Guia

Para El Estudio

De Los Cuatro Evangelios

 

 

Arzobispo Averky (Tauchev, 1906-1976)

Traducido del ruso por Miguel Schurov

 

La Venida de Nuestro Señor

Jesucristo al Mundo.

El prólogo del Evangelio: su autenticidad y propósito.

Nacimiento eterno y Encarnación del Hijo de Dios.

Las observaciones del arcipreste Mijail Pomazansky.

La concepción de Juan, el Precursor de Cristo.

El anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a la Santísima Virgen María.

El encuentro de la Santísima Virgen con Isabel.

El Nacimiento de san Juan el Bautista.

Genealogía de Nuestro Señor Jesucristo.

La Natividad de Cristo.

Revelación del misterio de la Encarnación al recto José.

Circunstancias y época de la Natividad de Cristo.

Circuncisión y Presentación del Señor en el Templo.

La adolescencia del Señor Jesucristo.

Ministerio Público de

Nuestro Señor Jesucristo.

Juan el Bautista y su testimonio acerca de Jesucristo.

El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo.

Los cuarenta días de ayuno y las tentaciones del demonio.

Los primeros discípulos de Cristo.

Primer milagro en las bodas de Caná de Galilea.

Primera Pascua.

Expulsión de los mercaderes del templo.

Diálogo de Nuestro Señor Jesucristo con Nicodemo.

El último testimonio de San Juan Bautista acerca de Jesucristo.

Juan el Bautista es enviado a prisión.

Partida de Nuestro Señor a Galilea. Conversación con la mujer samaritana.

Cristo el Salvador se establece en Galilea e inicia Su prédica.

Curación del hijo de un funcionario de la corte en Caná.

Jesús convoca a los pescadores.

El poder de la enseñanza de Cristo. Curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaum.

Curación de la suegra de Pedro y de muchos otros.

Enseñanzas y obras del Señor en Galilea.

Sermón de Jesucristo en la sinagoga de Nazareth.

Curación del leproso.

Curación del paralítico en Cafarnaum.

La vocación de Mateo.

Segunda Pascua

Curación del paralítico en la Piscina Probática.

Sobre la igualdad del Padre y del Hijo.

Las espigas arrancadas en sábado.

Curación del hombre con la mano atrofiada.

El Señor evita la notoriedad.

La elección de los 12 Apóstoles.

El Sermón de la Montaña

Las Bienaventuranzas.

La Luz del mundo.

Dos medidas de rectitud.

La tarea principal es agradar a Dios.

El "Padre Nuestro."

El tesoro eterno.

No juzguéis.

Constancia en la oración.

El camino estrecho.

Sobre los falsos profetas.

Curación del leproso.

Curación del siervo del centurión.

La resurrección del hijo de la viuda en Naim.

Los mensajeros de Juan el Bautista.

Recriminación a las ciudades impías.

La mujer pecadora es perdonada en la casa de Simón el fariseo.

 

 

Primera Parte

La Venida de Nuestro Señor

Jesucristo al Mundo.

 

El prólogo del Evangelio: su autenticidad y propósito.

(Lc 1:1-4; Jn 20:31)

Los cuatro versículos iniciales del primer capítulo del Evangelio de san Lucas pueden ser considerados como el Prólogo de los Cuatro Evangelios. En ellos el santo Evangelista habla de "la rigurosa investigación efectuada sobre todo" lo transmitido por él y señala el propósito con el cual fueron escritos los Evangelios: "conocer el sólido fundamento de las enseñanzas cristianas." A este propósito san Juan el Teólogo añade en su Evangelio (Jn 20:31): "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y creyendo tengáis vida en su nombre".

Como es evidente en el prólogo de san Lucas, él asumió la tarea de escribir su Evangelio pues para ese tiempo habían aparecido muchos relatos similares, pero carentes de autoridad y cuyo contenido no era muy satisfactorio. Él consideró que su deber era confirmar en la Fe al excelentísimo Teófilo y simultáneamente, claro está, a todos los cristianos en general. Por ello escribió un relato sobre la vida de Nuestro Señor Jesucristo verificando cuidadosamente toda la información proveniente de las palabras de los "testigos oculares y servidores del Verbo." Debido a que san Lucas era uno de los setenta discípulos de Cristo le resultaba imposible ser testigo de todos los hechos, tales como el nacimiento de Juan el Bautista, la Anunciación, el Nacimiento de Cristo, la Presentación de Nuestro Señor en el Templo. Es indudable que una significativa parte del contenido de su Evangelio se basa en las palabras de testigos oculares, es decir, se fundamenta en la Tradición, tan categóricamente rechazada por los protestantes y los sectarios. El principal y mas importante testigo de los mas tempranos eventos de la historia de los Evangelios fue ciertamente, la Santísima Virgen María. No en vano san Lucas destaca en dos oportunidades que Ella mantenía el recuerdo de todos estos sucesos guardándolos en su corazón (Lc 2:19 y 2:51).

No cabe duda de que la preeminencia del Evangelio de san Lucas sobre los otros escritos existentes, anteriores al suyo, se basa en que él escribía solamente luego de un exhaustivo examen de los hechos y del seguimiento de una estricta secuencia de eventos. Esta preeminencia es compartida por los otros tres Evangelistas, ya que dos de ellos, Mateo y Juan, pertenecían a los doce discípulos originales de Cristo, ellos mismos fueron testigos y servidores del Verbo; mientras que Marcos, escribió basándose en las palabras del discípulo más cercano a Cristo, testigo cierto y verdadero participante en los sucesos del Evangelio: el Apóstol Pedro.

El objetivo señalado por san Juan surge con particular claridad en su Evangelio, en el que abundan los testimonios jubilosos acerca de la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero, naturalmente, los otros tres Evangelistas también tienen la misma meta.

 

Nacimiento eterno y Encarnación del Hijo de Dios.

(Jn 1:1-14)

Al tiempo que los Evangelistas san Mateo y san Lucas relatan el Nacimiento terrenal de Nuestro Señor Jesucristo, san Juan comienza su Evangelio con la exposición del dogma de la Encarnación y generación eterna de Cristo, el Hijo Unigénito de Dios. Los Evangelistas sinópticos comienzan sus narraciones con aquellos acontecimientos gracias a los cuales el Reino de Dios tuvo su principio en tiempo y espacio. San Juan, como un águila, se eleva hacia el fundamento eterno de este Reino, contemplando la eterna existencia de Quien sólo "en estos últimos días" (Heb 1:1) adoptó la naturaleza humana.

El Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es llamado "Verbo" por san Juan. Aquí es importante saber y recordar que "Verbo," en griego "Logos," a diferencia del correspondiente vocablo de nuestro idioma, no sólo significa la palabra hablada sino también el pensamiento, el razonamiento y la sabiduría expresados a través de ella. En consecuencia referirse al Hijo de Dios como "el Verbo," adquiere el mismo significado que llamarlo "Sabiduria" (ver Lc 11:49 y Mt 23:34). Asi, El Apóstol san Pablo, en I Cor 1:24, se refiere a Cristo como "la Sabiduria Divina." En este sentido, la enseñanza acerca de la Sabiduria Divina se desarrolla en el libro de Proverbios (ver especialmente el magnífico texto de Prov 8:22-30). Entonces, resulta extraño afirmar, como hacen algunos, que san Juan copió su enseñanza sobre el Logos de la filosofía platónica y sus seguidores (Filón). San Juan escribió su Evangelio basándose en sus conocimientos de las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, de lo que aprendió como discípulo amadisimo de su Divino Maestro, y de lo que le fue revelado por el Espíritu Santo.

"En el principio era el Verbo." Esto significa que el Verbo es coeterno con Dios. Mas aun, san Juan sigue explicando que, con respecto a su existencia, el Verbo no se separa de Dios, Él es consubstancial con Dios y, finalmente, dice que el Verbo es Dios: "el Verbo era Dios." En el texto griego el vocablo "Dios" no va precedido por un articulo y esto dio lugar a que los arrianos y Origenes interpreten que el Verbo no es el mismo Dios que Dios Padre. Esto es simplemente un malentendido. En realidad, aquí se oculta el muy profundo concepto sobre la distinción entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad. En griego, la utilización de un articulo indica que el discurso versa sobre el mismo sujeto del cual se ha hablado. Asi, al decir "el Verbo era Dios," si el Evangelista hubiese utilizado el mismo articulo y dicho "o Theos," el resultado hubiera sido la errónea idea de que el Verbo era lo mismo que Dios Padre, a Quien se habría referido inmediatamente antes. Por lo tanto, al hablar del Verbo, el Evangelista lo llama simplemente "Theos," indicando así Su Divina dignidad, pero a la vez subrayando que el Verbo tiene una existencia hipostática independiente y que no es idéntica a la Hipóstasis de Dios Padre.

El bienaventurado Teofilact señala que san Juan nos revela el dogma sobre el Hijo de Dios llamándolo "Verbo" y no "Hijo" "para que al escuchar esa palabra nosotros no pensemos en un nacimiento carnal y apasionado. Lo llama Verbo para que tu sepas que así como la palabra nace de la mente de una manera impasible, así Él nace del Padre impasiblemente".

Las palabras "todas las cosas fueron hechas por El" no intentan significar que el Verbo fue sólo un instrumento en la creación del mundo. El mundo se originó de la Causa Primigenia y la Fuente de toda existencia (incluyendo al Verbo mismo), Dios Padre, a través del Hijo, Quien por Sí Mismo es ya la fuente de todo aquello que existió desde el principio, solo que no para Sí Mismo y no para las otras Personas de Dios.

"En Él era la vida." Aquí el significado de la palabra vida debe ser entendido no en el sentido ordinario sino como la vida espiritual, que induce a la criatura a dirigirse hacia la causa de su creación, hacia Dios. Esta vida espiritual se adquiere mediante la comunión y la unificación con la Hipóstasis del Verbo Divino. En consecuencia, el Verbo es la fuente de la vida espiritual genuina para cualquier ser racional.

"Y la vida era la luz de los hombres." Esta vida espiritual que emana del Verbo Divino ilumina al hombre con un conocimiento completo y perfecto.

"Y la luz resplandece en las tinieblas." El Verbo que otorga la luz del genuino conocimiento no deja de guiar al hombre aun en las tinieblas del pecado. Sin embargo, estas tinieblas no recibieron la luz: aquellos que persisten obstinadamente en el pecado han preferido permanecer en la oscuridad de la ceguera espiritual, "las tinieblas no la comprendieron."

Entonces, para establecer una comunión entre su Divina luz y la humanidad que permanecía en las tinieblas del pecado, el Verbo dispuso medidas extraordinarias: Juan el Bautista fue enviado y, finalmente, el propio Verbo se hizo carne.

"Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan." "Hubo," en griego "egueneto," y no "inos," como se dice del Verbo, porque Juan había nacido en el tiempo, no era eterno e ingénito como el Verbo. "El no era la luz." Juan no era la Luz original, pero iluminó con el reflejo luminoso de la Unica y Verdadera Luz que por Si Misma "ilumina a todo hombre que viene a este mundo".

El mundo no conoció al Verbo a pesar de que Él le dio su existencia. "Vino a los suyos," es decir, vino a su pueblo elegido, Israel; "y los suyos no lo recibieron." Pero esta claro que no todos lo han rechazado.

A "quienes lo recibieron" con fe y amor "les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios," les concedió la posibilidad de prohijarse al Padre, comenzar una nueva vida espiritual. Esta vida espiritual, al igual que la corporal, se inicia desde el nacimiento pero no a través de la concupiscencia de la carne sino a través de Dios, la fuerza que viene desde lo alto.

"Y el Verbo se hizo carne." Por carne se entiende no solo el cuerpo físico sino el hombre en su totalidad, tal es el significado con el que la palabra carne se utiliza en las Sagradas Escrituras. El Verbo se hizo carne, hombre perfecto, pero sin dejar de ser Dios. "Y fijó su morada entre nosotros," habitó entre nosotros, "lleno de gracia y de verdad." Por "gracia" se entiende tanto la gracia Divina como los dones de la gracia de Dios, los dones del Espíritu Santo, que muestran a los hombres el camino a la nueva vida espiritual. El Verbo, habitando entre nosotros, también estaba "lleno de verdad," es decir, del conocimiento perfecto de todo lo concerniente al mundo y la vida espirituales.

"Y hemos visto su gloria, la gloria del Unigénito del Padre." Los apóstoles realmente vieron su gloria en la Transfiguración, Resurrección y Ascensión a los cielos, la gloria de sus enseñanzas, milagros, obras de amor y voluntaria humillación. "Unigénito del Padre," pues sólo El es el Unico Hijo de Dios, por esencia, por su naturaleza Divina. Con estas palabras se señala Su inefable supremacía sobre los hijos de Dios por la gracia, de los que se habló con anterioridad.

 

Las observaciones del arcipreste Mijail Pomazansky.

(Un agregado al texto original del Arzobispo Averky)

La comparación entre las palabras iniciales del libro del Génesis del Antiguo Testamento y aquellas con las que comienza el Evangelio de san Juan atraen la atención de todo cristiano familiarizado con la Biblia. También nosotros hemos de detenernos en esta comparación.

"En archi" — "En el principio"- son las palabras introductorias de ambas Sagradas Escrituras. En griego el vocablo "archi" tiene tres significados básicos: a) el principio de un suceso o hecho, en el significado simple y común del término, b) orden, regla o autoridad y c) en sentido secular — la antigüedad, el pasado, tiempo atrás, y en sentido espiritual, sin limitación a causa del tiempo, eterno. En el idioma original del libro del profeta Moisés, la palabra "archi" se aplica en el sentido usual — arriba mencionado en a) — antes de todas sus acciones, mas allá de Sí Mismo, Dios creó el cielo y la tierra; es decir, antes de crear el Universo, era sólo Dios, y nada existía fuera de Él. La misma frase aparece al principio del Evangelio de Juan. Sin embargo, el santo apóstol exalta el significado de la palabra griega "archi." "En el principio era el Verbo," "Verbo" como una Persona Divina; "En el principio," antes de cualquier otro tipo de existencia y más que esto, fuera de todo tiempo, en la eternidad sin límite. Idéntico vocablo aparece una vez mas en otro pasaje del mismo Evangelio, con igual significado. Cuando los judíos le preguntan a Cristo: "¿Quién eres?," Cristo responde: "Desde el principio, como os he dicho." Asi, el primero de los libros de las Sagradas Escrituras comienza con la única y expresiva palabra, pero en el Nuevo Testamento adquiere un significado mas sublime que en el Génesis.

En el siguiente texto de ambos libros, especialmente en los primeros cinco versículos de cada uno, advertimos esta asociación interna. Pensemos que no es intencional por parte del Evangelista, ya que no es ordenada en una secuencia estricta sino como una conexión, que fluye por sí misma desde lo substancial del relato sobre esos dos temas. Aquí la majestuosidad de estos eventos del Nuevo Testamento, en su comparación con los del Antiguo Testamento, está claramente establecida. En favor de la claridad mostramos el paralelo, colocando primero el Antiguo Testamento y luego el Evangelio.

 

Libro del Génesis Evangelio

 

1. "En el principio Dios creó..." 1. "En el principio era el Verbo, y el

"Y dijo Dios, Hágase..." Verbo estaba con Dios, y el Verbo

era Dios"

 

Aquí el dogma del monoteísmo es

expuesto con la revelación de la

segunda Hipóstasis (la expresión

"estaba con Dios" se explica mas

adelante, en el versículo 18: "Él

Hijo Unigénito de Dios, Quien

está en el seno del Padre".

 

2. "Y la tierra era informe y 2. "Todas las cosas fueron hechas por

vacía" (sin vida) medio de Él (el Verbo) y sin El no

se hizo nada de todo lo que existe"

El vocablo "dijo" en "1" se hace

mas exacto con la expresión "dijo

con el Verbo." La participación de

la segunda Hipóstasis Divina,

Creador del universo, Hacedor de

la voluntad del Padre.

 

3. "Y dijo Dios, Hágase la 3. "En Él (el Verbo) estaba la vida"

luz..." (en contraste)

Refiriéndose a la luz

material.

 

4. "Y la oscuridad cubría la 4. "Y la vida era la Luz de los hombres"

faz del abismo..." El sujeto del pensamiento se eleva

inconmensurablemente, a pesar de

que es señalada con una misma

palabra. Sobre el Verbo, el Hijo de

Dios: "Y la luz brilló en las tinieblas,

y las tinieblas no la comprendieron"

 

5. Acerca del Espíritu Santo: 5. Se citan las palabras de Juan Bautista:

"Y el Espíritu de Dios se "Yo no lo conocía; pero he bautizado

movía sobre las aguas..." con agua, para darlo a conocer a

Israel. Y entonces Juan dijo: He visto

al Espíritu bajar del cielo como una

paloma y posarse sobre Él".

 

6. "Y dijo Dios: Hagamos al 6. Sobre la Encarnación del Verbo:

hombre a Nuestra imagen" "Y el Verbo se hizo carne, y habitó

Y Dios creó al hombre a entre nosotros y nosotros hemos

Su imagen... visto su gloria, la gloria del Hijo

Unigénito del Padre".

 

 

7. "Y al séptimo descansó 7. La venida del Verbo a la tierra. La

Dios de toda su obra" gloria del Salvador: "De aquí en

mas verán los cielos abrirse y a los

ángeles de Dios ascender y descender

sobre el Hijo del Hombre" (Jn 1:51)

 

Esta coincidencia de pensamientos y expresiones verbales entre los dos libros de las Sagradas Escrituras, este enfoque del primer libro a la luz de la Iglesia en su entendimiento del Evangelio, perteneciente al primer libro del profeta Moisés, está confirmada por las palabras del Apóstol, precisamente en el primer capitulo de su Evangelio: "De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn. 1:16-17). En consecuencia, no es necesario buscar la fuente para el vocablo "Logos" — "Verbo," establecido con solidez en el cristianismo. Esta comprensión del nombre no es para nada extraña en general en el Antiguo Testamento: "por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos y todo su ornato por el soplo de su boca" (Sal 33:6), dice el Salterio, antaño leído a diario por los judíos tanto en el antiguo texto hebreo como en la versión de la Septuaginta.

Sin embargo, las palabras con las que Cristo se despide de sus discípulos, resplandecen con mayor claridad para nosotros: "La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió" (Jn 14:24). "Todo lo que es del Padre es mío" (Jn 16:15). Aquí esta el tema fundamental de este diálogo majestuoso, tanto como la primera oración sacerdotal enunciada luego por Cristo.

La Iglesia Ortodoxa ha recogido con amor la expresión "el Verbo" para denominar al Hijo de Dios aplicándola ampliamente, no en una forma singular sino con una u otra definición o atributo: "quien diste al mundo a Dios el Verbo sin dejar de ser Virgen" (Himno de la Madre de Dios "Verdaderamente es digno"), "el Hijo Unigénito y Verbo de Dios" (cántico de la liturgia), y "Omnipotente Verbo del Padre" (de las oraciones para antes de dormir).

 

La concepción de Juan, el Precursor de Cristo.

(Lc 1:5-25)

Aquí se relata la aparición del Angel del Señor al sacerdote Zacarías mientras oficiaba en el templo. El Angel le anuncia la concepción y el nacimiento de un hijo a Zacarías y a su esposa Isabel, quien será llamado Juan y "quien será grande a los ojos del Señor." Zacarías es castigado con la mudez a causa de su incredulidad.

El rey Herodes, mencionado en el texto, era de origen idumeo, e hijo de Antipatro. En tiempos de Hircano, el último de la estirpe de los macabeos, se adueñó de los destinos de Judea, recibiendo de Roma el título de rey. Si bien Herodes fue un prosélito, los judíos nunca lo consideraron uno de los suyos y a su reinado se aplica la profecía que testimonia la Venida del Señor: "no se apartará de Juda el cetro hasta la llegada del Mesías" (ver Gen. 49:10).

El rey David dividió el servicio sacerdotal en 24 clases. Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abias. Estaba casado con una mujer llamada Isabel, también descendiente de sacerdotes y aunque ambos se distinguían por su autentica rectitud no tenían hijos pues Isabel era estéril. La falta de descendencia era considerada por los judíos como un castigo Divino a causa de los pecados. Cada clase sacerdotal oficiaba en el templo durante una semana, dos veces al año, y los sacerdotes se repartían sus obligaciones echando suertes. En Zacarías recayó la tarea de ofrecer el incienso. Por ello ingresó en la segunda parte del templo de Jerusalén, llamada Sancta o Santuario, donde se encontraba el altar de los inciensos. Mientras tanto el pueblo rezaba en el Atrio o explanada del templo.

Habiendo entrado al Santuario Zacarías vio un Angel y un enorme temor se apoderó de èl pues según la creencia judía, la visión de un ángel presagiaba la proximidad de la muerte. El Angel tranquilizó a Zacarías diciéndole que su oración había sido escuchada y que su esposa engendraría un hijo que iba a ser "grande ante los ojos del Señor." Es difícil suponer que la plegaria de un hombre tan recto como Zacarías, cuya esposa era anciana y en un momento tan solemne del oficio Divino, tuviese por objeto pedir la concepción de un hijo. Es evidente que, como uno de los pocos judíos piadosos de aquel tiempo, invocaba a Dios para la pronta llegada del Reino del Mesías. Es precisamente esta súplica a la que se refiere el Angel cuando le dice que ha sido escuchada. Su plegaria obtuvo una sublime recompensa pues su penosa esterilidad quedó resuelta y su hijo habría de convertirse en el Precursor del Mesías, cuya Venida el anhelaba con tanta intensidad. Su deber inmediato será preparar al pueblo judío para la llegada del Mesías, mediante sermones, la exhortación al arrepentimiento y al cambio de vida, dirigiendo hacia Dios a muchos de los hijos de Israel que veneraban al Señor sólo formalmente y cuyos corazones y vidas estaban tan alejados de Aquél. Para ello al Precursor le serán dados el espíritu y la fuerza del profeta Elías, a quien se parecerá por su ferviente celo, su severo ascetismo, su exhortación al arrepentimiento y su condena de la iniquidad. Él deberá rescatar a los judíos del abismo de su declinación moral, restituyendo en los corazones de los padres el amor por sus hijos, y a quienes se opongan a la diestra del Señor convertirlos según la imagen de los justos.

Zacarías no le creyó al Angel pues tanto èl como su mujer eran demasiado ancianos para tener esperanzas de una descendencia y pidió al Angel una señal que demuestre la veracidad de su anuncio. El Angel se presenta: es Gabriel, que significa el poder de Dios, el mismo que reveló al profeta Daniel la buena nueva acerca del tiempo de la Venida del Mesías, estableciéndola en un plazo de semanas (Dan. 9:21-27). A causa de su incredulidad Zacarías es castigado con la mudez y por lo visto simultáneamente con la sordera pues a partir de allí, toda comunicación con él fue hecha a través de señas.

Era habitual que incensar el santuario insumiera un corto tiempo de modo que la gente comenzó a sorprenderse ante la tardanza de Zacarías. Sin embargo, no bien hubo de aparecer Zacarías gesticulando, ellos comprendieron que él había tenido una visión. Es notable que Zacarías no cesó de cumplir su oficio en el templo hasta el final. Cuando hubo regresado al hogar su mujer Isabel realmente concibió un hijo. Durante cinco meses ella lo ocultó por temor a la incredulidad y la burla de las gentes, mientras su alma se regocijaba y agradecía a Dios pues le había sido quitado el oprobio de su esterilidad. La concepción de san Juan el Bautista se celebra el 23 de septiembre.

El anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a la Santísima Virgen María.

(Lc 1:26-38)

A los seis meses de la concepción de san Juan el Bautista, el Arcángel Gabriel fue enviado a la pequeña aldea de Nazaret, en la Galilea meridional, en territorio perteneciente a la tribu de Zabulon, "a una Virgen comprometida con hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la Virgen era María." El Evangelio no dice: "Virgen casada" sino "comprometida con un hombre." Esto significa que, formalmente y ante los ojos de la sociedad, la Santísima Virgen María era considerada la esposa de José, aunque en realidad Ella no lo era.

La Purísima Virgen María había sido consagrada a servir en el templo hasta que cumpliera catorce años. Esta era el límite de edad establecido por la ley para su permanencia allí. Por haber quedado huérfana a muy temprana edad y carecer entonces de hogar paterno al cual regresar, Ella fue obligada a casarse siguiendo la tradición. Sabiendo que Ella había prometido permanecer Virgen, los sumosacerdotes y sacerdotes no quisieron dejarla sin un custodio, de manera que la comprometieron con un pariente, un octogenario carpintero de nombre José, conocido por su rectitud y quien tenía, además una extensa familia fruto de su primer matrimonio (Mt. 13:55-56).

El Angel hizo su aparición ante la Virgen llamándola "llena de gracia." Dios había favorecido a la Virgen con su especial amor y benevolencia, ésta Su ayuda que es tan imprescindible para los grandes y sagrados logros. Las palabras del Angel asombraron a María por su naturaleza extraordinaria, y Ella comenzó a preguntarse sobre su significado.

Una vez que hubo el Angel tranquilizado a María, le anunció que dará a luz un Hijo, Cuya grandeza será muy superior a la de Juan pues, El no solo será simplemente colmado de los dones Divinos como Juan, sino que El Mismo será el "Hijo del Altísimo." ¿Por qué el Angel dice que el Señor le dará el trono de David, su padre y reinará sobre la casa de Jacob?. Porque en el Antiguo Testamento, el reino de Israel estaba predeterminado a preparar al pueblo para su paulatina transfiguración en el espiritual y eterno Reino de Cristo. En consecuencia, el Reino de David como tal es uno en el cual Dios mismo designaba a los monarcas, se regía según las leyes Divinas, y toda forma de vida civil estaba impregnada con la idea de servir a Dios, lo cual formaba un ininterrumpido eslabón con el Reino de Dios del Nuevo Testamento.

La pregunta de María: "¿Cómo puede esto ser si yo no conozco varón?" — hubiera sido completamente incomprensible y no hubiera tenido sentido si Ella no hubiese prometido a Dios permanecer Virgen para siempre. El Angel le explicó que su promesa no sería quebrantada pues Ella daría a luz un Hijo por un medio sobrenatural, sin varón. El Espíritu Santo, "el Poder del Altísimo," será la causa de esta concepción sin simiente, es decir, el mismísimo Hijo de Dios la cubrirá con su sombra, como una nube, y entrará en Ella, a semejanza de aquella "nube ligera" que cubrió el Tabernáculo, tal como lo expresa Isaias (Is. 19:1).

La Santísima Virgen no requirió prueba alguna, sin embargo, el mismo Angel, confirmando la autenticidad de sus palabras, señaló a Isabel quien había concebido un hijo en su avanzada edad por la gracia de Dios, para Quien nada es imposible. La Virgen sabía, a través de los libros de los profetas, que a Ella y a su Hijo Divino les aguardaba no solo la gloria sino también la amargura. Sin embargo, en obediencia completa a la Voluntad de Dios Ella respondió: "He aquí la esclava del Señor: hágase en mi según tu palabra." La Iglesia celebra la Anunciación el 25 de marzo.

Habiendo aceptado la buena noticia, la Santísima Virgen no hizo comentario alguno a José pues, como explica San Juan Crisostomo, Ella temía con justa razón que José pudiera no creerle y pensar que con su advertencia estaba tratando de encubrir un delito.

 

El encuentro de la Santísima Virgen con Isabel.

(Lc 1:39-56)

La Santísima Virgen se apresuró a compartir Su alegría con su prima Isabel, quien presumiblemente vivía en Judea en una ciudad llamada Juttah, próxima a la sagrada ciudad de Hebron. Isabel saluda a la Virgen con las mismas y extraordinarias palabras que fueron dichas por el Angel: "¡Bendita Tu eres entre todas las mujeres!" agregando: "¡Bendito es el fruto de tu vientre!." Es evidente que, como familiar suya, Isabel conocía la promesa de María de permanecer Virgen, y por lo tanto exclamó: "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?." Isabel explica de inmediato el significado de sus palabras: "En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura que llevo en mi vientre saltó de alegría." Sin duda, gracias a la inspiración del Espíritu Santo, el niño en el seno de Isabel presintió a aquel otro Niño, cuyo advenimiento al mundo requerirá que la humanidad sea preparada por el Precursor. He ahí la razón de tan inusitado movimiento en el seno de su madre. La reacción del niño, obra del Espíritu Santo, se transmitió a su madre y Ella, por una visión beatífica, reconoció al instante la jubilosa noticia de la cual María era portadora, glorificándola como la Madre de Dios con las mismas palabras del arcángel Gabriel. Isabel exalta a la Santísima Virgen por la fe con la que Ella recibió el buen anuncio del arcángel en contraposición a la incredulidad de Zacarías. Mediante las palabras de Isabel, la Santísima Virgen María comprendió con claridad que el misterio le había sido revelado a Isabel por Dios Mismo. En medio de sentimientos de éxtasis y ternura, al pensar que había llegado el tiempo de la tan anhelada Venida del Mesías y la liberación de Israel, la Santísima Virgen alabó a Dios con una canción maravillosa e inspirada; canción esta que es hoy incesantemente interpretada en nuestros oficios de maitines en su honor: "Enaltece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador..."

Aquí Ella deja de lado todo pensamiento sobre sus méritos personales, glorifica a Dios porque El ha visto su mansedumbre y en una visión profética, anuncia que por esta gracia de Dios, Ella será glorificada por todas las generaciones, y que esta gracia Divina se extenderá a todos aquellos que sean temerosos del Señor.

Mas adelante la Virgen celebra a Dios por que se ha cumplido la promesa hecha a Abraham y a los patriarcas pues, el Reino del Mesías aguardado por Israel finalmente ha llegado. Asi, los humildes seguidores de este Reino, despreciados por el mundo, pronto triunfaran, serán enaltecidos y colmados de bondad, mientras que los soberbios y poderosos serán derrocados y avergonzados. Aparentemente la Santísima Virgen no esperó el nacimiento del Precursor y retornó a su casa.

El Nacimiento de san Juan el Bautista.

