siendo hermosa, aunque los tenga a ellos, que son odiosos. ¿Qué daño te han podido causar, o en qué han menoscabado tu imperio, que desde el cielo hasta lo más ínfimo es íntegro y justo? ¿A dónde fueron a dar cuando huían de tu rostro, o en dónde no has hallado a los fugitivos? Huyeron de ti para no verte, pero tú sí los veías; en su ceguera toparon contigo, pues tú no abandonas jamás cosas que hayas creado. Siendo injustos chocaron contigo y justo fue que de ello sufrieran. Quisieron sustraerse a tu benignidad y fueron a chocar con tu rectitud y cayeron abrumados bajo el peso de tu rigor. Es que no saben que en todas partes estás y que ningún lugar te circunscribe y que estás presente también en aquellos que huyen de ti.

2. Conviértanse pues a ti; que te busquen, pues tú, el creador, no abandonas jamás a tus criaturas como ellas te abandonan a ti. Entiendan que tú estás en ellos; que estás en lo hondo de los corazones de los que te confiesan y se arrojan en ti de cabeza; de los que lloran en tu seno tras de sus pasos difíciles. Tú enjugas con blandura sus lágrimas, para que lloren todavía más y en su llanto se gocen. Porque tú, Señor, no eres un hombre de carne y sangre; eres el creador que los hiciste y que los restauras y consuelas.

¿Por dónde andaba yo cuando te buscaba? Tú estabas delante de mí, pero yo me había retirado de mí mismo y no me podía encontrar. ¡Cuánto menos a ti!

Capitulo III

1. Voy a recordar ahora delante de mi Dios aquel año vigésimo nono de mi vida. Había ya venido a Cartago un cierto obispo de los maniqueos llamado Fausto, que era una verdadera trampa del diablo y a muchos enredaba con el atractivo de su suave elocuencia. Yo, ciertamente, la alababa pero no la confundía con aquella verdad de las cosas de la cual estaba yo tan ávido. Lo que me interesaba no era el hermoso platillo de las palabras, sino lo que pudiera haber de sustanciosa ciencia en la doctrina que el dicho Fausto proponía. Mucho lo había levantado la fama ante mis ojos, como a varón peritísimo en toda clase de honestas disciplinas y especialmente perito en las artes liberales.

2. Y como había yo leído mucho de varios filósofos y lo tenía todo bien claro en la memoria, comparaba algunas de sus afirmaciones con las prolijas fábulas de los maniqueos y mucho más que éstas me parecían dignos de aprobación los principios de aquellos filósofos que fueron capaces de averiguar la naturaleza del mundo, aun cuando al Señor mismo del mundo no lo hayan llegado a conocer. Porque tú, Señor, eres grande, pones los ojos en las cosas humildes y a las grandes las miras desde lejos (Sb 13:9). No te acercas sino a los de corazón contrito, ni te dejas encontrar por los soberbios por más que en su curiosidad y pericia sean capaces de contar las estrellas y conocer y medir los caminos de los astros por las regiones siderales. En estas cosas tienen los sabios puesta su mente según el ingenio que tú les diste y, de hecho, muchas cosas desconocidas han descubierto. Han llegado a predecir con antelación los eclipses del sol y de la luna; en qué día y a qué hora y en qué grado iban a acontecer y no se engañaron en sus cálculos, pues todo sucedió como lo habían predicho. Escribieron luego sobre las leyes descubiertas y eso se lee hasta el día de hoy y sirve de base para anunciar en qué año, en qué mes, en qué día y a qué hora del día y en qué grado va a faltar la luz del sol o de la luna y tales predicciones resultan acertadas.

3. Todo esto llena de asombro y estupor a los que tales cosas ignoran; pero quienes las saben, llenos de complacencia y engreimiento, con impía soberbia se retiran de tu luz; prevén los oscurecimientos del sol pero no ven la oscuridad en que ellos mismos están, ya que no buscan con espíritu de piedad de dónde les viene el ingenio que ponen en sus investigaciones. Y cuando les viene el pensamiento de que tú los creaste no se entregan a ti para que guardes y conserves lo que creaste. Mundanos como llegaron a hacerse, no se inmolan ante ti, no sacrifican como a volátiles sus pensamientos altaneros, ni refieren a ti la curiosidad con que pretenden moverse entre los misterios del mundo como los peces se mueven en los escondidos fondos del mar; ni matan sus lujurias como se matan los animales del campo para que tú, que eres un fuego devorador, consumas sus muertos desvelos para recrearlos en la inmortalidad.

4. Pero no llegaron a conocer el camino. El camino, que es tu Verbo, por quien hiciste lo que ellos cuentan y a los que lo cuentan y el sentido con que perciben lo que cuentan y la inteligencia con que sacan la cuenta; y tu sabiduría no tiene número (Sal 146:5). Tu mismo hijo unigénito se hizo para nosotros sabiduría y justicia y santificación (1Co 1:130), fue contado entre nosotros y pagó tributo al César (Mt 22:21). No conocieron el camino para descender desde sí mismos hacia él para poder ascender hasta él. Ignorando pues este camino se creen excelsos y luminosos como los astros, cuando en realidad se han venido a tierra y se ha oscurecido su corazón (Rm 1:21).

Es cierto que muchas cosas verdaderas dicen de la creación, pero no buscan con espíritu de piedad al artífice del universo y por eso no lo encuentran, habiéndolo conocido no lo honran como a Dios, ni le dan gracias, sino que se desvanecen en sus propios pensamientos y se tienen por sabios (Rm 1:21-22), atribuyéndose lo que no es suyo sino tuyo. Por esto mismo te atribuyen a ti, con perversa ceguera, lo que es propio de ellos, suponiendo mentira en ti, que eres la Verdad. Truecan la gloria del Dios incorruptible según la semejanza de la imagen del hombre corruptible y a la imagen de volátiles, de cuadrúpedos y de serpientes (Rm 1:23). Convierten pues tu verdad en mentira y dan culto y servicio no al Creador, sino a la criatura.

5. De estos filósofos retenía yo muchas cosas verdaderas que habían ellos sacado de la observación del mundo y se me alcanzaba la razón de ellas por el cálculo y la ordenación de los tiempos y las visibles atestaciones de los astros. Comparaba yo eso con los dichos de Maniqueo, el cual escribió sobre esos fenómenos muchas cosas delirantes; pero en sus escritos no aparecía en modo alguno la razón de los equinoccios, los solsticios y los eclipses del sol y de la luna según lo tenía yo aprendido en los libros de la ciencia del siglo. Maniqueo me mandaba creer; pero la creencia que me mandaba no convenía con mis cálculos ni con lo que veían mis ojos: se trataba de cosas del todo diferentes.

Capitulo IV

1. ¿Acaso, Señor, el que sabe estas cosas te agrada con sólo saberlas? Infeliz del hombre que sabiendo todo esto no te sabe a ti y dichoso del que a ti te conoce aunque tales cosas ignore. Pero el que las sepa y a ti te conozca no es más feliz por saberlas, sino solamente por ti, si conociéndote te honra como a Dios y te da gracias y no se envanece con sus propios pensamientos.

2. El que posee un árbol y te da las gracias por sus frutos sin saber cuán alto es y cuánto se extienden sus ramas está en mejor condición que otro hombre que mide la altura del árbol y cuenta sus ramas, pero ni lo posee ni conoce ni ama a su creador y, de manera igual, un hombre fiel cuyas son todas las riquezas del mundo y que sin tener nada todo lo posee (2Co 6:10), con sólo apegarse a ti, a quien sirven todas las criaturas; aunque no conozca los giros de la osa mayor, en mejor condición se encuentra que el que mide el cielo y cuenta los astros y pesa los elementos, pero no se esmera por ti, que todo lo hiciste en número, peso y medida (Sb 11:20).

Capitulo V

1. Alguno pidió a no sé qué maniqueo que escribiera también de estas cosas que pueden ser ignoradas sin perjuicio de la piedad. Porque tú dijiste que en la piedad está la sabiduría (Jb 28:28) y ésta podía ignorarla el maniqueo aun cuando tuviera la ciencia de las cosas. Pero no la tenía y con toda impudencia se atrevía a enseñar y, en consecuencia, no podía alcanzarla. Porque es vanidad hacer profesión de estas cosas mundanales aunque sean en realidad conocidas; pero es piedad el confesarte a ti. Así, pues, aquel hombre descaminado por su locuacidad, habló de muchas cosas en forma tal que los que en verdad las sabían lo pusieron en evidencia y así quedó probada su incapacidad para entender cosas aún más difíciles. Pero él no quería ser estimado en poco; entonces, pretendió convencerlos de que en él residía personalmente y con su plena autoridad, el Espíritu Santo que consuela y enriquece a los tuyos.

2. Fue pues demostrado que había dicho cosas falsas sobre el cielo y las estrellas y sobre los movimientos del sol y de la luna. Y aun cuando estas cosas no pertenecen a la doctrina religiosa, quedó puesta en claro su audacia sacrílega cuando con soberbia y demente vanidad se atrevió a poner afirmaciones no sólo ignorantes sino también falseadas bajo el patrocinio de una divina persona. Cuando oigo decir de algún cristiano hermano mío que no sabe estas cosas y dice una cosa por otra, oigo con paciencia esas opiniones; no veo en qué pueda perjudicarle su ignorancia sobre las cosas del mundo si no piensa de ti cosas indignas.

Pero mucho le daña el pensar que tales cosas pertenecen a la esencia de la doctrina de la fe y si se atreve a afirmar con pertinencia lo que no sabe.

3. Pero aun esta flaqueza la soporta maternalmente la caridad en los que están recién nacidos a la fe mientras no llega el tiempo de que surja en ellos el hombre nuevo, el varón perfecto que no es llevado de aquí para allá por cualquier viento de doctrina (Ef 4:13-14). Aquel hombre, en cambio, se atrevió a presentarse como doctor, consejero, guía y director y, a sus discípulos los persuadía de que no eran seguidores de un hombre cualquiera, sino tu mismo Santo Espíritu; ¿cómo no juzgar semejante audacia como detestable demencia y de no condenarla con firme reprobación y con horror apenas quedaba demostrado que había dicho cosas erróneas?

Con todo, no había yo sacado completamente en claro que no pudieran componerse con sus enseñanzas los fenómenos celestes del alargamiento y acortamiento de los días y las noches y los desfallecimientos del sol y de la luna según yo los conocía por otros libros; me quedaba siempre la incertidumbre de que pudiera o no ser así, pero todavía me sentía inclinado a aceptar su autoridad, pues me parecía acreditada por la santidad de su vida.

Capitulo VI

1. Durante esos nueve años bien corridos en que con inmenso deseo de verdad pero con ánimo vagabundo escuché a los maniqueos, estuve esperando la llegada del dicho Fausto. Porque los otros maniqueos con que dada la ocasión me encontraba y no eran capaces de responder a mis objeciones, me prometían siempre que cuando él llegara, con su sola conversación les daría el mate a mis objeciones y aun a otras más serias que yo pudiera tener. Cuando Fausto por fin llegó me encontré con un hombre muy agradable y de fácil palabra; pero decía lo que todos los demás, sólo que con mayor elegancia. Mas no era lo que mi sed pedía a aquel mero, aunque magnífico escanciador de copas preciosas. De las cosas que decía estaban ya hartos mis oídos y no me parecían mejores porque él las dijera mejor, ni verdaderas por dichas con elocuencia; ni sabia su alma porque fuera su rostro muy expresivo y muy elegante su discurso. Los que tanto me lo habían ponderado no tenían buen criterio: les parecía sabio y prudente sólo porque tenía el arte del buen decir.

2. Conozco también otro tipo de hombres, que tienen la verdad por sospechosa y se resisten a ella cuando se les presenta en forma bien aliñada y con abundancia. Pero tú ya me habías enseñado (creo que eras tú, pues nadie fuera de ti enseña la verdad dondequiera que brille y de donde proceda), me habías enseñado, digo, que nada se ha de tener por verdadero simplemente porque se dice con elocuencia, ni falso porque se diga con desaliño y torpeza en el hablar. Pero tampoco se ha de tener por verdadero algo que se dice sin pulimento, ni falso lo que se ofrece con esplendor en la dicción. La sabiduría y la necedad se parecen a los alimentos, que son buenos unos y malos otros, pero se pueden unos y otros servir lo mismo en vasija de lujo que en vasos rústicos y corrientes. La sabiduría y la necedad pueden ofrecerse lo mismo con palabras cultas y escogidas que con expresiones corrientes y vulgares.

La avidez con que había yo por tan largo tiempo esperado la llegada de aquel hombre me hacía ciertamente deleitarme en la vivacidad y animación con que disputaba y en el feliz tino con que hallaba las palabras justas, que fácilmente le venían para revestir sus sentencias. Pero me sentía molesto de que en la rueda de quienes lo escuchaban no se me permitiera intervenir para proponerle mis dificultades conversando con él en diálogo familiar.

3. Pero cuando finalmente pude en compañía de algunos amigos ocupar su atención en tiempo que no parecía importuno, le expuse algunos puntos que me preocupaban. Me di cuenta entonces de que tenía enfrente a un hombre ignorante de las disciplinas liberales con la sola excepción de la gramática, de la cual tenía, por otra parte, un conocimiento muy ordinario. Había leído solamente unas pocas oraciones de Tulio y poquísimos libros de Séneca, algunos libros poéticos y los de su propia secta, cuando sucedía que estuvieran escritos en buen latín. Le ayudaba también el cotidiano ejercicio de hablar, que le daba una fluída elocuencia tanto más seductora cuanto que sabía muy bien gobernar su talento con un donaire natural.

Es así como lo recuerdo. ¿Lo he recordado bien, Señor y Dios mío, árbitro de mi conciencia? Delante de ti pongo mi corazón y mi memoria. Tú me dirigías entonces con secretos movimientos de tu providencia y, poco a poco, ibas poniendo ante mis ojos mis funestos errores, para que los viera y los aborreciera.

Capitulo VII

1. Cuando aquel hombre a quien había yo tenido por excelente conocedor de las artes liberales se me apareció en toda su impericia comencé a desesperar de que pudiera él aclarar mis problemas y resolver mis dudas. Porque ignorante como era, bien podía conocer la verdad y la piedad si no fuera maniqueo. Porque los libros están repletos de interminables fábulas sobre el cielo y las estrellas, sobre el sol y la luna y no creía yo ya que él me pudiera explicar las cosas como era mi deseo, comparando sus explicaciones con los datos numéricos que había yo leído en otras partes y no sabía si concordaban o no con lo que en los libros maniqueos se decía, ni si daban buena razón de su doctrina. Así que cuando le hube propuesto mis problemas para su consideración y discusión, se comportó con mucha modestia y no se atrevió a arrimar el hombro a tan pesada carga. Bien sabía él que ignoraba tales cosas y no tuvo reparo en reconocerlo. No era de la laya de otros hombres locuaces que yo había padecido, que pretendían enseñarme, pero no decían nada. Fausto era un hombre de corazón; si no lo tenía enderezado hacia ti tampoco lo tenía clavado en sí mismo. No era del todo inconsciente de su impericia y no quiso exponerse temerariamente a disputar y meterse en una situación de la que no pudiera salir ni tampoco retirarse honorablemente y en eso me gustó sobremanera. Porque más hermosa que cuanto yo deseaba conocer es la temperancia de un hombre de ánimo sincero y yo lo encontraba tal en todas las cuestiones más sutiles y difíciles.

2. Rota así la ilusión que yo tenía por los estudios maniqueos y desesperando por completo de sus otros doctores cuando, para las cuestiones que me agitaban, me había parecido insuficiente el más prestigioso de todos ellos, comencé a frecuentarlo en otro terreno. El tenía grande avidez por conocer las letras que yo enseñaba a los adolescentes como maestro retórico de Cartago: comencé pues a leer con él lo que él deseaba por haber oído de ello o lo que yo mismo estimaba adaptado a su ingenio. Por lo demás mi intento por aprovechar en aquella secta quedó completamente cortado, no porque yo me separara de ellos del todo, sino porque no encontrando por el momento nada mejor que aquello en que ciegamente había dado de cabeza, había resuelto contentarme con ello mientras no apareciera ante mis ojos algo mejor.

3. Y así, aquel Fausto, que había sido perdición para muchos, aflojaba sin quererlo ni saberlo el lazo en que estaba yo amarrado. Porque tu mano, Señor, en lo oculto de tu providencia no me dejaba y las lágrimas del corazón que mi madre vertía por mí de día y de noche eran un sacrificio ante ti por mi salvación. Y tú obraste en mí de maravillosas maneras. Sí, Dios mío, tú lo hiciste; tú, que diriges los pasos de los hombres y regulas sus caminos. ¿Ni qué pretensión de salvación puede haber si no viene de tu mano, que recrea lo que creaste?

Capitulo VIII

1. Te las arreglaste para que fuera yo persuadido de ir a Roma para enseñar allí lo mismo que enseñaba en Cartago y no pasaré por alto el recordar el modo como me persuadí. pues en ello se ven muy de manifiesto tus misteriosos procedimientos y tu siempre presente misericordia. No fui a Roma en busca de mayores ganancias ni en pos del prestigio de que mis amigos me hablaban, aunque ciertamente no estaba ajeno a tales consideraciones; pero la razón principal, casi la única fue que yo sabía que en Roma los estudiantes eran más sosegados y se contenían en los límites de una sana disciplina; no entraban a cada rato y con imprudente arrogancia a las clases de otros profesores no suyos, sino solamente con su venia y permiso.

2. En Cartago, muy al contrario, los estudiantes eran de una fea e intemperante indisciplina. Irrumpían y con una especie de furia perturbaban el orden que los profesores tenían establecido para sus propios alumnos. Con increíble estupidez cometían desmanes que la ley debería castigar si no los condonara la costumbre, con lo cual quedaban en la condición miserable de poder hacer cuanto les venía en gana, abusos que tu ley no permite ni permitirá jamás. Y los cometían con una falsa sensación de impunidad, ya que en el mero hecho de cometerlos llevan ya su castigo, por cuanto deben padecer males mayores que los que cometieron.

Así sucedió que aquella mala costumbre que yo ni aprobé ni hice mía cuando era estudiante, tenía que padecerla de otros siendo profesor. Por eso me pareció conveniente emigrar hacia un lugar en que tales cosas no sucedieran, según me lo decían quienes estaban de ello informados. Y tú, que eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes (Sal 141:6), me ponías para cambiar de lugar en bien de mi alma estímulos que me apartaran de Cartago y me ponías el señuelo de Roma valiéndote de hombres amadores de la vida muerta que hacían algo insano y prometían allá algo vano y, para corregir mis pasos, te valías ocultamente de la perversidad de ellos y de la mía. Porque los que perturbaban mi quietud estudiosa con insana rabia eran ciegos y, los que me sugerían otra cosa, tenían el sentido de la tierra. Y yo, que detestaba la miseria muy real de aquellos, apetecía la falsa felicidad que éstos me prometían.

3. Cuál era la causa que me movía a huir de Cartago para ir a Roma, tú la sabías, pero no me la hacías saber a mí ni tampoco a mi madre y ella padeció atrozmente de mi partida y me siguió hasta el mar. Y yo la engañé cuando fuertemente asida a mí quería retenerme o bien acompañarme. Fingí que no quería abandonar a un amigo que iba de viaje, mientras el viento se hacía favorable para la navegación. Le mentí pues a aquella madre tan extraordinaria y me escabullí.

Pero tú me perdonaste también esa mentira y, tan lleno de sordideces abominables como estaba yo, me libraste de las aguas del mar para que pudiese llegar al agua de tu gracia y absuelto ya y limpio, pudieran secarse los torrentes de lágrimas con que mi madre regaba la tierra por mí en tu presencia. Ella se negaba a regresar sin mí y a duras penas pude persuadirla de que pasara aquella noche en el templo de San Cipriano que estaba cerca de nuestra nave. Pero esa misma noche me marché a escondidas mientras ella se quedaba orando y llorando y sólo te pedía que me impidieras el viaje. Pero tú, con oculto consejo y escuchando lo sustancial de su petición no le concediste lo que entonces te pedía para concederle lo que siempre te pedía.

4. Sopló pues el viento e hinchó nuestra velas y pronto perdimos de vista la ribera en la cual ella a la siguiente mañana creyó enloquecer de dolor y llenaba tus oídos con gemidos y reclamaciones. Tú desdeñabas esos extremos; me dejabas arrebatar por el torbellino de mis apetitos con el fin de acabar con ellos y domabas también el deseo natural de ella con un justo flagelo, pues ella, como todas las madres (y con mayor intensidad que muchas) necesitaba de mi presencia, ignorante como estaba de las inmensas alegrías que tú le ibas a dar mediante mi ausencia. Nada de esto sabía y por eso lloraba y se quejaba; se manifestaba en ella la herencia de Eva, que es buscar entre gemidos a quien gimiendo había dado a luz. Sin embargo, después de haberse quejado de mi engaño y de mi crueldad, volvió a su vida acostumbrada y a rogarte por mí. Y yo continué mi viaje hasta Roma.

Capitulo IX

1. Y he aquí que apenas llegado a Roma me recibe con su flagelo la enfermedad corporal. Ya me iba yendo a los infiernos cargando todos los pecados que había cometido contra ti, contra mí mismo y contra los demás; pecados muchos y muy graves, que hacían todavía más pesada la cadena del pecado original con que en Adán morimos todos (1Co 15:22). Porque nada de Cristo me habías dado todavía, ni había El reconciliado con la sangre de su cruz las enemistades que contigo había contraído yo por mis pecados; pues, ¿cómo podía destruirlas aquel fantasma crucificado en que yo entonces creía? Tan falsa como me parecía su muerte corporal era real y verdadera la muerte de mi alma y tan real como fue su muerte corporal así era de mentida la vida de mi alma, pues no creía en aquella. Y como la fiebre se hacía más y más grave, me deslizaba yo rumbo a la muerte. ¿Y a dónde me hubiera ido, de morir entonces, sino a los fuegos y tormentos que mis pecados merecían según el orden que tú tienes establecido? Mi madre ausente ignoraba todo esto, pero me asistía con la presencia de su plegaria y tú, que en todas partes estás, la oías en donde ella estaba y en donde estaba yo tenías misericordia de mí. Por esta misericordia recuperé la salud del cuerpo, aunque mi corazón sacrílego seguía enfermo. Porque viéndome en tan grave peligro no tenía el menor deseo de tu bautismo; mucho mejor era yo cuando de niño le solicitaba a mi madre que se me bautizara: así lo recuerdo y así te lo he confesado.

2. Yo había aventajado mucho en la deshonra y en mi demencia me burlaba de tu medicina y tú, sin embargo, no permitiste que muriera yo entonces, que habría muerto dos veces, en el cuerpo y en el alma. Esto habría causado en el corazón de mi madre una herida incurable. Lo digo porque no he ponderado cual conviene el afecto sin medida que por mí sentía y con el cual engendraba en el espíritu al hijo que había alumbrado según la carne. No comprendo como hubiera podido sobrevivir si la noticia de mi muerte la hubiera herido entonces en pleno corazón. ¿Qué habría sido entonces de aquellas plegarias tan grandes y tan ardientes, que no conocían descanso alguno? ¿En dónde estarían, pues no había para ellas otro lugar fuera de ti?

Pero, ¿cómo podías tú, el Dios de las misericordias, despreciar el corazón contrito y humillado (Sal 50:19) de una viuda sobria y casta que hacía abundantes limosnas y servía obsequiosamente a tus siervos; que no se quedaba un sólo día sin asistir al santo sacrificio y que diariamente, por la mañana y por la tarde visitaba tu casa y no para perder el tiempo en locuacidades de mujeres, sino para escuchar tu palabra y que tú escucharas sus preces?

3. ¿Cómo podía ser que tú desoyeras y rechazaras las lágrimas de la que no te pedía oro ni plata ni bien alguno volátil sino la salud espiritual de su hijo, que era suyo porque tú se lo habías dado? No, mi Señor. Bien al contrario, le estabas siempre presente y la escuchabas; ibas haciendo según su orden lo que habías predestinado que ibas a hacer. Lejos de mí la idea de que la hubieras engañado en aquellas visiones y en aquellas respuestas que le diste y que ya conmemoré y otras que no he recordado. Palabras tuyas que ella guardaba fielmente en su corazón y que te presentaba en su oración como documentos firmados de tu propia mano. Tanta así es, Señor, tu misericordia, que te dignas de ligarte con tus promesas y te conviertes en deudor de la criatura a quien le perdonas todas sus deudas.

Capitulo X

1. De aquella enfermedad me hiciste volver a la vida y salvaste al hijo de tu sierva para que pudiera más tarde recibir otra salud mucho mejor y más cierta. Y en Roma me juntaba yo todavía con aquellos santos falsos y engañadores y no sólo con los simples oyentes de cuyo número formaba parte el dueño de la casa en que estuve enfermo, sino que también oía y servía a los elegidos. Todavía pensaba yo que no somos nosotros los que pecamos, sino que peca en nosotros no sé que naturaleza distinta y mi soberbia sentía complacencia en no sentirse culpable ni confesarse tal cuando algo malo había yo hecho.

2. Porque todavía no habías tú puesto una guarda a mi boca ni puerta de comedimiento a mis labios para impedirme la palabra maliciosa y que mi corazón se excusara de los pecados junto con hombres obradores de la iniquidad (Sal 140 3-4); por eso seguía yo tratando con aquellos electos sin esperanza ya de aventajar en la secta, pues había determinado quedarme provisionalmente en ella mientras no diera con cosa mejor y su doctrina la retenía aún, pero cada vez con mayor tibieza y negligencia.

Me asaltó entonces la idea de que mucho más avisados habían sido aquellos filósofos que llamaban "académicos," que tienen por necesario dudar de todo y sostienen que nada puede el hombre conocer con certeza. Esta era la idea corriente sobre ellos y yo lo pensé así, pues no conocía entonces su verdadera posición.

3. Tampoco descuidé el reprender en mi huésped la desmedida confianza que veía yo en él sobre las fábulas de que están llenos los libros maniqueos; pero con todo, me ligaba a ellos una familiaridad que no tenía los ímpetus del principio; mas la familiaridad con ellos (de los cuales hay muchos ocultos en Roma) me hacía perezoso para indagar más allá. Y menos que en ninguna parte, Dios y Señor mío, creador de todas las cosas, me imaginaba yo encontrar la verdad en tu Iglesia, de la cual me habían ellos apartado.

Muy torpe cosa me parecía el creer que tú hubieras tomado una forma corporal ajustada a los lineamientos del cuerpo humano y, como cuando quería pensar en Dios, no podía pensarlo sino como una mole corporal, ya que era para mí imposible concebir la realidad de otra manera y en esto sólo estaba la causa inevitable de mi error.

4. De aquí que creyera yo con los maniqueos que tal es la sustancia del mal, que tenía o bien una mole negra, espesa y deforme que ellos llaman "tierra," o bien una masa tenue y sutil como la del aire, una especie de espíritu maligno que según ellos rastrea sobre esa tierra. Y como la piedad más elemental me prohibía pensar que Dios hubiera creado ninguna cosa mala, ponía yo frente a frente dos moles o masas, infinitas las dos, pero amplia la buena y más angosta la mala y de este pestilencial principio se seguían los otros sacrilegios.

Así, cuando a veces me sentía movido a considerar con seriedad la fe católica me sentía por ella repelido, porque no la conocía yo como realmente es. ¡Oh Dios, cuyas misericordias confieso de corazón! Más piedad veía yo en creerte infinito en todas tus partes que no limitado y terminado por las dimensiones del cuerpo humano; aunque por el mero hecho de poner frente a ti una sustancia mala me veía obligado a pensarte finito, contenido y terminado en una forma humana.

5. Y mejor me parecía pensar que tú no habías creado ningún mal, por cuanto mi ignorancia concebía el mal como algo sustantivo y aún corpóreo; no podía mi mente concebirlo sino a manera de un cuerpo sutil que se difundiera por todos los lugares del espacio. Mejor me parecía esto que no pensar que procediera de ti lo que yo creía que era la naturaleza del mal. Y aun de nuestro salvador, hijo tuyo unigénito pensaba yo que emanaba de tu masa lucidísima y venía a nosotros para salvarnos y no creía de él que una naturaleza tan lúcida no podía nacer de la Virgen María sino mezclándose con la carne y no podía imaginarme semejante mezcla sin una contaminación. Me resistía a creer en un Cristo nacido, por no poder creer en un Cristo manchado por la carne. Tus amigos fieles se reirán de mí con amor y suavidad si llegan a leer estas confesiones. Pero así era yo.

Capitulo XI

1. Por otra parte, me parecía que los puntos de la Escritura impugnados por los maniqueos no tenían defensa posible; pero en ocasiones me venía el pensamiento de conferir sobre ellos con algún varón muy docto, para conocer su sentir. Ya desde que enseñaba en Cartago me habían hecho impresión los sermones y discursos de un cierto Helvidio que hablaba y disertaba contra los maniqueos; pues decía sobre las Escrituras cosas que parecían irresistibles y contra las cuales me parecían débiles las respuestas de los maniqueos.

2. Tales respuestas, además, no las daban fácilmente en público; más bien nos decían a nosotros en secreto que los textos del Nuevo Testamento habían sido adulterados por no sé quién que estaba empeñado en introducir en la fe cristiana la ley de los judíos. Pero nunca mostraban para probarlo ningún texto incorrupto de las Escrituras. Por lo que a mí se refiere, siendo como era incapaz de concebir otras cosas que seres materiales, me sofocaban y oprimían con su pesada mole aquellas dos masas infinitas tras de las cuales anhelaba yo; pero no podía respirar el aire puro y delgado de tu verdad.

