Sin la Iglesia

no hay

Cristianismo.

Por Arzobispo Hilarión (Troizky), Nuevo Mártir de Rusia.

Adaptación pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

 

Contenido:

Paulatino enturbiamiento de la Fe en la Iglesia. El cristianismo que falsifica a la Iglesia. La Iglesia como reflejo de la unidad de Personas en la Trinidad. Las fuerzas espirituales hacia la unificación. El Espíritu Santo lleva a la unión. Los Cristianos — una creación nueva. La realización de la unidad en la Iglesia Apostólica. Ser cristiano significa pertenecer a la Iglesia. El Cristianismo es inseparable de la Iglesia. Las Sagradas Escrituras son incomprensibles fuera de la Iglesia. Fuera de la Iglesia se pierde la fe en la Divinidad de Cristo. La tragedia del cristianismo sin la Iglesia. El Espíritu Santo hasta hoy respira en la Iglesia. Conclusión.

Notas.

 

 

 

Paulatino enturbiamiento de la Fe en la Iglesia.

"Creo en la única, santa, conciliar y apostólica Iglesia."

Así, en el noveno párrafo del Credo profesa cada cristiano ortodoxo su fe en la gran verdad de la Iglesia.

Pero difícilmente puede señalarse cualquier otro párrafo del Credo, que fuese tratado con mayor indiferencia por los corazones de los creyentes que leen el Credo, como les sucede con el párrafo noveno, donde se expresa justamente la verdad de la Iglesia. En parte, esto puede comprenderse. Pues, precisamente, en el noveno párrafo del Credo el ser humano profesa su vínculo con la sociedad visible de los seguidores de Cristo y de esta manera, con las cortas palabras de la profesión, él promete estar siempre de acuerdo con todas las verdades proclamadas por la Iglesia, guardiana de la doctrina de Cristo, y tendrá que someterse a todos los preceptos, con los cuales la Iglesia cumple con los propósitos de Su existencia y que sirven para conducirla como una sociedad que vive en la tierra. Por eso pienso, no seremos pecadores si expresáramos la idea de que la verdad de la Iglesia, más que cualquier otra verdad, tiene que ver con la existencia misma de cada cristiano y determina no solamente su creencia, sino su vida entera. Reconocer a la Iglesia quiere decir no soñar solamente con Cristo, sino vivir cristianamente, elegir el camino de amor y sacrificio. La fe en la Iglesia exige proezas tanto de la mente, como de la voluntad humanas. Y ésta es, precisamente, la causa del rechazo de la verdad de la Iglesia por los principios vitales que se introdujeron imperceptiblemente en la conciencia y en la concepción del mundo, hasta de la sociedad ortodoxa rusa, preferentemente, claro está, de así llamada sociedad intelectual e instruida.

Desde los tiempos de Pedro I, época triste para la Iglesia, la sociedad rusa se orientó cada vez más lejos de la vida popular eclesiástica, más bien comenzó su existencia común con todos los demás pueblos europeos, menos con el ruso. Al caer bajo la influencia del occidente en todos los ámbitos de su vida; la sociedad rusa tampoco pudo eludir la influencia de las religiones occidentales sobre su propia concepción religiosa del mundo. Sin embargo, dichas religiones no en vano recibieron de parte del hijo fiel de la Iglesia Ortodoxa y de su santa Patria A. S. Khomiakov una característica siguiente: "son herejías contra las dogmas que hablan de la esencia propia de la Iglesia, contra la fe de ella en sí misma," y la negación de la importancia de la Iglesia fue, según Khomiakov, el destacado signo particular del catolicismo y del protestantismo.

La Verdad de la Iglesia ha sido suficientemente deformada en el occidente después de la ruptura de Roma y el Reino de los Cielos empezó a parecerse allí al reino de la tierra. Latinismo con su recuento terrenal de las buenas acciones y su relación mercenaria con Dios, con la salvación falsificada obscureció en la conciencia de sus feligreses la idea cristiana de la Iglesia.

El Latinismo engendró una criatura perfectamente legítima, pero bastante rebelde que resultó ser el protestantismo. El Protestantismo no fue solamente una protesta de la legítima, antigua, eclesiástica conciencia cristiana contra aquellas deformaciones de la verdad que fueron admitidas por el papado medieval — como a menudo lo suelen presentar los teólogos protestantes. No, el protestantismo resultó ser la oposición de un pensamiento al otro; él no restituyó el cristianismo antiguo, sino una deformación del cristianismo cambió por otro, y ha sido la nueva alteración peor que la primera. El protestantismo pronunció la última palabra del papismo, le hizo la lógica deducción final. La verdad y la salvación han sido dadas al amor; quiere decir a la Iglesia, — así es según la concepción eclesiástica. El Latinismo, apartándose de la Iglesia, traicionó esta concepción y proclamó : la verdad pertenece a un solo ser cuya personificación es el papa — que sea el papa sólo, pero es una persona sola, sin la Iglesia, — y es el papa quien administra la salvación de todos.

El protestantismo objetó: ¿Por qué la verdad pertenece solamente al papa? — y agregó: la verdad y la salvación están al alcance de cada individuo particular independientemente de la Iglesia. De esta manera cada persona ha sido promovida por ellos en un papa infalible. El protestantismo colocó la tiara papal en la cabeza de cada profesor alemán y con su innumerable cantidad de papas arruinó la idea de la Iglesia, sustituyó la fe por medio del razonamiento de cada ser individual, y la salvación a través de la Iglesia la sustituyó por medio de la convicción sentimental de poder salvarse sin la Iglesia, aislándose con egoísmo de todos los demás. Para un protestante la verdad es sólo aquello, que a él le agrada, lo que él acepta como verdad. En práctica, evidentemente, los protestantes también, desde el comienzo, introdujeron con rodeos, llamémoslo — como contrabando, algunos elementos del dogma de la Iglesia, aceptando algunas autoridades en el ámbito de la doctrina de la fe. Siendo en esencia un anarquismo eclesiástico, el protestantismo puro, como todo anarquismo, resultó ser irrealizable como hecho y por eso mismo atestiguó delante de nosotros aquella verdad indiscutible, de que el alma humana pertenece, por naturaleza, a la Iglesia.

Sin embargo, el protestantismo fue aceptado con gusto por el egoísmo humano y por el voluntarismo de toda clase. El egoísmo y la indisciplina recibieron en el protestantismo una especie de permiso y bendición, lo que se reflejó y se detecta ahora en el sinnúmero de presiones y divisiones en el propio protestantismo. A él se debe, justamente, la declaración abierta de una gran mentira: uno puede ser cristiano sin reconocer ninguna Iglesia. Sujetando, sin embargo, a sus miembros por medio de algunas autoridades obligatorias y por ciertos reglamentos eclesiásticos, el protestantismo se encuentra enredado dentro de las contradicciones desesperadas: él liberó de la Iglesia al ser humano, y ahora él mismo pone límites a esta libertad. De ahí proviene la permanente rebelión de los protestantes contra aquellos pocos y pobres restos del espíritu eclesiástico, que se conservan aún por los representantes oficiales de su religión.

Es comprensible que el protestantismo, precisamente, corresponde mejor a la disposición de ánimo reinante en el Occidente. Allí, en el Occidente, han llegado a tener mayor bienestar de vida exterior y la gente se llenó de orgullo a causa de estos logros, se amó a si misma en detrimento de Dios y de sus prójimos. El egoísmo pecaminoso, el menosprecio al prójimo lo enseña allí hasta la filosofía moderna y la literatura contemporánea. ¿Cómo puede el europeo orgulloso aceptar la doctrina de la Iglesia, si para eso, para admitirla debería, antes que nada, renegar del egoísmo y de la falta de disciplina, someterse a la voluntad de la Iglesia y aprender a querer a la gente, colocándose siempre en un sitio inferior con respecto a los demás?

En la vida religiosa contemporánea de la sociedad rusa se percibe la influencia directa del protestantismo.

Todo nuestro racional espíritu sectario ruso obtuvo sus raíces ideológicas del protestantismo, provienen de él. Pues, ¿de dónde aparecen en nuestro ámbito diversos misioneros sectarios, si no de los países protestantes? Y por eso casi todos los puntos de discrepancia entre los sectarios y la Iglesia Ortodoxa Rusa se expresan precisamente en la negación de la Iglesia, como tal, en nombre de la ficticia "cristiandad evangélica."

Pero independientemente de la falsa doctrina protestante, mucha gente llega a la negación de la Iglesia, adquiriendo de la Europa Occidental su la concepción del mundo, en general., que se desarrollo fuera de la Iglesia, totalmente ajena y hasta hostil al espíritu de la Iglesia.

Se infiltra más y más en nuestro ámbito la egolatría de la Europa occidental. Nuestra literatura, que fue antes la guía de amor y de renacimiento espiritual, especialmente en las obras inmortales del gran Dostoievsky, en la última época con las obras de Górki o de Andréiev y similares, se inclinó ante el Baal europeo-occidental de la orgullosa egolatría y egoísmo. Cuando en la sociedad ortodoxa el amor se encuentra destituido por el orgullo y la egolatría, cuando el orgullo recibe la venerable denominación de "noble," mientras los Santos Padres de la Iglesia nombran el orgullo y la egolatría sólo como atributos diabólicos; cuando a la abnegación la sustituye la autoafirmación, y a la humilde sumisión – la orgullosa arbitrariedad, entonces, evidentemente, se cubre con una niebla espesa la verdad preclara de la Iglesia, la que esta firmemente unida a las virtudes directamente contrarias a estos vicios.

A lo largo de los años la gente rusa se desacostumbró del pensamiento eclesiástico, hasta, poco a poco, perdió la concepción de la Iglesia como la nueva vida de Cristo. Tuvimos antaño aquella buena época, cuando I. T. Pososhkov dejaba este legado a su hijo: "A ti, hijo mío, te dejo con firmeza este legado y te ruego encarecidamente que sigas ateniéndote con todas tus fuerzas a la Santa Iglesia del Oriente, como a tu madre... y a todos los adversarios de la Santa Iglesia aléjalos de ti y no tengas con ellos ninguna relación amistosa, porque ellos son los enemigos de Dios."[1] ¡Qué claridad y precisión del pensamiento! Según la idea de Pososhkov el adversario de la Iglesia — es, sin falta, el enemigo de Dios. Esta nitidez del pensamiento la perdió ya mucha gente, y poco a poco se construyo en nuestros días una horrible falsificación de la fe en Cristo. Esta fe, precisamente, fue tomada como una doctrina que puede ser aceptada sólo por medio del razonamiento. La Cristiandad, en el sentido de la vida de la humanidad en la Iglesia, a la que Cristo Redentor le dio un nuevo nacimiento, ya está casi olvidada.

El cristianismo que falsifica a la Iglesia.

Cristo mismo dijo que Él fundará a la Iglesia, ¿pero quién mencionaría ahora la Iglesia? No, se habla preferentemente del cristianismo, analizándolo como algún sistema filosófico o ético. Cristianismo, eso suena como neo-kantianismo o nitzscheanismo! Esta falsificación de la Iglesia por medio del cristianismo, como un sutil veneno, se introduce en la conciencia hasta de la sociedad eclesiástica. Es un veneno sutil, porque se esconde bajo la colorida superficie del palabrerío altisonante sobre los defectos del "cristianismo histórico" (quiere decir, ¿de la Iglesia?), de su supuesta incompatibilidad con el "puro," "evangélico", cristianismo. El Evangelio y el Cristo se contrapone a la Iglesia, la que llaman, quién sabe por qué, "histórica," ¡como si exista o existiera alguna vez una otra Iglesia fuera de la historia! Verdaderamente, aquí el mismo Satanás adquiere la imagen de un ángel luminoso. Él finge, como si quisiera limpiar la verdad de Cristo de las impurezas humanas.

Nos acordamos, sin querer, de las sabias palabras del beato Vicente de Lirin: "...Cuando observemos que alguna gente cita las sentencias de los apóstoles o de los profetas para la refutación de la Fe universal, no debemos dudar que por medio de su boca habla el diablo; y para acercarse furtivamente a las ovejas ingenuas, ellos esconden su aspecto lobuno, sin abandonar su fiereza de lobos y se envuelven en la piel de las sentencia sacadas de las Escrituras Sagradas para que, sintiendo la suavidad de esta piel, nadie tuviera miedo de sus dientes filosos."[2]

Esta es la cualidad del hombre orgulloso y ególatra: se refiere a todo audazmente y con aplomo, aunque no entiende bien aquello, que esta aseverando. Esto se descubre de un modo especialmente evidente en las cuestiones de la Fe. Aquí todos quieren ser maestros, apóstoles y profetas. Aquí no se sienten desconcertados ni por la ignorancia crasa. En otros ámbitos la gente, que no sabe nada, por lo menos prefiere callar. Pero en los problemas de la Fe, los que menos entienden en estos asuntos, son los que más predican y reflexionan. Si todavía el apóstol Pablo decía: — quien está alejado del amor sincero, de la conciencia limpia y de la franca fe, aquel se desvía hacia la vanilocuencia, queriendo enseñar la ley de Dios, pero sin entender de lo que habla, y sin tener idea de lo que afirma (1 Tim. 1:5-7).

En toda esta vanilocuencia contemporánea se introduce muy a menudo una triste equivocación que puede llamarse la separación del cristianismo de la Iglesia. Por eso la gente comienza a discurrir con tanto aplomo sobre los asuntos de la fe, porque admiten la posibilidad de la existencia de un cristianismo independientemente de la Iglesia, y hasta hostil a la Iglesia. Presumen la posibilidad de ser cristiano y al mismo tiempo enemistarse con la Iglesia. Ahora la gente se relaciona de diferente manera con la Iglesia y con el cristianismo. Las personas que piensan poco en Dios y en la eternidad, consideran, sin embargo, como un deber de la decencia, por lo menos de palabra, hablar del cristianismo con respeto. No se ha llegado entre nosotros todavía al total y abierto desprecio hacia el cristianismo, a la abierta animosidad contra él. A este límite han llegado solo pocos "poseídos por el diablo" (Hechos 10:38), los renegados más "adelantados" (si lo pensamos, claro está, en dirección al infierno).

Sin embargo, los "habitantes" comunes, como ya lo dijimos, hablan comúnmente del cristianismo con cierto respeto. "El Cristianismo, oh! — es evidentemente una doctrina importante y elevada. ¿Quien podrá discutirlo?" Así, más o menos, se refieren al cristianismo. Pero, al mismo tiempo, se considera signo de buena modalidad estar, a menudo inconscientemente, en una especie de oposición contra todo lo eclesiástico. En el alma de muchos contemporáneos nuestros, no sabemos cómo, conviven en paz el respeto al cristianismo y el menosprecio a la Iglesia. Por lo menos, a nadie lo incomoda llamarse cristiano, pero no quieren saber nada de la Iglesia y se avergüenzan mostrarse adeptos a la Iglesia. La gente, que en sus certificados de bautismo, aparecen como "de religión cristiana ortodoxa," señalan de un modo incomprensiblemente malicioso los defectos, a veces reales, pero a menudo inventadas, de la vida de la Iglesia, y no se lamentan de estas imperfecciones, como lo dice en sus preceptos el Apóstol: "Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él" (1 Cor. 12:26), sino, justamente, se alegran maliciosos. En nuestra prensa, así llamada "progresiva" hay muchas personas que se ganan el sustento por medio de la calumnia, exclusivamente, dirigida a la Iglesia y sus instituciones, a los representantes de la jerarquía eclesiástica. Calumniar todo lo de la Iglesia se hizo para algunos simplemente una profesión rentable. Pero en esta notoria mentira se apuran a creer, y sin mostrar alguna duda, aquella gente que se considera verdaderamente cristiana. Con la gente mala sucede, que al escuchar algo ruin sobre sus enemigos, se apuran a creer todo lo malicioso, como temiendo, de que esas ruindades resulten mentiras. Algo similar, precisamente, se puede observar en cierta gente con respecto a la Iglesia. Para ellos la Iglesia representa algo así, como un enemigo, de cuyas imperfecciones le resulta tan grato al pecador tener noticia. Aquí volvemos a ver con qué amplitud se ha difundido la separación del cristianismo y de la Iglesia: se consideran cristianos, pero no quieren ni escuchar nada bueno sobre la Iglesia.