(Lc 1:57-80)

El tiempo había llegado para que Isabel diera a luz y, familiares y amigos se unieron a Ella en la alegría que la embargaba. Al octavo día se reunieron en su casa para llevar acabo el rito de la circuncisión, establecido en tiempos de Abraham (Gen. 17:11-14) y exigido por la ley de Moisés

(Lev. 12:3). A través de este ritual el recién nacido era incorporado a la comunidad del pueblo elegido, y en consecuencia, ese día era considerado una jubilosa festividad familiar. En el momento de la circuncisión se imponía un nombre al recién nacido, habitualmente en honor de algún pariente mayor. Por eso, el deseo de su madre de llamarlo Juan causó consternación general. El Evangelista enfatiza esta circunstancia pues esta claro que era un hecho milagroso: el deseo de Isabel de llamar Juan a su hijo era fruto de la inspiración del Espíritu Santo. Desconcertados todos, recurrieron al padre para que él decidiera. Así que Zacarías, aun mudo, pidiendo una tablilla cubierta de cera escribió: "su nombre es Juan." Todos quedaron atónitos

Ante la extraordinaria concordancia de ambos progenitores en dar a su hijo un nombre que no existía entre sus parientes. De inmediato, según el vaticinio del Angel, Zacarías recobró el habla y en un estado de inspiración profética, vislumbrando la Venida del Reino del Mesías, comenzó a glorificar a Dios, Quien visitó a Su pueblo e hizo posible su salvación, "levantó el cuerno de la salvación en la casa de David." Tanto como en el Antiguo Testamento, cuando los criminales huyendo de sus vengadores llegaban al altar de los holocaustos y asían el cuerno de la salvación, eran considerados inmunes al castigo (III Rey. 2:28), así todo el género humano, oprimido por los pecados y perseguido por la rectitud de la justicia Divina, encuentra la salvación en Jesucristo. Esta salvación implica no tanto la liberación de Israel de sus enemigos políticos (como la mayoría de los judíos creía, especialmente los escribas y fariseos) como del cumplimiento de la ley Divina, dada a sus antepasados en el Antiguo Testamento, cumplimiento que hubiera otorgado a todos aquellos israelitas creyentes una oportunidad de servir a Dios "en santidad y rectitud." Aquí rectitud significa la absolución de la humanidad a través de medios Divinos, aplicando al hombre los méritos redentores de Cristo. "Santidad" aquí es la corrección interior del hombre conseguida por el esfuerzo personal con la asistencia de la Gracia. Zacarías continua profetizando sobre el futuro de su hijo, quien, según lo anunciado por el Angel, será llamado profeta del Altísimo, Precursor del Divino Mesías. Indica también que el ministerio del Precursor es preparar a las gentes para la Venida del Mesías y permitir que el pueblo de Israel comprenda que su salvación consiste únicamente en el perdón de los pecados. Por ello es que Israel no debe buscar la grandeza mundana añorada por sus dirigentes espirituales sino la rectitud y la remisión de los pecados. La remisión de los pecados es consecuencia de la "entrañable misericordia de nuestro Dios" que, precediendo al "Oriente que viene desde lo alto" nos visitará. Asi llaman al Mesias-Redentor por los profetas Jeremías (25:5) y Zacarías (3:8 y 6:12).

De acuerdo con la tradición, el rumor sobre el nacimiento de Juan el Bautista llegó hasta el desconfiado Herodes. Cuando los magos arribaron a Jerusalén preguntando por el lugar en el que había nacido el Rey de los judíos, Herodes recordó al hijo de Zacarías y dio orden de ejecutar a todos los niños. También envío a sus sicarios a Juttah. Isabel huyó con su hijo al desierto y Herodes, enardecido ante la imposibilidad de localizar al pequeño Juan, envió a sus servidores a interpelar a Zacarías, quien oficiaba en el templo. Zacarías replico que su hijo ahora servía al Señor Dios de Israel e ignoraba su paradero. Después de ser amenazado de muerte se mantuvo en su respuesta y cayo víctima de las espadas asesinas en el ofertorio del templo. Este hecho es recordado por Nuestro Señor durante Su acusación condenatoria de los fariseos (Mt. 23:35).

La Iglesia Ortodoxa celebra el nacimiento de san Juan el Bautista el día 24 de junio.

Genealogía de Nuestro Señor Jesucristo.

(Mt 1: 1-17, Lc 3: 23-38)

La nómina de los antepasados terrenales de Nuestro Señor Jesucristo aparece en dos de los Evangelios, el de san Mateo y el de san Lucas. Aunque ambos dan testimonio sobre la procedencia de Cristo desde David y Abraham, los nombres citados no siempre coinciden. Como san Mateo escribía para los judíos consideraba importante probar que, conforme a las profecías del Antiguo Testamento, Nuestro Señor Jesucristo realmente descendía de Abraham y de David. En consecuencia él comienza su Evangelio con la Genealogía del Señor desarrollándola desde Abraham hasta "José el esposo de María, de Quien nació Jesús, llamado Cristo." Aquí surge la pregunta: ¿por que la Genealogía que da el Evangelista es la de José y no la de la Santísima Virgen María?. Esto es porque los judíos no tenían por costumbre componer sus genealogías a partir de los antepasados maternos. La Santísima Virgen fue indudablemente hija única de Joaquín y Ana, entonces, según lo exigía la ley de Moisés debía ser entregada en matrimonio a un pariente de la misma estirpe, familia o tribu. Como José era de la misma tribu que David, se infiere que la Virgen también tenia los mismos antepasados.

San Lucas se propuso una tarea diferente para si mismo: mostrar que Nuestro Señor Jesucristo pertenece a toda la humanidad y es el Salvador de todas las gentes. Por ello el Evangelista proclama la Genealogía del Señor hasta Adán y hasta Dios Mismo. Sin embargo, esta genealogía difiere en algo de la ofrecida por san Mateo. Como ejemplo, según san Mateo, José — el padre aparente de Nuestro Señor — es hijo de Jacob, en cambio según san Lucas, José es hijo de Eli. De modo similar Salatiel, que es mencionado por ambos Evangelistas como el padre de Zorobabel, es, según dice san Mateo, el hijo de Jeconias, mientras que según san Lucas es el hijo de Neri. Julio el Africano, un sabio cristiano de la antigüedad, explica esto de manera admirable mediante la ley del levirato, según la cual, si uno de los hermanos moría sin descendencia, el otro hermano estaba obligado a desposar a la viuda, y "restablecer la simiente de su hermano" (Dt. 25: 5-6). El primogénito de este nuevo matrimonio debería ser considerado hijo del hermano difunto a fin de que "su nombre no fuese borrado de Israel." Esta ley regía no solo para los parientes más próximos sino también para los hermanastros, como en realidad lo eran Jacob y Eli. Mientras que tenían diferentes padres, Esther era la madre de ambos. Asi fue que al morir Eli, Jacob restauró la dinastía de su hermano desposando a la viuda y engendrando a José. Es aquí donde emana la diferencia antes mencionada, ya que san Lucas ubica los orígenes de José a partir de Reza, hijo de Zorobabel y Eli, mientras que san Mateo lo hace desde Abiud, el otro hijo de Zorobabel y a través de Jacob, el otro padre de José.

San Mateo incluye en la Genealogía del Señor a mujeres paganas y pecadoras con una finalidad aleccionadora: Dios no despreció incorporar semejantes mujeres al linaje elegido, como tampoco desdeña convocar a los gentiles y pecadores a Su Reino — pues el hombre no se salva por sus méritos sino por la fuerza purificadora de la Gracia de Dios.

 

La Natividad de Cristo.

Sólo dos Evangelistas, san Mateo y san Lucas, relatan el Nacimiento de Cristo y los sucesos relacionados con él. San Mateo anuncia la revelación del misterio de la Encarnación al recto José, la adoración de los magos, la huida a Egipto, y la matanza de los inocentes. San Lucas, por su parte, describe las circunstancias en las cuales Cristo el Salvador nació en Belén y la adoración de los pastores.

 

Revelación del misterio de la Encarnación al recto José.

(Mt. 1-18-25)

San Mateo cuenta que poco después del compromiso de la Santísima Virgen María con el octogenario José, "antes de que conviviesen," es decir, antes de la consumación de su verdadero matrimonio, el embarazo de María fue advertido claramente por José. Siendo un hombre recto, y esto significa justo y misericordioso, José no quiso exponer en público la aparente transgresión de su prometida, para no someterla a la muerte vergonzosa y en agonía prescrita por la ley de Moisés (Dt. 22:23-24). Fue su intención abandonarla en secreto, sin alegar motivo. Tan pronto como hubo pensado en esto se le apareció un Angel del Señor y le dijo: "lo que ha sido engendrado en Ella proviene del Espíritu Santo" y no es fruto de un pecado clandestino. El Angel prosigue con su anuncio: "y Ella dará a luz un Hijo al que deberás dar el nombre de Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados." El nombre Jesús, en hebreo Ieoshua, significa Salvador. Para que José no dude de la veracidad de lo que ha sido dicho, el Angel cita la antigua profecía de Isaias que testimonia sobre el gran milagro de la concepción virginal y el nacimiento del Salvador del mundo, predeterminado por el Consejo Eterno de Dios: "He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo... " (Is. 7:14). No cabe imaginar la falta de cumplimiento de la profecía a causa de las palabras del profeta: "le pondrán por nombre Emmanuel" pues el recién nacido fue llamado Jesús. Emmanuel no es un nombre propio sino uno simbólico cuyo significado es "Dios con nosotros." Asi, cuando este nacimiento virginal del Niño ocurra, la humanidad exclamará "Dios (está) con nosotros" porque, con esta identidad, Dios bajó a la tierra y vivió entre los hombres. Emmanuel es tan sólo la señal profética de la Divinidad de Cristo, señal que este prodigioso Niño no será un hombre común sino Dios. Convencido por las palabras del Angel, José "lleva a María a su casa," dejando de lado su intención de repudiarla y le permite vivir en su hogar como esposa. "Y no la conoció hasta que hubo dado a luz a su Hijo primogénito." Esto no significa que él la haya conocido después del nacimiento de Jesús llevando vida conyugal. San Juan Crisostomo señala con razón que es sencillamente no creíble suponer que un hombre tan recto como José, decidiese "conocer" a la Santísima Virgen luego de su tan milagrosa maternidad. La expresión "hasta que," en el texto griego "ewz" y en el Eslavonico "dondezhe," de ninguna manera deben interpretarse, como pretenden los protestantes y sectarios quienes no veneran a la Santísima Virgen, en el sentido de que José no la "conoció" hasta que nació Jesús y que si lo hizo con posterioridad. José nunca la "conoció." En las Sagradas Escrituras la expresión "ewz," aparece por ejemplo, en el versículo que se refiere al fin del Diluvio Universal: "y no retornó el cuervo al arca hasta que ("ewz") se secaron las aguas sobre la tierra" (Gen. 8:6), cuando sabemos que el cuervo tampoco regresó después. Otro ejemplo, en las palabras del Señor: "Yo estaré siempre con vosotros hasta ("ewz") el fin de los tiempos" (Mt. 28-20). Como el bienaventurado Teofilact observa acertadamente, esto no implica que Cristo no estará con nosotros luego de la consumación de los tiempos. ¡Decididamente no, puesto que entonces Él estará con nosotros mas que nunca!.

Jesús es aquí llamado "Primogénito" no porque la Purísima Virgen hubiese tenido otros hijos después de Él, sino porque Él fue el primero y el único. En el Antiguo Testamento, Dios ordenó que "todo primogénito" debía ser consagrado a Él, sin importar que a este primogénito le sucedieran o no otros hermanos. Si los Evangelios hacen mención de los "hermanos de Jesucristo" (Mt. 12:46, Jn. 2:12 y otros) esto no significa que ellos hayan sido sus hermanos de sangre. Ellos, como lo atestigua la Tradición, eran hijos del primer matrimonio de José.

Circunstancias y época de la Natividad de Cristo.

(Lc 2:1-20)

San Lucas es el Evangelista que con mas detalles habla sobre las circunstancias y la época en la que se produjo la Natividad de Cristo. El Nacimiento de Cristo coincidió con el censo de todos los ciudadanos del imperio romano. Este censo fue ordenado por un edicto de "Cesar Augusto," el emperador Octavio, quien recibió del senado romano el título de Augusto ("sagrado"). Es lamentable que no se haya conservado la fecha exacta de este censo. Sin embargo, la época en la que gobernó Octavio Augusto, una personalidad históricamente bien conocida, nos da la oportunidad de saber en forma aproximada el año del Nacimiento de Cristo.

La actual cronología que divide la Historia en dos Eras — Antes y Después de Cristo- fue introducida en el siglo VI por el monje romano Dionisio el Exiguo. Según sus cálculos, Dionisio estimó que Nuestro Señor Jesucristo nació en el año 754 desde la fundación de Roma (Urbe Condita). Sin embargo, como lo demostraron posteriores y más detalladas investigaciones, la estimación de Dionisio tuvo un error de unos cinco años con respecto a la fecha real del Nacimiento de Nuestro Señor, la cual se remonta al 748 Urbe Condita.

La fecha real del Nacimiento de Cristo puede ser determinada con mayor exactitud basándose en los siguientes acontecimientos relatados en el Evangelio:

  1. La época en la que reinó Herodes el Grande. En Mt 2:1-18 y Lc 1:5 se menciona con claridad que Cristo nació en tiempos del rey Herodes, quien reinó desde 714 Urbe Condita hasta su muerte en el año 750, ocho días antes de la Pascua y poco tiempo después del eclipse lunar. Según el cálculo de los astrónomos, este eclipse tuvo lugar la noche del 13 al 14 de marzo y la Pascua judía fue celebrada el 12 de abril de ese año; en consecuencia, Herodes murió al comienzo de abril del año 750, por lo menos cuatro años antes de nuestra Era.
  2. El censo mencionado en Lc 2:1-5 comenzó por edicto de Augusto en el año 746. En Judea se inició en las postrimerías del reinado de Herodes, fue interrumpido a raíz de su muerte, y continuado hasta el final durante el gobierno de Quirino en Siria, conforme al relato de Lc 2:2. Como consecuencia de este empadronamiento hubo en Palestina una sublevación popular. Herodes condenó a Teudo, el instigador de esa sublevación, a morir en la hoguera el 12 de marzo del año 750. Queda claro que el censo se inició con anterioridad a este episodio.
  3. El decimoquinto año del Imperio de Tiberio Cesar en el que, según el testimonio de san Lucas (Lc 3:1), san Juan el Bautista inició su predicación y el Señor Jesucristo cumplió la edad de treinta años (Lc 3:23). Dos años antes de su muerte en enero de 765, Augusto aceptó a Tiberio como cogobernante. Así, el decimoquinto año del reinado de Tiberio dio comienzo en enero del año 779. San Lucas dice que Nuestro Señor tenía entonces treinta años lo que implica que había nacido en el año 749.
  4. Los cálculos astronómicos muestran que la muerte de Cristo en la cruz pudo solo haber ocurrido en el año 783 (según los datos en el Evangelio esto sucedió en el año en el cual la Pascua judía recayó en un viernes al atardecer). Y como la edad del Señor estaba llegando a los treinta y cuatro años, Él en consecuencia, debe haber nacido en el año 749 desde la fundación de Roma.

De esta manera, los hechos hasta aquí mencionados son testimonio unánime de que el año de la Natividad de Cristo fue necesariamente el 749 desde la fundación de Roma. En cambio, el día de su Nacimiento es algo que no puede ser establecido con certeza pues los datos de los cuatro Evangelios son insuficientes. En oriente, la Iglesia en un principio celebraba el mismo día la Navidad junto con la Teofania, bajo la denominación común de Epifanía o Venida de Dios al mundo (6 de enero). En occidente, la Iglesia celebraba la Navidad de Cristo desde antiguo el 25 de diciembre. Desde fines del siglo IV la Iglesia en oriente también comenzó a festejar ese día. Esta fecha fue seleccionada según las siguientes consideraciones. Existe la hipótesis de que Zacarías estaba cumpliendo funciones de sumosacerdote cuando se le apareció el Angel detrás del velo del Santo de los Santos, donde el sumosacerdote ingresaba solo una vez al año, el día de la purificación. Según nuestro calendario ese día corresponde al 23 de septiembre, considerado como el día de la concepción del Precursor. Seis meses después, tuvo lugar la Anunciación a la Virgen María celebrada el 25 de marzo. Nueve meses mas tarde, el 25 de diciembre, nació Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, nada hay que confirme el hecho de que Zacarías fuese sumosacerdote.

Ciertamente, hay otra explicación simbólica para la elección de la fecha en la que debe festejarse la Navidad de Nuestro Señor. Los antiguos estimaban que Cristo, como un segundo Adán, fue concebido por la Virgen durante el equinoccio de primavera, el 25 de marzo, fecha en la que, según una antiquísima tradición, fue creado el primer Adán.

Cristo, Luz del mundo, Sol de verdad, vino al mundo luego de nueve meses durante el solsticio de invierno, cuando los días se hacen mas largos y las noches se acortan. En concordancia con esto, la concepción de Juan el Bautista, seis meses mayor que Cristo, debía celebrarse el 23 de septiembre, durante el equinoccio de otoño y su nacimiento el 24 de junio, durante el solsticio de verano, cuando los días comienzan a menguar.

San Atanasio advierte este hecho en las palabras del propio Juan el Bautista en Jn 3:30. "Es necesario que Él crezca y yo diminuya."

Alguna confusión surge cuando el Evangelio de san Lucas se refiere al censo efectuado en la época en que nació Cristo: "Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba Siria" pues, según datos históricos, Quirino fue gobernador de Siria unos diez años después del Nacimiento de Cristo. La explicación mas apropiada para este malentendido es la siguiente: durante la traducción del texto griego (y hay sólidos fundamentos para ello) en lugar del vocablo "este censo" debería haberse aplicado "el mismo censo." El edicto sobre el empadronamiento fue ordenado por Augusto antes del Nacimiento de Cristo, pero debido a las sublevaciones populares y a la muerte de Herodes, el censo fue interrumpido y luego completado diez años mas tarde durante el gobierno de Quirino. Según información adicional, Quirino fue gobernador de Siria en dos oportunidades. El censo comenzó durante su primer mandato, completándose recién en el segundo. Esa es la razón por la que el Evangelista dice que el censo, ocurrido en el tiempo del Nacimiento de Cristo fue "el primero".

"Cada uno" debía registrarse "en su ciudad." La política romana solía respetar las costumbres locales de los pueblos conquistados y este empadronamiento se hacía al modo judío, de acuerdo a las tribus, familias y estirpes y los empadronados debían dirigirse a la ciudad en la que vivió el jefe de cada estirpe o familia. Como José era descendiente de David debía ir a Belén, la ciudad natal del rey. En esto puede verse la maravillosa Providencia de Dios: el Mesías debía nacer en esta ciudad, según lo anunciado por la antigua profecía de Miqueas 5:2. Conforme a las leyes romanas las mujeres debían censarse al igual que los hombres, acompañándolos a sus ciudades de origen. En consecuencia, no hay porque asombrarse de que la Santísima Virgen María, a pesar de su estado, acompañaba al custodio de su virginidad, el anciano José. Es indudable que Ella conocía muy bien la profecía de Miqueas y no podía dejar de ver en la orden de censarse la providencial acción de Dios que la conducía hacia Belén.

"Y dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclino en un pesebre por no haber sitio para ellos en la posada." El Evangelista enfatiza que el parto fue sin dolor porque la misma Virgen arropó a su Niño recién nacido. Su Hijo es llamado "primogénito" en virtud de la ley de Moisés, recibiendo ese nombre todo niño varón que "abre el seno materno" aunque fuese el único. Esto no implica en modo alguno que la Santísima Virgen haya tenido otros hijos después de Cristo.

Dada la gran concurrencia de viajeros llegados tempranamente y mas aún, debido a su pobreza, la Sagrada Familia debió alojarse en una gruta, de las tantas que hay en Palestina, y que servía como establo en el que los pastores encerraban su ganado cuando el clima no era propicio. Aquí nació el Mesías Divino, acostado en un pesebre en lugar de cuna. Desde su nacimiento tomó la cruz de la humillación y el sufrimiento para la redención de la humanidad. Su Natividad nos da una lección de humildad, esa sublime virtud con la que posteriormente enseñó a sus discípulos. Según una antigua tradición, junto al Salvador en el pesebre estaban un buey y un asno, para mostrar que: "el buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no ha conocido a su Salvador, su pueblo no tiene inteligencia." (Isaias 1:3)

Pero no solo la humillación acompañó el Nacimiento y la vida terrenal del Salvador; también lo hizo el reflejo de su gloria Divina que iluminó al Angel del Señor para que se apareciera ante los pastores. Ellos pueden haber sido los dueños de la gruta pero acampaban fuera de ella gracias al buen tiempo reinante. El Angel les anunció la "gran alegría" del Nacimiento, en la ciudad de David, del Salvador "que es Cristo el Señor." Es importante aquí subrayar las palabras del Angel porque esta gran alegría "es para todos los pueblos," es decir, el Mesías ha venido no solamente para los judíos sino para todo el género humano. El Angel dio una señal a los pastores para que puedan reconocer al Señor: "encontrareis al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre." Al instante, confirmando la autenticidad de las palabras del Angel apareció una multitud de "huestes celestiales" cantando maravillosas alabanzas al recién nacido Niño Dios — Mesías. "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad." Los ángeles glorifican a Dios por enviar al Salvador del mundo; ellos se regocijan por los seres humanos a los que fue devuelta la Benevolencia Divina. Las sublimes fuerzas celestiales, eternos espíritus impecables, incesantemente glorifican en los cielos a su Creador y Señor, pero en especial lo glorifican por la extraordinaria manifestación de su bondad Divina, la magnífica obra de la Economía de Dios. La "paz" que el Hijo de Dios encarnado trajo a la tierra no debe confundirse con la tranquilidad y el bienestar que comúnmente exteriorizan los seres humanos; se trata de la paz de la conciencia, del alma del pecador redimido por Cristo; es la paz de la conciencia que se reconcilió con Dios, con los hombres y consigo misma. En la medida en que esta paz Divina, que supera todo entendimiento (Fil 4:7), se instala en las almas de los hombres fieles a Cristo, el mundo externo se transforma en heredad de la vida humana.

La Redención puso de manifiesto toda la magnitud de la benevolencia Divina, su amor por el género humano. Por ello el significado de la doxologia de los ángeles es: "Dignamente glorifican a Dios los espíritus celestiales, porque en la tierra se han establecido la paz y la salvación, pues los hombres se han hecho dignos de la especial benevolencia Divina."

Los pastores, evidentemente piadosos, fueron con presteza al lugar que les había indicado el Angel, para ser los primeros en adorar al Cristo Niño recién nacido. Los pastores divulgaron por doquier la feliz aparición del Angel y la doxologia celestial que habían escuchado y todos los que oyeron sus relatos quedaron maravillados. La Santísima Virgen María, con un sentimiento de profunda humildad, "conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".

 

Circuncisión y Presentación del Señor en el Templo.

(Lc 2:21-38)

Pasados ocho días y como lo establecía la ley de Moisés (Lev 12:3), el recién nacido fue circuncidado, imponiéndosele el nombre de Jesús, que significa Salvador, el mismo nombre que le fue dado por el Angel antes de que su madre lo hubiese concebido en su seno.

Según la ley de Moisés la mujer que daba a luz a un hijo varón era considerada impura por un periodo de cuarenta días (si engendraba una niña el término era de ochenta días). Al cuadragésimo día la madre debía presentar en el templo, como ofrenda en holocausto, un cordero de un año y, como ofrenda por el pecado, un pichón de paloma o de tórtola; en caso de pobreza, dos tórtolas o palomas, una por cada ofrenda. Acatando esta ley de purificación, la Santísima Virgen y José trajeron al Niño con ellos a Jerusalén para así pagar los 5 siclos establecidos. Según la ley vigente todos los primogénitos hebreos debían consagrarse al servicio de Dios en el templo, en conmemoración de la víspera del Exodo judío de Egipto, cuando el Angel del Señor exterminó a todos los primogénitos egipcios. Con el tiempo el servicio en el templo recayó en la tribu de Levi y los primogénitos quedaron eximidos de esa obligación mediante el pago de un tributo de 5 siclos de plata (Num 18:16). De la narración evangélica surge que la Santísima Virgen y José presentaron la ofrenda de la gente pobre: dos palomas.

¿Cuál era la necesidad de que Jesús fuese circuncidado y su Purísima Madre se sometiese a la ley de la purificación, si tanto la concepción como el Nacimiento del Señor fueron ajenos al pecado?. En primer lugar, para "cumplir con toda justicia" (Mt 3:15) y mostrar el ejemplo de perfecta subordinación a la ley de Dios. En segundo lugar, esto era imprescindible para el futuro ministerio del Mesías ante los ojos de Su pueblo pues, un incircunciso no podía integrar la comunidad del pueblo de Dios, no podía ingresar al templo ni a la sinagoga y como incircunciso El no hubiese tenido influencia sobre el pueblo ni hubiese sido reconocido como Mesías. De igual manera, su santa Madre no hubiese sido una auténtica israelita sin antes purificarse delante de los sacerdotes y el pueblo. El misterio de la concepción y del nacimiento no fue revelado a nadie salvo a la Virgen María y a José, por esa razón todo lo exigido por la ley debía cumplirse con exactitud.

En momentos en que la Madre de Dios presentaba su ofrenda y realizaba el pago del tributo, en el templo se encontraba un recto y piadoso anciano llamado Simeón, que aguardaba "la consolación de Israel," es decir, al Mesías prometido por Dios, cuya venida traería el consuelo para su pueblo (ver Isaias 40:1). El Evangelista no brinda otros datos sobre Simeón, en cambio menciona que el Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte sin antes conocer a Cristo, el Señor, es decir, el "consuelo" anhelado por él. Una antigua tradición cuenta que Simeón fue uno de los 72 ancianos eruditos a quienes el rey egipcio Ptolomeo les había encomendado traducir los sagrados libros del Antiguo Testamento del hebreo antiguo al griego. Simeón debía traducir el libro del profeta Isaias. Al llegar al relato que anunciaba el nacimiento de Emmanuel de una Virgen (7:14), experimentó la duda. Entonces se le apareció un Angel para anunciarle que el no moriría hasta haber visto con sus propios ojos el cumplimiento de esa profecía. Inspirado por el Espíritu Santo el se acercó al altar de los holocaustos en el templo y, al ver a la Santísima Madre de Dios presentar al Niño reconoció en Él al Mesias-Cristo. Él lo tomó en sus brazos y sus labios pronunciaron una inspirada oración en agradecimiento a Dios por haberlo hecho digno de ver en la persona de ese Niño la salvación preparada para la humanidad.

"Ahora Señor permite a tu siervo partir en paz," como diciendo: "en este instante ha sido cortado el lazo que me une a esta vida y Tu, Soberano, me liberas de ella hacia una nueva vida, "según Tu palabra," conforme a lo revelado por Ti a través de tu Santo Espíritu, "en paz," con plena tranquilidad espiritual, "pues mis ojos han visto la salvación," la salvación prometida por Ti al mundo a través del Mesías Redentor, a quien ahora tengo el enorme gozo de contemplar ante mí; la salvación que preparaste ante la faz de todos los pueblos, no solo para los judíos sino para todas las naciones. Esta salvación es "luz para ser revelada a los gentiles" y para gloria del pueblo de Dios, Israel".

José y la Madre del Divino Niño estaban maravillados pues por doquier encontraban gentes a quienes Dios había revelado el misterio de este Niño. Entregando el Niño a su Madre, con una bendición para Ella y José, el anciano sobre quien reposaba el Espíritu Santo, anuncia que este Niño será motivo de contiendas entre sus seguidores y sus enemigos "pues serán descubiertos los pensamientos de muchos corazones." Según el tipo de relación que cada uno entable con este Niño, así se exteriorizara la inclinación de su corazón y la disposición de su alma. El que ama la verdad y anhela cumplir la voluntad de Dios creerá en Cristo, mientras que el que ama la maldad y realiza obras de las tinieblas, aborrecerá a Cristo y para justificar su maldad contra Él, lo difamará por todos los medios. Esto se cumplió en escribas y fariseos, y continúa cumpliéndose en la actualidad en todos los ateos y enemigos de Cristo. Para aquellos que creen en Él "será puesto para resurrección," es decir, para la salvación eterna; para los incrédulos exasperados contra Él "será puesto para la caída," es decir, la condenación eterna, la eterna perdición. Simeón con una preclara visión espiritual anticipa los sufrimientos de la Santísima Virgen por su Hijo Divino: " y a ti misma una espada te atravesará el corazón".

Estaba presente también Ana, hija de Fanuel, a la que el Evangelista llama "profetisa" en virtud del don de la inspiración en la palabra otorgado por el Espíritu de Dios. San Lucas la elogia presentándola como una viuda honorable, consagrada a Dios luego de haber vivido con su marido solo siete años y habiendo llegado hasta los ochenta y cuatro años de edad sin apartarse del templo, "sirviendo día y noche entre ayunos y oraciones." Ella al igual que Simeón, glorificaba al Señor y hablaba sobre aquel Niño en un estado de inspiración profética, repitiendo las palabras del anciano a todos aquellos que aguardaban la venida del Mesías, anticipando la liberación de Jerusalén. El Evangelista prosigue diciendo que una vez cumplido todo lo exigido por la ley, la Sagrada Familia retornó a Galilea, "a la ciudad de Nazareth." Aquí san Lucas no menciona todo lo sucedido después de la Presentación en el Templo indudablemente porque san Mateo ya lo ha relatado en detalle: la adoración de los magos en Belén, la huida a Egipto, la matanza de los inocentes ordenada por Herodes, y el retorno desde Egipto después de su muerte. Entre los escritores de los libros sagrados es frecuente hallar similares síntesis narrativas.

 

La Adoración de los Magos.