Capitulo XII

1. Con mucha diligencia comencé pues en Roma lo que me había llevado a ella; la enseñanza del arte de la Retórica. Primero reuní en mi casa a algunos que habían tenido ya noticia de mí y por los cuales me conocieron luego otros. Y comencé a padecer en Roma vejaciones que no había conocido en Africa. Porque ciertamente no se usaban allí las "eversiones" que en Africa había yo conocido, pero en cambio se me anunció desde el principio que los estudiantes romanos se confabulaban para pasar a golpe de la clase de otro maestro abandonando al primero sin pagarle. Eran infieles a la palabra dada, les importaba mucho el dinero y menospreciaban la justicia. Odiábamos yo de todo corazón, aunque mi odio no era perfecto. Lo digo porque más me afectaba lo que yo podía padecer de su parte que no la injusticia que cometían con otros maestros.

2. Ciertamente son innobles estos tales, que fornicando lejos de ti aman esas burlas pasajeras y un lodoso lucro que cuando se lo toca mancha la mano y se abrazan a un mundo pasajero mientras te menosprecian a ti, que eres permanente y que perdonas al alma humana meretriz cuando se vuelve hacia ti. Y aun ahora detesto a esos tales perversos y descarriados, aunque los amo en el deseo de que se corrijan y que prefieran la ciencia que aprenden, al dinero con que la pagan y que más que a ella te estimen a ti, ¡oh Dios! que eres verdad y superabundancia de bien cierto y de castísima paz. Pero entonces no quería yo que fueran malos por consideración de mi propio interés y para nada pensaba que fueran buenos para gloria de tu Nombre.

Capitulo XIII

1. Fue entonces cuando Símaco, prefecto de Roma, recibió de Milán una solicitud para que enviara allá a un maestro de Retórica, a quien se le ofrecía a costa del erario público todo cuanto necesitara para su traslado. Yo, valiéndome de aquellos amigos míos ebrios de la vanidad maniquea y de los cuales ansiaba yo separarme sin que ni yo ni ellos lo supiéramos, me propuse al prefecto para pronunciar en su presencia una pieza oratoria, para ver si le gustaba y era yo el designado. Lo fui y se me envió a Milán, en donde me recibió tu obispo Ambrosio, renombrado en todo el orbe por sus óptimas cualidades. Era un piadoso siervo tuyo que administraba vigorosamente con su elocuencia la grosura de tu trigo, la alegría de tu óleo y la sobria ebriedad de tu vino. Sin que yo lo supiera me guiabas hacia él para que por su medio llegara yo, sabiéndolo ya, hasta ti. Me acogió paternalmente ese hombre de Dios y con un espíritu plenamente episcopal se alegró de mi viaje.

2. Y yo empecé a quererlo y a aceptarlo. Al principio no como a un doctor de la verdad, pues yo desesperaba de encontrarla en tu Iglesia, sino simplemente como a un hombre que era amable conmigo. Con mucha atención lo escuchaba en sus discursos al pueblo; no con la buena intención con que hubiera debido, sino para observar su elocuencia y ver si correspondía a su fama, si era mayor o menor de lo que de él se decía. Yo lo escuchaba suspenso, pero sin la menor curiosidad ni interés por el contenido de lo que predicaba. Me deleitaba la suavidad de su palabra, que era la de un hombre mucho más docto que Fausto, aunque no tan ameno ni seductor en el modo de decir. Pero en cuanto al contenido de lo que el uno y el otro decían no había comparación posible. Fausto erraba con todas las falacias del maniqueísmo, mientras que Ambrosio hablaba de la salvación de manera muy saludable. La salvación, empero, está siempre lejos de los pecadores como lo era yo entonces y, sin embargo, se acercaba a mí sin que yo lo supiera.

Capitulo XIV

1. Me quedaba todavía una frívola desesperación al pensar que el camino hacia ti está cerrado al hombre y en esta disposición de ánimo no me preocupaba por aprender lo que él decía y sólo me fijaba en el modo cómo lo decía. Y sin embargo, llegaban a mi alma envueltas en las bellas palabras que apreciaba las grandes verdades que despreciaba y no podía yo disociarlas. Y mientras abría mi corazón para apreciar lo bien que enseñaba las cosas, me iba percatando muy poco a poco de cuán verdaderas eran las cosas que enseñaba. Gradualmente fui derivando a pensar que tales cosas eran aceptables.

Respecto a la fe católica pensaba antes que no era posible defenderla de las objeciones de los maniqueos; pero entonces creía ya que podía aceptarse sin imprudencia, máxime cuando tras de haber oído las explicaciones de Ambrosio una vez y otra y muchas más, me encontraba con que él resolvía satisfactoriamente algunos enigmas del Antiguo Testamento entendidos por mí hasta entonces de una manera estrictamente literal, que había matado mi espíritu.

2. Y así, con la exposición de muchos lugares de esos libros comenzaba yo a condenar la desesperación con que creía irresistibles a los que detestaban la Escritura y se burlaban de los profetas.

Y sin embargo, no por el hecho de que la fe católica tenía doctores y defensores que refutaban con abundancia y buena lógica las objeciones que le eran contrarias, me sentía yo obligado a tomar el camino de los católicos, pues pensaba que también las posturas contrarias tenían sus defensores y que había un equilibrio de fuerzas; la fe católica no me parecía vencida, pero tampoco todavía victoriosa.

Me apliqué entonces con todas mis fuerzas a investigar si había algunos documentos ciertos en los cuales pudiera yo encontrar un argumento decisivo contra la falsedad de los maniqueos. Pensé que si llegaba yo a concebir una sustancia espiritual con sólo eso quedarían desarmadas sus maquinaciones y yo las rechazaría definitivamente. Pero no podía conseguirlo.

Considerando sin embargo, con una atención cada vez mayor lo que del mundo y su naturaleza conocemos por los sentidos y comparando las diferentes sentencias llegué a la conclusión de que eran mucho más probables las explicaciones de varios otros filósofos. Y entonces, dudando de todo, como es según se dice, el modo de los académicos y fluctuando entre nubes de incertidumbre decidí que mientras durara mi dubitación, en ese tiempo en que les anteponía yo a otros filósofos, no podía ya de cierto seguir con los maniqueos. Pero aún a tales filósofos me negaba yo a confiarles la salud de mi alma, pues andaba aún bien lejos de la doctrina saludable de Cristo. En consecuencia resolví quedarme como catecúmeno en la Iglesia católica, la que mis padres me habían recomendado, mientras no brillara a mis ojos alguna luz cuya certeza me diera seguridad.

Libro VI

Capitulo I

¡Oh Dios, esperanza mía desde la juventud! ¿Dónde estabas entonces para mí, o dónde te habías retirado? ¿No eras tú mi creador, el que me había distinguido de los cuadrúpedos y los volátiles? Más sabio que ellos me hiciste y sin embargo, andaba yo resbalando en las tinieblas; te buscaba fuera de mí y no te podía encontrar. Había yo caído, ¡oh Dios de mi corazón! En lo hondo del abismo y con total desconfianza desesperaba de llegar a la verdad.

Entretanto había llegado mi madre, que llevada de su inmenso amor me seguía por tierra y por mar y que en todos los peligros estaba segura de ti y tanto, que durante los azares de la navegación confortaba ella a los marineros mismos, que están habituados a animar en sus momentos de zozobra a los viajeros novatos. Les prometía con seguridad que llegarían a buen puerto, pues tú así se lo habías revelado en una visión. Me encontró cuando me hallaba yo en sumo peligro por mi desesperación de alcanzar la verdad. Cuando le dije que no era ya maniqueo pero tampoco todavía cristiano católico, no se dio en extremos al júbilo como si mi noticia la hubiera tomado de sorpresa. Segura estaba de que de la miseria en que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas y, como la viuda de Naím, me presentaba a ti en el féretro de sus pensamientos, para que tú le dijeras al hijo de la viuda: Joven, yo te lo mando, levántate (Lc 7:14) y él reviviera y comenzara a hablar y tú se lo devolvieras a su madre. Así pues, su corazón no se estremeció con ninguna turbulenta exultación cuando vio que ya estaba hecho en parte lo que ella a diario con lágrimas te pedía: pues me vio no ganado todavía para la verdad, pero sí liberado de la falsedad. Y esperaba con firmeza que tú, que se lo habías prometido todo, hicieras lo que faltaba todavía. Con el pecho lleno de segura placidez me respondió que no dudaba un punto de que antes de morir había de verme católico fiel.

Esto fue lo que me dijo a mí; pero a ti te pedía con ardientes preces y lágrimas que te apresuraras a socorrerme iluminando mis tinieblas y con mayor afán corría a tu Iglesia y se suspendía de la boca de Ambrosio bebiendo el agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4:14). Amábalo ella como a un ángel de Dios, pues supo que debido a él había yo llegado a aquel estado de vacilante fluctuación por la cual presumía ella que habría yo de pasar de la enfermedad a la salud, después de atravesar ese subido peligro que los médicos llaman "crisis."

Capitulo II

1.Sucedió en una ocasión que mi madre, según la costumbre africana (1) llevó a las tumbas de los santos comida de harina cocida, panes y vino puro. El portero se negó a recibírselos diciendo que el obispo lo tenía prohibido y ella, con humilde obediencia, se plegó a su voluntad y no dejé de admirarme de la facilidad con que renunció a una costumbre que le era cara, en vez de criticar costumbres diferentes. Porque la embriaguez no dominaba su espíritu ni el vino le inspiraba odio a la verdad, como sucede con tantos hombres y mujeres que al cántico de la sobriedad responden con la náusea de los beodos por el vino aguado. Cuando llevaba su cesta con sus manjares rituales para su degustación y distribución, no ponía para sí misma sino un vasito con vino tan diluido como lo pedía su temperante paladar. Y si eran muchas las sepulturas que hubiera que honrar, llevaba y ponía en todas ellas el mismo vasito con el vino no sólo más aguado, sino ya muy tibio para participar con pequeños sorbitos en la comunión con los presentes; pues lo que con ello buscaba no era la satisfacción del gusto, sino la piedad con los demás.

2. Así, cuando se enteró de que esto era cosa prohibida por aquel preclaro predicador y piadoso prelado que no lo permitía ni siquiera a las personas moderadas y sobrias para no dar ocasión de desmandarse a los que no lo eran y porque, además, dicha costumbre era muy semejante a la costumbre supersticiosa de los paganos en sus ritos funerarios, ella se sometió con absoluta buena voluntad y, en lugar de la cesta llena de frutos de la tierra, aprendió a llevar a las tumbas de los mártires un pecho lleno de afectos más purificados para dar lo que pudiera a los menesterosos y celebrar allí la comunión del Cuerpo del Señor, cuya pasión habían imitado los mártires que con el martirio fueron inmolados y coronados.

3. Sin embargo, me parece probable que no sin interiores dificultades hubiera cedido mi madre a la supresión de una práctica a la que estaba acostumbrada, de haber la prohibición procedido de otro que Ambrosio, al cual amaba mucho, especialmente por lo que él significaba para mi salvación. Y Ambrosio a su vez la amaba a ella por su religiosa conducta, por su fervor en las buenas obras y su asiduidad a la Iglesia; hasta el punto de que cuando me encontraba prorrumpía en alabanzas suyas y me felicitaba por la dicha de tener una madre semejante. Es que no sabía él qué casta de hijo tenía mi madre: un escéptico que dudaba de todo y no creía posible atinar con el camino de la verdad.

(1) En África era costumbre entonces llevar a los sepulcros de los cristianos, comestibles para un ágape en el cual se mostraba la caridad, especialmente para con los pobres. Esta costumbre venía desde los tiempos apostólicos, pero debido a ciertos abusos la suprimió en Milán San Ambrosio y luego fue igualmente suprimida en otras partes, hasta que finalmente desapareció del todo.

Capitulo III

1. Yo no había aún aprendido a orar rogándote con gemidos que me ayudaras, sino que tenía puesta mi alma entera en la investigación de las cosas mundanas y el ejercicio de la disertación. Y a Ambrosio mismo lo tenía yo por el hombre feliz según el mundo, pues tantos honores recibía de gentes poderosas y sólo me parecía trabajoso su celibato. Por otra parte no tenía yo experiencia ni siquiera sospechas de las esperanzas que él tuviera, ni de las tentaciones que tenía que vencer derivadas de su propia excelencia; no tenía la menor idea de cuáles fueran sus luchas ni sus consuelos en las adversidades, ni sabía de que se alimentaba en secreto su corazón, ni qué divinos sabores encontraba en rumiar tu pan. Pero él tampoco sabía nada de mis duras tempestades interiores ni de la gravedad del peligro en que me hallaba. Ni podía yo preguntarle las cosas que querría, pues me apartaba de él la multitud de quienes acudían a verlo con toda clase de asuntos y a quienes él atendía con gran servicialidad. Y el poco tiempo en que no estaba con las gentes lo empleaba en reparar su cuerpo con el sustento necesario o en alimentar su mente con la lectura.

2. Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes.

Yo permanecía largo rato sentado y en silencio: pues, ¿quién se atrevería a interrumpir la lectura de un hombre tan ocupado para echarle encima un peso más? Y después me retiraba, pensando que para él era precioso ese tiempo dedicado al cultivo de su espíritu lejos del barullo de los negocios ajenos y que no le gustaría ser distraído de su lectura a otras cosas. Y acaso también para evitar el apuro de tener que explicar a algún oyente atento y suspenso, si leía en alta voz, algún punto especialmente oscuro, teniendo así que discutir sobre cuestiones difíciles; con eso restaría tiempo al examen de las cuestiones que quería estudiar. Otra razón tenía además para leer en silencio: que fácilmente se le apagaba la voz. Mas cualquiera que haya sido su razón para leer en silencio, buena tenía que ser en un hombre como él.

3. Lo cierto es que yo no tenía manera de preguntarle lo que necesitaba saber a aquel santo oráculo tuyo sino cuando me podía brevemente atender y para exponerle con la debida amplitud mis ardores y dificultades necesitaba buen tiempo y nunca lo tenía. Cada domingo lo escuchaba yo cuando exponía tan magistralmente ante el pueblo la palabra de verdad y cada vez crecía en mí la persuasión de que era posible soltar el nudo de todas aquellas calumniosas dificultades que los maniqueos levantaban contra los sagrados libros.

4. Pero cuando llegué a comprobar que en el pensamiento de los hijos que tú engendraste en el seno de la Iglesia católica, tú creaste al hombre a tu imagen y semejanza pero tú mismo no quedabas contenido y terminado en la forma humana corporal y, aunque ni de lejos barruntaba yo lo tenue y enigmática que es la naturaleza de los seres espirituales, sin embargo, me avergoncé, lleno de felicidad, de haber por tantos años ladrado no contra la fe católica, sino contra meras ficciones de pensamiento carnal. Tan impío había yo sido, que en vez de buscar lo que tenía que aprender, lo había temerariamente negado. Porque tú eres al mismo tiempo inaccesible y próximo, secretísimo y presentísimo; no tienes partes ni mayores ni menores, pues en todas partes estás de manera total; ningún lugar te contiene y, ciertamente, no la forma corporal del hombre. Y sin embargo, tú hiciste al hombre a tu imagen y semejanza y, ¡él sí que está, de la cabeza a los pies, contenido en un lugar!

Capitulo IV

1. No sabiendo, pues, cómo podía subsistir esa imagen tuya, con gusto y temor habría yo pulsado la puerta de Ambrosio para preguntarle por sus motivos de creer lo que creía, sin ofenderlo con arrogante reproche por haber creído. Y el ansia por saber qué podía yo retener como cierto, me corroía las entrañas con fuerza tanto mayor cuanto más avergonzado me sentía de haber andado por tanto tiempo engañado por ilusorias promesas de certidumbre y por haber pregonado con error y petulancia pueril tantas cosas inciertas como si fueran ciertas. Que eran falsas lo comprobé más tarde, pero entonces era ya seguro, cuando menos, que se trataba de cosas inciertas que yo había tenido por ciertas en aquel tiempo en que con ciega arrogancia acusaba a la Iglesia católica; pues si bien es cierto que la Iglesia no se me aparecía aún como maestra de verdad, cuando menos nada enseñaba de cuanto a mí me parecía gravemente reprensible.

Con esto quedaba yo confuso y converso. Me alegraba sobremanera de que tu Iglesia única, Señor, el Cuerpo de tu Hijo único, en la cual se me infundió desde niño la reverencia al nombre de Cristo, nada supiera de aquellas banalidades ni admitiera en su doctrina la idea de que tú, el creador de todas las cosas, estuvieras circunscrito en un lugar del espacio, por sumo y amplio que fuera, ni terminado en los límites de la figura humana.

2. Alegrábame también de que los viejos escritos de la ley y los profetas no se me dieran a leer con mis antiguos ojos, que tantos absurdos veían en ellos cuando yo redarguía a tus santos por errores que ellos nunca profesaron. Y grande era mi contento cuando oía frecuentemente a Ambrosio decir con énfasis y reiteración en sus sermones al pueblo que la letra mata y el espíritu vivifica (2Co 3:6). Así, descorriendo espiritualmente el velo místico, explicaba algunos pasajes de la Escritura que entendidos en forma literal estricta suenan a error y al explicar de esta manera nada decía que pudiera molestarme aun cuando dijese cosas de cuya verdad no me constaba todavía. Y así, por miedo de precipitarme en algún yerro, suspendía yo mi asentimiento, sin darme cuenta de que tal suspensión me estaba matando.

3. Quería yo tener de las cosas invisibles una certidumbre absoluta, como la de que siete más tres suman diez. Mi escepticismo no llegaba a la insania de tener por dudosas las proposiciones matemáticas, pero este mismo tipo de certeza era el que yo pedía para todo lo demás; lo mismo para los objetos materiales ausentes y por ello invisibles, como para los seres espirituales, que yo era incapaz de representarme sin una forma corpórea.

Yo no podía sanar sino creyendo; pues la vista de mi entendimiento, agudizada y purificada por la fe, podía de algún modo enderezarse hacia tu verdad. Esa verdad que siempre permanece y nunca viene a menos. Pero en ocasiones acontece que alguien, escamado por la experiencia de algún mal, queda temeroso y se resiste a entregarse al bien. Esta era entonces la situación de mi alma, que sólo creyendo podía ser curada, pero, por el miedo de exponerse a creer en algo errado, recusaba la curación y hacía resistencia a tu mano con la que tú preparaste la medicina de la fe y la derramaste sobre todas las enfermedades del mundo y pusiste en ella tan increíble eficacia.

Capitulo V

1. Desde ese tiempo comencé a sentir preferencia por la doctrina católica también por otro motivo: porque en ella, sin falacia de ningún género se me mandaba creer con modestia en cosas que no se pueden demostrar, o porque se resisten a toda demostración, o porque la demostración existe pero no está al alcance de todos. Los maniqueos, en cambio, se burlaban de la credulidad de la gente con temerarias promesas de conocimiento científico y en seguida pedían que creyéramos en las más absurdas fábulas diciendo que eran verdades indemostrables. Entonces tú, tratándome con mano suavísima y llena de misericordia, fuiste modelando poco a poco mi corazón. Me hiciste pensar en el enorme número de cosas que yo creía sin haberlas visto ni haber estado presente cuando sucedieron. ¡Cuántas cosas admitía yo por pura fe en la palabra de otros sobre cosas que pasaron en la historia de los pueblos, o lo que se me decía, sobre lugares y ciudades y, cuántas creía por la palabra de los médicos, o de mis amigos, o de otros hombres! Si no creyéramos así, la vida se nos haría imposible. Y ¿cómo, si no por fe en lo que me decían podría yo tener la firmísima convicción de ser hijo de mis padres?

2. Me persuadiste de que no eran de reprender los que se apoyan en la autoridad de esos libros que tú has dado a tantos pueblos, sino más bien los que en ellos no creen y, de que no debía yo hacer caso de ellos si por ventura me dijeren: "¿De dónde sabes tú que esos libros fueron comunicados a los hombres por el verdadero y veracísimo Espíritu de Dios?" Porque en ese divino origen y en esa autoridad me pareció que debía yo creer, antes que nada, porque el ardor polémico de las calumniosas objeciones movidas por tantos filósofos como había yo leído y que se contradecían unos a otros no pudo jamás arrancar de mí la convicción de que tú existes, aunque yo no entienda cómo y de que en tus manos está el gobierno de las cosas humanas. A veces lo creía con fuerza y otras con debilidad; pero siempre creía que existes y que diriges la marcha de las cosas del mundo, aunque no sabía qué es lo que se debe pensar de tu sustancia o de los caminos que llevan a ti o apartan de ti.

3. Por eso, siendo yo débil e incapaz de encontrar la verdad con las solas fuerzas de mi razón, comprendí que debía apoyarme en la autoridad de las Escrituras y que tú no habrías podido darle para todos los pueblos semejante autoridad si no quisieras que por ella te pudiéramos buscar y encontrar. En los últimos días había yo oído explicaciones muy plausibles sobre aquellas necias objeciones que antes me habían perturbado y me encontraba dispuesto a poner la oscuridad de ciertos pasos de la Escritura a la cuenta de la elevación de los misterios y, por eso mismo, tanto más venerable y digna de fe me parecía la Escritura, cuanto que por una parte, quedaba accesible a todos y por otra reservaba la intelección de sus secretos a una interpretación más profunda. A todos está abierta con la simplicidad de sus palabras y la humildad de su estilo, con la cual ejercita, sin embargo, el entendimiento de los que no son superficiales de corazón; a todos acoge en su amplio regazo, pero a pocos encamina a ti por angostas rendijas. Pocos, que serían muchos menos si ella no tuviera ese alto ápice de autoridad ni atrajera a las multitudes al seno de su santa humildad.

Tú estabas a mi vera cuando pensaba yo todo esto; yo suspiraba y tú me oías; yo andaba fluctuando y tú me gobernabas, sin abandonarme cuando iba yo por el ancho camino de este siglo.

Capitulo VI

1. Ávido estaba yo entonces de honores y de ganancias; ardía por el matrimonio, pero tú te burlabas de mí. Con todas esas concupiscencias pasaba yo por amargas dificultades y tú me eras tanto más propicio cuanto que menos permitías que me fuera dulce lo que no eras tú. Ve mi corazón, Dios mío, que has querido que yo recordara todo esto para confesártelo. Adhiérase a ti mi alma, pues me sacaste de tan pegajoso y tenaz engrudo de muerte.

¡Cuán mísera era entonces mi alma! Y tú hacías todavía más punzante el dolor de mi herida para que dejándolo todo me convirtiera a ti, ser soberano sin el cual nada existiría y, para que convertido, quedara sano. Era pues yo bien miserable. ¡Y con qué violencia hiciste que sintiera mi miseria aquel día en que me preparaba yo a recitar un panegírico del emperador en el cual muchas mentiras iba a decir para ganarme el favor de quienes sabían que mentía! Con este anhelo pulsaba mi corazón, encendido en la fiebre de pestilenciales pensamientos, cuando al pasar por una callejuela de Milán vi a un mendigo, borracho ya según creo, que lleno de jovialidad decía chistes. Al verlo se me escapó un gemido. Empecé a hablar con los amigos que me acompañaban sobre los pesados sinsabores que nos venían de nuestras locuras; pues con todos aquellos esfuerzos y cuidados como el que en ese momento me oprimía (pues estimulado por mis deseos iba cargando el fardo de mi infelicidad, que se aumentaba hasta la exageración) no buscábamos otra cosa que conseguir aquella descuidada alegría y que aquel mendigo había llegado ya a donde nosotros acaso no lograríamos nunca. Esa especie de felicidad temporal que él había logrado con unas pocas monedas habidas de limosna andaba yo buscando por largos rodeos y fragosos caminos.

2. Aunque, una alegría verdadera no la tenía, por cierto, aquel mendigo; pero yo, con todas mis ambiciones estaba aún más lejos que él de la verdadera alegría. El estaba alegre cuando yo andaba ansioso; él se sentía seguro mientras yo temblaba. Y si alguien me hubiera preguntado entonces qué prefería yo: si estar alegre o estar triste, le habría respondido que estar alegre. Pero si de nuevo me interrogara sobre si querría yo ser como aquel mendigo o más bien ser lo que yo era y como era, le habría yo de cierto contestado que prefería ser yo mismo y como era, no obstante lo abrumado que me tenían mis muchos temores. Y en tal respuesta no habría habido verdad, sino sólo perversidad. No podía yo tenerme en más que él por el solo hecho de ser más docto, sino que me gozaba en agradar a los demás y lo que realmente me importaba no era enseñarles algo, sino tan sólo agradarles. Por eso me rompías tú los huesos con el duro báculo de tu disciplina.

¡Lejos pues de mí los que me dicen que es muy importante saber las causas de nuestra alegría! El mendigo aquel se alegraba por su borrachera, pero tú querías gozar de la gloria. Pero, ¿de qué gloria, Señor? Pues, de la que te negamos cuando buscamos la gloria fuera de ti. Porque así como la alegría de aquel beodo no era verdadera alegría, así tampoco era gloria verdadera la que andaba yo buscando con tan grande perturbación de mi espíritu. Aquel iba a digerir su vino aquella misma noche; yo en cambio iba a dormirme con mi ebriedad y a despertar con ella, para seguir así con ella durmiendo y despertando. Y esto, Señor, ¡por cuánto tiempo!

Con todo, es importante conocer cuál es la causa de nuestra alegría. Yo sé cuán grande es la diferencia que media entre la esperanza fiel y toda aquella vanidad. Pero esta distancia la había entre aquel beodo y yo. Más feliz que yo era él, no solamente porque podía expandirse en risas mientras a mí me desgarraba toda clase de cuidados, sino también porque él, con buena elección, había comprado su buen vino, mientras que yo buscaba una gloria vanidosa por medio de mentiras.

Muchas cosas dije entonces a mis caros amigos en esta línea de pensamiento y con frecuencia me preguntaba a mí mismo cómo me iba, sólo para tener que admitir que me iba mal; con esto me dolía y este dolor aumentaba mis males. Hasta el punto de que si algo próspero me venía al encuentro sentía fastidio de tenderle la mano, pues antes de yo tocarlo, se había desvanecido.

Capitulo VII

1. De todas estas miserias nos lamentábamos juntos los que vivíamos unidos por el lazo de la amistad; pero con mayor familiaridad que con otros hablaba yo con Alipio y con Nebridio. Alipio había nacido en la misma ciudad que yo, era un poco mayor que yo y sus padres eran principales en el municipio. El había estudiado conmigo en nuestra ciudad natal y más tarde en Cartago. El me quería mucho porque le parecía yo bueno y docto y yo lo amaba a él por su buen natural y por una virtud que lo hacía señalarse no obstante su juventud. Pero el vórtice de las costumbres cartaginesas, en las cuales tanta importancia se daba a toda suerte de frivolidades, lo había absorbido con una insana afición por los juegos circenses. Mientras él se revolvía en aquella miseria tenía yo establecida ya mi escuela pública de Retórica, a la cual no asistía él a causa de ciertas diferencias que habían surgido entre su padre y yo. Bien comprobado tenía yo el pernicioso delirio que tenía él por los juegos del circo y yo sentía angustia de pensar que tan bellas esperanzas pudieran frustrarse en él, si acaso no estaban ya del todo frustradas. Pero no tenía manera de amonestarlo o de ejercer sobre él alguna presión para sacarlo de aquello, ni por el afecto de la amistad ni por el prestigio de mi magisterio.

Creía yo que él pensaba de mí lo mismo que su padre, pero en realidad no era así y por eso, pasando por encima de la voluntad de su padre, comenzó a saludarme y a visitar mi clase; escuchaba un poco y luego se marchaba. Ya para entonces se me había olvidado mi propósito de hablar con él para exhortarlo a no desperdiciar su buen ingenio con aquel ciego y turbulento amor por los espectáculos.

2. Pero tú, Señor, que presides el destino de todo cuanto creaste, no te habías olvidado de quien iba a ser más tarde entre tus hijos ministro de tus sagrados misterios. (1) Y para que su corrección no pudiera atribuirse a nadie sino a ti, quisiste valerte de mí para conseguirla, pero no sabiéndolo yo. Sucedió pues cierto día estando yo sentado en el lugar de costumbre y rodeado de mis discípulos llegó él, saludó y se sentó poniendo toda su atención en lo que se estaba tratando. Y dio la casualidad de que tuviera yo entre las manos un texto para cuya explicación en forma clara y amena me pareció oportuno establecer un símil con los juegos circenses y me valí de expresiones mordaces y sarcásticas sobre los que padecen la locura del circo. Bien sabes tú, Señor, que al hacerlo, para nada pensaba en la corrección de Alipio ni en librarlo de aquella peste; pero él se lo apropió todo inmediatamente, creyendo que por nadie lo decía yo sino por él y lo que otro habría tomado como razón para irritarse conmigo lo tomó, joven honesto como era, como motivo de enojarse consigo mismo y de amarme más a mí. Bien lo habías tú dicho mucho antes y consignado en tus Escrituras: Reprende al sabio y te amará por ello (Pr 9:8).

Yo, empero, no lo había reprendido. Pero tú te vales de todos, sabiéndolo ellos o no, según el orden justísimo que tienes establecido. De mi corazón y de mi lengua sacaste carbones ardiendo para cauterizar y sanar aquella mente que estaba enferma, pero también llena de juventud y de esperanzas. Que nadie se atreva a cantar tus loores si no considera tus misericordias como lo hago yo ahora, confesándotelo todo desde lo hondo de mis entrañas.

Así pues, al oir mis palabras se arrancó Alipio con fuerza de aquella fosa profunda en la cual con tanta complacencia se había ido hundiendo cegado por un miserable placer; con temperante energía sacudió de su ánimo las sordideces del circo y nunca se le vió más por allí. Después venció la resistencia de su padre y obtuvo su consentimiento para alistarse entre mis discípulos y con ello se vio envuelto en la misma superstición que yo, pues le gustaba la ostentación de austeridad que hacían los maniqueos, que tenía por sincera. Pero no había tal. Era un error que seducía almas preciosas pero inexpertas de la virtud y fáciles de engañar por apariencias superficiales de una virtud simulada y no real.

(1) Alipio fue consagrado obispo de Tagaste, según Baronio, el año 394.