¿Pero, habría podido suceder algo similar, si hubiera sido muy clara la idea de la Iglesia, si ésta no hubiera sido sustituida por los valores incomprensibles e indefinidos? ¿Cómo podríamos imaginarnos que en el siglo de los Apóstoles, los paganos hubiesen reprochado a la Iglesia de excluir de su seno a los miembros hostiles, como por ejemplo, a los herejes? Aunque, en los primeros siglos, la excomunión era una medida disciplinaria común de la Iglesia, y todos consideraban esta medida perfectamente legal y bastante provechosa. ¿Por qué fue así? Fue, justamente, porque la Iglesia se presentaba entonces como un valor preciso y claro, como una Iglesia, verdaderamente, y no un cierto cristianismo. En aquel entonces no había lugar para las ideas absurdas de que el cristianismo — es una cosa, y la Iglesia — otra, de que el cristianismo es posible apartado de la Iglesia. En aquel entonces la hostilidad contra la Iglesia era también la hostilidad contra el cristianismo. Sin embargo, la hostilidad contra la Iglesia en nombre de un presunto cristianismo, — es el fenómeno exclusivo de nuestros tiempos tristes. Cuando el cristianismo estaba representado por medio de la Iglesia ante los ojos del mundo, entonces este "mundo" entendía claramente y aceptaba sin querer que la Iglesia y el cristianismo eran una sola y la misma cosa.

A veces parece que toda nuestra Iglesia en exilio está como en una permanente discrepancia. Uno no sabe, quién es el nuestro, y quién — de los adversarios. Gobierna en las mentes una especie de anarquía. Aparecieron demasiados "maestros." "hay desavenencia en el cuerpo" mismo de la Iglesia (1 Cor 12:25). En la antigua Iglesia un obispo enseñaba desde el alto púlpito; ahora aquel, quien habla de sí mismo como del, que está "en el atrio", hasta solo "apoyado en los muros de la Iglesia," se considera, sin embargo, apto para dar enseñanzas a toda la Iglesia con sus jerarcas. Averiguan sobre los asuntos de la Iglesia y forman sus opiniones basándose en las "hojas públicas" (como llamaba el metropolitano Filaret a los diarios) enemigas de la Iglesia, donde escriben sobre los asuntos eclesiásticos los sacerdotes degradados, o toda clase de renegados, o burladores descarados y enfurecidos que injurian a la Iglesia (2 Ped. 3:3), gente que no tiene nada que ver con ella.

¡Triste condición! Justamente, esta triste condición de nuestra actualidad debe impulsar a todo aquel, quien valora la fe y la vida eterna, — de analizar las equivocaciones principales de nuestros prejuicios de hoy, que separan el cristianismo de la Iglesia. Guiándonos por la Palabra de Dios y por los escritos de los Padres de la Iglesia, deberíamos examinar en toda su profundidad este serio problema: ¿es posible la vida del cristianismo sin Iglesia?

La Iglesia como reflejo de la unidad de Personas en la Trinidad.

La vida del Cristo Redentor representa para el lector de los Santos Evangelios una gran cantidad de momentos excelsos que llenan el alma, justamente, con cierto sentimiento especial de lo sublime. Pero bien puede ser, que aquel era el instante más alto de la vida de toda la humanidad, cuando Nuestro Señor Jesús Cristo, en la oscuridad de la noche austral, bajo la bóveda verde de los árboles a través de cuyo ramaje parecía que el cielo mismo observaba con sus luminosas estrellas oscilantes nuestra tierra pecadora, en Su oración de Sumo Sacerdote exclamaba: "¡Padre Santo! A los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como Nosotros... Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como Tu, oh Padre, en Mi, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros" (Juan 17:11-25).

Hay que prestar especial atención a estas palabras de Cristo. En ellos se define claramente la esencia de todo el cristianismo: el cristianismo no es simplemente una doctrina abstracta que la mente capta y se mantiene en cada uno por separado. No, la cristiandad — es la vida común, donde todas las individualidades se asocian unos con otros de tal manera, que su unión puede ser comparada con la unificación de las tres Imágenes de la Santa Trinidad. Porque Cristo no reza solamente por la preservación y por la propagación en todo el mundo de Su enseñanza, — el reza también por la unificación vital de todos los que creen en Él. Cristo pide a su Padre Celestial que ayude a la concertación, o mejor dicho, a la reconstitución en la tierra de la natural unificación de toda la humanidad. "De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres" (Hech. 17:26).

"La gente" — escribe San Basilio el Grande — "no hubiera tenido ni divisiones, ni discordias, ni guerras, si el pecado no hubiera malherido la esencia humana" ...Y "esto es lo más importante en la tarea de reconstruir la encarnación: llevar la naturaleza humana a reunificarse consigo misma y con el Salvador, y destruyendo la astucia del pecado, restablecer las unidad originaria de la misma manera, como el mejor de los médicos, por medio de las curaciones sanativas, compone el cuerpo separado anteriormente en varias partes."[3]

Pues, esta clase de unificación de los seres humanos — no solamente de los Apóstoles, sino de todos los creyentes en Cristo por sus palabras - constituye la Iglesia. Entre los objetivos terrenales no se encontró ninguno, que podría compararse con esta nueva sociedad de las personas salvadas. En la tierra no existe la unidad que podríamos comparar con la unidad de la Iglesia. Una unidad similar encontramos solamente en el cielo. En el cielo el amor incomparable del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo reúne tres Entidades en un solo Ser, de tal modo, que no son los tres Dioses, sino Un Sólo Dios quien vive la vida adunada de tres. Para esta clase de amor, que hubiera podido aunar a muchos en uno sólo, están invocados los seres humanos, y lo que pedía Cristo a Su Padre Celestial: "Para que el amor, con que me has amado, esté en ellos" (Juan 17:26).

En las citadas palabras de Cristo — la verdad de la Iglesia está estrechamente vinculada con el misterio de la Santa Trinidad. Las personas que ingresan en la Iglesia y que aman unas a otras, se asemejan a las tres Entidades de la Santa Trinidad, cuyo mutuo amor Los une en un solo Ser. La Iglesia es como la hipostásis de todos los seres, que la componen por medio del amor que profesan los unos a los otros. Esta idea, precisamente, que pertenece a la primera oración de Cristo Redentor, es la que fue percibida así por muchos Padres y Maestros de la Iglesia más importantes como: San Cipriano de Cartagena, San Basilio el Grande, San Gregorio de Nissa, San Ambrosio de Mediolano, San Hilario Pictaviano, San Cirilo de Alejandría, Bienaventurado San Agustín y reverendo San Juan Casiano. Nos permitiremos presentar citas cortas de algunos representantes de este grupo de destacados y excepcionales Padres de la Iglesia.

Así fue, como San Cipriano de Cartagena aún escribía a Magno: "Dios, infundiéndonos la idea de que la unidad acontece por la voluntad Divina, dice y asegura: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30) y orientando Su Iglesia hacia la unidad similar, agrega: "... y habrá un rebaño, y un Pastor" (Juan 10:16). También en su obra "Sobre la oración de Dios" San Cipriano dice: "¡Sin quedar satisfecho de habernos redimido con Su Sangre, El (el Salvador) oró todavía por nosotros! Y orando — fíjese — tenía el único deseo: que nosotros permanezcamos en la misma unidad, como lo son el Padre y el Hijo unidos en Su esencia."[5]

Y he aquí lo que escribe San Cirilo de Alejandría: "Como ejemplo e Imagen del amor indivisible, de concordia y unidad, pensado unánimemente, Cristo tomando como ejemplo la unidad esencial que el Padre tiene con Él, y Él, a su vez, lo tiene con el Padre — desea la unión similar para nosotros, el uno con el otro, así, evidentemente, como lo tiene la Santa y hipostática Trinidad, así, como algunos se imaginan ver todo el cuerpo de la Iglesia elevándose hacia Cristo a través del enlace y la unión de dos pueblos constituyendo uno nuevo, más perfecto. La imagen de la unión Divina y el triunfo esencial de la Santa Trinidad, igual que Su mutua penetración absoluta, debe encontrar el reflejo en la unión de la unanimidad y la comunidad de las ideas de los creyentes." San Cirilo muestra también "el vínculo natural que nos une a los unos con los otros y a todos con Dios, presume, quizás también, la existencia de la unidad corporal."[6]

Por eso, toda la obra terrenal de Cristo debe analizarse no sólo como una doctrina. Cristo llegó a la tierra no sólo para comunicar a la gente algunas verdades nuevas; no, Él vino para crear una vida nueva para la humanidad, quiere decir — la Iglesia (Mateo 16:18). Esta nueva sociedad humana, según la idea de su mismo Creador, se distingue esencialmente de cualquier otra reunión de personas en sendas sociedades. El mismo Cristo llamaba a menudo Su Iglesia — el Reino de Dios, y decía, que este Reino no pertenece al mundo (Juan, 16:27; 15:19; 17:14; 16; 18:36), quiere decir; que su carácter no es de este mundo, no es mundano, no se parece a los reinos políticos, terrenales.

La idea de la Iglesia, como una nueva, perfecta organización social, contrariamente, por ejemplo, a la organización social estatal, está muy bien expresada en la oración del día del Descenso del Espíritu Santo, cuando la Iglesia recuerda y festeja, precisamente, su comienzo. "Cuando has descendido uniendo las lenguas, las lenguas separadas, oh, Supremo; y cuando repartías las lenguas ardientes, llamaste a todos para que nos unamos y glorifiquemos en concordia al Espíritu Santísimo." Aquí la fundación de la Iglesia se contrapone a la Torre de Babel y a la "confusión de las lenguas." Justamente, entonces, durante la edificación de la Torre de Babel, Dios descendió para confundir las lenguas y dividió, El Supremo, a los pueblos.

El cuento bíblico sobre "la confusión Babilónica" tiene el significado muy profundo. Justo anteriormente a este cuento, la Biblia comunica sobre los primeros éxitos de la humanidad pecadora dentro del ámbito de la cultura y de la vida en comunidad civil; justo antes de la "confusión babilónica" la gente comenzó a erigir las ciudades de piedra. Y he aquí que Dios "confundió" los idiomas de los habitantes de la tierra de tal manera, que ellos perdieron la capacidad de comprender los unos a los otros y se dispersaron por toda la tierra (Gén. 11:4-8). En esta "confusión Babilónica" está presentado un determinado tipo de organización social civil o estatal, basada solamente en una verdad humana — en el derecho.

Nuestro gran filósofo ruso V. S. Soloviev definió así el derecho: "El Derecho es la exigencia coercitiva de realizar cierto mínimo bien u orden, que no permita que se manifieste el determinado mal."[6] Pero si aceptamos hasta esta definición del derecho, evidentemente, esa no coincide con la idea del amor cristiano. El derecho (la jurisprudencia) concierne a las relaciones exteriores humanas y no toca la esencia anímica del hombre. La sociedad basada sólo en al derecho humano nunca podrá aunar, juntar a la gente en un organismo. La unión se destruye por medio del egocentrismo, egoísmo, y el derecho no suprime el egoísmo, al contrario: sólo lo reafirma, cuidándolo de los embates de parte del egoísmo de otras personas. La meta del estado, basado en el derecho, consiste en llegar a construir un régimen que pudiera satisfacer el egoísmo de cada miembro de la sociedad sin violar al mismo tiempo los intereses del otro. El modo de construir semejante régimen puede ser uno solo: cierta restricción del egoísmo de cada miembro de la sociedad. En esto consiste la contradicción irresoluble del derecho, que sanciona el egoísmo, pero que también lo limita. Y por eso la sociedad basada en el derecho del hombre lleva siempre dentro de si mismo las semillas de descomposición, porque protege el egoísmo que descompone y destruye cualquier unificación. El destino de la Torre de Babel es el destino del estado del derecho; en una sociedad similar sucede a menudo aquella "mezcolanza de las lenguas" cuando la gente comienza a no comprender los unos a los otros, aunque siga usando el mismo idioma. El régimen del derecho termina a menudo con un terrible desorden.

A este estado de derecho, la sociedad exclusivamente terrenal, se contrapone la sociedad cristiana — la Iglesia. "Cuando se distribuían las lenguas ardientes, se convocaba a la unión." El Cristo erige la Iglesia no para proteger el egoísmo humano, sino para destruirlo totalmente. En los cimientos de la unión eclesiástica no están colocados los principios del derecho que protegen el egoísmo personal, sino el amor, lo contrario al egoísmo. En Su última plática Cristo les decía a su discípulos: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13:34-35). Esta es, precisamente, la base de la unión en la Iglesia y no crea la unificación externa de las personalidades temporalmente fraccionadas, sino una unión orgánica.

El propio Cristo compara la unión en la Iglesia con reunión orgánica de un árbol con sus ramas (Jn. 15: 1-2). Pero especialmente detallada es la explicación del apóstol Pablo sobre la inseparable esencia orgánica de la Iglesia. La comparación de la Iglesia con el árbol existe también en los escritos del Apóstol Pablo (Rom. 11:17-24), pero más a menudo el apóstol Pablo llama a la Iglesia "el cuerpo."[7] Llamando "cuerpo" a la Iglesia se demuestra ya su unidad; dos cuerpos no pueden ser unificados. ¿Pero qué significa la imagen del "cuerpo" adjudicada a la Iglesia? Esa imagen del "cuerpo" adjudicada a la Iglesia explica maravillosamente el propio Apóstol Pablo. Muchos, quiere decir todos los que forman la Iglesia constituyen un solo cuerpo en Cristo, y por separado son los unos para los otros — los miembros (Rom. 12:5; Cor. 12:27). El cuerpo es uno solo, pero tiene muchos miembros, y todos los miembros de un cuerpo, aunque fuesen muchos miembros, constituyen un solo cuerpo. El cuerpo comprende no un solo miembro, sino muchos. Si una pierna dirá: yo no pertenezco al cuerpo, porque no soy el brazo, ¿entonces, solo por eso, la pierna no pertenece al cuerpo? Si la oreja dirá: yo no pertenezco al cuerpo porque no soy el ojo, ¿entonces, es posible que la oreja no pertenezca al cuerpo? Dios situó los miembros en el cuerpo humano a su manera (1 Cor.12:12-18). Así, como en un cuerpo que tiene muchos miembros, no todos los miembros tienen la misma función (Roman. 12:4). No puede el ojo decir al brazo: no te necesito; tampoco la cabeza puede decir a las piernas: no me son necesarias. Dios creó el cuerpo dándoles a los miembros menos importantes proporcionalmente mayor atención, para que no hubiera separaciones y para que todos los miembros se ocuparan del mismo modo los unos de los otros. Por eso, si sufre un miembro, con el sufren también los demás miembros; y si celebra un miembro, con el se alegran todos los demás miembros (1 Cor. 12:21, 24-28. Comparar con Rom 12:6-9).

Las fuerzas espirituales dirigidos hacia la unificación.

¿Pero cómo es posible la realización de la semejante unificación de las personas dentro de la Iglesia, en una sociedad eclesiástica? Si la natural condición pecadora del hombre corresponde mejor a la creación de un estado de derecho, de una sociedad de derecho, porque el pecado es, justamente, la autoafirmación o el egoísmo que está protegido por el derecho civil. Es cierto, que para el hombre, quien sigue defendiendo su condición pecadora, la perfecta unión será sólo una vana ilusión, que no podrá ser realizada. Pero he aquí, que todo puede ser solucionado por medio de la Iglesia verdadera. Cristo no nos enseñaba solamente la unión, la idea de la Iglesia, Él fundó la Iglesia. Cristo nos dio este mandamiento: que se deben amar los unos a los otros; pero este sólo mandamiento no es suficiente. Este mandamiento, como cualquier otro mandamiento no puede crear nada por si mismo, si el hombre no tiene suficientes fuerzas para su cumplimiento. Y si el cristianismo tuviera que limitarse solamente con esa "doctrina de amor," hubiera sido inútil, porque en la naturaleza humana existente, desfigurada por el pecado, no habría fuerzas para la realización de esta doctrina. De amor hablaba aún el Antiguo Testamento, y también los paganos, pero era insuficiente.