(Mt 2:1-12)

Cuando nació Jesús "en Belén de Judea" unos magos de Oriente llegaron a Jerusalén. Belén es llamada aquí "de Judea" para diferenciarla de otra Belén situada en Galilea, perteneciente a la tribu de Zabulon. Estos magos que vinieron para adorar a Cristo recién nacido no eran, como se suele suponer, unos hechiceros, prestidigitadores hacedores de falsos milagros, invocadores de espíritus o nigromantes, condenados por la Palabra de Dios (Ex 7:11; Dt 18:11). Estos, en cambio eran personas muy instruidas, clarividentes, poseedores de gran sabiduría, a semejanza de aquellos sabios de Babilonia subordinados a la autoridad de Daniel (Dan 2:48). Ellos estudiaban las misteriosas fuerzas de la naturaleza y juzgaban el futuro de acuerdo al movimiento de las estrellas. Estos sabios hombres eran altamente reverenciados en Babilonia y Persia ya que en general eran sacerdotes y consejeros reales. El Evangelio dice que ellos "llegaron desde el Oriente" sin mencionar ningún país en especial. Algunos proponen que este país era Arabia, otros Persia o quizás Caldea. El vocablo "mago," utilizada por el Evangelista, es de origen persa, siendo mas que probable que fueran oriundos de Persia o de algún otro país integrante del entonces Reino Babilonio. Allí, durante setenta años de cautiverio del pueblo judío, los antepasados de estos magos, pudieron haber oído de los judíos, que ellos estaban esperando un Redentor, un Gran Rey que conquistaría al mundo entero. Allí también vivió el profeta Daniel quien había vaticinado la época de la Venida de este Gran Rey; allí también pudo conservarse la tradición de la profecía del mago Balaam que anuncio el surgimiento de la estrella de Jacob.

Una de las principales tareas de los sabios persas consistía en el estudio de las estrellas, y el Señor los llamó mediante la aparición de una extraordinaria estrella para que adoraran al recién nacido Salvador del mundo. En ese tiempo en Oriente se difundió ampliamente el convencimiento de que el Soberano del mundo, al que adorarán todas las naciones, aparecería en Judea. Por ello, al llegar a Jerusalén los magos preguntaron con tanta convicción "¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?." Estas palabras alarmaron a Herodes pues por su origen idumeo no tenía derechos legales al trono de Judea y, siendo un tirano, se había ganado el odio de sus súbditos. Toda Jerusalén también se alarmó, por temor a nuevas represalias de Herodes, alterado por aquella noticia impactante. El sanguinario Herodes decidió aniquilar a su oponente recién nacido y mandó llamar a los sumosacerdotes y escribas para preguntarles sobre el lugar de nacimiento del Mesías, Rey de los judíos: "¿dónde nacerá Cristo?." Los escribas, de inmediato, le señalaron la conocida profecía de Miqueas, no citándola literalmente, sino con su significado que el Mesías debía nacer en Belén. "Belén" significa "casa del pan" y "Ephrata," "campo fértil, nombre que caracteriza la excepcional fertilidad de su suelo. Es asombroso que en la profecía original de Miqueas haya una afirmación que el Mesías solamente "procederá" de Belén pero no vivirá allí y que sus verdaderos orígenes "son desde el principio," "desde la eternidad" (Miq 5:2). Herodes quería ejecutar sus sangrientas intenciones con seguridad. Por ello, llamó en secreto a los magos para interrogarlos y conocer el momento de la aparición de la estrella que le indicaría el nacimiento del Rey de los judíos. Cuando los magos partieron a Belén, la estrella que habían contemplado en el Oriente, iba delante de ellos indicándoles el camino, hasta que se detuvo sobre el lugar en el que se hallaba el Niño recién nacido.

¿Qué clase de estrella era esta?. Hay muchas opiniones al respecto. San Juan Crisostomo y el bienaventurado Teofilact piensan que se trataba de alguna fuerza Divina y angelical aparecida desde lo alto en forma de una estrella. En lo que respecta a la estrella que los magos vieron desde el Oriente, muchos suponen, que se trató de una estrella verdadera pues, con frecuencia, los grandes sucesos del mundo espiritual se presagiaban con signos visibles de la naturaleza. Es interesante que, de acuerdo a los cálculos del celebre astrónomo Kepler, el año en el que nació Cristo el Salvador, se produjo un infrecuente alineamiento de los tres planetas más luminosos: Júpiter, Marte y Saturno, dando la impresión de una poco común estrella fulgurante. Este acontecimiento en los cielos, conocido en Astronomía con el nombre de "conjunción planetaria," coincidió con el Nacimiento del Hijo de Dios, el Mesías. En esto reside la maravillosa manifestación de la Providencia Divina, es decir, el modo en que ha llamado a los sabios paganos a adorar al Mesías recién nacido. El asombroso significado de la llegada de los magos desde un país lejano es explicado por san Juan Crisostomo: "a pesar de las incesantes proclamas de los profetas sobre la Venida de Cristo, los judíos no prestaban atención alguna. Entonces, el Señor infundió en los gentiles la necesidad de venir desde una tierra lejana, preguntar acerca del Rey que había nacido entre los judíos, y así estos reconocerían a través de los persas aquello que no habían querido aprender de los profetas." Sin embargo, aquella estrella que señaló el camino a los magos desde Jerusalén a Belén y que finalmente "se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño," no fue una verdadera estrella o planeta sino una extraordinaria manifestación milagrosa. Al ver esta estrella los magos "experimentan en grandisimo gozo" pues era indudable que veían en ella una reafirmacion de su fe en la autenticidad del nacimiento de aquel extraordinario Niño.

Mas adelante el texto dice que los magos "entraron en la casa" y "prosternándose lo adoraron." En consecuencia, el lugar ya no era aquella gruta donde Cristo había nacido; es decir, el Niño y su Madre se mudaron a una casa modesta. Los magos "abrieron sus tesoros" y le ofrecieron sus presentes al Recién Nacido: oro, para el Rey, incienso para Dios y mirra para el hombre que probaría la muerte. Advertidos en sueños de no volver al encuentro de Herodes, cuyo designio era matar al Niño Dios, regresaron a su país por una ruta diferente, seguramente al sur de Belén, sin pasar por Jerusalén.

 

La huida a Egipto. Matanza de los niños. Retorno a Nazareth.

(Mt 2:13-23)

Luego de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció a José en sueños y le ordenó tomar al Niño y a su Madre y huir a Egipto. José acató la orden del Angel y partió hacia allí de noche. Egipto era también una provincia romana; allí vivían muchos judíos, tenían sus sinagogas, y la Sagrada Familia podía sentirse fuera de peligro al estar entre sus compatriotas y saber que el poder de Herodes no se extendía hasta allí. A la pregunta de ¿por qué Cristo no se salvó a sí mismo de los sicarios de Herodes?, San Juan Crisostomo responde: "si el Señor desde temprana edad hubiese obrado milagros, nadie reconocería en El su naturaleza humana" (Hom. sobre s.Mateo VII). Se han conservado varias tradiciones maravillosas sobre el viaje de la Sagrada Familia a Egipto. Una de ellas cuenta que, cuando el Niño Dios, su Madre y José entraron a un templo idólatra, los 365 ídolos que allí había se precipitaron a tierra haciéndose añicos. Así se cumplió sobre ellos la palabra del profeta: "He aquì al Señor sentado en una nube ligera" (los brazos de la Purísima Virgen) "que viene a Egipto y los ídolos se estremecerán ante su Persona" (Is 19:1). En la huida del Niño Jesús hacia Egipto y su posterior retorno desde allí, el santo Evangelista advierte el cumplimiento de la profecía de Oseas: "de Egipto he llamado a mi Hijo" (Os 11:1). Estas palabras, en el contexto de la profecía, se refieren en particular al Exodo judío desde Egipto. El pueblo judío, elegido por Dios, ha prefigurado a Jesucristo, el verdadero, único y Unigénito Hijo de Dios. Asi la liberación del pueblo hebreo de Egipto fue la prefigura del retorno de Jesucristo desde allí. San Juan Crisostomo dice que en los sucesos del Antiguo Testamento todo tiene un significado prefigurativo, todo representa anticipadamente los acontecimientos del Nuevo Testamento.

Herodes se enfureció al ver que los magos no regresaban a Jerusalén; se sintió "humillado" y burlado, lo cual produjo en el una ira aun mayor, a pesar de que ellos jamás pensaron burlarse de èl. Herodes sabía por los magos que la estrella había aparecido aproximadamente un año atrás y concluyó que el Niño tenía menos de dos años de edad. Entonces, promulgó el cruel decreto de matar en Belén y sus alrededores a todos los niños "de dos años para abajo" calculando que entre ellos estaría Cristo. Según la tradición, fueron asesinados unos 14000 niños, cuya memoria, como mártires de Cristo, la Iglesia celebra cada año el 29 de diciembre. Semejante crueldad era habitual en el carácter de Herodes. Según testimonia el historiador judío Flavio Josefo, es sabido que, ante la mínima e infundada sospecha, ordenó ahorcar a su esposa y asesinar a tres de sus hijos. Augusto, enterado de todo esto dijo: "es preferible ser un animal y no un hijo de Herodes." Aun hoy en los alrededores de Belén, se exponen las grutas en las que fueron asesinadas las madres con sus hijos en brazos al intentar ocultarse de los esbirros de Herodes. En la matanza de los inocentes el santo Evangelista advierte el cumplimiento de la profecía de Jeremías (31:15): "una voz se oyó en Rama, lamentación y gemido grande." Con estas palabras el profeta Jeremías describe el infortunio y la pena del pueblo judío cuando fue deportado a su cautiverio en Babilonia, y previamente concentrado en Rama, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamin, al norte de Jerusalén. Jeremías fue testigo ocular de este acontecimiento y lo representa con el llanto de Raquel por sus hijos llevados a la muerte. San Mateo ve aquì una figura de la real aniquilación de los hijos de Raquel, sepultados cerca de Belén.

No hay datos fidedignos sobre el tiempo que la Sagrada Familia vivió en Egipto pues no se conoce con total exactitud el año del Nacimiento de Cristo. Sin embargo, está clara y definitivamente expresado que la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel apenas hubo muerto Herodes. Como testimonia Flavio Josefo, Herodes murió, en medio de una horrible agonía, en marzo o principios de abril del año 750 desde la fundación de Roma. Si asumimos que Cristo nació el 25 de diciembre de 749, entonces, la Sagrada Familia permaneció en Egipto alrededor de dos meses. Si se tiene en cuenta que Cristo nació, como suponen algunos, un año antes, en 748, entonces puede afirmarse que la Familia vivió allí mas de un año y que el Niño Dios tenía cerca de dos años cuando retornaron de Egipto. En cualquier caso, Él era aun niño como dice el Angel cuando le ordena a José regresar a Israel.

A su llegada a Israel, José pensó establecerse en Belén, lugar que le parecía natural para la educación del Hijo de David y futuro Mesias-Cristo. Sin embargo, cuando escuchó que en Judea reinaba Arquelao, el peor de los hijos de Herodes, tan cruel y sanguinario como su padre, "temió ir allá" y recibió en sueños una nueva revelación, retirándose a la región de Galilea, para establecerse en una ciudad llamada Nazareth, en la que ejerció su oficio de carpintero. San Mateo ve aquí el cumplimiento de otra profecía: "será llamado nazareno." No obstante esta profecía no se encuentra en el Antiguo Testamento. Se supone que pertenece a algún libro perdido por lo hebreos. Otros piensan que el Evangelista no señala aquí ninguna profecía en particular y tiene en cuenta el carácter general de todas las profecías que se refieren a la condición humillante de Cristo el Salvador durante su vida sobre la tierra. Ser oriundo de Nazareth significaba ser despreciado, menospreciado, humillado, rechazado. Por otro lado, en el Antiguo Testamento se llaman "nazarenos" a las personas que se consagraban a Dios; tal vez esta sea la razón por la que Jesucristo fue llamado "nazareno" como sublime representante de las promesas de los nazarenos, la completa consagración de sí mismo al servicio de Dios.

 

La adolescencia del Señor Jesucristo.

(Lc 2:40-52)

Antes de su aparición pública para predicar al género humano, el Señor Jesucristo permaneció en el anonimato. El único hecho de su vida durante ese periodo es relatado por el Evangelista Lucas. Puesto que san Lucas escribió su Evangelio "luego de haberse informado exactamente de todo desde el principio," debemos suponer que no hubo otros hechos sobresalientes en la vida del Señor durante este período temprano. San Lucas describe la característica general de esta etapa con las siguientes palabras: "el Niño crecía y se fortalecía en Espíritu, se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en Él." Esto es comprensible, pues el pequeño Jesús era Dios pero también era hombre y como tal estaba sujeto a las leyes del desarrollo biológico. A medida que iba creciendo, la sabiduría humana reflejaba y contenía toda la profundidad y plenitud del conocimiento Divino que manifestaba el joven Jesús al ser Hijo de Dios. Cuando Jesús cumplió la edad de doce años, su Divina Sabiduria se dio a conocer claramente por primera vez. De acuerdo con la ley de Moisés (Dt 16:16), todos los varones judíos, excepto los niños y los enfermos, estaban obligados a visitar Jerusalén en ocasión de las tres fiestas: Pascua, Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos. La exigencia de peregrinar a Jerusalén era particularmente severa durante la fiesta de Pascua.

Cuando un jovencito llegaba a la edad de doce años se convertía en "hijo de la ley" y desde ese momento debía estudiar todas las disposiciones legales y cumplir sus preceptos, en especial, visitar Jerusalén para las fiestas. San Lucas dice que los "padres" de Jesús asistían a Jerusalén cada año. El misterio del nacimiento del Niño Dios se mantuvo en secreto. La Santísima Virgen María y el anciano José no consideraban necesario o beneficioso revelarlo; y ante los ojos de los habitantes de Nazareth, José era el esposo de María y el padre de Jesús. El Evangelista utiliza esta idea conforme a la creencia general. En otro pasaje (Lc 3:23), afirma directamente que a Jesús se le consideraba hijo de José aunque en realidad no lo era.

La celebración de la Pascua se prolongaba durante ocho días y luego, los fieles regresaban a sus hogares, a menudo en caravanas. José y María no advirtieron que el pequeño Jesús se quedó en Jerusalén, suponiendo tal vez, que viajaba en uno de los grupos próximos junto a familiares y conocidos. Pasado un día, Jesús continuaba sin aparecer y viendo que no se les unía por largo rato, comenzaron a buscarlo y alarmados retornaron a Jerusalén. Allí lo encontraron al tercer día, en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos. Esto ocurrió ciertamente, en uno de los pórticos del templo, donde los rabinos se reunían para discutir entre ellos y con el pueblo, enseñando la ley a quienes deseaban escucharlos. En esta conversación el joven Jesús manifestó su Divina Sabiduria pues todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Su Madre, expresando su preocupación a Jesús, se refiere a José como su padre, pues no podía llamarlo de otra manera, ya que a los ojos de todos José era el padre de Jesús. A las palabras de la Virgen el joven Jesús responde, revelando por primera vez, su designio: "cumplir la voluntad de Quien lo envió," y corrigiendo a su Madre señala que su padre no es José sino Dios. "Ustedes deberían saberlo," como diciéndoles "siendo Hijo de Dios debo estar en la casa de Dios," es decir, en el templo. Sin embargo, ellos no comprendieron estas palabras pues aun no les fue revelado completamente el misterio de la obra de Cristo sobre la tierra. "Su Madre conservó estas palabras en su corazón"; para Ella, aquel día fue especialmente memorable pues era la primera vez que su Hijo daba a conocer su sublime designio. Como aun no era momento de predicar en público, Jesús fue obediente y regresó con sus padres a Nazareth y, como lo jerarquiza el Evangelista "estaba sometido a sus padres terrenales," colaborando con las tareas de José, su padre aparente, a la sazón carpintero. Con el paso de los años Jesús crecía en sabiduría y, para quienes prestan atención, el amor de Dios por El se hacía cada vez mas claro, lo cual atraía también el amor del pueblo.

 

Ministerio Público de

Nuestro Señor Jesucristo.

 

Juan el Bautista y su testimonio acerca de Jesucristo.

(Mt. 3:1-12; Mc. 1:1-8; Lc. 3:1-18; Jn. 1:15-31).

Los cuatro Evangelistas concuerdan en sus relatos casi con idénticos detalles, acerca del comienzo de la predicación de Juan el Bautista y su testimonio de Nuestro Señor Jesucristo. San Juan es el único que omite algo de lo expresado por los demás, enfatizando en cambio la Divinidad de Cristo.

San Lucas nos brinda una importante información sobre la época en la que Juan el Bautista comenzó a predicar y, simultáneamente, dio comienzo el ministerio público de Nuestro Señor. Él dice que esto ocurrió "en el decimoquinto año del reinado de Tiberio, siendo Poncio Pilatos gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y la región de Traconitide, y Lisanias tetrarca de Abilene, mientras que Anas y Caifas eran sumosacerdotes" (Lc. 3:1-2).

En el comienzo de su narración sobre los inicios de la predicación de san Juan el Bautista, san Lucas nos explica que en aquel tiempo Palestina integraba el Imperio Romano, y estaba gobernada por tetrarcas en nombre del emperador Tiberio, hijo y sucesor de Octavio Augusto, durante cuyo reinado nació Cristo. En Judea el procurador romano Poncio Pilatos gobernaba en lugar de Arquelao; en Galilea, Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, autor de la matanza de los niños inocentes en Belén; su otro hijo Filipo gobernaba Iturea y Traconitide, regiones situadas al este y al nordeste del Jordán respectivamente; la cuarta provincia, Abilene, adyacente a Galilea en el noreste, al pie del Antilibano, estaba bajo el mando de Lisanias. Los sumosacerdotes eran en ese momento Anas y Caifas, lo cual debe ser entendido de este modo: en realidad el sumosacerdote era Caifas, pero su suegro Anas, a pesar de haber sido depuesto por el poder civil, gozaba de la autoridad y del respeto de la gente y, de hecho, compartía el liderazgo con su yerno.

Luego de la muerte de Augusto en el año 767 desde la fundación de Roma, Tiberio accedió al trono. Sin embargo, dos años antes, en 765 ya ejercía un cogobierno, y en consecuencia, su decimoquinto año de gobierno comenzó en el 779, año en el cual según las opiniones más probables, Cristo cumplía 30 años de edad. A esto se referirá san Lucas mas tarde cuando menciona la edad que Nuestro Señor Jesucristo tenía cuando fue bautizado por Juan y comenzó su ministerio público.

San Lucas testimonia que "la palabra de Dios" vino a Juan, es decir, un llamado especial o revelación Divina que lo urgió a iniciar su prédica. El lugar donde el Bautista comenzó su oficio es llamado "desierto de Judea" por san Mateo. Situado sobre la ribera occidental del Jordán y del mar Muerto, llevaba este nombre debido a su escasa población. Luego del llamado de Dios, Juan comenzó a aparecer en áreas más pobladas de la región, como Betabara sobre el Jordán (Jn. 1:28), o Enon, próxima a Salem (3:23), cerca del agua tan necesaria para bautizar.

Los Evangelistas Mateo (3:3), Marcos (1:3) y Lucas (3:4) denominan al Bautista como "la voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor; haced su senda recta." El propio Juan el Bautista utiliza estas palabras para referirse a sí mismo en el Evangelio de san Juan (1:23). Estas palabras pertenecen al texto del profeta Isaías en el que consuela a Jerusalén, diciendo que su periodo de humillación ha terminado y que pronto se manifestará la gloria del Señor y "toda carne verá la salvación de Dios" (40:3).

Esta profecía se cumplió cuando los 42000 judíos retornaron a su patria, autorizados por el rey Ciro, luego de setenta años de cautiverio en Babilonia. Este regreso es representado por el profeta como una feliz procesión, conducida por el mismo Señor Dios y precedida por su heraldo. Este heraldo grita para que se abra un camino en el desierto, se rellenen los valles y se rebajen los montes y collados a fin de ofrecer una calzada recta al paso del Señor Dios y su pueblo. Tanto los Evangelistas como san Juan el Bautista explican esta profecía con una prefiguración (todas las profecías del Antiguo Testamento son figuras representativas de los acontecimientos que tendrán lugar en el Nuevo Testamento): el Señor que conduce a su pueblo desde el cautiverio es el Mesías, y su heraldo es san Juan, el Precursor.

En un sentido espiritual, el desierto es el pueblo de Israel y la desigualdad de su terreno representa los pecados de la humanidad que deben ser eliminados pues constituyen un obstáculo para la Venida del Mesías. Por esta razón la tarea predicadora del Precursor conduce en esencia a una sola exhortación: "¡Arrepentíos!" Isaías se refiere al Precursor, que prepara el camino del Mesías, utilizando un lenguaje figurativo; en cambio Malaquias, el último profeta del Antiguo Testamento, lo hace directamente, designándolo con la expresión "Ángel del Señor," que es la cita con la que san Marcos comienza su Evangelio (Mc. 1:2).

San Juan el Bautista predicó el arrepentimiento relacionándolo con la inminente venida del Mesías (Mt. 3:2). Según la Palabra de Dios, este Reino es la liberación del hombre del pecado para entronizar la justicia en el interior de su ser (Lc. 17:21; Rom. 14:17), la unificación de todas las naciones, constituyendo un solo organismo, la Iglesia (Mt. 13:24-43; 47-49) y la eterna gloria celestial en la vida venidera (Lc. 23:42-43).

Preparando a la humanidad para entrar en este Reino que pronto sería revelado con la venida del Mesías, Juan exhorta al arrepentimiento. Quienes respondieron a su llamado fueron bautizados por él con un "bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados" (Lc. 3:3). Éste no era el bendito Bautismo cristiano, sino tan solo la inmersión en el agua como símbolo de que la persona deseaba ser absuelta de sus pecados, de la misma manera que el agua lava la suciedad del cuerpo.

Severo asceta, llevaba una rústica vestimenta de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre, Juan representaba un fuerte contraste con los maestros contemporáneos del pueblo judío, y su prédica sobre la proximidad del Reino del Mesías, cuya venida era tan tensamente anhelada no podía sino atraer la atención general. El historiador judío Flavio Josefo da testimonio de que "el pueblo cautivado por las enseñanzas de Juan, acudía a él en masa." La autoridad de este hombre sobre los judíos era tan enorme que ellos estaban dispuestos a seguir su consejo en todo; el mismo rey Herodes temía al poder de este gran maestro. Los fariseos y saduceos no podían soportar indiferentes que las gentes acudieran masivamente a Juan y decidieron hacer lo propio pero no con sentimientos sinceros.

Por eso no es de extrañar que Juan los recibiera con duras palabras de reproche: "raza de víboras, ¿quién les enseño a escapar de la ira de Dios que se acerca?" (Mt. 3:7). Los fariseos ocultaban hábilmente sus vicios con la observación estrictamente materialista de los preceptos de la ley de Moisés, mientras que los saduceos sucumbiendo a los deleites de la carne, rehusaron todo aquello contrario a su epicúreo estilo de vida: la vida espiritual y la retribución mas allá de la tumba. Juan los acusa de arrogancia y por perseverar en su propia justicia, y les inculca que su esperanza de ser los descendientes de Abraham no traerá beneficio alguno a menos que den frutos de arrepentimiento, porque "el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Mt. 3:10; Lc. 3:8), por inútil. Son verdaderos hijos de Abraham aquellos que viven según el ejemplo de su fe y devoción a Dios y no quienes son tan solo sus descendientes según la carne.

Según el Evangelista Lucas este severo discurso estaba dirigido al pueblo. Pero esto no implica contradicción alguna, pues el pueblo en su mayoría, estaba contaminado con las falsas enseñanzas de los fariseos. Confundido por la estricta prédica del profeta, el pueblo comenzó a preguntar: "¿qué hemos de hacer?" (Lc. 3:10). Juan responde que es imprescindible hacer obras de amor y misericordia y abstenerse de todo mal. Estos serían los "frutos dignos de arrepentimiento."

Aquellos eran días de expectativa general por la venida del Mesías y los judíos creían que el Mesías vendría a bautizar (Jn. 1:25). No es sorprendente entonces que muchos se preguntaran si acaso Juan no era Cristo. A esto Juan replicó que él bautizaba con agua para la conversión (Mt. 3:11), esto es, como un signo de arrepentimiento. Pero Aquel que viene después de Juan es mas Poderoso, a Quien Juan no será digno de desatar (Lc. 3:16; Mc. 1:7) y llevar (Mt. 3:11) Sus sandalias, como los esclavos hacen para su señor. "El ha de bautizaros con el Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3:11; Lc. 3:16; comp. Mc. 1:8) — la gracia del Espíritu Santo actuará en Su Bautismo quemando toda iniquidad con fuego abrasador. "Su aventador en su mano está, y aventará su era; y allegará su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mt. 3:12; Lc. 3:17) — Cristo purificará a su pueblo, tanto como el granjero limpia su era de maleza y cizaña, recolectando el trigo, es decir, reuniendo a todos aquellos que hubieren creído en Él en su Iglesia, como en un granero, y todos aquellos que lo rechazaren serán sometidos al sufrimiento eterno.

 

El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo.

(Mt. 3:13-17; Mc. 1:9-11; Lc. 3:21-22; Jn. 1:32-34).

Los cuatro Evangelistas relatan el Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, san Mateo es el que describe este acontecimiento con mayor detalle.

"Entonces vino Jesús desde Galilea..." — san Marcos completa la cita diciendo que Cristo vino desde Nazareth de Galilea. Por lo visto, esto ocurrió en el decimoquinto año del imperio de Tiberio Cesar cuando, según san Lucas, Nuestro Señor cumplió 30 años — edad requerida para ser maestro en la fe. San Mateo nos cuenta que Juan rehúsa bautizar a Jesús diciendo: "soy yo quien debe ser bautizado por Ti, y ¿eres Tú el que viene a mí?" Sin embargo, según el Evangelio de Juan, el Bautista no conocía a Cristo antes de Su Bautismo (Jn. 1:33), hasta que vio al Espíritu de Dios descender sobre Él en forma de paloma. Aquí no hay contradicción alguna. Antes del Bautismo Juan no reconoció a Jesús como el Mesías. No obstante, cuando Cristo vino a Juan pidiendo ser bautizado, el Bautista, siendo un profeta que conocía profundamente el corazón de la gente, de inmediato sintió la santidad, pureza y eterna preeminencia de Jesús sobre él; esto explica su exclamación: "soy yo el que debe ser bautizado por Ti..." Cuando él vio al Espíritu Santo descender sobre Jesús, entonces se convenció finalmente que delante de él estaba el Mesías-Cristo.

"Conviene que cumplamos toda rectitud" — respondió Jesucristo al Bautista (Mt. 3:15); esto significa que Nuestro Señor Jesucristo, como Hombre y Padre de la humanidad renovada por Él, debía mostrar con Su propio ejemplo, cuan esencial resulta el cumplimiento de todos los preceptos Divinos. "Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua," pues por estar exento de pecado, Él no necesitaba confesarse, tal como debían hacer los otros bautizados permaneciendo mas tiempo en el agua. San Lucas relata que "Jesús rezaba mientras era bautizado," sin duda pidiendo a Su Padre Celestial la bendición para el inicio de su ministerio.

"Entonces los cielos se abrieron y Juan vio al Espíritu de Dios descender en forma de paloma y posarse sobre Él." Esto fue visto no sólo por Juan sino por el propio Jesús y todos los presentes, ya que la finalidad de este milagro era revelar a la gente que Jesús era el Hijo de Dios. Hasta entonces Cristo vivía en el anonimato, por ello la Iglesia canta en el día de la fiesta del Bautismo del Señor, también llamada Teofania: "Te has manifestado en este día al mundo entero" (kontakion). Como dice el Evangelista Juan, el Espíritu de Dios no solo descendió sobre Jesús sino que "permaneció sobre Él" (Jn. 1:32-33).

La voz de Dios Padre: "Este es," según Mateo, o "Tú eres," según Marcos y Lucas, "Mi Hijo muy amado en el que tengo puesta toda mi predilección," es la indicación a Juan y al pueblo presente sobre la dignidad del Bautizado como Hijo de Dios en sentido personal, el Unigénito Hijo, en Quien la benevolencia de Dios Padre permanece eternamente. Con estas palabras el Padre Celestial responde a la plegaria de Su Divino Hijo dándole su bendición para el comienzo del enorme acto de servicio para la redención de la humanidad.

Desde la antigüedad nuestra santa Iglesia celebra el Bautismo de Cristo el 6 de enero con el nombre de Teofania, porque con este acontecimiento la Santísima Trinidad fue revelada al mundo: Dios Padre, con la voz del cielo; Dios Hijo, a través del bautismo llevado a cabo por Juan en el Jordán; Dios Espíritu Santo, descendiendo sobre Jesucristo en forma de paloma.

 

Los cuarenta días de ayuno y las tentaciones del demonio.

(Mt. 4:1-11; Mc. 1:12-13; Lc. 4:1-13).

La narración sobre el ayuno de cuarenta días de Nuestro Señor Jesucristo y las posteriores tentaciones del demonio en el desierto está en los Evangelios sinópticos. San Mateo y san Lucas relatan esto en detalle, mientras que san Marcos solo hace una breve mención de ello.

Después del bautismo "Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto" situado entre Jericó y el Mar Muerto. Una de las montañas de este desierto todavía lleva el nombre de Cuarentena, pues el Señor ayunó allí durante cuarenta días. La primera acción del Espíritu Santo, que residía en Jesús por el bautismo, fue llevarlo al desierto, para que con ayuno y oración Él pudiera prepararse para el grandioso ministerio de salvar a la humanidad. Allí Jesucristo ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, es decir, transcurrió todo ese tiempo sin que Él ingiriese alimento alguno. Finalmente, "tuvo hambre" (Mt. 4:2), esto es, el hambre llegó al extremo y también su debilitamiento. "Y el tentador se acercó a Él," este fue el último intento del demonio pues, según san Lucas, durante todo el periodo de cuarenta días el diablo jamás dejó de tentar al Señor (Lc. 4:2).

¿Por qué Nuestro Señor fue tentado por el demonio?

Nuestro Señor vino al mundo para destruir las obras del demonio. Está claro que el Señor pudo haberlo hecho con el solo aliento de sus labios, no obstante, es necesario recordar que las obras del demonio se habían enraizado en los extravíos del alma humana libre, a la que el Señor había venido a salvar sin privar al hombre del magnifico don Divino de la libertad. El ser humano no fue creado ni como un peón de ajedrez, ni como un autómata, ni como un animal que se rige por su instinto irracional, sino con una personalidad libre e inteligente. Con relación a la Divinidad de Jesucristo, esta tentación aparecía como una batalla entre el espíritu del mal, cuya intención era mantener su poder sobre la gente a través de una felicidad ilusoria y el Hijo de Dios que ha venido a salvar al hombre. Esta tentación es semejante a aquella que los israelitas se permitieron cuando se quejaron ante el Señor por la falta de agua en el Refidim (Ex. 17:1-7): "¿Está el Señor entre nosotros o no?" De igual modo el demonio comienza su tentación con las palabras: "Si Tu eres el Hijo de Dios..." El demonio tentó al Hijo de Dios con la intención de provocar en Él enojo, reproche e insulto, tal como dice el salmista que hicieron los hijos de Israel cuando tentaron al Señor en el desierto (Salmo 77:40-41).