Capitulo VIII

1. Alipio, siguiendo el camino de los honores de la tierra que tanto le habían ponderado sus padres, me precedió en el viaje a Roma, a donde fue para aprender el Derecho. Allí recayó de la manera más increíble en el increíble frenesí de los juegos gladiatorios. Pues, como manifestara su aversión y detestación por aquellos espectáculos, algunos entre sus amigos y condiscípulos a quienes encontró cuando ellos regresaban de una comilona, con amistosa violencia vencieron su vehemente repugnancia y lo llevaron al anfiteatro en días en que se celebraban aquellos juegos crueles y funestos. Alipio les decía: "Aunque llevéis mi cuerpo y lo pongáis allí no podréis llevar también mi alma, ni lograr que mis ojos vean semejantes espectáculos. Estaré allí, si me lleváis, pero ausente y así triunfaré de ellos y también de vosotros." Mayor empeño pusieron ellos en llevarlo, acaso con la curiosidad de saber si iba a ser capaz de cumplir su palabra.

2. Alipio les mandó entonces a sus ojos que se cerraran y a su espíritu que no consintiera en tamaña perversidad; pero por desgracia no se tapó también los oídos; porque en el momento de la caída de un luchador fue tal el bramido de todo el anfiteatro que Alipio, vencido por la curiosidad y creyendo que podía vencer y despreciar lo que viera, abrió los ojos y con esto recibió en el alma una herida más grave que la que en su cuerpo había recibido el luchador cuya caída desatara aquel clamor que a Alipio le entró por los oídos y lo forzó a abrir los ojos para ver lo que lo iba a deprimir y dañar. Su ánimo tenía más audacia que fortaleza y era tanto más débil cuanto más había presumido de sus propias fuerzas en vez de contar sobre las tuyas. Y así aconteció que al ver aquella sangre bebió con ella la crueldad y no apartó la vista, sino que más clavó los ojos; estaba bebiendo furias y no caía en la cuenta; se gozaba con la ferocidad de la lucha y se iba poco a poco embriagando de sangriento placer. Ya no era el que era antes de llegar al circo, sino uno de tantos en aquella turba y auténtico compañero de los que lo habían llevado allí. ¿Para qué decir más? Alipio vio, gritó, se enardeció y de todo ello sacó una locura por volver al circo no sólo con los que a él lo habían llevado, sino también sin ellos y llevando él mismo a otros.

Y de esto, sin embargo, con mano fortísima y misericordiosa lo liberaste tú y le enseñaste a no confiar en sus propias fuerzas sino solamente en las tuyas. Pero esto fue mucho después.

Capitulo IX

1. El recuerdo de esta experiencia le quedó en la memoria como medicina para lo porvenir. Cuando ya asistía él a mis clases en Cartago sucedió que en cierta ocasión, a mediodía, ensayaba él en el foro lo que luego tenía que recitar, al modo como suelen hacerlo los estudiantes. Entonces permitiste tú que fuera aprehendido por los guardianes del foro como ladrón y pienso que tu motivo para permitirlo fue el de que un hombre que tan grande iba a ser en tiempos posteriores comenzara a aprender que un juez no siempre puede en un litigio juzgar con facilidad y que un hombre no ha de ser condenado por otro con temeraria credulidad.

Es el caso que cierto día se paseaba él sólo delante de los tribunales con su punzón y sus tablillas cuando un jovenzuelo de entre los estudiantes, que era un verdadero ladrón, entró sin ser visto por Alipio hasta los canceles de plomo que dominan la calle de los banqueros; llevaba escondida un hacha y con ella comenzó a cortar el plomo. Al oír el ruido de los golpes, los banqueros que estaban debajo comenzaron a agitarse y mandaron a los guardias con la orden de aprehender al que encontrasen. El ladronzuelo al oír las voces huyó rápidamente dejando olvidado su instrumento para que no lo pillaran con él en la mano.

2. Pero Alipio, que no lo había visto entrar pero sí salir y escapar rápidamente y, queriendo averiguar de qué se trataba, entró al lugar y encontrando el hacha la tomó en la mano y la estaba examinando. En esto llegan los guardias y lo encuentran a él sólo con el hacha en la mano. Lo detienen pues, y se lo llevan pasando por en medio de la gente que había en el foro y que se había aglomerado, para entregarlo a los jueces como ladrón cogido en flagrante delito. Pero hasta aquí llegó y de que no pasó la lección que querías darle y saliste a la defensa de una inocencia cuyo único testigo eras tú. Porque mientras se lo llevaban a la cárcel o al suplicio, les vino al encuentro un arquitecto que tenía a su cargo la alta vigilancia sobre los edificios públicos. Alegráronse ellos del encuentro, pues él solía sospechar que fueran ellos mismos los que se robaban lo que desaparecía del foro: ahora, pensaban, iba a saber por sí mismo quién era el ladrón.

3. Pero el arquitecto conocía a Alipio por haberlo encontrado varias veces en la casa de cierto senador que él visitaba con frecuencia. Lo reconoció al instante, le tendió la mano y lo sacó de entre la multitud. Se puso a investigar la razón del incidente y, cuando Alipio le hubo dicho lo acontecido, mandó a todos los que estaban gritando y amenazando con furia que lo acompañaran a la casa del muchacho que había cometido el delito. A la puerta de la casa estaba un chiquillo muy pequeño, que ningún daño podía temer de su amo si lo decía todo y él había estado con el delincuente en el foro.

Alipio lo reconoció luego y se lo indicó al arquitecto y éste, mostrándole el hacha, le preguntó al chiquillo de quién era. "Es nuestra," le contestó éste y sometido a interrogatorio, contó todo el resto. De esta manera se transfirió la causa de aquella familia y fueron confundidas las turbas que ya creían haber triunfado sobre un futuro dispensador de tus miembros, que había más tarde de examinar muchas causas en tu Iglesia. De este caso salió el futuro juez instruido y con una preciosa experiencia.

Capitulo X

1. Lo había yo pues encontrado en Roma y se adhirió a mí con fortísimo vínculo y se fue conmigo a Milán, pues no quería abandonarme y, además, para ejercer un poco el Derecho que había aprendido más por deseo de sus padres que por su propio deseo. Después de esto había llegado a ejercer el cargo de consiliario con una integridad que a todos admiraba y les servía de ejemplo, pues manifestaba suma extrañeza por los magistrados que estimaban más el dinero que la inocencia. También fue sometido a prueba su carácter, no sólo con los atractivos de la sensualidad, sino también por la presión del terror.

2. Alipio asesoraba entonces en Roma al administrador de los bienes imperiales. Y sucedió que había allí un senador muy poderoso que tenía sometidos a muchos o por hacerles beneficios o por la intimidación. Este señor confiando en su fuerza política pretendió una vez salirse con algo que estaba prohibido por la ley y Alipio le resistió. Se le hicieron promesas, pero las desechó con una sonrisa; le hicieron amenazas, pero él las despreció con gran admiración de todos, pues nadie estaba acostumbrado a ver semejante energía para enfrentarse a un hombre que se había hecho célebre por la fuerza que hacía a la gente y los grandes recursos con que contaba para favorecer o perjudicar; les parecía increíble que alguien ni quisiera ser amigo ni temiera ser enemigo de un hombre tan poderoso. El juez mismo de quien Alipio era consejero no quería plegarse a las demandas del senador, pero tampoco quería oponerse abiertamente; así que se descargó en Alipio, diciendo que no lo dejaba obrar. Lo cual, además, era cierto, pues de haber cedido el juez, Alipio habría dimitido.

Una sola tentación tuvo que combatir y fue la que le vino de su afición a las letras; pues de haber cedido a las demandas del senador, con la paga que éste le ofrecía, se habría podido procurar ciertos códices que deseaba poseer. Pero aprendió a la justicia y rechazó la idea; pensaba que a la postre más útil le era la justicia que le cerraba el paso que no la influencia de un poderoso que todo se lo permitía.

Poca cosa era eso; pero el que es fiel en lo poco lo será también en lo mucho (Lc 16:10); y nunca será vana la palabra de verdad que nos vino de ti cuando dijiste: Si no habéis sido fieles con la riqueza mal habida ¿quién os encomendará la riqueza verdadera? Y si no habéis sido fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que es vuestro? (Lc 16:11-12).

Tal era entonces Alipio, unido a mí por estrechísima amistad. Ambos estábamos en la perplejidad y ambos nos preguntábamos qué género de vida teníamos que llevar.

Nebridio, por su parte, había dejado su ciudad natal, cercana a Cartago y a Cartago misma que con frecuencia solía visitar; había dejado también su casa y renunciado a la herencia de un magnífico campo de su padre. Su madre no quiso seguirlo cuando él se vino a Milán no por otra razón, sino porque quería vivir conmigo en el mismo fervoroso empeño por alcanzar la verdad y la sabiduría. Nebridio participaba en nuestras vacilaciones y ardoroso como era y escrutador acérrimo de las cuestiones más difíciles suspiraba a una con nosotros por la consecución de una vida feliz. Eramos tres indigentes con la boca llena de hambre, que mutuamente se comunicaban su pobreza y sus anhelos, en la esperanza de que tú les dieras el alimento en el tiempo oportuno (Sal 144:15). Y en medio de la amargura que por misericordia tuya se producía de nuestra mundana manera de vivir, cuando considerábamos el fin que con todo ello nos proponíamos se abatían sobre nosotros las tinieblas. Nos volvíamos gimiendo hacia otra parte y decíamos: "¿Cuánto durará todo esto?" Así decíamos con mucha frecuencia; pero por mucho que lo dijéramos no nos resolvíamos a dejar nuestro modo de vida, pues no alcanzábamos a ver una luz cierta que dejándolo todo pudiéramos seguir.

Capitulo XI

1. Admirábame yo considerando el largo tiempo transcurrido desde que yo, a los diecinueve años, con tanto ardor había comenzado el estudio de la sabiduría con el propósito firme, si la encontraba, de abandonar a las falaces esperanzas y a la mentida locura de los falsos placeres. Y ya andaba en los treinta años ahora y no salía del lodazal.

Desde mis diecinueve años estaba yo entregado al goce de los bienes del momento presente, que se me escurrían entre las manos dejándome distraído y disperso. Y yo me decía: "Mañana la tendré, mañana se me aparecerá y me abrazaré a ella, mañana llegará Fausto y me lo explicará todo." ¡Oh, varones ilustres de la Academia que decís que ninguna certidumbre podemos alcanzar para dirigir la vida! Pero no. Debemos, bien al contrario, buscar con mayor diligencia y sin desesperar. Ya no me parecen absurdas en los libros eclesiásticos las cosas que antes me lo parecían y que pueden ser entendidas con toda honradez de otra manera. Asentaré entonces mis pies en el paso en que de niño me pusieron mis padres, en espera de que la verdad se me haga ver claramente.

2. Pero, ¿dónde y cuándo buscar la verdad? Ambrosio no tiene tiempo y yo no tengo facilidades para leer. ¿En dónde podría yo conseguir los códices, en dónde comprarlos o a quién pedirlos prestados? Y será, además, preciso determinar un tiempo y señalar horas fijas para dedicarlas a la salud de mi alma.

Todo esto me decía, pues se había levantado en mi alma una grande esperanza desde el momento en que comprobé que la fe católica no afirma los errores de que vanamente la acusábamos. Sus doctores reprueban resueltamente la idea de que Dios tenga figura corporal de hombre y que en ella se termine. ¿Cómo dudar entonces de que inquiriendo más las demás puertas también se me tenían que abrir? Y me decía para mí mismo: "Las horas de la mañana me las ocupan los estudiantes y no me quedan para el estudio de la verdad sino las horas de la tarde. Pero, por otra parte, sólo por la tarde puedo saludar a mis amigos y visitar a las personas importantes cuya ayuda necesito y sólo por las tardes puedo preparar los trabajos que me compran mis alumnos. Además, sólo por las tardes puedo reparar mis fuerzas descansando de la tensión de mis preocupaciones."

Así me hablaba a mí mismo. Pero decidí que no. Me dije: "Que todo se pierda, si se ha de perder; pero tengo que dejar todas estas vanidades para consagrarme al estudio de la verdad. Esta vida es miserable, la muerte es algo incierto; si se me viene encima de repente, ¿cómo saldré de todo esto y en dónde aprenderé lo que no aprendí en esta vida? ¿No tendría yo que pagar por semejante negligencia? ¿Y qué, si la muerte da fin a todos nuestros cuidados amputándonos el sentimiento? Todo esto lo tengo que averiguar. Pero no es posible semejante anulación, pues las cosas, tantas y tan grandes que Dios ha hecho por nosotros no las hiciera si con la muerte del cuerpo viniera también la aniquilación del alma; ni es cosa vana y sin sentido la grande autoridad del cristianismo por todo el orbe. ¿De dónde me viene pues esta vacilación para dejar de lado las esperanzas del mundo y consagrarme a la búsqueda de Dios y de la vida feliz?"

3. "Pero, aguarda: todas estas cosas mundanas son agradables y tienen su encanto; no sería prudente cortarlas con precipitación, ya que existe el peligro de tener que volver vergonzosamente a ellas. No me sería difícil conseguir algún puesto honorable y más cosas que pudiera desear; tengo muchos amigos influyentes que podrían fácilmente conseguirme una presidencia. Podría yo también casarme con una mujer que tuviera algún patrimonio, para que no me fuera gravosa con sus gastos y con esto tendría satisfechos todos mis deseos. Hay, además, muchos varones grandes y dignos de imitación, que no obstante vivir casados han podido consagrarse a la sabiduría."

4. Mientras todas estas razones revolvía yo en mi mente con muchos cambios de viento que empujaban mi corazón de aquí para allá, dejaba pasar el tiempo y difería mi conversión. Dejaba siempre para mañana el vivir en ti y esta dilación no me impedía morir en mí mismo un poco cada día. Deseando la vida feliz, tenía miedo de hallarla en su propia sede y huía de ella mientras la buscaba. Pensaba que sin los abrazos de una mujer sería yo bien miserable pues para nada pensaba, por no haberla experimentado, en la medicina de tu misericordia para sanar la enfermedad de la concupiscencia. Tenía la idea de que la continencia es posible naturalmente para quien tiene fuerza de carácter y yo no tenía la menor conciencia de poseerla. En mi necedad, ignoraba yo que tú habías dicho: Nadie puede ser continente si tú no se lo concedes (Sb 8:21). Y la continencia me la habrías ciertamente concedido de pulsar yo con gemidos interiores la puerta de tus oídos, arrojando en ti, con sólida fe, todos mis cuidados.

Capitulo XII

1. Alipio me disuadía de tomar mujer. Pensaba que la vida del matrimonio no era compatible con una tranquila seguridad en el amor de la sabiduría, que era el ideal que nos habíamos propuesto. Es de notar que entonces era Alipio de una castidad admirable. Había ciertamente tenido en su adolescencia conocimiento de lo que es el concúbito, pero no se había quedado ahí, sino que más bien se había dolido de ello; lo había menospreciado y había vivido desde entonces en estricta continencia. Pero yo le resistía, alegando el ejemplo de hombres casados que habían merecido favores de Dios, se comportaban con fidelidad y amaban a sus amigos. Muy lejos andaba yo de tal grandeza de ánimo. Esclavizado por el morbo de la carne y sus mortíferas suavidades arrastraba mis cadenas con mucho miedo de romperlas y, así como una herida muy maltratada rehusa la mano que la cura, así yo rechazaba las palabras del buen consejero que quería soltar mis cadenas.

2. Pero además, la serpiente le hablaba a Alipio por mi medio; por mi boca le presentaba y sembraba en su camino lazos agradables en los que pudieran enredarse sus pies honestos y libres. Porque él se asombraba de que yo, a quien en tanta estima tenía, estuviera tan preso en el engrudo de los torpes placeres y, que cuantas veces tocábamos el tema, le dijera que no me era posible vivir en el celibato. Le asombraba el que yo me defendiera de su extrañeza afirmando que no había comparación posible entre su experiencia y las mías. La suya, decía yo, había sido furtiva, no continuada y, por eso no la recordaba ya bien y podía condenarla con tanta facilidad; la mía, en cambio, era una recia costumbre del deleite y si se legalizaba con el honesto nombre de matrimonio, debía serle comprensible que no desdeñara yo ese género de vida.

Entonces comenzó él mismo a desear el matrimonio no vencido por la lujuria, sino por mera curiosidad. Decía tener vivo deseo de saber qué podía ser aquello sin lo cual mi vida, para él tan estimable, para mí no era vida, sino condena.

3. Libre como era, sentía una especie de estupor ante las ataduras de mi esclavitud y por esta admiración iba entrando en él el deseo de conocer por sí mismo una experiencia que de haberla él tenido habría acaso dado con él en la misma servidumbre en que yo estaba; pues quería también él hacer un pacto con la muerte y el que ama el peligro en el perecerá (Si 3:26). Ni él ni yo le concedíamos real importancia a lo que hace la dignidad del matrimonio, que es la compostura de la vida y la procreación de los hijos. A mí, en mi esclavitud, me atormentaba con violencia la costumbre de saciar una concupiscencia insaciable; a él lo arrastraba hacia el mal aquella su admiración por mí. Y así fuimos, hasta que tú, ¡oh, Señor Altísimo! tuviste misericordia de nuestra miseria y por admirable manera viniste a socorrernos.

Capitulo XIII

1. Muy vivas instancias se me hacían para que tomase mujer. La pedía yo y me la prometían. De esto se ocupaba sobre todo mi madre, que veía en mi matrimonio una preparación para el bautismo saludable. Sentía con gozo que estaba yo cada día mejor dispuesto para él y esperaba que llegado yo a la fe se cumplirían sus votos y las promesas que tú le habías hecho. Y un día, por mis ruegos y por su propio vivo deseo te pidió con clamores del corazón que le indicaras algo en sueños sobre mi futuro matrimonio, pero tú no quisiste.

2. Algunas visiones tenía, vanas y fantásticas como las que suele engendrar por su propio ímpetu el espíritu del hombre y me contaba estos sueños, pero no con la confianza con que solía cuando tú le mostrabas las cosas. Y yo no le hacía caso. Decíame ella que podía discernir, por no sé qué misterioso sabor imposible de explicar, la diferencia entre sus revelaciones y sus propios sueños. De todas maneras, seguía ella en su insistencia y hasta llegó a pedir para mí a una doncellita dos años menor de lo necesario para casarse; era ella muy agradable y esperábamos que creciera hasta llegar a la edad núbil, para casarme con ella.

Capitulo XIV

1. Habíamos discutido con frecuencia en un grupo de amigos sobre lo molesta y detestable que era aquella vida turbulenta y revolvíamos en el ánimo el proyecto de alejarnos de la multitud para llevar en la soledad una vida tranquila y fecunda. Habíamos pensado contribuir con lo que cada uno tuviera para formar con lo de todos un patrimonio común, de modo que por nuestra sincera amistad no hubiera entre nosotros tuyo y mío, sino que todo fuera de todos y de cada uno. Hasta diez personas podíamos asociarnos en esta compañía y entre nosotros los había que eran bien ricos; especialmente Romaniano, paisano mío y amigo desde la infancia, que por asunto de sus negocios había venido a la corte. El era el más entusiasta y su insistencia tenía grande autoridad precisamente porque su fortuna superaba la de los otros.

2. También teníamos planeado que dos de entre nosotros se turnaran cada año, como lo hacen los magistrados, en el cuidado de lo necesario al bien común, para que los otros pudieran estar quietos y descuidados. Pero en un momento dado nos tuvimos que preguntar si tal proyecto nos lo iban a permitir las mujeres; pues algunos ya tenían la suya y yo esperaba tener la mía. Entonces todo el proyecto se nos deshizo entre las manos, se vino por tierra y fue desechado. Y con esto volvimos al gemido y al suspiro. Volvieron nuestros pasos a transitar los trillados caminos del mundo. En nuestros corazones iban y venían los pensamientos, al paso que tu consejo permanece eternamente (Sal 32:11). En tu consejo te reías de lo nuestro y preparabas lo tuyo, pues nos ibas a dar el alimento en el tiempo oportuno, abriendo tu mano para llenar nuestra almas de bendición.

Capitulo XV

Mientras tanto, mis pecados se multiplicaban. Cuando se retiró de mi lado aquella mujer con la cual acostumbraba dormir y a la cual estaba yo profundamente apegado, mi corazón quedó hecho trizas y chorreando sangre. Ella había regresado a África no sin antes hacerte el voto de no conocer a ningún otro hombre y dejándome un hijo natural que de mí había concebido. Y yo, infeliz, no siendo capaz de imitar a esta mujer e impaciente de la dilación, pues tenía que esperar dos años para poderme casar con la esposa prometida y, no siendo amante del matrimonio mismo, sino sólo esclavo de la sensualidad, me procuré otra mujer. No como esposa ciertamente, sino para fomentar y prolongar la enfermedad de mi alma, sirviéndome de sostén en mi mala costumbre mientras llegaba el deseado matrimonio. Pero con esta mujer no se curaba la herida causada por la separación de la primera; sino que pasada la fiebre del primero y acerbo sufrimiento, la herida se enconaba, más me dolía. Y este dolor era un dolor seco y desesperado.

Capitulo XVI

1. A ti la alabanza y la gloria, ¡oh Dios, fuente de las misericordias! Yo me hacía cada vez más miserable y tú te me hacías más cercano. Tu mano estaba pronta a sacarme del cieno y lavarme, pero yo no lo sabía. Lo único que me estorbaba hundirme todavía más en la ciénaga de los placeres carnales era el temor a la muerte y a tu juicio después de ella, que nunca, no obstante la volubilidad de mis opiniones, llegué a perder. Y conversaba con Alipio y Nebridio, mis amigos, sobre los confines del bien y del mal y en mi ánimo le hubiera dado la palma a Epicuro si no creyera lo que él nunca quiso admitir, que muerto el cuerpo, el alma sigue viviendo.

2. Y me decía a mí mismo: "Si fuéramos inmortales y viviéramos en una continua fiesta de placeres carnales sin temor de perderlos, ¿no seríamos, acaso, felices? ¿Qué otra cosa podríamos buscar?" Ignoraba yo que pensar de este modo era mi mayor miseria. Ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior. Ni consideraba, mísero de mí, de qué fuente manaba el contento con que conversaba con mis amigos aun sobre cosas sórdidas; ni que me era imposible vivir feliz sin amigos, ni siquiera en el sentido de abundancia carnal que la felicidad tenía entonces para mí. Pues a estos amigos los amaba yo sin sombra de interés y sentía que de este modo me amaban también ellos a mí.

3. ¡Oh, tortuosos caminos! ¡Desdichada el alma temeraria que se imaginó que alejándose de ti puede conseguir algo mejor! Se vuelve y se revuelve de un lado para otro, hacia la espalda y boca abajo y todo le es duro, pues la única paz eres tú. Y tú estás ahí, para librarnos de nuestros desvaríos y hacernos volver a tu camino; nos consuelas y nos dices: ¡Vamos! ¡Yo los aliviaré de peso, los conduciré hasta el fin y allí los liberaré!

 

Libro VII

Capitulo I

1. Muerta ya mi mala y perversa adolescencia, entraba yo en la juventud. Estaba ya por los treinta y un años pero al crecer mi edad crecía al parejo mi vanidad, pues no podía concebir que existiera lo que no nos entra por los ojos. Es cierto, mi Señor, que no te pensaba concreto en una figura humana desde el día en que comencé a oír hablar de la sabiduría. Tal idea me repugnó siempre y mucho me alegré al enterarme de que igualmente la rechazaba la fe espiritual de nuestra santa Madre la Iglesia Católica; pero de todos modos, no se me ocurría cómo poder pensarte de otra manera. Te seguía pensando como a hombre; aunque un hombre tal, que al mismo tiempo fuera El solo, soberano y verdadero Dios. Creía también y con todas mis fuerzas que Dios es incorruptible, inviolable e inmutable; porque sin saber cómo ni por dónde, bien claro veía y por cierto tenía que lo corruptible es inferior a lo incorruptible; que lo inviolable es superior a lo que puede ser violado y lo inmutable, superior a lo que se puede mudar. Mi corazón clamaba con violencia contra todos mis fantasmas.

2.Habría querido con un solo golpe de la mano ahuyentar de mi alma toda aquella turba volátil de imágenes inmundas; pero apenas ahuyentada volvía a la carga, aumentada todavía y me obnubilaba la vista y así, aun cuando no te atribuía una figura humana, me sentía forzado a pensarte corpóreo, presente en los lugares, difundido en el mundo, por todo lo infinito, dentro y fuera del mundo. Sólo así podría yo concebir lo incorruptible, lo inviolable, lo inmutable que tan por encima ponía de todo lo que se corrompe, es violado o se muda. Y todo cuanto imaginara yo privado de esta situación en el espacio me parecía ser nada. Como si un cuerpo se retirara de un lugar y éste quedara vacío de todo lo que es térreo, aéreo, húmedo o celeste, la nada absoluta; algo tan absurdo como una nada que ocupara un lugar.

3. Así yo, embotado y lerdo de corazón y confuso para mí mismo, pensaba que no podía ser algo real lo que no se extendiera en algún espacio o se difundiera o se conglomerara o se hinchara en él; lo que no fuera capaz de contener alguna cosa o ser contenido en otra cosa. Mi mente iba siguiendo las imágenes de las formas que veían mis ojos y no comprendía que la actividad interior con la cual formaba yo esas imágenes no era como ellas, cosa vana, ni podría formarlas si no fuera ella misma algo real. Así pensaba yo pues, que tú, vida mía, eras algo muy grande que por infinitos espacios penetraba la mole toda del mundo y se extendía mucho más allá, en todas direcciones, por manera que estabas presente en la tierra, presente en el cielo, presente en todo y todo se terminaba en ti y tú mismo no tenías término.

4.. A la manera como el aire que hay sobre la tierra no es obstáculo para la luz del sol, pues ésta lo atraviesa y lo penetra sin rasgarlo ni despedazarlo, sino llenándolo todo, así pensaba yo que era penetrable la masa del cielo, del aire, del mar y aun de la tierra sólida; penetrable en todas sus partes, máximas y mínimas, para recibir tu presencia y que es tu presencia la que con oculta inspiración gobierna por fuera y dirige por dentro a todo cuanto creaste. Falsa era esta idea, pero no podía entonces tener otra.

Según ella, la parte mayor de la tierra cogía una parte mayor de ti y la parte menor, una menor y de tal manera estarían las cosas llenas de ti, que más presencia tuya hubiera en el voluminoso cuerpo del elefante que en el diminuto de los pajaritos, teniendo así tu presencia que ocupar más o menos lugar. Con el resultado de que tú dividirías tu presencia en fragmentos; unos grandes para los cuerpos grandes y otros pequeños para los cuerpos pequeños.

Ahora bien, esto no es así. Pero tú no habías iluminado aún mis cerradas tinieblas.

Capitulo II

1. Suficiente para mí contra aquellos engañados engañadores, contra aquellos mudos locuaces (mudos porque en su boca no sonaba tu palabra) suficiente era, digo, aquel argumento que Nebridio solía proponer desde mucho antes, cuando vivíamos aún en Cartago y que tan grande impresión había causado en todos nosotros. Pues, ¿qué podía hacerte no sé qué gente salida de las tinieblas, que según los maniqueos era contraria a ti, si tú no quisieras pelear con ella? Pues si se dijera que en algo te podía hacer daño, tú serías violable y corruptible y si se dijera que ningún daño te podría hacer, no tendrías tú entonces el menor motivo para luchar con ella y por cierto, con un tipo de lucha en que una parte de ti o miembro tuyo, o prole nacida de tu misma sustancia se mezclara con las potencias adversas y con naturalezas no creadas por ti, que las corromperían mudándolas en algo inferior; con lo cual se trocaba la felicidad en miseria y quedaba una necesidad de auxilio y purificación. Y decían que nuestra alma no es sino esa parte de ti, manchada y miserable y que tu Verbo tenía que venir a socorrerla: el libre a la esclava, el puro a la manchada, el íntegro a la corrompida; pero siendo él mismo corruptible, pues era de la misma sustancia que ella.

2. Entonces: si de tu sustancia sea ella lo que fuere, se dice que es incorruptible, con esto sólo aparecen falsas y execrables las afirmaciones de los maniqueos y si se dice que es corruptible, al punto se ve claro que esto es falso y abominable. Este argumento de Nebridio era por sí solo suficiente para vomitar de los oprimidos corazones aquella falsa doctrina; pues no tenían sus doctores una salida que no fuera sacrilegio del corazón y de la lengua, cuando tales cosas decían de ti.

Capitulo III

1. Es cierto que con toda firmeza creía yo que tú, Señor y creador de nuestras almas, de nuestros cuerpos y de todo cuanto existe, eras incontaminable e invariable y en ninguna manera mudable; pero, fuese lo que fuese, no creía tener que investigar la naturaleza del mal en forma que me viera forzado a tener como mudable al Dios inmutable; para no convertirme yo mismo en el mal que investigaba. Mi investigación se basaba en la absoluta seguridad de que era falso lo que decían aquellos de los que con toda su fuerza huía mi ánimo, pues los veía llenos de malicia mientras investigaban la naturaleza del mal; pues creían que tu sustancia era más capaz de padecer el mal que no ellos de cometerlo. Ponía pues todo mi empeño en comprender lo que oía decir a algunos, que en el libre albedrío de la voluntad humana está la causa de que hagamos el mal y que cuando lo padecemos es por la rectitud de tus juicios. Sin embargo, no conseguía ver esto con entera claridad.

2. Con este esfuerzo por sacar mi alma de la fosa, me hundía en ella y mientras más batallaba, más me hundía. Levantabame ya un poco hacia tu luz el hecho de que tenía clara conciencia de poseer una voluntad, lo mismo que la tenía de estar vivo. Entonces, cuando yo quería algo o no lo quería, seguro estaba yo de que no había en mí otra cosa que esta voluntad y con esto advertía ya claramente que la causa del mal estaba en mí. Y, cuando arrastrado por la pasión, hacía algo contra mi propia voluntad, tenía la clara impresión de que más que hacerlo lo padecía y que en ello había más que una culpa, una pena y siendo tú justo, convenía que esa pena no fuera injusta.