La razón reconoce, que el mandamiento de amor es muy positivo, pero el hombre encuentra permanentemente dentro de si mismo otra ley que se opone a la ley de la razón y que lo atrae hacia la ley pecadora (Rom. 7:22-25). Para llagar a ser una buena persona es insuficiente saber distinguir qué es el bien y qué es el mal. ¿Acaso, nosotros dudamos de que es malo pecar? Entonces, ¿cómo es que sabiéndolo, seguimos pecando? Es porque una cosa es saberlo, y otra cosa — ponerlo en práctica, vivirlo. Quien observa los movimientos de su alma, sabe muy bien que los pecados y las pasiones luchan contra la razón, y que a menudo la vencen. La razón se doblega bajo los embates de las pasiones; el pecado, como la niebla, nos tapa el sol de la verdad trabando el movimiento de las fuerzas buenas de nuestro alma. El alma que tiene conciencia de la fuerza del pecado, está lista para decir junto con el rey Manassia: "Estoy tan trabada con muchas ataduras de hierro, que no puedo levantar la cabeza." ¿Cómo puede entonces, en este triste estado, ayudarnos solamente la doctrina de amor?

Pero en esto consiste justo la fuerza y el significado de la causa de Cristo, que no se limita con la doctrina solamente. A la humanidad le fueron dadas nuevas fuerzas y por eso se le hace posible la nueva unión dentro de la Iglesia. Estas fuerzas fueron dadas, antes que nada, para que por medio de la encarnación del Hijo de Dios, la humanidad se uniera de modo más estrecho con Dios. En la Iglesia el hombre sigue uniéndose siempre y constantemente con Cristo. Esta unión — es la fuente de la vida espiritual, y sin esta unión — sobreviene la muerte espiritual. ¿En qué consiste esta unión? Cristo decía: "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de ese pan, viviría para siempre; y el pan que Yo daré es mi carne, la que yo donaré por la vida del mundo... De cierto, de cierto os digo: si no comeréis la carne del Hijo de Hombre y no beberéis de su Sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come de Mi carne y bebe Mi Sangre, tendrá la vida eterna; y Yo lo resucitaré en el día postrero... El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, permanece en Mí, y yo en él" (Juan, 6:51-56).

El Sacramento de la Comunión — he aquí la unión con Cristo y por consiguiente, es la fuente de la vida espiritual. El Sacramento de la Comunión reúne a la gente con el Dios, y con esto los une, mutuamente, los unos con los otros. Por eso la Comunión, por excelencia, es la fuente de la vida con la Iglesia precisamente. El sentido del Sacramento de la Comunión está en su pertenencia a la Iglesia. Sin la unión con la Iglesia no hay Comunión. Es muy significativo, que en los escritos de los Padres de la Iglesia la unión eclesiástica se encuentra indisolublemente unida al Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

Ya San Ignacio escribe a los filadelfios: "Traten de tener una sola Eucaristía, porque es un solo Cuerpo de nuestro Señor Cristo Jesús y un solo cáliz para la unión son Su Sangre, y un solo altar de sacrificio" (cap. 4). El mismo San Ignacio subraya la pertenencia de la Eucaristía a la Iglesia: "Sin el obispo no hagas nada que tiene que ver con la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía debe considerarse verdadera, la que está consumada por el obispo, o por aquella persona que el obispo indique. Donde estará el obispo, allí debe estar el pueblo, de la misma manera — donde estará Cristo Jesús, allí debe estar la Iglesia católica ortodoxa" (A los de Esmirna, cap. 8). "Muchas semillas" — escribe San Cipriano de Cartagena — "juntadas, molidas y amasadas constituyen el pan; así es con Cristo, Quien representa el pan celestial, nosotros vemos un Cuerpo en Él donde están reunidas nuestras multitudes."[8]

La doctrina de los Santos Padres sobre la pertenencia de la Eucaristía a la Iglesia y sobre su significado para la salvación de las almas revela detalladamente y en profundidad San Cirilo de Alejandría, cuyas palabras aquí citaremos: "El nacido junto con el Padre determinó, — con la sabiduría que Le es afín y aconsejado por el Padre, — un cierto método refinado para juntarnos y unirnos mutuamente y con Dios, aunque separados cada uno del otro por medio de cuerpo y alma en un individuo independiente, — precisamente el método siguiente: en un cuerpo, evidentemente en Su propio, bendiciendo a los creyentes en Él por medio de la sacramental comunión (Eucaristía), los hace pertenecer al mismo cuerpo, tanto al Propiamente Suyo, como a los de cada uno. ¿Quién, realmente, hubiera podido separar de la natural unión mutua a aquellos, quienes por medio de un cuerpo Santo están comprendidos dentro de la unidad con Cristo? Pues, "todos participamos de aquel mismo pan, somos un cuerpo" (1 Cor. 10:17), porque Cristo no puede ser dividido. Por eso el cuerpo de Cristo se llama la Iglesia, mientras todos nosotros — somos sus diferentes miembros, según la comprensión del Apóstol Pablo (1 Cor. 12:27). Todos nosotros por medio del Cuerpo Santo nos reunimos con un solo Cristo, como recibimos a Él, único e indivisible, en nuestros cuerpos; a Él, más que a nosotros mismos, debemos considerar pertenecientes nuestros miembros."[9]

"No sólo por la disposición del ánimo, que consiste en la afición del alma, permanecerá Cristo dentro de nosotros, — como Él dice (Juan 6:56) — sino también por medio la comunión (unión), desde ya, natural. Así, como alguien, quien reúne dos clases de cera y al derretirlas, hace de las dos una sola, — así, al comulgar con el Cuerpo de Cristo y con su Santa Sangre, se reúne Él, Único, con nosotros y a su vez, nosotros con Él. Porque, de otra manera, hubiera sido imposible para que aquello que sufre la descomposición hubiera sido capaz de ser vivificado, si no tuviera corporalmente la unión con el Cuerpo de Aquél, Quien es la vida por Su naturaleza , quiere decir el Único."[10]

De esta manera, según la doctrina de Cristo y según los testimonios de los Santos Padres, la vida verdadera es posible sólo en la estrecha, natural, o como se dice — real unión con Cristo por medio del Sacramento de la Eucaristía; pero esta unión con Cristo crea la unión de las personas, los unos con los otros, quiere decir, que se construye el Cuerpo unificado de la Iglesia. Por consiguiente, la vida cristiana es, en su esencia, la vida en la Iglesia.

El Espíritu Santo lleva a la unión.

Hay una fuente más de la vida nueva de la humanidad, precisamente de la vida en la Iglesia : es el Espíritu Santo. Cristo mismo dijo, que el que no naciere de nuevo de agua y del Espíritu, no podrá entrar en el Reino de Dios (Juan 3:3-5), — hay que nacer del Espíritu Santo (Juan 3:6-8). Y cuando el apóstol Pablo habla de la unión de la gente en la Iglesia, habla siempre del Espíritu Santo, como fuente de esta unión.

La Iglesia para el apóstol no sólo es "el único cuerpo," sino también "Único Espíritu."[11] Y esto se entiende no solamente como comunidad en pensamientos, sino también como el único Espíritu Divino, que traspasa todo el cuerpo, como lo atestiguan los Santos Padres y Maestros de la Iglesia. "Qué es la unión en Espíritu?" — pregunta el san Juan Crisóstomo, y responde: "Lo mismo que el cuerpo que está todo abrazado por el espíritu, y que le comunica cierta unidad a la diversidad proveniente de la diferencia de todos los miembros corporales, así sucede aquí, aunque el espíritu también está dado para reunir a la gente muy distinta por su procedencia y por su mentalidad."[12] "Con estas palabras (único Espíritu) él quiso impulsar a la gente a la concordia mutua, como diciendo: como han recibido el mismo Espíritu y bebieron de la misma fuente, no debe haber discordia entre ustedes."[13] Beato Teodorito dice: "Todos ustedes han sido dignados por la misma gracia; la misma fuente vierte corrientes distintas. Al aceptar el mismo, el único Espíritu, — componen el mismo cuerpo."[14] El beato Jerónimo: "El único cuerpo, en el sentido del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; y el conciliador Espíritu Santo — el único quien reparte y bendice a todos."[15] El beato Teofilacto de Bulgaria: "Así, como en el cuerpo — el espíritu es el principio que todo lo ata y lo reúne, aún cuando los miembros son diferentes, — de la misma manera en los creyentes está el Espíritu Santo quien nos junta, aunque nos diferenciáramos en orígenes, caracteres u ocupaciones."[16]

Según el pensamiento del Apóstol, toda la vida de la Iglesia es la revelación del amor, toda la virtud es el efecto de la donación del Espíritu. Todo deriva del mismo Espíritu. La gente es, según el apóstol Pedro, sólo los buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10). El Espíritu Divino que impregna todo el cuerpo de la Iglesia, quien dona a todos los miembros de este cuerpo diferentes talentos espirituales, — es quien hace posible la vida nueva para la humanidad. Es Él, quien reúne a todos dentro del mismo cuerpo y lo hace, precisamente, al incorporar en los corazones el Amor, que en el estado individual de la persona no llega a ser la base de su vida y de sus relaciones con otras personas.

"El Amor viene de Dios," que es la sentencia del apóstol Juan (1 Jn. 4:7), puede mencionarse como el tema común de toda una serie de reflexiones apostólicas. Al Amor lo llaman el Divino. [17] El Amor de Cristo abraza a todos los miembros de la Iglesia (2 Cor. 5:14). El Señor guía los corazones de todos hacia el Amor de Dios (2 Sol. 3:5). El Espíritu Santo que nos fue entregado, introduce en nuestros corazones el Amor Divino (Rom. 5:5). El Amor — es el cuerpo del Espíritu (Gal. 5:22). Dios nos salvó por medio de la restauración del Espíritu Santo que nuestro Salvador derramo abundantemente en nosotros a través de Jesús Cristo, (Tito 3:5-6). A los cristianos los conduce el Espíritu Divino (Roman. 8:14).

Por consiguiente, el Espíritu Santo que vive en la Iglesia le da a cada miembro fuerzas de hacerse otra criatura y ser guiado en su vida por el amor. La doctrina de la Iglesia del Apóstol Pablo esta indisolublemente unida a su doctrina de amor, como comienzo de la vida cristiana. Este vínculo se toma poco en cuenta por los maestros-comentaristas contemporáneos, pero los Santos Padres de la Iglesia dan testimonio de ello. Así, el beato Teodorito menciona la comparación apostólica de la Iglesia con el cuerpo: "El uso de la comparación semejante se identifica con la doctrina de amor."[18] Y San Juan Crisóstomo, analizando las palabras "un cuerpo" dice: "San Pablo exige de nosotros un amor, que pudiera unirnos los unos con los otros, haciéndonos inseparables, una unión tan perfecta, como si fuésemos miembros de un solo cuerpo, porque sólo un amor semejante pudiera crear el gran bien."[19] Leyendo las epístolas de San Pablo podemos darnos cuenta, que la Iglesia y el amor él menciona juntando generalmente las dos nociones, y esto sucede, porque, evidentemente, según la doctrina del Apóstol, la Iglesia y el amor están aunados entre ellos. Toda la virtud cristiana para el Apóstol está basada en la verdad de la Iglesia. De esta manera, en los últimos capítulos de su epístola a los romanos el Apóstol habla detalladamente de la moral cristiana. Este texto comienza desde el 9-no versículo del capítulo 12, mientras que en los cinco anteriores versículos (4-8) él ha enunciado en pocas palabras la doctrina de la Iglesia, y después del capítulo 12 sigue inmediatamente "el canto de amor del Nuevo Testamento" (1 Cor 12:31-13:13). Algo similar puede observarse en las epístolas a los efesios y a los colosianos.

Los Cristianos — una creación nueva.

¡Qué podemos deducir de lo dicho anteriormente? La obra de Cristo no es sólo una doctrina. Su obra es la creación de la unificación del género humano. La obra de Cristo es la creación de una "nueva criatura," quiere decir de la Iglesia. En la Iglesia el Espíritu viviente de Dios da fuerzas para la realización de la doctrina cristiana en la vida, y como es una doctrina de amor, su realización crea la unión, porque el amor — es un principio unificador, y no disgregador. El crecimiento de la Iglesia es al mismo tiempo el crecimiento de cada miembro suyo por separado.

Los Escritos del Nuevo Testamento nos muestran, que la meta de la existencia de la Iglesia consiste en guiar espiritualmente al hombre hacia su perfeccionamiento. Las entregas espirituales y todo el servicio en general existe en la Iglesia, según el apóstol Pablo "a fin de perfeccionar a los santos" quiere decir, para el renacimiento moral de los cristianos (Efes. 4:12), hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, en la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efes. 4:13). Y luego el apóstol nos describe aquel camino que permitirá a la humanidad renacida alcanzar esta medida de plena edad de Cristo: "del quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre si por todas las coyunturas, que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su acrecimiento para ir edificándose en amor" (Efes. 4:16).

Sin entrar en el detallado análisis del texto griego [20] hablaremos solamente de la clase de pensamiento que el apóstol trataba de definir [21] Todo el cuerpo de la Iglesia se reunifica cada vez más por medio de la percepción de los santos sacramentos del Espíritu Santo, que influyen de modo muy especial en cada uno y que llegan a la perfección en todos sus miembros como cuerpo de la Iglesia. El crecimiento del cuerpo de la Iglesia se estipula por medio de la participación de cada miembro en la comunión conjunta de amor, porque sólo con amor, reunido con la Iglesia, es posible la percepción de los santos sacramentos del Espíritu Santo. Así las palabras del Apóstol son interpretadas por San Juan Crisóstomo[22] beato Teodorito[23], beato San Juan Damasceno [24] y beato Teofilacto.[25] El Obispo Teofano el Ermitaño dice lo siguiente: "La fe cristiana reúne a los fieles con el Cristo y de esta manera forma del conjunto un solo cuerpo armonioso. Cristo construye este cuerpo impartiendo a Si mismo y la Gracia Divina a cada uno de los miembros en forma activa y palpable, así que el Espíritu de Gracia, bajando hacia cada uno, lo transformara en la debida parte del cuerpo de la Iglesia de Cristo. El Cuerpo de Cristo, en combinación armoniosa con el semejante don del Espíritu, crece en la medida en cuanto cada miembro suyo responda a su designación o trabaje por el bien de la Iglesia empleando plenamente el don de la Gracia recibido."[26]

De la arriba mencionada doctrina del apóstol Pablo vemos, que según el Nuevo Testamento, el perfeccionamiento de la personalidad humana tiene como condición su pertenencia a la Iglesia, que es un organismo vivo y crece bajo la bienaventurada influencia del Espíritu Santo. Si se rompe esta unión con el cuerpo de la Iglesia, entonces cada persona por separado, aislándose y recogido dentro de su propio egoísmo, será privada de la bienaventurada influencia del Espíritu Santo que vive dentro de la Iglesia.