Esta tentación estaba principalmente dirigida contra la naturaleza humana de Cristo, sobre la cual el demonio esperaba extender su influencia y desviarlo hacia el camino falso. Cristo vino a la tierra para establecer su Reino entre los hombres — el Reino de Dios. Dos caminos podían conducir a ese propósito: uno, el anhelado por los judíos, era la inmediata y esplendorosa entronización del Mesías como rey del mundo; y el otro, lento y espinoso, el camino del voluntario renacimiento moral de la humanidad, combinado con muchos sufrimientos no solo para los seguidores del Mesías sino para Él mismo. Esto es exactamente lo que el demonio deseaba hacer: apartar al Señor de este segundo sendero, habiendo intentado atraerlo a la manera humana hacia la liviandad del primer camino, que prometía ningún sufrimiento y sólo gloria.

En primer lugar, valiéndose del hambre que mortificaba a Jesús como humano, el demonio intentó convencerlo para que utilizara su Poder Divino y así liberarse de la tan penosa sensación para todo ser humano como es el hambre. Señalando las piedras (las que hasta el día de hoy conservan la forma de hogazas de pan), le dice: "Si tú eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan." El diablo esperaba que, habiéndolo tentado ya una vez, Jesús reaccionaría de modo similar en el futuro: se rodearía de legiones de ángeles frente a las hordas enemigas; descendería de la cruz; invocaría a Elías para que lo salve (Mt. 26:53; 27:40, 49), y entonces la obra de salvar a la humanidad mediante los sufrimientos del Hijo de Dios en la cruz no tendría lugar. Habiendo convertido el agua en vino para los demás y multiplicado milagrosamente el pan, Dios-Hombre rechazó este astuto consejo con las palabras que Moisés dijo al referirse al maná, con el que Dios alimentó a su pueblo durante 40 años en el desierto: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Deut. 8:3; Mt. 4:4; Lc. 4:4). Por "toda palabra" aquí debe entenderse la benevolencia Divina que se ocupa del hombre. El Señor realizó milagros para satisfacer las necesidades de los otros y no las propias: si durante todos sus sufrimientos, en lugar de tolerarlos, Él hubiera recurrido a sus poderes Divinos, no hubiera sido un ejemplo para nosotros. La continua repetición de este milagro le hubiera permitido a Jesús cautivar a aquellas gentes que en ese tiempo demandaban "pan y signos," sin embargo, esa gente no hubiera sido digna del Reino de Dios que Él estaba fundando: Su propósito era que la humanidad lo siguiera libremente a través de Su palabra, y no como esclavos atraídos por la fácil posesión de bienes terrenales.

Luego de ser derrotado con su primera tentación, el diablo arremetió con la segunda: llevó a Jesús a Jerusalén y lo puso en la parte mas alta del templo sugiriendo: "Si eres Hijo de Dios, échate abajo; que escrito está: A sus ángeles mandará por ti, y te alzarán en las manos, para que nunca tropieces con tu pie en piedra" (Mt. 4:6; Lc. 4:9-10). Una vez mas su propósito era asombrar a la gente que tan intensamente aguardaba la venida del Mesías, y así atraerlos con facilidad. Por supuesto, esto no hubiera traído beneficio moral alguno para la gente, y el Señor rechazó esa propuesta con las palabras: "Escrito está además: No tentaras al Señor tu Dios" (Mt. 4:7; Lc. 4:12). Las mismas palabras que fueron dichas por Moisés al pueblo de Israel (Deut. 6:16). Jesucristo quiere decir entonces que es desaconsejable exponerse al peligro sin necesidad, tentando al prodigioso poder de la omnipotencia de Dios.

El diablo insiste con una tercera tentación mostrándole a Cristo, desde una alta montaña, "todos los reinos del mundo y su esplendor," diciéndole "te daré todo esto si te postras para adorarme" (Mt. 4:8-9). San Lucas agrega a esto que el diablo le mostró a Jesús "en un instante" todos los reinos del mundo diciendo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero" (Lc. 4:6-7). El diablo desplegó antes los ojos de Cristo la escena de todos los reinos de la tierra, sobre los que, como espíritu del mal, él tenía auténtico dominio. El demonio le mostró a Cristo las fuerzas y medios a su disposición en este mundo, para combatir a Dios, Quien vino a la tierra para salvar a la humanidad de ese control. En apariencia, el diablo esperaba que esta escena confundiera el espíritu humano de Jesús, instilando miedo y duda en Su alma acerca de la posibilidad de lograr la enorme tarea de salvar a la raza humana.

¿Qué podría ser más atemorizante que ver al mundo voluntariamente sometido a la voluntad del diablo? El demonio intentaba decirle al Señor: "ves mi poder sobre los humanos; no interfieras en lo sucesivo con mi gobierno sobre la gente, pues yo estoy dispuesto a compartir mi autoridad contigo — sólo tienes que unirte a mí, adorarme, y serás el Mesías anhelado por los judíos." Está claro que con estas palabras prometía a Jesús un poder y señorío estrictamente superficial sobre el ser humano, conservando para sí la autoridad interior, espiritual. En efecto, esto era lo que el Señor no quería, enseñando que Él no había venido a gobernar en apariencia, no para ser servido como un gobernante terrenal (Mt. 20:28), y que Su Reino no es de este mundo (Ju. 18:36), Su Reino es puramente espiritual. Por ello el Señor rechaza al demonio: "¡Apártate Satanás!" (Mt. 4:10), citando las palabras del Deuteronomio (6:13): "Adoraras al Señor tu Dios, y a Él solo rendirás culto." Con esto Jesús muestra que Él no acepta la autoridad del demonio sobre el mundo, pues el universo pertenece al Señor Dios, y Él es el Único que será adorado.

Según el Evangelio de Lucas el demonio se alejo de Jesucristo "hasta el momento oportuno" (Lc. 4:13), porque pronto comenzará a tentar al Señor a través de la gente, creando todo tipo de intrigas.

El Evangelista Marcos hace una importante referencia al hecho de que, en el desierto, Jesús "vivía entre las fieras" (Mc. 1:13). Como el Nuevo Adán, las bestias salvajes no se atrevían a atacarlo reconociendo en Él a su Soberano.

 

Los primeros discípulos de Cristo.

(Jn. 1:35-51).

Luego de las tentaciones del demonio Nuestro Señor Jesucristo se dirigió una vez mas hacia el Jordán al encuentro de Juan. Entretanto, en la víspera de su retorno, el Bautista dio un nuevo y triunfal testimonio de Cristo ante los fariseos — pero esta vez no de la venida del Mesías como promesa, sino como una realidad. Sólo el Evangelio de Juan narra este suceso (Jn. 1:19-34). Sacerdotes y levitas fueron enviados por los judíos desde Jerusalén para interrogar a Juan. Ellos querían saber si acaso él no era el Cristo, pues según sus creencias era sólo el Mesías-Cristo quien podía bautizar. "Él [el Bautista] confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: Yo no soy el Cristo" (Ju. 1:20). Luego le preguntaron si acaso no era un profeta, a lo que Juan contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto" (Jn. 1:23), enfatizando que su bautismo con agua tal como su ministerio todo es solo preparatorio, y para evitar otras preguntas, concluye su respuesta con una declaración triunfante: "Entre ustedes hay Uno a quien ustedes no conocen; es Él Quien, viniendo después de mí, me precede" (Ju. 1:26-27). Él comienza su ministerio después de mí pero tiene existencia eterna y dignidad Divina, "y yo no soy digno de desatar la correa de Su sandalia" (Ju. 1:27). Este testimonio fue dado en Betabara donde las multitudes acostumbraban a acudir a Juan.

Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"; confirmando que Aquel que bautiza con el Espíritu Santo, es el Hijo de Dios, pues: "yo vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre Él" (Ju. 1:29-34).

El día después, luego de su testimonio personal sobre la llegada del Mesías, el Hijo de Dios, que había cargado sobre Él todos los pecados del mundo, el Bautista estaba una vez mas en la orilla del Jordán junto a dos de sus seguidores. Al ver al Señor pasar cerca de ellos, Juan repite las mismas palabras sobre Él: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn. 1:36). Al llamar Cordero a Cristo, Juan aplica la maravillosa profecía de Isaías en la que presenta al Mesías como una oveja conducida al matadero y que permanece muda ante su esquilador (Is. 53:7). En consecuencia la idea principal del testimonio de Juan es que Cristo es el sacrificio ofrecido por Dios a causa de los pecados de la humanidad. Sin embargo, en las palabras de Juan acerca de Jesús: "quien quita el pecado del mundo," este enorme Sacrificio viviente también representa al Sumosacerdote, que se santifica a Sí Mismo: carga sobre Sí los pecados del mundo y se sacrifica por el mundo.

Después de escuchar este testimonio sobre la Divinidad de Cristo, ambos discípulos de Juan siguieron a Jesús hasta donde Él vivía, permaneciendo con Él desde la décima hora (según nuestro horario las cuatro de la tarde), hasta altas horas de la noche, escuchando Su prédica, la que infundía en ellos la firme convicción de que Él era el Mesías. Uno de los discípulos era Andrés y el otro era el mismísimo Evangelista Juan, quien jamás se mencionó a sí mismo al narrar aquellos eventos en los cuales participó. Al volver al hogar luego de conversar con el Señor, Andrés fue el primero en anunciar que él y Juan habían encontrado al Mesías; él informa a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn. 1:41). Así, Andrés fue no solo el Primer Discípulo llamado por Cristo sino el primero de los apóstoles que predicó acerca de Él y convirtió y trajo al futuro líder de los apóstoles. Cuando Andrés presentó su hermano a Cristo, el Señor le dirigió una mirada penetrante llamándolo Cefas, que significa "roca," es decir, Petros en griego.

Al día siguiente, Jesús resolvió partir a Galilea y convocó a Felipe para seguirlo. Felipe encontrando a Natanael intentó invitarlo diciendo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en la ley de Moisés y en los profetas. Es Jesús de Nazareth, el hijo de José." Sin embargo, Natanael objetó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth?" En apariencia Natanael compartía con muchos judíos el prejuicio que Cristo, como un rey con grandiosidad terrena, vendría y se manifestaría con esplendor entre los más altos niveles de la sociedad de Jerusalén. Por otra parte en ese tiempo Galilea tenía una mala reputación entre los judíos, y Nazareth, esta pequeña ciudad que nunca se menciona en los sagrados escritos del Antiguo Testamento, parecía no haber sido de modo alguno el lugar de nacimiento del Mesías, anunciado por los profetas. Sin embargo, la piadosa alma de Felipe no vio la necesidad de refutar el prejuicio de su amigo ofreciéndole convencerse de la veracidad de sus palabras diciendo: "Ven y verás."

Natanael era una persona recta y sincera, y deseando investigar hasta que punto eran ciertos los dichos de su amigo, decidió seguir a Cristo. El Señor da testimonio de la simpleza e ingenuidad de su alma cuando dice: "Este es un verdadero israelita en quien no reside el engaño." Natanael expresó su sorpresa al ver que el Señor sabía ya sobre él al verlo por primera vez. Así, para disipar totalmente las dudas de Natanael y atraerlo hacia Sí, Cristo revela su Divina omnisciencia, aludiendo a una circunstancia privada en la vida de Natanael, con un significado que solo podía ser conocido por el discípulo: "Yo te vi antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera." Desconocemos lo que Natanael estaba haciendo debajo de la higuera, pero como podemos ver, se trata de un misterio que solo Natanael y Dios conocen. Esta revelación sorprendió tanto a Natanael que en un instante se disiparon todas sus dudas sobre Jesús: comprendió que delante de él no había un ser humano común, sino Uno dotado con la omnisciencia Divina, y creyendo al instante en Jesús como el Divino Mesías-Enviado, expresó esto con palabras plenas de ferviente fe: "¡Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!" Algunos suponen que Natanael tenía la costumbre de rezar bajo la higuera y es probable que en ese momento haya experimentado una peculiar angustia mientras oraba, angustia esta que se instaló en su memoria y acerca de la cual nadie sabía. Por esto, las palabras del Señor despertaron en él la más ferviente fe en Cristo como Hijo de Dios, ante Quien se revelan las profundidades del alma humana.

Ante la exclamación de Natanael, el Señor se dirige a todos sus seguidores profetizando: "Os lo digo con toda verdad: Habéis de ver el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre." Con estas palabras el Señor nos dice que Sus discípulos verán Su gloria con los ojos del espíritu y que la antigua profecía de la unión del cielo y la tierra mediante una misteriosa escala, que fue vista en sueños por Jacob, patriarca del Antiguo Testamento (Gen. 28:11-17), será llevada a cabo a través de la Encarnación del Hijo de Dios, Quien ahora es el "Hijo del Hombre." En el Evangelio hay 80 ocasiones en las que Nuestro Señor se llama a Sí mismo con ese nombre. Con esto Cristo confirma positiva e irrefutablemente Su naturaleza humana y a la vez subraya que Él es el Hombre en el más elevado significado de la palabra, la ideal, absoluta y universal persona, Segundo Adán, el Padre primigenio de la nueva humanidad, regenerada a través de Sus sufrimientos en la cruz. De esta manera, esta denominación en modo alguno viene a denigrar a Cristo sino que expresa Su superioridad por encima del nivel general, mostrando en Él al perfecto ideal de la naturaleza humana, es decir, de un hombre tal, que sea necesario para el estar de acuerdo con el pensamiento de su Creador y Hacedor, Dios.

 

Primer milagro en las bodas de Caná de Galilea.

(Jn. 2:1-12).

El primer milagro realizado por Jesucristo fue la conversión de agua en vino en Caná de Galilea. El Evangelio de san Juan es el único que relata este milagro ocurrido tres días después de la vocación apostólica de Felipe y Natanael.

Jesús fue invitado a un festín de bodas en Caná de Galilea, un pequeño pueblo situado a unas 2 o 3 horas de camino al norte del Nazareth. Ésta era la patria del recién convocado Natanael, y se llamaba "Caná de Galilea" para diferenciarla del pueblo homónimo situado cerca de la ciudad de Tiro. De acuerdo a las costumbres de hospitalidad, Jesús fue invitado allí como una persona común, como un conocido. Su madre había llegado al lugar de la boda con anterioridad. La familia que celebraba la boda no era rica, pues durante la fiesta se evidenció la falta de vino. Esta circunstancia, que amenazaba con arruinar el inocente deleite y la alegría familiar, hizo que la Santísima Virgen tuviera un rol decisivo. Su alma, llena de gracia, manifestó su primer ejemplo de intercesión y consideración por la gente ante su Hijo Divino. "No tienen vino" dijo la Virgen, indudablemente contando con que Él favorecería a estas personas con Su milagrosa ayuda.

"Mujer ¿qué tenemos que ver nosotros?" respondió el Señor. Es inútil ver en la palabra "Mujer" aunque sea una sombra de irreverencia, pues se trata de una expresión muy utilizada en Oriente. Durante los más penosos momentos de su sufrimiento en la cruz, el Señor del mismo modo se dirige a su madre, encomendándola al cuidado de su discípulo amadísimo (Jn. 19:26). "Todavía no ha llegado mi hora" dice el Señor. No había llegado el momento de obrar milagros, tal vez porque el vino no se había acabado aún. De todas maneras, en las siguientes palabras de la Santísima Virgen dirigidas a los sirvientes: "Haced todo lo que Él os diga," uno puede ver que Ella no interpretó la respuesta del Señor como una negativa.

Había allí seis tinajas de piedra que contenían agua destinada a las frecuentes abluciones establecidas por las leyes judías, por ejemplo, para lavarse las manos antes y después de las comidas. La capacidad de estas tinajas era enorme, pues cada metreta o "bath" equivalía a unos 40 litros, lo cual hacía mas impresionante el milagro obrado por el Señor.

Jesús ordenó a los sirvientes llenar las tinajas con agua hasta el tope para hacerlos testigos del milagro. "Sacad ahora, y presentad al maestresala," es decir al encargado del banquete y para que él también se convenza de la autenticidad del milagro.

Como vemos, el milagro fue realizado por el Señor a distancia, sin tomar contacto con las tinajas, lo que atestigua con especial claridad la manifestación de Su poder Divino. "Para demostrar," dice san Juan Crisóstomo, "que solo Él es Quien convierte en vino el agua de lluvia que las vides absorben, milagro este que se repite en esa planta desde tiempo inmemorial; obró ese mismo prodigio en un solo instante en el banquete nupcial." El encargado de la fiesta, sin saber de donde había aparecido ese vino, llama al novio y con sus palabras testimonia sobre la veracidad del milagro ocurrido, subrayando que el vino milagroso es de mucha mejor calidad que el que ellos tenían. De las palabras "cuando los invitados hayan bebido bien" uno no debería concluir que en esta boda todos estaban ebrios. Aquí se habla sobre la costumbre general de servir primero el mejor vino y que en este caso no se había aplicado. Es bien conocido que los judíos se distinguían por la sobriedad en la utilización del vino y que en Palestina éste era considerado una bebida común que se diluía con agua. Beber hasta la embriaguez era considerado una indecencia.

Claro está que Nuestro Señor no hubiera tomado parte de una fiesta en la que podría haber gente embriagada. La finalidad del milagro era la de llevar felicidad a esa pobre gente, completando su celebración familiar en la que se hizo sentir la gracia del Señor.

Según el testimonio de Evangelio, éste fue el primer milagro obrado por el Señor, una vez iniciado su ministerio público, con la finalidad de manifestar su gloria como Hijo de Dios y afirmar la fe de sus discípulos en Él. Después de este milagro, y de pasar algún tiempo en Nazareth, la Sagrada Familia se dirigió a Cafarnaum, desde donde emprendió el viaje a Jerusalén para celebrar la Pascua.

 

Primera Pascua.

Expulsión de los mercaderes del templo.

(Jn. 2:13-25).

Los primeros tres Evangelios no nos cuentan con suficiente claridad sobre la estadía del Señor en Jerusalén. Solo relatan en detalle la presencia del Señor allí en Su última Pascua, antes de ser crucificado. San Juan es el único que relata minuciosamente cada visita del Señor a Jerusalén en la Pascua y otras festividades durante los tres años de Su ministerio público. Es natural que el Señor visitara Jerusalén en ocasión de las grandes fiestas, pues allí se concentraba toda la vida espiritual del pueblo judío. En aquellos días en Jerusalén se reunían las multitudes provenientes de toda Palestina y otros países y precisamente en esta ciudad era importante que el Señor se revelara como Mesías.

La expulsión de los mercaderes del templo relatado por san Juan al principio de su Evangelio difiere de un episodio similar narrado por los sinópticos. El primer evento ocurrió al principio del ministerio público de Cristo, mientras que el último tuvo lugar al final de la vida pública de Jesús, antes de la cuarta Pascua.

El Señor acompañado por sus discípulos, se dirigió desde Cafarnaum hacia Jerusalén en ocasión de la Pascua no sólo por obligación, sino para cumplir la voluntad de Quien lo envió y continuar la obra redentora iniciada en Galilea. Durante la Pascua se reunían en Jerusalén alrededor de dos millones de judíos quienes estaban obligados a sacrificar corderos pascuales y presentarlos como ofrenda a Dios en el templo. Según el testimonio de Flavio Josefo, en el año 63 DC, el día de la Pascua judía, los sacerdotes sacrificaron en el templo 256500 corderos pascuales sin contar al ganado menor, ni las aves que también se ofrendaban. Para facilitar la venta de tan enorme cantidad de animales, los judíos convirtieron el así llamado "atrio de los gentiles" en una plaza de mercado. Reunieron aquí el ganado destinado al sacrificio, dispusieron jaulas con aves, organizaron tiendas para la venta de todo lo indispensable para los sacrificios y habilitaron casas de cambio. En esa época la moneda oficial en circulación era romana, mientras que la ley exigía que las contribuciones al templo se efectuaran en siclos, la moneda religiosa de los judíos. Por lo tanto, los judíos que venían a festejar la Pascua debían cambiar su dinero y esto les redituaba elevadas ganancias a los cambistas. Con afán de máximo lucro los judíos comerciaban en el patio del templo otros bienes que no tenían relación con los sacrificios rituales. Incluso los mismos sumosacerdotes se dedicaban a la crianza de palomas para venderlas a muy altos precios.

Nuestro Señor, habiendo hecho un azote con las sogas utilizadas para sujetar a los animales, sacó fuera del templo a las ovejas y bueyes, dio vuelta las mesas de los cambistas desparramando sus monedas y, acercándose a los vendedores de palomas, les dijo: "Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre una plaza de mercado." Así, por primera vez al llamar a Dios — Su Padre, Jesús se proclama como el Hijo de Dios ante todo el mundo. Nadie se atrevió a oponerse a la autoridad Divina con la que actúo Nuestro Señor en este episodio, pues es evidente que el testimonio de Juan el Bautista sobre Él como Mesías había llegado a Jerusalén y pudiera haber despertado la conciencia de los mercaderes. Recién cuando Jesús se acercó al lugar de las palomas, afectando así los intereses de los sumosacerdotes, estos le preguntaron. "¿Que signo nos muestras para obrar así?" El Señor respondió: "Destruid este templo y Yo lo levantaré en tres días." Como aclara mas adelante el Evangelista, Jesús hablaba del "templo de Su Cuerpo," es decir, Él quiso expresar a los judíos: ¿Ustedes piden una señal? Ésta se les dará, pero no ahora. Cuando ustedes destruyan el templo de Mi cuerpo, Yo en tres días lo he de levantar y esto será para ustedes la señal del poder con el cual Yo hago todo esto.

Los judíos no comprendieron que, con estas palabras, Jesús anunciaba Su propia muerte, la destrucción de Su cuerpo y Su Resurrección al tercer día. Ellos entendieron literalmente sus palabras, aplicándolas al templo de Jerusalén, intentando con ello poner al pueblo en contra de Jesús.

El término griego "egerw," traducido al Eslavonico "Yo levantaré," en realidad significa "Yo despertaré," vocablo que tiene poco sentido en relación a un edificio destruido y sí lo tiene con un cuerpo sumido en el sueño. Naturalmente el Señor hablaba de Su cuerpo como de un templo, pues contenía Su Divinidad; encontrándose en el templo es lógico que Nuestro Señor Jesucristo hablara de Su cuerpo como de un templo. Y cada vez que los fariseos le exigían algún tipo de señal, Nuestro Señor les decía que ellos no tendrían otra señal más que la de la profecía de Jonás, su sepultura de tres días y posterior resurrección. En este sentido las palabras del Señor dirigidas a los judíos pueden entenderse de este modo: no es suficiente para ustedes profanar la casa de mi Padre haciendo de ella una casa de mercado. Vuestro odio os lleva a crucificar y dar muerte a mi cuerpo. Hacedlo y veréis un signo tal que paralizará de terror a todos mis enemigos. Yo levantaré en tres días mi cuerpo mortificado y sepultado.

Los judíos interpretaron literalmente las palabras de Cristo para hacerlas parecer absurdas e imposibles. Ellos señalaron que aquel templo, orgullo de los judíos, había tardado 46 años en ser construido, entonces ¿cómo era posible levantarlo en tres días? La referencia es a la restauración del templo por Herodes, que dio comienzo en el año 734 desde la fundación de Roma, es decir, 15 años antes del Nacimiento de Cristo. Los 46 años de la cita se cumplieron en el 780 desde la fundación de Roma, año en el que precisamente tuvo lugar la primera Pascua del Evangelio. Los propios discípulos del Señor comprendieron el significado de tales palabras recién cuando el Señor resucitó de entre los muertos y "sus mentes pudieron entender las escrituras."

Mas adelante el Evangelista afirma que "mientras Él estaba en Jerusalén, durante la Pascua muchos creyeron en Su Nombre, viendo los milagros que hacía." Pero "Jesús no se fiaba de la fe de ellos," es decir no confiaba en ellos porque la fe fundada solo en los milagros y que no se nutre con el amor de Cristo no puede considerarse una fe verdadera. El Señor, Dios Todopoderoso, conocía a todos los hombres y sabía lo que estaba escondido en las profundidades de cada alma, por lo tanto no confiaba en las palabras de aquellos quienes, viendo Sus milagros, profesaban tener fe en Él.

 

Diálogo de Nuestro Señor Jesucristo con Nicodemo.

(Jn. 3:1-21).

La expulsión de los mercaderes del templo y los milagros realizados por el Señor en Jerusalén impresionaron tan fuertemente a los judíos que uno de sus "príncipes," un magistrado miembro del Sanedrín (Jn. 7:50), llamado Nicodemo, decidió visitar a Jesús. Nicodemo acude deseoso de escuchar las enseñanzas de Cristo, aunque lo hace de noche, temiendo despertar la ira de sus colegas predispuestos hostilmente hacia el Señor.

Al encontrarse con Jesús, Nicodemo lo llama "Rabí," que quiere decir "Maestro," reconociendo en Él el derecho de enseñar y que, según los escribas y fariseos Jesús tenía vedado, pues no había egresado de una escuela rabínica. Esto ya muestra la buena predisposición de Nicodemo hacia Jesús. Mas tarde lo llamará "Maestro venido de parte de Dios," aceptando que Jesús obra prodigios con el poder Divino que estaba con Él. Nicodemo no habla solo por sí mismo, sino en nombre de todos los judíos que creían en el Señor, y quizás también en el de algunos miembros del Sanedrín, aunque la mayoría de ellos era hostil al Señor.

Toda la conversación es maravillosa porque está dirigida a destruir las falsas e increíbles concepciones del fariseísmo acerca del Reino de Dios y las condiciones que debían reunir los seres humanos para ingresar en ese Reino. El diálogo está dividido en tres partes: el renacimiento espiritual, como exigencia fundamental para entrar al Reino de Dios; la redención de la humanidad mediante los sufrimientos en la cruz del Hijo de Dios, sin lo cual hubiese sido imposible para los hombres heredar el Reino de Dios; y la naturaleza del Juicio sobre aquellos que no hallan creído en el Hijo de Dios.

El típico fariseo en ese tiempo era una peculiar personificación del mas estrecho y fanático nacionalismo: "no somos como los demás individuos." El fariseo se consideraba un dignísimo e intachable miembro del glorioso Reino del Mesías, no solo por su origen judío, sino también por su carácter de fariseo. Según sus creencias, el Mesías mismo debía ser como ellos, y liberaría a los judíos del yugo extranjero estableciendo un reino universal en el cual los judíos ocuparían una posición dominante. Nicodemo, por lo visto, compartía esta concepción de los fariseos, pero es probable que en lo profundo de su alma sintiera que era falsa, preguntándose si Jesús, cuya maravillosa personalidad era la causa de tantos rumores, sería acaso el esperado Mesías. Entonces, decidió ir personalmente al Señor para asegurarse.

Jesús inicia Su conversación con Nicodemo destruyendo de inmediato las falsas concepciones fariseas. "En verdad, en verdad te digo," le dice Jesús, "te aseguro que el que no renace de lo alto no podrá entrar en el Reino de Dios." En otras palabras, es insuficiente ser judío de nacimiento. Se requiere un completo renacimiento moral que viene desde lo alto, dado por Dios, y uno debería nacer de nuevo, convertirse en una nueva criatura (en esto reside la esencia del cristianismo). Los fariseos imaginaban el Reino del Mesías como un reino terrenal, material y por ello, no es extraño que Nicodemo haya entendido las palabras del Señor en sentido literal, esto es, que para entrar al Reino del Mesías era necesario un segundo nacimiento carnal, manifestando su perplejidad y señalando lo absurdo de esa condición: "¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús explica que la conversación no se refiere a un nacimiento físico, sino a un especial nacimiento espiritual que se diferencia tanto en las causas, como en los frutos.

Se trata de un nacimiento "de agua y Espíritu." El agua es un medio o instrumento y el Espíritu Santo el Poder ejecutor del nuevo nacimiento, la Causa de la nueva existencia: "Quien no naciere de agua y Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios." Este nuevo nacimiento se diferencia del carnal también por sus frutos: "lo que nace de la carne, carne es." Cuando un hombre nace de sus padres terrenales, hereda de ellos el pecado ancestral de Adán, anidando en la carne piensa según la carne y complace sus pasiones y concupiscencias carnales. Estas deficiencias del nacimiento físico pueden corregirse con el nacimiento espiritual: "lo que nace del Espíritu, espíritu es." Aquel que aceptó renacer del Espíritu, entra en una vida espiritual, elevándose sobre todo lo corporal y sensible. El Señor, al advertir que Nicodemo seguía sin comprender, le explica en qué consiste ese nacimiento del Espíritu, comparándolo con el viento. "El viento [el Espíritu] sopla donde quiere y escuchas su voz pero no sabes de donde viene ni hacía donde va; así es todo aquel nacido del Espíritu."

En otras palabras en el renacimiento espiritual es posible observar solo aquel cambio que ocurre en el hombre mismo, mientras que la fuerza renovadora, el camino por el cual llega, el medio por el que actúa, todo es misterioso e imperceptible. Es semejante a la acción del viento sobre nosotros; oímos "su voz" pero de donde proviene y hacia donde se dirige no podemos ni verlo ni saberlo porque es libre en su ímpetu y no depende de nuestra voluntad. Idéntica es la acción del Espíritu de Dios que nos renueva: es evidente y sensorial, aunque enigmático e inexplicable.

Nicodemo continuaba sin entender y su pregunta: "¿Cómo puede ser eso?" expresa tanto la desconfianza en las palabras de Jesús como su soberbia farisea que pretende entenderlo y explicarlo todo. Esta altivez farisea es derrotada con toda firmeza por la respuesta del Señor, de manera tal que Nicodemo no se atreverá en adelante a objetar cosa alguna. En su humillación, poco a poco prepara en su corazón el terreno en el que el Señor sembrará la semilla de Su enseñanza redentora: "¿Eres maestro de Israel y no sabes esto?" Con estas palabras Nuestro Señor no sólo acusa a Nicodemo, sino a la altanería de la doctrina farisea que, teniendo en sus manos la llave del entendimiento de los misterios del Reino de Dios, no entra en él y no permite el ingreso de los demás. ¿Cómo es posible que los fariseos ignoren la enseñanza sobre el imprescindible renacimiento espiritual, si en el Antiguo Testamento con frecuencia se encuentran ideas sobre la necesaria renovación del hombre? Ver Ezequiel 36:26: "Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne." Y el rey David rezaba: "Un corazón puro crea en mí ¡oh Dios! Y un espíritu recto renueva dentro de mí" (Salmo 50:12).