3. Pero me volvía con insistencia el pensamiento: ¿Quién me hizo? ¿No fue mi Dios, que no sólo es bueno, sino que es el Bien? ¿De dónde pues me viene este querer el mal y no querer el bien, de manera que tenga que ser castigado? Si todo yo procedo de un Dios de dulzura, ¿quién fue el que puso y plantó en mí semillas de amargura? si fue el diablo quien lo hizo, ¿quién hizo al diablo? Y si él, de ángel bueno se convirtió en demonio por obra de su mala voluntad, ¿de dónde le vino a él esa voluntad mala que lo convirtió en demonio cuando todo él, como ángel, salió bueno de la mano de Dios?

Toda esta baraúnda de pensamientos agitaba mi alma, me deprimía y me dejaba sofocado. Pero nunca llegué a hundirme en aquel infierno de error en que el hombre no te confiesa y prefiere pensar que tú padeces el mal, antes que admitir que es el hombre quien lo comete.

Capitulo IV

1. Fatigábame yo por descubrir las demás verdades con el mismo empeño con que había descubierto ya que es mejor lo incorruptible que lo corruptible; por lo cual pensaba que tú, fueras lo que fueras, tenías que ser incorruptible. No existe ni puede existir quien piense que hay algo más excelente que tú, pues eres el sumo bien. Y como es del todo cierto y segurísimo que lo incorruptible es mejor que lo corruptible, es evidente que si fueras corruptible éste era el punto preciso en que te debía buscar y colegir de eso luego de dónde puede proceder el mal. Es decir, de dónde provenga la corrupción que, ciertamente, de ti no puede venir.

2. Es pues imposible que la corrupción pueda de alguna manera violar a nuestro Dios; por ninguna voluntad, por ninguna necesidad, por ningún caso imprevisto. Porque él es Dios y lo que para sí mismo quiere, bueno es. Ni puede verse sin su poder y sólo sería mayor si fuera posible que Dios fuera mayor que El mismo, ya que la voluntad y el poder de Dios son Dios mismo. ¿Y qué puede tomarte de improviso a ti, que todo lo sabes; a ti, que conociendo las cosas las pusiste en el ser? Y después de todo: ¿Para qué tantas palabras para demostrar la incorruptibilidad de la sustancia de Dios, si es del todo evidente que si fuera corruptible no sería Dios?

Capitulo V

1. Buscaba pues yo de dónde viene el mal, pero no buscaba bien y no veía lo que de malo había en mi búsqueda. En mi mente me representaba la creación entera y cuanto en ella podemos ver: la tierra, el mar, el aire, los astros, los árboles y los animales; me representaba también lo que no se ve, como el espacio sin fin, los ángeles y todo lo que tienen de espiritual; pero me los representaba como si fueran cuerpos a los cuales señalaba un lugar mi imaginación. Con eso me forjaba una masa enorme, que era tu creación, distinta con diferentes géneros de cuerpos; unos, que realmente lo eran y otros, los espíritus, que yo como cuerpos me imaginaba. Muy grande me imaginé tu creación; no como en realidad es, que eso no lo podía yo saber, sino como me plugo que fuera. Grande, sí, pero por todas partes limitada. Y a ti, Señor, te imaginaba como ambiente y continente de toda tu creación, pero tú mismo infinito. Como un mar que estuviera en todas partes y no hubiera sino un solo mar infinito y en él se contuviera una grande esponja, grande pero limitada y que esa esponja estuviera toda llena, en todas sus partes, del agua del inmenso mar. Así me imaginaba yo tu creación; finita, pero llena de ti y tú, infinito. Y me decía: así es Dios y todo esto es lo que Dios creó. Bueno es Dios y con mucho, con muchísimo, más excelente que todo eso. Y siendo El bueno, creó buenas todas las cosas y, ved aquí cómo las circunda, las contiene y las llena.

2. Pero, ¿en dónde está pues el mal, de dónde procede y por qué caminos nos llega? ¿Cuál es su raíz y cuáles las semillas que lo engendran? ¿O será acaso que el mal en sí no existe? Pero, ¿cómo, entonces, podemos temer y precavernos de algo que no existe? Puede ser que nuestro temor mismo sea vano; pero entonces el temor es un mal que sin causa nos aflige y nos hiere en el corazón. Un mal tanto más grande cuanto que no hay nada que temer y sin embargo tememos. Y entonces, o es realmente malo lo que tememos, o lo hacemos malo nosotros porque lo tememos. ¿De dónde viene, pues?

Dios hizo todas las cosas. Buenos es El y buenas son ellas. El es el bien supremo, ellas son bienes inferiores; pero de todos modos bueno es el creador y buena es la creación. ¿De dónde, entonces, viene el mal? ¿Acaso en la materia de que hizo el mundo había una parte mala y Dios formó y ordenó el mundo, pero dejándole una parte de aquella materia, que no convirtió en bien? Pero una vez más, ¿por qué? ¿Acaso no podía, siendo omnipotente, mudar y convertir aquella materia para que nada quedara de ella? Y por último: ¿Por qué quiso formar algo con esa materia en lugar de hacer con su omnipotencia, que esa materia no existiera? Porque ella no podía existir sin su voluntad. Y si la materia es eterna, ¿por qué la dejó estar así por tan dilatados espacios de tiempo, para luego sacar algo de ella?

3. O bien, si quiso con una voluntad repentina hacer algo, ¿por qué en su omnipotencia no hizo que esa materia no existiese para ser Él el único ser verdadero, sumo e infinito bien? Y si no era conveniente que el ser sumamente bueno dejara de crear otras cosas buenas, ¿por qué no redujo a la nada aquella materia, que era mala, para sustituirla por otra buena de la cual sacara todas las cosas? Porque no sería omnipotente si no fuera capaz de crear algo bueno sin ser ayudado por una materia no creada por El.

Tales cavilaciones revolvía yo penosamente en mi corazón gravado por mordentes preocupaciones y por el temor a la muerte. Pero si bien cuando no daba aún con la verdad, tenía ya bien firme y estable en mi corazón la fe en tu Cristo, Salvador nuestro, como la profesa la Iglesia Católica; una fe informe todavía y fluctuante fuera de toda norma doctrinal. Con todo, no sólo no rechazaba mi alma esta fe, sino que al paso de los días se adentraba más en ella.

Capitulo VI

1. Ya me había yo desprendido de la falacia de la adivinación y había rechazado los impíos delirios de los matemáticos. Alábete mi alma, Señor, desde sus más hondas intimidades, por tus misericordias. Pues, ¿quién puede apartarnos de la muerte del error sino la Vida que nunca muere y que ilumina la indigencia de las mentes sin necesidad de ninguna otra luz y que gobierna el mundo hasta en las hojas que se lleva el aire? Sí, fuiste tú y sólo tú el que me curaste de aquella obstinación con que había yo resistido a Vindiciano, el anciano sagaz y a Nebridio, el admirable joven, cuando frecuentemente me decían, aquel con vehemencia y éste con alguna vacilación, que no existe ninguna manera de predecir lo futuro y que las conjeturas humanas salen a veces acertadas por pura casualidad; que a fuerza de predecir tantas cosas algunas tienen que salir, sin que quienes las dicen realmente sepan lo que dicen y se topan con ellas simplemente por suerte y por no haber callado.

2. Entonces tú me procuraste la amistad de un hombre que consultaba con frecuencia a los matemáticos y algo sabía de sus artes, aunque no era perito en sus libros y los visitaba más que nada por curiosidad. Este hombre me contó algo que decía haber oído de su padre y por la cabeza no le pasaba que eso podía destruir por completo la credibilidad del arte de la adivinación. Este hombre, llamado Firmino, que era muy instruido y culto en su lenguaje, considerándome su más caro amigo, me consultó cierta vez sobre algunas cosas de este mundo en las cuales había puesto crecidas esperanzas. Quería saber qué pronóstico le daba yo basado en sus constelaciones, como ellos las llaman. Yo que para entonces me sentía ya muy inclinado a la posición de Nebridio, no quise negarme en redondo a adelantar algunas conjeturas; pero le dije por lo claro, que estaba a punto menos que convencido de la futilidad y ridiculez de la adivinación.

3. Entonces él me contó que su padre había sido muy aficionado a la astrología y muy curioso y que había tenido un amigo que andaba en las mismas. Siempre conversaban de esas vanidades y estaban en ellas hasta el punto de observar cuidadosamente a los mudos animales, si algunos nacían en su casa; notaban el momento en que nacían y lo ponían en relación con la posición de los astros, para adquirir así experiencia en la adivinación. Por su padre supo Firmino que cuando su madre estaba grávida de él comenzó a dar señales de preñez una criada de aquel amigo de su padre. Dicho amigo, que observaba con cuidadosa atención los partos de sus perras advirtió luego que su criada estaba encinta. Y sucedió que mientras su padre observaba a su criada contando los días y las horas, ambas dieron a luz al mismo tiempo. Con esto resultaba necesario que las mismas constelaciones produjeran efectos idénticos hasta en las minucias sobre los dos recién nacidos, uno de los cuales era hijo y el otro, esclavo. Y cuando las dos mujeres se sintieron cercanas al alumbramiento ellos empezaron a comunicarse lo que pasaba en su propia casa y ambos dispusieron que algunas personas estuvieran listas para anunciar al amigo el nacimiento del hijo esperado. De este modo consiguieron que se supiera inmediatamente en cada casa lo que pasaba en la otra. Y según me contó Firmino, los emisarios de ambos amigos se encontraron a la misma distancia de ambas casas; por manera que ninguno de los dos pudo notar la menor diferencia en la posición de las estrellas ni en las fracciones del tiempo. Y sin embargo, Firmino, nacido en una casa de mucho desahogo, corría por los más honorables caminos del mundo, crecía en riquezas y recibía altos honores; al paso que aquel pequeño esclavo seguía en el vínculo de la esclavitud y sirviendo a sus señores.

4. Escuché pues el relato y lo creí, pues me contaba las cosas quien las conocía. Con esto me derrumbó mi última resistencia y allí mismo traté de apartar a Firmino de su insana curiosidad. Le hice ver que si del examen de su horóscopo iba yo a decirle algo verdadero tendría que haber visto en él que sus padres eran principales entre sus conciudadanos, una noble familia de la misma ciudad y tendría que ver también su cuna distinguida, su buena crianza y su liberal educación. Pero si me consultara aquel esclavo que nació bajo los mismos signos que él, tendría yo que ver en el mismo horóscopo cosas del todo contrarias, una familia de condición servil y en todo el resto distinta y alejada de la de Firmino. ¿Cómo podría ser que considerando las mismas constelaciones pudiera ver cosas tan diferentes y las dijera con verdad; o que dijera que veía lo mismo, pero hablando con falsedad?

De esto saqué la conclusión de que lo que se dice tomando en cuenta las constelaciones no resulta atinado (cuando resulta) por arte, sino nada más por suerte y que las predicciones fallidas no se explican por una deficiencia en el arte, sino por una mentira de la suerte.

5. Con esto comencé a rumiar en mi ánimo la idea de ir a encontrar, para burlarme de ellos y confundirlos, a aquellos delirantes astrólogos que tan buenas ganancias sacaban de sus delirios; seguro de que no podrían resistirme diciendo que Firmino me había contado mentiras, o que su padre se las había contado a él. Me propuse estudiar los casos de esos hermanos gemelos que uno tras otro en tan pequeño intervalo, que por más que se hable de las leyes del mundo no resulta posible determinar con fijeza las diferencias, de modo que el astrólogo pudiera decir algo con seriedad. Mucho habría errado, por ejemplo, el que viendo el horóscopo de Jacob y de Esaú predijera de ambos lo mismo, cuando sus vidas fueron tan diferentes. Y si hubiera predicho estas diferencias, no las hubiera podido sacar del horóscopo, que era el mismo. No habría podido acertar por arte, sino sólo por suerte.

Pero tú, Señor, justísimo moderador del universo, desde el abismo de tus justos juicios y sin que lo sepan ni los consultantes ni los consultados, con oculta providencia haces que el consultante oiga lo que según los méritos de su alma le conviene oír. Y que nadie diga: ¿Qué es esto, o para qué es esto? Que nadie lo diga, porque es nada más un hombre.

Capitulo VII

1. Ya me habías tú, Señor, que eres mi auxilio, soltado de aquellas cadenas, pero seguía yo preguntándome con insistencia de dónde procede el mal y no encontraba solución alguna. Pero tú no permitías que el ir y venir de mis pensamientos me apartara de la firme convicción de que tú existes y de que tu ser es inmutable. Creía también que eres el juez de los hombres y que tu providencia cuida de ellos y que pusiste el camino de la salvación para todos los hombres en tu Hijo Jesucristo y en las santas Escrituras que recomienda la autoridad de la Iglesia Católica. Creía asimismo en la vida futura que sigue a la muerte corporal. Firmemente establecidos y arraigados en mi alma estos puntos de fe, seguía yo agitando en mí el problema del mal. ¡Qué tormentos pasó mi corazón, Señor, qué dolores de parto! Pero tu oído estaba atento, sin que yo lo supiera y mientras yo buscaba en silencio, clamaba a tu misericordia con fuertes voces mi desolación interior.

2. Mis padecimientos no los conocía nadie sino tú, pues era bien poco lo que mi lengua hacía llegar al oído de mis más íntimos amigos. ¿Cómo podían ellos sospechar nada del tumulto de mi alma, si para describirlo no me hubiera bastado ni el tiempo ni las palabras? Pero a tu oído llegaba todo cuanto rugía en mi corazón adolorido; ante ti estaba patente el anhelo de mi alma y no estaba conmigo la luz de mis ojos (Sal 37:11). Porque esa luz la tenía yo por dentro y yo andaba por afuera. Ella no estaba en lugar, pero yo no atendía sino a las cosas localizadas y en ellas no encontraba sitio de reposo. Ninguna de ellas me recibía en forma tal que yo dijera "aquí estoy bien y contento," pero tampoco me dejaba volver a donde realmente pudiera estar bien. Yo era superior a ellas e inferior a ti. Si yo aceptaba serte sumiso, tú eras para mí la verdadera alegría y sometías a mí las criaturas inferiores.

3. Y en esto consistía el justo equilibrio, la región intermedia favorable a mi salud; para que permaneciera yo a tu imagen y semejanza y en tu servicio dominara mi cuerpo. Pero yo me había erguido orgullosamente delante de ti y corrí contra mi Señor con dura cerviz (Jb 15:26), dura como un escudo. Y entonces las cosas inferiores me quedaron por encima, me oprimían y no me daban respiro ni descanso. Salían a mi encuentro atropelladamente y en masa cuando yo no pensaba sino en imágenes corporales y estas mismas imágenes me cortaban el paso cuando yo quería regresar a ti, como si me dijeran: ¿A dónde vas, tan indigno y tan sucio?

De mi herida había salido toda esta confusión; porque tú heriste y humillaste mi soberbia, cuando mi vanidad me separaba de ti hinchando mi rostro hasta cerrarme los ojos.

Capitulo VIII

Tú, Señor, permaneces eternamente, pero no es eterno tu enojo contra nosotros; quisiste tener misericordia del polvo y la ceniza y te agradó reformar mis deformidades. Con vivos estímulos me agitabas para que no tuviera reposo hasta alcanzar certidumbre de ti por una visión interior. Y así, el toque secreto de tu mano medicinal iba haciendo ceder mi fatuidad y la agudeza de mi mente conturbada y entenebrecida se iba curando poco a poco con el acre colirio de mis saludables dolores.

Capitulo IX

1. Y en primer lugar: queriendo mostrarme cómo a los soberbios les resistes y a los humildes les das tu gracia (St 4:6) y cuánta misericordia has hecho a los hombres por la humildad de tu Verbo, que se hizo Carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14), me procuraste, por medio de cierta persona excesivamente hinchada y fatua, algunos libros platónicos vertidos del griego al latín. En ellos leí, no precisamente con estos términos pero sí en el mismo sentido, que en el principio existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Que todo fue hecho por El y sin El nada fue hecho. Y lo que fue hecho es vida en El. La vida era la Luz de los hombres y la Luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron. Decían también esos libros que el alma del hombre, aun cuando da testimonio de la luz, no es la luz; porque sólo el Verbo de Dios, que es Dios El mismo, es también la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y estuvo en este mundo y el mundo fue hecho por El y el mundo no lo conoció.

2. También leí que el Verbo no nació de carne ni de sangre ni por voluntad de varón, sino que nació de Dios; pero no leí que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Aprendí también algo que repetidamente y de varias maneras se dice en aquellos escritos: que el Verbo tiene la forma del Padre y no tuvo por usurpación la igualdad con Dios, ya que es la misma sustancia con El; pero esos libros nada dicen sobre que el Verbo se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, se hizo semejante a los hombres y fue contado como uno de ellos; se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios lo levantó de entre los muertos y le dio un Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los infiernos y para que todo hombre confiese que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre.

3. En esos libros se dice que tu Verbo, coeterno contigo, existe desde antes de los tiempos y sobre todos los tiempos y que de su plenitud reciben todas las almas para llegar a la bienaventuranza y que se renuevan por la participación de la permanente sabiduría. Pero que tu Hijo haya muerto en el tiempo por todos los pecadores y que a tu propio Hijo no perdonaste sino que lo entregaste por todos nosotros, eso no lo dicen. Porque cosas como éstas las has escondido a los ojos de los sabios y los prudentes para revelarlas a los párvulos, de modo que pudieran venir a El los que sufren y están agobiados y el los aliviará; pues El, que es manso y humilde de corazón, dirige a los apacibles en el juicio y enseña sus caminos a los humildes (Rm 5:6 y 8:32; Mt 11:25-29-30; Sal 24:9), considerando nuestra humildad y nuestros trabajos y perdonándonos nuestros pecados. En cambio, aquellos que se levantan sobre el contorno de una más sublime doctrina no escuchan al que dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis la paz de vuestras almas; y aquello otro, que si conocen a Dios no lo glorifican como a Dios ni le dan gracias, sino que se desvanecen en sus propios pensamientos y se les oscurece el corazón; mientras dicen ser sabios, se convierten en necios (Mt 11:19 y Rm 1:21-22).

4. Por eso, leí también que tu gloria incorruptible había sido trocada en imágenes de hombres corruptibles y aun de aves, animales cuadrúpedos y serpientes. Ese era el alimento egipcio por el cual perdió Esaú su primogenitura; porque tu pueblo primogénito adoró en lugar tuyo la cabeza de un cuadrúpedo, convirtiendo a Egipto en su corazón (Ex 32:9) e inclinando su alma, hecha a tu imagen, ante la imagen de un becerro que come hierba (Sal 105:20). Tales pastos hallé en aquellos libros, pero no los comí; porque te plugo, Señor, quitar de Jacob el oprobio de su disminución, de modo que el mayor sirva al menor y llamaste a los gentiles a tener parte en tu heredad.

5. Y yo, que vine a ti entre los gentiles, había puesto mi atención en aquel oro que quisiste que tu pueblo sacara de Egipto y que sería tuyo dondequiera que estuviese (Ex 11 y 30). Y a los atenienses les dijiste por boca de tu apóstol que en ti vivimos, nos movemos y somos, como algunos de ellos habían dicho (Hch 17:28). Y ciertamente de allá procedían aquellos libros. No puse pues los ojos en los ídolos egipcios fabricados con tu oro por los que cambian la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en vez de al creador (Rm 1:25).

Capitulo X

1. Advertido quedé con todo esto de que debía entrar en mí mismo y pude conseguirlo porque tú, mi auxiliador, me ayudaste. Entré pues y de algún modo, con la mirada del alma y por encima de mi alma y de mi entendimiento, vi la luz inmutable del Señor. No era como la luz ordinaria, accesible a toda carne; ni era más grande que ella dentro del mismo género, como si la luz natural creciera y creciera en claridad hasta ocuparlo todo con su magnitud. Era una luz del todo diferente, muchísimo más fuerte que toda luz natural. No estaba sobre mi entendimiento como el aceite está sobre el agua o el cielo sobre la tierra; era superior a mí, porque ella me hizo y yo le era inferior porque fui hecho por ella. Quien conoce esta luz conoce la Verdad y con la Verdad la eternidad. Y es la caridad quien la conoce.

2. ¡Oh Verdad eterna, oh verdadera caridad y amable eternidad! Tú eres mi Dios y por ti suspiro día y noche. Y cuando por primera vez te conocí tú me tomaste para hacerme ver que hay muchas cosas que entender y que yo no era todavía capaz de entenderlas. Y con luz de intensos rayos azotaste la debilidad de mi vista y me hiciste estremecer de amor y de temor. Entendí que me hallaba muy lejos de ti, en una región distante y extraña y sentí como si oyera tu voz que desde el cielo me dijera: "Yo soy el alimento del las almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transfomarás en ti como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te transformarás en mí."

Claro vi entonces que tú corriges al hombre por sus iniquidades e hiciste a mi alma secarse como una araña (Sal 38:12). Y me dije: "¿Acaso es inexistente la verdad por no difundirse por los lugares del espacio?" Y tú desde lejos me respondiste: Muy al contrario, yo soy El-Que-Es (Ex 3:14). Esta palabra la oí muy adentro del corazón y no había para mí duda posible. Más fácilmente podría dudar de mi propia existencia que no de la existencia de la Verdad, pues ella se nos manifiesta a partir de la inteligencia de las cosas creadas (Rm 1:20).

Capitulo XI

Consideré todo cuanto existe debajo de ti y encontré que ni absolutamente son ni absolutamente no son. Son, pues existen fuera de ti, pero no son, por cuanto no son lo que tú eres. Porque verdadera y absolutamente es sólo aquello que permanece inconmutable. Entonces, bueno es para mí adherirme a mi Dios (Sal 72:28); pues si no permanezco en El tampoco permanezco en mí. Y El, permaneciendo en sí mismo renueva todas las cosas (Sb 7:27). Y Señor mío eres tú, pues no necesitas de mí (Sal 15,2).

Capitulo XII

1.Y me quedó del todo manifiesto que son buenas las cosas que se corrompen. No podrían corromperse si fueran sumamente buenas, pero tampoco se podrían corromper si no fueran buenas. Si fueran sumos bienes serían por eso incorruptibles; pero si no fueran buenas nada tendrían que pudiera corromperse. La corrupción es un daño por cuanto priva de algún bien, pues si no fuera así a nadie dañaría. Porque o bien la corrupción no implica año, lo cual es evidentemente falso, o bien, como es igualmente evidente, nos daña porque nos priva de algo bueno. Si las cosas se vieran privadas de todo bien no podrían existir en modo alguno; pero si existen y ya no admiten corrupción, ello será sólo porque son mejores y permanecen incorruptibles.

2. ¿Y qué monstruosidad mayor que la de decir que perdiendo algo se hacen mejores? Por consiguiente: si de todo bien se ven privadas, nada son y si algo son, es porque son buenas. El mal sobre cuya naturaleza y procedencia investigaba yo, no puede ser una sustancia, ya que si lo fuera sería buena. Entonces, no hay escape: o sería una sustancia incorruptible y por eso un sumo bien, o sería una sustancia corruptible que no podría corromperse si no fuera buena. Vi pues de manera manifiesta que tú todo lo hiciste bueno y que no existe sustancia alguna que tú no hayas hecho. Por otra parte, no hiciste todas las cosas igualmente buenas; por eso cada una tiene su bien y el conjunto de todas las cosas es muy bueno. Tú, Señor y Dios nuestro, lo hiciste todo muy bueno.

Capitulo XIII

1. En ti mismo no hay, en absoluto, mal alguno. Pero tampoco en el conjunto del universo, pues fuera de ti nada hay que pudiera irrumpir en él y perturbar el orden que tú le impusiste. Sin embargo, en las partes singulares del mundo hay elementos que no convienen con otros y por eso se dicen malos; pero esos mismos tienen conveniencia con otras cosas y para ellas, son buenos, además de que son buenos en sí mismos. Y todos los elementos que entre sí no concuerdan tienen clara conveniencia con esta parte inferior del mundo que llamamos "tierra" la cual tiene porque así es congruente, su cielo lleno de vientos y nubes.

2. Lejos de mí el decir que sólo estas cosas existen. Pero si no viera yo ni conociera más que éstas, de ellas solas tendría motivo para alabarte. Porque manifiestan que eres laudable, en la tierra, los dragones y los abismos, el calor y el frío, el hielo, la nieve y el granizo y el terrible soplo de las tempestades, que obedecen a tu palabra. Que alaben siempre tu Nombre los montes y las colinas, los árboles frutales todos los cedros. Que lo canten las bestias y todas las ovejas, los reptiles y las plumadas aves. Que los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y los jueces de la tierra, los jóvenes y las doncellas, los ancianos y los menores de edad canten a tu Nombre.

Y como en el cielo, Señor y Dios nuestro también se te alaba, canten a tu Nombre en las alturas todos los ángeles y las virtudes; el sol y la luna, la luz y todas las estrellas, los cielos de los cielos y las aguas que contienen (Sal 148:7-12).

No deseaba yo ya cosas mejores, pues pensé en todo lo que existe, donde los seres más perfectos son mejores que los menos perfectos; pero su conjunto es mejor todavía que los mismos seres superiores. Todo eso lo llegué a pensar con mayor cordura.

Capitulo XIV

No hay cordura en quienes sienten disgusto por alguna de tus criaturas, como no la había en mí cuando me disgustaban algunas de la cosas que tú creaste. Y como no se atrevía mi alma a desagradarte a ti, mi Dios, prefería no admitir como tuyo lo que me disgustaba. De ahí me vino la inclinación a la teoría de las dos sustancias, en la cual, por otra parte, no hallaba quietud y tenía que decir muchos desatinos. A vueltas de estos errores me había yo imaginado un dios difuso por todos los lugares del espacio, creyendo que eso eras tú y, ese ídolo abominable para ti, lo había puesto yo en mi corazón como en un templo. Pero luego que alumbraste mi ignorante cabeza y cerraste mis ojos para que no vieran la vanidad (Sal 118:37), me alejé un poco de mí mismo y se aplacó mi locura. Me desperté en tus brazos y comprendí que eres infinito, pero de muy otra manera; con visión que ciertamente no procedía de mi carne.

Capitulo XV

Consideré pues todas las cosas y vi que te deben el ser; que todo lo finito se contiene en ti no como en un lugar, sino abarcado, como en la mano, por tu verdad. Todas son verdaderas en la medida en que algo son y, en ellas no hay falsedad sino cuando nosotros pensamos que son lo que no son. Y vi que cada cosa está bien en su lugar y también en su tiempo y que tú, eterno como eres, no comenzaste a obrar sólo pasados largos espacios de tiempo; pues todos los tiempos, los que ya pasaron y los que van a venir, no vendrían ni pasarían sino porque tú obras y eres permanente.

Capitulo XVI

Por la experiencia he podido comprobar que el pan mismo, bueno como es y agradable al paladar del hombre sano, no le cae bien al paladar de un hombre enfermo; así como la luz, agradable para el ojo sano, es un martirio para el que está enfermo de los ojos. Tu justicia misma no place a los inicuos que, a la par de las víboras y los gusanos, buenos en sí, tienen afinidad con las partes inferiores de la tierra y tanto más les son afines cuanto más desemejantes son contigo; por la misma manera como los que más se te asemejan mayor conveniencia tienen con las cosas superiores.

Al preguntarme pues qué es la maldad me encontré con que no es sustancia alguna, sino sólo la perversidad de un albedrío que se tuerce hacia las cosas inferiores apartándose de la suma sustancia que eres tú y que arroja de sí sus propias entrañas quedándose sólo con su hinchazón.

Capitulo XVII

1. Y me admiré entonces de ver que te amaba a ti y no ya a un fantasma. Pero no era estable este mi gozo de ti; pues si bien tu hermosura me arrebataba, apartábame luego de ti la pesadumbre de mi miseria y me derrumbaba gimiendo en mis costumbres carnales. Pero aun en el pecado me acompañaba siempre el recuerdo de ti y ninguna duda me cabría ya de tener a quien asirme, aun cuando carecía yo por mí mismo de la fuerza necesaria. Porque el cuerpo corruptible es un peso para el alma y el hecho mismo de vivir sobre la tierra deprime la mente agitada por muchos pensamientos (Sb 9:15). Segurísimo estaba yo de que tus perfecciones invisibles se hicieron, desde la constitución del mundo, visibles a la inteligencia que considera las criaturas y también tu potencia y tu divinidad (Rm 1:20).

2. Buscando pues un fundamento para apreciar la belleza de los cuerpos tanto en el cielo como sobre la tierra, me preguntaba qué criterio tenía yo para juzgar con integridad las cosas mudables diciendo: "esto debe ser así y aquello no." Y encontré que por encima de mi mente mudable existe una verdad eterna e inmutable. De este modo y procediendo gradualmente a partir de los cuerpos pasé a la consideración de que existe un alma que siente por medio del cuerpo y esto es el límite de la inteligencia de los animales, que poseen una fuerza interior a la cual los sentidos externos anuncian sobre las cosas de afuera.

3. Pero luego de esto, mi mente, reconociéndose mudable, se irguió hasta el conocimiento de sí misma y comenzó a hurtar el pensamiento a la acostumbrada muchedumbre de fantasmas contradictorios para conocer cuál era aquella luz que la inundaba, ya que con toda certidumbre veía que lo inmutable es superior y mejor que lo mudable. Alguna idea debía de tener sobre lo inmutable, pues sin ella no le sería posible preferirlo a lo mudable. Por fin y siguiendo este proceso, llegó mi mente al conocimiento del ser por esencia en un relámpago de temblorosa iluminación. Entonces tus perfecciones invisibles se me hicieron visibles a través de las criaturas, pero no pude clavar en ti fijamente la mirada. Como si rebotara en ti mi debilidad, me volvía yo a lo acostumbrado y de aquellas luces no me quedaba sino un amante recuerdo, como el recuerdo del buen olor de cosas que aún no podía comer.