"Si, realmente, un brazo estuviera separado del cuerpo, el aliento que proviene del cerebro central, buscando este miembro, no se separa del cuerpo para pasar al brazo separado, sino que, al no encontrar el brazo en su lugar, interrumpe su comunicación con él. Lo mismo pasa en nuestra comunidad, si no estamos unidos por el amor. De esta manera, si queremos tener el Espíritu del Supremo, debemos estar conectados los unos con los otros. Existen dos maneras de separarse de la Iglesia: una es cuando nuestro amor se enfría y el otro — cuando nos atrevemos a cometer algo indigno con respecto al cuerpo de la Iglesia. Tanto en el primer, como en el segundo caso nosotros nos separamos de la totalidad."[27] Está claro, que San Juan Crisóstomo considera, que cualquier separación de la Iglesia nos priva de la Gracia del Espíritu Santo. "Todo lo que se separa de un principio viviente, no puede después de haber perdido la esencia salvadora, respirar y vivir una existencia particular."[28] "Separa el rayo solar de su origen — la unión rota no permitirá que aparezca una luz apartada; corta una rama del árbol — la parte cortada perderá su capacidad de crecer; aísla el arroyo de su fuente — lo aislado se secará. La Iglesia iluminada por la luz del Señor distribuye sus rayos por todo el mundo; pero la luz desparramada por todo el espacio sigue siendo unificada, y la unidad de su cuerpo permanece inseparable. Por toda la tierra extiende ella sus ramas llenas de frutos; llega a lo lejos la abundancia de sus torrentes; pero con todo esto, sigue siendo una sola su cúpula, único su origen, es madre única, rica en su fructífera prosperidad."[29] En estas inspiradas y tierno-poéticas palabras se expresa claramente la idea, de que una individualidad separada, hasta una separada comunidad cristiana sigue en vida mientras vive con la existencia de Cristo, mientras esta unida a la Iglesia universal. Aislarse, encerrarse dentro de uno mismo es tanto para una personalidad, como para una diócesis local lo mismo, que para un rayo separarse del sol, para un arroyo irse de la fuente, o para una rama cortar su unión con el tronco. La vida espiritual puede existir realmente sólo conservando su vínculo con la Iglesia universal; si este vínculo se rompe, — se agotará infaliblemente la vida cristiana.

Esperemos, que está suficientemente demostrado que la idea de la Iglesia en la doctrina del Nuevo Testamento tiene un significado muy importante. El Cristianismo no tiene en vista los intereses de la razón sola, sino enseña solamente cómo salvar el ser humano. Por eso en el cristianismo no hay posiciones puramente teóricas. Las verdades dogmáticas tienen el sentido ético, y la moral cristiana esta basada en estos dogmas. Pero precisamente la Iglesia resulta ser aquel mismo punto, donde la enseñanza del dogma pasa a ser la enseñanza de la ética; la dogmática cristiana pasa a ser la vida cristiana. La Iglesia permite a la doctrina cristiana vivir y realizarse. Fuera de la Iglesia y sin la Iglesia la vida cristiana es imposible. Sólo dentro de la Iglesia puede vivir, desarrollarse y salvarse el ser humano, lo mismo que en cualquier otro organismo los miembros separados nunca crecen ni se desarrollan aislados los unos de los otros, sino siempre vinculados inseparablemente con todo el organismo. Sin la Iglesia no hay cristianismo; quedaría sólo la doctrina cristiana, la que de por sí no podría "renovar al Adán caído."

La realización de la unidad en la Iglesia Apostólica.

Si ahora, desde la revelación de la doctrina del Nuevo Testamento sobre la Iglesia volviésemos al origen de la historia del cristianismo, podríamos ver que justamente la idea de la Iglesia era la idea básica de la concepción cristiana del mundo y fue ella precisamente, la que había creado la realidad. Los cristianos tuvieron, ante todo, la conciencia de si mismos como Iglesia, y la sociedad cristiana prefería llamarse la Iglesia, en lugar de tomar otros nombres diferentes. La palabra Iglesia, ya en el Nuevo Testamento, se encuentra 110 veces. Sin embargo, la palabra "cristianismo" y muchas otras palabras que terminan con el "ismo" el Nuevo Testamento desconoce absolutamente. Después del descenso del Espíritu Santo sobre los discípulos y apóstoles de Cristo cobró vida la Iglesia como una sociedad visible con las mutuas relaciones espirituales entre los miembros que la componían. Porque al principio no hubo ningún esquema detallado de la doctrina. La fe cristiana se concretaba en pocas posiciones generales. Aún no había cosas para aprender en el cristianismo. Había pocas exigencias de conciliación dentro de algunas posiciones teóricas.

Pues, ¿qué significaba en aquellos tiempos ser cristiano? En nuestra época podemos escuchar muchas respuestas diferentes a esta pregunta, por ejemplo: ser cristiano es aceptar la doctrina de Cristo, tratar de cumplir con sus mandamientos. Esa es aún, ciertamente, la mejor contestación. Pero el cristianismo originario respondía a esta pregunta de la manera muy diferente. Ya desde las primeras páginas de su historia el cristianismo se presenta ante nosotros en forma de una comunidad de creencias unánimes e ideales comunes. Fuera del vínculo con esta comunidad no había cristianos. Llegar a tener fe en Cristo, hacerse cristiano significaba unirse a la Iglesia, así, como está muchas veces expresado en el libro de "Los Hechos Apostólicos," donde leemos: "El Señor añadía cada día a la Iglesia a los que habían de ser salvos" (2:47, 5:13-14). Cada nuevo fiel era como una rama injertada en el único árbol de la vida de la Iglesia.

He aquí un ejemplo muy característico, como si fuera la ilustración para una anexión similar a la Iglesia. El perseguidor Saúl, quien respiraba oposición y violencia contra los discípulos del Señor, en el camino a Damasco se hace de un modo milagroso el seguidor de Cristo. Aquí tenemos una revelación especial de Dios al hombre. Sin embargo, en Damasco Dios envía a Ananias para que bautice a Saúl, quien se une a los discípulos y se queda unos días con ellos en Damasco; luego Saúl (Pablo), al llegar a Jerusalén, trata de reunirse con los discípulos y después de que Bernabé habla de él a los Apóstoles, Pablo permanece junto a ellos. De esta manera hasta el futuro gran Apóstol, a quien todavía en las visiones de Ananias Nuestro Señor llama "instrumento escogido" (Hech. 9:15) inmediatamente después de su conversión se une a la Iglesia, como a una sociedad formada. Aquí con especial claridad esta demostrado que Dios no quiere ver a sus adeptos fuera de la Iglesia.[30]

Es comprensible que el Apóstol San Pablo habla de la Iglesia con tanta insistencia en sus epístolas: él no crea la doctrina de la Iglesia, sino que en su conversión se encuentra con la Iglesia como con un hecho consumado. Todavía antes de su conversión Saúl conocía la Iglesia, precisamente, y no cualquier otra cosa. Posteriormente, él mismo recuerda: "Ya habéis oído de mi anterior conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la Iglesia de Dios y la asolaba" (Gal. 1:13). Saúl no perseguía a los seguidores de alguna doctrina, sino precisamente a la Iglesia como una magnitud definida hasta para los "exteriores." La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma — leemos en los "Hechos Apostólicos" (4:32). Y es muy significativo que en el siglo 4-to en la época de la doctrina revelada de la Santa Trinidad, algunos Santos Padres señalaban como ejemplo justamente a la Iglesia de los primeros cristianos, donde la pluralidad se tornaba la unidad.

Y hasta qué punto la comunidad de los primeros cristianos estaba fuertemente definida, habla muy bien un versículo de los Hechos Apostólicos, que por alguna razón no se toma en cuenta: "De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos" (5:13).

De esta manera, de un lado la conversión en el cristianismo se piensa como la incorporación a la Iglesia, y de otro lado — "De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos." Acaso, ¿no se ve claramente que en los primeros tiempos, cuando vivían aún los discípulos de Cristo, el cristianismo representaba una sociedad visible — la Iglesia, y no era sólo una doctrina, sino era la vida misma? El cristianismo, eclesiástico por su esencia, siempre fue, en realidad, una Iglesia, lo que quiere decir una sociedad evidente con su organización bien definida. Nuestro Señor encontró oportuno darle a Su Iglesia esta precisa organización jerárquica. El orden jerárquico de la Iglesia ha sido creado todavía por los Santos Apóstoles.[31]

La ciencia protestante discute mucho contra esta verdad de la Iglesia, pero para cuestionar el origen apostólico de la jerarquía tendrían ellos que impugnar la autenticidad de las Epístolas pastorales del apóstol Pablo, quiere decir socavar la autoridad de los Santos Evangelios y con eso, cortar aquella rama que sirve de sostén al propio protestantismo. Basta leer en el libro de los Hechos Apostólicos las epístolas de San Pablo a Timoteo y a Tito, para convencerse precisamente de la organización apostólica de la jerarquía en la Iglesia. Pablo y Bernabé durante la misma fundación de las iglesias elevaban personalmente a la dignidad de los presbíteros a ciertos fieles en cada Iglesia (Tit. 1:5). El Espíritu Santo puso a los obispos como pastores de la Iglesia de Dios, Nuestro Señor, Quien la obtuvo por medio de Su Sangre (Hech. 20:28).

Esa es la causa de que aún en el primer siglo (cerca del año 97) el obispo romano Climent, en la epístola especial a los corintios trata de demostrar la necesidad de la subordinación a la jerarquía, alegando que esta jerarquía en la Iglesia fue establecida para siempre por los mismos apóstoles. Climent escribe, entre otras cosas: "Los Apóstoles predicaron la Buena Nueva del Señor Jesús Cristo; Jesús Cristo fue enviado por el Dios Padre. De esta manera, Cristo — viene de Dios, y los apóstoles — de Cristo; lo uno y lo otro estaba en orden por la voluntad de Dios. Al recibir los mandatos los apóstoles, absolutamente convencidos de la Resurrección de nuestro Señor Jesús Cristo y afianzados en su fe por la palabra de Dios, en la plenitud de Espíritu Santo, salieron anunciando la buena nueva del Reino de Dios. Predicando en las ciudades y en las aldeas, ellos ordenaban a los primogénitos examinados espiritualmente en obispos y en diáconos, para atender a los futuros fieles" (cap. 42). "Nuestros Apóstoles sabían a través de Dios, Nuestro Señor, que habrá discordias con respecto a la dignidad de los obispos. Por esa razón ellos, al haberlo previsto, asignaron a los arriba mencionados y dictaron una ley para que, al fallecer los primeros, otros hombres experimentados tomaran el cargo de sus servicios."[44]

Apenas dos décadas después San Ignacio el Mártir, por el camino a Roma, hacia su martirio, escribe mensajes a diferentes iglesias y trata de convencerlos a todos a que se sometan a las jerarquías. "No haga nada sin los obispos o los presbíteros. No piensen, que podrán hacer algo válido en sus iglesias, si trataran de hacerlo solos," — escribe San Ignacio a los magnesianos (cap. 7:2)" El que hace alguna cosa sin el conocimiento del obispo está al servicio del diablo," escribe él a los esmirnianos (cap. 9:1). "Quien se creerá más importante que el obispo, estará totalmente perdido," escribe San Ignacio a su discípulo Policarpo, obispo de Esmirna (cap. 5:2). Sin la jerarquía, según la enseñanza de San Ignacio, no hay Iglesia (epíst. A los tralianos, cap.3:1). "Los que son de Dios y de Cristo Jesús, están con el obispo" — leemos en la epístola a los filadelfios (cap. 3:2).

Se puede ver claramente cómo la Iglesia desde sus comienzos concebía a si misma jerárquicamente organizada, y veía a la jerarquía como el órgano de administración, establecido por Dios. La actividad de este órgano era el cumplimiento de los sagrados servicios, de la enseñanza de la fe y de la disciplina eclesiástica. La vida de la Iglesia en los diferentes siglos resulta ser muy distinta. Cambian también las actividades de la jerarquía, pero los principios de la organización jerárquica de la Iglesia permanecen siempre los mismos e inconmovibles.

Finalmente, pensamos, hubiéramos cometido un gran descuido si no hubiésemos recurrido a distintas, aunque pocas opiniones de los escritores de la Antigua Iglesia sobre el problema que más nos interesaba: ¿es posible la existencia del cristianismo sin la Iglesia? Detengámonos en las ideas sólo de dos escritores que se han empeñado mucho en esclarecer la doctrina de la Iglesia: San Cipriano de Cartagena y el beato San Agustín.

Ser cristiano significa pertenecer a la Iglesia.

Según la apreciación de San Cipriano, ser cristiano significa pertenecer a la Iglesia visible y subordinarse a la jerarquía impuesta en ella por Dios. La Iglesia es la realización del amor de Cristo y toda la separación de la Iglesia es precisamente el quebrantamiento de amor. Pecan contra el amor tanto los herejes, como los cismáticos. Esta es básicamente la idea del tratado de San Cipriano "Sobre la unidad de la Iglesia"; la misma idea se repite constantemente en las cartas del Santo Padre. "Cristo nos otorgó el mundo; El nos ordenó ser solidarios y vivir en perfecta armonía; nos mandó cumplir con firmeza el precepto inviolable de la devoción y el cariño mutuos. No pertenecerá al Cristo aquel, quien por medio de la discordia desleal quebranta el amor de Cristo; el que no tiene el amor, tampoco tiene a Dios. No pueden permanecer con Dios los que no quisieron unirse unánimes en la Iglesia de Dios."[32]

Los herejes y los cismáticos no tienen amor, quiere decir que no tienen la virtud Cristiana principal, y por eso son cristianos sólo de nombre. "El hereje o el sectario no preserva ni la unidad en la Iglesia, ni el amor fraternal";[33] "obra en contra del amor de Cristo."[34] "Marquianos al unirse con Novatianos se tornaron contrarios a la misericordia y al amor."[35] "De los herejes se sabe que han renegado del amor y de unidad de la Iglesia católica."[36] "¿Qué clase de unidad mantiene, qué tipo de amor guarda o de qué clase de amor piensa aquel, quien al entregarse a los arrebatos de la discordia, divide la Iglesia, destruye la fe, irrita al mundo, erradica el amor, profana el sacramento?"([7]

San Cipriano expresa hasta una idea siguiente: fuera de la Iglesia no sólo está ausente la vida cristiana, sino tampoco puede existir la doctrina cristiana. Sólo dentro de la Iglesia hay fe verdadera.[38] A la Iglesia San Cipriano la llama "verdadera."[39] La unidad de la fe no debe separarse de la unidad de la Iglesia. [40] La verdad es una sola, como una sola es la Iglesia.[41] Aquel, que no se atiene a la unidad de la Iglesia, no puede pensar que preserva la fe.[42] Cada separación de la Iglesia está unida, sin falta, a la alteración de la fe. "El demonio inventó las herejías y sectarismos para derribar la fe, pervertir la verdad, romper la unidad. Sus servidores proclaman la perfidia pretextando la fe; al anticristo bajo el nombre de Cristo y ocultan la mentira bajo la verosimilitud, para destruir la verdad con fina astucia."[43] "Como el diablo no es Cristo, aunque trata de engañar en Su nombre, así no puede considerarse cristiano aquel, quien no permanece fiel a la verdad del Evangelio de Cristo y de Su fe."[44] "El hereje hiere a la Iglesia."[45], "él se indispone contra la Iglesia, es traidor con respecto a la fe, es sacrílego con respecto a la devoción, es un esclavo desobediente, un hijo trasgresor, el hermano hostil."[46] "Si analizamos la fe de aquellos que creen fuera de la Iglesia, descubriremos que todos los herejes tienen distintas creencias; en realidad, parece que tienen sólo fanatismo, blasfemia y controversia que luchan contra la verdad y la beatitud.[47] Estar fuera de la Iglesia y seguir siendo cristiano es cosa imposible según San Cipriano. Estar fuera de la Iglesia es estar fuera del ámbito de Cristo.[48] Los que se alejaron de la Iglesia y los que luchan contra la Iglesia son los paganos y los anticristos.[49] He aquí lo que escribe, por ejemplo, San Cipriano a Antoniano sobre Novatiano: "Tu pediste, amado hermano, que yo te escribiera sobre Novatiano, qué clase de herejía él enseñaba. Que sepas, ante que nada, que no debemos ser curiosos con respecto a la cosa que él enseña, si lo hace fuera de la Iglesia. Sea quien sea, y como sea, él no puede ser cristiano, si por lo pronto está fuera de la Iglesia de Cristo."[50] "Cómo puede estar con Cristo aquél, quien no está con la novia de Cristo, quien no se encuentra en Su Iglesia."[51] Finalmente, en el tratado "Sobre la Unidad de la Iglesia" podemos leer las famosas palabras: "Aquél, que no puede ya tener a Dios como padre, tampoco puede tener la Iglesia como Madre."[52] San Cipriano les niega el título de cristianos a todos los que se encuentran fuera de la Iglesia, — como repitiendo la decidida exclamación de su maestro Tertuliano: "¡Los herejes no pueden ser cristianos!