Pasando luego a la revelación de los sublimes misterios sobre Sí mismo y sobre Su Reino, Nuestro Señor, a la manera de una observación introductoria, le dice a Nicodemo que en contraposición a la doctrina farisea, Él y Sus discípulos anuncian una nueva enseñanza fundamentada directamente sobre el conocimiento y la contemplación de la verdad: "Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio," es decir ustedes, los fariseos, son los falsos maestros de Israel.

Mas adelante en las palabras: "Si hablándoos de cosas terrenas no creéis ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales?" — por terrenales Nuestro Señor entiende la enseñanza sobre el imprescindible renacimiento y sus consecuencias que ocurren en el hombre y se conocen por su experiencia interior; por celestiales se entiende los sublimes misterios de la Divinidad que están por encima de cualquier contemplación y conocimiento humanos: el Consejo eterno de la Santísima Trinidad; el sacrificio Redentor llevado a cabo por el Hijo de Dios para la salvación de la humanidad y la unión en ese sacrificio del amor Divino con el recto juicio de Dios. Lo que ocurre con el hombre y dentro de él puede ser conocido por él mismo, pero ¿quién entre los hombres puede ascender al cielo y penetrar en los dominios misteriosos de la vida Divina? Nadie, excepto el Hijo del Hombre, Quien descendió a la tierra sin apartarse del cielo. "Nadie subió al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo." Con estas palabras el Señor revela a Nicodemo el misterio de Su Encarnación; lo convence de que Él es más que un simple enviado de Dios, semejante a los profetas del Antiguo Testamento, como lo considera Nicodemo; que su manifestación sobre la tierra en la forma de Hijo del Hombre en el descenso de un estado superior a uno inferior, humillado, porque su Ser eterno no es de esta tierra sino del cielo.

Mas adelante el Señor revela a Nicodemo el misterio de Su sacrificio Redentor: "A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre." ¿Por qué el Hijo del Hombre debió ser elevado en la cruz para la salvación de la humanidad? Esto es precisamente aquello celestial que no puede comprenderse con el pensamiento terrenal. Como prefiguración de su sacrificio en la cruz, el Señor señala la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto. Moisés elevó ante los israelitas la serpiente de bronce para que ellos, habiendo sido mordidos, recibieran la curación al mirarla. Así, todo el género humano, herido por el pecado, viviendo según la carne, obtiene su salvación al mirar con fe a Cristo enviado en carne semejante al pecado (Rom. 8:3). En el fundamento del sacrificio de la cruz del Hijo de Dios subyace el amor de Dios por la humanidad: "Tanto amó Dios al mundo que le dio Su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna." La vida eterna se organiza en el hombre mediante la gracia del Espíritu Santo, en tanto que el acceso al trono de la gracia (Heb. 4:16) es obtenido mediante la muerte redentora de Jesucristo.

Los fariseos pensaban que la obra de Cristo consistía en el juicio de las naciones paganas. Nuestro Señor explica que Él ha sido enviado no para juzgar, sino para salvar al mundo. Los incrédulos se condenarán a sí mismos pues en esa incredulidad se expresa su afecto por las tinieblas y su odio por la luz proveniente de su apego por las malas obras. Quienes obran el bien, almas honorables, morales, por sí solas se dirigen hacia la luz sin temer que sus actos sean expuestos.

 

El último testimonio de San Juan Bautista acerca de Jesucristo.

(Jn. 3:22-36).

Luego de la conversación con Nicodemo, que tuvo lugar en Jerusalén durante la Pascua, "Jesús y Sus discípulos llegaron a la tierra de Judea, y allí Él permaneció con ellos bautizando..." Aquí tenemos una importante indicación del Evangelio de san Juan sobre la prolongada estadía de nuestro Señor Jesucristo en la región más meridional de Palestina, llamada Judea. Los otros tres Evangelios no mencionan este hecho. La duración de este período puede determinarse a través de las palabras que Jesús dijo a Sus discípulos al detenerse en Samaria, camino a Galilea: "¿No soléis decir vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha?" (Ju. 4:35). De estas palabras cabe concluir que el Señor regresaba a Galilea unos cuatro meses antes de la cosecha, y como ésta en Palestina tiene lugar en abril, el Señor dejó Palestina en noviembre, permaneciendo por lo tanto en Judea no menos de ocho meses, de abril a noviembre.

Los primeros tres Evangelios no mencionan este período inicial del ministerio público de Nuestro Señor Jesucristo: habiendo relatado su Bautismo y las tentaciones en el desierto, ellos de inmediato pasan a describir la actividad de Jesús en Galilea. Habiendo sido llamado por el Señor mucho mas tarde, san Mateo no fue testigo de lo ocurrido en Judea; y san Pedro, en cuyas palabras se basa el Evangelio de Marcos, tampoco estaba presente con el Señor en Judea; y es evidente que san Lucas carecía de información suficiente sobre este período del ministerio de Cristo. San Juan entonces, consideró su deber agregar aquello que había sido omitido y de lo cual él era testigo ocular. No hay indicios de que el Señor viviera todo ese tiempo en un área específica; debe suponerse que Él predicó por toda esta tierra Santa.

"Jesús no bautizaba, sino sus discípulos" — relata san Juan (Jn. 4:2). Este bautismo era idéntico al practicado por Juan el Bautista: era con agua pero carecía de la Gracia, pues en ese tiempo el Espíritu Santo no residía en ellos ya que: "Jesús no había sido aún glorificado" (Jn. 7:39). Fue recién después de la Resurrección de entre los muertos que ellos recibieron la orden de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:19).

Al mismo tiempo san Juan el Bautista continuaba bautizando en Enón, cerca de Salim, en un lugar que es difícil de establecer, aunque es evidente que no era contiguo al río Jordán pues carecería de sentido el agregado de la siguiente aclaración: "había mucha agua en ese lugar." Los discípulos de Juan pronto notaron que llegaba menos gente que antes a escuchar a su maestro, y en su ciego e insensato apego por él, se sintieron menoscabados y con envidia hacia Aquel Quien había tenido enorme éxito entre la gente, es decir, Nuestro Señor Jesucristo. Es indudable que estos maliciosos sentimientos eran avivados por los fariseos, quienes inventaban argumentos sobre la purificación, conducentes a que se debatiera comparativamente la dignidad del bautismo practicado por Juan con el que celebraban los discípulos de Jesús. Los seguidores del Bautista, queriendo mostrar su envidia y celo hacia Cristo, se acercaron a Juan para decirle: "Maestro, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán y del que tú has dado testimonio, resulta ahora que bautiza (y no precisamente contigo, sino sólo e independiente) y todos acuden a Él." "Todos" se aplica aquí con la exageración nacida de la envidia y de la intención de provocarla en el Bautista.

Desprovisto en absoluto de cualquier sentimiento de envidia hacia Cristo, el Bautista comienza su respuesta revelando la grandeza de Cristo en comparación con él, dando un nuevo, último y solemne testimonio sobre la dignidad Divina de Cristo. Al defender el derecho de Cristo a bautizar, Juan afirma que entre los enviados de Dios no hay uno sólo que pueda atribuirse nada que no haya recibido del cielo y por lo tanto, si Jesús bautiza es porque ha recibido el poder de Dios para ello. El Bautista recuerda, como lo dijo desde un principio, que él no es el Cristo sino Su Precursor. En lugar de envidia y despecho Juan expresa su alegría ante los éxitos de Cristo, llamándolo "Esposo" y nombrándose a sí mismo como el "amigo del Esposo." Ese amigo que no envidia la superioridad del Esposo, el que permanece delante de Él como Su siervo, el que experimenta "viva alegría" al escuchar Su voz.

En el Antiguo Testamento, la unión de Dios con los fieles, así como en el Nuevo Testamento, la unión de Cristo con la Iglesia, son representadas a menudo en las Sagradas Escrituras como un matrimonio (Is. 54:5-6; Is. 62:5; Ef. 5:23-27). Cristo es el Esposo de la Iglesia, y Juan — Su amigo, la persona que merece Su máxima confianza, que solo puede regocijarse por el éxito del Esposo. Entre los judíos el rol del amigo del esposo era importantísimo en los prolegómenos de una boda. Una vez que ésta se celebraba y el esposo adquiría los derechos de marido, la participación del amigo terminaba. Así ocurre con Juan: él fue la personalidad mas activa en la preparación del pueblo para recibir a Cristo. Cuando Nuestro Señor inició Su ministerio público, el rol de Juan se dio por finalizado. Es por esta razón que dice: "Es necesario que Él [Cristo] crezca y que yo disminuya," del mismo modo que la estrella matinal desaparece paulatinamente a medida que sale el sol.

Confesando la superioridad de Cristo sobre él, Juan dice que Cristo es: "El que viene de lo alto" y por ello "esta por encima de todos," es decir que Jesús supera a todas las personas, incluso a los enviados de Dios. El origen terrenal de Juan le permitió anunciar la verdad de Dios solo en la medida en que puede anunciarla alguien que es de la tierra; en cambio Cristo, que viene desde el cielo, da testimonio de lo celestial y Divino, de lo que Él ha visto y oído, y no hay ser humano capaz de aceptar este testimonio sin la gracia de Dios (Mt. 16:17; Jn. 6:44).

Juan advierte, con tristeza, los malos sentimientos de sus seguidores y elogia a aquellos que aceptan el testimonio de Cristo, pues Él anuncia a las gentes la palabra de Dios: quienes reconocen Sus palabras como verdaderas, reconocen como verdaderas las palabras de Dios Padre. Dios Padre dio en abundancia a Su Hijo Jesucristo los dones del Espíritu Santo, pues Él ama al Hijo y ha puesto todo en Sus manos. Por ello, el que cree en Su Hijo y Señor Jesucristo tiene vida eterna, mientras que el que se niega a creer en Él, no verá la vida eterna y "la ira de Dios permanecerá siempre sobre él."

Así, concluyendo su servicio, Juan por última vez dio testimonio sobre la Divinidad de Cristo, exhortando a todos a seguir a Jesús. Estas palabras de Juan deben ser analizadas como el testamento del más grande de los profetas.

 

Juan el Bautista es enviado a prisión.

(Mt. 14:3-5; Mc. 6:17-20; Lc. 3:19-20).

Poco después de brindar su último testimonio Juan fue detenido y encarcelado por denunciar la ilegítima convivencia de Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Filipo. Esto es narrado sólo por los tres primeros Evangelios.

Herodes Antipas gobernaba Galilea y Perea; era hijo de Herodes el Grande, quien había ordenado el martirio de los inocentes en Belén. Casado con la hija del rey Aretas de Arabia, inició una relación extramatrimonial con Herodías. Ésta, descontenta con su matrimonio con Filipo, abiertamente se mudó al palacio habiendo antes conseguido la expulsión de la esposa legal de Herodes. El rey Aretas se sintió profundamente insultado y en nombre de su hija declaró la guerra a Herodes. Antipas debió partir a la fortaleza de Maqueronte, al este del mar Muerto, para comandar su ejército. Allí escuchó de Juan el Bautista como profeta que atraía multitudes y esperando encontrar apoyo en él para su campaña ordenó traerlo. Sin embargo, en lugar de apoyo escuchó del Bautista esta desagradable acusación: "No te es lícito tener la mujer de tu hermano" (Mc. 6:18).

Estas palabras irritaron especialmente a Herodías quien usó toda su influencia para incitar a Herodes para que eliminase a Juan. Temeroso del pueblo, Herodes no se atrevió a matar a Juan, y solo optó por encarcelarlo en la fortaleza de Maqueronte. Según el testimonio de san Marcos, Herodes respetaba a Juan, lo consideraba un hombre recto y santo y aceptaba más de una vez su consejo. Como toda persona de carácter débil, Herodes quiso acallar su conciencia haciendo unas cuantas buenas obras (sugeridas por el Bautista) para así compensar su pecado capital tan combatido por Juan. Herodes inclusive disfrutaba escuchar al Bautista pero no estaba dispuesto a renunciar a su pecado y finalmente, privó de su libertad a Juan en beneficio de la malvada Herodías.

Así concluyó el ministerio de Juan, el último de los profetas véterotestamentarios.

 

Partida de Nuestro Señor a Galilea. Conversación con la mujer samaritana.

(Mt. 4:12; Mc. 1:14; Lc. 4:14; Jn. 4:1-42.).

Los cuatro Evangelistas hablan sobre la partida del Señor a Galilea. San Mateo y san Marcos destacan que esto ocurrió luego del encarcelamiento de Juan el Bautista, mientras que san Juan agrega que el motivo de la partida de Nuestro Señor fue el rumor de que Jesús realizaba mayores milagros y convocaba mas gente que Juan el Bautista aunque, como dice el Evangelio de Juan, Jesús no bautizaba sino Sus discípulos. Encarcelado Juan, todo el odio de los fariseos se concentró sobre Jesús, Quien comenzó a parecerles mas peligroso que el Bautista. Aún no había llegado la hora de Su pasión y Jesús, para evitar la persecución de Sus envidiosos enemigos, abandona Judea y se dirige a Galilea. El Evangelio de san Juan es el único que refiere la conversación de Nuestro Señor con la samaritana ocurrida en el camino a Galilea.

La ruta del Señor atravesaba Samaría, región situada al norte de Judea y que había pertenecido a tres de las tribus de Israel: Dan, Efrem y Manasés. En esta región se hallaba la ciudad de Samaría, antigua capital del reino de Israel. El rey asirio Salmanasar conquistó aquel reino, tomó por esclavos a los israelitas reemplazándolos por paganos de Babilonia y otros lugares. De la fusión de estos colonos con los judíos restantes nacieron los samaritanos. Ellos aceptaban el Pentateuco de Moisés, adoraban a Jehová pero sin dejar de servir a sus propios dioses. Cuando los judíos retornaron de su cautiverio en Babilonia y comenzaron a erigir el templo de Jerusalén, los samaritanos quisieron también participar en ese emprendimiento. Sin embargo, al ser rechazados por los judíos, construyeron su propio templo en el monte Garizim. Aunque los samaritanos aceptaban los libros de Moisés, rechazaban los escritos de los profetas y todas las tradiciones: por estas razones los judíos consideraban que los samaritanos eran peores que los paganos, y evitaban todo contacto con ellos menospreciándolos y aborreciéndolos.

Al pasar por Samaría, el Señor y Sus discípulos se detuvieron a descansar cerca de un pozo, que según la tradición, había sido excavado por Jacob, cerca de la ciudad de Siquem, llamada Sicar (llamada burlonamente "shikar" que significa embriagar o "sheker" que quiere decir "mentira") por el Evangelista Juan. El Evangelio señala que "era la hora sexta" (el mediodía según nuestro horario), el momento mas caluroso del día que invitaba al imprescindible descanso. Los discípulos de Jesús habían ido a la ciudad a comprar provisiones. Mientras tanto "Llegó una mujer samaritana a sacar agua" y Cristo le dijo: "Dame de beber." Al reconocer en Jesús a un judío por Sus ropas y Su manera de hablar, la samaritana expresa su asombro ante el hecho que un judío se dirija a ella pidiéndole agua, sabiendo el odio y desprecio que los judíos sentían por los samaritanos. Pero Jesús, que había venido al mundo a salvar a todos, no solo a los judíos, le dice a la mujer que si ella supiese con Quien estaba hablando y que gran fortuna Dios le había enviado en este momento, no haría tales preguntas. Si ella pudiera saber Quien le dice "Dame de beber," entonces sería ella la que hubiera rogado a Jesús saciar su sed espiritual y revelarle el misterio que todos anhelan conocer: Él le daría "agua viva" es decir la gracia del Espíritu Santo (ver Jn. 7:38-39).

La samaritana no comprendió al Señor, creyendo que el agua viva era la del fondo del pozo. Entonces, se dirigió a Jesús preguntándole: "Señor, tu no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo; ¿de dónde sacas pues esa agua? ¿Eres tú acaso más poderoso que nuestro padre Jacob? Él nos dejó este pozo. Y de aquí bebió él y bebieron sus hijos y su ganado" (Jn. 4:12). Ella recordó con orgullo y amor al patriarca Jacob, pues él había legado este pozo a su descendencia. Luego el Señor abre la mente de la samaritana al mas sublime entendimiento de Sus palabras: "Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed. Pero el que beba del agua que Yo le dé, nunca jamás tendrá sed. El agua que Yo le daré se convertirá en manantial que fluye hasta la vida eterna" (Jn. 4:13-14). En la vida espiritual el agua bendita tiene un efecto diferente al del agua terrenal en la vida física. Aquél que está lleno de la gracia del Espíritu Santo jamás sentirá sed espiritual, porque todas sus necesidades espirituales habrán sido satisfechas; mientras que aquél que bebe el agua física, tanto como aquél que satisface alguna otra necesidad terrenal, sacia su sed por algún tiempo y pronto "tendrá sed de nuevo." Es más, el agua bendita habitará en el hombre estableciendo una fuente dentro de él, que fluyendo a borbotones lo llevará a la vida eterna es decir, hará de esa persona un comulgante de la vida eterna.

La mujer continuaba sin comprender al Señor y pensando que Él se refería al agua común — solo que a un tipo especial de agua que saciaba la sed para siempre — le pide al Señor un poco de ese agua, de manera de no necesitar volver más al pozo por agua. Jesús, queriendo que la samaritana comprenda que ella no está hablando con un hombre común, primero le ordena llamar a su marido y luego la acusa no sólo de haber tenido varios hombres, sino de mantener ahora una relación adúltera. Al ver que delante suyo había un profeta, que conoce todo secreto, la mujer se dirige a Él buscando la solución del problema que tanto atormentaba a los samaritanos en su relación con los judíos: ¿Quién tiene la razón en la discusión sobre el lugar en el que debe adorarse a Dios? ¿Los samaritanos, quienes siguiendo a sus antepasados construyeron el templo en el monte Garizim o los judíos, quienes aseguraban que solo era permitido adorar a Dios en Jerusalén? Basados en las directivas de Moisés en Dt. 11:29, de bendecir al monte Garizim, los samaritanos lo eligieron como lugar de adoración. Aunque su templo, erigido allí, fue destruido por Juan Hircano en el año 130 AC., ellos continuaron ofreciendo sus sacrificios entre sus ruinas. El Señor responde al entredicho explicando que es un error pensar que se debe adorar a Dios en un lugar específico. El conflicto entre samaritanos y judíos pronto carecería de sentido pues tanto el ritual judío como el samaritano cesarían en un futuro cercano. Esto se cumplió cuando los samaritanos, diezmados por los soldados, se desilusionaron de la importancia de su montaña, mientras que Jerusalén era destruida por los romanos en el año 70 DC y el templo, quemado.

Sin embargo, el Señor muestra Su preferencia por el culto judío, teniendo en cuenta que los samaritanos solo habían aceptado el Pentateuco de Moisés, rechazando los escritos proféticos, que contenían una detallada descripción de la personalidad del Mesías y Su Reino. "La salvación [viene] de los judíos," pues el Redentor de la humanidad proviene del pueblo judío. Luego Nuestro Señor, desarrollando su afirmación inicial dice: "Llega la hora" (ya que el Mesías había aparecido), indicando que es el tiempo de una nueva y sublime adoración a Dios, que no está restringida a lugar alguno sino que ha de extenderse por todas partes, pues se realizará en espíritu y en verdad. Solo esta adoración es genuina, por corresponder a la naturaleza de Dios mismo, Quien es Espíritu. Adorar a Dios en espíritu y verdad significa tratar de agradar a Dios no solo en lo exterior, sino a través de una lucha sincera y pura con toda la fuerza del ser espiritual, para Dios, como Espíritu. No a través de sacrificios propiciatorios, a la manera de los judíos y samaritanos en su creencia que era el único camino para honrar a Dios; si conociendo y amando a Dios sin falsedad ni hipocresía, complaciéndolo al cumplir sus mandamientos. Adorar a Dios "en Espíritu y verdad" de modo alguno excluye el lado ritual de la veneración como algunos falsos maestros y sectarios intentan afirmar cuando exigen primacía para estas formalidades. Sin embargo, no hay nada reprochable en este aspecto formal de la veneración: es esencial e inevitable pues el ser humano es alma y cuerpo. El propio Jesucristo físicamente adoraba a Dios Padre, de rodillas y postrado en suelo, sin rechazar semejante adoración hacia Él mismo por parte del pueblo durante Su vida en la tierra (ver Mt. 2:11; Mt. 14:33; 15:22; Jn. 11:21 y 12:3 y muchas otras citas).

La samaritana de algún modo comienza a comprender el significado de las palabras de Cristo: "Sé que vendrá el Mesías, el llamado Cristo; cuando Él venga nos hará saber todas las cosas." Los samaritanos también esperaban al Mesías, llamándolo Ha Taeb, basando sus expectativas en las palabras del Pentateuco: Gen. 49:10, Num. 24 y especialmente las palabras de Moisés en el Dt. 18:18. La concepción que tenían los samaritanos del Mesías era menos distorsionada que la de los judíos pues lo aguardaban como un profeta y no como un caudillo político. Por eso Jesús tardó mucho en proclamarse Mesías ante los judíos, en cambio, a esta humilde mujer samaritana le manifestó directamente que Él era el Mesías-Cristo prometido por Moisés: "Ese soy Yo, le dijo Jesús, Yo que te estoy hablando." Extasiada de alegría al ver al Mesías, dejó caer el cántaro y corrió a la ciudad para anunciar a todos la llegada del Mesías para Quien todos los corazones son conocidos, habiéndole revelado a ella su pasado. En este momento llegaron sus discípulos sorprendidos de encontrar a Su Maestro dialogando con una mujer, lo cual era condenado por las reglas rabínicas: "no hables demasiado con una mujer," "nadie debe hablar con una mujer en el camino, ni siquiera con la legítima esposa," "es preferible quemar las palabras de la ley que enseñarlas a una mujer." Sin embargo, reverenciando a Su Maestro los discípulos no mostraron su asombro y sólo Le pidieron que probara el alimento que habían traído.

El hambre que Jesús sentía en ese momento fue ahogado por Su felicidad al ver la conversión de aquel pueblo samaritano preocupado por su salvación. Cristo se regocijaba porque la semilla sembrada por Él hubiera comenzado a dar sus frutos. Él rehusó aplacar su hambre y replicó a Sus discípulos que el alimento verdadero para Él era llevar a cabo la tarea de salvar a la humanidad encomendada por Dios Padre. Los habitantes de Samaría que se acercaban a Él, le parecían a Cristo un trigal maduro para la cosecha, mientras que en los campos la cosecha está lista recién a los cuatro meses. Es habitual que coseche el que siembra la semilla en la tierra: al sembrar las semillas en las almas, la cosecha espiritual va mas a menudo a los demás, pero el sembrador también se regocija, pues él sembró para otros y no para sí mismo. Por eso Cristo dice que Él envía a los Apóstoles a cosechar en el trigal espiritual que no fue cultivado por ellos sino por otros, los profetas del Antiguo Testamento y por Él mismo. Estaba dando estas explicaciones cuando se le acercaron los samaritanos. Muchos creyeron en Cristo "por la palabra de la mujer," pero fueron muchos más los que creyeron "por Su palabra." Fue así que lo invitaron a quedarse con ellos y Él pasó en aquel pueblo dos días. Al escuchar las enseñanzas del Nuestro Señor, se convencieron de que Él era en verdad Cristo, el Salvador del mundo.

 

Cristo el Salvador se establece en Galilea e inicia Su prédica.

(Mt. 4:13-17; Mc. 1:15; Lc. 4:14-15; Jn. 4:43-45).

Los cuatro Evangelistas se refieren a la llegada de Nuestro Señor a Galilea y el comienzo de Su prédica. Llegado a Galilea, Él dejó Nazareth, la ciudad paterna, testimoniando que nadie es profeta en su tierra, para establecerse frente al mar, en Cafarnaum, perteneciente a las tribus de Zabulón y de Neftalí. San Mateo advierte en esto el cumplimiento de la profecía de Isaías: "El tiempo primero ultrajó a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí, así el postrero honró el camino del mar, allende el Jordán, el distrito de los Gentiles. El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande" (Is. 9:1-2).

Los galileos recibieron con agrado a Jesús, pues también ellos visitaban Jerusalén en ocasión de la Pascua y habían visto todo lo que Jesús había hecho allí. Muy pronto su fama se extendió por todas las regiones y Jesús recorría Galilea enseñando en sus sinagogas. Él dio comenzó Su tarea predicadora con las palabras: "¡Arrepentíos, pues se aproxima el Reino de los Cielos!" Es de destacar que éstas Sus palabras son las mismas con las que inició su predicación san Juan el Bautista. Nuestro Señor vino para establecer entre la gente un nuevo Reino, un nuevo orden, tan diferente a la vida pecaminosa. Era, en verdad, imprescindible que la gente abandonando lo antiguo, renaciese a través del arrepentimiento, es decir a través de un completo cambio interior. El arrepentimiento es la modificación total de pensamientos, sentimientos y aspiraciones.

Desde el momento en el que el Señor llegó desde Judea, Galilea se transformó en sede habitual de Su actividad. Esta era una región pequeña en cuanto a su territorio, pero muy poblada. Sus habitantes no sólo eran judíos, sino también fenicios, árabes e incluso egipcios. La extraordinaria fertilidad del suelo galileo atraía multitud de colonos que formaron un sólo pueblo con los residentes locales. La judía era la religión predominante, aunque vivían allí muchos gentiles y por ello se la conocía como "el distrito de los Gentiles".

La motivación era doble, por un lado la ignorancia religiosa de los galileos y por otro, su mayor libertad en cuanto a los prejuicios religiosos de los judíos, en especial en lo concerniente al Mesías. Todos los discípulos del Salvador eran naturales de Galilea y Sus otros seguidores podían acompañarlo libremente a través de esta fértil región. Esto explica por qué Nuestro Señor eligió Galilea como sitio principal de Su actividad predicadora. De este modo, los galileos en verdad se volvieron más receptivos a las enseñanzas de Jesús que los judíos soberbios.

 

Curación del hijo de un funcionario de la corte en Caná.

(Jn 4:46-54).

Camino a Cafarnaum, Nuestro Señor llegó otra vez a Caná donde había realizado Su primer milagro: la conversión de agua en vino. Habiéndose enterado de esto, un funcionario de la corte de Herodes se presentó ante Jesús para pedirle que fuese a Cafarnaum a curar a su hijo moribundo. "Jesús le replicó: Vosotros no creéis si no es viendo señales y prodigios." Nuestro Señor dice que la fe basada en la contemplación de los milagros es menor que aquella que se fundamenta en la compresión de Su enseñanza Divina, pura y sublime. La fe nacida de milagros exige mas y mas milagros para sustentarse, pues los anteriores se vuelven habituales y cesan de asombrar. Además, el hombre que solo reconoce la enseñanza que se acompaña de milagros puede caer con facilidad en el engaño, aceptando la mentira como verdad, pues los milagros puede ser falsos, satánicos. Por ello la Palabra de Dios nos previene sobre el cuidado que se debe tener con los milagros (Dt. 13:1-5). Apenado, Nuestro Señor se refiere a la falta de discernimiento de los galileos. Al reproche de Jesús el funcionario de la corte insiste en su ruego, mostrando así su fe. Entonces, Jesús cura al hijo a distancia diciendo: "Vete, que tu hijo está bien." Los sirvientes del funcionario, impresionados por la maravillosa curación del moribundo, salieron a su encuentro para contarle la feliz noticia que la fiebre de su hijo había cesado. El padre, habiendo creído en la Palabra del Señor, preguntó sobre la hora en que ocurrió la mejoría pues creía que la curación se daba paulatinamente. Entonces supo que ésta había ocurrido en el mismo instante en que escuchó decir a Jesús: "Tu hijo está bien." "Y creyó él y toda su casa." Con cierta probabilidad el funcionario del relato era Cusa, cuya mujer, llamada Juana, luego fue seguidora de Jesús.

Este fue el segundo milagro de Jesucristo en Galilea.

 

Jesús convoca a los pescadores.

(Mt. 4:18-22; Mc. 1:16-20; Lc. 5:1-11).

Tres Evangelistas: Mateo, Marcos y Lucas narran el llamado a los primeros Apóstoles. Mateo y Marcos son concisos, sólo afirman el hecho. San Lucas, en cambio, describe con mas detalle la pesca milagrosa que precedió al llamado de Cristo. El Evangelio de san Juan recuerda que desde su encuentro en el Jordán siguieron al Señor Andrés y Juan, luego vinieron Simón, Felipe y Natanael. Sin embargo, al regresar con Jesús a Galilea, ellos poco a poco retornaron a su anterior actividad de pescadores. El Señor nuevamente los convoca a seguirlo, ordenándoles dejar la pesca y consagrarse a otro menester — volverse pescadores de hombres para el Reino de Dios.

El rumor de la llegada del Mesías se difundió con rapidez por toda Galilea y las multitudes confluían para escuchar las enseñanzas de Jesús. En cierta ocasión, hallándose Jesús en la ribera del lago de Genesareth (también llamado mar de Genesareth aparentemente por las fuertes tempestades que allí ocurren), era tal la multitud agolpada a Su alrededor que debió subir a una de las barcas para alejarse de la orilla y enseñar desde allí a su numeroso auditorio. Al concluir Su prédica el Señor ordenó a Simón, propietario de la barca, adelantarse en el mar y echar las redes. Simón, pescador experimentado, que había trabajado toda la noche sin fortuna, estaba convencido de que un nuevo intento sería infructuoso. No obstante, echó las redes y recogió tal cantidad de peces que la red se rompía. Pedro y Andrés hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, Santiago y Juan, para que vinieran a ayudarles. La pesca fue tan abundante que al llenar las dos barcas éstas comenzaron a hundirse. Sobrecogido, con un temor reverencial, Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí Señor, que soy un hombre pecador." Con estas palabras él quiso expresar el grado de su indignidad frente a la grandeza y el poder del Taumaturgo. El Señor tranquiliza a Pedro con humildad y anuncia su futuro y sublime designio. Según atestiguan Mateo y Marcos, Nuestro Señor dijo a los hermanos Pedro y Andrés: "Venid en pos de mí y Yo os haré pescadores de hombres," y luego, llamó a los otros hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Ellos, dejando sus redes y a su padre, siguieron a Jesús.