Capitulo XVIII

Andaba yo en busca de alguna manera de adquirir la energía necesaria para gozar de ti, pero no pude encontrarla mientras no pude admitir que Jesucristo es mediador entre Dios y los hombres; que está sobre todas las cosas y es Dios bendito por todos los siglos (1Tm 2:5; Rm 9:5). Y Cristo me llamaba diciendo: yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6).

El alimento que yo no podía alcanzar no era otro que tu propio Verbo por quien hiciste todas las cosas, el cual al hacerse hombre y habitar en nuestra carne (Jn 1:14) se hizo leche para nuestra infancia.

Pero yo no era humilde y por eso no podía entender a un Cristo humilde, ni captar lo que El nos enseña con su debilidad. Porque tu Verbo, eterna verdad y supereminente sobre lo más excelso que hay en tu creación, levanta hacia sí a quienes se le someten. Siendo la excelsitud misma, quiso edificarse acá en la tierra una humilde morada de nuestro barro por la cual deprimiese el orgullo de los que quería atraer a sí y los sanara nutriéndolos en su amor; para que no caminaran demasiado lejos apoyados en su propia confianza, sino que más bien se humillaran al ver a sus pies a una persona divina empequeñecida por su participación en la vestidura de nuestra piel humana; para que sintiéndose fatigados se postraran ante ella y ella levantándose, los levantara.

Capitulo XIX

1. Pero entonces creía yo de mi Señor Jesucristo algo del todo diferente. Ciertamente lo tenía por un varón de insuperable sabiduría con el cual nadie podía compararse, especialmente porque había nacido de manera admirable de una virgen, como para ejemplo de menosprecio de los bienes temporales poder conseguir la inmortalidad. Por haber tenido de nosotros tan grande providencia, su autoridad me parecía inigualable; pero no me cabría ni la menor sospecha del misterio encerrado en las palabras el Verbo se hizo carne (Jn 1:14). De todo lo que sobre El se nos había entregado por escrito asumía yo que Cristo había bebido y dormido, que caminó y predicó, que conoció la tristeza y también la alegría; pero estimaba que aquella carne suya no se había unido a tu Verbo, sino con un alma y con una inteligencia humanas. Esto lo sabe quien ha llegado a conocer la inmutabilidad de tu Verbo, como la conocía yo ya para entonces y lo profesaba sin la menor sombra de dubitación. Porque la capacidad de mover a voluntad los miembros del cuerpo o no moverlos; o sentir un afecto y luego otro diferente en otro momento; o pronunciar en una ocasión admirables sentencias para guardar silencio en otra, es cosa propia de la mutabilidad del alma y de la mente. Y si todas estas cosas que de Cristo se dicen fueran falsas, todo lo demás naufragaría en la mentira y no quedaría en los sagrados Libros ninguna esperanza de salvación para el género humano.

2. Pero yo, teniendo por veraces esos escritos, reconocía en Cristo a un hombre completo. No solamente un cuerpo humano o un alma en ese cuerpo pero sin inteligencia, sino un hombre completo y verdadero. Cristo no era para mí la Verdad personal; pero sí veía en El una incomparable grandeza y excelencia debida a su más perfecta participación en la sabiduría. Alipio pensaba que la fe de los católicos predicaba que en Cristo no había, aparte de Dios y el cuerpo, un alma y una mente de hombre. Y como aceptaba bien en firme lo que había oído y guardaba en la memoria y como pensaba que tales cosas no son posibles sino en un ser dotado de alma y de razón, caminaba con tardos pasos hacia la fe cristiana. Pero cuando más tarde se enteró de que tales enseñanzas eran la herejía de los apolinaristas, se alegró sobremanera y se entregó sin reticencias a la fe católica.

Confieso que sólo más tarde fui capaz de distinguir la mucha diferencia que media entre el error de Fotino y la fe católica a propósito de que el Verbo se hizo carne. Porque la discusión de las herejías pone en relieve cuál es el verdadero sentir de tu Iglesia y cuál es la doctrina verdadera. Era necesario que se produjesen las herejías para que los fuertes en la fe se distinguieran de los débiles en la fe (1Co 11:19).

Capitulo XX

1. Los libros platónicos que leí me advirtieron que debía buscar la verdad incorpórea y llegué a sentir que en realidad perfecciones invisibles se hacen visibles a la inteligencia por la consideración de las criaturas; pero era repelido por aquellos que las tinieblas de mi alma no me dejaban conocer. Seguro estaba yo de tu existencia; seguro de que eres infinito pero que no te difundes por lugares ni finitos ni infinitos; que en verdad eres el que siempre has sido, idéntico a ti mismo y deducía que todas las cosas proceden de ti por el simplicísimo argumento de que existen.

De todas estas cosas estaba ciertísimo, pero era débil para gozar de ti. Hablaba con locuacidad, como si fuera muy perito; pero de no buscar el camino en Cristo Redentor sería yo no un hombre perito, sino un hombre que perece. Ya para entonces había yo comenzado a hacer ostentación de sabiduría, lleno como estaba de lo que era mi castigo y, en vez de llorar, me hinchaba con la ostentación de la ciencia.

2. Pues, ¿dónde estaba aquella caridad que edifica sobre el fundamento de la humildad de Jesucristo; o cuándo me enseñaron la humildad aquellos libros? Tú quisiste, creo, que los leyera antes de acercarme a la Sagrada Escritura para que quedara impreso en mi memoria el efecto que me habían producido; así, más tarde, amansado ya por tus libros y curado de mis llagas por tu mano bienhechora, iba yo a tener discernimiento para distinguir la verdadera confesión de la mera presunción; para ver la diferencia entre los que entienden a dónde se debe ir pero no ven por dónde y la senda que lleva a la patria feliz no sólo para verla, sino para habitar en ella.

Porque si primeramente hubiera sido formado en tus sagrados libros y en una suave familiaridad contigo y después hubiera leído los libros de los platónicos, acaso me arrancaran del sólido fundamento de la piedad; o si no me arrancaban afectos en los que estaba profundamente embebido, al menos pudiera yo creer que dichos libros eran capaces, con sólo leerlos, de engendrar tan noble afecto.

Capitulo XXI

1. Así sucedió que con ardiente avidez arrebataba yo la escritura de tu Espíritu, en San Pablo con preferencia a los demás apóstoles y se me desvanecieron ciertas dificultades que tuve cuando en cierta ocasión me parecía encontrarlo en contradicción consigo mismo y no ir de acuerdo el texto de sus palabras con el testimonio de la ley y los profetas. Y se apoderó de mí una trepidante exultación cuando vi claro que uno solo es el rostro que nos ofrecen todas las Escrituras.

Comencé pues y, cuanto había leído de verdadero allá, lo encontré también aquí con la recomendación de tu gracia; para que el que ve no se gloríe como si su visión no la hubiera recibido (1Co 4:7). Pues, ¿qué tiene nadie que no lo haya recibido? Y para que sea no sólo amonestado de verte, sino también sanado para poseerte a ti, que eres siempre el mismo y para que, siéndole imposible descubrirte desde lejos, tome el camino por donde puede legar a verte y luego a poseerte. Pues cuando se deleite el hombre en la ley de Dios según el hombre interior, ¿qué hará con esa otra ley que está en sus miembros y que resiste a la ley de su mente y lo tiene cautivo en la ley del pecado que está en sus miembros? (Rm 7:22-23). Porque tú, Señor, eres justo y nosotros somos pecadores y hemos obrado la iniquidad (Dn 3:28). Por eso tu mano se ha hecho pesada sobre nosotros y con justicia hemos sido entregados al antiguo pecador y señor de la muerte y éste ha modelado nuestra voluntad según la suya en la cual no está la verdad (Jn 8:44).

2. ¿Qué hará pues el hombre mísero? ¿Quién lo libertará de su cuerpo de muerte sino tu gracia por Jesucristo, Señor nuestro? (Rm 7:24-25). Jesucristo, a quien engendraste coeterno contigo y a quien creaste en el principio de tus caminos (Pr 8:22); en el cual un príncipe de este mundo no halló causa de muerte (Jn 14:30) y, sin embargo, lo hizo matar y con esa muerte fue destruido el decreto que nos era contrario (Col 2:14).

Nada de esto dicen los libros de los platónicos, ni en sus páginas se encuentra este rostro de piedad, ni las lágrimas de la confesión, en las que tú ves el sacrificio de un corazón contrito y humillado (Sal 50:19); nada dicen de la salud del pueblo, ni de la ciudad desposada, ni de las primicias del Espíritu Santo y el cáliz de nuestra salud. Nadie canta en ellos "mi alma está sujeta al Señor de quien viene mi salud. Porque El es mi Dios y mi salvación; El me ha recibido y ya más no me moveré (Sal 41:2-3).

Regla de San Agustín.

1. Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

2. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad.

Capitulo 1. Fin y fundamento de la vida común

3. En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios. 4. Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el Superior distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare; conforme a lo que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba.".

5. Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, pónganlo de buen grado a disposición de la Comunidad.

6. Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, aunque su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun de lo necesario. Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera.

7. Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser las Comunidades útiles para los ricos y no para los pobres, si sucede que en ellas los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.

8. Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien, deben gloriarse más de la comunidad de los Hermanos pobres que de la condición de sus padres ricos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas compartido con la Comunidad que si las disfrutaran en el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo fuera poseyéndolas?

9. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos.

 

 

Capitulo 2. De La Oración

10. Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.

11. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

12. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz.

13. Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

 

Capitulo 3. De La Frugalidad Y Mortificación

14. Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, según la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no por eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

15. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la que recibe el alimento, sino que el todo sienta también hambre de la palabra de Dios.

16. Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que a ellos no se les da, sino más bien deben alegrarse, porque pueden soportar lo que aquéllos no pueden.

17. Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la detestable perversidad de que en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen mortificados los ricos, se conviertan en delicados los pobres.

18. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho.

 

Capitulo 4. De la Guarda de La Castidad Y De La Corrección Fraterna

19. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.

20. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos

21. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada que moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.

22. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohibe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis que tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la mirada impura es indicio de un corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.

23. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer. Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada"

24. Por lo tanto, cuando estéis en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros, os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.

25. Y si observáis en alguno de vuestros Hermanos este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes.

26. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viereis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no seria cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no se corrompa más su corazón?

27. Pero, en caso de negarlo, antes de exponer selo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser argüido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.

28. Y lo que he dicho en lo referente a la mi rada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.

29. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confíe perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado con una mayor severidad, según el juicio del Superior Mayor o del Superior Local.

Capitulo 5. Del Uso De Las Cosas Necesarias Y De Su Diligente Cuidado

30. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma ropería. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite. Pero si de ahí surgiesen entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido semejante al de otro Hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón, cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.

34. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del Superior lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada.

35. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el cuerpo, creásele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

36. No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiere, sino con quienes manda el Superior.

37. Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener fiebre, padecen algún achaque, encárguese a un Hermano para que pida de la despensa lo que cada cual necesite.

38. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus Hermanos sin murmuración.

39. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan.

40. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no difieran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

Capitulo 6. De La Pronta Demanda Del Perdón Y Del Generoso Olvido De Las Ofensas

41. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, convirtiéndose el alma en homicida: pues así leéis: "El que odia a su hermano es homicida."

42. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara alguna falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido perdónele sin discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia de la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa religiosa, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar el remedio salido de la misma boca que produjo la herida.

43. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras al cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedien tes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual.

Capitulo 7. Criterios De Gobierno Y Obediencia

44. Obedézcase al Superior Local como a un padre, guardándole el debido respeto para que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al Superior Mayor, que tiene el cuidado de todos vosotros.

45. Corresponde principalmente al Superior Local hacer que se observen todas estas cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir. Será su deber remitir al Superior Mayor, que tiene entre vosotros más autoridad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.

46. Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con autoridad, sino por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante todos como ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos, consuele a los tímidos, reciba a los débiles, sea paciente con todos, Observe la disciplina con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros.

47. De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.

 

Capitulo 8. De La Observancia De La Regla

48. Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que emana de vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia.

49. Y para que podáis miraros en este librito como en un espejo y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación.

 

Soliloquios [1].

Libro 1.

1. Plegaria A Dios

1. Durante largo tiempo anduve considerando en mi interior muchos y diferentes asuntos, y tratando con empeño durante días de conocerme a mí mismo, qué debo hacer y qué he de evitar; de improviso me dijo una voz, no sé si mía o de otro, de fuera o de dentro (pues eso mismo es lo que principalmente quiero esclarecer); me dijo, pues, aquella voz:

Razón. — Veamos, pon que has hallado ya alguna verdad. ¿A quién la encomendarás para seguir adelante?

Agustín. — A la memoria.

R. — Pero ¿es lo bastante firme para retener bien tus pensamientos?

A. — Difícil me parece, o más bien, imposible.

R. — Luego es necesario escribir. Mas ¿qué te ocurre, que por tu salud te resistes al trabajo de escribir? Mira: estas cosas no se pueden dictar, pues requieren completa soledad.

A. — Verdad dices. Y por eso no sé qué hacer

R. — Pide fuerza y ayuda para lograrlo, y pon esa misma petición por escrito, para que escribiendo aumenten tus bríos. Después resume lo que vayas descubriendo en conclusiones breves. No te inquietes por lo que pida una masa de lectores; esto bastará para tus escasos conciudadanos.

A. — Lo haré así.

2. Dios, Creador de todas las cosas, dame primero la gracia de rogarte bien, después hazme digno de ser escuchado y, por último, líbrame. Oh Dios, por quien todas las cosas que por sí mismas no existirían, tienden al ser. Dios, que no permites que perezca ni lo que se destruye a sí mismo. Dios, que creaste de la nada este mundo, lo más bello que contemplan los ojos. Dios, que no eres autor de ningún mal y haces que lo malo no empeore. Dios, que a los pocos que en el verdadero ser buscan refugio les muestras que el mal sólo es privación de ser. Dios, por quien la universalidad de las cosas es perfecta, aun con los defectos que tiene. Dios, por quien hasta el confín del mundo nada es disonante, pues las cosas peores hacen armonía con las mejores. Dios, a quien ama todo lo que es capaz de amar, sea consciente o inconscientemente. Dios, en quien están todas las cosas, pero sin afearte con su fealdad ni dañarte con su malicia o extraviarte con su error. Dios, que sólo los limpios has querido que posean la verdad. Dios, Padre de la Verdad, Padre de la Sabiduría y de la vida verdadera y suma, Padre de la bienaventuranza, Padre de lo bueno y hermoso, Padre de la luz inteligible, Padre que nos despiertas y nos iluminas; Padre de la Prenda que nos enseña a volver a ti.

3. A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben. Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados. Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer; a quien volver es levantarse; permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado: a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse; seguirte a ti es amar; verte es poseerte. Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos. Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades. Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes. Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad. Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda.

4. Todo cuanto he dicho eres tú, mi Dios único. Ven Tú en mi socorro, una, eterna y verdadera sustancia, donde no hay ninguna discordancia, ni confusión, ni mudanza, ni indigencia, ni muerte, donde hay suma concordia, suma evidencia, soberano reposo, soberana plenitud y suma vida; donde nada falta ni sobra: donde el progenitor y el unigénito son una misma sustancia. Dios, a quien sirve todo lo que sirve, a quien obedece toda alma buena. Según tus leyes giran los cielos y los astros realizan sus movimientos, el sol produce el día, la luna templa la noche, y todo el mundo, según lo permite su condición material, conserva una gran constancia con las regularidades y revoluciones de los tiempos; durante los días, con el cambio de la luz y las tinieblas; durante los meses, con los crecientes y menguantes lunares; durante los años, con la sucesión de la primavera, verano, otoño e invierno; durante los lustros, con la perfección del curso solar; durante grandes ciclos, por el retorno de los astros a sus puntos de partida. Dios, por cuyas leyes eternas no se perturba el movimiento vario de las cosas mudables y con el freno de los siglos que corren se reduce siempre a cierta semejanza de estabilidad; por cuyas leyes es libre el albedrío humano y se distribuyen los premios a los buenos y los castigos a los malos, siguiendo en todo un orden fijo. Dios, de ti proceden hasta nosotros todos los bienes, tú apartas todos los males. Dios, nada existe sobre ti, nada fuera de ti, nada sin ti. Dios, todo se halla bajo tu imperio, todo está en ti, todo está contigo. Tú creaste al hombre a tu imagen y semejanza, como reconoce quien se conoce a sí mismo. Óyeme, escúchame, atiéndeme, Dios mío, Señor mío, Rey mío, Padre mío, principio y creador mío, esperanza mía, herencia mía, mi honor, mi casa, mi patria, mi salud, mi luz, mi vida. Escúchame, escúchame, escúchame según tu estilo, de tan pocos conocido.

5. Ahora te amo a ti solo, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a servir, porque tú solo riges con justicia; quiero pertenecer a tu jurisdicción. Manda y ordena, te ruego, lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz; sana y abre mis ojos para ver tus signos; destierra de mí toda ignorancia para que te reconozca a ti. Dime adónde debo dirigir la mirada para verte a ti, y espero hacer todo lo que mandares. Recibe, te pido, a tu fugitivo, Señor, clementísimo Padre; basta ya con lo que he sufrido; basta con mis servicios a tu enemigo, hoy puesto bajo tus pies; basta ya de ser juguete de las apariencias falaces. Recíbeme ya siervo tuyo, que vengo huyendo de tus contrarios, que me retuvieron sin pertenecerles, cuando vivía lejos de ti. Ahora comprendo la necesidad de volver a ti; ábreme la puerta, porque estoy llamando; enséñame el camino para llegar hasta ti. Sólo tengo voluntad; sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en pos de lo seguro y eterno. Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no conozco el camino que lleva hasta ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje. Si con la fe llegan a ti los que te buscan, no me niegues la fe; si con la virtud, dame la virtud; si con la ciencia, dame la ciencia. Aumenta en mí la fe, aumenta la esperanza, aumenta la caridad. ¡Oh qué admirable y singular es tu bondad!

6.A ti vuelvo y torno a pedirte los medios para llegar hasta ti. Si tú abandonas, la muerte se cierne sobre mí: pero tú no abandonas, porque eres el sumo Bien, y nadie te buscó debidamente sin hallarte. Y debidamente te buscó el que recibió de ti el don de buscarte como se debe. Que te busque, Padre mío, sin caer en ningún error; que al buscarte a ti, nadie me salga al encuentro en vez de ti. Pues mi único deseo es poseerte; ponte a mi alcance, te ruego, Padre mío; y si ves en mí algún apetito superfluo, límpiame para que pueda verte. En cuanto a la salud corporal, no sabiendo qué utilidad puedo recabar de ella para mí o para bien de los amigos, a quienes amo, la dejo en tus manos, Padre sapientísimo y óptimo, y rogaré por esta necesidad, según oportunamente me indicares. Sólo ahora imploro tu nobilísima clemencia para que me conviertas plenamente a ti y destierres todas las repugnancias que a ello se opongan, y en el tiempo que lleve la carga de este cuerpo, haz que sea puro, magnánimo, justo y prudente, perfecto amante y conocedor de tu sabiduría y digno de habitar y habitante de tu beatísimo reino. Amen, amen

 

2. Qué se ha de Amar

7. A. — He rogado a Dios.

R. — ¿Qué quieres, pues, saber?

A. — Todo cuanto he pedido.

R. — Resúmelo brevemente.

A. — Deseo conocer a Dios y al alma.

R. — ¿Nada más?

A. — Nada más.

R. — Empieza, pues, a investigar. Pero dime antes a qué grado de conocimiento quieres llegar hasta decir: "basta ya."

A. — No sé cómo debe manifestárseme Dios hasta decir: "ya es suficiente," porque no creo que conozca ninguna cosa como deseo conocerlo a Él.

R. — Entonces, ¿qué hacemos? ¿No crees que primero debe determinarse el grado del saber divino a que aspiras, para que una vez logrado cese tu investigación?

A. — Así opino; pero no veo el modo de conseguirlo. ¿Acaso conozco algo semejante a Dios para poder decir: "tal como conozco esto, así quiero conocer a Dios"?

R. — Si todavía no conoces a Dios, ¿cómo sabes que no conoces nada semejante a Él?

A. — Porque si conociera algo semejante, lo amaría sin duda ninguna; y ahora sólo amo a Dios y al alma, dos cosas que ignoro.

R. — Entonces, ¿no amas a tus amigos?

A. — Amando el alma, ¿cómo no voy a amarlos?

R . — ¿Luego por esa razón, también amarás a los insectos?

A. — He dicho que amo a las almas, no a los animales.

R. — O tus amigos no son hombres o tú no los amas, pues todo hombre es animal, y tú dices que no amas a los animales.

A. — Hombres son y no los amo por ser animales, sino por ser hombres, esto es, porque tienen almas racionales, cosa que aprecio hasta en los ladrones. Porque puedo amar la razón en cada uno, aun cuando aborrezca justamente al que usa mal de lo que amo en ellos. Así, amo más a mis amigos cuanto mejor usan del alma racional, o ciertamente, cuanto mejor desean usar de ella.

3. Conocimiento de Dios

R. — Está bien; pero, si alguien te dijese: "te haré conocer a Dios como conoces a Alipio," ¿no se lo agradecerías, diciendo: "Me contento con eso"?

A. — Se lo agradecería, pero no me daría por satisfecho.

R. — ¿Por qué?

A. — Porque no conozco a Dios como a Alipio, y tampoco estoy satisfecho de mi conocimiento de éste.

R. — Mira bien, pues, si no será una insolencia querer conocer suficientemente a Dios, cuando no conoces a Alipio.

A. — No vale el argumento; pues en comparación de los astros, ¿qué cosa hay más vil que mi cena? Y aun con todo, no sé qué cenaré mañana pero sí la fase lunar en que estaremos.

R. — ¿Te satisfarías, pues, con conocer a Dios como conoces el signo del curso lunar de mañana?

A. — No es bastante, porque eso pertenece a la esfera de la percepción sensible, y no sé si Dios o alguna causa natural desconocida cambiará el orden y curso lunar; y si esto acaece, se derriba en tierra toda mi previsión.

R. — ¿Y crees que eso es posible?

A. — No, pero ahora busco el saber, no la fe. Y lo que sabemos decimos bien que lo creemos; mas no todo lo que creemos lo sabemos.

R. — Entonces ¿rechazas en este asunto el testimonio de los sentidos?

A. — Totalmente,

R. — Pues a aquel amigo tuyo, todavía desconocido para ti, según afirmas, ¿cómo quieres conocerlo: con los sentidos o con el entendimiento?

A. — Lo que por los sentidos conozco de él — si es que por ellos se puede conocer algo — es de poco valor y me basta; mas aquella parte por la que le amo, esto es, el alma, quiero alcanzarla con el entendimiento.

R. — ¿Puede conocerse de otra manera?

A. — No.

R. — ¿Y te atreves a decir que desconoces a un amigo tan íntimo y familiar?

A. — ¿Por qué no? Considero ley justa de la amistad la que prescribe amar al amigo como a sí mismo. Y como yo tampoco me conozco a mí mismo, no es ninguna injuria decir que desconozco a un amigo, sobre todo cuando ni él mismo se conoce, según creo.

R. — Si, pues, lo que quieres indagar ahora es de naturaleza intelectual, cuando te reproché como una presunción el desear conocer a Dios sin conocer a Alipio, no venía a propósito aquello de la cena y de la luna como ejemplo, por ser cosas pertenecientes al dominio de los sentidos, según dices.

4. La Verdadera Ciencia

9. R. — Pero dejemos esto a un lado; ahora respóndeme a esto: Suponiendo que sea verdad lo que de Dios han dicho Platón y Plotino, ¿te bastaría su ciencia divina?

A. — No por ser verdaderas las cosas que ellos dijeron de Dios se concluye que las poseyeran con ciencia. Pues muchos copiosamente hablan de lo que no saben, como yo mismo las cosas que expresé en la plegaria las he formulado como un deseo, lo cual sería irracional si tuviera ciencia de todo aquello; pero ¿acaso por eso no debí expresarlo? Saqué a la luz tantos conceptos sin comprenderlos, recogidos de aquí y allá, depositados en la memoria y armonizándolos con la fe, según me era posible: pero el saber es otra cosa.

R. — Dime, pues, ¿sabes en geometría lo que es una línea?

A — Ciertamente lo sé.

R. — ¿No temes a los académicos en esta persuasión?

A. — No en absoluto. Porque ellos no quieren que yerre el sabio, y yo no pertenezco a esta categoría. No temo, pues, confesar la ciencia de las cosas que conozco. Pero si, como deseo, después llego a la sabiduría, haré lo que ella me aconseje.

R. — Nada rechazo; mas para continuar nuestra indagación, como conoces la línea, ¿sabes lo que es la figura redonda que se llama esfera?

A. — Lo sé.

R. — ¿Conoces por igual la línea y la esfera, o una cosa más que otra?

A. — Igualmente las dos, pues en ninguna me engaño.

R. — ¿Y ambas las has percibido con los sentidos o con la inteligencia?

A. — Los sentidos en este punto me han servido como nave. Pues cuando me llevaron al punto que me dirigía, allí los dejé; y ya, como asentado en tierra firme, cuando comencé a pensar en estas cosas, me vacilaron por largo tiempo los pies. Por lo cual, antes me parece que se podrá navegar por tierra que alcanzar la ciencia geométrica con los sentidos, aunque a los principiantes les prestan alguna ayuda.

R. — ¿No dudas, pues, en llamar ciencia al conocimiento que tienes de estas cosas?

A. — No, con tal me lo permitan los estoicos, pues según ellos sólo el sabio posee la ciencia. Tengo la percepción de estas cosas, que se compaginan con la estulticia; pero tampoco temo a los estoicos, y afirmo que tengo ciencia de las verdades sobre las cuales me has interrogado. Sigue, pues, adelante y veamos adónde me llevas.

R. — No te apresures, pues tenemos tiempo. Procede con cautela para no hacer concesiones temerarias. Quisiera verte gozar de la posesión de algunas verdades ciertas sin temor a errar, y como si fuera poca ganancia, ¿me espoleas a acelerar la marcha?

A. — Haga Dios lo que pides y, según tu prudencia, corrígeme acremente si otra vez incurro en semejantes faltas.

10. R. — ¿Es evidente para ti que la línea longitudinalmente no puede dividirse en dos?

A. — No hay lugar a duda.

R. — ¿Y se puede cortar en sentido transversal?

A. — Mil intersecciones se pueden hacer en ella.

R. — ¿No es también evidente que del centro de la esfera no se pueden trazar ni dos círculos iguales?

A. — La misma evidencia tengo de esa verdad.

R. — Y la línea y la esfera, ¿son cosas idénticas o diversas?

A. — Muy diversas.

R. — Si, pues, igualmente conoces ambas cosas y tanto difieren entre sí, según afirmas, luego hay una ciencia indiferente de cosas diferentes.

A. — ¿Quien lo niega?

R. — Tú lo has negado hace poco pues preguntándote cómo quieres conocer a Dios hasta decir basta, me respondiste que no podías explicarlo, por no conocer ninguna cosa con que se midiera el conocimiento de Dios, pues nada semejante a Él te ofrecía la ciencia. Ahora bien ¿la línea y la esfera son semejantes?

A. — ¿Quién dice eso?

R. — Pues yo no te he preguntado si conoces algo parecido a Dios, sino si conoces algo con una ciencia tan perfecta como la que quisieras tener de Dios. Lo mismo conoces la línea que la esfera, siendo cosas diferentes entre sí. Dime, pues, si te bastará conocer a Dios como conoces una esfera geométrica, esto es, con un conocimiento cierto y seguro

4. Cómo Una Misma Ciencia Puede Abarcar Cosas Diversas

11. A. — Por mucho que me apremies y convenzas, no me atrevo a decir que deseo conocer a Dios como estas verdades. Porque no sólo ellas, sino la misma ciencia, me parecen diferentes. Primero, porque ni la línea ni la esfera difieren tanto entre sí que no sean abarcadas ambas por una misma disciplina. En cambio, ningún geómetra se precia de explicar a Dios. Además, si de cosas tan diversas, como son ellas y Dios, fuera idéntica la ciencia, el gozo de su conocimiento se igualaría con el gozo de conocer a Dios. Ahora bien: todo lo menosprecio en comparación de Dios, y a veces creo que, si llegase a conocerle y verle del modo que es posible, desaparecerán de mi mente todas las otras noticias de las cosas, pues ya ahora, por el amor que le tengo, apenas me vienen a la memoria.

R. — Te concedo que con el conocimiento de Dios sentirás un gozo que no te dará el de las cosas, pero eso se debe a la naturaleza de las mismas, no a la diversidad de noticia. ¿O tal vez abrazas con diferente mirada la tierra y la serenidad del cielo, aunque te agrade más la vista de la una que de la otra? Y si no se engañan los ojos, te he preguntado si es igual la certeza de tu visión del cielo y de la tierra, y tu respuesta debe ser afirmativa, aunque no te deleite la tierra como el esplendor y magnificencia del cielo.

A. — Me interesa esa analogía y me mueve a afirmar que cuanto distan en su esfera el cielo de la tierra, otro tanto aquellas verdades seguras y ciertas de las disciplinas distan de la majestad inteligible de Dios.

6. Los Ojos del Alma con que se percibe a Dios

12. R. — Es razonable tu interés. Pues te promete la razón, que habla contigo, mostrarte a Dios como se muestra el sol a los ojos. Porque las potencias del alma son como los ojos de la mente; y los axiomas de las ciencias se asemejan a los objetos, iluminados por el sol para que puedan ser vistos, como la tierra y todo lo terreno. Y Dios es el sol que los baña con su luz. Y yo, la razón, soy para la mente como el rayo de la mirada para los ojos. No es lo mismo tener ojos que mirar, ni mirar que ver. Luego el alma necesita tres cosas: tener ojos, mirar, ver. El ojo del alma es la mente pura de toda mancha corporal, esto es, alejada y limpia del apetito de las cosas corruptibles. Y esto principalmente se consigue con la fe; porque nadie se esforzará por conseguir la salud de los ojos si no la cree indispensable para ver lo que no puede mostrársele por hallarse inquinada y débil. Y si cree que realmente, sanando de su enfermedad alcanzará la visión, pero le falta la esperanza de lograr la salud, ¿no es verdad que rechazará todo remedio, resistiéndose a los mandatos del médico?