Por eso es comprensible la exigencia de San Cipriano de rebautizar hasta a los novotianos durante su admisión en la Iglesia, aunque ellos han sido solamente los sectarios. Para Cipriano el bautismo de los sectarios al admitirlos en la Iglesia no significaba rebautizarlos, sino precisamente sólo bautizar. "Nosotros afirmamos — escribía San Cipriano al Quinto, "que a los que de allí provienen, no los rebautizamos, sino bautizamos (non rebaptizari apud nos sed baptizari); porque ellos no reciben nada allí, donde no hay nada."[53] El bautismo fuera de la Iglesia "es una vana e impura inmersión (sordida et grotana tinctio)."[54] "Allí la gente no se purifica, sino que se profana más; no se limpia de los pecados, sino que los recrudece. Un nacimiento así no produce criaturas de Dios, sino criaturas de diablo."[55]

La idea de Cipriano sobre la nulidad de todo bautismo fuera de la Iglesia y sobre la necesidad de volver a bautizar a los que ingresan en la Iglesia ha sido reafirmada en el año 256 por el Concilio local de la Iglesia de Cartagena, el que fue presidido por el propio Cipriano. En su discurso de clausura totalizando los resultados de todos los debates eclesiásticos, San Cipriano dice: "A los herejes hay que bautizarlos con el único bautismo de la Iglesia, para que ellos de los enemigos se transformaran en amigos, y de los anticristos — en cristianos."[56]

Los puntos de vista de San Cipriano, anunciados aquí, han sido compartidos, evidentemente por todo el Concilio de Cartagena y dan testimonio de modo preciso y concreto que en el tercer siglo no se admitía ninguna posibilidad de que existiera algún cristianismo sin la Iglesia. En aquel entonces enseñaban claramente y hablaban concretamente de que el que renegaba de la Iglesia ya no era cristiano y estaba privado de la bendición del Espíritu Santo, y por eso se encontraba privado de la esperanza de la salvación.

Este mismo pensamiento manifestó claramente San Basilio el Grande en su misiva dirigida al obispo Anphiloquio. San Basilio dice, que los que han renegado de la Iglesia, ya a causa de su escisión, no llevan en sí la bendición del Espíritu Santo. Fuera de la Iglesia no existe el sacerdocio y no puede ser impartida la bendición del Espíritu Santo. Estas ideas de San Basilio la Iglesia ha confirmado como una verdad indiscutible en el Sexto Concilio Universal (como la ley 2-da) y en el Séptimo Concilio Universal (como la ley 1-ra). La epístola de San Basilio a Anphiloquio fue reconocida como canónica, y por eso figura hasta ahora en el Libro de Estatutos.

El beato Agustín reconoce, que la doctrina cristiana, comprendida teóricamente, puede ser conservada también fuera de la Iglesia. La verdad sigue siendo verdad, aunque la haya expresado un hombre malvado. Hasta los demonios profesaban la fe en Cristo, lo mismo que San Pedro.[57] El oro es, indudablemente, bueno y sigue siendo oro en las manos de los bandidos, aunque ellos lo usen para fines malignos. Cristo dijo una vez a sus discípulos: "el que no esta contra nosotros, con nosotros está" (Lucas 9:49-50). De esto puede deducirse, que aquel, que está fuera de la Iglesia en algunos asuntos no es contrario a la Iglesia y posee algo de sus riquezas.[59] Los atenienses veneraban al Dios desconocido (Hech. 17:23) y el apóstol Santiago testifica, que los demonios creen en Dios (Santiago 2:19), aunque ellos, con seguridad, están fuera de la Iglesia.[60] En sus escritos en contra de los donatistas San Agustín lo trata de demostrar detalladamente como argumentando la efectividad del bautismo de los sectarios.

¿Pero si también fuera de la Iglesia puede ser preservada la doctrina verdadera, si hasta los sacramento que se imparten lejos de la Iglesia son válidos, entonces, es necesaria indispensablemente la Iglesia? ¿Puede ser posible la salvación también fuera de la Iglesia? ¿No querrá San Agustín separar el cristianismo de la Iglesia? ¿No pensará que el cristianismo puede existir sin la Iglesia? A estas preguntas San Agustín da respuestas negativas. La vida cristiana que conduce a la salvación San Agustín la atribuye solamente a la Iglesia, y fuera de la Iglesia no puede haber una vida así.

Todo lo que los separados de la Iglesia conservan en su poder de las riquezas eclesiásticas, todo eso no les da ninguna utilidad, sino sólo los perjudica.[61] ¿Por qué es así? Porque — contesta San Agustín — todos los que se separaron de la Iglesia no tienen amor. Cristo señaló el indicio que sirve para reconocer Sus discípulos. Este indicio — no es la doctrina cristiana, ni tampoco el sacramento, sino solamente el amor. Por ese indicio — decía El a Sus discípulos — "En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con otros" (Juan 13:35). Los sacramentos no lo salvarían, si él que los acepta no tuviera amor. Apóstol dice: "Si entendiese todos los misterios (sacramentos)... y no tuviese amor, de nada me serviría" (Corint. 13:1-3). [62] Profetizaba Caiafa, pero ha sido juzgado.[63] La separación propiamente dicha de la Iglesia ya es un gran pecado, que demuestra la ausencia de amor en los sectarios.[64] Renacido en el bautismo, pero no unido a la Iglesia no recibe del bautismo ninguna utilidad, porque carece de amor; comienza ser salvador para él el bautismo sólo entonces, cuando se une a la Iglesia.[65] La beatificación del bautismo no puede purificar de los pecados a aquel, que no pertenece a la Iglesia; como si se paralizara el efecto del bautismo a causa de la obstinación del corazón de sectario quien prefiere seguir apoyando el mal, quiere decir — permanecer separado.[66] Aquello, que los pecados perdonados vuelven a la persona perteneciente a la cisma, lo ha claramente demostrado Nuestro Salvador en Su parábola evangélica, en la que el amo le perdonó al esclavo la deuda de los diez mil talentos. Cuando luego ese esclavo no tuvo lástima de su compañero que le debía solo cien dinarios, entonces el amo le exigió la devolución de la deuda entera. Así como el esclavo, al que le perdonaron la deuda solo temporalmente, de la misma manera el que se ha bautizado pero fuera de la Iglesia se libera de sus pecados solo por un tiempo, porque también después de su bautismo él permanece separado de la Iglesia.[67]

Los cismáticos carecen de esperanza de la salvación no porque su bautismo no es válido, sino porque están fuera de la Iglesia y son hostiles a ella.[68] La bendición del Espíritu Santo puede recibir y conservar sólo aquel, quien está unido en amor a la Iglesia.[69] Quien se separó de la Iglesia no tiene amor. No posee el amor de Dios aquel, quien no ama la unidad de la Iglesia [70], — en vano él repite que tiene el amor de Cristo.[71] El amor puede conservarse solo en la unidad con la Iglesia,[72] porque el Espíritu Santo reaviva solo el cuerpo de la Iglesia[73] No existen causas suficientes y legales para separarse de la Iglesia; quien se ha separado de la Iglesia no recibe el aliento del Espíritu Santo,[74] así como un miembro cortado de cuerpo no tiene el espíritu de la vida, aún si por un tiempo conserve su forma anterior.[75] Por eso todos los que se separaron de la Iglesia, mientras son hostiles a ella, no pueden ser buenos, a pesar de su posible buen comportamiento, — la misma separación los hace malos.[76]

De este modo, según la enseñanza de San Agustín, la Iglesia es un concepto más restringido que el cristianismo comprendido solo en el sentido de sus posturas teóricas. Quedando fuera de la Iglesia uno puede compartir estas posturas teóricas; pero para la unión con la Iglesia es indispensable además el consentimiento de la voluntad (consensio voluntatum). [77] Y es evidente que sin este último elemento, con sola aprobación de la doctrina cristiana, todo resulta inútil y no hay salvación fuera de la Iglesia. En la vida el cristianismo coincide totalmente con la Iglesia.

Los puntos de vista de San Cipriano y de San Agustín son, aparentemente, algo diferentes, pero ambos llegan a la misma conclusión: extra ecclesiam nulla salus — ¡fuera de la Iglesia no hay salvación! Salva a la gente su amor, que es la gracia del Nuevo Testamento.[78] Fuera de la Iglesia no puede conservarse el amor,[79] porque allí no recibimos al Espíritu Santo.[80]

Entonces, ¿qué fue lo que encontramos en los representantes de las ideas eclesiásticas de los siglos 3-5? Encontramos lo mismo, a lo que hemos llegado al examinar la doctrina del Nuevo Testamento sobre la Iglesia y también los hechos en los comienzos de la historia del cristianismo. El cristianismo y la Iglesia no tendrán coincidencia sólo cuando el cristianismo lo comprenderemos como la suma de ciertas posiciones teóricas que no obligan a nadie hacer algo. Esta manera de entender el cristianismo solo puede llamarse diabólico. Así pueden llamarse cristianos hasta los demonios, que también creen y por eso tiemblan. Conocer el sistema de la dogmática cristiana, estar de acuerdo con esas dogmas — esto no significa aún ser un verdadero cristiano. El esclavo que conoce la voluntad de su amo, pero que no la acata, será castigado mucho y ciertamente, con razón. "El cristianismo no está en la convicción callada, sino en la grandeza de la acción" — como dice San Ignacio.[81] Pierde la esperanza de la salvación no sólo aquel, que tergiversa las verdades básicas del cristianismo — de esta esperanza carece todo el que se ha separado de la Iglesia, de la vida en común de un organismo entero del cuerpo de Cristo. Se separa la persona de la Iglesia o esta excomulgada, — y ya esta perdida, muere para Dios y para la eternidad. Todavía San Ignacio escribía a los filadelfios: "Quien seguirá al que induce a la cisma, no heredará el Reino de Dios" (cap. 3).

No, Cristo no es solamente un gran maestro; El es — Salvador del mundo, quien ha dado nuevas fuerzas, renovó la humanidad. No sólo la doctrina obtuvimos de Cristo, nuestro Salvador, sino la vida. Y si comprendamos al cristianismo como una vida nueva no perteneciente a los elementos terrenales adheridos sólo a los principios del egocentrismo y del egoísmo, sino proveniente de Cristo con su enseñanza y ejemplo de abnegación y de amor, — entonces el cristianismo coincide totalmente e indispensablemente con la Iglesia. Ser cristiano — es pertenecer a la Iglesia, porque el cristianismo está siempre dentro de la Iglesia, y fuera de la Iglesia no hay, ni habrá nunca vida cristiana.

El Cristianismo es inseparable de la Iglesia.

Finalmente, basta mirar atentamente el Credo de nuestra Fe para comprender cuanta importancia tiene la idea de la Iglesia. En el Credo todos los artículos han sido introducidos ya después de la aparición de diferentes herejes que tergiversaban una que otra verdad. Por eso todo el Credo puede considerarse como polémico. Su historia demuestra que en la lucha con distintas herejías se hacía más completo su contenido. Pero eso no sucede con el noveno articulo de la Iglesia. Desde los mismos comienzos este articulo estaba en el Credo, adonde ha sido introducido independientemente de la aparición de diversos falsas doctrinas. Porque entonces no existían todavía protestantes y sectarios que soñaban con un cristianismo sin la Iglesia. Es evidente, que la idea de la Iglesia se encontraba ya desde los comienzos a la cabeza de las creencias cristianas. Desde los comienzos los cristianos formaban la Iglesia y creían que de ella provenía la salvación; y la dicha verdad, que el cristianismo no puede separarse de la Iglesia, podemos considerarla como dada por el propio Nuestro Señor Jesús Cristo.

Pues, entonces, debemos admitir la verdad: el cristianismo es totalmente inseparable de la Iglesia, y sin la Iglesia el cristianismo no puede existir. La necesidad de reconocer esta verdad se hará especialmente tangible para nosotros, si la compararemos con su contraposición errónea, si observaremos a dónde nos lleva la separación del cristianismo de la Iglesia.

Realmente, contraponer el Evangelio a la Iglesia, y cambiar el concepto de la Iglesia por el concepto indefinido del cristianismo trae los resultados más deplorables. La vida cristiana se agota, se encuentra solamente una doctrina más entre la interminable cantidad de doctrinas antiguas y modernas, además una doctrina bastante indefinida, porque sin la Iglesia se abre la posibilidad de sus aceptaciones más arbitrarias y hasta contradictorias. En este sentido el cristianismo se encuentra en la posición más vulnerable que otras escuelas filosóficas más encumbradas. En realidad, los fundadores de las escuelas filosóficas dejaron cantidad de libros de su creación, dejaron la exposición más o menos clara de sus teorías, se han expresado con suficiente plenitud como para no dejar espacio ilimitado para diferentes, múltiples y arbitrarias interpretaciones de sus doctrinas. Nuestro Señor Jesucristo no dejó escrita su enseñanza. Él no ha escrito nada. Por eso no hay nada más fácil, que interpretar la enseñanza de Cristo según el gusto de cada cual y inventar el "cristianismo," presentando bajo esta denominación sus propios equivocaciones. Los libros sagrados del Nuevo Testamento no fueron simplemente escritos por los apóstoles, sino fueron inspirados por el Espíritu Santo. La Santa Iglesia tiene su verdadera interpretación del Evangelio y de las Epístolas Apostólicas.

Las Sagradas Escrituras son incomprensibles fuera de la Iglesia.

Pero hubo en todos los siglos, como los llamaba San Irineo de Lyón, "los correctores de los apóstoles."[82], que se consideraban superiores a los apóstoles, estos simples "pescadores de Galilea." ¿Es propio de un europeo altamente instruido del siglo XX creer de buena fe en todo lo dicho por los "pescadores"? Por eso mucha gente hasta se libera de la confianza en apóstoles y desea interpretar la enseñanza de Cristo guiándose sólo por sus propias razones. Si León Tolstoi declaró directamente que el apóstol Pablo no entendió bien la doctrina de Cristo;[83] pues, a sí mismo Tolstoi se consideraba superior a San Pablo. Y uno puede asombrarse, realmente, que tan lejos puede llegar la gente en sus "interpretaciones" del cristianismo. Cualquier cosa que se les antoje, todo lo encuentran en seguida en el Evangelio. Resulta, que cualquier ilusión vana y hasta cualquier pensamiento malintencionado se puede, si se desea, justificar por medio de la enseñanza evangélica.

¡No le parece maravilloso que todos los que reniegan de la Iglesia hablan siempre de su respeto por las Sagradas Escrituras y al mismo tiempo muy pronto falsean hasta los mismos libros de las Escrituras! Inmediatamente después de abandonar la Iglesia, comienzan, en seguida, a interpretar a su manera las escrituras, y cada uno las interpreta de manera diferente. Cristo rezaba a Dios Padre pidiendo la unidad de todos los que creen en Él, los apóstoles exhortaban la comunidad de las ideas, hablaban de la unión en la fe. Pero resulta, que sin Iglesia ninguna unidad es posible. De nuevo se llegará a la "mezcla de lenguas" babilónica. En la Iglesia la fe permanece intacta unos milenios, siempre igual a sí misma. Pero en los que se alejan de la Iglesia ella cambia hasta diariamente. Aparecen cada vez nuevos herejes y sectarios y cada maestro de ellos predica de otra manera. Evidentemente, sin la Iglesia se pierde, en primer lugar, la doctrina de Cristo reemplazada por las sofisticaciones efímeras humanas.

No, la fe en Cristo se torna clara y precisa para el hombre solo cuando él cree sinceramente en la Iglesia; sólo entonces la perla de esta fe resulta pura y transparente y no aparece mezclada con residuos sucios de los múltiples juicios y opiniones caprichosos. De todo esto nos habló todavía el apóstol Pablo, cuando la Iglesia del Dios viviente se llamaba columna y baluarte de la verdad (1 Tim. 3:15).