 

El poder de la enseñanza de Cristo. Curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaum.

(Mc. 1:21-28; Lc. 4:31-37).

Cafarnaum fue el principal lugar de residencia del Señor Jesucristo en Galilea. Tanto es así que se transformó en "Su ciudad" y también allí, le fue requerido como al resto de los habitantes el pago del tributo (Mt. 17:24; 9:1). Cafarnaum se encontraba en el límite de dos soberanías: Galilea e Iturea; sobresalía por su clima propicio, su abundancia material y tenía todos los antecedentes para que allí acudieran a reunirse las multitudes deseosas de escuchar a Jesús. Viviendo en Cafarnaum Cristo enseño en las sinagogas los días sábados.

Las sinagogas eran casas en las que los judíos se reunían para rezar. Los oficios Divinos y sacrificios propiciatorios debían llevarse a cabo únicamente en el templo de Jerusalén. Sin embargo, durante su cautiverio en Babilonia los judíos experimentaron la extrema y colectiva necesidad de reunirse para orar y leer los libros de la ley. Los lugares de reunión fueron llamados sinagogas.

Al retornar del cautiverio las sinagogas se transformaron en atributo indispensable de cada colonia judía, tanto en Palestina, como en todos los otros lugares de la diáspora. En cada sinagoga había un arca en la que se guardaban los libros de la ley; una cátedra, desde la que se leían los libros de la ley y de los profetas y un auditorio. Cualquier persona que reconocía tener capacidad para leer y explicar la ley y las profecías podía hacerlo. El lector permanecía de pie durante la lectura y tomaba asiento cuando comenzaba su explicación de lo leído.

Acostumbrados como estaban a escuchar la palabra sin vida de los maestros escribas y fariseos, los galileos estaban asombrados al escuchar la palabra viva del Señor. Aquellos hablaban como esclavos de la ley en tanto que la palabra de Jesús "iba acompañada de autoridad." Los escribas y fariseos no entendían la ley, distorsionaban su significado y por ello hablaban sin convicción y sin convencer a nadie. Jesús hablaba de lo que era Suyo, de lo que Él había escuchado de Su Padre y por eso hablaba con autoridad, con convicción y persuasión, lo cual produjo una fuerte impresión en Sus oyentes.

En una oportunidad en la que Jesús enseñaba en una sinagoga de Cafarnaum, se presentó allí un hombre poseído por un espíritu impuro. Inesperadamente este hombre comenzó a gritar: "¿Qué hay entre Tú y nosotros Jesús Nazareno? Has venido a destruirnos. Conozco Quién eres, Tú eres el Santo de Dios." Esta involuntaria confesión de la verdad arrancada por la presencia del Hijo de Dios fue el gemido de un aterrorizado esclavo de las profundidades, que fingida y lisonjeramente fueron dichas con la intención de evitar sobre sí el juicio; el lamento de un esclavo que se imagina las torturas y tormentos que lo esperan cuando encuentre a Su Señor. Tal vez, con esta confesión el enemigo esperaba minar la confianza de la gente en Jesucristo y nosotros vemos como el Señor le prohibió atestiguar sobre Él ordenándole: "Cállate y sal de él." El poseso cayó de inmediato en medio de la sinagoga y se incorporó absolutamente sano, pues el demonio había salido de él obedeciendo la orden de Jesús. Ambos Evangelistas subrayan la extraordinaria y fuerte impresión que causó a todos la curación de aquel poseso.

 

Curación de la suegra de Pedro y de muchos otros.

(Mt. 8:14-17; Mc. 1:29-34; Lc. 4:38-41).

San Marcos y san Lucas relatan este milagro en inmediata relación con el episodio anterior. Saliendo de la sinagoga, el Señor entró en la casa de Simón Pedro, tal vez para comer pan. La suegra de Pedro, según advierte san Lucas, el Evangelista médico, se encontraba gravemente enferma padeciendo una "fiebre elevada." Con una sola palabra de Jesús la fiebre desapareció de inmediato, a punto tal que la mujer recuperó sus fuerzas, "se levantó y se puso a servirles." La expulsión de un espíritu maligno de un endemoniado en la sinagoga y la posterior curación milagrosa de la suegra de Pedro produjeron un fuerte impacto en el pueblo.

Luego del atardecer (era sábado) la multitud empezó a llevar enfermos y posesos a las puertas de la casa de Simón, de tal manera que pronto, la ciudad entera se hallaba reunida allí; y el Señor curó a muchos de sus dolencias y expulsó muchos demonios.

San Mateo demuestra en su Evangelio que Jesús es el Redentor anunciado por los profetas y aclara que en esta curación masiva se cumplió la profecía de Isaías: "Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras dolencias." Tomar las debilidades significa removerlas del que las padece y destruirlas; cargar con las dolencias significa aliviarlas y curarlas.

No deseando escuchar testimonio alguno de los espíritus malignos, el Señor les prohibió pronunciar a través de los labios de los poseídos, que Él es Cristo, el Hijo de Dios.

 

Enseñanzas y obras del Señor en Galilea.

(Mt. 4:23-25; Mc. 1:35-39; Lc. 4:42-44).

Cristo, el Salvador, como hombre sufrió la extenuación física luego de tantos esfuerzos y en este sentido puede decirse que Él tomó sobre Sí nuestras debilidades y cargó con nuestras dolencias.

Así, la mañana siguiente, muy temprano, el Señor se retiró a orar en un lugar solitario y así descansar y recobrar Sus fuerzas lejos de la gente. Sin embargo, la multitud se agolpaba una vez más en la casa de Simón y al enterarse que Jesús no estaba allí, comenzaron su búsqueda. Viendo esto Simón y quienes lo acompañaban, Andrés, Santiago y Juan, también salieron a buscarlo y al dar con Él le pidieron que volviera a la ciudad donde todos lo esperaban.

El Señor les respondió que Él debía predicar en otros pueblos y aldeas: "Para eso he venido, para eso he sido enviado," es decir, para llevar la Buena Nueva a todos.

Saliendo de Cafarnaum, Jesús recorrió toda Galilea predicando y realizando milagros. Su fama se extendió mas allá de los límites de Galilea, a través de toda Siria, y los enfermos de tierras distantes fueron traídos a Él: desde Decápolis, Judea, Jerusalén y desde la otra ribera del Jordán y Él curó a todos. La muchedumbre lo seguía y escuchaba Sus enseñanzas.

 

Sermón de Jesucristo en la sinagoga de Nazareth.

(Lc. 4:16-30).

El santo Evangelista Lucas sitúa este acontecimiento en el comienzo de la predicación del Señor anteponiendo esta breve cita: "Y Su fama se extendió por todas las regiones circunvecinas. Él enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan" (Lc. 4:14-15). En estas palabras, así como del relato de este evento, se advierte que Nuestro Señor no vino a Nazareth en el comienzo mismo de Su ministerio público como podría pensarse, sino mucho mas tarde, luego de realizar numerosos milagros en Cafarnaum referidos con anterioridad. Por otro lado, los Evangelios de Mateo y Marcos parecen asignar este hecho a un período mucho mas tardío. Un versado intérprete del Evangelio, el Obispo (ahora santo) Teófanes el Recluso, considera que la visita del Señor a Nazareth, relatada por san Mateo (Mt. 13:53-58) y san Marcos (6:1-6) difiere de lo relatado por san Lucas. Es cierto que, a pesar de todas las similitudes, hay en estas descripciones diferencias muy substanciales. Hay que decir que es casi imposible establecer una precisa e indiscutible sucesión cronológica de los hechos de los Evangelios, pues cada Evangelista tenía su propio sistema narrativo acorde con la finalidad propuesta, sin que la cronología exacta fuese un objetivo primordial.

Llegado a Nazareth, Jesús entró en la sinagoga y comenzó con la lectura del libro de Isaías, en cuyo texto el profeta se refiere figurativamente al Mesías y al propósito de Su Venida. Hablando a través de los labios del profeta, el Mesías afirma que Él fue enviado por Dios para dar la buena nueva a los pobres y miserables, anunciándoles que el Reino de Dios, el Reino de amor y misericordia está muy cerca de ellos. Los judíos no dudaron que la profecía se refería al Mesías y por ello cuando el Señor Jesucristo dijo: "Hoy se cumple ante vuestros ojos este pasaje de la escritura," no les quedó otra alternativa que reconocerlo como el Mesías. Muchos en verdad estaban dispuestos a reconocerlo como Mesías, conociendo y recordando los milagros obrados por Él. Sin embargo, entre los asistentes a la sinagoga, también había escribas y fariseos, cuya predisposición era hostil hacia Él, pues tenían una falsa concepción sobre el Mesías aguardado por ellos. Ellos consideraban que debía ser un rey terrenal, un líder nacional del pueblo judío que iba a conquistar a todas las naciones de la tierra y, siendo ellos sus principales allegados, los situaría en la cima del poder.

Las enseñanzas del Señor sobre un Reino para los pobres y contritos de corazón eran inadmisibles para escribas y fariseos. Del mismo modo, el resto de los judíos, aunque deleitados con las beatíficas palabras del Señor, aún no se decidían a reconocer en el hijo del humilde carpintero al Mesías y solo se asombraban por Su sabiduría y los milagros que Él realizaba. Entonces, el Señor, no queriendo recurrir a milagros para probar Su Divino origen ante los incrédulos, recordó dos ejemplos de la historia de los profetas Elías y Eliseo, señalándoles así que los judíos eran indignos de tales signos milagrosos.

Al escuchar esta amarga verdad los judíos interpretaron que Jesús, a Quien ellos acostumbraban a tratar como un igual y no un superior, los había degradado a ellos — los orgullosos judíos — por debajo de los paganos, "se llenaron de furia" y lo llevaron fuera de la ciudad, a lo mas alto de la colina sobre la que estaba edificada, para arrojarlo desde allí, pero la misteriosa fuerza de Dios impidió que ellos cometieran semejante crimen y "Él, pasando por medio de ellos, se fue."

 

Curación del leproso.

(Mc. 1:40-45; Lc. 5:12-16).

La curación de un leproso es relatada también por el Evangelio de san Mateo (Mt. 8:1-4), sin embargo, un destacado intérprete como el obispo Teófanes, considera a éste un milagro especial realizado por Nuestro Señor después del Sermón de la Montaña, mientras que san Lucas dice que esto ocurrió en la ciudad. De todas las enfermedades de oriente, mencionadas en la Biblia, la lepra es la mas terrible y repugnante. Se evidencia con manchas en la piel, semejantes al liquen, aparece en la cara, en la vecindad de la nariz y los ojos, distribuyéndose por todo el cuerpo. La cara se hincha, la nariz se seca y se vuelve afilada, se pierde el olfato, los ojos se vuelven llorosos y enrojecen, la voz se hace ronca y los cabellos caen, la piel se torna áspera y se agrieta, aparecen ulceraciones hediondas, de la boca desfigurada e inflamada fluye saliva maloliente; las articulaciones de manos y pies se entumecen, todo el cuerpo envejece, se desprenden las uñas y las falanges, hasta que la muerte pone fin a los sufrimientos del desdichado. Los leprosos arrastran su enfermedad muchas veces desde la infancia, durante 30, 40 e incluso 50 años. Moisés, en el Levítico (Lev. 13), da precisas directivas concernientes al trato que se debe dar a los enfermos de lepra. El sacerdote debía investigar la enfermedad y para evitar su contagio los enfermos eran alejados de la comunidad.

Por cierto que el leproso del relato evangélico, animado por una profunda fe, infringe resueltamente la ley que le prohibía acercarse a los sanos, sintiendo que aquí se encuentra ante él mismo Señor de la ley. Su ruego es de una humildad tan profunda como la fe en el poder curativo del Señor.

Nuestro Señor lo toca al curarlo, demostrando con ello que Él no está sujeto por la ley, que para el Puro no existe nada impuro, revelando con este gesto Su profunda misericordia por el infortunado. Cristo dice: "¡Quiero, queda limpio!" y con esto indica Su poder Divino. Él le ordena que se presente al sacerdote, para cumplir la ley de Moisés, y que no cuente a nadie lo ocurrido. El principal motivo por el que Nuestro Señor prohibía la divulgación de Sus milagros se advierte en la mansedumbre con la que el Hijo de Dios se humilló y tomó la forma de siervo para nuestra salvación. Él no quería para Sí la gloria de los hombres (ver Jn. 5:41) sobre todo porque Su gloria, como Taumaturgo, podría reforzar en el pueblo falsas expectativas sobre el Reino del Mesías, las que eran combatidas por el Señor. Nuestro Señor ordena al leproso, ahora sano, presentarse ante el sacerdote "para que certifique la verdad del hecho y autorice su integración a la comunidad" dejando bien en claro que el Señor no transgrede la ley sino que la cumple.

 

Curación del paralítico en Cafarnaum.

(Mt. 9:2-8; Mc. 2:1-12; Lc. 5:17-26).

Tres Evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas concuerdan en sus relatos sobre la curación del paralítico. Marcos sitúa lo ocurrido en Cafarnaum, mientras que Mateo dice que Nuestro Señor realizó este milagro cuando vino a "Su ciudad." En efecto, así se llamaba Cafarnaum según el testimonio de san Juan Crisóstomo: "Jesús nació en Belén, fue criado en Nazareth mas vivió en Cafarnaum." Marcos y Lucas dicen que a causa del gentío que había en la casa donde estaba Jesús, los hombres que llevaban al paralítico en una camilla, no encontraban por donde ingresarlo, así que subieron a la azotea y lo bajaron con camilla y todo a través del techo. Cabe suponer que este techo estaba formado de tablones y pieles que servían en épocas calurosas para cubrir el patio interno de la casa, rodeado a los cuatro lados, de construcciones con techos planos a los que se subía fácilmente con escaleras. Solo una firme creencia pudo animar a los hombres que llevaban al paralítico a actuar con tanta audacia. Al ver la fe de aquellos hombres Cristo exclamó: "Ánimo hijo mío, tus pecados quedan perdonados," indicando con ello el nexo existente entre el pecado y la enfermedad. Según la enseñanza de la Palabra de Dios, las enfermedades son consecuencia de los pecados (Jn. 9:2; Santiago 5:14-15) y son enviadas por Dios en algunos casos para el castigo por los pecados (I Cor. 5:3-5, 11:30.)

A menudo entre la enfermedad y el pecado existe una relación evidente como por ejemplo, las enfermedades surgidas del alcoholismo y el libertinaje. Por ello, para curar la enfermedad es necesario quitar el pecado, perdonarlo. Por lo visto, el paralítico se veía a sí mismo como un gran pecador y apenas esperaba ser perdonado. Esta es la razón por la que Nuestro Señor lo reconforta con las palabras: "¡Ánimo, hijo!"

Los escribas y fariseos presentes, viendo en las palabras de Cristo una indebida apropiación de autoridad perteneciente sólo a Dios, lo condenaban en sus pensamientos por considerar Sus palabras una blasfemia. El Señor conocía los pensamientos de los fariseos y escribas y así se los hizo saber: "¿Qué es mas fácil, decir al paralítico: tus pecados quedan perdonados o decirle: levántate y anda?" Para una y otra cosa se requiere similar autoridad Divina.

"Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, yo te lo mando (dice dirigiéndose al paralítico): Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa." San Juan Crisóstomo da una excelente explicación sobre la coherencia de este discurso: "Más el perdón es invisible y la curación visible; yo pues antepongo lo menos a lo más, a fin de que lo más e invisible quede demostrado por lo menos y visible." El milagro de la curación confirmó que Cristo, dotado con el poder Divino, no en vano dijo al paralítico: "Tus pecados te son perdonados." Sin embargo, no debe pensarse que Nuestro Señor realizó este milagro con el único deseo de convencer a los fariseos de Su Divina omnipotencia. Este milagro, como todos los demás, fue el acto de Su Divina bondad y misericordia. El paralítico dio testimonio de su completa recuperación al portar la camilla en la cual él había sido traído al Señor. El resultado de este milagro fue que el pueblo se asombró y alabó a Dios por conceder semejante poder a los humanos; es decir, es evidente que, como los fariseos, la gente común tampoco creía en Jesús como el Hijo de Dios, sino que lo consideraba sólo un hombre.

 

La vocación de Mateo.

(Mt. 9:9-17; Mc. 2:13-22; Lc. 5:27-39).

Este evento es narrado tanto por Mateo como por los evangelistas Marcos y Lucas. Mateo se llama a sí mismo con este nombre, mientras los otros lo llaman Leví.

Al salir de la casa después de la milagrosa curación del paralítico, Jesús vio a un hombre sentado en su puesto de recaudador de tributos, de nombre Mateo o Leví, y le dijo: "Sígueme." De inmediato, Mateo se levantó y siguió a Jesús. Los publicanos o recaudadores de impuestos como Mateo, eran considerados por los judíos como las personas mas pecadoras y despreciables, porque cobraban los tributos en beneficio de las autoridades romanas. Además de cobrar los tributos, los publicanos tenían un ansia desmesurada por las ganancias, recaudando así más de lo necesario, por lo que se ganaban el odio de la gente.

Tal era el poder de la palabra de Cristo que el publicano, un hombre acaudalado, dejó todo para seguir al Señor — Uno Quien no tenía siquiera un lugar para apoyar Su cabeza. Esto prueba que los pecadores, reconociendo sus pecados y dispuestos a un genuino arrepentimiento, están mas cerca del Reino de los Cielos que los fariseos orgullosos de su falsa rectitud.

Contento por el llamado del Señor, Mateo invitó a su casa a Cristo y Sus discípulos a un refrigerio. Según la costumbre oriental, los invitados a una comida no estaban sentados a la mesa, sino que se "reclinaban" en divanes especiales alrededor de una mesa baja, apoyando su codo izquierdo sobre un almohadón. Allí fueron invitados también los amigos de Mateo, publicanos como él, todos pecadores, según el entendimiento de los fariseos, a compartir la misma mesa con Cristo. Esto les dio la oportunidad a los fariseos para condenar al Señor por reunirse con los pecadores. "¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" — les preguntaron a los discípulos. San Juan Crisóstomo explica: "Calumnian al Maestro ante Sus discípulos, con la vil intención de alejarlos de Él," tendiendo un manto de sospecha sobre el Señor, insinuando que buscaba malas compañías. "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos" respondió Cristo a esta calumnia. El significado de estas palabras es: no hay necesidad del Salvador en aquellos que imaginan ser rectos como los fariseos, sino para aquellos que son pecadores. Como si el Señor dijera: "El lugar del médico está al lado del lecho del enfermo, mientras que Mi lugar es con aquellos que sufren al ser concientes de su dolencia espiritual — y Yo estoy con ellos, con publicanos y pecadores, como un médico está junto a sus pacientes." "Vayan y aprendan lo que esto significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios." Los fariseos consideraban que la rectitud consistía en ofrecer los sacrificios establecidos por la ley, olvidando las palabras de Dios pronunciadas en boca del profeta Oseas: "Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, mas que holocaustos" (Os. 6:6). Cristo parece decirles: "Recuerden que sus ofendas, su piedad formal no tienen ningún valor ante los ojos de Dios sin amor por los semejantes, sin obras de misericordia." "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores." Cristo quiere decir: "He venido para que los pecadores se arrepientan y se rectifiquen. He venido a llamar al arrepentimiento no a aquellos que se creen justos y suponen que no deben arrepentirse de nada, sino a quienes se reconocen pecadores con humildad y piden misericordia a Dios." Es cierto que el Señor ha venido a salvar a todos, incluso a quienes se presumen justos, pero hasta que ellos no abandonen sus presunciones de justicia y se reconozcan pecadores, su convocatoria será estéril y su salvación imposible.

Derrotados, los fariseos transfieren sus acusaciones a los discípulos del Señor, uniéndoseles los seguidores de Juan el Bautista, quienes, como ya hemos explicado, consideraban a su maestro superior a Jesús y reaccionaban con envidia al ver la creciente gloria del Señor. San Juan el Bautista fue un severo asceta y por cierto, enseñó a sus seguidores el ayuno mas estricto. Es probable que Juan ya estuviese encarcelado y por ello, sus discípulos profundizaron el ayuno. Los fariseos hicieron notar a los seguidores del Bautista que los discípulos de Cristo no observaban el estricto ayuno dispuesto por la ley. Entonces estos preguntaron al Señor: "¿Cómo es que los fariseos y nosotros estamos ayunando y tus discípulos no?" A esto Nuestro Señor respondió con las palabras del Bautista: "¿Acaso los invitados a las bodas están tristes mientras el Esposo está con ellos? Ya vendrán los días en que se les quitará el Esposo y entonces sí ayunarán." Esto significa: vuestro maestro Me llamó Esposo, llamándose a sí mismo amigo del Esposo, quien debía estar pleno de alegría. Por ello, mis discípulos como amigos del Esposo invitados a la boda, también se regocijan mientras estoy Yo con ellos, y este regocijo es incompatible con un ayuno estricto, que es expresión de tristeza y aflicción. Cuando llegue el día en el que ellos se queden solos en el mundo, entonces ayunarán. En memoria de estas palabras de Cristo nuestra santa Iglesia instituyó el ayuno de la Semana de la Pasión (Semana Santa) contiguo al ayuno de la Gran Cuaresma, y el ayuno en los días miércoles y viernes; justamente aquellos días en los que nos fue quitado el Esposo — los días de la traición, de Sus sufrimientos y muerte en la cruz. Cuando Cristo dice que para Sus discípulos no había llegado el momento de ayunar, desarrolla aun mas Su pensamiento con las siguientes palabras: "Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar una vestimenta vieja, porque el pedazo añadido tira de la vestimenta y la rotura se hace mas grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos porque los odres se rompen, el vino se derrama y los odres se arruinan. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos y así ambos se conservan!"

Según la interpretación de san Juan Crisóstomo el género y el vino nuevos representan al ayuno estricto, las exigencias severas en general, en tanto que la vieja vestimenta y los odres viejos son la debilidad, la fragilidad de los discípulos, que no están todavía preparados para los grandes esfuerzos espirituales. Es como si el Señor dijera: "Aún no es momento de imponerles pesados mandamientos y hábitos, pues Mis discípulos todavía son débiles, no han sido renovados, no han renacido por la gracia del Espíritu Santo." Aquí Nuestro Señor protege a Sus discípulos con verdadero y condescendiente amor de Padre.

 

Segunda Pascua

Curación del paralítico en la Piscina Probática.

(Jn. 5:1-16).

Este hecho es relatado sólo por san Juan, quien nos informa en su Evangelio acerca de las visitas del Señor a Jerusalén en cada día festivo. En esta ocasión en particular, no está claro qué día festivo era éste en que Nuestro Señor llegó a Jerusalén, aunque es muy probable que fuese Pascua o Pentecostés. Solo en este caso parece que el ministerio público del Señor duró tres años y medio, como desde antiguo era aceptado por la Iglesia, guiada por la cronología del cuarto Evangelio. Así, cerca de medio año transcurrió entre el Bautismo de Nuestro Señor y la primera Pascua, descripta en el segundo capítulo; luego un año más hasta la segunda Pascua, la que es mencionada en el quinto capítulo. Luego otro año más, hasta la tercera Pascua, descripta en el sexto capítulo. Finalmente, otro año, el tercero, hasta la cuarta Pascua, antes de la cual ocurrieron los sufrimientos del Señor.

En el Portal de las Ovejas, así llamado porque a través de él eran arriados los animales destinados al sacrificio en el templo, o porque a un costado había un mercado donde eran vendidos dichos animales. En el lado noreste de las murallas de la ciudad, camino a Getsemaní y al monte de los Olivos, a través de la corriente del Cedrón, había una piscina llamada Bethesda, que en hebreo significa "casa de misericordia" o de la piedad Divina: el agua de esa piscina provenía de un manantial curativo. Según el testimonio de Eusebio, todavía en el siglo V de la era cristiana la piscina tenía cinco pórticos. Este manantial curativo atraía mucha gente con diferentes enfermedades. No era éste un manantial común pues manifestaba su poder sanador sólo cuando el Ángel del Señor descendía y agitaba el agua, y era así que solo aquél que entraba a la piscina justo después de haber sido agitada el agua podía curarse; es evidente que el agua conservaba sus propiedades curativas por muy poco tiempo, para luego perderla.

Aquí, al lado de la piscina, yacía un paralítico que llevaba 38 años enfermo y que había casi perdido la esperanza de ser alguna vez curado. Además, como él explicó a Nuestro Señor, al no tener un asistente, era incapaz de utilizar el poder del manantial milagroso, pues no tenía la fuerza suficiente para sumergirse con rapidez, inmediatamente después de que el agua hubiera sido agitada. Nuestro Señor se apiadó de él, curándolo al instante con Su sola palabra: "Levántate, toma tu camilla y anda." Con esto el Señor mostraba la superioridad de Su gracia salvadora sobre los métodos del Antiguo Testamento. Como era sábado, los judíos, bajo cuyo nombre el Evangelista Juan denomina a los fariseos, saduceos y sabios judíos, todos hostiles a Nuestro Señor Jesucristo y quienes en lugar de expresar su felicidad ante la curación del desdichado, quien había padecido tanto tiempo, o de mostrar asombro por el milagro, se indignaron por el hecho de que el paralítico tuviese la audacia de violar el precepto del reposo sabático. Al verlo acarrear su camilla lo increparon, pero el paralítico curado, no sin algún atrevimiento, comenzó a justificarse afirmando que sólo llevaba a cabo las órdenes del Único Quien lo había curado y Quien para él tenía autoridad suficiente para relevarlo de cumplir ese precepto sabático tan mezquino. Con un dejo de desprecio los judíos le preguntaron al hombre: ¿Quién es la Persona que había tenido la audacia de permitirle violar el precepto sabático? El bienaventurado Teofilact hace una brillante acotación al respecto: "¡He aquí el sentido de la malicia! No preguntan Quién lo curó sino Quién le ordenó acarrear su camilla. No les interesa lo que es asombroso sino lo que es censurado." Aunque no estaban seguros, es muy probable que ellos pensaran que el Taumaturgo no era otro que el odiado Jesús de Nazareth, y por lo tanto no querían siquiera hablar del milagro. El paralítico curado no pudo responderles pues no conocía bien la fisonomía ni el nombre de Cristo.

Él acudió con prontitud al templo para agradecer a Dios. Aquí Jesús lo recibió diciendo: "Mira que has sido curado: no vuelvas a pecar, no te suceda algo peor." De estas palabras se infiere con claridad que una enfermedad alcanza a una persona como castigo por los pecados, y que Nuestro Señor advierte al paralítico curado sobre el peligro de reincidir en el pecado para no sufrir un mayor castigo. Al reconocer a Quien lo había curado, el antiguo enfermo, ingenuamente, fue a contarles a los enemigos de Cristo acerca de Él, para proclamar la autoridad de Jesucristo. Esto provocó un nuevo ataque de odio por parte de los judíos: "ellos buscaban matar a Jesús porque Él hacía tales cosas en sábado."

 

Sobre la igualdad del Padre y del Hijo.

(Jn. 5:17-47).

Los judíos querían matar a Jesús por transgredir el sábado. "Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: lo que hace Mi Padre, Yo también lo hago." Con estas palabras Jesús da testimonio sobre Sí Mismo, como el Unigénito Hijo de Dios. Esta idea fundamental contenida en la respuesta de Cristo a los judíos se desarrolla en lo que resta de su explicación.

Siendo Hijo de Dios, es natural que siga el ejemplo de Dios Padre, sin tener necesidad de cumplir los mandamientos dados a Adán y su descendencia. Dios Padre descansó al séptimo día de Su obra creadora aunque no descansó en lo que respecta a las obras de Su providencia. Los judíos comprendieron correctamente las palabras de Cristo: Él enseña Su igualdad con Dios Padre. Los judíos redoblaron sus acusaciones contra el Señor, diciendo que Él merecía la pena de muerte tanto por violar la ley del sábado como por blasfemar.

En los versículos 19-20 se expone la enseñanza sobre la igualdad de acción del Padre y el Hijo, conforme a la idea que en general se tenía de que todo lo que hace el Padre lo hace igualmente el Hijo, porque el Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que hace. En las palabras: "El Hijo no puede hacer nada por Sí mismo," no puede verse una justificación de la herejía de Arrio, pues como dice san Juan Crisóstomo: "El Hijo no hace nada contrario al Padre, nada que le sea extraño, nada inapropiado y contrario a la Voluntad del Padre." "Y mostrará obras mas grandes aún," es decir, no solo levantará de su lecho al paralítico, también resucitará a los muertos. En el versículo 21 se habla sobre la resurrección espiritual, el despertar de los muertos en espíritu a la santa y verdadera vida en Dios, junto a la resurrección universal de los cuerpos, teniendo ambas resurrecciones una estrecha unión interior entre sí.

La aceptación por parte del hombre de la vida espiritual y verdadera es ya el comienzo de su victoria sobre la muerte. Así, como el desorden del pecado es causa de la muerte, la vida verdadera del espíritu conduce a la vida eterna, vencedora de la muerte.

En los versículos 22-23 Nuestro Señor relaciona la resurrección espiritual con otra de Sus grandes obras — el Juicio. Aquí debe entenderse, en primer lugar, el juicio moral en la vida presente que conducirá hacia el ineludible y universal Juicio Final.

Cristo, siendo Vida y Luz, ha venido a un mundo espiritualmente muerto e inmerso en tinieblas. Aquellos que han creído en Él resucitaron a una nueva vida volviéndose Luz; quienes lo rechazaron, permanecen en la oscuridad y en la muerte espirituales. Es por esto que el juicio del Hijo de Dios sobre las personas se prolonga toda la vida y concluirá con el terrible y definitivo Juicio Final. El destino eterno de la humanidad se encuentra por completo bajo el poder del Hijo y por lo tanto Él debe ser respetado de la misma manera que se respeta el Padre: "El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre que lo ha enviado." Los versículos 24-29 contienen la futura imagen de la actividad vivificante del Hijo de Dios. La obediencia a las palabras del Salvador y la fe en Su ministerio constituyen las condiciones para recibir la vida verdadera en la que se encuentra la garantía de la bienaventurada inmortalidad.