A. — Así es ciertamente, sobre todo porque tales preceptos son difíciles para los enfermos.

R. — Ha de añadirse, pues, la esperanza a la fe.

A. — Sigo la misma opinión.

R. — Y si admite todo eso, animándole la esperanza de poderse curar, pero no desea la luz prometida y anda contenta en sus tinieblas, que con la costumbre se le han hecho agradables, ¿no es verdad que aborrecerá al médico?

A. — Ciertamente.

R. — Se requiere, pues, la tercera cosa, que es la caridad.

A. — Nada es tan necesario.

R. — Luego sin las tres cosas, ningún alma puede sanarse y habilitarse para ver, es decir, entender a Dios.

13. Así, pues, cuando ya tenga sanos los ojos, ¿qué le faltará?

A. — Mirar.

R. — La mirada del alma es la razón; pero como no todo el que mira ve, la mirada buena y perfecta, seguida de la visión, se llama virtud; así, la virtud es la recta y perfecta razón. Con todo, la misma mirada de los ojos ya sanos no puede volverse a la luz, si no permanecen las tres virtudes: la fe, haciéndole creer que en el objeto de su visión está la vida feliz; la esperanza, confiando en que lo verá, si mira bien; la caridad, queriendo contemplarlo y gozar de él. A la mirada sigue la visión misma de Dios, que es el fin de la mirada (no porque ésta cese ya, sino porque no hay más que mirar). Esta es la verdadera y perfecta virtud: la razón que llega a su fin, premiada con la vida feliz. Y la visión es un acto intelectual que se verifica en el alma como resultado de la unión del entendimiento y del, lo mismo que para la visión ocular concurren el sentido y el objeto visible, y ninguno de ellos se puede eliminar, so pena de anularla.

7. Hasta Cuándo Son Necesarias La Fe, Esperanza Y Caridad

14. Indaguemos también si las tres cosas le serán necesarias al alma una vez lograda la visión o intelección de Dios. La fe, ¿cómo puede serle necesaria, pues lo ve? Ni la esperanza, cuando ya posee. En cambio, la caridad, lejos de perecer, está robustecida grandemente. Pues contemplando aquella hermosura soberana y verdadera le crecerá el amor, y si no fijara sus ojos con poderosa fuerza, sin retirarlos de allí para mirar a otra parte, no podría permanecer en aquella dichosa contemplación. Pero mientras el alma habite en este cuerpo mortal, aun viendo o entendiendo perfectamente a Dios, con todo, porque también los sentidos se emplean en sus operaciones, si bien no le seduzcan, aunque sí le hagan vacilar, puede llamarse todavía fe la que se resiste a sus halagos y se adhiere al sumo Bien.

Asimismo, en esta vida, aun siendo el alma bienaventurada con el conocimiento de Dios, no obstante padece muchas molestias y espera que todas se acabarán con la muerte. Luego también la esperanza acompaña al alma mientras peregrina por este mundo. Y cuando después de la vida presente toda se recoja en Dios, quedará la caridad con que se permanece allí. Pues no puede llamarse fe aquella adhesión a la verdad, libre ya de todo peligro de error, ni se ha de esperar algo, donde todo se posee. Luego tres condiciones son necesarias al alma: que esté sana, que mire, que vea. Las otras tres, fe, esperanza y caridad, son indispensables para lo primero y segundo. Para conocer a Dios en esta vida, igualmente las tres son necesarias; y en la otra vida sólo subsiste la caridad.

8. Condiciones Para Conocer A Dios

15. Y ahora, según nos permite el tiempo, recibe sobre Dios alguna enseñanza derivada de aquella analogía de las cosas sensibles. Ciertamente Dios es inteligible, y también son inteligibles aquellos objetos del saber; sin embargo, difieren mucho entre sí. Pues también la tierra es visible, y la luz; pero la tierra no puede verse si no está iluminada por la luz. Luego lo que se enseña en las ciencias — y que sin ninguna duda tenemos como verdades certísimas — , hay que pensar que no se puede entender sin la iluminación de otra especie de sol que le es propia. Así pues, tal como en el sol visible podemos notar tres cosas: que existe, que esplende, que ilumina; del mismo modo, en aquel secretísimo Dios, a cuyo conocimiento aspiras, tres se han de considerar: que existe, que es inteligible y que hace que las demás cosas se entiendan. Me atrevo, pues, a enseñarte estas dos cosas: tú mismo y Dios que te hace entender. Pero antes respóndeme qué te parece lo dicho, ¿lo consideras cosa probable o verdadera?

A. — Claramente probable; pero confieso que alcanzo una esperanza mayor; pues a parte de aquellas proposiciones relativas a la línea y la esfera, nada me has dicho, a lo que me atreva dar el nombre de ciencia.

R. — No es de extrañar, porque hasta ahora no te he ofrecido ninguna cosa que se te imponga con esa clase de percepción.

9. El Amor Propio

16. Pero ¿por qué nos detenemos? Emprendamos la marcha y primero veamos si estamos sanos.

A. — A ti te corresponde examinar, si puedes echar alguna mirada sobre ti o sobre mí. Yo iré respondiendo a tus preguntas lo que pienso.

R. — ¿Amas alguna cosa fuera del conocimiento de tu alma y Dios?

A. — Podría responderte que no amo nada más, según mi sentimiento actual; pero me parece más seguro decir que no lo sé. Pues por repetida experiencia sé que cosas que tenía por indiferentes, cuando me vinieron a la mente me impresionaron mucho más de lo que presumía; y otras que en el pensamiento no me hacían mella, en la realidad me han perturbado más de lo que pensaba. En el estado actual, a mi parecer, sólo me turbarían tres cosas: el miedo a perder a quienes amo, el miedo al dolor y el miedo a la muerte.

R. — Amas, pues, la vida en compañía de tus seres más queridos, la buena salud y la vida temporal del cuerpo, pues de lo contrario no temerías perderlas.

A. — Reconozco que es así.

R. — Luego ahora el no hallarse presentes todos tus amigos ni ser satisfactoria tu salud causan turbación a tu alma; creo que también esto se sigue lógicamente.

A. — Discurres bien; no lo puedo negar.

R. — Y si de improviso experimentases una mejoría corporal y vieses aquí a todos los amigos disfrutando de libre reposo, ¿no te gozarás y darás saltos de alegría? A. — ¿Por qué negarlo? Sobre todo si, como dices todo llega de improviso, ¿cómo podría contenerme, cómo disimular esa alegría?

R. — Luego todavía eres movido por todas las pasiones y perturbaciones del alma. ¿No será, pues, un atrevimiento mirar con tales ojos al sol?

A. — Me arguyes como si no reconociera ningún progreso en el estado de mi salud ni supiera cuánta enfermedad contagiosa se ha curado y cuánta queda todavía. Permíteme hacer esta concesión.

10. El Amor de las Cosas Corporales y Externas

17. R. — ¿No has notado cómo aun los ojos sanos del cuerpo se ofuscan y retroceden con el reverbero del sol para buscar el alivio de la obscuridad? Tú pones los ojos en lo que has adelantado, mas no piensas en lo que deseas ver. Pero examinemos los progresos que piensas haber realizado. ¿No deseas poseer algunas riquezas?

A. — No es de ahora mi renuncia a ellas. Ya tengo treinta y tres años, y hace unos catorce que dejé de desearlas. Si acaso se me ofrecieran, sólo me serviría de ellas para mi sustento necesario y el uso liberal. Un libro de Cicerón me persuadió fácilmente de que no se deben desear las riquezas, y en caso de que lleguen, se han de administrar con suma cautela y prudencia.

R. — ¿Y los honores?

A. — Confieso que ahora he dejado de ambicionarlos, casi en estos días.

R. — ¿Y qué me dices de la mujer? ¿No te complacería tener una esposa bella, modesta, complaciente, instruida o tal que pudieras tú fácilmente instruirla; y que te trajese al matrimonio una dote suficiente, no para enriquecerte, pues aborreces las riquezas, pero sí para llevar una vida desahogada, libre de molestias y cargas?

A. — Por muy bien que me la pintes, enjoyándola de mil prendas, nada tan lejos de mi propósito como la vida conyugal, pues siento que nada derriba la fortaleza viril tanto como los halagos femeninos y aquel contacto corporal sin el que no se puede tener esposa. Y si al oficio del sabio incumbe la formación de los hijos — cosa que no he averiguado todavía — , y con este fin solamente busca el blando yugo, eso me parece cosa de admirar, pero no de imitar. Hay más peligro en intentarlo que dicha en lograrlo. Por lo cual, mirando por la libertad de mi espíritu, justa y útilmente me he impuesto no desear, no buscar, no tomar mujer.

R. — No te pregunto por tus decisiones, sino si luchas todavía o has vencido la pasión sensual. Estoy explorando si están sanos tus ojos.

A. — En este punto nada deseo, nada solicito; y desprecio con horror tales cosas. ¿Qué más quieres? Y noto en mí un progreso creciente todos los días, pues cuanto más ardo en deseos de contemplar aquella soberana hermosura incorruptible, tanto más se vuelven a ella todo mi amor y mis deseos.

R. — ¿Y qué hay del gusto de los manjares? ¿Cuánto ocupa tu atención?

A. — No me inquietan nada aquellos de que no tengo intención de privarme. Los que tomo en efecto me deleita saborearlos; pero sin ninguna afección de mi parte, se retiran de la mesa después de vistos o gustados. Cuando no los tengo presentes, no se mezcla este apetito ni viene a turbar mis pensamientos. No preguntes, pues, nada de manjares, bebidas, baños y otras cosas pertenecientes al deleite corporal; sólo las deseo en cuanto contribuyen a la salud del cuerpo.

 

11. El Uso de los Bienes Exteriores

18. R. — Mucho has progresado; con todo, los apegos que aún tienes te impiden mucho ver aquella luz. Y ahora aplico un medio fácil para demostrar una de estas dos cosas: o que nada nos resta por refrenar o que nada hemos aprovechado, quedando aún toda la corrupción interior que creíamos extirpada. Porque te pregunto: Si te persuaden de que es imposible consagrarse al estudio de la sabiduría con tus más queridos amigos sin una buena base económica, ¿no desearás las riquezas?

A. — Convengo en ello.

R. — Y si te convencen igualmente de que, para comunicar a muchos tu sabiduría, te conviene reforzar tu autoridad con un cargo honroso, y que tus mismos familiares, para moderarse en sus costumbres y dedicarse intensamente a la investigación de la verdad divina, han de ser también honrados, y que todo esto sólo se puede lograr con su honor y dignidad, ¿no ambicionarás estas ventajas, trabajando por lograrlas?

A. — Así es, como dices.

R. — Acerca de la mujer ya no insisto, pues tal vez no hay necesidad de llegar al vínculo matrimonial; con todo, si con el generoso y rico patrimonio de tu mujer pueden sustentarse todos los que en tu compañía viven, dando ella su consentimiento para ese fin de la vida común, y si, además, aporta la nobleza del linaje, tan útil para los honores, según me has concedido, ¿tendrás entonces fuerza para renunciar a estas ventajas?

A. — Pero ¿cuándo puedo yo esperar estas cosas?

19. R. — Me replicas como si yo inspeccionara tus esperanzas. Y no te pregunto por lo que, siéndote negado, no te seduce, sino por lo que te deleitaría en caso de ofrecérsete; pues una cosa es la infección extirpada, otra la adormecida. A este propósito vale lo de algún sabio que dice: los necios son insensatos, como el cieno es fétido, aunque no hiede si no se revuelve. Importa mucho saber si la codicia de espíritu queda marginada por desesperación, o eliminada por la fuerza de la salud.

A. — Aunque no puedo responderte, nunca me persuadirás según la disposición interior que ahora tengo de no haber adelantado nada.

R. — Discurres así porque, aunque pudieras desear esas cosas, no te parecen apetecibles por sí mismas, sino por otros bienes ajenos a ellas.

A. — Eso mismo quería decirte, porque cuando deseé las riquezas, mi corazón se iba tras ellas para ser rico, y los honores, que ahora me dejan indiferente, por no sé qué brillo suyo, me seducían; y en el deseo y atractivo de la mujer busqué siempre el deleite con la buena fama. Sentía entonces verdadera pasión por estas cosas; ahora las menosprecio; con todo, si se me ofrecen como un camino necesario para ir a donde quiero, entonces, más bien que desearse, han de tolerarse.

R. — Muy bien; también yo creo que no debe llamarse codicia el deseo de las cosas que se buscan como medio para lograr otras.

12. Cómo Todos los Deseos Y Pasiones Deben Ordenarse al Sumo Bien

20. Pero te pregunto: ¿por qué quieres que vivan o permanezcan contigo tus amigos, a quienes amas?

A. — Para buscar en amistosa concordia el conocimiento de Dios y del alma. De este modo, los primeros en llegar a la verdad pueden comunicarla sin trabajo a los otros.

R. — ¿Y si ellos no quieren dedicarse a estas ocupaciones?

A. — Les moveré con razones a dedicarse.

R. — ¿Y si no puedes lograr tu deseo, sea porque creen que ya lo hallaron, sea porque tienen por imposible su hallazgo, o porque andan con otras preocupaciones y cuidados?

A. — Entonces viviré con ellos y ellos conmigo, según podamos.

R. — ¿Y si te distraen de la indagación de la verdad con su presencia? Si no logras cambiarlos, ¿no trabajarás y preferirás estar sin ellos que con ellos de esa manera?

A. — Ciertamente.

R. — Luego no quieres su vida y compañía por sí misma, sino como medio de alcanzar con ellos la verdad.

A. — Lo mismo pienso yo.

R. — Y si tuvieras certeza de que tu misma vida era un obstáculo al alcance de la sabiduría, ¿querrías prolongarla?

A. — Antes bien, querría desprenderme de ella.

R. — Y si te convencieran de que tanto abandonando cl cuerpo como viviendo con él, se puede llegar al ideal de la sabiduría, ¿procurarías disfrutar de lo que anhelas aquí o en el más allá?

A. — Me tendría sin cuidado, con tal de saber que ningún mal puede sobrevenirme, haciéndome retroceder en el progreso que tengo hecho.

R. — Luego ahora temes la muerte, porque no te venga mayor daño que te impida el conocimiento de Dios.

A. — No sólo temo que se me arrebate lo ganado, sino que se me cierre el acceso a nuevos hallazgos a que aspiro, si bien creo que nadie me arrebatará lo que ya poseo.

R. — Luego esta misma vida no la deseas por sí misma, sino como un medio para la sabiduría.

A. — Así es.

21. R. — Resta ahora examinar el dolor corporal que tal vez te conturbe.

A. — No lo temo, sino porque me impide la investigación de la verdad. En efecto, estos días, acometido de un agudísimo dolor de dientes, sólo podía ocupar el pensamiento en cosas sabidas, impedido para dedicarme a la búsqueda de otras nuevas para las cuales era necesaria toda la atención de ánimo; no obstante eso, opinaba que si el fulgor de aquella Verdad se hubiera derramado en mi mente, no hubiera sentido el dolor o lo hubiera tolerado como poca cosa. Pero como ninguno he padecido hasta ahora tan fuerte, pensando en otros más agudos que pueden venir, me arrimo a Cornelio Celso, según el cual el sumo Bien es la sabiduría y el sumo mal el dolor del cuerpo. Y discurre él así: de dos partes estamos compuestos: de alma y cuerpo, y la mejor es el alma, y la más vil el cuerpo; y el sumo Bien es lo mejor de la porción excelente, y el sumo mal lo peor de la porción inferior; y es lo mejor en el alma la sabiduría y lo pésimo en el cuerpo el dolor. Conclúyese, pues, evidentemente que el sumo Bien lo constituye la sabiduría y el sumo mal los padecimientos corporales.

R. — Más tarde volveremos a este punto. Tal vez nos persuadirá de otra cosa la misma sabiduría que es nuestro ideal. No obstante, si demuestra esta verdad acerca del soberano Bien y del sumo mal, la abrazaremos sin titubeos.

13. Cómo y Por Qué Grados Se Escala a la Sabiduría. El Amor Verdadero

22. Indagamos ahora cuánto amas la sabiduría, a la que deseas contemplar y abrazar sin ningún velo, tal como se ofrece sólo a sus muy raros y privilegiados amantes. Si amaras a una mujer hermosa y ella averiguase que tenías puesto el amor en otras cosas, fuera de su persona, con razón se te negaría; ¿crees que la hermosura castísima de la sabiduría se te mostrará si no es el objeto único de tu deseo?

A. — ¡Miserable de mí! ¿Por qué, pues, se me priva de su vista, prolongándose el tormento de mi deseo? Ya he demostrado que ningún otro amor me domina, porque lo que no se ama por sí mismo, no se ama. Yo amo sólo la sabiduría por sí misma, y las demás cosas deseo poseerlas o temo que me falten sólo por ella: la vida, el reposo, los amigos. ¿Y qué límite puede haber en el amor de aquella Hermosura, por la cual no sólo no envidio a los demás, sino deseo multiplicar a sus amadores que conmigo la pretendan, conmigo la busquen, conmigo la posean, conmigo la gocen, siendo para mí tanto más amigos cuanto mas común nos sea nuestra amada?

23. R. — Tales deben ser los aspirantes a la Sabiduría. A tales busca ella para su casta y limpia unión. Pero no es único el camino que allí conduce, pues cada cual, según su estado de salud y de fuerza, abraza aquel singular y verdadero bien. Ella es cierta luz inefable e incomprensible de las inteligencias. Que la luz ordinaria nos enseñe, en lo que puede, cómo es aquella. Hay ojos tan sanos y vigorosos que, después de abrirse, pueden mirar de hito en hito sin parpadear al mismo sol. Para éstos, la misma luz es salud, no necesitan magisterio, sino tan sólo alguna amonestación. Bástales creer, esperar y amar. Otros, al contrario, se deslumbran con la misma luz que desean contemplar tan ardientemente, y sin conseguir lo que quieren, muchas veces vuelven a la sombra con gusto. A éstos, aunque se mejoren, hasta considerarse sanos, es peligroso mostrarles lo que no pueden ver aún. Hay que ejercitarlos pues antes, su amor debe nutrirse con una conveniente dilación. Primero se les mostrarán objetos opacos, pero bañados con la luz, como un vestido, un muro, algo semejante. Han de pasar después a fijar la vista en cosas que brillan con mayor belleza no por sí mismas, sino con el reverbero solar, como el oro, la plata y cosas similares, cuyo reflejo no dañe a los ojos. Entonces, con moderación, se les podrá mostrar el fuego terreno, y sucesivamente los astros, la luna, el rosicler de la aurora y el cándido resplandor celeste. Habituándose cada cual más pronto o más tarde según su disposición a este orden de cosas en su integridad o parcialmente, podrá ya carearse con el mismo sol sin titubeo y con gran deleite. Así proceden algunos muy buenos maestros con los muy amantes de la sabiduría, capaces ya de ver, pero faltos de agudeza. La buena disciplina lleva a la sabiduría por grados, aunque llegar sin orden es de una inefable dicha. Mas hoy bastante hemos escrito, según creo; hay que mirar también por la salud

 

14. Cómo la Sabiduría Cura los Ojos del Alma y Los Dispone a la Visión

24. A. — Y otro día dije: Manifiéstame, si puedes ya, ese orden. ¡Ea! arrebátame por el camino que quieras, por las cosas que quieras, como quieras. Impérame acciones difíciles, arduas, pero realizables; que por ellas vaya seguro a donde deseo.

R. — Sólo una cosa puedo mandarte; no conozco otra: la fuga radical de las cosas sensibles. Esfuérzate con ahínco, durante esta vida terrena, por no enviscar las alas del espíritu; es necesario que estén íntegras y perfectas para volar de estas tinieblas a aquella luz que no se digna mostrarse a los encerrados en esta prisión a no ser tales que, desmoronada ésta, puedan gozar a su aire. Así, pues, cuando fueres tal que nada terreno re atraiga ni deleite, entonces mismo, en aquel momento, créeme, verás lo que deseas.

A. — ¡Ah! ¿Cuándo llegará ese momento? dime. Pues opino que nunca alcanzaré una renuncia tan omnímoda sin ver antes aquello, a cuya luz todo se eclipse.

25. R. — Discurriendo de ese modo, lo mismo podría decir el ojo corporal: "Dejaré de amar las sombras cuando viere el sol." Como si eso perteneciera al orden que indagamos, y no es así. Se complace en las sombras, porque no está sano; únicamente puede encararse con el sol el ojo sano. Y aquí se engaña mucho el alma, creyéndose sana sin estarlo, y por no admitírsela a la contemplación, cree que tiene derecho a lamentarse. Mas aquella divina Hermosura sabe cuándo se ha de mostrar, porque ejerce profesión de médico, y conoce bien quiénes son sanos, aun mejor que los mismos que se ponen en sus manos para curarse. A nosotros nos parece ver la altura de nuestra emersión; pero no nos es dado concebir ni sondear la profundidad de nuestra inmersión y la hondura a que habíamos llegado, y así, en comparación con más graves enfermedades, nos consideramos sanos. ¿Recuerdas la seguridad con que ayer decíamos que ninguna infección nos contagiaba y que sólo amábamos la sabiduría, supeditando lo demás a su logro? ¡Qué sórdido, feo, execrable y horrible te parecía el abrazo conyugal cuando discutíamos acerca de la servidumbre de la carne! Pero en la vela de la pasada noche, revolviendo los temas del examen anterior, sentiste, contra lo que presumías, cómo te cosquilleaba el apetito de imaginadas caricias femeninas y su amarga suavidad — mucho menos ciertamente de lo acostumbrado, pero también mucho más de lo que habías creído. Y así, aquel secretísimo Médico te ha hecho ver dos cosas: la enfermedad de que te ha librado con sus atenciones y cuánto resta para la curación.

26. A. — ¡Silencio, por favor, silencio! ¿Por qué me atormentas, por qué ahondas tanto y hurgas en mis males? No resisto el llanto de mis ojos. No más promesas, ni presunción, ni examen acerca de tales cosas. Muy bien dices que el Médico, a cuya visión aspiro, sabrá cuándo estoy sano; cúmplase su voluntad y manifiéstese cuando le plazca; me entrego enteramente a su clemencia y cuidado. Ya tengo por cierto que a los dispuestos de ese modo no cesará de levantarlos. Nada diré de mi salud hasta que logre ver aquella Hermosura.

R. — Obra como dices, y cesen ya de correr tus lágrimas, y anímate. Mucho has llorado, y eso mismo agrava la enfermedad de tu pecho.

A. — ¿Cómo quieres que tenga término mi llanto, cuando no lo tiene mi miseria? ¿Me aconsejas que mire por la salud física, cuando soy víctima de esta peste? Mas te ruego — si algo puedes sobre mí — que intentes guiarme por algún atajo, aproximándome un poco a la luz que ya puedo resistir, si algo he adelantado, y así no tornarán los ojos a las tinieblas abandonadas, si pueden llamarse abandonadas, pues todavía halagan mi ceguera

 

15. Conocimiento del Alma y Confianza en Dios

27. R. — Acabemos, si te place, este primer libro, para emprender en el segundo algún camino conducente a nuestro fin. Pues siendo tal tu estado de ánimo, no se ha de dejar el ejercicio moderado.

A. — No permitiré se acabe este libro si antes no me descubres algo de la proximidad de la luz a que aspiro.

R. — Tu Médico te complace, pues no sé qué vislumbre me invita y presiona para guiarte en tu deseo. Escucha, pues, atento.

A. — Llévame, te ruego; arrebátame adonde quieras.

R. — ¿Dices que quieres conocer a Dios y al alma?

A. — Tal es mi único anhelo.

R. — ¿Nada más deseas?

A. — Nada absolutamente.

R. — ¿Y no quieres comprender la verdad?

A. — ¡Como si pudiera conocer estas cosas sino por ella!

R. — Luego primero es conocer a la que nos guía al conocimiento de lo demás.

A. — No me opongo a ello.

R. — Veamos, pues, primeramente, si las dos palabras diferentes, lo "verdadero" y la "verdad," significan dos cosas o una sola.

A. — Parecen ser dos cosas. Porque una cosa es la castidad y otra el casto, y en este sentido se pueden multiplicar los ejemplos. También una cosa es la verdad y otra lo que se llama verdadero.

R. — ¿Y cuál de estas dos te parece más excelente?

A. — Sin duda, la verdad, porque no hace el casto a la castidad, sino la castidad al casto. Igualmente, todo lo verdadero lo es por la verdad.

28. R. — Y dime: cuando acaba su vida un hombre casto, ¿piensas que acaba la castidad?

A. — De ningún modo.

R. — Luego tampoco, cuando muere algo verdadero, fenece la verdad.

A. — Pero ¿cómo lo verdadero puede morir? No lo entiendo.

R. — Me maravillo de tu pregunta. ¿No vemos perecer miles de cosas ante nuestros ojos? O tal vez piensas que este árbol es árbol, pero no verdadero, o que no puede morir? Pues aun sin dar crédito a los sentidos y respondiéndome que no sabes si es árbol, no me negarás que, si es árbol, es un árbol verdadero, porque no se juzga eso con los sentidos, sino con la inteligencia. Si es un árbol falso, no es árbol; si es árbol, necesariamente es verdadero árbol.

A. — Estoy de acuerdo.

R. — ¿Y qué respondes a esto? Los árboles, ¿pertenecen al género de cosas que nacen y fenecen?

A. — Tampoco puedo negarlo.

R. — Luego se deduce que cosas verdaderas pueden morir.

A. — No digo lo contrario.

R. — ¿Y no crees que, aun feneciendo cosas verdaderas, no fenece la verdad, como con la muerte del casto no muere la castidad?

A. — Todo te lo concedo; pero me intriga saber adónde quieres llevarme por aquí.

R. — Sigue escuchando.

A. — Atento estoy.

29. R. — ¿Aceptas por verdadero aquel dicho: "Todo lo que existe, en alguna parte debe existir"?

A. — No hallo nada que oponer a él.

R. — ¿Confiesas, pues, que existe la verdad?

A. — Sí.

R. — Luego indaguemos dónde se halla; pero no está en ningún lugar, pues no ocupa espacio lo que no es cuerpo, a no ser que la verdad sea un cuerpo.

A. — Rechazo ambas hipótesis.

R. — ¿Dónde piensas, pues, que estará? En alguna parte se halla la que sabemos que existe.

A. — ¡Ah! si supiera dónde se halla, no buscaría otra cosa.

R. — ¿Puedes saber, a lo menos, dónde no está?

A. — Si me ayudas con tus preguntas, tal vez daré con ello.

R. — No está, ciertamente, en las cosas mortales. Porque lo que está en un sujeto no puede subsistir si no subsiste el mismo sujeto. Mas hemos concluido que la verdad subsiste, aun pereciendo las cosas verdaderas. Luego no está en las cosas que fenecen. Existe la verdad, y no se halla en ningún lugar. Luego hay cosas inmortales. Pero nada hay verdadero si no es por la verdad. De donde se concluye que sólo son verdaderas las cosas inmortales. Y todo árbol falso no es árbol, y el leño falso no es leño, y la plata falsa no es plata, y todo lo que es falso no es. Pero todo lo no verdadero es falso. Luego ninguna cosa puede decirse en verdad que es, salvo las inmortales. Pondera bien este breve razonamiento, por si contiene tal vez algún paso insostenible. Pues si fuera concluyente habríamos logrado casi todo nuestro intento, según se verá mejor en el siguiente volumen.

30. A. — Te lo agradezco; y al amparo del silencio, discutiré con diligencia y cautela contigo, y, por tanto, conmigo, estos argumentos, aunque mucho temo se interpongan algunas tinieblas, que me halaguen con su deleite.

R. — Cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos cuanto puedas. No quieras depender de ti mismo, sal de tu propia potestad y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y generosísimo Señor. El te atraerá a sí y no cesará de colmarte de sus favores, aun sin tú saberlo.

A. — Oigo, creo y obedezco como puedo, y le ruego con todo mi corazón aumente mi capacidad y fuerza, a no ser que tú exijas de mí algo más.

R. — Me contento con eso ahora; después harás lo que mandare Él mismo una vez que se te muestre.

Libro 2

1. De la Inmortalidad del Alma

1. A. — Bastante se ha interrumpido nuestra obra, el amor es impaciente, y las lágrimas no cesan hasta que no se le da lo que pide; emprendamos, pues, el segundo libro.

R. — Comencemos, pues.

A. — Y confiemos que Dios nos asistirá.

R. — Confiemos, si esto mismo está en nuestra potestad.

A. — Nuestra fuerza es Él mismo.

R. — Ora, pues, con la máxima brevedad y perfección que te sea posible.

A. — ¡Oh Dios, siempre el mismo! que me conozca, que te conozca. He aquí mi plegaria.

R. — Tú que deseas conocerte, ¿sabes que existes?

A. — Lo sé.

R. — ¿De dónde lo sabes?

A. — No lo sé.

R. — ¿Eres un ser simple o compuesto?

A. — No lo sé.

R. — ¿Sabes que te mueves?

A. — No lo sé.

R. — ¿Sabes que piensas?

A. — Lo sé.

R. — Luego es verdad que piensas.

A. — Ciertamente.

R. — ¿Sabes que eres inmortal?

A. — No lo sé.

R. — De todas estas cosas que ignoras, ¿cuál prefieres saber antes?

A. — Si soy inmortal.

R. — ¿Amas, pues, la vida?

A. — Lo confieso.

R. — Y si supieras que eres inmortal, ¿te darías ya por satisfecho?

A. — Será una gran satisfacción, pero insuficiente aún para mí.

R. — Y con este hallazgo insuficiente, ¿cuánto será tu gozo?

A. — Sin duda, muy grande.

R. — ¿Ya no habrá lugar a lágrimas?

A. — Ninguno en absoluto.

R. — Y si resulta de la indagación que en la vida ya no progresarás en el conocimiento que posees, ¿podrás moderar tus lágrimas?