De esta manera, para aquel que se separa de la Iglesia hasta la doctrina cristiana resulta ser algo indefinido, imperceptible, que cambia constantemente al gusto de uno.

Fuera de la Iglesia se pierde la fe en la Divinidad de Cristo.

Cambiar la Iglesia por el cristianismo trae consigo otra tremenda falsificación — insinuación que Cristo Dios-Hombre es simplemente un hombre-Jesús de Nazaret. Como la fe en la Iglesia esta indisolublemente unida a la aceptación de la Divinidad del Cristo Redentor, así la negación de la Iglesia trae consigo la negación de la encarnación del Hijo de Dios, la negación de la Divinidad de Jesucristo. Porque para darle a la humanidad alguna doctrina no es imprescindible ser Dios-Hombre. La Divinidad de Cristo es necesaria sólo para aquel, quien ve en Él al Salvador que introdujo en la naturaleza humana nuevas fuerzas y quien fundó la Iglesia. ¿Acaso, realmente, no se percibe ya en las palabras del mismo Jesucristo esta unión irrompible entre la verdadera Iglesia y la verdad Suya de ser el Hijo de Dios? El apóstol Simón-Pedro dijo: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" Entonces le respondió Jesús: "...Y yo también te digo, que tu eres Pedro, 'y sobre esta roca' (quiere decir, sobre la verdad de la encarnación del Hijo de Dios, que confesó Pedro), edificaré Mi Iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella" (Mateo 16:16-18).

La Antigua Iglesia con especial intensidad defendía esta verdad de la unificación del Encarnado Hijo de Dios con el Dios Padre, porque ansiaba ver la real renovación del ser humano, la reconstitución del "nuevo ente," es decir — Iglesia. La inconmovible fe en que el Hijo de Dios, segunda parte de la Santa Trinidad, había bajado a la tierra, se hizo hombre, descubrió los misterios del Reino de Dios, fundó Su Iglesia en la tierra, sufrió por los pecados del género humano y, al vencer la muerte, resucitó, abriéndoles a los hombres el camino hacia la asimilación con Dios y la divinización no sólo del alma, sino también del cuerpo, — esa fe, precisamente, fue la que representaba el principal motivo interior del fundamento de todos los movimientos dogmáticos del siglo IV.[84]

¿Porque tan intensa ha sido la lucha contra los arrianos? ¡Por qué los arrianos encontraron tan fuerte rechazo, que San Atanasio el Grande, este pilar de la Iglesia de Cristo, les negó el permiso de llamarse "cristianos"? Si los arrianos aceptaban la doctrina de Cristo, hasta lo consideraban el Hijo de Dios encarnado, sólo que a este Hijo de Dios no lo unificaban con el Dios Padre. Pero he aquí lo que escribe San Atanasio el Grande: "Los que a los arrianos los llaman cristianos están en un gran, extremo error como los que no han leído las escrituras y no conocen para nada el cristianismo y la fe cristiana. Realmente, esto es como llamar cristiano a Caiafa y al delator Judas añadirlo a los apóstoles; afirmar, que los que pidieron la liberación de Barrabas y no del Salvador, — no hicieron nada malo; tratar de demostrar que Himeneo y Alejandro — son personas bienintencionadas, y que el Apóstol los estaba calumniando. Pero un cristiano no puede escuchar todo esto con paciencia; y quien se atrevería a decir esto, de él nadie pensaría que está en sus cabales."[85]

Al hombre contemporáneo, poco religioso, todas estas disputas dogmáticas del siglo IV le parecerán incomprensibles y como faltos de sentido. Pero "era aquello la lucha entre dos extremadamente contrarias concepciones de Cristo: una — místico-religiosa en la que Él resultaba ser la fuente de vida, de salvación, de la inmortalidad y de la adoración; mientras la otra — era muy racional, donde Cristo se representaba como un Maestro divino y un normal ejemplo para Sus seguidores. La disputa era, en su esencia, sobre la posibilidad de que la religión cristiana con todo el conjunto de sus lúcidas creencias y místicas esperanzas, permaneciera vigente en el futuro, — o que ella se transformara en un simple sistema filosófico con matiz religioso, de los que había muchos en aquellos tiempos. De ahí provienen esas preguntas sobre la Divinidad de Cristo, como Hijo de Dios, que tocaban la cuerda más íntima del alma creyente, y que se discutían hasta en las plazas y en los mercados."[87]

Puede decirse que ya entonces la Iglesia insistía y defendía la divinidad de su Fundador igual a la del Dios Padre; mientras los arrianos, gente con punto de vista racional, negaban la misma naturaleza del Hijo y del Padre, viéndolo solamente como fundador de una escuela, que no esta obligado tanto de ser el Dios perfecto. El deseo de llegar a ser "nuevo ente," "la naturaleza renovada," mejor dicho — la Iglesia de Dios viviente exige aceptar la Divinidad absoluta de Cristo. "El Dios se hizo hombre para que el hombre se haga dios"; El Hijo de Dios se hizo hijo de hombre para que los hijos de hombre se hicieran hijos de Dios," — es así como determinan el significado de la encarnación de Dios San Irineo de Lyón y San Atanasio el Grande.[88]

Según la enseñanza de estos grandes Padres de la Iglesia, la salvación es imposible sin la encarnación, sin que el Dios verdadero se hiciera hombre. "Si el hombre no se hubiera unificado con Dios, no hubiera podido ser partícipe de la eternidad" — dice San Irineo.[89] "Si el Hijo fuera el ente común, el hombre hubiera permanecido mortal por no haberse unificado con Dios" — escribe San Atanasio.[90] Los oficios divinos de la Iglesia Ortodoxa están llenos de ideas semejantes. He aquí ejemplos sólo de un oficio que se celebra el día de la Natividad de Cristo: "Hoy Dios viene a la tierra y el hombre sube al cielo." [91] "A la imagen y semejanza, al verlos caídos en el pecado, descendió Jesús y se aposentó en el regazo por siempre virgen para renovar al Adán consumido."[92] "Que se regocije todo ser y que se alegre, porque ha venido Cristo para renovarle y para salvar nuestras almas."[93] "Corrompidos por los pecados los que fueron hechos a imagen de Dios, haciéndose perecederos al renegar de la vida cercana a Dios, — los vuelve a juntar con el sabio Creador."[94] "Cumplido el deseo de ver la llegada Divina a través de la aparición de Cristo, la gente tuvo a bien de recibirle, consolándose con la vida nueva."[95] "Para restablecer y glorificar la postrada naturaleza humana vino Él en toda Su claridad."[96] — así son las palabras que la santa Iglesia introduce en la boca del Dios recién nacido.

La Iglesia Ortodoxa es la portadora de la idea de la real salvación del hombre, de su pleno renacimiento, renovación, recreación y acercamiento a Dios, lo que el hombre no sería capaz de conseguir por su propio esfuerzo, aunque usara toda su astucia. La Iglesia para llegar a ser precisamente una Iglesia — la sociedad de la humanidad renovada, exige el cumplimiento de la encarnación del Hijo de Dios, y por eso para la gente de la Iglesia, que captaron todo lo elevado que es el ideal religioso de la Santa Iglesia, Jesús Cristo siempre fue y es el Hijo de Dios, unido al Dios Padre. "Los otros" — escribe San Irineo, — no le dan ninguna importancia a la llegada del Hijo de Dios y a la obra de Su encarnación, la que anunciaron los apóstoles y la que los profetas presagiaron — que a través de este hecho se realizará el perfeccionamiento de nuestra humanidad. Y esos otros deben ser considerados hombres de poca fe."[97]

En los tiempos de San Irineo algunos falsos científicos aseveraban que toda la misión de Cristo consistió en habernos dado una nueva ley en lugar de la ley caduca, que Él anuló. San Irineo, sin embargo, afirma que no fue la nueva ley ni la nueva enseñanza la causa de la llegada de Cristo a la tierra, sino precisamente la recreación del decaído ser humano. "Si en ustedes" — escribe él — "aparece este pensamiento: ¿qué cosa nueva nos trajo Nuestro Señor con Su llegada? — sepan entonces, que Él trajo todo nuevo sólo por haber traído a Si Mismo y con eso renovó y revivió al hombre."[98]

Si alguien reniega de la Iglesia con su ideal religioso, entonces también Cristo para él, naturalmente, se torna uno de los maestros-sabios, al lado de Buda; Confucio, Sócrates, Lao-Tse y otros. Además, dicen ellos, Cristo resulta ser un maestro poco independiente. La ciencia servicial muestra gran cantidad de fuentes distintas, que llegan hasta las leyendas y mitos babilonios, de dónde pudo haber sido copiada la enseñanza de Cristo: Cristo se compara a un mal científico, quien compone su obra haciendo una compilación no siempre exitosa de diferentes libros ajenos. Los enemigos del cristianismo señalan con alegría maliciosa los resultados de estas investigaciones "científicas" y declaran que, en realidad, Jesús de Nazaret tampoco dio una nueva enseñanza. Él, según ellos, sólo repitió aquello, que ya se ha dicho antes de su aparición y que se hubiera conocido y sin Él.

Pero, para aquel, quien cree en la Iglesia, todo ese palabrerío sobre las distintas "influencias" que tuvo el cristianismo no tienen menor sentido, porque lo esencial de la obra de Cristo, como ya se ha dicho, consiste no sólo en la enseñanza, sino en la salvación. Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos a través de Él (1 Juan 4:9, comparar 5:13). Es cierto que en las enseñanzas de los sabios terrestres se encuentran reconocimientos sagaces de las verdades muy cercanos al cristianismo, pero Cristo, el Hijo de Dios ha edificado la Iglesia, nos ha mandado al Espíritu Santo y con eso dio comienzo a la nueva vida, lo que ningún sabio del genero humano no ha podido hacer. Justamente para la fundación de la Iglesia era indispensable la llegada a la tierra del Hijo de Dios y también Su muerte en la Cruz. Por esa razón todos los que separan el cristianismo de la Iglesia tarde o temprano llegan a la blasfemia de rechazar a Cristo-Dios encarnado y llegan precisamente porque, negando a la Iglesia, el Cristo Dios-hombre se hace inútil para ellos.

La tragedia del cristianismo sin la Iglesia.

No es poca la gente que apareció, la que sueña, precisamente, con un cristianismo fuera de la Iglesia. Esta gente casi siempre tiene una mentalidad anárquica; ellos están o imposibilitados de razonar o simplemente tienen pereza de examinar hasta el fin sus pensamientos. Incluso, sin hablar ya de las evidentes contradicciones de este cristianismo fuera de la iglesia, siempre se puede observar la total ausencia en él del benéfico fervor, del entusiasmo. Cuando la gente toma los Evangelios, olvidándose de que los han recibido de las manos de la Iglesia, entonces para ellos son como el Corán que Ala arrojó desde el cielo. Pero cuando se las arreglan para no advertir, dejar pasar en su lectura del Evangelio toda la doctrina sobre la Iglesia, entonces del todo el cristianismo queda sólo la enseñanza, tan impotente de recrear la vida y al hombre, como cualquier otra enseñanza. Nuestros progenitores Adán y Eva quisieron sin Dios ser "como dioses," confiando en la fuerza mágica de una bella manzana. Así también muchos nuestros contemporáneos sueñan poder salvarse sin la Iglesia y sin Dios — Hombre, aunque sí con el Evangelio. Se confían en el libro de Evangelio de la misma manera, como Adán y Eva confiaban en la manzana del paraíso.

Pero resulta, que el libro sólo no tiene fuerzas para darles la nueva vida. La gente que reniega de la Iglesia, habla permanentemente de "los principios evangélicos", de la enseñanza evangélica, pero el cristianismo como vida les resulta totalmente ajeno. En esa forma sin Iglesia el cristianismo resulta ser sólo un rumor, a veces muy sentimental, pero siempre algo caricaturesco y sin vida. Esa es, justamente, la gente que rechazando la Iglesia, hicieron del cristianismo — según las palabras de V. S. Soloviev, "algo mortalmente aburrido." "Cuando está derribado el edificio de la Iglesia, y en este lugar vacío, mal nivelado se pronuncia el sermón aleccionador, — esto resulta triste y espantoso." Lo dijo David Strauss.

De la similar falta de vida se cubre de oprobio la falsa enseñanza del protestantismo. ¿Qué han conseguido los protestantes al ofuscar con su falsa sabiduría la idea de la Iglesia? Consiguieron sólo la desunión, una desunión más desesperada. El protestantismo se fracciona todo el tiempo, partiéndose en sectas. No existe una vida eclesiástica protestante, sino una existencia "apenas viviente" de sectas y comunidades separadas. La vida común dentro de la Iglesia por la que rezaba Jesucristo, Nuestro Señor, en Su oración primo sacerdotal, la mató el protestantismo. En realidad, los extremos protestantes ortodoxos están mucho más cerca de los cristianos ortodoxos, que los protestante de tipo racionalista, que no tienen nada en común con el cristianismo, excepto la apropiación arbitraria, sin ningún fundamento, de esta denominación, ya que esto no explica la causa del suceso. ¿Entonces, que clase de unión es posible entre ellos? ¿Qué clase de vida común ellos pueden tener?

Todo lo dicho no proviene sólo de parte de nosotros. En un momento de sinceridad lo dicen los protestantes mismos, a veces hasta con mayor dureza. "El país, — escribe uno de ellos — "que ha sido la cuna de la reforma, se transforma en la tumba de la fe reformada. La fe protestante esta agonizando. Todos nuevos trabajos sobre la Alemania, igual que todas las observaciones personales, lo confirman."[99] "¿No habrán notado en nuestra teología el hecho, de que sus representantes perdieron todos los argumentos positivos? " — pregunta otro.[100]

Más tristes aún suenan las palabras del tercero: "La fuerza vital del protestantismo se agota entre la maraña de las escuelas dogmáticas, disputas teológicas, pleitos eclesiásticos... La reforma se olvida o se desprecia; la palabra de Dios, por la que morían los padres, despierta dudas; el protestantismo está dividido, está débil e impotente."[101] Mientras un ortodoxo, investigador de los luteranos, termina su obra con esta conclusión desoladora: "Abandonados a su suerte, a su fe y a su razonamiento subjetivos, los luteranos tomaron con audacia un camino falso. La personalidad autónoma y autodidacta desnaturalizó el cristianismo, desfiguró la propia religión simbólica, ubicando el luteranismo al borde de la ruina. Más y más entre los luteranos se rechazan las autoridades de los primeros reformadores, se destruye más y más la comunidad de las creencias y aún más se acerca el luteranismo a su muerte espiritual."[102]

En los últimos tiempos sucedieron algunos hechos en el protestantismo, que han revelado todo lo nefasto y mentiroso que resultó la separación del cristianismo de la Iglesia por los protestantes. Entre los Pastores se encontraron algunos que a sus feligreses no sólo no predicaron a Cristo crucificado, sino hasta negaron la misma existencia del Dios personal (Iato). Otros mostraban abiertamente su simpatía por uno de los enemigos más malintencionados del cristianismo (Drevs) quien, avalándose por la "ciencia," trataba de demostrar que Cristo jamás vivió en la tierra y por ende, todos los Evangelios son sólo fábulas. Entre nosotros mucha gente se inclina a llamar a los protestantes — cristianos. De esta gente uno duda si están en sus cabales (mire arriba mencionadas palabras de San Atanasio el Grande). Ahora está claro para cualquiera, que al perder la Iglesia los protestantes pierden también a Cristo — Dios-Hombre. Actualmente los protestantes ya confiesan abiertamente, que en Alemania no más de un tercio de los Pastores reconocen la Divinidad de Cristo ¡Qué es esto, si no es la muerte espiritual, porque el que no acepta al Hijo de Dios, según las palabras del Apóstol, no tiene la vida! (1 Jn. 5:12).