"No está sometido al juicio" — significa: no será expuesto a la condenación. En el versículo 25: "Les aseguró que la hora se acerca, y ya he llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán." Aquí una vez más se hace referencia a la vivificación espiritual como resultado de la enseñanza de Cristo, pues el Hijo es manantial de vida, y el Padre ha concedido a Su Hijo disponer de ella (v. 26). También el Hijo tiene poder para juzgar; por ello Él adoptó la naturaleza humana, siendo en esencia el Hijo de Dios. Este poder del Hijo de Dios como Juez acabará en el fin de los tiempos con la resurrección universal de los muertos y la justa retribución. Ese será un juicio justo, resultado de la completa armonía entre la Voluntad del Juez y la Voluntad del Padre Celestial. En los versículos 31-39, Cristo da testimonio, con absoluta resolución, de Su dignidad Divina. Cristo se apoya en el testimonio que sobre Él diera Juan el Bautista, altamente venerado por los judíos. Sin embargo, Nuestro Señor afirma tener un testimonio mayor que el de Juan: son las obras que el Padre encomendó realizar al Hijo, señales y milagros, que integran el plan salvador de la humanidad. Dios Padre también testimonió sobre Su Hijo durante Su Bautismo, pero mucho mas ha testimoniado acerca de Él, como Mesías, a través de los profetas en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento. Los judíos no prestan atención a estas Escrituras porque la Palabra de Dios no echó raíces en sus corazones y por lo tanto, no habita en ellos; no escuchan la voz de Dios ni ven Su rostro revelado en las Escrituras. "Escrutad las Escrituras y entonces veréis que ellas dan testimonio de Mí." Mas adelante (v. 40-47), Cristo reprocha a los judíos por su incredulidad, diciéndoles que Él no necesita ser glorificado por ellos, porque no busca la gloria de los hombres. Cristo siente pena por ellos porque no han creído en Él como Enviado de Dios y así exteriorizan su falta de amor por Dios Padre, Quien lo ha enviado. Ellos no aman a Dios, por lo tanto no reciben a Cristo que ha venido con Sus mandamientos. Sin embargo, cuando venga el otro, el falso mesías, lo hará con una doctrina propia y ellos lo recibirán sin necesidad de ninguna señal. Desde los tiempos de Cristo se calcula que entre los judíos han aparecido mas de 60 falsos mesías pero el último de ellos será el anticristo, al que los judíos aceptarán como el esperado Mesías. La razón de la incredulidad de los judíos reside en que ellos buscan la gloria terrenal; ellos dan la bienvenida a aquel que los ensalza, aunque injustamente, y no al que los acusa con justicia. Al concluir Sus palabras, Nuestro Señor destruye el último fundamento sobre el cual ellos construían sus esperanzas. Él les dice que Moisés, en quien ellos depositaron su confianza, será quien los acuse durante el Juicio de Dios. Moisés acusará a los judíos por su incredulidad en Cristo, pues fue él quien escribió las profecías y las promesas sobre la Venida de Cristo en los libros del Génesis (Gen. 3:15, 12:3, 49:10), del Deuteronomio (Dt. 18:15) y en general, sobre la ley que fue la sombra de los bienes futuros en el Reino de Cristo (Heb. 10:1), y guía para llevarnos a Él (Gal. 3:24).

 

Las espigas arrancadas en sábado.

(Mt. 12:1-8; Mc. 2:23-28; Lc. 6:1-5).

Jesús dejó Judea para dirigirse a Galilea. De regreso a Galilea Él y Sus discípulos atravesaron un campo sembrado. Era un día sábado y, como dice san Lucas: "era un sábado segundo del primero" es decir, el primer sábado después del segundo día de la Pascua. Los discípulos sintieron hambre y comenzaron a arrancar las espigas, y restregándolas entre las manos, las comían. Esto estaba permitido por la ley de Moisés, la cual solo prohibía pasar la hoz en la mies del prójimo (Dt. 23:25). Sin embargo, los fariseos consideraron esto como una violación del reposo sabático y no dejaron pasar la oportunidad de increpar al Señor por haber autorizado las acciones de Sus discípulos. Para defenderlos de tales reproches, Nuestro Señor cita a los fariseos el ejemplo de David (I Sam. 21:2-7). David huyendo de Saúl, llegó a la sagrada ciudad de Nob, pidió al sacerdote Abimélek que le diese cinco panes o lo que tuviese a mano. Abimélek le dio los panes consagrados que solo los sacerdotes podían consumir. La eficacia del ejemplo reside en el hecho de que nadie condenó a David, quien atormentado por el hambre, comió aquellos panes. De igual modo, los discípulos de Cristo no debían ser condenados, pues estaban sirviendo a Su Señor y en ocasiones como ésta, sorprendidos por el sábado, transgredieron la ley de manera insignificante, pues no tenían que comer y decidieron arrancar las espigas. Nuestro Señor justificó el proceder de Sus discípulos para luego revelar la fuente de la que surgió la injusta acusación. Esto es, el falso entendimiento de las exigencias de la ley Divina. Si los fariseos comprendiesen que, el amor compasivo por el hambriento es superior a las tradiciones y costumbres rituales, entonces no acusarían a quienes inocentemente cortaron las espigas para saciar su hambre.

El hombre no ha sido creado para observar el sábado, sino que el sábado ha sido dado al hombre para su beneficio. Mas importante que la ley del reposo sabático es el ser humano, y el cuidado de que sus fuerzas no se agoten, evitando así su muerte.

La prohibición de realizar alguna actividad en día sábado es relativa, como lo demuestra el oficio de los sacerdotes que deben sacrificar a los animales en el templo, despellejarlos, prepararlos para ofrecerlos en holocausto, lo cual no los hace culpables de transgredir la ley.

Si los servidores del templo son inocentes, cuanto mas inocentes son los discípulos de Cristo, Quien es mayor que el templo, Dueño del sábado, Aquel que tiene poder para instituir o abolir el sábado.

 

Curación del hombre con la mano atrofiada.

(Mt. 12:9-14; Mc. 3:1-6; Lc. 6:6-11).

Con esta curación el Señor una vez más causó la indignación de los escribas y fariseos, quienes evidentemente lo acompañaban a todas partes con el propósito de acusarlo de violar la ley de Moisés. Al preguntarles a los fariseos: "¿Quién de ustedes, si tiene una sola oveja y ésta cae a un pozo en sábado, no la ha de rescatar?" el Señor mostraba que en Su opinión las obras de misericordia son mucho mas importantes que el reposo sabático y que en general, cuando se trata de hacer el bien no sólo es permitido sino necesario interrumpir este reposo.

 

El Señor evita la notoriedad.

(Mt. 12:15-21; Mc. 3:7-12).

Luego de dejar la sinagoga donde el Señor había curado al hombre de la mano atrofiada, Él fue seguido por mucha gente de Galilea, Judea y de la Transjordania y países paganos. Él realizó muchas curaciones milagrosas aunque prohibiendo que se hablara de Él. En esto san Mateo ve el cumplimiento de la profecía de Isaías (Is. 42:1-4), acerca del muy amado Hijo de Dios. En esta profecía, sin duda relativa al Mesías, el profeta glorifica la mansedumbre y la humildad de Cristo. Al citar esta profecía san Mateo quiere demostrar a los judíos que sus ideas sobre el Mesías, como un rey conquistador terrenal, que exaltará el reino judío y reinará con gloria y esplendor aparente en el trono de David, es falsa, y que los profetas del Antiguo Testamento anunciaron al manso y humilde Mesías, cuyo Reino no será de este mundo, pero Quien, sin embargo, presentará la ley a los gentiles y en Cuyo Nombre cifrarán su esperanza las naciones.

 

La elección de los 12 Apóstoles.

(Mt. 10:2-4; Mc. 3:13-19; Lc. 6:12-16).

Cristo, habiendo pasado la noche entera en la montaña (en opinión de los historiadores mas antiguos se trata del monte Tabor) en oración para el fortalecimiento de la Iglesia que había establecido, llamó a Sus discípulos y eligió a 12 de ellos, para que estuviesen constantemente con Él y luego dieran testimonio. Ellos serían los líderes de las futuras 12 tribus del Nuevo Israel. En las Sagradas Escrituras la cifra 12 tiene un significado simbólico por ser el producto de 3x4; tres es la eterna e increada Naturaleza Divina y cuatro — el número del mundo, sus cuatro lados. "Doce" denota que el hombre y el mundo están impregnados de lo Divino. Los primeros tres Evangelios y el libro de los Hechos nos brindan los nombres de los 12 Apóstoles. Lo notable de esta lista es que en todo lugar los Apóstoles están divididos en tres grupos de cuatro personas cada uno y que a la cabeza de cada grupo están los mismos nombres, y estos grupos incluyen las mismas personas.

Los nombres de los Apóstoles son: 1) Simón-Pedro, 2) Andrés, 3) Santiago, 4) Juan, 5) Felipe, 6) Bartolomé, 7) Tomás, 8) Mateo, 9) Santiago de Alfeo, 10) Tadeo, 11) Simón Cananita o Zilote y 12) Judas Iscariote. El Evangelista Juan llama Natanael a Bartolomé. Cananita es la traducción hebrea del vocablo griego zilote que quiere decir ardiente seguidor. "Zilote" designaba a un partido político judío que luchaba con enorme celo por la independencia del estado judío. La palabra iscariote es compuesta de dos palabras: ish (hombre) y Kariot — nombre de la ciudad. La misma palabra apóstol en traducción del griego significa mensajero, lo cual corresponde a la designación de aquellos elegidos — ser enviados para predicar. Para que tuviesen mayor éxito con su prédica, el Señor les otorgó el poder de curar a los enfermos y expulsar a los demonios.

 

El Sermón de la Montaña

(Mt. 5-7 cap.; Lc. 6:12-49).

El Sermón de la Montaña se desarrolla en su totalidad sólo en el Evangelio de san Mateo. San Lucas lo presenta en su versión resumida, encontrándose partes de él en todo su Evangelio. El Sermón de la Montaña es admirable porque contiene la esencia de la enseñanza de los Evangelios.

No muy lejos del lago de Genesareth, entre Cafarnaum y Tiberíades, se encuentra "el monte de las Bienaventuranzas" desde el cual Cristo pronunció Su Sermón de la Montaña ante una multitud.

El pueblo judío, orgulloso de considerarse el elegido, no lograba resignarse ante la pérdida de su independencia y anhelaba la llegada de un Mesías que lo liberase de la dominación extranjera, procurara vengarlo de sus enemigos y dominase todas las naciones de la tierra en su nombre, dándole un bienestar digno de un cuento de hadas: "ordenará al mar arrojar sus perlas y todos sus tesoros, lo vestirá de púrpura adornada con piedras preciosas, lo alimentará con un maná mucho mas dulce que aquel que le había sido dado en el desierto." Con semejantes falsas expectativas sobre la bienaventuranza terrenal que les traería el Mesías, ellos rodearon a Jesús esperando que Él se proclame Rey de Israel e inaugure esa era de esplendor. Ellos suponían que era el fin de sus pesares y humillaciones, y que desde ese momento, serían felices y bendecidos.

Las Bienaventuranzas.

En respuesta a tales expectativas y sentimientos, Nuestro Señor les reveló la enseñanza de Su Evangelio sobre las bienaventuranzas, arrancando de raíz el error de los judíos. Él les enseño aquí las mismas cosas sobre las que conversó con Nicodemo: es imprescindible el renacimiento espiritual para fundar el Reino de Dios sobre la tierra, ese paraíso perdido por los hombres, y de esa forma prepararlos para la vida eterna y bienaventurada en el Reino de los Cielos. El primer paso es reconocer su pobreza espiritual, su pecaminosidad e insignificancia, en una palabra: humillarse.

Por eso: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos." Son bienaventurados quienes ven y reconocen los pecados que les impiden acceder a ese Reino. Son bienaventurados quienes lloran por sus pecados porque ellos se reconciliarán con su conciencia y serán consolados. Quienes lloran por sus pecados alcanzan una paz interior que los vuelve mansos e incapaces de encolerizarse con los demás. En efecto, por su mansedumbre los cristianos heredarán la tierra, antes dominada por los paganos, pero también heredarán la tierra en la vida futura; una nueva tierra que se revelará luego de la destrucción de este mundo corrupto; será la "Tierra de los vivientes" (Ex. 26:13; Apoc. 21:1).

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia," es decir, del cumplimiento de la Voluntad de Dios en todo, pues ellos serán saciados, alcanzarán la rectitud y la justificación de Dios que les otorga la sincera aspiración de cumplir la Voluntad de Dios en todo. Dios misericordioso exige misericordia de los hombres, porque la misericordia es la virtud que permite vivir según la Voluntad Divina. Por ello: "Bienaventurados los misericordiosos, porque para ellos habrá misericordia" por parte de Dios y, a la inversa, "el juicio será sin misericordia para aquel que no mostró misericordia" (Santiago 2:13).

Las obras de sincera misericordia purifican el corazón humano de toda impureza proveniente del pecado. El puro de corazón es bienaventurado porque ve a Dios con su corazón como si se tratara de un ojo espiritual. Quienes contemplan a Dios desean parecerse a Él, asemejarse a Su Hijo, que reconcilió al hombre con Dios e instaló la paz en su alma. Quienes contemplan a Dios rechazan el rencor y por ello se vuelven pacificadores y anhelan el restablecimiento de la paz. Son bienaventurados porque serán llamados "hijos de Dios." Quienes alcancen semejante nivel espiritual deben estar preparados porque este mundo pecador, "que está bajo el dominio del maligno" (1 Jn. 5:19), los aborrecerá a causa de la verdad de Dios. Ellos son portadores de esa vedad y el mundo los perseguirá e injuriará por su fidelidad al Señor Jesucristo y a Su Divina enseñanza. Aquellos que mucho padezcan en nombre de Cristo pueden esperar una gran recompensa en los cielos.

Estos nueve mandamientos neotestamentarios que se conocen como Bienaventuranzas, representan una síntesis de todo el Evangelio. Se caracterizan por diferenciarse de los diez mandamientos del Antiguo Testamento. En el decálogo véterotestamentario son contempladas, predominantemente, las conductas externas del hombre para las que se establecen prohibiciones de manera categórica. En las bienaventuranzas del Evangelio se habla fundamentalmente sobre la disposición interna del alma humana.

Aquí no hay exigencias categóricas sino determinadas condiciones cuyo cumplimiento permite alcanzar la bienaventuranza eterna. El Evangelio de san Lucas completa la enseñanza de san Mateo sobre las bienaventuranzas. Lucas cita las palabras de Nuestro Señor Jesucristo que contienen una advertencia para aquellos que ven en las bienaventuranzas sólo el encanto de los bienes terrenales. "¡Ay de vosotros los ricos!" dice el Señor, comparándolos con los pobres de espíritu. Aquí se tiene en cuenta no sólo a los poseedores de riquezas terrenales sino a los que depositan sus esperanzas en ellas, a los soberbios que se ensalzan y tratan con altanería y desprecio a los demás. "¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos! porque padeceréis hambre," en contraposición a los que tienen "hambre y sed de justicia." Aquellas son personas que no buscan la verdad de Dios y se contentan con sus falsas creencias. "¡Ay de los que reís ahora! porque lloraréis de dolor," estos, sin duda, se diferencian de los afligidos, son seres negligentes que se conducen con imprudencia en relación a su vida pecaminosa. El mundo, que está bajo el dominio del maligno, ama a quienes son conniventes y viven según sus costumbres pecaminosas. Por ello: "¡Ay cuando digan bien de vosotros todos los hombres!," pues esa será la señal de su infortunio moral.

La Luz del mundo.

Mas adelante el Señor dice que todos Sus seguidores que cumplan Sus enseñanzas serán la sal de la tierra. La sal conserva los alimentos de la corrupción, haciéndolos sanos y placenteros al paladar. De la misma forma, los cristianos deben guardar al mundo de la corrupción moral y contribuir a su salvación. La sal comunica su sabor a todas las cosas que entran en contacto con ella. Así, los cristianos deben comunicar el espíritu de Cristo a todos aquellos que aún no se han convertido al cristianismo. La sal no altera la naturaleza ni el aspecto exterior de la sustancia en la cual se disuelve, solo le transfiere su sabor. De la misma manera, el cristianismo no produce una ruptura externa en el hombre o en la comunidad ya que ennoblece el alma humana, transfigurando toda su vida, dándole su especial carácter cristiano. "Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará?" En Oriente, en efecto, existe un tipo de sal que por acción de la lluvia, el sol y el aire, pierde su sabor característico. Esta sal no puede recuperar su sabor. Así, aquellos hombres que alguna vez probaron de la bendita comunión con el Espíritu Santo, pero cayeron en el imperdonable pecado de rivalizar contra Él, han perdido su capacidad de renovarse espiritualmente sin la extraordinaria ayuda de Dios.

El Señor Jesucristo es la Luz del mundo, pero los fieles que reciben esta luz y la reflejan hacia el mundo, también se transforman en "luz del mundo." Ellos son los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos de la Iglesia, que han sido ordenados para iluminar al mundo con la luz de Cristo. Ellos deben llevar una vida basada en las buenas obras para que aquellos que los vean glorifiquen a Dios.

Con el propósito de demostrar la relación existente entre la ley antigua con Su nueva ley, el Señor calmó anticipadamente el celo de los judíos por el cumplimiento de la ley, cuando señala que Él vino a la tierra a cumplir la ley y no a transgredirla. En efecto, Cristo vino a la tierra para que en Él se cumpla la Palabra de Dios del Antiguo Testamento, y para revelar, ejecutar y confirmar la fuerza de la ley y los profetas, para mostrar el verdadero espíritu y sentido del Antiguo Testamento.

"¿Cómo cumplió Cristo con la ley?" Se pregunta el bienaventurado Teofilact: "en primer lugar cumplió con la ley porque realizó todo aquello que habían anunciado sobre Él por los profetas. Él cumplió con todos los mandamientos de la ley pues no actuó con iniquidad ni hubo adulación que saliera de Su boca. Él cumplió con la ley porque la completó, diseñando con perfección aquello que en la ley representaba solo una sombra."

Cristo ofreció un entendimiento mas profundo y espiritual de los mandamientos del Antiguo Testamento, enseñando que el sólo cumplimiento formal o externo de la ley es insuficiente. La "iota" es en el alfabeto hebreo la letra mas pequeña. Cuando Cristo afirma que: "ni una iota, ni un ápice de la ley pasará," quiere señalar que hasta lo mas pequeño no quedará sin ser cumplido por la ley de Dios.

Los fariseos dividían los mandamientos en mayores y menores. Consideraban que el mandamiento sobre el amor, la misericordia y la justicia era uno de los mandamientos "menores" cuya transgresión no implicaba pecado alguno.

"Quien violare uno de estos mandamientos, aún los mínimos, y enseñare así a los hombres, será llamado el mínimo en el Reino de los Cielos," esto quiere decir que, quien transgreda un mandamiento, aunque sea mínimo, será separado y no estará en el Reino Celestial.

La justicia de los escribas y fariseos se caracterizaba sólo por un cumplimiento formal de las reglas y prescripciones de la ley y mas aún si se trataba de las mas triviales, por ello coexistía en sus corazones con la fatuidad y la soberbia, la carencia del espíritu de humildad y de un amor manso. Era una justicia superficial e hipócrita; detrás de ésta anidaban vicios y pasiones abominables, tan frecuentemente denunciados con firmeza por el Salvador. Nuestro Señor advierte a Sus seguidores sobre esta justicia formal y aparente.

Dos medidas de rectitud.

A lo largo del capítulo, comenzando desde el versículo 21, san Mateo relata cómo Nuestro Señor muestra la forma en la que vino a completar la ley del Antiguo Testamento. Él enseña la mas profunda y espiritual comprensión para cumplir los mandamientos de la Antigua Alianza. No se puede matar a un hombre físicamente; tampoco se lo puede matar desde el punto de vista moral, encolerizándose contra él sin necesidad. "Todo aquel que se encoleriza contra su hermano vanamente merece la condenación; quien dice a su hermano "ráka" merece el Sanedrín; quien le dice "necio" merece la gehena del fuego." Aquí, según el entendimiento judío, se señalan distintos niveles del pecado de ira contra el prójimo. Las felonías menores eras resueltas por la justicia de cada ciudad, pero los crímenes graves se juzgaban en el Sanedrín, el tribunal supremo de Jerusalén compuesto por 72 miembros y presidido por el sumosacerdote. "Ráka" significa "hombre vacío" y sirve como expresión de desprecio. "Necio" o "irracional" expresa el nivel extremo de desprecio o rechazo por el prójimo. Así eran llamados los tontos y también los individuos desvergonzados e indecentes. El castigo para esta ira excesiva era la "gehena del fuego." Así se denominaba al valle del Hinnón, situado al sudoeste de Jerusalén. En este valle, durante el reinado de reyes impíos, se practicaban repulsivos rituales al dios Moloch (4 Rey. 16:3 y 2 Paralip. 28:3), en los que se hacía pasar por el fuego a jóvenes y se sacrificaba a niños pequeños. Este valle, terminado el periodo de la idolatría, fue identificado con el terror y la abominación. Allí eran llevados los cadáveres insepultos, los residuos y en ocasiones, se llevaban a cabo las penas de muerte. El aire tan contaminado de este valle era purificado con un fuego que ardía continuamente. Por estas razones siempre fue considerado un lugar terrible y repugnante, y fue llamado valle del fuego para servir de ilustración de los tormentos eternos a los que serán sometidos los pecadores. La mansedumbre y el amor cristianos por el prójimo implican tanto la ausencia de ira en uno mismo como la falta de provocación de la ira del prójimo. La ira obstaculiza la oración a Dios con una conciencia limpia y por ello se hace ineludible reconciliarse con el hermano.

Conforme al procedimiento judicial romano, un acreedor podía llevar a su deudor por la fuerza ante el juez. Nuestro hermano ofendido es llamado "adversario" con el que debemos reconciliarnos "mientras vamos con él por el camino" de esta vida terrenal, para que él no nos entregue al juez, que es Dios, y nos haga sufrir el castigo merecido. El Apóstol san Pablo instaba al ofensor a una rápida reconciliación con su ofendido diciendo: "que no se ponga el sol sobre vuestra ira" (Ef. 4:26).

Del mismo modo, no es suficiente respetar formalmente el séptimo mandamiento de la ley de Dios: "No cometas adulterio," cuidándose de no transgredirlo groseramente con la caída en el pecado en los hechos. Con la proclama de este mandamiento, Nuestro Señor enseña que no sólo los actos adúlteros externos constituyen un crimen; también lo son la concupiscencia interior y mirar con lujuria a una mujer. Dice san Atanasio el Grande: "un hombre comete adulterio en su corazón cuando desea hacerlo pero no puede porque no encuentra ni el momento ni el lugar, o teme a las leyes civiles." No toda mirada a una mujer constituye pecado pero sí lo es la mirada unida al deseo de cometer pecado de adulterio. En tales casos debe mostrarse la firme decisión de vencer la tentación, sin escatimar la pérdida de preciosas posesiones, como son las partes del cuerpo para un hombre: un ojo o una mano. En este caso el ojo y la mano se señalan como símbolos de lo más precioso para nosotros que, llegado el caso, será necesario sacrificar con la finalidad de extirpar la pasión y eludir la caída en el pecado. En relación a esto, Nuestro Señor prohíbe al varón divorciarse de su esposa "si no es por causa de adulterio." La ley de Moisés en el Antiguo Testamento (Dt. 24:1-2) permitía al varón divorciarse de su esposa, entregándole un acta de repudio, es decir, un certificado por escrito de que ella fue su mujer y que él la repudia por alguna razón. La situación de la mujer era sumamente delicada pues dependía de la voluntad del esposo. En otro pasaje (Mc. 10:2-12), Nuestro Señor afirma que, Moisés permitió el divorcio entre los judíos debido a "la dureza de corazón" de estos, aunque en el principio de la creación era todo distinto, pues el matrimonio instituido por Dios era un vínculo indisoluble. El matrimonio se anula por sí mismo en caso de adulterio de uno de los cónyuges. Si el varón se divorcia de su esposa sin mediar dicha causa, la está empujando a cometer adulterio, de la misma forma que es culpable de adulterio aquel que la recibe.

La ley del Antiguo Testamento prohibía el uso del nombre de Dios en juramentos sobre cuestiones triviales y especialmente en mentiras. El tercer mandamiento de Dios prohíbe la utilización de Su Nombre en vano, prohíbe toda clase de ligereza en relación al juramento en nombre de Dios. Los judíos contemporáneos de Nuestro Señor Jesucristo, queriendo cumplir literalmente esta prohibición de utilizar el nombre de Dios, juraban por el cielo, la tierra, por Jerusalén o por sus cabezas y de esa forma, al no utilizar el nombre de Dios juraban en vano y falsamente. Tales juramentos son prohibidos por Cristo Nuestro Señor porque todo es creación de Dios, por lo tanto, jurar sobre algún elemento de la creación Divina significa jurar por el Creador, y jurar por Él una falsedad es violar la santidad del juramento.

El cristiano debe ser sumamente honesto y veraz para que, su sola palabra establezca la confianza de los demás sin necesidad de ningún juramento. "Diréis: Sí sí, No no." Sin embargo hay casos importantes en los que se permite el juramento legal. El propio Jesucristo fundamentó el juramento durante Su juicio, cuando a las palabras del sumosacerdote: "te conjuro por el Dios vivo," respondió: "tú lo haz dicho," pues entre los judíos esa era la manera de prestar juramento en un tribunal (Mt. 26:63-64). El Apóstol san Pablo juró invocando a Dios como testimonio de la veracidad de sus palabras (Rom. 1:9, 9:1; 2 Cor. 1:23, 2:17; Gal. 1:20 y otros). El juramento que se prohíbe es el vacío, el superficial.

En la antigüedad la venganza estaba tan difundida que era importante mitigar, aunque sea un parte, sus manifestaciones, lo cual hacía la ley del Antiguo Testamento. La ley de Cristo prohíbe la venganza, al enseñar el amor por el enemigo. La afirmación: "no resistir al que es malo," no debe entenderse en el sentido de León Tolstoi y otros falsos maestros, de "no oponerse a la maldad." El Señor nos prohíbe responder con ira a aquel que obró mal contra nosotros. El cristiano debe ser intransigente y pelear contra todo tipo de mal, con todos los medios a su alcance, sin permitir que la maldad entre en su corazón. No deben entenderse literalmente las siguientes palabras: "Si alguno te da un bofetón en una mejilla preséntale también la otra" (Mt. 5:39), pues sabemos que durante el interrogatorio efectuado por el Sumosacerdote Anás, el propio Cristo reaccionó de manera muy diferente al ser abofeteado en una mejilla por uno de los sirvientes (Jn. 18:22-23). Lo que está prohibido es el sentimiento malvado de venganza, pero no la lucha contra el mal. Nosotros debemos tratar de cambiar no sólo a aquellos que hacen mal sino también a quienes nos ofenden, para lo cual hay una orden directa del Señor en el Evangelio de san Mateo (Mt. 18:15-18). También está prohibido pleitear sin sentido y en cambio se prescribe la satisfacción de las necesidades del prójimo: "Da al que te pida." Esto excluye aquellas situaciones en las que la ayuda pedida no es beneficiosa sino perjudicial; el genuino amor cristiano por el prójimo, por ejemplo, no permitirá dar un cuchillo a un asesino, ni un veneno al suicida.

En el Antiguo Testamento no encontramos ningún mandamiento que diga: "odia a tu enemigo" pero, evidentemente, los judíos lo inventaron a partir del mandamiento que habla sobre el amor al prójimo pues, "prójimo" para ellos era solo aquel cercano en la fe, por su origen o recíprocos favores. Los otros, esto es, los gentiles, pertenecientes a otras etnias, que se manifestaban con malicia, eran considerados "enemigos" y por lo tanto el amor hacia ellos resultaba inapropiado. Cristo nos dio el mandamiento de amar a todas las personas, incluso a muchos enemigos, sólo así seremos dignos hijos del Padre Celestial, Quien es ajeno a la ira y al odio.

Nuestro Señor ha querido que Sus discípulos fuesen, en sentido moral, superiores a los judíos y paganos, para quienes el amor por el prójimo se basa esencialmente en su amor propio. El amor a causa de Dios o Sus mandamientos es digno de recompensa, pero no lo es el amor basado en la inclinación natural o en una ventaja personal. Así, elevándose cada vez más en la perfección, el cristiano llegará, finalmente, al mandamiento mas sublime y difícil cual es el de amar al enemigo, con el que culmina Nuestro Señor la primera parte de Su Sermón de la Montaña. Queriendo mostrar cuanto mas digno es para Dios el hombre, que aunque débil e imperfecto, cumple este mandamiento, Cristo establece que el ideal de la perfección cristiana consiste en ser semejante a Dios: "Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial." Esto supone la absoluta armonía con el plan Divino expresado con la creación del hombre: "Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza" (Gen. 1:26). La santidad de Dios es inalcanzable para nosotros, por lo cual se hace evidente la desigualdad entre Dios y nosotros. Sin embargo, el significado de esta cita hace referencia a la semejanza interior, a la aproximación paulatina, con ayuda de la gracia, del alma humana inmortal a su Imagen Primigenia.

La tarea principal es agradar a Dios.

La segunda parte del Sermón de la Montaña, contenida en el sexto capítulo del evangelio de san Mateo, desarrolla la enseñanza del Señor sobre la limosna, la oración y el ayuno, y también una exhortación para que el hombre se esfuerce en conseguir la principal meta de su vida: el Reino de Dios. Habiendo explicado a Sus discípulos sobre aquello que pueden o no hacer para lograr la bienaventuranza, el Señor se dedica a la cuestión de qué debe hacerse para cumplir Sus mandamientos.

Las obras de misericordia, los actos de adoración a Dios, la oración y el ayuno deben llevarse a cabo en secreto y no a la vista de todos con el objeto de recibir la gloria de las personas, pues en este caso la alabanza del mundo será nuestra única recompensa. La vanidad, como la polilla, destruye todas las buenas obras; por ello es mejor hacerlas en secreto para no perder la recompensa de Nuestro Padre Celestial.