A. — Me haré un mar de lágrimas y la vida misma perderá todo valor para mi.

R. — Luego amas la vida, no por sí misma, sino por la sabiduría.

A. — Apruebo la conclusión.

R. — ¿Y si la misma ciencia te sirve para hacerte desgraciado?

A. — No admito de ningún modo lo que dices; pero si así fuera, nadie podría ser feliz, porque la ignorancia es lo que me hace desgraciado ahora. Si, pues, la ciencia hace miserable, eterna será la miseria.

R. — Ya veo adónde vas. Pues como piensas que nadie es desdichado por la sabiduría, es probable que la inteligencia haga bienaventurado. Pero sólo es bienaventurado el que vive, y nadie vive si no existe; tú quieres ser, vivir, entender, y existir para vivir, y vivir para entender. Luego sabes que existes, sabes que vives, sabes que entiendes. Y aún quieres ensanchar tu saber y averiguar si estas cosas han de sobrevivir siempre, o si han de perecer, o si permanecerá alguna de ellas para siempre y alguna otra no, o si admiten aumento y disminución, suponiendo que sean eternas.

A. — Así es.

R. — Luego, probando que siempre hemos de vivir, se concluirá que existiremos siempre.

A. — Se sigue de ello.

R. — Queda, pues, por averiguar el problema del entender.

 

2. La Verdad es Eterna

2.A. — Me parece un orden muy claro y breve.

R. — Concentra, pues, tu atención y responde con cautela y firmeza a mis cuestiones.

A. — Estoy dispuesto.

R. — Si dura siempre este mundo, ¿será verdad que siempre durará?

A. — ¿Quién lo dudará?

R. — Y si no durase, ¿será igualmente verdad que no durará?

A. — No tengo nada que oponer.

R. — Y si el mundo debe perecer, después del final, ¿no será verdad que ha perecido? Mientras es verdadera la proposición: "el mundo no ha perecido," realmente continúa existiendo; pero hay una contradicción en decir: "el mundo se ha acabado," y "no es verdad que se ha acabado el mundo."

A. — Todo te lo concedo.

R. — Y de esto, ¿qué te parece? ¿Puede existir algo verdadero sin que exista la verdad?

A. — De ningún modo.

R. — Luego la verdad subsistirá, aunque se aniquile el mundo.

A. — No puedo negarlo.

R. — Y si pereciera la verdad, ¿no será verdad que ella ha perecido?

A. — Me parece legítima la consecuencia.

R. — Mas no puede haber algo verdadero sin verdad.

A. — Ya lo he admitido poco antes.

R. — Luego de ningún modo puede morir la verdad.

A. — Sigue adelante, porque todas son consecuencias verdaderas.

3. Si Habrá Siempre Falsedad, Síguese Que Nunca Dejará de Existir Algún Alma

3. R. — Ahora te propongo esta cuestión: según tu parecer, ¿siente el cuerpo o el alma?

A. — Creo que el alma.

R. — Y el entendimiento, ¿crees que pertenece al alma?

A. — Sin duda alguna.

R. — ¿Sólo al alma, o tal vez también a alguna otra cosa?

A. — Fuera del alma no veo ningún sujeto inteligente, exceptuando a Dios.

R. — Examinemos ahora esta cuestión: si alguien te dijese que esta pared no es pared, sino un árbol, ¿qué pensarías?

A. — Pues que le engañaban los sentidos, o a mí los míos, o que él llamaba "árbol" a lo que se llama "pared."

R. — Y si a él se le muestra la pared con apariencias de árbol y a ti con figura de pared, ¿no podrán ser verdaderas ambas cosas?

A. — De ningún modo, porque una misma cosa no puede ser árbol y pared a la vez. Y aunque a cada uno de nosotros se presente en esa forma singular, uno de los dos padecemos error de imaginación.

R. — ¿Y si no es árbol ni pared y os engañáis los dos?

A. — También pudiera suceder eso.

R. — No se te había ocurrido esa suposición.

A. — Es verdad.

R. — Y si reconocéis que es cosa diversa de lo que parece, ¿seréis víctima de error?

A. — No.

R. — Luego puede haber una apariencia engañosa, sin que origine un error.

A. — Admito esa posibilidad.

R. — En resumen, pues, yerra no el que ve apariencias engañosas, sino el que asiente a ellas.

A. — Conforme con lo que dices.

R. — Pero lo falso, ¿por qué es falso?

A. — Porque es diferente de lo que parece.

R. — No habiendo, pues, alguien a quien parezca, no hay falsedad.

A. — Concluyes bien.

R. — Luego la falsedad no está en las cosas, sino en el sentido, y no se engaña quien no asiente a cosas aparentes. Una cosa, pues, somos nosotros y otra los sentidos, porque, engañándose ellos, podemos evitar el error nosotros.

A. — Nada tengo que objetarte.

R. — ¿Y acaso cuando se engaña el alma te atreverás a decir que no hay falsedad en ti?

A. — ¿Cómo voy a decir yo tal cosa?

R. — Ahora bien: no hay sentidos sin alma ni falsedad sin sentidos. El alma, pues, es causa o cooperadora de la falsedad.

A. — Las premisas anteriores me obligan a aceptar la consecuencia.

4. R. — Ahora respóndeme: ¿Te parece posible que alguna vez no haya falsedad o error?

A. — ¿Cómo me lo va a parecer, siendo tan difícil el hallazgo de la verdad, que sería más absurdo decir que es imposible lo falso que lo verdadero?

R. — ¿Crees que quien no vive puede sentir?

A. — De ningún modo.

R. — Por consiguiente, el alma es inmortal.

A. — Muy pronto me introduces en este gozo: vamos despacio, te ruego.

R. — Si están bien concatenadas tus concesiones, no hay lugar a duda, según veo.

A. — Muy pronto me parece, te repito. Por lo cual me inclino más a creer que he sido imprudente en algunas afirmaciones que profesar con certeza la inmortalidad del alma. Con todo, desarrolla esta conclusión y muéstrame el enlace de todas las proposiciones.

R. — Has reconocido que no puede haber falsedad sin los sentidos y que siempre habrá falsedad; luego siempre habrá sentidos. Es así que no puede haber sentidos sin un alma; luego el alma es inmortal, pues no puede sentir sin vivir. Vive, pues, siempre el alma.

4. ¿Se Puede Deducir de la Perpetuidad de lo Falso o Verdadero la Inmortalidad del Alma?

5. A. — ¡Vaya un puñal de plomo! Podrías concluir que es inmortal el hombre si te hubiera concedido que el mundo no puede existir sin el hombre y que el mundo es sempiterno.

R. — Despierto te veo. Con todo, no es poco lo alcanzado, a saber: que el alma no puede menos que coexistir con la naturaleza de las cosas, si no puede faltar de ella alguna vez la falsedad.

A. — En ésa sí veo una legítima consecuencia. Pero me parece que hay que volver más atrás para asegurar nuestras posiciones, sin negar que hemos dado algunos pasos para la inmortalidad del alma.

R. — ¿Lo has mirado bien, por si has hecho alguna concesión a la ligera?

A. — Creo que sí, y no hallo afirmación que pueda tildarse de temeraria.

R. — Está, pues, demostrado que la naturaleza no puede subsistir sin almas vivas.

A. — Conforme, pero con tal que puedan nacer unas y morir otras.

R. — Y si suprimimos de la naturaleza toda falsedad, ¿no serán todas las cosas verdaderas?

A. — También eres consecuente en esa ilación.

R. — Respóndeme, pues: ¿por qué esa pared te parece verdadera?

A. — Porque no me engaña su aspecto.

R. — Luego porque es tal como te parece.

A. — Así es.

R. — Luego si una cosa es falsa porque es diversa de lo que parece, la verdad de una cosa consistirá en ser lo que parece; pero suprimido el sujeto que la percibe, no hay verdad ni falsedad. Mas si no hay falsedad en la naturaleza de las cosas, todas serán verdaderas. Sin embargo, no puede aparecer algo más que a los ojos del alma viva. Luego el alma permanece en la naturaleza de las cosas, si no puede quitarse la falsedad; y permanece si puede quitarse.

A. — Veo que has robustecido más la conclusión, pero nada hemos adelantado con lo añadido, porque, a pesar de ello, me inquieta una objeción, y es que las almas nacen y mueren, de suerte que su supervivencia en el mundo no proviene de su inmortalidad, sino de la sucesión de unas a otras.

6. R. — ¿Te parece que las cosas corporales, es decir las sensibles, las puede comprender el entendimiento?

A. — No me lo parece.

R. — ¿Y crees que Dios usa sentidos para conocer las cosas?

A. — No quiero afirmar nada temerariamente acerca de este punto; pero, según conjeturo, de ningún modo necesita sentidos para lo que dices.

R. — Luego concluimos que sólo las almas pueden sentir.

A. — Admite esa proposición como probable.

R. — Pues bien, ¿concedes que esta pared, si no es verdadera pared, no es pared?

A. — Nada más fácil de conceder.

R. — ¿Me concedes igualmente que nada es cuerpo si no es verdadero cuerpo?

A. — También te lo concedo.

R. — Siendo, pues, lo verdadero lo que es realmente tal como parece, y lo corpóreo sólo puede manifestarse a los sentidos, y los sentidos son propios del alma, y si el cuerpo no es verdadero si no es cuerpo, resulta que no puede haber cuerpo si no hay alma.

A. — Mucho me apremias y no puedo resistir a tus razonamientos.

5. Qué Es la Verdad

R. — Aguza ahora tu atención para lo que viene.

A. — A tus órdenes estoy.

R. — Ciertamente esto es una piedra, y lo es en verdad si no es diferente de lo que parece; y no es piedra, si no es verdad; y no puede captarse más que con los sentidos.

A. — Es verdad.

R. — Luego no habrá piedras en los escondidos senos de la tierra ni tampoco allí donde nadie puede verlas; y no sería piedra, si no la viéramos; y dejará de serlo cuando no estemos y ningún otro que esté presente la vea. Y cerrando bien los armarios, por muchas cosas que en ellos hayas metido, nada contienen. La madera tampoco será madera en lo oculto, pues escapa a la percepción sensible todo lo que está en lo más profundo de los cuerpos que no son transparentes; todo ello, por fuerza carece de ser. Porque si existiese, sería verdadero; pero no es verdadero sino lo que es tal como parece; ahora bien, todo aquello no se manifiesta ni aparece, luego no es verdadero. ¿Tienes algo que responder a esto?

A. — Veo que proviene de lo que concedí; pero es tan absurdo que antes negaré cualquiera de aquellas cosas que conceder la verdad de estas.

R. — Nada opongo. Concreta, pues, lo que quieres decir: si los cuerpos sólo pueden percibirse con los sentidos, si no siente más que el alma, si hay piedras y otras cosas semejantes no verdaderas, o si la verdad debe definirse de otro modo.

A. — Discutamos, te ruego, este último punto.

8.R. — Define, entonces, la verdad.

A. — Es verdadero lo que es tal como parece al que conoce, si quiere y puede conocerlo.

R. — Luego, ¿no será verdadero lo que nadie puede conocer? Además, si lo falso es lo que parece lo que no es, supongamos que a uno le parece esto piedra y a otro madera, ¿no será una misma cosa falsa y verdadera a la vez?

A. — Lo primero me persuade más; pues si una cosa no puede ser conocida, resulta que tampoco es verdadera. Pero que una cosa sea verdadera y falsa a la vez no me preocupa demasiado, pues noto que una misma magnitud comparada con otra diversa resulta mayor y menor a la vez. De donde se sigue que nada de suyo es mayor o menor, por ser éstos términos de comparación.

R. — Pero si dices que nada es verdadero por sí mismo, ¿no temes que de ahí se siga que nada es por sí mismo? Por lo mismo que esto es madera, es verdadera madera. Pero no puede ser que por sí misma, esto es, sin relación a un sujeto conocedor sea madera y que no lo sea en verdad.

A. — Pues eso digo y así defino, sin temor a que mi definición sea rechazada por demasiado breve. La verdad me parece que es "lo que es."

R. — Nada, pues, habrá falso, pues todo lo que es, es verdadero.

A. — En gran aprieto me pones y ya no sé que responder. De tal modo que, no queriendo ser enseñado sin preguntas, empiezo a temerlas.

 

6. De Dónde Viene y Donde Se Halla la Falsedad

9. R. — Dios, en cuyas manos nos hemos puesto, sin duda nos asistirá y librará de estos cepos, con tal que creamos y le invoquemos con devoción.

A. — Nada más grato que hacer esto en tales aprietos, pues nunca me he encontrado con tanta niebla. Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que se te pide, de modo que cuando te rogamos vivimos mejor y somos mejores: escúchame, porque voy tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los errores; que con tu dirección llegue a mí mismo y a Ti. Así sea.

R. — Concéntrate, pues, y presta mucha atención.

A. — Dime, te ruego, si se te ocurre algo, para que no nos perdamos.

R. — Estate atento.

A. — Otra cosa no hago.

10. R. — Discutamos primero con seriedad qué es lo falso.

A. — Me maravillo si no puede definirse así: lo que no es tal como parece.

R. — Atiende antes y preguntemos a los sentidos. Pues lo que los ojos ven no se llama falso, si no tiene alguna apariencia de verdad. Por ejemplo: el hombre a quien vemos en sueños no es verdadero hombre, sino falso, porque tiene semejanza de verdadero. Pues ¿quién viendo en sueños un perro dice que ha visto un hombre? Luego aquél también es perro falso, por tener parecido con el verdadero.

A. — Así es como dices.

R. — ¿Y si a uno que está despierto, un caballo le parece un hombre? ¿No se engaña al percibir alguna apariencia de hombre? Pues si sólo percibe la forma de caballo, no puede parecerle hombre.

A. — De nuevo concedo.

R. — Llamamos también falso árbol al pintado, y falsa la cara reflejada en el espejo, y falso el movimiento de las torres vistas cuando se navega, y falsa la rotura de un remo en el agua; todas esas cosas se llaman falsas por ser semejantes a las verdaderas.

A. — Lo admito.

R. — Así también nos engañamos con los gemelos, con los huevos, y los sellos impresos con un mismo anillo y otras cosas semejantes.

A. — Completamente de acuerdo, lo concedo.

R. — La semejanza, pues, de las cosas en lo que toca a los ojos, es origen de la falsedad.

A. — No puedo negarlo.

11. R. — Toda esa multitud de objetos, si no me engaño, puede dividirse en dos géneros: uno lo forman las cosas iguales y otro las desiguales. Iguales llamo a dos cosas cuando se parecen entre sí, como los gemelos o las impresiones de un anillo. Mas en cosas desiguales, el objeto menos bueno se dice semejante a lo mejor. ¿Quién, mirándose en el espejo, dirá con razón que se parece a la imagen, y no al contrario, que la imagen se parece a él? Y este género consta en parte de las impresiones que recibe el alma, y en parte de las semejanzas que se ven en la naturaleza. Y lo que el alma experimenta o recibe en los sentidos, como el movimiento ilusorio de las torres que están quietas, o dentro de sí misma por medio de imágenes sensoriales, como ocurre en los que sueñan y tal vez en los alienados. Y respecto a las semejanzas que se ven en la misma realidad, unas son de la naturaleza, otras son expresión y hechura de seres animales. La naturaleza produce semejanzas inferiores por generación o por reflexión. El primer caso tiene lugar en los padres, que engendran hijos semejantes; el segundo, en toda clase de espejos. Pues aunque los hombres fabrican espejos, no son ellos los que producen las imágenes que resultan. Las obras de los seres animados están en las pinturas y otras ficciones del mismo género; y allí también puede incluirse lo que hacen los demonios, si realmente lo hacen. Mas en cuanto a las sombras de los cuerpos, no está fuera de la verdad decir que son semejantes a los cuerpos y como cuerpos falsos, y toca a los ojos el juzgar de ellas, y deben colocarse en el género de semejanza por resultado que tiene lugar en la naturaleza, porque resulta de oponer a la luz un cuerpo que proyecta una sombra en la parte opuesta. ¿Tienes algo que oponer a esto?

A. — Nada, pero espero ansiosamente ver adónde me llevas por estos caminos.

12. R. — Ten paciencia hasta que los demás sentidos nos informen y digan que la falsedad está en la verosimilitud. En lo tocante al oído, casi las mismas semejanzas valen, como cuando oímos a alguien que nos habla, pero sin verlo, y atribuimos la voz a otro por parecérsele. Y en las cosas inferiores, tenemos el ejemplo del eco, o el del zumbido de los mismos oídos, o en la imitación del grito del mirlo o del cuervo, que dan algunos relojes, o en los sonidos que creen percibir los que sueñan y deliran. Y las que llaman los músicos falsas vocecillas confirman nuestras aserciones, como veremos después, y basta observar que aun aquellas inflexiones imitan las voces verdaderas. ¿Sigues el hilo de mi discurso?

A. — Con mucho gusto, porque no me cuesta trabajo entenderte.

R. — Para no detenernos, pues, aquí, ¿te parece que se puede distinguir un lirio de otro por el olor, o por el sabor la miel de tomillo de un enjambre de la miel de tomillo de otro, o con el tacto la suavidad de las plumas de cisne de las de ganso?

A. — No me parece.

R. — Y cuando soñamos que estamos oliendo, gustando o tocando tal o cual objeto, ¿no nos engaña la semejanza de una imagen, que cuanto más imperfecta es más irreal?

A. — Verdad dices.

R. — Luego se ve claro que en todas las cosas, sean iguales o desiguales, se engañan los sentidos por el atractivo de las semejanzas; y si no nos engañamos por suspender el juicio o por reconocer las diferencias, aun con todo, se llaman falsas las cosas por cierta semejanza que tienen con las verdaderas.

A. — No hay lugar a duda.

7. De lo Verdadero y lo Semejante. El Nombre de "Soliloquios"

13. R. — Sígueme con atención, porque voy a volver a las mismas afirmaciones, para aclarar más lo que pretendemos.

A. — A tus órdenes; dime lo que te plazca. Estoy resuelto a seguirte por estos ambages sin sentir fatiga, con la esperanza tan grande de llegar a la meta adonde veo que vamos.

R. — Haces bien; pero dime: ¿No te parece que cuando vemos huevos semejantes, ninguno de ellos en verdad puede llamarse falso?

A. — Cierto, porque todos son verdaderos, si son huevos.

R. — Y la semejanza que resulta en el espejo, ¿por qué señales decimos que es falsa?

A. — Porque no se puede palpar, no suena, no se mueve por sí, no vive, y por otras cosas que sería largo enumerar.

R. — Veo que no te quieres detener, y hay que acceder a tus deseos. Así, pues, para abreviar, si aquellas figuras de hombres que vemos en los sueños viviesen, hablasen, tuviesen corpulencia real para los que están despiertos, sin diferencia entre ellos y los que vemos y tratamos, estando sanos y en vela, ¿los tomaríamos por falsos?

A. — ¿Cómo podría decirse eso con verdad?

R. — Luego si habían de ser tanto más verdaderos cuanto mas semejantes a los hombres reales, sin haber diferencia entre los unos y los otros, y si, al contrario, habían de ser falsos por la diferencia o disimilitud que hemos apuntado, resulta que la semejanza es la madre de la verdad, y la desemejanza, fuente de ilusiones.

A. — No sé qué replicarte, y me ruborizo de las afirmaciones tan temerarias hechas anteriormente.

14. R. — No me parece justificable tu rubor, como si estas conversaciones tuviesen otro fin. Se llaman "Soliloquios," y con este nombre quiero designarlas, porque hablamos a solas. Nombre tal vez nuevo y duro, pero muy propio para significar lo que estamos haciendo. Pues siendo el mejor método de investigación de la verdad el de las preguntas y respuestas, apenas se halla uno que no se ruborice al ser vencido en una discusión, y casi siempre sucede que conclusiones ya llevadas casi al término, se desechan por el apasionado griterío de la terquedad, y quedan heridos los ánimos, disimulada o abiertamente; por eso, con plena calma y tranquilidad, me plugo investigar la verdad con la ayuda de Dios, preguntándome y respondiéndome a mí mismo; no hay lugar, pues, a rubores, si en alguna parte, por concesiones temerarias, te has visto forzado a volver atrás, en busca de mejores soluciones, pues no hay otro medio de salir de aquí.

 

8. Origen de lo Falso y lo Verdadero

15. A. — Muy bien discurres; pero no veo aún lo que erradamente he podido conceder, a no ser aquello de que lo falso es lo que tiene alguna verosimilitud, pues ninguna otra cosa se me ocurre digna del nombre de falso; por otra parte, tengo que confesar que lo falso es tal por su desemejanza o desacuerdo con lo verdadero. De donde resulta que la desemejanza engendra falsedad. Y por esta razón vacilo, pues nada se me ocurre que sea originado de causas contrarias.

R. — ¿Y si este género es único y singular en la naturaleza de las cosas? ¿No sabes que entre la multitud de los animales, solamente el cocodrilo mueve la mandíbula superior para comer y, sobre todo, no reparas en que ninguna cosa puede hallarse semejante a otra sin que difiera de ella en algo?

A. — Te concedo lo que dices; con todo, cuando considero que lo falso tiene algo semejante y desemejante a lo verdadero, no acierto a discernir por cuál de esas propiedades recibió su nombre. Pues si digo que es por la disimilitud, todas las cosas podrán decirse falsas, pues no hay ninguna que no sea disímil con otra, considerada como verdadera. Y si digo que lo falso recibe su nombre por la semejanza, no sólo clamarán los huevos, que son verdaderos, siendo semejantísimos entre sí, sino que no podré rebatir al que me obligue a confesar que todo es falso, pues todas las cosas se hallan vinculadas entre sí por alguna semejanza. Pero imagínate que no me arredra decir que la similitud y disimilitud dan juntamente origen a lo falso; ¿tendré entonces un camino para salir? Se me instará que proclamo falsas todas las cosas, por ser todas entre sí semejantes y desemejantes. Podría llamar falso a lo que es diverso de lo que parece, y volvamos otra vez a la definición, rechazada por sus disparatadas consecuencias, de que ya me creía libre, dando por aquí en aquel inesperado remolino que me obliga a decir que la verdad es lo que aparece. De donde resulta que sin un sujeto conocedor, nada puede ser verdad, y aquí es de temer un naufragio en escollos secretísimos, que no son menos verdaderos por estar ocultos. O si digo que la verdad es lo que es, se concluirá, discrepando de todos, que lo falso no está en ninguna parte. Así que vuelven las fatigas pasadas y veo que nada hemos ganado con tantos rodeos y pausadas marchas del pensamiento

 

9. Lo Falso, lo Falaz y lo Mentiroso

16. R. — Redobla la atención, pues de ningún modo me inducirás a creer que hemos invocado en vano el auxilio de Dios. Veo que examinando bien todo, según hemos podido, no hay más recurso que definir lo falso así: lo falso, o se finge lo que no es o tiende absolutamente a ser y no es. Pero el primer género de falso se llama más bien lo falaz o mentiroso. El falaz tiene deseo de engañar, y esto supone alma, y se verifica en parte con la razón, en parte con la naturaleza. Con la razón, en los animales racionales, como el hombre; con la naturaleza, en los irracionales, como el zorro. Mendaces son los que mienten y difieren de los falaces, porque todo el que es falaz quiere engañar, pero no todos los que mienten pretenden engañar, pues las farsas y las comedias y muchos poemas contienen mentiras o ficciones, imaginadas para deleite, no para engaño, y así también las chanzas están entreveradas de mentiras. Al contrario, el falaz todo lo dispone para el logro de su fin, que es producir engaño. Mas los que hacen esto sin ánimo de engañar, fingiendo alguna cosa, o son simplemente mendaces o ni siquiera merecen este nombre, pero tampoco dicen la verdad. ¿Hallas algo que oponer a esto?

17. A. — Sigue adelante, porque ahora creo que has comenzado a decir verdades acerca de lo falso; espero la explicación del segundo género acerca de lo que tiende a ser y no es.

R. — Pues ¿qué esperas? Son las mismas cosas mencionadas arriba las que te servirán de aclaración. ¿No te parece que la imagen del espejo quiere como ser lo que tú eres, y es falsa, porque no lo consigue?

A. — Me agrada tu observación.

R. — Y toda pintura, estatua y otros géneros de arte, ¿no aspiran a ser aquello cuya semejanza remedan?

A. — Justamente

R. — Concederás también, según opino, que al mismo género pertenecen las imágenes engañosas dibujadas en la fantasía de los soñadores y delirantes.

A. — Con más derecho que ninguna, porque ninguna tiende más a remedar lo que ven los sanos y despiertos; y precisamente son falsas porque no pueden ser lo que imitan.

R. — Hablemos ahora del movimiento de las torres, y del remo sumergido en el agua, y de las sombras de los cuerpos. Me parece que con la misma regla se puede medir todo ello.

A. — Evidente cosa me parece.

R. — Callo de los otros sentidos, pues todo el que reflexione sobre este punto, convendrá en que lo falso se llama en las cosas que sentimos aquello que tiende a ser algo y no lo es.

10. Cómo Algunas Cosas Son Verdaderas En Cuanto Falsas

18. A. — Discurres bien; pero me admiro de que excluyas de este género los poemas, los juegos y demás falacias.

R. — Porque una cosa es ser falso y otra no poder ser verdadero. Y así, aquellas obras de los hombres, como las comedias y tragedias o las farsas y ficciones de este género, podemos unirlas o las obras de los pintores y demás clases de arte. Porque tan imposible es que sea verdadero un hombre pintado, aunque propenda a remedar al ser humano, como aquellas ficciones escritas en los libros de los cómicos. Las cuales no intentan ser falsas o por alguna tendencia suya lo son, sino por cierta necesidad de seguir la ficción del artista. Así, Roscio en la escena representa voluntariamente una falsa Hécuba, siendo en realidad un verdadero hombre por naturaleza. Mas por aquella voluntad resultaba un verdadero actor trágico, por ejecutar bien su papel; pero era un falso Príamo, por parecerse a él, sin serlo de veras. De donde resulta una cosa maravillosa, admitida por todos.

A. — ¿Cuál es?

R. — ¿Cuál ha de ser sino que todas estas cosas en tanto son verdaderas en algunos en cuanto son falsas en otros, y para su verdad sólo les aprovecha el ser falsas con relación a lo demás? Y por eso, si dejan de ser falsas o de fingir, no logran lo que quieren y deben ser. Pues ¿cómo el actor mencionado podría ser verdadero trágico si no consintiera en ser un falso Héctor, una falsa Andrómaca, un falso Hércules, etc.? Y ¿cómo sería un verdadero caballo pintado si no fuera un caballo falso? Y ¿cómo en el espejo resultaría una verdadera imagen de hombre si no fuera un hombre falso? Por eso, si a algunos favorece la falsedad, dando realce a la verdad de otros, ¿por qué la tememos tanto y vamos en pos de la verdad como un gran bien?

A. — No lo sé; y mucho me admiro, si no es porque en los ejemplos aducidos no veo cosa digna de imitación. Pues nosotros no somos como los histriones, ni como las figuras que relucen en los espejos, ni como las terneras de bronce de Mirón, ni debemos para ser verdaderos en nuestro ser imitar y asimilarnos el porte ajeno, siendo falsos por eso; nosotros debemos buscar aquella verdad, que no es bifronte ni contradictoria, de modo que por un lado sea verdadera y por otro falsa.

R. — Grande y divina cosa pides. Pero si logramos hallarla, ¿habremos de confesar que con estos esfuerzos hemos conseguido y formado el concepto de la misma verdad, de la que toma denominación todo lo verdadero?

A. — Asiento con gusto.

11. La Verdad de las Ciencias. — La Fábula y la Gramática

19. R. — Luego qué te parece: el arte de disputar, ¿es verdadero o falso?

A. — ¿Quién duda de que es verdadero? Pero también es verdadera la gramática.

R. — ¿Tanto como aquél?

A. — No veo qué puede haber más verdadero que la verdad.

R. — Lo que nada tiene de falso; viendo lo cual, poco antes te extrañabas de las cosas que no podían ser verdaderas sino a condición de ser falsas. ¿O no sabes que todas las fábulas y otras ficciones abiertamente irreales pertenecen al dominio de la gramática?

A. — No ignoro lo que dices; pero a mi parecer, no son falsas por la gramática, sino que ella se limita a enseñarlas como son. Porque la fábula es una ficción o mentira compuesta con fines recreativos y educativos. Y la gramática es el arte de conservar y ordenar las palabras articuladas; con esta mira recoge todas las ficciones del lenguaje humano que se han conservado por tradición o escrito, no falsificándolas, sino buscando en ellas provecho para la enseñanza.

R. — Muy bien; no me importa ahora si estas definiciones y divisiones están bien hechas; pero dime: ¿cuál de las dos disciplinas, la gramática o el arte de disputar, te enseña todo esto?

A. — No niego que el arte y la agudeza de definir, con que he querido discernir ambas cosas, pertenecen a la dialéctica.

20. R. — Y la gramática, ¿no es tal vez verdadera por lo que tiene de disciplina? Porque "disciplina" viene de discere, aprender, y nadie puede decirse que ignora lo que aprendió y conserva en la memoria, ni que sabe cosas falsas. Toda disciplina es pues, verdadera.

A. — No veo que este breve razonamiento esté hecho a la ligera. Pero me hace fuerza el pensar que por esta razón alguien pueda creer que las fábulas son verdaderas, porque también las aprendemos y guardamos en la memoria.