Hubo época, cuando en Moscú alborotaban sobre la "Unión Estudiantil Cristiana Universal." En el centro de los santuarios ortodoxos rusos llegaron distintos misioneros de esta unión, algunos mister Mott y miss Rous, quienes se dirigieron a los estudiantes rusos con una prédica en inglés. Se hablaba de que la unión era extra-confesional : en él se otorgaba la plena libertad a toda religión cristiana. Las religiones se unían basándose en los "principios federativos." Por consiguiente, se presuponía la posibilidad de que surja un cierto cristianismo común, independientemente de la Iglesia. Justamente por eso, esta unión era algo muerto al nacer. ¿Si puede haber, si existe en esta "unión" alguna vida cristiana? Si la hay, debe ser muy pobre. Imagínense el "congreso" de las organizaciones estudiantiles cristianas, en el cual aparecen "los delegados de las fracciones confecciónales federativamente unidas," "el congreso" con sus "resoluciones" "recomendaciones," etc. ¡Y si aparece alguna unión, cuanto menos auténtica es en comparación con la ortodoxa vida de la Iglesia! Solamente para aquel que está vagando "internado en un país alejado" no sólo de la sagrada Ortodoxia, sino de cualquier fe, puede servirle esta vida apenas viviente dentro de la unión con "principios federales" para parecerle una revelación, un consuelo para el alma vacía.

¡Qué bienaventurada resulta ser la plenitud de la vida conciliar ortodoxa comparándola con aquellos pocos destellos de vida! Cuando uno escucha sobre las conferencias y deliberaciones de "la unión cristiana estudiantil universal," el corazón se le llena de tristeza y amargura. ¡Tanta gente sedienta de Dios, tantas personas sinceras sedientas de la vida "mueren de hambre" "se nutren de restos" de tal unión ultramar de estudiantes! ¿¡Acaso no saben ellos cómo uno puede llenarse de pan en la casa del Padre Celestial, en la Iglesia Ortodoxa?! Hay que olvidarse solamente de los "principios federativos," entregarse libremente a la obediencia en la Iglesia Ortodoxa y adherirse a la plenitud de la vida eclesiástica, la vida del cuerpo de Cristo.

Hubo casos cuando la gente ligera, irreflexiva se dedicaba a la creación de una religión universal en sus despachos de estudio, mandaba millones de manifiestos, invitando a unirse dentro de esta "religión global," cuyo proyecto se agregaba a los llamamientos. Pero el proyecto ese se construía en términos tan generales, que lo hubiera podido firmar con la misma comodidad un católico y un protestante, un musulmán y un judío. Y, desde ya, si toda la gente hubiera aceptado este proyecto, esto no los hubiera unido a los unos con los otros. Las abstractas posiciones comunes no obligarían a nada, y la gente hubiera quedado en lo mismo, nadie recibiría la salvación. Es totalmente demente la idea de poder unir a la gente a base sólo de una enseñanza, para esto se necesita una fuerza extraordinaria, la que posee la única, santa y conciliar Iglesia de Cristo.

No es nada difícil — con respecto a todos estos y similares fenómenos de nuestra vida contemporánea — contestar a la pregunta: ¿en qué terreno han podido ellos aparecer y cual es su sentido? El terreno propicio aparece precisamente, porque el ideal de la verdadera Iglesia Ortodoxa Cristiana resultó demasiado elevado para muchos nuestros contemporáneos. Cristo llegó a la tierra para renovar la naturaleza humana. Para esa renovación Él fundó la Iglesia. La renovación exige mucho trabajo. Aquí, según el Apóstol, es necesario luchar hasta la sangre (Ebr. 12:4), luchar, desde ya, combatiendo contra el pecado. Pero la gente ama justamente su naturaleza pecadora, ama al pecado y no quiere abandonarlo. Ahora la gente se ha endurecido tanto en su egoísmo, que el ideal ortodoxo de la Iglesia le parece una especie de violación de la personalidad, un despotismo incomprensible e inútil. El ideal Ortodoxo de la Iglesia exige de cada uno mucha humildad abnegada, mucho amor en general, y por eso para los corazones tan pobres de amor de nuestros contemporáneos, para los que lo más caro es su egolatría pecadora, este ideal se les presenta como una carga difícil de acarrear.

¿Qué se puede hacer, entonces? ¡Oh, la humanidad sabe perfectamente cómo proceder en estos casos! Cuando un ideal parece ser demasiado pesado para sus hombros, lo cambian por otro más cómodo, rebajan el mismo ideal, tergiversando su esencia, pero dejando a veces su anterior denominación. ¡Pues, cuantos ya dejaron de la mano el ideal del amor! Dicen que edificar la vida social basándose en el amor es una ilusión irrealizable, que mejor sería abandonarla para que después no produjera mayores sufrimientos. Es poco aún, — ser seducido por el ideal de la vida en la Iglesia, por la vida religiosa, a pesar de todo - lo llaman directamente nocivo; eso, aparentemente, obstaculiza el progreso de la vida social. Dejando de lado el amor como algo inservible para la vida social, sólo útil para las "particulares" necesidades del hombre, han dedicado todo su atención al derecho, con él que piensan curar todas las enfermedades sociales. Al mismo tiempo la virtud es reemplazada por el respeto al orden y al decoro exterior. El oro es muy caro y para su reemplazo se inventó el oropel, y para reemplazar las virtudes faltantes se inventaron las reglas de la decencia.

De la misma manera se trata el ideal de la Iglesia, que exige la unión absoluta de las almas y de los corazones. A la Iglesia se la sustituye por el cristianismo, un termino muy indefinido, como hemos dicho anteriormente. La conciencia queda por los menos tranquila, — ¡es el "cristianismo," una denominación decente! Pero lo que está fuera de la Iglesia, cualquier cosa, la que le guste, puede ser presentada con este nombre. Aquí uno no puede menos que darse cuenta del astuto proceder del enemigo del hombre, de la antigua serpiente. Hay una buena razón por la que los demonios toman la imagen de un ángel reluciente, y es porque su apariencia propia es repugnante para el ser humano. No es fácil persuadir al hombre de transformarse en total ateo y blasfemo. El diablo lo sabe y por eso elige caminos indirectos, sugiere sólo separar el cristianismo de la Iglesia, estando seguro que sin Iglesia la gente se acercaría poco a poco al ateísmo, perdería la posibilidad de la salvación y después de su muerte estaría en su poder. El diablo también ahora, lo mismo que durante la tentación de Cristo en el desierto, recurre a las Escrituras para demostrar la posibilidad de separar el cristianismo de la Iglesia.

Pero la desgracia de nuestros tiempos consiste en que nadie quiere confesar sinceramente toda su pobreza espiritual, tamaño endurecimiento de su corazón, que el ideal de la Iglesia se le hace pesado y hasta incomprensible. No, al cambiar el oro por el cobre, prefieren negarle al oro todo valor. Ahora atacan con dureza a la Iglesia y niegan el valor de la propia idea de la Iglesia, escondiéndose hipócritamente tras las triviales, altisonantes y aburridas frases sobre "la libertad del individuo," "la interpretación personal "del cristianismo, sobre la religión de la libertad y del espíritu. El ideal de Cristo de una sociedad unida en la Iglesia ("para que todos sean uno,"... "así, como Nosotros somos uno") se encuentra rebajado y desfigurado y por eso pierde su significado vital. El cristianismo carente de la Iglesia, un presunto cristianismo "evangélico," todos esos diferentes uniones universales estudiantiles cristianos — no son otra cosa, que tratar de rebajar y mutilar la idea de la Iglesia de Cristo y matar cualquier vida realmente bendita dentro de la Iglesia.

San Irineo de Lyón no admitía ninguna posibilidad de separar la verdad cristiana de la Iglesia. "No se debe, — escribía él — "buscar la verdad en otra parte, cuando es tan fácil obtenerla en la Iglesia, porque los apóstoles, como un rico en su casa llena de tesoros, han reunido dentro de ella todo lo que se refiere a la verdad, de tal manera que cualquiera puede tomar de ella el agua de la vida. Ella (la Iglesia) es justamente la puerta a la vida, y todos los demás — son ladrones y bandidos."[103] Olvidar esta verdad los indujo siempre a todos solamente al error. Sobre los renegados de su tiempo San Irineo escribe: "Ellos no maman los pezones de su madre para vivir, no usan fuente clarísima que proviene del cuerpo de Cristo, sino cavan pozos profundos en las zanjas de tierra y beben agua sucia de lodo, alejándose de la fe de la Iglesia para no convertirse, y negando al Espíritu para no persuadirse. Al extrañarse de la verdad, los herejes se encuentran debidamente seducidos por los diferentes engaños, y alterados por ellos piensan siempre en las mismas cosas sin tener nunca una opinión firme, deseando ser más sofistas de las palabras, que discípulos de la verdad."[104] El mismo triste destino de "divagaciones" les toca vivir también hoy a los renegados de la Iglesia.

Por eso existen en nuestros tiempos tantas diferentes, bastante extravagantes "búsquedas", porque está olvidada la verdad de la Iglesia. En los tiempos de los apóstoles los que pretendían salvarse se ponían al amparo de la Iglesia y ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos (Hech. 5:13). En aquel entonces no era posible la pregunta: ¿dónde está la Iglesia? Era una magnitud definida y clara, muy separada de todo lo que estaba fuera de la Iglesia. Ahora entre la Iglesia y el "mundo" existe un cierto ambiente intermedio. Ahora no existe una división clara : la Iglesia y la no-Iglesia. Hay un cierto, indefinido cristianismo, incluso no un cristianismo, sino una abstracta religión común. Todas esas turbias nociones de cristianismo y religión obscurecieron la luz de la Iglesia y la perciben mal todos los que la buscan, por eso las "búsquedas" tan a menudo pasan a ser "vagabundeo." De ahí proviene en nuestros días tanta cantidad de los que "siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad" (2 Tim. 3:7). Empezó, si es lícita esta expresión, una especie de deporte "la búsqueda de Dios," la misma "búsqueda" se transformó en la meta. Porque de muchos nuestros "buscadores de Dios" me permito pensar, que en caso de que sus esfuerzos se coronaran de éxito, ellos se sentirían desdichados en sumo grado y se dedicarían, inmediatamente, y con el mismo esfuerzo de antes, a la "creación de Dios." Porque con esta búsqueda de Dios muchos en nuestra época se han hecho famosos, se fabricaron el "nombre." Pues, recordemos el severo juicio del Ilustre Obispo Miguel (Gribanovski) sobre todas estas búsquedas en general: "Por eso buscan, porque se quedaron sin principios; y mientras los mejores buscan, los peores se aprovechan del alboroto y estafan sin tener los mínimos escrúpulos. ¡Y de qué escrúpulos se puede hablar, si nadie sabe qué es la verdad, qué es el bien, y que es el mal!"[105]

Las nociones intermedias de la religión y del cristianismo sólo alejan mucha gente de la verdad, porque para aquel que busca sinceramente a Dios, ellos son una especie de duras pruebas. Muchos pisan ese camino de búsquedas-pruebas, pero pocos terminan con éxito su recorrido. La mayor parte sigue así, "recorriendo duras pruebas," sin encontrar la bendita paz. Finalmente, en este ámbito, digamos, de media luz, de semi-verdad, en esta esfera de la falta de precisión, de la indeterminación, en ese mundo de confusión y indecisión se empequeñece el alma misma, se hace indolente, poco receptiva a la exaltación beneficiosa. Un alma semejante tratará de seguir "buscando" hasta habiendo ya encontrado. Se crea una triste especie de "holgazanes religiosos," como los había llamado F.M. Dostoievski.

La situación señalada impone una responsabilidad especial a todos los hombres de la Iglesia de nuestro tiempo. Los hombres de la Iglesia son muy culpables en no saber señalar bien y no iluminar con su ejemplo la última meta en el camino de los que "buscan." Y esta meta no es la idea abstracta del cristianismo, sino justamente la Iglesia del Dios viviente. Al seguir el ejemplo de mucha gente que llegó al final del penoso camino de la búsqueda, podemos determinar que la paz absoluta llega solamente cuando el hombre tenga plena fe en la Iglesia, cuando él con todo su ser capte la idea de la Iglesia de tal manera, de que se le hiciera imposible pensar en la separación del cristianismo de la Iglesia. Recién entonces comienza la real percepción de la vida en la Iglesia. El ser humano comienza a sentir que él es — una rama del elevado, siempre floreciente y por siempre joven árbol de la Iglesia. El tiene conciencia de si mismo no como de un seguidor de cualquier escuela, sino como de un miembro del cuerpo de Cristo, con quien tiene la vida común y de quien recibe esta vida. Porque sólo aquel, quien tuvo fe en la Iglesia, cuyos reglamentos le sirven para darles valor a los fenómenos de la vida y para dirigir su propia vida personal, quien finalmente ha percibido interiormente la real vida de la Iglesia, — aquel, y sólo aquel está en el camino correcto. Muchas cosas, que antes parecían indefinidas y tentadoras, se harán indudables y claras. Es especialmente valioso que en los tiempos de la vacilación común, de la oscilación desde un costado hacia el otro, de la derecha hacia la izquierda y desde la izquierda hacia la derecha, — cada hombre de la Iglesia siente que está parado en una roca milenaria, que tiene el suelo firme debajo de sus pies.

El Espíritu Santo hasta hoy respira en la Iglesia.

En la Iglesia vive el Espíritu Santo. Esto no es una posición dogmática seca y vacía, que se preserva sólo por respeto a la antigüedad. No, ella es precisamente la verdad experimentada por cualquiera, que este impregnado de conocimiento y vida de la Iglesia. La vida bienaventurada de la Iglesia no puede ser objeto del seco estudio científico, pero es accesible al estudio experimental. Sobre la vida de la Gracia, percibida claramente, el lenguaje humano puede hablar sólo de manera nebulosa y obscurecida. La vida de la Iglesia es conocida sólo por aquel, quien la tiene; para él esta vida no necesita demostraciones, mientras que para aquel que no la tiene, ella es casi indemostrable.

Por eso para un miembro de la Iglesia el objetivo de toda su vida será la unión constante y cada vez mayor con la vida de la Iglesia; al mismo tiempo, a los otros hay que predicar justamente sobre la Iglesia, sin reemplazarla por el cristianismo, sin tratar de sustituirla por una abstracta y seca doctrina. Aquí no deben hacerse ningunas concesiones. ¡No hay cristianismo, ni el Cristo, no hay gracia, ni verdad, ni vida, ni salvación — no hay nada sin Iglesia, y todo está sólo dentro de la única Iglesia!

Demasiado a menudo hablan ahora de los defectos de la vida en la Iglesia, de la necesidad de "revivir" la Iglesia. Todos estos discursos nos resulta difícil comprender y nos inclinamos a considerarlos totalmente sin sentido. La vida en la Iglesia jamás puede agotarse, porque dentro de ella permanece el Espíritu Santo por siglos de los siglos (Jn. 14:16). Existe la vida en la Iglesia, sólo la gente alejada de la Iglesia no advierte esta vida. La vida del Espíritu Santo es incomprensible para el hombre anímico solamente, ella le parece más bien una insania, porque es accesible sólo para hombre espiritual. A nosotros, personas con la mentalidad anímica, raras veces nos está dado de percibir el sentido de la vida en la Iglesia. Sin embargo, la gente de corazón sencillo y vida piadosa hasta hoy sigue percibiendo esta bienaventurada vida eclesiástica. Esta atmósfera de la Iglesia y ese aliento eclesiástico se nota especialmente en los monasterios. ¡Es ahí, donde uno se convence más de la fuerza y la realidad de la Gracia Divina que mora en la Iglesia! Admiras y agradeces a Dios, cuando observas el real renacimiento del ser humano producido por la vida en la Iglesia, su verdadera transformación en "una ente nueva." Allí la mente se esclarece, se forman elevados y puros conceptos, el amor ablanda los corazones y desciende la alegría hacia el alma. Los apartados de la Iglesia, orgulleciéndose de su instrucción, son en realidad las personas mucho más bajas y burdas que un simple monje que lleva la vida eclesiástica.