No se prohíbe, por cierto, dar limosna abiertamente pero con la condición de no llevarla a cabo para llamar la atención sobre nosotros y recibir así el elogio de la gente. Tampoco se prohíbe la oración en los templos, siempre y cuando no se haga con ostentación. San Juan Crisóstomo explica que, rezando en su aposento, uno puede vanagloriarse y por lo tanto "las puertas cerradas no traerán ningún beneficio." La locuacidad en la oración era para los paganos un conjuro, que repetido, incrementaba su eficacia. Dios conoce nuestras necesidades, por lo tanto, nosotros rezamos para purificar nuestro corazón, hacernos dignos de la misericordia Divina, y establecer en nuestro interior una comunión entre nuestro espíritu y Dios.

Esta comunión con Dios es la finalidad de la oración y se consigue independientemente de la cantidad de palabras pronunciadas. Al mismo tiempo que reprueba la locuacidad, Nuestro Señor a menudo prescribe la oración continua y enseña que se debe rezar siempre y no desanimarse (Lc. 18:1), pues Él Mismo pasaba noches enteras en oración. La oración debe ser inteligente: debemos acudir a Dios con ruegos que sean dignos de Él y cuyo cumplimiento sea redentor para nosotros. Para enseñarnos a orar de esta manera Nuestro Señor nos da a modo de ejemplo el "Padre Nuestro" llamado también "la Oración del Señor."

El “Padre Nuestro.”

Esta plegaria no excluye en modo alguno otras oraciones — el Señor Mismo utilizaba otras oraciones (Jn. 17).

Al llamar a Dios Nuestro Padre, nos reconocemos Sus hijos, y en relación a unos con otros — hermanos; y rezamos no sólo para nosotros sino desde todos y por toda la humanidad.

Diciendo: "que estás en los cielos" renunciamos a todo lo terrenal y elevamos nuestra mente y nuestro corazón al mundo celestial. "Santificado sea Tu Nombre" — que Tu Nombre sea santo para todas las personas; para que todos glorifiquen con palabras y hechos el Nombre de Dios. "Venga a nosotros Tu Reino," el Reino del Mesías-Cristo, anhelado por los judíos, aunque suponiendo erróneamente que se trataba de un reino material. Aquí rezamos para que Nuestro Señor se entronice en las almas de los hombres, para que después de esta vida temporal en la tierra nos haga dignos de la vida bienaventurada y eterna en comunión con Él. "Hágase Tu voluntad así como es en el cielo, en la tierra" para que todo en el mundo ocurra conforme a la bondadosísima y muy sabia voluntad de Dios; para que nosotros cumplamos la voluntad de Dios de buen grado aquí, en la tierra, como lo hacen en el cielo los ángeles.

"El pan nuestro de cada día dánoslo hoy" — danos Señor en este día todo lo imprescindible para nuestro sustento, aquello que nos depara el mañana no lo sabemos, y sólo necesitamos las cosas de "este día," es decir, el pan cotidiano indispensable para nuestra existencia.

"Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores." Estas palabras son explicadas por san Lucas así: "y perdónanos nuestros pecados" (Lc. 11:4) — los pecados son nuestras deudas porque al pecar no hacemos lo debido y somos por lo tanto deudores ante Dios y las personas. Esta petición nos enseña con especial énfasis que es indispensable perdonar todas las ofensas a nuestro prójimo. Si no perdonamos a los demás no tenemos derecho a rezar las palabras de la Oración del Señor. "Y no nos dejes caer en la tentación" — no permitas que nuestras fuerzas morales sean probadas por la inclinación hacia algún tipo de acto inmoral. Aquí pedimos a Dios cuidarnos de la caída, en el caso de que la prueba de nuestras fuerzas morales sea ineludible e imprescindible. "Mas líbranos del maligno" — líbranos de todo mal y de su autor, el diablo. La oración termina con la certeza de que se he de cumplir todo lo pedido pues a Dios le corresponde en este mundo el Reino eterno, el poder infinito y la gloria. "Amén" es un vocablo hebreo que significa "así es," "en verdad es," "que así sea." Quienes rezaban en las sinagogas pronunciaban esta palabra para confirmar la oración rezada por los mayores.

La enseñanza del Señor sobre el ayuno, que también debe ser dedicado a Dios y no para obtener alabanzas de los hombres, testimonia con claridad cuan equivocados están quienes dicen que el Señor no exigía el ayuno a Sus discípulos. Quien ayuna no debe cambiar su aspecto, debe ser siempre el mismo ante las personas. En Oriente era costumbre que después de un baño, el cuerpo se ungiera con aceite perfumado, en especial la cabeza. Los fariseos en los días de ayuno no se bañaban, no peinaban sus cabellos, ni se ungían con aceite y de esta manera llamaban la atención de todos por su aspecto inusual, lo cual era censurado por Nuestro Señor.

El tesoro eterno.

A partir de Mt. 6:19, Nuestro Señor nos enseña como privilegiar la búsqueda del Reino de los Cielos ante todo, sin distraerse con ninguna otra labor: no preocuparse por atesorar riquezas mundanas, que no son eternas, se corrompen y destruyen con facilidad. Allí donde alguien tiene sus riquezas están también sus pensamientos, sentimientos y anhelos. Por ello el cristiano debe elevar su corazón al cielo, sin que lo distraiga el acopio de bienes terrenales, debe anhelar la adquisición de tesoros celestiales que son las virtudes. Para esto es necesario cuidar al corazón tanto como al ojo. Debemos guardar nuestro corazón de pasiones y deseos mundanos para que jamás deje de guiarnos hacia lo espiritual, la luz celestial, tanto como nuestros ojos son para nosotros conductores de la luz material.

El que piensa servir al mismo tiempo a Dios y a Mammón (Mammón — deidad siria venerada como el protector de los bienes y tesoros, como lo era Plutón para los griegos), se asemeja al siervo que pretende complacer a dos amos con distintos caracteres y requerimientos, lo cual es, evidentemente, imposible. El Señor nos conduce hacia lo celestial y eterno y no hacia la riqueza terrenal y perecedera. Por ello, para eludir esta dualidad que dificulta la obra de la salvación eterna, es necesario rechazar las excesivas, superfluas e inquietantes preocupaciones por el alimento, la bebida y la vestimenta. Estas ansiedades que devoran todo nuestro tiempo y atención, nos distraen de aquello que concierne a la salvación de nuestras almas. Después de todo, si Dios se preocupa tanto por las criaturas irracionales, alimentando a los pájaros y adornando los campos con flores, Él no abandonará al hombre, al que creó a Su Imagen y llamó a ser el heredero de Su Reino, sin darle todo lo necesario. Nuestra vida está en manos de Dios y no depende de nuestros esfuerzos: ¿podemos acaso por nosotros mismos aumentar nuestra estatura siquiera en una pulgada? Sin embargo, esto no significa que el cristiano debe abstenerse del trabajo y entregarse al ocio, como algunos herejes se empeñaron en interpretar este pasaje del Sermón de la Montaña. El trabajo es un mandamiento que Dios ha dado al hombre cuando éste todavía se hallaba en el paraíso, antes de la caída en el pecado (Gen. 2:15); fue confirmado luego de la expulsión de Adán fuera del Edén (3:19). Aquí no se condena el trabajo sino la pesada y excesiva preocupación sobre el futuro que no está en nuestras manos. Se indica sólo una escala de valores: "Buscad primero el Reino de Dios y su verdad," pues el Señor nos recompensará con Su preocupación personal para que tengamos todo lo necesario para nuestra vida terrenal. Pensar sobre estas cosas no debe atormentarnos ni oprimirnos como a los paganos que no creen en la Divina Providencia. Esta parte del Sermón de la Montaña (6:25-34) nos presenta el magnífico cuadro de la Divina Providencia que se preocupa por Su creación. "No os inquietéis entonces, por el mañana, pues el mañana tendrá sus propias inquietudes." Es insensato inquietarse por el día siguiente porque no tenemos poder para hacerlo y no sabemos que ha de traernos consigo ese día. Puede depararnos preocupaciones que ni siquiera nos imaginamos.

No juzguéis.

La tercera parte del Sermón de la Montaña, contenida en el séptimo capítulo de san Mateo, nos enseña a no juzgar a nuestro prójimo, a cuidar que lo santo no sea profanado, la constancia en la oración, los estrechos y espaciosos caminos de la vida, acerca de los falsos profetas y de la falsa y verdadera sabidurías.

"No juzguéis y no seréis juzgados" — estas palabras san Lucas las relata de esta manera: "No condenéis y no seréis condenados" (6:37). En consecuencia, se prohíbe no el "juicio" sino la "condenación" del prójimo en el sentido de los corrillos que surgen en su mayor parte de impulsos impuros y del amor propio, vanidad, soberbia, maledicencia, la reprobación rencorosa de los defectos ajenos, originados en la falta de amor y mala fe hacia el prójimo. Si aquí se prohibiese todo juicio en general sobre el prójimo y sus actitudes, entonces Nuestro Señor no podría haber dicho lo siguiente: "No deis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas a los puercos," y los cristianos no podrían cumplir sus obligaciones — descubrir y hacer comprender al pecador, lo cual está prescripto por el Mismo Señor mas adelante en Mt. 18:15-17. Se prohíbe el sentimiento de ira y la malicia pero no la evaluación de las actitudes del prójimo, pues si no advirtiésemos el mal, entonces podríamos ser indiferentes al bien y al mal, perderíamos la capacidad de diferenciar el bien del mal. Al respecto dice san Juan Crisóstomo: "Si alguien comete adulterio, ¿acaso yo no debo decir que el adulterio es malo, acaso no debo corregir al libertino? Corrígelo, pero no como lo haría su adversario o su enemigo condenándolo, sino como Médico, indicando la medicina. No se debe reprobar e injuriar, sino hacer entender; no acusar sino aconsejar; no atacar con soberbia sino corregir con amor." Cristo prohíbe censurar con malos sentimientos los defectos de las personas, sin advertir los propios que, posiblemente, son mayores aun. Aquí no se hace referencia al juicio civil, como pretenden algunos falsos maestros, como tampoco hay referencia alguna sobre la valoración de los actos humanos en general. Estas palabras del Señor tenían en cuenta a los fariseos soberbios y engreídos, quienes condenaban sin misericordia a los otros, considerándose ellos como los únicos justos. Luego, Nuestro Señor hace una advertencia a Sus discípulos para que Su Divina enseñanza — esa auténtica perla no sea entregada a aquellas personas que como los perros o puercos, son incapaces de apreciarla. Es decir, aquellos que por su extrema ignorancia y sumergidos profundamente en el libertinaje, vicios y maldad, dan cuenta de los bienes con encarnizado rencor.

Constancia en la oración.

Nuestro Señor dice: "Pedid y se os dará" y con ello enseña la constancia, la paciencia y el fervor en la oración. El auténtico cristiano, recordando la enseñanza del Señor: "Buscad primero el Reino de Dios y Su verdad," no pedirá en sus oraciones el cumplimiento de algo trivial, nocivo para la salvación del alma, y por ello puede estar seguro que, por su oración "se le dará" y "se le abrirá," como promete el Señor a quien ruega con fervor. El Evangelio de san Mateo dice: "El Padre Celestial dará las cosas buenas a aquellos que se las pidan," mientras que san Lucas aclara cuales son estos bienes que uno debería y necesita pedir: "Dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan." Un padre jamás dará a su hijo algo que le sea dañino y por ello el Señor da al hombre sólo aquello que se revela como un bien genuino para él.

Al finalizar Sus directivas sobre nuestro comportamiento con los demás, el Señor establece "la regla de oro": Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos. En esto consiste la Ley y los Profetas," pues el amor a los demás es el reflejo del amor a Dios, como el amor por los hermanos es reflejo del amor a los padres.

El camino estrecho.

Cristo advierte que seguir Sus mandamientos no es tan sencillo: se trata de un "camino estrecho" y de una "puerta angosta" que llevan a la vida eterna y bienaventurada, al tiempo que el camino espacioso y amplio es atractivo para aquellos que no desean luchar contra sus pasiones pecaminosas, y lleva a la perdición.

Sobre los falsos profetas.

Al concluir Su Sermón de la Montaña, el Señor advierte a Sus seguidores sobre los falsos maestros y falsos profetas, quienes pueden desviarlos del único camino que lleva a la salvación. Aquellos falsos profetas son en el presente las numerosas sectas que seducen con sus métodos al anunciar una salvación fácil, despreciando la estrechez del camino y la angostura de la puerta. Estos falsos profetas se presentan con aspecto de mansas ovejas pero por dentro son lobos rapaces que destruyen a las crédulas ovejas. Estos falsos maestros pueden reconocerse por "sus frutos," es decir por sus actos y la vida que llevan. Las siguientes palabras van dirigidas contra los sectarios contemporáneos, quienes enseñan que el hombre se justifica sólo por la fe, sin necesidad de buenas obras: "No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de Mi Padre celestial."

Aquí se aprecia con claridad que sólo la fe en Jesucristo es insuficiente pues es necesaria una vida en armonía con esa fe, es decir, el cumplimiento de los mandamientos de Cristo, las buenas obras. En los comienzos de la difusión del cristianismo, muchos en verdad obraban milagros en el Nombre de Cristo, incluso Judas había recibido ese poder, de la misma manera que los 12 Apóstoles. Sin embargo, esto es insuficiente para la salvación pues las personas no se ocupaban en cumplir los mandamientos de Dios. Nuestro Señor reitera este concepto en la conclusión del Sermón de la Montaña: el que solo escucha las palabras de Cristo y no las cumple, es decir, no realiza buenas obras, se asemeja al hombre que edificó su casa sobre arena; en tanto, aquel que cumple en los hechos los preceptos de Cristo es semejante al que construye su casa sobre roca. Esta comparación era especialmente familiar a los judíos, pues en Palestina era frecuente ver como lluvias torrenciales y tempestades arrasaban los hogares edificados sobre terreno arenoso. Sólo quien cumple los mandamientos de Cristo en los hechos puede mantenerse firme a la hora en que lo invadan las tentaciones cual tempestad. El que no cumple aquellos mandamientos cae fácilmente en la desesperación y perece, renunciando a Cristo. Por ello, nuestra Iglesia en sus cánticos ruega a Cristo para que Él nos afirme "sobre la roca de Sus mandamientos." San Mateo termina su relato sobre el Sermón de la Montaña testimoniando que la multitud estaba asombrada de las enseñanzas de Cristo, porque Él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos. La enseñanza de estos consistía, en su mayor parte, en trivialidades, polémicas infructuosas y lenguaje ampuloso. La enseñanza de Jesucristo era simple y sublime, porque el Hijo de Dios hablaba como nadie lo había hecho antes; Él hablaba en primera persona: "Yo les digo" — en Sus palabras se advertía con claridad el poder y la fuerza de Dios.

 

Curación del leproso.

(Mt. 8:1-4).

Después del sermón, cuando Nuestro Señor Jesucristo bajó de la montaña, una gran multitud lo siguió; sin duda la gente estaba muy impresionaba. Y como había ocurrido con anterioridad (Mc. 1:40-45; Lc. 5:12-16), otro leproso se aproximó al Señor, rogando ser curado de aquella terrible enfermedad. Es necesario decir que, lejos de ser este el único caso de curación de leprosos, el Señor obró muchas curaciones milagrosas durante Su ministerio. Tampoco sorprende que este caso fuera similar al primero, ni que el Señor ordenase al leproso curado presentarse a un sacerdote para que éste, de acuerdo a la ley de Moisés, testimoniara oficialmente sobre la curación. Sin ello el leproso curado no podría reintegrarse a la comunidad de los sanos, pues todos lo evitarían con temor, sabiendo que era portador de tan cruel enfermedad. Algunos exégetas suponen que si el ahora sano no hubiese ido a Jerusalén, directamente al sacerdote, divulgando en cambio la noticia de su milagrosa sanación, esa información hubiese alcanzado Jerusalén antes de su arribo. Entonces los sacerdotes hostiles al Señor hubiesen afirmado que el hombre sanado jamás había estado enfermo.

 

Curación del siervo del centurión.

(Mt. 8:5-13; Lc. 7:1-10).

Luego, el Señor fue a Cafarnaum donde una vez más, realizó el milagro de curar al siervo del centurión romano, quien por lo visto, estaba al mando de la guarnición local de cien soldados. Algunas de las ciudades de Palestina eran custodiadas por guarniciones militares romanas. Aunque el centurión era pagano de origen, mostraba disposición hacia la religión judía, testimonio de lo cual era la sinagoga construida por él.

Según san Mateo, su siervo se hallaba postrado por una parálisis, mientras que san Lucas — cuya narración es mas detallada — afirma que estaba al borde de la muerte. San Lucas relata que el centurión primero envió recado a Jesús con algunos notables de entre los judíos para que viniera y curase a su siervo; luego envió a unos amigos suyos y finalmente, como dice san Mateo, salió al encuentro del Señor cuando este se aproximaba a su casa.

Las palabras del centurión dirigidas al Señor: "No Te molestes, pues no merezco que entres en mi casa. Como tampoco me he creído de ir en persona a buscarte. Basta que digas una palabra y mi siervo recobrará la salud" (Lc. 7:6-7), suenan tan inusuales en un pagano en términos de la fe y humildad, que el Señor — como dicen ambos Evangelistas — "se maravilló" y consideró necesario enfatizar ante los presentes que Él no encontraba semejante fe siquiera entre los representantes del pueblo elegido por Dios: los israelitas. Además, como solamente san Mateo nos cuenta, el Señor refuta la errónea opinión de los judíos de que sólo ellos podían ser miembros del Reino del Mesías. El también anuncia que muchos gentiles "de oriente y occidente" junto con los ancestros del Antiguo Testamento serán encontrados dignos de heredar este Reino. En cambio, "los hijos del Reino" es decir los judíos, por su incredulidad, serán arrojados a la oscuridad absoluta donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt. 8:12). Como en muchas de las parábolas y dichos de Jesús, el Reino Celestial se nos presenta como un banquete o fiesta en la cual (en el oriente) la gente no se sentaba sino que se reclinaba. Los convidados que cometían alguna equivocación eran retirados del lugar y enviados fuera, donde reinaban la (absoluta) oscuridad y el frío, que se contraponen a la cálida y luminosa habitación. Los expulsados tiritaban de frío y tristeza; esta imagen comprensible para todos fue utilizada para dar una mejor visión del eterno tormento de los pecadores en el infierno. La fe y humildad del centurión fueron recompensados de inmediato, tan pronto como el Señor pronunció: "¡Vete, sea como has creído!"

 

La resurrección del hijo de la viuda en Naim.

(Lc. 7:11-17).

Este hecho es relatado solamente por san Lucas, quien lo relaciona con el subsiguiente acontecimiento en el que Juan el Bautista envió sus seguidores a Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor viajó desde Cafarnaum a la ciudad de Naim, próxima a la frontera sur de Galilea, sobre la ladera norte del Pequeño Hermón, en el Antiguo Testamento perteneciente a la tribu de Isacar. Naim, que quiere decir "agradable," recibió su nombre por su ubicación en el magnífico y rico territorio de pasturas en el valle de Esdrelón. El Señor estaba acompañado por Sus discípulos y una multitud de gente. En la antigüedad las ciudades estaban rodeadas por sólidas murallas como protección contra los enemigos, de manera tal que sólo se podía entrar y salir de la ciudad a través de un pórtico. Es en este pórtico de la ciudad que el Señor se encontró con una procesión fúnebre en la que era llevado un joven hijo único de madre viuda fuera de la ciudad. Viendo la aflicción de la madre, el Señor se apiadó de ella. Dijo Jesús: "No llores" y tocó el ataúd abierto donde yacía el joven, dando así señal para que la procesión se detuviera. Luego Jesús resucitó al joven con las palabras: "Joven, Yo te lo ordeno: levántate." Nuestro Señor lo resucitó y se lo entregó a su madre. El temor se apoderó de todos, sin embargo, ninguno de los testigos del milagro reconocieron en Jesús al Mesías-Taumaturgo, sino sólo a un "gran profeta" y esta opinión se divulgó por toda Judea y sus alrededores.

 

Los mensajeros de Juan el Bautista.

(Mt. 11:2-19; Lc. 7:18-35).

San Juan el Bautista no tenía dudas sobre la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo (ver Jn. 1:32-34). No obstante, Juan, estando ya en la cárcel, envió a dos de sus discípulos para preguntar a Jesucristo: "¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" La respuesta a este interrogante era aguardada no tanto por el Bautista como por sus discípulos, quienes, habiendo escuchado muchas cosas sobre los prodigios del Señor, no entendían la razón por la cual Él, si en verdad era el Mesías, no lo daba a conocer abiertamente. El Señor no da una respuesta directa pues para los judíos el nombre del Mesías estaba relacionado con la gloria y magnificencia terrenales. Solo aquel cuya alma ha sido purificada de todo lo terrenal por la enseñanza de Cristo, era digno de escuchar y conocer que Jesús en verdad era el Mesías-Cristo.

Así, Cristo por toda respuesta cita la profecía de Isaías (Is. 35:2-6), dirigiendo la atención de los discípulos hacia los milagros efectuados por Él, como certificación de que Él fue enviado por Dios, agregando: "Bienaventurado aquel para quien Yo no sea motivo de tentación," es decir viendo Mi humilde apariencia, que nadie tenga dudas: Yo soy el Mesías.

Para que nadie piense que el propio Juan dudaba sobre Jesús, Nuestro Señor, luego de la partida de los seguidores del Bautista, comenzó a hablar a la multitud acerca del sublime y dignísimo ministerio de Juan, el mas grande de todos los profetas. "Y sin embargo, el mas pequeño en el Reino de los Cielos es mas grande que él." Estas palabras indican la superioridad del cristianismo sobre la grandiosa rectitud véterotestamentaria.

Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente y los violentos intentan arrebatarlo. "Porque todos los profetas, lo mismo que la ley han profetizado hasta Juan." Aquí se contraponen "la ley y los profetas," esto es, la Iglesia del Antiguo Testamento y la Iglesia neotestamentaria de Cristo. Con Juan, situado en la frontera de ambas Alianzas, culmina la Antigua, cuyo significado era temporal y preparatorio, inaugurándose el Reino de Cristo, al que todos acceden gracias al esfuerzo.

Basándose en la profecía de Malaquías (4:5), que sin dudas se relaciona con la segunda Venida de Cristo, los judíos aguardaban que el profeta Elías antecediera al Mesías. Sin embargo, Malaquías profetizó sobre Juan refiriéndose a él sólo como un Ángel, que debía preparar el camino del Señor (3:1).

Un ángel anunció a Zacarías el nacimiento de Juan diciendo: "Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías," pero él no será Elías. El propio Juan, cuando los judíos le preguntaron: "¿Acaso eres tú Elías?" contestó: "No lo soy." Las palabras de Cristo: "Y si quieres oírlo, él es Elías que ha de venir" tienen el siguiente significado: "si ustedes entienden literalmente la profecía de Malaquías sobre la aparición de Elías antes de la venida del Mesías, entonces deben saber que ya está aquí aquel, que debía preceder al Mesías — él es Juan. Presten especial atención a este Mi testimonio sobre Juan: ¡El que tenga oídos, que oiga!" "¿Con quién puedo comparar a esta generación?" ¿Con los escribas y fariseos? Ellos se parecen a esos niños caprichosos a los que sus amigos no logran complacer con nada. Juan, severo asceta, no pudo satisfacer con su llamado a la contrición y al arrepentimiento a fariseos y escribas, quienes aguardaban al Mesías como a un gran Rey-Conquistador. Tampoco Jesucristo, Quien a diferencia de Juan, no se rehusaba a compartir la mesa con pecadores para salvarlos, pudo complacerlos. "Mas la Sabiduría ha quedado justificada por sus hijos." Estas palabras son explicadas por el Bienaventurado Teofilact: "Desde el momento, dice Cristo, en que ni Mi vida ni la de Juan los complace y ustedes rechazan todos los caminos hacia la salvación, entonces Yo — la Sabiduría Divina — estoy justificado ante Mis hijos pero no ante los fariseos." Por "hijos de la Sabiduría" se entiende al simple pueblo judío, publicanos y pecadores arrepentidos, aquellos que creyeron de todo corazón en Cristo y recibieron Su Divina enseñanza: ellos "justificaron" a Dios y Su Sabiduría, son ejemplos demostrativos que el Señor, fiel y sabiamente, dispuso la salvación de la humanidad. Y a ellos les fue revelada la Sabiduría Divina, inaccesible a los orgullosos fariseos.

 

Recriminación a las ciudades impías.

(Mt. 11:20-30; Lc. 10:13-16 y 21-22).

Cristo, con gran pena en el corazón, pronuncia Su "lamento" por las ciudades de Corazaín y Betsaida, situadas respectivamente al norte y al sur de Cafarnaum, pues a pesar de haber visto muchos de Sus milagros, no se habían arrepentido. Nuestro Señor las compara con las ciudades paganas de Tiro y Sidón, en la vecina Fenicia, las que el día del Juicio serán tratadas con menos rigor que las ciudades judías. A estas últimas les fue dada la posibilidad de salvarse pero rehusaron arrepentirse, como sí lo hizo en su momento Nínive con cilicio (tosca vestimenta que ocasionaba dolor físico) y ceniza (era señal de profunda contrición permanecer sentado sobre ceniza cubriéndose la cabeza con ella), fruto de la predicación de Jonás.

Nuestro Señor también anuncia la destrucción de Cafarnaum por su extrema altanería debida a su prosperidad material. Cristo compara la impiedad de Cafarnaum con la de Sodoma y Gomorra, castigadas por Dios y destruidas con una lluvia de azufre y fuego. En efecto, todas estas ciudades fueron alcanzadas por el castigo de Dios: los romanos las arrasaron por completo durante la misma guerra en la que fue destruida Jerusalén. Los escribas y fariseos, orgullosos de su aparente sabiduría y conocimiento de las Escrituras, no comprendieron las palabras del Señor Jesucristo y Su enseñanza. Debido a su ceguera espiritual, la enseñanza de Cristo permaneció oculta para ellos.

Nuestro Señor glorifica a Su Padre Celestial porque la verdad de Su enseñanza fue ocultada a estos "sabios y sensatos" y revelada a los "pequeños" — personas simples y sin doblez, como eran los Apóstoles, sus discípulos y seguidores mas próximos. Estas personas sentían con su corazón y no con su mente, que Jesús era el auténtico Mesías-Cristo. "Todo Me fue dado por Mi Padre" — todo, tanto el mundo físico, visible como el mundo espiritual e invisible ha sido puesto bajo el poder de Cristo, aunque no como Hijo de Dios, para Quien dicho poder fue siempre Su atributo, sino como Dios-Hombre y Salvador nuestro, para que todo fuese orientado hacia la Redención de la Humanidad.

"Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo" — ningún ser humano está en condiciones de alcanzar la grandeza y bondad del Hijo como tampoco la grandeza y bondad del Padre. Solo el Hijo en Sí Mismo revela al Padre a quienes acuden a Él. Él llama a todos: "Vengan a Mí todos los agobiados y afligidos," aquellos que languidecen por el esfuerzo vano e infructuoso, bajo el yugo de las pasiones pecaminosas, originadas en el orgullo y la vanidad. "Yo los aliviaré," les daré paz frente a estas pasiones. "Carguen sobre ustedes Mi yugo," el yugo de la ley del Evangelio, aprendan de Cristo Su mansedumbre y humildad y encontrarán la paz del alma. El yugo que prescribe el Evangelio es "suave" y "bueno" pues el Mismo Señor da la fuerza necesaria para soportar su carga — la gracia del Espíritu Santo y Su propio ejemplo que nos infunde ánimo para llevar ese yugo.

 

La mujer pecadora es perdonada en la casa de Simón el fariseo.

(Lc. 7:36-50).

Un fariseo llamado Simón, que por lo visto sentía afecto por el Señor pero aún sin una firme creencia en Él, lo invitó a comer a su casa, tal vez para conversar con Cristo en privado y así profundizar en Su enseñanza y Su obra. De improviso, llegó una mujer — conocida en la ciudad como una gran pecadora; con humildad se puso detrás de Cristo, junto a Sus pies y, viendo que aún no estaban limpios del polvo del camino, comenzó a lavarlos con un manantial de lágrimas, secándolos con sus cabellos. Luego besó Sus pies y los ungió con una muy valiosa mirra de su pertenencia.

En opinión de los fariseos el sólo contacto con una pecadora transmitía la iniquidad al hombre y por lo tanto, Simón, inmutable ante la drástica conversión ocurrida en el alma de esta pobre mujer, reprobó a Jesús por permitir que se lo honrara de ese modo. En consecuencia, Simón pensó que Cristo no podía ser un profeta, pues si lo fuera, Él hubiera sabido "que clase de mujer es ésta" y la hubiese rechazado. Jesús responde a los pensamientos secretos del fariseo narrándole la parábola sobre los dos deudores. Uno de ellos debía al prestamista 500 denarios y el otro 50. Como ellos no tenían con que pagar, el prestamista perdonó la deuda a ambos. Es fácil responder a la pregunta del Señor: "¿Quién de los dos le amará más?" Por supuesto aquel a quien se le perdonó más. Confirmando la veracidad de la respuesta, el Señor agrega: "Aquel a quien menos se perdona, menos ama." Estas últimas palabras, a juzgar por el contexto, van dirigidas a Simón, cuyo amor por Cristo es pobre y exiguas son sus buenas acciones.

Con esta parábola Simón debió comprender que el Señor considera a la mujer pecadora arrepentida, moralmente superior al fariseo, pues ella demostró mas amor por Cristo que Simón. Por ese amor "Quedan perdonados sus muchos pecados." "Y aquel a quien menos se perdona, menos ama" — es una disimulada indicación a Simón para hacerlo comprender que él, a pesar haber invitado a su casa a Jesús, no mostró ninguna señal de amistad y amor por Cristo (lavatorio y beso de los pies) y recibirá el perdón en menor medida; aunque todo se le perdonará por su pequeña predisposición al Señor. Ante esto, los convidados de Simón, también fariseos, sin comprender nada murmuraban contra Jesús: "¿Quién es éste que hasta pecados perdona?" Entonces, Jesús despide a la mujer diciéndole: "Vete en paz."