R. — Pero ¿acaso nuestro maestro no quería que aprendiésemos y conociésemos las cosas que nos enseñaba?

A. — Con empeño nos apremiaba a aprenderlas.

R. — Pero ¿insistió tal vez en hacernos creer en la verdad del vuelo de Dédalo?

A. — Eso nunca. Pero si no sabíamos la fábula, apenas nos permitían tener cosa alguna en las manos.

R. — ¿Niegas tú, pues, que sea esta una fábula y que dio renombre a Dédalo?

A. — No niego que eso sea verdad.

R. — Luego no niegas que has aprendido una cosa verdadera al aprender esta fábula. Pues si fuera verdad que Dédalo se remontó a los aires volando y este hecho fuera enseñado y admitido por los niños como una fábula, por lo mismo aprenderían una falsedad, dándoseles como fingido un hecho real. Y de aquí resulta lo que antes nos pareció admirable, a saber: que la fábula del vuelo de Dédalo no pudo ser verdadera sino a condición de ser falso su vuelo.

A. — Estoy ya conforme con eso, pero espero el resultado.

R. — ¿Cuál ha de ser sino rebatir aquella afirmación tuya, esto es, que la disciplina, si no enseña verdades, no puede ser disciplina?

A. — Y ¿a dónde quieres ir a parar?

R. — A que me digas por qué la gramática es disciplina, pues por serlo es verdadera.

A. — No sé qué responderte.

R. — ¿No te parece que si en ella no hubiera definiciones, distinciones y divisiones en géneros y partes, no sería disciplina?

A. — Ahora veo a lo que vas; porque yo tampoco concibo una disciplina donde no haya tales elementos y discursos para declarar la naturaleza de las cosas, dando a cada una lo que se le debe, sin omitir nada de lo que le pertenece ni añadirle lo que sea extraño; tal es el oficio de la disciplina.

R. — Pues ahí tienes el fundamento de la verdad de la disciplina.

A. — Todo es consecuencia de los asertos anteriores.

21. R. — Ahora dime: ¿a qué arte corresponde definir, dividir y distribuir?

A. — Ya te he dicho que a la que regula los razonamientos.

R. — Luego la gramática ha recibido su ser de disciplina verdadera de la dialéctica, a la que has defendido de todo reproche de falsedad; y esto no debe limitarse a la gramática, sino extenderse también a las demás artes liberales. Porque has dicho, y con verdad, que ninguna disciplina se dispensa de definir y dividir, y eso mismo le da la dignidad de tal. Si, pues, ellas son verdaderas por ser disciplinas, ¿negará alguien que es la misma verdad la que hace verdaderas a todas?

A. — Estoy por asentir a tus afirmaciones, pero me detiene el pensar que la misma dialéctica la contamos entre las disciplinas. Por lo cual creo que, gracias a aquella verdad, tiene razón de verdadera disciplina.

R. — Muy aguda es tu respuesta, pero con eso no niegas, según opino, que ella también es verdadera por ser disciplina.

A. — Es precisamente la razón que me hace fuerza, pues he advertido que es disciplina, y por eso es verdadera.

R. — Entonces, ¿crees que ésta pudo ser disciplina por otra causa que por las definiciones y divisiones en ella introducidas?

A. — Nada tengo que oponerte.

R. — Luego si a la dialéctica pertenece tal oficio, es por sí misma disciplina verdadera. ¿Quién se maravillará, pues, de que aquella ciencia por la que son verdaderas las demás sea por sí misma y en sí misma la verdad verdadera?

A. — No hallo dificultad en admitir lo que dices.

12. De Cuántos Modos Están Unas Cosas en Otras

22. R. — Atiende ahora a lo poco que falta.

A. — Di lo que quieras, con tal que lo entienda y te lo conceda gratamente.

R. — De dos modos sabemos que una cosa puede hallarse en otra; uno de modo separable, pudiendo hallarse en otra parte como la madera en este lugar o el sol en el Oriente. Otro es de modo inseparable, como en esta madera la forma y la naturaleza que le es propia; en el sol, la luz; en el fuego, el calor; en el alma, las artes, y en otras cosas semejantes. ¿No estás de acuerdo?

A. — Esa distinción me es muy conocida y entendida desde los primeros años de la adolescencia; por lo que si se me pregunta sobre eso no puedo sino asentir sin dudar.

R. — ¿No me concedes igualmente que lo que inseparablemente se halla unido a un sujeto, en faltando éste, no puede subsistir?

A. — También me parece una consecuencia necesaria; pues permaneciendo el sujeto, puede realizarse lo que hay en él, como es notorio al que bien considera estas cosas. Así, por ejemplo, el color de un cuerpo humano puede cambiarse por enfermedad o por los años, sin que él perezca. Pero no ocurre lo mismo con todas las propiedades inherentes a un sujeto, sino en aquellos para cuya existencia no son necesarias. Para la existencia de esta pared no es necesario el color que tiene, y por eso, aunque se blanquee o pinte de negro o de otro color, seguirá siendo y llamándose pared. Pero el fuego, si pierde su calor, dejará de ser fuego; ni podemos llamar nieve a lo que no es blanco.

 

13. Donde Se Colige la Inmortalidad del Alma

23. Sobre tu pregunta: "¿Cómo es posible que lo que va unido a un sujeto permanezca dejando de existir éste?" te diré que es absurdo y falsísimo sostener que puede subsistir una cosa faltándole el soporte, al que va ligada indefectiblemente su existencia.

R. — Luego hemos llegado adonde queríamos.

A. — ¿Qué me dices?

R. — Lo que oyes.

A. — ¿Luego se colige ya la inmortalidad del alma?

R. — Clarísimamente, si lo que me has concedido es verdad, a no ser que sostengas que el alma, aun después de muerta, sigue siendo alma.

A. — Lejos de mí asentar tal proposición, pues al perecer, deja de ser alma. Ni me aparta de esta sentencia lo que han dicho grandes filósofos, a saber: que todo principio vivificante, doquiera se halle, no puede ser sujeto de muerte. Pues aunque la luz, entrando donde quiera, ilumina un lugar, y por la maravillosa fuerza de los contrarios no admite en sí tinieblas, sin embargo puede apagarse, quedando a obscuras el lugar. Así, lo que resistía a la oscuridad, sin admitirla de algún modo en sí, extinguiéndose, da lugar a su contrario, como podía haberle dado retirándose. Por lo cual temo que la muerte sobrevenga al cuerpo, como la oscuridad a un lugar, sea retirándose de él el alma igual que una luz o extinguiéndose allí mismo. No hay, pues, seguridad alguna contra la muerte corporal, y ha de desearse cierto género de muerte con que se separe el alma viva del cuerpo para ir a un lugar donde no pueda morir, si es posible esto. Y si ni aun esto puede ocurrir, porque el alma se enciende en el mismo cuerpo, como una luz, sin poder subsistir sola en otra parte, y toda muerte consiste en la extinción del alma o de la vida en el cuerpo, entonces habrá de escogerse, según lo permite la humana condición, un género de vida tranquila y segura, lo cual no sé cómo puede lograrse, siendo el alma mortal. Dichosos mil veces los que lograron la certeza por convicción propia o autoridad ajena de que no se debe temer la muerte, aun cuando sea mortal el alma. Pero yo, desgraciado, no he podido conquistar esta certeza con ningún razonamiento ni autoridad.

24. R. — ¡Deja todo lamento! Inmortal es el alma humana.

A. — Pero ¿cómo lo demuestras?

R. — Con las premisas que tú me has concedido muy cautamente.

A. — No recuerdo haberte hecho ninguna afirmación imprudente; con todo, hazme un resumen, te ruego; veamos adónde hemos llegado con tantos rodeos, ni quiero ya que me interrogues más. Para sintetizar el resumen de mis concesiones ya no hacen falta preguntas. ¿O es que quieres retardar mi gozo por el éxito de nuestro discurso?

R. — Te daré gusto, pero atiéndeme con mucha vigilancia.

A. — Habla ya, atento estoy, ¿a qué me atormentas?

R. — Si lo que pertenece a un sujeto permanece siempre, necesariamente ha de permanecer el sujeto donde se halla. Es así que toda disciplina está en el alma como en un sujeto. Luego es necesario que subsista siempre el alma, si debe subsistir la disciplina. Mas la disciplina es la verdad, y la verdad, según se demostró al principio de este libro, es inmortal. Luego siempre ha de permanecer el alma, y no puede llamarse mortal. Luego sólo podrá con fundamento rechazar la inmortalidad del alma quien no admita la verdad de las proposiciones arriba sentadas.

 

14. Examen del Silogismo Anterior

25. A — Ya quiero soltar la rienda a mi gozo; pero dos motivos me detienen un poco. Lo primero, me sorprende el largo rodeo que hemos estado haciendo con no sé qué cadena de razonamientos, cuando todo podía presentarse tan concisamente como se ha hecho ahora. Por lo cual me angustia el pensar que acaso tales ambages discursivos sólo han servido para ocultarnos alguna celada. En segundo lugar, no veo cómo la disciplina pueda subsistir siempre en el alma, sobre todo la dialéctica, cuando tantos hay que no la conocen, y aun los que se habilitan para ella, la ignoraron tanto tiempo desde la infancia. Pues no podemos decir que no son almas las de los ignorantes o que reside en ellas una disciplina desconocida. Si esto es absurdo, síguese que o no está siempre la verdad en el alma o que aquella disciplina no es la verdad.

26. R. — Ya ves que no en balde ha dado tantos rodeos nuestro discurso. Porque indagábamos qué es la verdad, y esto creo que ni aun ahora en esta maraña de cosas, después de tan largo recorrido, hubiéramos podido lograrlo. ¿Pero qué vamos a hacer? ¿Dejaremos todo lo comenzado, esperando que venga a nuestras manos algún libro que satisfaga nuestras ansias? Ya sé que hay muchos escritos anteriores a esta época que no hemos leído y tenemos noticia de que en nuestros días se continúa escribiendo en prosa y en verso sobre este tema; y lo hacen hombres cuyos libros e ingenio no pueden sernos desconocidos, y nos alienta la esperanza de hallar en ellos lo que buscamos aquí; sobre todo sabiendo que ante nuestros mismos ojos brilla aquel ingenio en quien revive la elocuencia que lamentábamos como muerta. ¿Permitirá él, después de enseñarnos el modo de vivir, que ignoremos la naturaleza de la vida?

A. — No lo creo; y mucho espero de él, si bien me apena el ver que no podemos descubrirle nuestra adhesión a su persona ni nuestro deseo de sabiduría. Seguramente se compadecería él de mi alma, atormentada y sedienta, para colmarla pronto con el agua viva de su fuente. Él vive tranquilo en la convicción de la inmortalidad del alma, y no sabe que hay quienes soportan la miseria de esta ignorancia, y sería una crueldad no satisfacer a su necesidad y demanda. Y aquel otro conoce tal vez nuestros deseos, pero se halla tan lejos y estamos en un punto tal, que apenas tenemos facilidad de comunicación epistolar. El cual, con el ocio de que disfruta más allá de los Alpes, creo que habrá terminado ya el poema escrito para disipar el temor de la muerte y el pavor y frío del alma aterida por un antiguo hielo. Pero mientras no llegan estos socorros, tan lejanos a nosotros ¿no es una gran torpeza el malograr nuestro ocio llevando el alma pendiente y cautiva de tan penosa incertidumbre?

 

15. Naturaleza de lo Verdadero y lo Falso

27. ¿Dónde está, pues, el fruto de nuestras plegarias, pasadas y presentes, a Dios para pedirle, no riquezas ni deleites carnales, ni honores y estimación popular, sino para que nos abra el camino del conocimiento de Dios y de nuestra alma? ¿Nos dejará tal vez Él de su mano o le abandonaremos nosotros?

R. — Muy ajeno es a su clemencia abandonar a los que indagan la verdad; lejos también de nosotros abandonar a tan seguro guía. Por lo cual repitamos, brevemente si te parece, las dos partes de nuestra argumentación, a saber: la verdad siempre subsiste y la dialéctica es la verdad. Me has dicho que dudabas de ellas, impidiéndonos tener la completa seguridad de nuestras conclusiones. ¿O quieres que indaguemos cómo puede hallarse un arte en el alma de un hombre inculto, pues no podemos negar que es verdadera alma la suya? También tus dudas hacían hincapié en este punto, retrayéndote de conceder valor a los discursos anteriores.

A. — Discutamos ahora lo primero, dejando para después lo que hay de esto; así todo quedará expuesto.

R. — Hagamos lo que quieres, pero presta suma atención, pues sé lo que te sucede cuando escuchas, y es que estás demasiado pendiente de la conclusión, y por esperar de un momento para otro las últimas ilaciones, pasas sin examinar bien lo que se pregunta.

A. — Tal vez tienes razón; lucharé, pues, contra esta ligereza mía como pueda; y empieza a investigar, no perdamos tiempo en cosas superfluas.

28. R. — Si mal no recuerdo, hemos llegado a la conclusión siguiente: la verdad no puede morir, aun pereciendo el mundo o la misma verdad, pues sería verdadera la proposición: "el mundo y la verdad han perecido." Pero nada hay verdadero sin la verdad; luego de ningún modo puede perecer la verdad.

A. — Admito esas afirmaciones y mucho me maravillo si son falsas.

R. — Vamos, pues, al otro punto.

A. — Permíteme antes una pausa de reflexión sobre lo dicho para que no tenga que volver atrás.

R. — Entonces, ¿no será verdad que ha perecido la verdad? Pues si no lo es, entonces la verdad subsiste. Si lo es, ¿cómo desaparecida la verdad puede haber algo verdadero, no existiendo aquélla?

A. — Nada tengo que oponerte ni advertir; adelante, pues. Haremos lo posible para que los hombres doctos y prudentes lean esto y corrijan, si merece, nuestra temeridad, pues no veo ni ahora ni nunca qué pueda alegarse contra lo dicho.

29. R. — ¿Puede llamarse verdad la que no es fundamento de todo lo verdadero?

A. — De ningún modo.

R. — ¿Y no se llama verdadero lo que no es falso?

A. — Sería locura dudar de eso.

R. — ¿Acaso lo falso no es lo que remeda a otro, sin ser aquello a que se asemeja?

A. — Ninguna otra cosa es más digna de ese nombre. Pero también se llama falso lo que dista mucho de asemejarse a lo verdadero.

R. — ¿Quién lo niega? Mas alguna semejanza de verdad ha de tener.

A. — ¿Cómo? Pues cuando se dice que Medea voló en un atelaje de serpientes, de ningún modo esta ficción imita la verdad, por tratarse de una cosa enteramente irreal.

R. — Exacta es tu observación; pero ¿no adviertes que a lo que es nada tampoco puede darse el nombre de falso? Lo falso existe; si no existiera no sería falso.

A. — Luego ¿no llamaremos falso al imaginario prodigio atribuido a Medea?

R. — De ningún modo; porque si es falso, ¿cómo es un prodigio o monstruo?

A. — Estoy asombrado. Es decir, que cuando yo oigo: Engancho a mi carro grandes serpientes aladas uncidas a un yugo, ¿no digo una falsedad?

R. — Sin duda la dices. Pues hay algo falso que enuncias.

A. — Pues ¿qué es?

R. — La proposición enunciada en el verso.

A. — Pues ¿en qué imita ella a la verdad?

R. — En que no se expresaría de otro modo si realmente hubiese volado Medea. Una falsa proposición remeda en su forma a una proposición verdadera. Si no se le da crédito sólo imita en su expresión lo verdadero, y es falsa, pero sin producir engaño. Si se le da crédito, entonces imita también a las sentencias verdaderas.

A. — Ahora advierto la gran diferencia entre lo que decimos y las cosas de que lo decimos, por lo cual asiento a lo dicho, pues me detenía el creer que todo lo falso presenta cierta imitación de lo verdadero. Pues ¿quien no se ríe del que dice que la piedra es una falsa plata?; y, sin embargo, si alguien asegura que la piedra es plata, le respondemos que profiere una falsa proposición. En cambio, con alguna razón, según opino, llamamos plata falsa al estaño y al plomo, porque de algún modo la imitan, y entonces no es falsa nuestra proposición, sino el objeto mismo.

 

16. Si Cosas Más Excelentes Pueden Llamarse con Nombres de las Que Son Menos

30. R. — Veo que me has comprendido. Pero examina ahora si podría llamarse la plata con el nombre de falso plomo.

A. — No; va contra mi gusto.

R. — ¿Por qué?

A. — No lo sé; sólo veo que me repugna.

R. — ¿Será tal vez porque la plata es de mejor calidad y con aquel nombre se le rebaja; en cambio, el plomo sale ventajoso y honrado cuando se le llama plata falsa?

A. — Creo que has atinado en la explicación que yo quería. Y esta es la razón por la que se consideran abominables y execrables e incapaces de testar los hombres que se visten de mujeres, a quienes no sé si llamarlos falsas mujeres o más bien hombres falsos. Pero podemos llamarlos verdaderos histriones y verdaderos infames, o si son ocultos — pues todo lo infame se relaciona con la fama — , justamente los llamaremos verdaderos viciosos, según opino.

R. — Dejemos para otra ocasión el discutir de estos puntos, porque muchas cosas se hacen, al parecer, indecorosas a la faz del pueblo y un fin honesto y laudable las justifica. Así, se ventila una grave discusión sobre si con el fin de librar la patria puede uno, disfrazado de mujer, engañar al enemigo, exhibiéndose como mujer falsa para ser tal vez más verdadero varón, o si el sabio que comprende que su vida es necesaria para el bien común debe preferir morirse de frío a ponerse vestidos femeninos por falta de otros. Pero de estas cuestiones se tratará en otra parte. Ahora se ve cuántas investigaciones deben hacerse para que nuestro trabajo siga adelante sin incurrir en ciertas inevitables torpezas. Mas por lo que atañe a la presente cuestión, me parece ya indubitable y evidente que lo falso se dice por imitación de lo verdadero.

 

17. ¿Hay Cosas Enteramente Falsas o Verdaderas?

31. A. — Pasa adelante; estoy persuadido ya de esa verdad.

R. — Ahora te pregunto si fuera de las ciencias en que nos instruimos — y entre ellas debe incluirse el deseo mismo y esfuerzo de la sabiduría — podemos hallar alguna cosa tan verdadera que no sea como el Aquiles del teatro, el cual ha de ser en parte falso para que pueda ser verdadero.

A. — Creo que hay muchas cosas de ese género. Esta piedra, por ejemplo, no es objeto de las disciplinas, y, sin embargo, para ser verdadera, no imita a ninguna otra cosa con respecto a la cual sea falsa. Y con ésta acuden al pensamiento un tropel de infinitas cosas.

R. — Admito la observación; pero no te parece que todas ellas están comprendidas en la categoría de los cuerpos?

A. — Opinaría como tú si tuviera certeza de que el vacío no es nada, o creyera que el alma ha de contarse entre las cosas corpóreas, o que Dios es un cuerpo. Si existen todas estas cosas, no son falsas o verdaderas por ningún linaje de imitación.

R. — Muy lejos me quieres llevar, mas procuraré buscar un atajo. Pues una cosa es el vacío y otra la verdad.

A. — Muy grande es su diferencia ciertamente. ¿Qué cosa más vacía que yo mismo, si creo que la verdad es irreal y me pierdo tan afanosamente buscando el vacío? Pues ¿qué deseo hallar sino la verdad?

R. — Luego ya me concedes que no hay cosas verdaderas sino por la verdad.

A. — Tengo ya formulada esa persuasión.

R. — ¿Dudas de que fuera del vacío no hay vacío o de que ciertamente es un cuerpo?

A. — No dudo de ningún modo.

R. — ¿O piensas tal vez que la verdad es realidad corporal?

A. — Tampoco.

R — ¿O cosa inherente a algún cuerpo?

A. — No lo sé; nada se me ocurre a este propósito; pero tú sabes que si existe el vacío, se da donde no hay cuerpo alguno.

R. — Es evidente.

A. — ¿A qué nos detenemos, pues?

R. — ¿Acaso crees que la verdad hizo el vacío o que puede haber algo verdadero donde falta la verdad?

A. — No.

R. — No es, pues, la verdad una manía, ni el vacío puede hacerlo sino la carencia de entidad; por otra parte, es manifiesto que lo que carece de verdad no es verdadero; y absolutamente hablando, el vacío se llama así por su privación de ser. ¿Cómo, pues, puede ser verdadero lo que no es o cómo puede serlo lo que es nada?

A. — Adelante, pues, y dejemos el vacío como una insania.

18. Si los Cuerpos Son Verdaderos

32. R. — ¿Qué piensas de las demás cosas?

A. — ¿A qué te refieres?

R. — A lo que favorece a mi causa, pues restan Dios y el alma, y si los dos son verdaderos, porque en ellos está la verdad, ya nadie duda de la inmortalidad de Dios. Y también el alma deberá tenerse por inmortal si se prueba que es sede de una verdad que no muere. Veamos, pues, ya la última cuestión, a saber: si el cuerpo es en verdad verdadero, esto es, si no está en él la verdad, sino más bien una imagen de la misma. Porque si los cuerpos, que muy bien sabemos están sometidos a la muerte, poseen la verdad en la misma forma que las ciencias, ya habrá que privar a la dialéctica de su privilegio de reguladora de las demás artes. Porque también parecen poseer su verdad las realidades materiales que no han sido efecto del arte de disputar. Y si ellos son verdaderos por algún género de imitación, y por lo mismo, distan de la verdad pura, nada impedirá a la dialéctica para que sea considerada como la misma verdad.

A. — Entre tanto indaguemos la naturaleza de lo material; y veo que llegando aquí a una conclusión, nuestra controversia no se acaba.

R. — ¿Cómo sabes lo que quiere Dios? Atiende, pues; yo creo que todo cuerpo está limitado y contenido por una forma y especie, sin la cual no sería cuerpo. Y si la tuviese verdadera, sería alma. ¿Opinas de otro modo?

A. — Asiento en parte; de lo demás, dudo; concedo que para ser cuerpo se requiere una figura. Pero no entiendo lo que añades: si la tuviera verdadera, sería alma.

R. — ¿No recuerdas ya lo que dijimos al principio del libro primero acerca de las figuras geométricas?

A. — Bien haces en recordármelo; lo recuerdo, y muy a gusto.

R. — ¿Se hallan las figuras en los cuerpos tales como las concibe aquella disciplina?

A. — No; antes son mucho menos perfectas.

R. — ¿Y cuáles te parecen las verdaderas?

A. — No me hagas tales preguntas. Pues ¿quién es tan ciego que no vea que las figuras concebidas por la ciencia geométrica están en la misma verdad y la verdad en ellas, mientras las figuras de los cuerpos aspiran a ser lo que ellas, con cierto remedo de la verdad, y en este aspecto son falsas? Ya entiendo, pues, cuanto querías demostrarme.

 

19. De las Verdades Eternas Se Arguye la Inmortalidad del Alma

33. R. — ¿Qué necesidad, pues, tenemos ya de investigar más sobre el arte de la dialéctica? Porque ya sea que las figuras geométricas estén en la verdad, o la verdad en ellas, nadie duda de que se contienen en nuestra alma o en nuestra inteligencia, y, por tanto, se concluye necesariamente que en ella está la verdad. Y si por una parte toda disciplina está en nuestro ánimo adherida inseparablemente a él y por otra no puede morir la verdad, ¿por qué dudamos de la vida imperecedera del alma sin duda influidos por no sé qué familiaridad con la muerte? ¿Acaso aquellas líneas o un cuadrado, o esfera, imitan algo extraño para ser verdaderas?

A. — De ningún modo puedo creer tal cosa, pues habría que suponer que una línea no es una longitud sin latitud ni la circunferencia una curva cerrada cuyos puntos equidistan del centro.

R. — Entonces, ¿por qué dudamos? Donde están ellas, ¿no está la verdad?

A. — Dios me libre del disparate de negarlo.

R. — ¿Acaso, pues, la disciplina no está en el alma?

A. — ¿Quién ha dicho tal cosa?

R. — ¿Y acaso puede, pereciendo un sujeto, permanecer lo que se halla con él?

A. — ¿Y cuándo se me persuade a mí de tal afirmación?

R. — Luego ¿debe fenecer la verdad?

A. — No es posible eso.

R. — Pues entonces es inmortal el alma; ríndete ya a tus razones, cree a la verdad, porque ella clama que habita en ti y es inmortal, y no puede derrocársele de su sede con la muerte del cuerpo. Aléjate ya de tu propia sombra, entra dentro de ti mismo; no debes temer ninguna muerte en ti, sino el olvido de que eres inmortal.

A. — Oigo, me reanimo, comienzo a retornar en mí. Pero antes, te ruego, resuélveme la dificultad propuesta ya: cómo en el alma de los indoctos, que también debe gozar del mismo privilegio de inmortalidad, está la verdad de las disciplinas.

R. — Esa dificultad pide la redacción de otro volumen, si se ha de discutir ampliamente; ahora veo que te conviene pasar revista a la conclusión a que hemos llegado, pues si no te acometen dudas sobre las afirmaciones hechas, hemos cosechado mucho fruto y con no poca seguridad podemos seguir adelante.

20. Cosas Verdaderas y Cosas Recordadas. Percepción Sensible e Inteligible

34. A. — Me atengo a lo que dices y haré con gusto lo que me mandas. Pero declárame con brevedad antes de terminar este volumen la diferencia que hay entre la verdadera figura, tal como es concebida por la inteligencia, y la que se forja con la imaginación, fantasía o "fantasma" que dicen los griegos.

R. — Pides la comprensión de una cosa para la cual se requiere una gran pureza intelectual, y no te hallas suficientemente ejercitado para ello, si bien sólo buscamos con estos mismos rodeos tu preparación y ejercicio, a fin de que te habilites para contemplar la verdad. Sin embargo, brevemente te expondrá cómo puede demostrarse la diferencia que hay. Figúrate que te has olvidado de una cosa y otros quieren traértela a la memoria y te dicen: "¿Es esto o aquello?" profiriendo cosas diversas como si fueran semejantes. Y tú no atinas en lo que deseas recordar, y con todo, ves que no es lo que te sugieren. Cuando ocurre esto, ¿se trata de un olvido completo en ti? ¿No forma parte de cierto recuerdo el mismo discernimiento que haces entre lo que buscas y lo que te proponen?

A. — Así parece.

R. — Todavía éstos no ven la verdad, pero están libres del engaño y del error y saben lo que buscan. Pero si alguien te dice que tú a los pocos días de nacer te reíste, no tendrás por falso lo que te dicen, y si el testigo merece fe, no lo recordarás, pero lo creerás, pues el tiempo de tu infancia está sepultado bajo un pesadísimo olvido. ¿No es así?

A. — Ciertamente.

R. — Este olvido se diferencia mucho de aquel otro, el cual ocupa como un término medio. Pues todavía hay otro más vecino y próximo al recuerdo y reconocimiento de la verdad. Se asemeja a lo que nos ocurre cuando vemos alguna cosa y reconocemos ciertamente que la hemos visto alguna vez y aseguramos que la conocemos; nos esforzamos por recordar dónde, cuándo y cómo y con quién ha llegado a nuestra noticia. ¿Se trata de una persona? Buscamos también dónde la hemos conocido; y cuando ella nos lo recuerda, de repente, todo nos vuelve a la memoria como una luz, y sin ningún esfuerzo todo lo reproducimos. Esta clase de hechos, ¿te es desconocida u oscura?

A. — Nada más manifiesto, porque han sido objeto de repetida experiencia.

35. R. — Tales son los que están bien instruidos en las artes liberales, las cuales, al aprenderlas, las extraen y desentrañan, en cierto modo, de donde estaban soterradas por el olvido, y no se contentan ni descansan hasta contemplar en toda su extensión y plenitud la hermosa faz de la verdad que en ellas resplandece. Pero de allí se levantan y se mezclan ciertos falsos colores y formas, con que se empaña el espejo del pensamiento, engañando a los que indagan la verdad y haciéndoles creer que allí está todo cuanto buscaban. Son ilusiones que se han de evitar con suma cautela, porque son falaces y cambian al variar el espejo del pensamiento, mientras que la faz de la verdad es única e invariable. Así, por ejemplo, la imaginación te pintará, cuadrados de diferente magnitud, como presentándolos ante los ojos; pero la mente interior, amiga de la verdad, debe volverse, si puede, a aquella razón según la cual juzga de la cuadratura de las figuras.

A. — ¿Y si nos dice alguien que ella juzga también según lo que ve por los sentidos?

R. — Entonces, ¿por qué juzga, si está bien instruida, que una esfera perfecta sólo tiene un punto de contacto con un plano ideal? ¿Quién ha visto o puede ver con los ojos semejante cosa, pues ni con la misma imaginación puede representarse? ¿Y no experimentamos las mismas dificultades cuando pretendemos pintar en la imaginación un círculo inconcebiblemente pequeño y en él trazamos los radios al centro? Pues si trazamos dos, separados por una distancia que apenas puede punzarse con la punta de una aguja, ya nuestra imaginación se declara incapaz de representarse otras que sin ninguna confusión lleguen al centro; pero la razón enseña que pueden trazarse otras innumerables, pasando por increíbles angosturas de espacio y sin tocarse más que en el centro, de modo que en el intervalo de cada línea podría inscribirse un círculo. A esto no llega la imaginación, que falla aún más que los ojos, por donde han entrado en el alma; por tanto, cosa manifiesta es que las imágenes de la fantasía difieren grandemente de la verdad y que aquélla es objeto de visión sensible y ésta no.

36. Todo esto se tratará más copiosa y sutilmente cuando discurramos acerca de la inteligencia, empeño que hemos acometido y se realizará cuando queden discutidos y declarados los temas que nos atraen acerca de la vida del alma. Pues tengo para mí que te causaría grande pena que la muerte humana, aun sin acabar con el alma, la redujese al olvido de todas las cosas y hasta de la verdad que hemos averiguado.

A. — No se puede ponderar bastante lo temible de ese mal. Porque ¿cuál sería la vida eterna o qué muerte no habría de preferirse a ella, si allí se vive como el alma, por ejemplo, de un recién nacido, para no hablar de la vida uterina, pues también hay vida allí?

R. — Anímate; Dios nos asistirá, como ya lo experimentamos, a quienes buscamos y promete después de la muerte corporal un reposo beatísimo y la posesión completa de la verdad sin engaño.

A. — Cúmplase nuestra esperanza.

 

 

 

CE, 2005