Nuestra opinión es, que no se debería hablar de los defectos de la vida en la Iglesia, sino sólo de la escasez de la conciencia eclesiástica en nuestras almas. Muchos viven la vida de la Iglesia, sin tener hasta muy clara conciencia de esto. Y si de todos modos llevamos conscientemente la vida de la Iglesia, predicamos muy poco sobre el bienestar que recibimos de esta vida. Con los extraños discutimos comúnmente sobre las verdades cristianas, olvidándonos de la vida eclesiástica. La enseñanza, la doctrina, el dogma son ante nuestros ojos aparentemente más importantes que la vida de la Iglesia. Nosotros también somos capaces a veces de sustituir la Iglesia por el cristianismo, la vida — por una doctrina abstracta.

Nuestra desgracia consiste en que apreciamos poco nuestra Iglesia y el supremo bien de la vida en la Iglesia. No profesamos sin vacilar, claramente, con precisión nuestra fe en la Iglesia. Creyendo en la Iglesia, seguimos como disculpándonos todo el tiempo por creer todavía en ella. Leemos el noveno artículo de nuestro Credo sin sentir mucha alegría y hasta teniendo aire de culpabilidad. Al hombre de la Iglesia lo acogen a menudo con una exclamación sacada de un poema en prosa de Turguéniev: "¿Cómo, usted tiene fe todavía? ¡Es usted entonces un hombre muy atrasado! "¿Habrá muchos que tienen suficiente valentía como para confesar sin temor: "Si, creo en la única, santa, conciliar y apostólica Iglesia, pertenezco a la Santa Iglesia Ortodoxa y por eso soy — el hombre más adelantado, porque solo en la Iglesia es posible aquella nueva vida por cuya causa el Hijo de Dios vino a nuestra tierra pecadora; solo en la Iglesia es posible entrar plenamente a la edad de Cristo, sólo en la Iglesia es posible el progreso verdadero, verdadera salvación."

No será, que más veces a la pregunta: ¿tu no eres uno de los discípulos de Cristo? — estemos listos de jurar y afirmar que nunca conocimos a este Hombre?

Conclusión.

Por eso, como urgente necesidad de nuestros tiempos, debe considerarse la profesión abierta de la fe en aquella verdad absoluta, de que Cristo fundó justamente la Iglesia y de que es totalmente absurdo separar el cristianismo de la Iglesia y hablar de un cristianismo apartado de la Santa Iglesia Ortodoxa de Cristo. Esa verdad, creemos, les iluminará a mucha gente el objetivo final de sus penosas búsquedas, le señalará no en una enseñanza exánime, aunque fuese la enseñanza evangélica, sino en la vida de la Iglesia, donde las personas se liberarán realmente de las redes del diablo, quien los había aprisionado con su voluntad (2 Tim. 2:26). Esta verdad nos ayudará a nosotros también reconocer la vida eclesiástica y "reunir a los hijos pródigos de la Iglesia" para que todos fuesen unidos, como lo rezaba Nuestro Señor Jesucristo antes de Sus tormentos.

¡Miren cómo se debate el pájaro desdichado al volar contra el viento fuerte! ¡Que irregular es su vuelo! Por momentos lo alza hacia arriba, de pronto lo derriba hacia abajo, lo hace adelantarse, luego lo tira lejos hacia atrás. Así al hombre lo llevan los vientos de las falsas doctrinas. Pero igual que un pájaro que se calma en el nido ubicado entre las ramas tupidas de un árbol y está ya observando en paz desde su refugio la tempestad que pasa de largo frente a él, así también el hombre adquiere la paz, cuando acude a la Iglesia. Desde su refugio apacible observa él la feroz tempestad "que pasa rozando las paredes de la Iglesia," se aflige por la gente desgraciada que fue sorprendida por la tormenta fuera de la Iglesia y que tarda en resguardarse bajo su techo bendecido; y así el hombre reza al Señor:" "Unídlos por medio de Tu Santa, conciliar y apostólica Iglesia, para que ellos junto con nosotros glorifiquen Tu venerado y magnífico nombre de Dios, celebrado en Su Trinidad."

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Notas.

1.Testamento patrístico. Edición redact. por E.M.Prilezhaiev, S.Petersburgo. 1893, pag3,6

2. "Advertencias," 25-26, Kazan 1904, pag 47-48

3. Reglamentos ascéticos, cap.XVIII, Obras p.5, edic.4 Lavra Serg de Santa Trinidad 1902 pag. 359, 360.

4. Carta 62, Obras, edic 2 de Kiev, 1891, p. I, pag 363.-364

5. Sobre la oración de Dios. Obras, p.2, pag.221, 217.

6. Interpretación de evan. Juan, lib.11, cap. 11, Obras, ed.Acad. Teol. De Moscú. Part.15, Serg. Posad 1912, pag 105-112 passim. Solo en los últimos tiempos llamó la atención de la ciencia teológica sobre esta idea el Mitropolita Antonio (Jrapovitski)

7. Roman.12:4-5; Corint.6:15; 10:17;12:13; 27. Efes. 1:23; 4:4,12,16,25; 5:23, 30; Col.

1:18, 24; 2:19; 3:15.

8. Carta 63 a Cilio, cap.13 Obras, par. 1, pag. 397

9. Interpret. de evan. Juan, lib. 11, cap.11 Obras part.15. Serg Posad 1912, pag.109-110 10.Interpret. de evan. Juan, lib.10, cap. 2 Obras part 14. Serg Posad 1909, pag. 324

11.Mir. 1Corint. 12:11, 13. Efes. 4:3-4, 7 y otr.

12. Sobre la epístola a los Efes. Convers.9. Obras, edic S.Petersb.Acad.Teolog. Tom.11, pag.86

13.Sobre la epístola a los Efes. Convers.11, Obras tom.11, pag 96

14 Obras part 7, Moscú 1861, pag. 434

15.Obras, edic Kiev. Acad. Teolog, lib. 17, pag. 297

16.Interpret. a la epíst. a Kazan,1897, pag.123 Citaremos la interpretación del teólogo ortodoxo prof. Bogdaschevski (más tarde obispo Basilio): "La Unión del Espíritu es la unificación, que fundó el Espíritu, o lo produce, — es la unificación que vive en la Iglesia y proviene del Espíritu Santo de Dios" La epístola del apóstol San Pablo a los Efes.Kiev, 1904, pag. 505

17.1 Juan 2:5; 3:17; IV 9; Rom. 5:6 compar. 1 Corint.13:15; 2 Col. 3:

18. Obras part. 7, pag. 134

19. Sobre epíst. a los Efes., Convers. 11, 1.Obras, tom.11, pag. 96

20. Interpretación detallada, mire en lo de prof. Bogdaschevski, cita obras, pag.557-565; y también en lo de Ivan Mansvetov. La doctrina del Nuevo Testamento sobre la Iglesia, Moscú 1879, pag. 143-160.

21. "El (el apóstol) ha expresado de forma un poco confusa sus pensamientos, porque quiso decirlos todos juntos, de pronto," — dice San Juan Crisóstomo. Sobre la epístola a los Efes., convers. 11, 3. Obras, tom.11, pag. 100.

22. En la epístola a los Efes. Convers. 11, 3. Obras, tom. 11, pag.100-101

23. Obras, part. 7, pag. 438

24. In epist. Ephesios. Migne, PG, t.95, clo.844 A.

25. Interpret. de la epíst. a Efes.Kazan,1881, pag. 132

26. Interpret. de la epíst.del apóst. Pablo a Efes., edic. 2 Moscú 1883, pag.307

27. San Juan Crisóstomo.Sobre Epíst. a los Efes. Convers.11,3 Obras part.11, pag. 100-102

28. San Cipriano Cert. Sobre la Unión de la Iglesia, cap 5, Obras part.2,pag 180

29. San Cipriano Cart. Sobre la Unión de la Iglesia, cap 5, Obras part. 2,pag.180

30. Comprar. Mitropol. Antonio, Obras Complet. Tom. 2, pag 16

31. Demostración detallada de esta verdad mire en el libro de prof. Myshtsin "Organización de la Iglesia cristiana en los primeros dos siglos," Sergu. Posad 1909,pag.144-145. 299sl.

32. Sobre la Unión de la Iglesia, cap. 14.Obras part.2, pag. 188-189

33. Carta 43 a Antoniano. Obras part.1, pag 236. Carta 59 a Esteban. Obras,part 1, pag.330

34. Carta 62 a Magno.Obras,part 1, pag. 360

35. Carta 55 a Esteban. Obras, part.1, pag. 312

36. Carta 62 a Magno. Obras part 1, pag 361

37. Sobre la Unión de la Iglesia, cap XV.Obras part.2, pag. 190. Mirar tamb. "Sobre la Oración al Señor"cap. XXIV, part.2, pag. 217-218. Carta 43 a Antoniano.Obras part1, pag.239

38. Carta 62 a Magno. Obras part.1, pag. 371

39. Carta 58 a Quinto. Obras part.1, pag. 326-327

40. Carta 61 a Pompeo. Obras part.1, pag.353. Carta 57 a Januario. Obras part.1, pag.326

41. Carta 56 a Quinto. Obras part.1, pag. 326. Sobre la Unión de la Iglesia, cap.23 Obras part. 2, pag. 197

42. Sobre la Unión de la Iglesia, cap. 4, Obras part.2, pag. 179-180

43. Sobre la Unión de la Iglesia, cap.3,Obras part.2, pag. 178

44. Sobre la Unión de la Iglesia cap. 14, Obras part.2, pag.189

45. Ibid. Pag. 190. Compar. Carta 60 a Jubaiano, Obras part.1, pag. 334

46. Sobre la Unión de la Iglesia, cap.17.Obras part 2, pag. 191-192

47. Carta 60 a Jubaiano. Obras part. 1, pag. 334-335

48. Carta 40 a Cornelio. Obras part. 1, pag 205

49. Carta 62 a Magno. Obras part. 1, pag 360-361. Cipriano alega aquí a Lucas 11, 23; a Mateo 18:17; a Juan 2:18. Mire aún la carta 57 a Januario.Obras part.1, pag.324-325. Carta 61 a Pompeo. Obras part. 1, pag. 351

50. Carta 43 Obras part.1, pag.234

51. Carta 42 a Cornelio. Obras part.1, pag. 212

52. Habere jam non potest Deum patrem, qui Ecclesiam non habet matrem. Sobre la Unión de la Iglesia, cap. VI, Obras part.2, pag. 181. Compar. Cap. XVII, pag. 191: uno no puede imaginarse, que aquel que se encuentra con Cristo pueda actuar contra los sacerdotes de Cristo, dejando de comunicarse con Su clero y con el pueblo.

53. Carta 58, cap.I. Obras part.1, pag.325

54. Carta 58 a Quinto, cap. I. Obras part.1, pag. 326. Carta 61 a Pompeo, cap II Obras part.1, paG. 351

55. Sobre la Unión de la Iglesia, cap. 11.Obras part.2, pag. 185-186. Compar. Carta 60 Jubaiano. Obras part.1, pag. 346

56. Migne, PL. t.3, col. 1077-1078

57. Mateo 16:16; 8:29. Marcos I, 24. Lucas 8:28. Contra litteras Petiliani 3:34, 39. Migne, PL. t.43, col.68

58. Contra Cresconium. I, 22, 27. Migne, PL. t.43, col. 460

59. De baptismo I, 7, 9. Migne, PL. t. 43, col. 115

60. Contra Cresconium. I, 29, 34, Migne, PL. t. 43, col. 463-464

61. De baptismo, I, 2,3. Migne, PL. t. 43, col.110. Contra Cresconium. 1:22,27; IV, 21, 26.

Migne, PL. t. 43, col. 460, 563

62. In I Ioan. tract. 5, 7. Migne, PL. t. 35, col. 2015

63. De baptismo, I, 9, 12. Migne, PL. t.43, col.116

64. Ibidem.

65. De baptismo, I, 10,14. Migne, PL. t. 43, pag. 117-118

66. De baptismo, I, 12, 18. Migne, PL. t. 43, pag.119

67. De baptismo, I, 12, 19, 20; I, 13, 21. Migne, PL. t.43, col. 119,120,121.

68. De baptismo, I, 15, 23. Migne, PL. t.43, col. 121

69. Contra Cresconium II, 14,17. Migne, PL. t. 43, col. 477

70. De baptismo, III, 16, 21. Migne, PL. t. 43, col. 148

71. Epíst. 61, 2. Migne, PL. t. 43, col. Migne, PL. t. 33, col. 229

72. Contra litteras Petiliani 2:77, 172.De baptismo IV, 17, 24.Migne, PL.t. 43, col. 312,169

73. Epíst. 185, 10, 46. Migne, PL. t. 33, col. 813

74. Serm. 268, 2. Migne, PL. t. 38, col. 1232. Contra Cresconium, II, 12, 15; II, 13, 16; II, 14, 17. Migne, PL. t.43, col. 476,477.

75. Epíst. 185, 9, 42. Migne, PL. t. 33, col. 811

76. Epíst. 208, 6. Epíst. 185, 9, 42. Migne, PL. t. 33, col. 952, 811. Contra epíst. Par-maeniani, II, 3, 6. Migne, PL. t.43, col. 54

77. De baptismo, IV, 17, 24. Migne, PL. t. 43, col. 170

78. Quaest. in heptat. 5, 15. Migne, PL. t. 34, col. 755

79. Contra litteras Petiliani, II, 77, 172. Migne, PL. t.43, 312

80. De baptismo, 3:16, 21. Migne, PL. t. 43, col. 148

81. A los Romanos, cap 3

82. Contra las herejías, lib. 3, cap. 1, part. 1

83. Mirar el prólogo a la edic. de Ginebra "Corta exposición de los Evangelios."

84. Mirar prof. A.A.Spasski. "La historia de los movimientos dogmáticos en la época de los Concilios Universales" Sergu. Posad 1906, pag. 651

85. A los arianos (discurso) cap. 3

86. Ibid.

87. Prof. Spasski, cita de sus obras pag. 200

88. Mirar a prof. I.V.Popov "La idea del endiosamiento en la Iglesia antigua-oriental," Moscú, 1909. De él también "El ideal religioso de San Atanasio de Alejandría", Sergu. Lavra de Santa Trinidad, 1904. Comprar. Prof. Spasski, cita de su obra pag. 198-199

89. Contra las herejías, libro 3, cap. 18:7

90. Discurso 2 contra los arianos, cap 69

91. Santa Misa en la Navidad, 2-do cant. En la lit.

92. ibid. 4-to cant.

93. Cant. A la "Gloria"

94. Cánon a San Cosme, cant. 1, trop. 1. Comparar del mismo cánon, 2 trop. 3 cant.: "con la comunión con el cuerpo de la substancia Divina."

95. Cánon a San Juan, cant. 9, trop. 2. Comparar del mismo cánon 2 trop. Cant. 7: "llevando la riqueza del endiosamiento." Irm. Del cant. 4: "Renovación del género humano, antiguamente cantó el profeta Abbacumo anunciando...la gente con la palabra renovada."

96. Irmos del canto 9 del cánon de las vísperas del dia festivo.

97. Demostración de la prédica apostólica, cap. 99 98. Cantra las herejías, lib. 4, cap. 34, par. 1 99. Hohoff. "Die Revolution seit dem sechszehnten Jahrhundert," Freburg in Breisgau 1887, s. 150

100. Kattenbusch. "Von Schleirmacher zu Ritschl." Giessen 1893, s. 5

101. Der Katholik. 1889, Bd. 2. ss. 400-401

102. N. Terentiev, "El sistema religioso luterano según los libros simbólicos luteranos" Kazan 1910, pag. 460

103. Contra las herejías, lib. 3, cap. 4:1

104. Contra las herejías, lib. 3, cap. 24: 1-2.

105. Cartas del preosv. Miguel, obispo finado de Tavrid, Simferopol 1910. Pag. 178.

 

 

Folleto Misionero # S91

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

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